LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

domingo, 19 de septiembre de 2010

Versos Insurgentes

Por:Jesus Santrich

UNA HISTORIA

Comandante Fidel, para ti que ya

has sido absuelto por la historia…,

con toda nuestra fe en quienes

combaten por la Patria Grande y el socialismo

En un principio sólo eran

el tiempo, la materia,

el silencio y el espacio...,

ser sin forma viva y sin conciencia.

Digo principio?,

o era el final de las ausencias

de lo anteriormente futuro?

En un «principio» comenzaba a ser

lo que no era

en el final más inmediato.

En un «final» ()»final»?)

dejó de ser lo que había sido

hasta el momento...;

concreción de lo posible acaso?

Y, entonces,

en el punto exacto

donde deambula sin retórica

la dialéctica de los actos sublimes

de la existencia

se evidenció la marcha

de lo que la razón del hombre

comprende con penumbras,

con la duda de las ansias

del saber que no se sacia.

Pero, ..., digamos con simpleza,

que en un principio,

en medio de la fértil terminación

de un determinado pretérito, comenzaron...

-tomemos un punto de referenciala

marea y el fuego,

las nuevas formas

de los elementos...,

y comenzó la vida

y la carrera hermosa

de los cantos de pájaros

y los silencios

en los que se graban del universo

sus estridencias y melodías,

sus sencillos

y complejos sonidos constantes

e intermitentes,

infinitamente diversos,

infinitamente extensos,

e infinitamente profundos

como el resto de lo existente.

Y comenzaron la hierba,

la selva...,

y el desierto;

fueron la planicie

y la montaña,

la fragancia de las flores,

la sonrisa del helecho,

el siseo dorado

del trigal sin dueño...,

y las noches oscuras...,

las estrellas,

y los plenilunios sin poetas;

y de una de las repentinas

casualidades de la evolución eterna

surgieron las bestias

y después el hombre

vestido apenas

con la primigenia impregnación

del útero frágil de la tierra...

El trabajo le moldeó su esencia,

la piedra bruta

asumió las formas

que quiso el capricho

de la conciencia...,

mientras el hombre caminante

le fue abriendo el paso

al hombre de la siembra.

El hombre domó el fuego

y la piel de la naturaleza,

y fue la familia,

y el esto es mío

y el me debes cuanto,

y el yo te ordeno

y el te vendo esto

y el te compro tanto...;

el tú trabajas

y el yo te exploto

y los viceversas posibles

en el reino del ego

y de la fuerza...;

y fueron los conflictos,

las clases sociales...,

las armas y las guerras...

En un principio navegaba la vida

con las velas abiertas

de la sola posibilidad

de la existencia,

con la arraigada idea de lo común

en las conciencias...

Y la muerte...,

la muerte...,

era sólo la culminación tranquila

de cierta unidad dialéctica

en permanencia;

pero luego fue la inquisición

del egoísmo,

y la vida para algunos

se montó en el yo mezquino

dueño único y opulento;

Y para los más,

la existencia

se volvió sobre vivencia;

Y entonces echaron profundas raíces

aquellas divisiones

entre hombres explotados

y explotadores,

y las confrontaciones

entre los pueblos...,

las historiales gestas

contra el imperio de lo injusto

y contra el miedo.

En un principio, también,

fueron los sueños,

las esperanzas,

las quimeras por lo bueno,

por lo sano,

por lo bello,

sin las pesadas cadenas

de la explotación;

pero más tarde vino

la negación del otro

y el metal se disparó

como lanza,

como flecha,

como ráfaga,

como misil...,

como muerte;

y entonces la muerte

ya no fue la culminación

tranquila de las formas

de la existencia,

ni vivificación

de lo antes sólo posible

sino la imposición maldita

de los seres atrapados

por el trivial interés

de la riqueza.

El acero vomitó su fuego maldito

silenciando la palabra,

la ráfaga hirió además el silencio,

la pasiva tranquilidad

de las siembras

incluyendo al modesto verdor

de los yucales;

la ráfaga laceró las almas

y se torno en simple crimen

entre tanta tragedia

convertida en cotidiana...;

la ráfaga fue masacre,

fue genocidio

y terror inmenso...

(Pero entonces!,

la historia sacudió

sus páginas enmohecidas

y sus páginas nuevas...,

las páginas lánguidas,

las páginas de paz

y las violentas...;

la historia sacudió

hasta los rincones más ocultos

de su fruncido ceño

de guardia perenne

de la marcha humana,

y fue mostrando la magia inagotable

de los senderos de la esperanza

titilando perseverante

como conciencia luminosa

de la especie inmarchitable

de rebeldes justicieros.


LOS CANSANCIOS NO ME VENCEN

Los cansancios de cien marchas

no me vencen!

Sufro por los gritos del hambre

en las vacías entrañas del labriego

cuya siembra la devora el oligarca;

y entonces...,

los cansancios de mil marchas

no me vencen.

Conozco y me duelen

las sangrantes grietas

de los pies descalzos

del gamín abandonado,

y entonces...,

los cansancios de mil marchas

no me vencen.

Me yergo sobre el barro

con mis harapos teñidos de niebla,

siento que me abraza el aliento

frío

del páramo solitario

que recibe mi existencia y,

entonces ahí,

entre tenues luces de luna

y de estrellas

lo contemplo yerto

bajo mi eventual extenuación del día

mientras evoco

lo que enciende mi fuego interno:

optimismo en el triunfo de lo justo,

en el triunfo de lo digno...,

en el triunfo de lo bueno.

Se enciende la llama de mi corazón,

la hoguera de mis sueños...,

y entonces,

el caudal de sentimientos

que en mi alma habitan,

bulle como carcajadas de creciente

que le cantan al amor

y le declaman al mundo,

que se vale cansarse

pero no vencerse...,

ni con cien

ni con mil marchas...,

ni con cien

ni con mil sufrimientos.

No,

no vale rajarse

ni apocarse,

( se vale cansarse,

pero jamás rendirse!


CONFESIÓN PRIMERA

Me confieso

en el acogedor silencio

de las cosas quietas

y entre las fragancias del pino

y del eucalipto tierno

entre fríos capotes

de enredos tristes

de frailejón y helechos.

Me confieso

con la certeza del corazón

sembrado de dignidad y valentía.

Me confieso con el alma preñada

por las promisorias banderas del amor

que avivan el fulgor

del pueblo sublevado.

Me confieso y digo,

que en mi mente habitan

las manos indias

y las manos negras,

las manos blancas

y las mestizas manos...;

las cósmicas humanas manos

de mis cavilaciones

como eslabones musculados de fe

en el más puro presentimiento

del desvanecimiento pronto

del desconsuelo.

Confieso mi visión confiada

de yacentes penas derrotadas,

abatidas por la pura comunión

de los rebeldes sublevados

con audacia levantados,

decididos,

arrojados,

contra el cruel explotador

que los tuvo subyugados.

Confieso mi dicha

de soñarme escuchando

los acordes del bien,

las sublimes notas y silencios

de la paz sin desgarraduras,

al compás de la idea promisoria

del compartido pan multiplicado,

del pan del trigo colectivo

con calor de pueblo purificado...

Hago mi narración sincera

de modesta devoción

y confieso que mi evocación,

es también,

una provinciana cantata justiciera

que quisiera que no marchiten

las raíces primeras del yaraví

y el lumbalú...,

el abrazo integral de changó

y de Pacha Mama...,

que se avivan junto a los leños

del fuego

racial del universo.

Mi confesión es la convidación

a hacer la marcha de la hermandad,

la caminata de la humildad,

en pos de la verdad

y del anhelo común de la libertad.

Con el fuego del acero

que apunta contra el tirano,

acepta mi llamado, compañero;

construyamos la nueva alborada,

camarada...

Mi confesión es decirte:

camina hermano,

quebremos con la luz del optimismo,

la borrasca de dolores

del campesino huérfano de la tierra

fulminando los grilletes

de la explotación acumulada;

colmemos los odios abismales

que deshollejan el alma...,

colmemos esos odios con aire de paz

y alados sueños de libertad

que desarraiguen el amargor

de las palabras falsas

y la acritud de los silencios

que callan frente al oprobio.

Vamos, vamos de prisa hermano,

con pasión rebelde, camarada,

con el tesoro de la pura verdad

del hombre nuevo en la palabra.

Vamos, vamos a redimir

las flores del amor

y que no nos derrote

el falso esplendor

de la riqueza mezquina.

Vamos a derrotar los desconsuelos

con la honda de David

en la batalla...,

con la persignación de la bondad

en cada pétalo de la humanidad,

ya sin la tentación banal

del maldito capital

en las conciencias.




AMIGO, CAMARADA, COMPAÑERO

A Julián Conrado, cantor

de la insurrección

Me asaltó la idea

de decirte algo...

por que eres mi amigo,

mi camarada,

mi compañero...;

me asaltó la idea

de expresar de manera breve

lo que en ti yo veo

y sólo supe decirte,

guerrillero,

que...,

juntas los versos,

unes las notas,

levantas tu canto,

intuyendo la justicia...,

arrancándole a la vida

nociones de patria nueva;

armas en canciones

mensajes de amor

imaginando el fuego

gestor del hombre nuevo...,

ola inmensa del ejemplo comunero.

Sólo supe decirte

que escucho en tu palabra

presagios de libertad

que derrotan los temores

contra toda mácula de maldad

que pretenda destruir

al pescador de nuestros sueños...

Sólo supe decirte,

que te he visto abordando

tus botas viejas

para emprender las rutas

de la lucha

llevando a cuestas

tu equipo montañero

cosido con las mismas manos que marcan la nota

y empuñan el fusil

y le hablan al pueblo

mientras palpas la inspiración

que logra la complementación

entre el combate y el amor certero.

Sólo supe decirte,

que te he visto expresarte puro

sin rencor,

aunque te toque posar de duro...,

y te he imaginado constructor

del asalto mismo de los cielos,

pregonando

el anuncio inaplazable

de la terrígena paz sin hambre

como sueño primero.

Y te he sabido,

en fin,

reflejado en el espejo

de nuestra breve historia,

como profeta caribe

que levanta con esplendor

el fuego del acero,

con la misma pasión

con que aprendes el canto lamento

de la gaviota marina

que se mece en el viento.

Sólo supe decirte,

sin bonitas palabras,

pero como mensaje sincero,

que te siento mi amigo,

mi camarada...,

mi compañero.


PALESTINA

I

De la infamia de Josué

«levantando, pues, el grito todo del pueblo, y

resonando las trompetas, luego que la voz y el

estruendo de ellas penetró los oídos del gentío, de

repente cayeron las murallas, y subió cada cual por

la parte que tenía delante de sí, y se apoderaron de

la ciudad; y pasaron a cuchillo a todos cuantos había

en ella, hombres y mujeres, niños y viejos: matando

hasta los bueyes y las ovejas, y los asnos»

Y he aquí, entonces, la narración bíblica de la

maleficencia con que Josué destruyera a Jericó.

II

La patria, las raíces…, la sangre.

Sobre los escombros de la tristeza

fabricados los cimientos de la fe,

la atalaya del combate se levanta

y aflora la pólvora y la palabra,

la explosión y el verbo

desde la fuerza misma

de los ancestros

cuyas raíces se hunden en Ur

para beber las sabias de Ibrahím,

hasta las tierras y los tiempos

de los héroes de Maalot.

Alborada de mayo,

cántico por Ariha

en tres estrofas de fuego

que silencian las trompetas

de la muerte

para que ardan

las siete bestias de Josué

en la vindicta de Jericó.

Oh sagrada gruta de Macpel,

mezquita de Al-haram,

fuerza moral de Ariha…;

oh bendita Jericó;

arena del desierto…,

terrazas de piedra

de la milenaria Hebrón:

la patria es la tierra

y aún sin agua

la tierra es la patria;

la canícula sin viento

y el viento y el oasis

cananeos y caldeos

de fenicias y babilónicas radículas

es la patria…,

y la sangre…,

la sangre que germina en gloria

con cataclismos de rebeldías

y de amores…,

¡la sangre!

III.

Los mártires, los sueños…, la memoria.

Vanguardiada

por la memoria de los mártires

que con sus muertes

abren los senderos de la vida

va la patria:

la tierra del pastor,

el sagrado mar del pescador,

la paciencia del Jordán

y las auroras

que amamantan

con su rocío fresco

a fedayines y cantores…,

a la sencilla gente

de chilaba, turbante y chal.

Sí, eso es la patria:

el valeroso fedayín,

fedayín valiente de Jericó;

el intrépido guerrero

de la Palestina toda

es la patria…,

beduina patria pastora,

pescadora…

de Intifada y libertad,

con sus truenos que hacen

la persignación de la victoria

entre rebaños de sueños…;

sueños de Jericó.

Una tarde de nostalgias en Hebrón,

las lágrimas del ocaso,

la marea de la sangre en plenilunio,

las ruinas de las penas

derribadas

para hacer trincheras,

barricadas…,

es la patria

y la patria está en el alma,

en el antes y el después;

en el ahora y en el siempre…;

en ti está la patria

oh, mar de Galilea,

bendito Gennesaret

o, mejor:

bendito Bahrat Tabariye.

Oh mezquita de la roca,

sobre los huesos de David

osan montar

las infamias del sionismo,

pero…,

sobre el vientre todo

de la Cisjordania;

sobre el vientre de la tierra

desde el Mediterráneo

hasta los extremos de Hebrón

la intifada sacude la paciencia:

y la nueva era

inicia su aurora

como alba de arena

con repicar de truenos,

llegando al medio día

hechos puño

que rompe

con risas de niños

la palidez de la incertidumbre,

la tristeza que ya cesa

bajo el sol,

mientras las aguas

de jordanas formas,

de caspias formas las aguas,

refrescan la justa ira

de la Palestina milenaria

que nos habita el alma

contagiándonos su rebelión.


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