Escrito por FARC-EP
Un hombre que habitaba en el futuro decidió visitar nuestro presente. No era un dios ni un gran mago, era sencillamente un hombre de aquellos que habitarán los tiempos en que los pueblos del mundo, habrán borrado de su presente el hambre y el miedo. Llegó con su amor de hombre nuevo a las sabanas de Bolívar y Sucre. En medio de matarratones y pequeñas aromeras fue tejiendo la escalera que lo habría de llevar de regreso a su tiempo. Su brazo de fusil castigaba la injusticia, sus palabra borraba las tinieblas de los jornaleros, sus piernas lo hacían invisible ante la mirada asechadora de los asesinos de la esperanza, su cariño, su risa y su temple de acero le procuraban cientos de guerreros que morirían sin temor por él, por la libertad de nuestro pueblo, por la dignidad de nuestra patria.
Como el gran Leonidas en las Termópilas, Martín – como solían llamarle en este tiempo – enfrentó con gallardía y coraje las embestidas del imperio actual. En esta batalla también habían bestias, animales monstruosos (por ejemplo sapos de lengua muy larga y babosa), soldados de elite, mercenarios, psicópatas de camuflado y motosierra, sátrapas británicos, israelíes, gringos, y la pérfida traición de quienes se aferran al presente y no ven con sus ojos sino con sus bolsillos.
Martín y sus valientes colombianos, derrotaban una tras otra las ofensivas del enemigo. Y este, desesperado por no aplastarle y necesitado de sangre, hubo de recurrir a la bajeza de herirle fuera de su cuerpo. Martín tenía familia, amaba, extrañaba, sentía nostalgia de no estar con sus hijos…era humano como los más de 6 mil millones que habitamos este planeta. Y fue en esa parte de su corazón donde sobrevino el alevoso lance del enemigo.
Pero no era suficiente, el Caballero de la Nueva Colombia, que visitaba nuestra querida tierra en estos tiempos de la lucha de clases, era un revolucionario, un fariano de inocultables aptitudes políticas y militares. Un ser acerado en los tiempos venideros; los ladridos de la jauría burguesa dicen que era un viejo zorro, para mí era un gran estratega. Sobrevino entonces los 7 mil fusiles y cuchillos cercándole, el diluvio implacable de bombas y metralla, las fuerzas de élite de la milicia imperial, todo un impresionante operativo, directamente proporcional al respeto y temor que les infundía a ellos la figura y hazaña del humilde caballero.
Mataron su carne, la exhibieron ante los lentes de la prensa sensacionalista como lo suele hacer la tiranía para aleccionar al pueblo, como lo hicieron con el Che.
Otros diecinueve guerreros más fueron asesinados, heroicos combatientes que junto a Martín también cabalgaban dando la cara por los oprimidos. En todos ellos recae ahora la gloria de los que han muerto para vivir como vive el guerrillero heroico, eternizado en su ejemplo, flameante en nuestras conciencias y en nuestro tableteo continuado por la liberación de la humanidad.
Martín Caballero regresó a su tiempo, pero dejó su huella en la arcilla de nuestro presente. Tomaremos un puñado de ella para seguir moldeando el camino hacia la Nueva Colombia, hacia la patria grande, donde ser humano sea sinónimo de ser revolucionario, donde la felicidad colectiva corra entre nosotros como las aguas de manantiales que abrazan las piedras a su paso.
La sangre derramada por los gallardos combatientes de las FARC, y de todos los guerrilleros caídos, será la sangre que llene las venas del hombre nuevo que haremos posible y que multiplicado sobre la faz de la tierra, preñará al mundo de una humanidad nueva.
¡Hasta siempre camaradas caídos en la lucha!
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