UNA HISTORIA
Comandante Fidel, para ti que ya
has sido absuelto por la historia…,
con toda nuestra fe en quienes
combaten por la Patria Grande y el socialismo
En un principio sólo eran
el tiempo, la materia,
el silencio y el espacio...,
ser sin forma viva y sin conciencia.
Digo principio?,
o era el final de las ausencias
de lo anteriormente futuro?
En un «principio» comenzaba a ser
lo que no era
en el final más inmediato.
En un «final» ()»final»?)
dejó de ser lo que había sido
hasta el momento...;
concreción de lo posible acaso?
Y, entonces,
en el punto exacto
donde deambula sin retórica
la dialéctica de los actos sublimes
de la existencia
se evidenció la marcha
de lo que la razón del hombre
comprende con penumbras,
con la duda de las ansias
del saber que no se sacia.
Pero, ..., digamos con simpleza,
que en un principio,
en medio de la fértil terminación
de un determinado pretérito, comenzaron...
-tomemos un punto de referenciala
marea y el fuego,
las nuevas formas
de los elementos...,
y comenzó la vida
y la carrera hermosa
de los cantos de pájaros
y los silencios
en los que se graban del universo
sus estridencias y melodías,
sus sencillos
y complejos sonidos constantes
e intermitentes,
infinitamente diversos,
infinitamente extensos,
e infinitamente profundos
como el resto de lo existente.
Y comenzaron la hierba,
la selva...,
y el desierto;
fueron la planicie
y la montaña,
la fragancia de las flores,
la sonrisa del helecho,
el siseo dorado
del trigal sin dueño...,
y las noches oscuras...,
las estrellas,
y los plenilunios sin poetas;
y de una de las repentinas
casualidades de la evolución eterna
surgieron las bestias
y después el hombre
vestido apenas
con la primigenia impregnación
del útero frágil de la tierra...
El trabajo le moldeó su esencia,
la piedra bruta
asumió las formas
que quiso el capricho
de la conciencia...,
mientras el hombre caminante
le fue abriendo el paso
al hombre de la siembra.
El hombre domó el fuego
y la piel de la naturaleza,
y fue la familia,
y el esto es mío
y el me debes cuanto,
y el yo te ordeno
y el te vendo esto
y el te compro tanto...;
el tú trabajas
y el yo te exploto
y los viceversas posibles
en el reino del ego
y de la fuerza...;
y fueron los conflictos,
las clases sociales...,
las armas y las guerras...
En un principio navegaba la vida
con las velas abiertas
de la sola posibilidad
de la existencia,
con la arraigada idea de lo común
en las conciencias...
Y la muerte...,
la muerte...,
era sólo la culminación tranquila
de cierta unidad dialéctica
en permanencia;
pero luego fue la inquisición
del egoísmo,
y la vida para algunos
se montó en el yo mezquino
dueño único y opulento;
Y para los más,
la existencia
se volvió sobre vivencia;
Y entonces echaron profundas raíces
aquellas divisiones
entre hombres explotados
y explotadores,
y las confrontaciones
entre los pueblos...,
las historiales gestas
contra el imperio de lo injusto
y contra el miedo.
En un principio, también,
fueron los sueños,
las esperanzas,
las quimeras por lo bueno,
por lo sano,
por lo bello,
sin las pesadas cadenas
de la explotación;
pero más tarde vino
la negación del otro
y el metal se disparó
como lanza,
como flecha,
como ráfaga,
como misil...,
como muerte;
y entonces la muerte
ya no fue la culminación
tranquila de las formas
de la existencia,
ni vivificación
de lo antes sólo posible
sino la imposición maldita
de los seres atrapados
por el trivial interés
de la riqueza.
El acero vomitó su fuego maldito
silenciando la palabra,
la ráfaga hirió además el silencio,
la pasiva tranquilidad
de las siembras
incluyendo al modesto verdor
de los yucales;
la ráfaga laceró las almas
y se torno en simple crimen
entre tanta tragedia
convertida en cotidiana...;
la ráfaga fue masacre,
fue genocidio
y terror inmenso...
(Pero entonces!,
la historia sacudió
sus páginas enmohecidas
y sus páginas nuevas...,
las páginas lánguidas,
las páginas de paz
y las violentas...;
la historia sacudió
hasta los rincones más ocultos
de su fruncido ceño
de guardia perenne
de la marcha humana,
y fue mostrando la magia inagotable
de los senderos de la esperanza
titilando perseverante
como conciencia luminosa
de la especie inmarchitable
de rebeldes justicieros.
Los cansancios de cien marchas
no me vencen!
Sufro por los gritos del hambre
en las vacías entrañas del labriego
cuya siembra la devora el oligarca;
y entonces...,
los cansancios de mil marchas
no me vencen.
Conozco y me duelen
las sangrantes grietas
de los pies descalzos
del gamín abandonado,
y entonces...,
los cansancios de mil marchas
no me vencen.
Me yergo sobre el barro
con mis harapos teñidos de niebla,
siento que me abraza el aliento
frío
del páramo solitario
que recibe mi existencia y,
entonces ahí,
entre tenues luces de luna
y de estrellas
lo contemplo yerto
bajo mi eventual extenuación del día
mientras evoco
lo que enciende mi fuego interno:
optimismo en el triunfo de lo justo,
en el triunfo de lo digno...,
en el triunfo de lo bueno.
Se enciende la llama de mi corazón,
la hoguera de mis sueños...,
y entonces,
el caudal de sentimientos
que en mi alma habitan,
bulle como carcajadas de creciente
que le cantan al amor
y le declaman al mundo,
que se vale cansarse
pero no vencerse...,
ni con cien
ni con mil marchas...,
ni con cien
ni con mil sufrimientos.
No,
no vale rajarse
ni apocarse,
( se vale cansarse,
pero jamás rendirse!
CONFESIÓN PRIMERA
Me confieso
en el acogedor silencio
de las cosas quietas
y entre las fragancias del pino
y del eucalipto tierno
entre fríos capotes
de enredos tristes
de frailejón y helechos.
Me confieso
con la certeza del corazón
sembrado de dignidad y valentía.
Me confieso con el alma preñada
por las promisorias banderas del amor
que avivan el fulgor
del pueblo sublevado.
Me confieso y digo,
que en mi mente habitan
las manos indias
y las manos negras,
las manos blancas
y las mestizas manos...;
las cósmicas humanas manos
de mis cavilaciones
como eslabones musculados de fe
en el más puro presentimiento
del desvanecimiento pronto
del desconsuelo.
Confieso mi visión confiada
de yacentes penas derrotadas,
abatidas por la pura comunión
de los rebeldes sublevados
con audacia levantados,
decididos,
arrojados,
contra el cruel explotador
que los tuvo subyugados.
Confieso mi dicha
de soñarme escuchando
los acordes del bien,
las sublimes notas y silencios
de la paz sin desgarraduras,
al compás de la idea promisoria
del compartido pan multiplicado,
del pan del trigo colectivo
con calor de pueblo purificado...
Hago mi narración sincera
de modesta devoción
y confieso que mi evocación,
es también,
una provinciana cantata justiciera
que quisiera que no marchiten
las raíces primeras del yaraví
y el lumbalú...,
el abrazo integral de changó
y de Pacha Mama...,
que se avivan junto a los leños
del fuego
racial del universo.
Mi confesión es la convidación
a hacer la marcha de la hermandad,
la caminata de la humildad,
en pos de la verdad
y del anhelo común de la libertad.
Con el fuego del acero
que apunta contra el tirano,
acepta mi llamado, compañero;
construyamos la nueva alborada,
camarada...
Mi confesión es decirte:
camina hermano,
quebremos con la luz del optimismo,
la borrasca de dolores
del campesino huérfano de la tierra
fulminando los grilletes
de la explotación acumulada;
colmemos los odios abismales
que deshollejan el alma...,
colmemos esos odios con aire de paz
y alados sueños de libertad
que desarraiguen el amargor
de las palabras falsas
y la acritud de los silencios
que callan frente al oprobio.
Vamos, vamos de prisa hermano,
con pasión rebelde, camarada,
con el tesoro de la pura verdad
del hombre nuevo en la palabra.
Vamos, vamos a redimir
las flores del amor
y que no nos derrote
el falso esplendor
de la riqueza mezquina.
Vamos a derrotar los desconsuelos
con la honda de David
en la batalla...,
con la persignación de la bondad
en cada pétalo de la humanidad,
ya sin la tentación banal
del maldito capital
en las conciencias.
AMIGO, CAMARADA, COMPAÑERO
A Julián Conrado, cantor
de la insurrección
Me asaltó la idea
de decirte algo...
por que eres mi amigo,
mi camarada,
mi compañero...;
me asaltó la idea
de expresar de manera breve
lo que en ti yo veo
y sólo supe decirte,
guerrillero,
que...,
juntas los versos,
unes las notas,
levantas tu canto,
intuyendo la justicia...,
arrancándole a la vida
nociones de patria nueva;
armas en canciones
mensajes de amor
imaginando el fuego
gestor del hombre nuevo...,
ola inmensa del ejemplo comunero.
Sólo supe decirte
que escucho en tu palabra
presagios de libertad
que derrotan los temores
contra toda mácula de maldad
que pretenda destruir
al pescador de nuestros sueños...
Sólo supe decirte,
que te he visto abordando
tus botas viejas
para emprender las rutas
de la lucha
llevando a cuestas
tu equipo montañero
cosido con las mismas manos que marcan la nota
y empuñan el fusil
y le hablan al pueblo
mientras palpas la inspiración
que logra la complementación
entre el combate y el amor certero.
Sólo supe decirte,
que te he visto expresarte puro
sin rencor,
aunque te toque posar de duro...,
y te he imaginado constructor
del asalto mismo de los cielos,
pregonando
el anuncio inaplazable
de la terrígena paz sin hambre
como sueño primero.
Y te he sabido,
en fin,
reflejado en el espejo
de nuestra breve historia,
como profeta caribe
que levanta con esplendor
el fuego del acero,
con la misma pasión
con que aprendes el canto lamento
de la gaviota marina
que se mece en el viento.
Sólo supe decirte,
sin bonitas palabras,
pero como mensaje sincero,
que te siento mi amigo,
mi camarada...,
mi compañero.
PALESTINA
I
De la infamia de Josué
«levantando, pues, el grito todo del pueblo, y
resonando las trompetas, luego que la voz y el
estruendo de ellas penetró los oídos del gentío, de
repente cayeron las murallas, y subió cada cual por
la parte que tenía delante de sí, y se apoderaron de
la ciudad; y pasaron a cuchillo a todos cuantos había
en ella, hombres y mujeres, niños y viejos: matando
hasta los bueyes y las ovejas, y los asnos»
Y he aquí, entonces, la narración bíblica de la
maleficencia con que Josué destruyera a Jericó.
II
La patria, las raíces…, la sangre.
Sobre los escombros de la tristeza
fabricados los cimientos de la fe,
la atalaya del combate se levanta
y aflora la pólvora y la palabra,
la explosión y el verbo
desde la fuerza misma
de los ancestros
cuyas raíces se hunden en Ur
para beber las sabias de Ibrahím,
hasta las tierras y los tiempos
de los héroes de Maalot.
Alborada de mayo,
cántico por Ariha
en tres estrofas de fuego
que silencian las trompetas
de la muerte
para que ardan
las siete bestias de Josué
en la vindicta de Jericó.
Oh sagrada gruta de Macpel,
mezquita de Al-haram,
fuerza moral de Ariha…;
oh bendita Jericó;
arena del desierto…,
terrazas de piedra
de la milenaria Hebrón:
la patria es la tierra
y aún sin agua
la tierra es la patria;
la canícula sin viento
y el viento y el oasis
cananeos y caldeos
de fenicias y babilónicas radículas
es la patria…,
y la sangre…,
la sangre que germina en gloria
con cataclismos de rebeldías
y de amores…,
¡la sangre!
III.
Los mártires, los sueños…, la memoria.
Vanguardiada
por la memoria de los mártires
que con sus muertes
abren los senderos de la vida
va la patria:
la tierra del pastor,
el sagrado mar del pescador,
la paciencia del Jordán
y las auroras
que amamantan
con su rocío fresco
a fedayines y cantores…,
a la sencilla gente
de chilaba, turbante y chal.
Sí, eso es la patria:
el valeroso fedayín,
fedayín valiente de Jericó;
el intrépido guerrero
de la Palestina toda
es la patria…,
beduina patria pastora,
pescadora…
de Intifada y libertad,
con sus truenos que hacen
la persignación de la victoria
entre rebaños de sueños…;
sueños de Jericó.
Una tarde de nostalgias en Hebrón,
las lágrimas del ocaso,
la marea de la sangre en plenilunio,
las ruinas de las penas
derribadas
para hacer trincheras,
barricadas…,
es la patria
y la patria está en el alma,
en el antes y el después;
en el ahora y en el siempre…;
en ti está la patria
oh, mar de Galilea,
bendito Gennesaret
o, mejor:
bendito Bahrat Tabariye.
Oh mezquita de la roca,
sobre los huesos de David
osan montar
las infamias del sionismo,
pero…,
sobre el vientre todo
de la Cisjordania;
sobre el vientre de la tierra
desde el Mediterráneo
hasta los extremos de Hebrón
la intifada sacude la paciencia:
y la nueva era
inicia su aurora
como alba de arena
con repicar de truenos,
llegando al medio día
hechos puño
que rompe
con risas de niños
la palidez de la incertidumbre,
la tristeza que ya cesa
bajo el sol,
mientras las aguas
de jordanas formas,
de caspias formas las aguas,
refrescan la justa ira
de la Palestina milenaria
que nos habita el alma
contagiándonos su rebelión.
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