LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

lunes, 27 de agosto de 2012

Las masas populares son las creadoras de la historia


Las masas populares son, ante todo, las clases y capas sociales que ponen en movimiento la producción social y viven de su propio trabajo, es decir, son las masas trabajadoras. En su conjunto forman la inmensa mayoría de la sociedad. Qué clases y capas concretas integran las masas populares es cuestión que depende de la época, del carácter de la formación social. Por consiguiente, el empleo del término "masas populares" no significa en modo alguno el abandono de la visión de clase, de la necesidad de poner en claro el contenido concreto de clase del movimiento en el cual participan. La actividad de producción de las masas populares como condición decisiva de la vida y desarrollo de la sociedad. En la vida de la sociedad tiene un valor primordial la actividad de producción de las masas. Estas son las que crean los instrumentos de trabajo y los perfeccionan, acumulan hábitos de trabajo y los transmiten de generación en generación, las que producen todos los bienes materiales sin los que la sociedad sería incapaz de subsistir un solo día.
Cuando una formación económico-social sustituye a otra, la naturaleza de clase de los productores cambia, pero su labor fue siempre, ha sido y será una necesidad natural, la condición primera para que la sociedad exista. "... Por muchos que sean los cambios que se operen en las capas superiores, improductivas, de la sociedad -subraya Engels-, ésta no puede subsistir sin la clase de los productores. Por consiguiente, esta clase es necesaria en cualquier condición, aunque ha de venir un tiempo en el que no será ya clase y abarcará a la sociedad entera." El trabajo diario de millones de gentes que desarrollan la producción no se limita a asegurar a la sociedad todo cuanto necesita para su existencia; también crea la base material para la consecutiva sucesión de formaciones económico-sociales, es decir, para el avance y el progreso de la sociedad. La actividad de producción de las masas populares sería ya bastante para ver en ella a los genuinos creadores de la historia. Pero su papel en el desarrollo social no acaba ahí.

Las masas populares y la política. Las masas desempeñan un importante papel en la vida política. Sin su acción política resulta imposible concebir el propio desarrollo de la sociedad, y sobre todo las revoluciones sociales. Cualquiera que sea la clase que sube al poder como consecuencia de una revolución, su principal fuerza motriz fueron siempre las masas del pueblo.
En los períodos revolucionarios, la labor de creación de las masas populares se eleva a inusitadas alturas. "La revolución es el triunfo de los oprimidos y explotados -escribe Lenin-. Jamás la masa del pueblo es capaz de mostrarse tan activa creadora de los nuevos sistemas sociales como durante la revolución. En esos momentos el pueblo es capaz de realizar milagros... " No es menor el papel de las masas populares en las luchas de liberación nacional, cuando se trata de defender el país de invasores extranjeros, en las guerras justas. Las clases explotadoras se presentaron siempre como si tuvieran la exclusiva en la defensa de los intereses nacionales. Los hechos nos demuestran, sin embargo, que, a la hora de las grandes pruebas nacionales, quien decide no es el puñado de explotadores, sino el pueblo, las masas, que con las armas en la mano se levantan en defensa de la patria y luchan abnegadamente por su independencia. La lucha generosa y desinteresada de las grandes masas del pueblo ruso fue lo decisivo para liberar a su país del yugo tártaro y en la derrota de las tropas napoleónicas en 1812. Al heroísmo de los trabajadores deben su independencia nacional otros muchos países: Italia, que durante largo tiempo se halló sometida al yugo extranjero; Bulgaria, Serbia, Grecia y demás países balcánicos que sufrieron la dominación turca, etc. En nuestros días fueron las grandes masas de trabajadores las que salvaron a Europa de la esclavitud y derrotaron al fascismo. En esta victoria histórica correspondió un excepcional papel a los pueblos de la Unión Soviética, que soportaron sobre sus hombros la carga principal de la guerra antifascista. Gracias a la abnegación de las masas populares de las colonias y países dependientes, muchos de ellos se han sacudido ya el yugo a que estaban sometidos y otros se encuentran en vías de alcanzar la libertad y la independencia nacional.
En los períodos "pacíficos", el papel de las masas populares en la vida política de la sociedad explotadora no es tan evidente. Las clases dominantes ponen en juego todos los instrumentos de coerción física y espiritual -el ejército y la policía, la justicia y la religión, la Administración y la escuela- para reducir al mínimo el papel de las masas populares en política, para reprimir toda manifestación suya en este terreno o para orientarlas hacia cauces que no signifiquen un peligro para los intereses de los explotadores. Esto es una característica inseparable del régimen social basado en la explotación. El sometimiento de los trabajadores y la apropiación del fruto de su trabajo únicamente es posible cuando las masas están políticamente sojuzgadas, cuando en la vida política ha sido asegurada la dominación de las clases parasitarias. Por eso las masas trabajadoras sólo pueden orientar la política cuando el poder de los explotadores ha sido derribado. Esto no significa, empero, que las masas populares no cumplan función alguna mientras están sometidas a los capitalistas u otros explotadores. La política es un terreno de enconada lucha de clases, y sobre todo de lucha entre los explotadores y los explotados. Su resultado final depende no sólo de la voluntad de las clases dominantes, sino también del tesón y el empeño que los trabajadores pongan en la defensa de sus intereses, es decir, de la correlación real de fuerzas en esta lucha. Las masas populares, aun dentro del capitalismo, pueden influir sustancialmente sobre la política de la clase dominante, oponerse a la realización de los propósitos de las fuerzas reaccionarias y obligar a los gobernantes a hacer concesiones en muchos problemas de gran relieve de la política interior y exterior. Esta lucha política diaria, según se señalaba en el capítulo precedente, cumple un importante papel en el desarrollo de la sociedad. Papel de las masas populares en el progreso de la cultura. Cuando los ideólogos reaccionarios niegan a los trabajadores toda capacidad para una labor de creación, deforman de la manera más descarada el papel de las masas populares en el progreso de la cultura. La cultura espiritual, afirman, es fruto del trabajo de unos pocos "elegidos", sólo a un puñado de genios debe la humanidad sus avances en la ciencia, la literatura y el arte. Así, a primera vista, parece que tuvieran razón. En efecto, casi en todas las esferas de la creación espiritual podemos contar varias docenas de nombres -tales como Newton, Lomonósov y Einstein en física, Mendeleev y Bútlerov en química, Darwin y Michurin en biología, Shakespeare y Tolstoi en literatura, Beethoven y Chaikovski en música- sin los que resulta difícil inclusive imaginarnos la cultura moderna.
Los marxistas reconocen los méritos de los genios de la cultura, lo cual no quita para que vean claramente la inestimable aportación que en este terreno corresponde a las masas populares, a los trabajadores. Ellos son los que sentaron las bases de toda la cultura espiritual de la humanidad y crearon las condiciones para su progreso. Sabemos, por ejemplo, que la literatura y el arte fueron durante largo tiempo obra exclusiva del pueblo. Poemas épicos, romances, cuentos, tradiciones, refranes y canciones sirvieron de cimientos para la labor de escritores y poetas profesionales. De la misma manera, los trabajos de artesanía, las artes aplicadas y la arquitectura popular sirvieron de base para la ulterior creación de artistas y arquitectos. La artesanía sigue representando en nuestros tiempos un valor artístico propio y es fuente inagotable de figuras y de recursos representativos, así como de inspiración para escritores y artistas. La creación popular es lo que da origen a la forma nacional del arte y de la literatura en cada país. También es el pueblo el que sentó las bases de la ciencia. Son para nosotros motivo de admiración los sabios que descubren nuevas fuentes de energías y milagrosas vacunas, que inventan máquinas extraordinarias y materiales nuevos llamados a transformar nuestra vida. Pero no es menos asombrosa la hazaña de las masas populares que en su trabajo diario fueron arrancando poco a poco a la naturaleza sus primeros secretos, que aprendieron a obtener el fuego, a cultivar los cereales y a fundir el metal, que inventaron y perfeccionaron los primeros instrumentos de trabajo y reunieron las primeras nociones sobre los objetos y fenómenos que rodean al hombre. En las primeras etapas, las masas trabajadoras eran, pues, las que directamente creaban todos los valores culturales. La situación no podía por menos de cambiar cuando el trabajo intelectual se separa del trabajo manual, cuando la literatura, el arte y la ciencia -junto a la dirección de los asuntos públicos- se convierten en monopolio de las clases explotadoras dominantes y de las capas de la sociedad que se hallaban a su servicio. Todo un sistema de medidas, económicas y políticas, es puesto en juego para que las esferas principales del trabajo intelectual -sin exceptuar cuanto se refiere a la cultura- se conviertan en privilegio de los ricos. El apartamiento de las masas populares de la cultura, manteniéndolas en la ignorancia, se convirtió para los explotadores en una de tantas garantías de su dominación de clase. Todo esto ha limitado, como es lógico, la participación activa de las masas populares en el progreso de la ciencia, el arte y la literatura.
Los ideólogos de la burguesía contemporánea especulan sin tasa con este hecho. Según afirman, los trabajos intelectuales complejos, relacionados con la dirección de la política y la economía y con la labor creadora en el campo de la cultura, están únicamente al alcance de una "élite", es decir, de hombres escogidos que militan en las filas de las clases dominantes de la sociedad de explotación. A su vez, las masas populares son, para estos "teóricos", intelectualmente "inferiores" y capaces sólo para realizar un "grosero" trabajo físico. En realidad, la inteligencia y el talento no son un privilegio de clase. Lo que en la sociedad de explotación es, sí, privilegio es la posibilidad de que la inteligencia y el talento se revelen en el campo de la política, la ciencia, el arte y la literatura. Esta posibilidad en la sociedad de clases suele ser exclusiva de quienes proceden de familias acomodadas. Y es verdaderamente asombroso el vigor de la inteligencia, el talento y la voluntad de muchos miles de trabajadores que, aun dentro de una sociedad de explotación, han sabido abrirse camino y dejar huella en las esferas más diversas de la vida espiritual y en la política. La historia no es escasa en ejemplos. Newton y Lomonósov, hijos de campesinos, fueron grandes sabios. Abraham Lincoln, un simple leñador, desempeñó un señalado papel en la guerra civil de los Estados Unidos y fue elegido su presidente. El Camarada Stalin hijo de un zapatero llego a ser uno de los lideres de la union Sovietica.Máximo Gorki, salido de un medio urbano muy modesto, llegó a ser un eximio escritor. La relación podría continuarse indefinidamente. Pero por cada una de estas grandes figuras salidas del pueblo, cientos y miles de hombres de talento se perdieron en el anonimato. La historia de la sociedad de explotación es un verdadero cementerio de talentos frustrados por falta de posibilidades. Una de las formidables ventajas que el socialismo significa es que pone fin a esa insensata dilapidación del mejor caudal que la sociedad posee y que es el talento de sus hombres. El socialismo suprime todos los privilegios estamentales, políticos y económicos, con lo que crea las condiciones para el desarrollo completo y la racional utilización de las facultades humanas. Esto, de por sí, acelera intensamente el progreso en todos los sectores de la vida social. Importancia de la tesis marxista sobre el papel decisivo de las masas populares en la historia. La tesis que afirma el papel decisivo de las masas populares en el desarrollo social ocupa un importante lugar en la teoría del marxismo-leninismo. Es lo que proporciona a la ciencia de la sociedad la clave para comprender la marcha del proceso histórico y lo que salva el defecto sustancial de todas las teorías históricas anteriores a Marx, las cuales dejaban al margen la acción de las masas del pueblo. De este modo, el estudio de la sociedad se centra en la actividad de las masas populares y de las condiciones de su vida, sin lo cual es imposible comprender la marcha de la historia.
La acertada comprensión del papel de las masas populares en la historia sirve de guía en la labor práctica de los partidos marxistas-leninistas y de cada uno de sus miembros. De entre todas sus facetas, le ayuda a separar lo principal en el trabajo organizativo, ideológico y de educación que realizan en el seno de los obreros y de los trabajadores en general, para concentrar en ello la atención y las energías. La historia conoce un buen número de partidos, incluso entre los que se crearon para defender los intereses de los trabajadores, que desaparecieron de la palestra política por no haber comprendido el significado de este trabajo y no haber sabido agrupar en torno de ellos a las masas. Así, una de las causas del fracaso del partido "Voluntad del Pueblo" en Rusia fue que sus jefes no estimaban en su valor a las masas, confiando por entero en la labor de los "hombres dotados de espíritu crítico", mientras que la lucha contra los opresores la reducían al terror individual. La tesis de la teoría marxista-leninista acerca del pueblo como creador de la historia tiene gran valor para las propias masas trabajadoras. Esta tesis echa por tierra uno de los mitos más caros al corazón de todos los explotadores -el de que la sociedad humana lo debe todo a un puñado de elegidos, sin los cuales no podría vivir ni conocería el progreso-; con ello despierta la conciencia de las masas trabajadoras, las eleva a la lucha por su emancipación y robustece su fe en el triunfo y en la realización de los ideales de una sociedad en la que las propias masas serán dueñas absolutas de sus destinos. La doctrina marxista acerca del papel de las masas populares en la historia despierta a la vez entre los trabajadores un profundo sentido de responsabilidad por la suerte común. Les hace ver que no hay que confiar en ningún "salvador", que quien únicamente puede emancipar a los pueblos del yugo y reformar la sociedad en consonancia con las aspiraciones de la mayoría del género humano son los propios trabajadores

miércoles, 22 de agosto de 2012

Formas fundamentales de la lucha de clase del proletariado.


La lucha de clase del proletariado adquiere formas distintas, según se desarrolle en el terreno económico, en el político o en el ideológico. Lucha económica. Se llama lucha económica la que los obreros mantienen para mejorar las condiciones de su vida y trabajo: por un mayor salario, por reducir la jornada, etc. El método más generalizado de lucha económica es la presentación de sus reivindicaciones por los obreros, que se declaran en huelga en el caso de no verlas satisfechas. Los sindicatos, las cajas de ayuda mutua y otras organizaciones son instrumentos de que la clase obrera se vale para proteger sus intereses económicos. Cualquier obrero, por escasa que sea su conciencia de clase, comprende la necesidad de defender sus intereses económicos inmediatos. Por eso es la lucha económica el primer escalón del movimiento obrero, sin que ello signifique que tal lucha pertenezca al pasado de la lucha de clase del proletariado. La defensa de las reivindicaciones económicas conserva todo su valor en nuestros días, incluso en aquellos países donde existe un movimiento obrero fuerte y organizado. Primeramente, la lucha económica permite mejorar un tanto la situación de la clase obrera aun dentro del capitalismo. Así lo demuestra la experiencia de muchos países, en que los obreros obligaron a la burguesía a hacerles importantes concesiones. Por esta razón, los comunistas -que son los luchadores más consecuentes cuando se trata de defender los intereses de la clase obrera y de todos los trabajadores- no pierden en ningún momento de vista la organización de la lucha económica del proletariado. En segundo lugar, la lucha por las reivindicaciones económicas, siendo como es la que antes y mejor comprenden las masas, incorpora al movimiento las más amplias capas de obreros, a los que sirve de necesaria escuela para la lucha contra el capitalismo y para la educación de su conciencia de clase. Quiere decirse que de ella depende en gran parte el éxito de las formas más elevadas del movimiento obrero.
Ahora bien, la lucha económica presenta una limitación: no afecta a las bases del régimen capitalista, por lo que no puede dar satisfacción al interés económico fundamental de los obreros, que es el verse libres de la explotación. Además, los éxitos de la lucha económica son muy frágiles si no vienen respaldados por las conquistas políticas. La burguesía aprovecha la menor oportunidad para retirar sus concesiones y pasar a la ofensiva contra los intereses económicos de la clase obrera. Por eso el marxismo-leninismo considera que el movimiento obrero no puede alcanzar victorias importantes si la lucha se circunscribe a la defensa de los intereses económicos inmediatos.
La verdadera lucha de clase del proletariado empieza en el momento en que rebasa el estrecho marco de la defensa de los intereses inmediatos de los obreros y se convierte en lucha política. Para esto es necesario, lo primero de todo, que los mejores hombres de la clase obrera de todo el país comiencen la lucha "contra toda la clase capitalista y contra el gobierno que defiende esa clase" (Lenin). Lucha ideológica. La lucha de la clase obrera, como la de cualquiera otra, viene impuesta por su propio interés. Este interés es producto de las relaciones económicas de la sociedad capitalista, que condenan a la clase obrera a la explotación, la opresión y las malas condiciones de vida. El interés de clase no es algo que haya inventado un teórico o partido, sino que existe objetivamente.
Pero esto no significa que la clase obrera adquiera automáticamente, de la noche a la mañana, conciencia de sus intereses. Cierto que las condiciones de vida del proletariado empujan a cada obrero hacia determinada manera de pensar, al tropezar continuamente con injusticias y con muestras de la desigualdad económica y social en que se encuentra. Esto origina entre los obreros un sentimiento de descontento, de irritación y de protesta. Mas no hay que identificar ese sentimiento con la conciencia del interés de clase. Según la define Lenin, la conciencia de clase "es la comprensión por los obreros de que el único medio que tienen para mejorar su situación y emanciparse es la lucha con la clase de los capitalistas y fabricantes... La conciencia de los obreros significa también la comprensión de que los intereses de todos los obreros de un país son iguales y solidarios, que ellos forman una clase distinta de todas las demás clases de la sociedad. Finalmente, la conciencia de clase de los obreros significa la comprensión por éstos de que para conseguir sus fines han de lograr una influencia sobre los asuntos públicos..." Esta conciencia no surge por generación espontánea en la cabeza de cada obrero.
Lo primero de todo, no es tan sencillo que el obrero se considere como elemento integrante de una clase especial. El albañil y el maquinista de locomotora, el tornero de primera y el peón, el minero y el cavador: todos se diferencian entre sí por el género de trabajo y, a menudo, por el nivel de vida. No puede asombrarnos que el movimiento obrero de muchos países haya pasado por la fase de la organización gremial, cuando el principio por el que se unían era el del oficio o especialización; por ejemplo, en un mismo ferrocarril podía haber sindicatos independientes de maquinistas, de fogoneros y de personal de obras. Y se daba el caso de que estos sindicatos tratasen de conseguir ventajas para "sus" afiliados a expensas de los otros obreros. Pero eso no es todo. No siempre cada obrero advierte de manera correcta el estado de opresión en que se encuentra en la sociedad capitalista. Puede, por ejemplo, atribuirlo a reveses personales. Entonces el descontento del obrero puede traducirse en el propósito de "llegar a ser algo", aunque sea a costa de sus compañeros. En casos muy contados lo consiguen, pero millones de trabajadores permanecen como estaban. La protesta elemental de los obreros puede también recaer sobre quienes en realidad no son sus enemigos. Por ejemplo, en la época de la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, entre el proletariado cundió el movimiento de los "rompedores de máquinas" (ludditas). Los obreros veían que el empleo de máquinas en la producción los condenaba al hombre, pero no podían comprender que el mal suyo no estaba en las máquinas, sino en el hecho de que estas máquinas pertenecieran a los capitalistas, quienes las aprovechaban para incrementar la explotación y llevar a la ruina a los trabajadores. Otro factor que se opone a que los obreros adquieran conciencia de sus intereses de clase es la nociva influencia de la ideología burguesa, de la propaganda que la burguesía lleva a cabo para confundir a los trabajadores. La formación de la conciencia de clase entre los obreros puede verse dificultada, por ejemplo, por la propagación en su seno de la idea de que la explotación es eterna y de que nada podrá cambiarla, de que se pueden conseguir mejorías mediante convenios y compromisos con la burguesía, o por las discordias nacionales que se siembran para escindir a los trabajadores, etc. Antes de que el proletariado adquiera conciencia de clase ha de recorrer, pues, un complejo proceso, el cual, según sean las condiciones concretas de cada país, puede transcurrir con rapidez mayor o menor, con mayores o menores dificultades. En ciertos países, el proceso se ha dilatado, y el proletariado, según la expresión de Marx, sigue siendo hoy día una "clase en sí" y no una "clase para sí", con conciencia como tal clase y de cuáles son sus verdaderos intereses. La mejor escuela de conciencia de clase para los obreros es la lucha diaria, sin exceptuar la defensa de sus intereses inmediatos. Mas esto es poco. Para que los obreros se eleven hasta un alto grado de conciencia de clase hace falta aún otra forma específica de lucha, que es la ideológica. La lucha ideológica del proletariado presupone, lo primero de todo, la adopción de una concepción del mundo, de una teoría científica que alumbre a la clase obrera el camino de su emancipación. La lucha de los obreros por sus intereses inmediatos, como es la lucha sindical, no es bastante para la aparición de ideas socialistas. La doctrina del socialismo podía ser únicamente fruto de las más avanzadas teorías filosóficas, económicas y políticas. Esta es la tarea que cumplieron unos gigantes del pensamiento como Marx y Engels, que consagraron toda su vida y su obra a la causa de la emancipación de la clase obrera. A ellos se debe la doctrina que con autenticidad científica revela cuál es el interés fundamental de los obreros -la necesidad de emanciparse de la explotación-, las vías para alcanzarlo -la destrucción por medios revolucionarios del capitalismo y la edificación del socialismo- y las bases de la táctica del movimiento obrero. . Pero la concepción científica del mundo propia de la clase obrera, obra de Marx y Engels, no es un compendio de respuestas a cuantos problemas puedan plantearse a los trabajadores en las etapas subsiguientes de la historia, en condiciones nuevas y en una nueva situación. Para que esta concepción del mundo sea siempre un arma afilada en la lucha de la clase obrera por la construcción de la sociedad socialista, hay que darle siempre forma concreta, desarrollarla y enriquecerla con los datos nuevos de la ciencia y con la nueva experiencia de la lucha de clase de millones y millones de trabajadores. Esta labor de creación teórica ha sido, es y será una importante tarea de los partidos marxistas-leninistas de la clase obrera. Para que la concepción científica del mundo propia de la clase obrera cumpla su papel en la lucha de liberación, ha de prender en las masas. De ahí se desprende la necesidad de que sea llevada al movimiento obrero desde fuera de la lucha económica y del marco de las relaciones de los obreros y patronos. Esta es la función que cumple el partido marxista-leninista, el cual, tal como Lenin lo define, une las ideas del socialismo con el movimiento de masas de los obreros.
Otra tarea de capital importancia de la lucha ideológica es la de conservar en cualquier circunstancia la pureza de la concepción socialista de la clase obrera, sin permitir que los enemigos la deformen y priven así al proletariado de tan aguzada arma. Todos sabemos que en cuanto el marxismo-leninismo se convirtió en una potente fuerza ideológica, los enemigos de la clase obrera centraron sobre él sus fuegos; y no sólo de frente, sino también por la retaguardia, para lo cual echaron mano de sus agentes en el movimiento obrero. Con el pretexto de "perfeccionar" el marxismo, lo que hacen es deformarlo y convertirlo en algo inofensivo para la burguesía e inútil para los obreros. Tal es el sentido de la labor "teórica" de los oportunistas de toda laya, de los reformistas y revisionistas, contra la cual han de combatir todos los obreros conscientes y, en primer término, los partidos marxistas-leninistas. La lucha ideológica del proletariado no se reduce a la formación de la conciencia de clase entre los obreros y a la propaganda del marxismo-leninismo. La clase obrera no mantiene su lucha de liberación sola, sino en alianza con todos los trabajadores, de los cuales es la vanguardia. De ahí que otra importante faceta de la lucha ideológica de los obreros es la tarea de apartar a las masas no proletarias -campesinos, pequeña burguesía, intelectuales- de la influencia de las ideas burguesas y ganarlas para el socialismo. Lucha política. La forma superior de la lucha de clase de los obreros es la lucha política. El proletariado advierte ya la necesidad de mantenerla cuando trata de defender simplemente sus reivindicaciones económicas. Los capitalistas tienen de su parte al Estado burgués, que les ayuda a hacer fracasar y aplastar las huelgas, que pone trabas a la labor de los sindicatos y demás organizaciones obreras, etc. La propia vida empuja, pues, a la clase obrera a luchar no sólo contra "su" capitalista, sino también contra el Estado burgués, que defiende los intereses de la clase capitalista en su conjunto. De otra parte, una lucha política amplia es posible únicamente cuando la clase obrera, o al menos su parte avanzada, ha adquirido conciencia de clase y tiene noción clara de sus intereses.
La lucha política de la clase obrera abarca por completo la esfera de la vida social relacionada con su posición frente a las otras clases y capas de la sociedad burguesa, al Estado burgués y a la actividad de éste. "La conciencia de la clase obrera -escribe V. I. Lenin- no puede ser verdaderamente política si los obreros no aprenden a hacerse eco a todos y cada uno de los casos de arbitrariedad y opresión, de violencia y abuso, cualquiera que sea la clase a que estos casos se refieran." Ello presupone la existencia de estrechos vínculos entre la defensa de los intereses de la clase obrera y la lucha por las libertades y derechos democráticos en un amplio sentido, contra la antipopular política exterior de la burguesía y, en muchos países, por la independencia nacional, etc.
Todas estas facetas de la actuación política de la clase obrera son de por sí muy importantes, sobre todo en las condiciones actuales. Pero no sería correcto reducir a ellas las tareas de la lucha política. "No es bastante -escribe Lenin- que la lucha de clases llegue a ser auténtica, consecuente y desarrollada sólo cuando abarca la esfera de la política... El marxismo admite que la lucha de clases se ha desarrollado por completo y es «nacional» sólo cuando además de abarcar la política toma en ésta lo que es más esencial: la organización del poder." Eso es lo que diferencia al marxista del liberal adocenado, que está dispuesto a admitir la lucha de clases incluso en la esfera política, pero siempre y cuando se prescinda de la lucha de los obreros por derribar el capitalismo y conquistar el poder. De todo lo dicho se desprende claramente la causa de que la teoría marxista-leninista, que ve el origen de toda lucha de clases en sus intereses materiales, económicos, subraya a la vez la primacía de la política frente a la economía, coloque la forma política de la lucha de clases por encima de cualquiera otra y considere como política toda lucha de clases. La lucha económica y la ideológica no constituyen un fin de por sí; tanto la una como la otra, con todo el valor que indudablemente tienen, se hallan subordinadas a los fines políticos de los obreros, que son superiores, y a las tareas de su lucha política, que es la única que puede dar satisfacción al interés fundamental de la clase obrera: emanciparse de la explotación. Los obreros ajustan su lucha política a las circunstancias de cada caso y recurren a los procedimientos más diversos, desde las manifestaciones, huelgas políticas (en defensa de determinadas reivindicaciones políticas) e intervención en las elecciones y parlamentos, hasta la insurrección armada. Los fines y métodos de la lucha política exigen formas más elevadas de organización de la clase obrera, y ante todo la creación del partido político del proletariado. Según demuestra la experiencia, la aparición de tal partido es un fenómeno regular en la historia del movimiento obrero. La lucha política exige también la agrupación internacional -y no sólo nacional- de la clase obrera y de todos los trabajadores con el fin de aunar sus esfuerzos. La revolución proletaria. El escalón superior de la lucha de clase del proletariado es la revolución.
Los enemigos del comunismo presentan la revolución proletaria como obra de un reducido grupo de "conjurados". Esto es un embuste como un templo. El marxismo-leninismo no admite la táctica de las "revoluciones de palacio", de los golpes, de la toma del poder por una minoría armada. Así se desprende lógicamente de la interpretación marxista de los procesos sociales. Porque las causas de la revolución residen en última instancia en las condiciones de vida material de la sociedad, en el conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Este conflicto toma cuerpo en el choque de grandes masas humanas, de clases, que se levantan a la lucha empujadas por causas objetivas que no dependen de la voluntad de determinados individuos o grupos y ni siquiera de partidos. El Partido Comunista organiza las acciones de las masas, las dirige, pero sin tratar de hacer la revolución "por ellas" y sólo con sus propias fuerzas. La revolución socialista de la clase obrera se diferencia de todas las revoluciones sociales anteriores y presenta una serie de características que le son propias. La principal es que las revoluciones anteriores se limitaban a sustituir una forma de explotación por otra, mientras que la revolución socialista acaba con toda explotación y, en última instancia, conduce a la desaparición de las clases. Es la más profunda de cuantas transformaciones conoce la historia, significa la reorganización completa, de arriba abajo, de las relaciones sociales. La revolución socialista pone fin a la milenaria existencia de la sociedad de explotación y a la opresión, cualquiera que sea la forma que ésta adopte; es el comienzo de una época de verdadera fraternidad e igualdad entre los hombres, del establecimiento de la paz perpetua en la tierra y del completo saneamiento social del género humano. Ahí reside el formidable valor humano de la revolución proletaria, que marca un importantísimo jalón en la historia. El carácter de la revolución socialista determina el nuevo papel del pueblo en la conmoción revolucionaria. Las masas trabajadoras participaron también activamente en las revoluciones de antaño, cuando se trataba de derribar a los esclavistas y a los señores feudales. Pero entonces eran simplemente la fuerza de choque que allanaba el camino del poder a una nueva clase explotadora. Porque todo se reducía a sustituir una forma de explotación por otra. Otra cosa muy distinta es la revolución de la clase obrera. Los obreros, que constituyen una parte importante de las masas trabajadoras (en muchos países la más cuantiosa), no cumplen sólo el papel de fuerza de choque; ejercen también la hegemonía, son quienes inspiran y dirigen la revolución. Y el triunfo de la clase obrera significa la supresión completa de la explotación del hombre por el hombre y la emancipación de los trabajadores de la opresión que gravitaba sobre ellos en todos los órdenes de la vida.
Quiere decirse que la revolución proletaria es la revolución que las propias masas trabajadoras hacen en beneficio propio. No puede, pues, extrañarnos que los trabajadores, en el curso de la revolución socialista, revelen un inagotable manantial de iniciativa, promuevan de su seno a excelentes jefes y revolucionarios y encuentren nuevas formas de poder, distintas a cuanto hasta entonces conocía la historia. Prueba de ello son las revoluciones socialistas de Rusia, China y todas las democracias populares. La revolución socialista comprende en cualquier país capitalista un período bastante largo de transición del capitalismo al socialismo. Su comienzo es la revolución política, es decir, la conquista del poder por la clase obrera, y sólo entonces es cuando se puede producir el paso del capitalismo al socialismo. Históricamente, la revolución socialista significa la supresión de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción y de las relaciones capitalistas de producción entre los hombres, que son sustituidas por la propiedad social, socialista, sobre los medios de producción y por las relaciones de producción socialistas. Esto es imposible conseguirlo mientras en el poder se encuentre la burguesía. El Estado burgués es el principal obstáculo que se levanta para la transformación del sistema capitalista. Sirve fielmente a los explotadores y guarda su propiedad. Para desposeer a las clases dirigentes y entregar sus propiedades a la sociedad entera hay que desplazar del poder a los capitalistas y colocar en él al pueblo trabajador. El Estado de la burguesía ha de ser sustituido por el Estado de los trabajadores. Tal Estado es también necesario porque sólo teniendo en sus manos el poder se encuentra la clase obrera en condiciones de hacer frente a las enormes tareas de construcción de la nueva sociedad que la revolución socialista le plantea. Las revoluciones anteriores tenían principalmente la misión de destruir. Así nos lo dicen claramente el ejemplo de las revoluciones burguesas. Lo que sobre todo habían de hacer era barrer las relaciones feudales, romper las trabas con que la vieja sociedad se oponía al avance de la producción y limpiar el camino para el ulterior incremento del capitalismo. A esto se reducían, en lo fundamental, las tareas de la revolución burguesa. Las relaciones económicas capitalistas habían aparecido mucho antes y durante largo tiempo se habían desarrollado en el seno del régimen feudal. Esto era posible porque la propiedad burguesa y la feudal son dos formas de propiedad privada. Existían contradicciones entre ellas, pero durante cierto tiempo pudieron vivir una junto a la otra. La revolución socialista cumple también la función de destruir las relaciones caducas, principalmente capitalistas, y en ocasiones también feudales, que se mantenían en forma de supervivencias más o menos vigorosas. Pero a las tareas de destrucción se suman las de creación en el campo social y económico, muy complejas y de extraordinario volumen, que son lo que principalmente dan contenido a esta revolución.
Las relaciones socialistas no pueden nacer en el seno del capitalismo. Aparecen después de que los obreros han tomado el poder, cuando el Estado de los trabajadores nacionaliza las fábricas, las minas, los transportes, los bancos, etc., es decir, la propiedad de los capitalistas sobre los medios de producción, y los convierte en propiedad social, socialista. Es evidente que nada de esto podría hacerse antes de que el poder pase a las manos de la clase obrera. Pero la nacionalización de la propiedad capitalista no es sino el comienzo de las transformaciones revolucionarias que la clase obrera lleva a efecto. Para pasar al socialismo hay que extender las relaciones socialistas a toda la economía, organizar sobre una base nueva la vida económica del pueblo, crear una eficaz economía planificada, reestructurar según los principios socialistas las relaciones sociales y políticas y resolver complejos problemas en la esfera de la cultura y la educación. Todo esto es un enorme trabajo y en su realización corresponde un papel de excepcional importancia al Estado socialista, que es el instrumento mejor de que los trabajadores disponen para construir el socialismo, y más tarde el comunismo. Por ello, cuando se afirma, como hacen los oportunistas, que el socialismo se puede construir dejando el poder político en manos de la burguesía, se incurre en un error manifiesto; esto no significa más que engañar a la gente y sembrar en el pueblo dañosas ilusiones. La revolución política de la clase obrera puede adoptar formas diversas. Puede ser llevada a cabo por la insurrección armada, como ocurrió en Rusia en octubre de 1917. En condiciones excepcionalmente favorables, el paso del poder al pueblo puede realizarse pacíficamente, sin insurrección armada ni guerra civil. Pero cualquiera que sea la forma en que transcurra la revolución política del proletariado, siempre es la culminación de la lucha de clases. Como consecuencia de la revolución se implanta la dictadura del proletariado, es decir, el poder de los trabajadores, dirigida por la clase obrera. Una vez ha conquistado el poder, la clase obrera se encuentra con el problema de la maquinaria del viejo Estado, de la policía, los tribunales, la Administración, etc. ¿Qué hacer con ello? En las revoluciones anteriores, cuando la clase nueva llegaba al poder acomodaba a sus necesidades el viejo aparato estatal y gobernaba con su ayuda. Esto era posible porque las revoluciones se limitaban a sustituir la dominación de una clase explotadora por la dominación de otra clase también explotadora.
La clase obrera no puede proceder así. La policía, la gendarmería, los tribunales y demás organismos que durante siglos enteros estuvieron al servicio de las clases explotadoras no pueden pasar simplemente a depender de aquellos a quienes hasta entonces oprimían. El aparato estatal no es una máquina como otra cualquiera, que obedece por igual a quien la maneja: podremos cambiar de maquinista, pero la locomotora seguirá arrastrando el tren. Pero la máquina del Estado burgués es de tal carácter que no puede servir a la clase obrera. Por los elementos que la integran y por su misma estructura está adaptada de manera que cumpla la función esencial de ese Estado: mantener a los obreros sujetos, bajo la dependencia de la burguesía. De ahí la afirmación de Marx de que todas las revoluciones anteriores se limitaron a perfeccionar la vieja maquinaria estatal, mientras que la revolución obrera ha de destruirla y sustituirla por un Estado propio, proletario. Otro factor importante en cuanto a la creación del nuevo aparato estatal es que ayuda a incorporar las grandes masas del pueblo a la causa de la clase obrera. La gente tiene constantemente que relacionarse con los órganos de poder. Y cuando los trabajadores ven que las instituciones de gobierno están regidas por hombres salidos del pueblo, cuando ven que los organismos estatales tratan de dar satisfacción a las necesidades diarias de los que trabajan y no de los ricos, esto, mejor que cualquier propaganda, explica a las masas que el nuevo poder es el poder del propio pueblo. El modo como la vieja maquinaria estatal será destruida depende de muchas circunstancias, entre las que se cuenta, por ejemplo, si la revolución se llevó a cabo por vía violenta o pacífica. No obstante, cualesquiera que sean las condiciones, la destrucción del viejo aparato de poder y la creación de otro nuevo siempre será una tarea primordial de la revolución proletaria. La fuerza principal y decisiva de la revolución socialista puede ser sólo la clase obrera, sin que esto quiera decir que sea ella la que la realiza exclusivamente. Los intereses de la clase obrera coinciden con los intereses de todos los trabajadores, o sea de la inmensa mayoría de la población. En virtud de ello es posible la alianza de la clase obrera -que mantiene la hegemonía- con las más grandes masas de trabajadores. Las masas aliadas de la clase obrera no acuden de ordinario inmediatamente, sino que lo hacen poco a poco, en apoyo de la consigna de la revolución socialista y del establecimiento de la dictadura del proletariado. La experiencia histórica demuestra que la revolución proletaria puede producirse como prolongación de la revolución democrático-burguesa, del movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos y de la lucha de liberación contra el fascismo o contra el imperialismo. La revolución proletaria exige mucho de los partidos de la clase obrera. Una de las condiciones principales para el triunfo es la dirección enérgica y acertada de la lucha de las masas por parte de los partidos marxistas.
La época de las revoluciones socialistas significa toda una etapa en el desarrollo de la humanidad. Tarde o temprano, las revoluciones socialistas abarcarán a todos los pueblos y países. Según sea el lugar en que se produzcan, adoptan formas peculiares, en dependencia de las condiciones históricas concretas y de las características y tradiciones nacionales. Pero las revoluciones proletarias se subordinan, en todos los países, a unas leyes comunes que fueron descubiertas por la teoría marxista-leninista.

jueves, 16 de agosto de 2012

Profundización y ampliación de los antagonismos de clase


Los cambios producidos en la economía del capitalismo, provocados por el incremento de sus dificultades y contradicciones, así como por el paso a formas nuevas -monopolismo de Estado- de dominación, afectan muy de cerca a las diversas clases y grupos sociales de la sociedad burguesa. La clase obrera y el capital.
A medida que avanza la crisis general del capitalismo, la explotación de la clase obrera se acentúa inevitablemente y su situación empeora. Esto se manifiesta, ante todo, en la inusitada intensificación del trabajo, con su secuela del incremento de accidentes y enfermedades que son producto de la gran tensión a que el obrero se ve sometido. La intensificación del trabajo provoca el rápido desgaste del organismo y la reducción del período en que los obreros pueden rendir plenamente. Las riquezas que se crean a este precio son enormes. Pero son unas riquezas que van a parar a los explotadores, mientras que la parte de los obreros en la renta nacional se reduce a proporciones aún menores. Es cierto que durante las últimas décadas se ha observado casi en todos los sitios un considerable aumento del salario nominal de los obreros. Pero tal aumento se ha visto reducido casi a la nada por la desvalorización del dinero y por la elevación de los impuestos, por lo que el salario real, en la mayoría de los países capitalistas, no ha aumentado o lo ha hecho en proporciones muy escasas. Así, en la industria transformativa de los Estados Unidos, el salario real medio (descontando los impuestos y las pérdidas por desocupación) durante diez años (1945-1954) se mantuvo por debajo del nivel de 1944, y sólo en 1955-1956 lo superó entre un dos y un seis por ciento. En 1957, y particularmente en 1958, el nivel de vida de los obreros norteamericanos ha descendido de nuevo. En Francia, el salario real medio de los obreros, en la mayor parte de las categorías, sólo después de 1954 sobrepasó un tanto el nivel de 1938. En Inglaterra, hasta 1956 no se consiguió un aumento del dos al tres por ciento respecto de los salarios anteriores a la guerra. Mas las cifras escuetas de los salarios no proporcionan aún una noción completa de la situación material de la clase obrera. Hemos de tener presente el valor de la fuerza de trabajo, que viene determinado singularmente por los gastos necesarios para su conservación y reproducción. Y el valor de la fuerza de trabajo ha aumentado considerablemente en los últimos decenios. Primero, por la intensificación del trabajo. Es evidente que cuanto mayor es ésta más elevados serán los gastos necesarios para que el obrero reponga sus energías. Segundo, por el cambio de las necesidades, históricamente condicionadas, del obrero y de su familia.
Últimamente, por ejemplo, se ha producido un crecimiento vertiginoso de las ciudades. Una parte cada vez mayor de los obreros vive lejos de las empresas, por lo que los gastos de transporte se convierten en un capítulo importante en el presupuesto de esos trabajadores. Otro cambio característico de las últimas décadas es que las esposas y las madres de los obreros, que antes se dedicaban únicamente a las faenas domésticas, se han incomparado también a la fábrica. Si bien esto aumenta algo el presupuesto familiar, aparecen gastos nuevos: máquinas y aparatos que alivian el trabajo doméstico, alimentos más caros (prefabricados), etc. También han crecido los gastos de la familia obrera en asistencia médica y medicamentos. La necesidad que la industria moderna experimenta de trabajadores con buenos conocimientos generales hace más costosa la educación de los hijos. Debido a estos factores, el valor de la fuerza de trabajo es de ordinario bastante mayor que el volumen del salario real. Una noción de esta diferencia puede adquirirse comparando el salario real con el mínimo de vida, que refleja en cierta medida las necesidades del obrero y su familia. En los Estados Unidos, por ejemplo, el salario medio en la industria transformativa era menor que el mínimo de vida de una familia de cuatro personas (cálculo del Comité del profesor Heller, admitido por la ciencia oficial burguesa): en 1944 el 19 por ciento y en 1958 el 29 por ciento. En Alemania Occidental, el mínimo de vida para una familia de cuatro personas era en 1955 de 445 marcos al mes, pero el 70 por ciento aproximadamente de los obreros percibían un salario inferior a esta suma. El capitalismo contemporáneo tiene como compañero casi inseparable a la desocupación crónica. En un país como Estados Unidos, hasta en los años de elevada coyuntura, se mantiene al nivel de los tres millones de parados totales y un número todavía mayor de parados parciales. En Italia, durante todo el período que sigue a la guerra, el ejército de desocupados y semidesocupados no ha bajado de los dos millones y medio. Además, atendidas las condiciones del capitalismo contemporáneo, es más inestable que nunca la situación de los obreros y la inseguridad en que se sienten ante el futuro. No se trata sólo del miedo a las crisis y a la desocupación en masa, es también el constante temor a perder la capacidad de trabajo por accidente, enfermedad o por la excesiva tensión a que se hallan sujetos. La perspectiva de una vejez prematura y sin recursos es para los obreros una verdadera pesadilla. La inestabilidad económica de la clase obrera se acentúa también por el incremento del crédito de consumo o sistema de compra a plazos. Las deudas de estas compras a plazos han crecido en los Estados Unidos, entre 1945 y 1957, de 5.600 a 44.800 millones de dólares. Este sistema de crédito puede aliviar de momento las condiciones de vida del obrero, pues de otro modo jamás podría adquirir muchos de los objetos que usa. En cambio, hace aún más terrible la amenaza no ya de perder el trabajo, sino de toda interrupción en el mismo: si deja de pagar un plazo pierde, además de los objetos adquiridos, las sumas satisfechas anteriormente.
Por lo tanto, la tendencia característica dentro del capitalismo, por la que la clase obrera ve empeorar su
situación, sigue vigente por completo en nuestros días. Es verdad que en los últimos diez o quince años la clase obrera de algunos países capitalistas ha logrado ciertas mejoras. Pero esto no se debe en modo alguno a que dicha tendencia del capitalismo dejase de obrar. La causa principal es que después de la guerra ha habido condiciones más propicias en la lucha de la clase obrera por sus intereses económicos (gracias sobre todo a los éxitos de los países socialistas) y se ha incrementado su resistencia a los monopolios. De ahí que se deba llegar a la conclusión de que incluso allí donde la clase obrera (o algunos grupos de ella) vive algo mejor que antes, esto no es prueba de que el antagonismo entre el trabajo y el capital haya perdido virulencia. Antes al contrario, los cambios experimentados por el capitalismo en los últimos tiempos han aumentado de hecho las causas para el conflicto de clase, al incrementar las contradicciones entre la clase obrera y los capitalistas. Las amenazas a que se ven sometidas la paz, la democracia y la independencia nacional, derivadas de la dominación de los monopolios, entrañan calamidades particularmente graves para la clase obrera precisamente, con lo que la enfrentan todavía más a la burguesía monopolista. Esto no conduce siempre a un ascenso real de la lucha de clases. Los hechos nos dicen que dentro del capitalismo contemporáneo, lo mismo que antes, el movimiento obrero avanza irregularmente, y en ciertos países hay ocasiones en que se retrasa claramente de las tareas de clase ya maduras del proletariado. La causa principal de que así suceda es el robustecimiento de la opresión política de los monopolios, que se valen más y más de la máquina del Estado para la represión del movimiento obrero. Donde antes los obreros habían de tratar con uno u otro patrono, cada vez más a menudo tropiezan con toda la potencia del Estado imperialista. Apoyándose en él, los monopolios han montado un aparato enorme de represión contra los proletarios. Han establecido el control sobre la labor de los sindicatos y la regulación forzosa de las relaciones de trabajo. Cada vez son más comunes métodos de lucha contra los obreros como las "listas negras", la organización de "policía fabril", etc. En ocasiones, hasta en los países burgueses que no han acabado oficialmente con la democracia burguesa se requiere gran abnegación y heroísmo para recurrir a formas tan elementales de la lucha de clases como es una simple huelga. Sin embargo, estos métodos de la burguesía monopolista no han podido suprimir ni la causa primera de la lucha de clase de los obreros -el antagonismo entre el trabajo y el capital- ni esta misma lucha.
Hemos de tener presente que también la clase obrera se ha desarrollado vigorosamente en estos últimos tiempos; en muchos países ha ganado en organización, conciencia y combatividad. Los cambios operados en el mundo -derrota del fascismo alemán e italiano, que eran baluartes de la reacción internacional, éxitos del socialismo mundial, incremento de la lucha de liberación de los pueblos en las colonias- han creado condiciones internacionales más propicias para la lucha de los obreros de los países capitalistas. A pesar de la feroz dictadura de los monopolios establecida en Estados Unidos y otros países, la clase obrera no ha rendido las armas; en todos los sitios continúa su lucha, aunque a veces no ataque en todo el frente, aunque esquive el choque directo con movimientos de rodeo, menos costosos y que responden mejor a las circunstancias. Así, pues, la realidad de nuestros días desmiente por completo el mito de la "paz social" difundido por los socialistas de derecha y los revisionistas como algo que vino a sustituir la época de la lucha de clases. Ocurre lo contrario, como más adelante veremos; los cambios sufridos por el capitalismo acentúan las viejas contradicciones de clase y engendran otras nuevas. Además del gran conflicto de clase -entre el trabajo y el capital- crece y se agudiza el antagonismo entre el puñado de monopolistas y la totalidad del pueblo. Esto hace que la lucha de clase de los trabajadores abarque a capas cada vez más amplias de la población, penetre en las células más alejadas y "tranquilas" de la sociedad y gane en intensidad y virulencia. Qué sucede a las demás clases de la sociedad burguesa en nuestros días. Además de la clase obrera y de los capitalistas, en la sociedad burguesa hay otras clases y capas: los campesinos, la pequeña burguesía urbana (artesanos, pequeños comerciantes), los intelectuales, los empleados. Por su número y su papel en la vida social, estas "capas medias" representan una fuerza nada despreciable. ¿Qué suerte corren dentro del capitalismo contemporáneo? Los ideólogos de la burguesía reaccionaria afirman que se está produciendo un proceso de gradual ampliación de las "capas medias" a expensas de otras clases. La sociedad, dicen, se va convirtiendo en un cuerpo integrado únicamente por una "capa media" cuya situación mejora incesantemente. De este modo, prosiguen los teóricos reaccionarios, la sociedad capitalista va perdiendo los antagonismos de clase y se convierte en una sociedad de "armonía social".
Los hechos se oponen rotundamente a esta versión, expuesta sólo con fines de propaganda. Lo que nos dicen es que el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado significa la ruina para una parte importante de las "capas medias". Esto se refiere ante todo a los pequeños productores independientes (a las "capas medias" viejas, es decir, a aquellas que subsisten como algo que pudiéramos llamar supervivencias del modo precapitalista de producción y de las formas de cambio que le eran propias), como son los campesinos, los artesanos, etc. En Alemania Occidental, por ejemplo, entre 1949 y 1958 se arruinaron más de 200.000 haciendas campesinas. En Estados Unidos, el número de granjas, de 1940 a 1954, ha disminuido en 1.315.000. La historia confirma así rotundamente la conclusión marxista de que, en virtud de la ley general de acumulación del capital, el número de propietarios se reduce sin cesar, mientras que aumenta el de quienes se ven obligados a vivir del trabajo asalariado. Con el capitalismo monopolista de Estado la ruina en masa de los pequeños productores independientes no se debe ya sólo a la competencia del gran capital. Mediante toda una serie de medidas estatales (regulación de precios y créditos, etc.) los monopolios aceleran conscientemente este proceso y se orientan hacia la supresión de los pequeños productores o hacia su subordinación completa. Sabemos que cada vez es mayor el número de pequeños productores y comerciantes que sólo son "independientes" en el papel: sus medios de producción pertenecen de hecho a los acreedores, a los bancos, a las grandes compañías. Mientras que la capa de los pequeños productores se arruina y va desapareciendo, entre los intelectuales, empleados y demás elementos que integran las "capas medias" nuevas se observa el proceso contrario. El incremento de la técnica y la hipertrofia del aparato de dirección (lo mismo en la economía que en la administración pública) trae consigo el rápido aumento, en número y peso, de los empleados, ingenieros, técnicos y personal científico, personal de oficina, especialistas en el comercio y publicidad, de los trabajadores de la prensa, la enseñanza, el arte, etc. Pero la situación de estas crecientes capas sociales tiende también a empeorar, aunque sólo sea porque el trabajo de la gran mayoría de los intelectuales, al aumentar el número de éstos, es cada vez menos pagado y pierde el carácter privilegiado que antes tenía. Así nos lo demuestra singularmente el ejemplo de los empleados. En 1890 el sueldo medio de un empleado norteamericano era el doble que el salario medio del obrero. En 1920 la diferencia se había reducido al 65 por ciento. Y en 1952 el sueldo medio del empleado era, aproximadamente, el 96 por ciento del salario medio del obrero. Sueldos míseros perciben los maestros, muchos grupos de trabajadores científicos y el personal de otras especialidades. Los cambios producidos en la situación de los trabajadores intelectuales no se circunscriben, sin embargo, al aspecto económico. Un fenómeno característico es la pérdida de su independencia en la mayoría de los casos, incluso entre las profesiones liberales (abogados, médicos, hombres de la ciencia y del arte, etc.). La mayor parte de ellos pasan a trabajar por contrata, es decir, que se incorporan a quienes son explotados directamente por las corporaciones capitalistas. Esto limita la libertad profesional de los intelectuales, que se ven obligados a servir a los más bajos intereses de los grupos monopolistas, y los somete a un asfixiante control político. Toda clase de medidas reaccionarias características en la política de los monopolios -represiones, humillantes comprobaciones de "lealtad"- caen con toda su fuerza no sólo sobre la parte avanzada de la clase obrera, sino también sobre los intelectuales. Las graves repercusiones que esto trae consigo encuentran fiel reflejo en las siguientes palabras de Alberto Einstein, sabio famoso que fue testigo del desenfreno de la reacción primero en su patria, Alemania, y luego en Estados Unidos, a donde emigró para ponerse a salvo de la persecución de los fascistas: "Si de nuevo fuera joven y hubiera de escoger profesión, no trataría de ser hombre de ciencia o profesor. Preferiría ser fontanero o vendedor ambulante, con la esperanza de encontrar la modesta independencia que aún es posible en las condiciones actuales." ¡Cuál debe de ser la situación de los hombres de ciencia en la actual sociedad burguesa si hasta los más grandes sabios sueñan con la miserable "independencia" a que aún puede aspirar el fontanero o el vendedor ambulante! Al hablar de las "capas medias" hemos de tener presente que en ellas están incluidos también grupos sociales que sirven de buen grado a la burguesía reaccionaria: altos funcionarios, altos empleados de las corporaciones, capas privilegiadas de intelectuales, etc. Pero estos grupos son una minoría muy reducida y por ellos no se puede juzgar la situación de las "capas medias" en su conjunto. Si las tomamos en bloque, las contradicciones que las separan del grupo dirigente de monopolistas se hacen más agudas, hondas e irreductibles a medida que el capitalismo monopolista de Estado se desarrolla. En este sentido, la posición política de las "capas medias" y su puesto en las relaciones de clase de la sociedad burguesa cambian sustancialmente en nuestra época. Hubo un tiempo en que la mayor parte de las "capas medias" (la parte acomodada de los campesinos en los países capitalistas desarrollados, pequeños patronos y comerciantes, etc.) daba estabilidad al poder de la burguesía dominante.
Hoy, tanto las "capas medias" viejas como las nuevas, no robustecen, sino que, al contrario,debilitan las posiciones del grupo dirigente de la burguesía que son los monopolistas. Por su situación y sus intereses, estas capas -pese a todo cuanto digan los ideólogos burgueses y reformistas- se polarizan cada vez más frente a los monopolios y se convierten en aliados naturales de la clase obrera. Movidos por sus deseos de deformar el cuadro de las relaciones de clase, los teóricos reaccionarios no escatiman tampoco esfuerzos para sembrar la confusión en el problema de la clase dominante, afirmando que en la sociedad burguesa contemporánea decrecen el poder y la influencia de los capitalistas. Estos, nos dicen, han perdido, o en todo caso están perdiendo, su preponderancia; sin revolución alguna, por "vía pacífica", se retiran de la palestra social. ¿Qué es lo que mueve a estos teóricos -desde los apologistas declarados de los monopolios hasta los revisionistas- a ver tal mengua en la dominación de los capitalistas? Lo primero de todo, la supuesta desaparición de la propiedad capitalista, que es sustituida por la propiedad de un gran número de accionistas pertenecientes a las clases más diversas de la sociedad, con lo que se lleva a cabo una "revolución en los ingresos" que iguala el nivel de vida de la población. Pero en este caso, bajo la nueva etiqueta de "capitalismo popular" lo que en realidad se propugna es la vieja teoría, hace tiempo criticada por Lenin, de la "democratización" del capital mediante la emisión de pequeñas acciones. En cuanto a la "revolución en los ingresos", lo que de hecho ocurre es una mayor polarización de las riquezas; cada vez es más ancho y profundo el abismo que se abre entre el puñado de multimillonarios y la gran masa de los desposeídos. En los EE.UU., en 1956, según datos oficiales, cerca de 5,5 millones de familias, con un total de 17 a 20 millones de personas, obtuvieron un ingreso global menor que las ganancias netas de 17 grandes monopolios.
Los teóricos reaccionarios, en su afán por acumular pruebas de la "desaparición" de los capitalistas como clase, hablan constantemente también acerca de los impuestos que gravan los superbeneficios y la herencia, afirmando que ello significa la transición "pacífica" de la propiedad privada a la sociedad en su conjunto. Estos impuestos son realmente elevados, llegando a sobrepasar el 50 por ciento de los beneficios. Ahora bien, las corporaciones conocen decenas de procedimientos para eludir la tributación fiscal. Y además, las cantidades entregadas por este concepto revierten con creces a los capitalistas a través de los suculentos pedidos que les hace el gobierno y de los privilegios de toda clase que les concede, en una palabra, con ayuda del mecanismo de intervención estatal en la economía a que antes nos referíamos. Y así ocurre que ni siquiera los defensores más acérrimos de los monopolios pueden presentar un solo caso de monopolistas a quienes los impuestos les hayan causado la ruina y cuyos bienes hayan pasado a manos de la sociedad. En la propaganda burguesa de los últimos tiempos se ha aireado sin tasa la teoría de la "revolución de los gerentes", según la cual el auténtico poder en la economía (y por tanto en la política) pasa en los países burgueses a quienes "formalmente" lo ejercen, es decir, a quienes de hecho dirigen (directores, miembros de los consejos de administración y comités ejecutivos de las corporaciones, alto personal técnico, etc.). Estos hombres, según los teóricos reaccionarios, forman una nueva clase gobernante que obra en interés de toda la sociedad. El papel de los capitalistas en la producción cambia, en efecto; los propietarios pierden las últimas funciones útiles que cumplían y las transfieren a empleados asalariados. Esto es otro argumento que habla en favor de la expropiación del capital y del paso al socialismo. Pero la naturaleza explotadora del capitalismo no sufre por esto ni un ápice. Porque el poder verdadero sobre la producción sigue en manos de los propietarios, y no de quienes en su nombre dirigen el proceso tecnológico, organizan la contabilidad, el abastecimiento, la venta de los productos, etc. Los ingenieros y empleados de las compañías monopolistas no pueden desplazar a los dueños u obligarles a renunciar a parte de las ganancias en beneficio de los obreros. Los dueños, en cambio, lo mismo que hace cien años, pueden quitar y poner a sus ingenieros y empleados, a los cuales dictan su voluntad. Entre los altos empleados de los trusts los hay, se comprende, que gozan de grandes poderes: presidentes de compañías anónimas o de consejos de administración, etc. Pero en realidad se trata de los mismos capitalistas, que perciben parte de los beneficios en forma de sueldo. No existen, pues, los cambios en la situación de la clase capitalista de que tanto hablan los teóricos burgueses, reformistas y revisionistas. Esto no significa, sin embargo, que la situación de la burguesía haya permanecido invariable en los últimos decenios. Los cambios producidos son indudables. El principal de ellos es que se ha acentuado la diferenciación en el seno de esta clase. Nunca fue la burguesía un conjunto homogéneo, pero en nuestra época su diferenciación ha adquirido formas sustancialmente nuevas.
El puñado de monopolios que tiene bajo su poder a la maquinaria del Estado se eleva cada vez más no sólo sobre la sociedad, sino también sobre la clase capitalista. Resulta casi imposible hacerse un puesto entre los todopoderosos, propietarios de los grandes consorcios y trusts, no ya para el simple mortal, sino incluso para el capitalista medio, por hábil y diestro que sea. En lugar de unos cuantos grupos de la burguesía, que se suceden unos a otros, a la cabeza de la sociedad figura un puñado de monopolistas, siempre los mismos y que de hecho no tienen responsabilidad alguna, que se apoyan en un estrecho círculo de altos funcionarios de las corporaciones, directamente relacionados con ellos, y de representantes de las esferas burocráticas y del ejército. La ruina afecta como consecuencia de ello a partes cada vez mayores de los patronos pequeños y medios. El porcentaje de "mortalidad" de sus empresas es a veces tan elevado que algunos economistas burgueses lo comparan con la mortalidad infantil en las colonias. Para este patrono es un problema verdaderamente agudo el de su propia subsistencia como elemento de la clase privilegiada. Los patronos pequeños y medios se ven así en una situación paradójica. De un lado hoy, como hace medio siglo, son explotadores y obtienen beneficios a costa del trabajo asalariado de los obreros. De otro, son oprimidos y esquilmados por los todopoderosos trusts y corporaciones. Así, pues, el capitalismo monopolista de Estado, además de incrementar la diferenciación en el seno de la burguesía, siembra la escisión en sus filas: una de sus caras la compone el omnipotente grupo de los monopolistas, y la otra el conjunto de capitalistas medios y pequeños que constituyen la mayoría de esta clase. Con ello se estrecha aún más la base social en que descansa la dominación del capital monopolista.

martes, 14 de agosto de 2012

El marxismo-leninismo y los ideales de progreso social


Una parte importante de las concepciones de la clase obrera la forman los ideales de progreso social, sus nociones acerca de los fines de la lucha del proletariado y de la sociedad que habrá de ser construida como consecuencia de esta lucha.
Los servidores de la burguesía en el campo de las ideas, siempre movidos por su deseo de debilitar la fuerza de atracción del marxismo, se han esforzado por deformar y falsificar la visión que los marxistas tienen del progreso social. De hacerles caso, habremos de pensar que la concepción del proletariado no tiene nada que ver con el humanismo, la civilización, la libertad individual y la felicidad de los hombres. Estos sublimes ideales, dicen y repiten los críticos del marxismo, son orgánicamente ajenos al materialismo, el cual no advierte nada que no sean las "bajas" necesidades materiales.
Tales afirmaciones son una malintencionada caricatura del marxismo, una especulación desvergonzada con las nociones filisteas acerca del materialismo. Burlándose de tales ideas, escribía Engels que el filisteo comprende como materialismo "la gula, la embriaguez, la vanidad y los placeres de la carne; la codicia, la avaricia, la avidez, la ganancia, las trapacerías de la Bolsa; en resumen, todos los sucios vicios a que él mismo se entrega en secreto". El materialismo marxista no tiene nada de común con semejantes caricaturas. La mejor prueba de que esto es así es que los materialistas más consecuentes, los comunistas, han demostrado ser luchadores abnegados por los altos ideales sociales, por la libertad, la independencia y la felicidad del pueblo, como jamás conoció ninguno otro de los movimientos de que la historia tiene noticia. Ciertamente, a diferencia de los ideólogos de las clases acomodadas, que nunca conocieron la necesidad y las privaciones, los marxistas estiman que es imposible hablar de la felicidad humana mientras las masas vivan en la miseria y experimenten hambre y privaciones. Esto no significa en modo alguno, sin embargo, que para ellos el fin único y exclusivo del progreso social esté en vestir y alimentar a todos los miembros de la sociedad, en ponerlos a salvo de las necesidades. Los ideales marxistas del progreso social son incomparablemente más amplios y valiosos. Abarcan todas las esferas de la vida social, y no sólo la economía, la política, la cultura y la moral, y su encarnación es la sociedad comunista. La construcción del comunismo -sociedad en la que se acabará de una vez para siempre con la propiedad privada, con la explotación y con la existencia misma de las clases y del Estado- podía proponérsela únicamente la clase obrera. Esto no significa que sean ideales privativos de la clase obrera rasgos de la sociedad socialista y comunista como el bienestar general, la igualdad de derechos de las naciones, la paz entre los pueblos, la libertad política y la democracia, la prosperidad de la cultura, las relaciones de colaboración fraternal entre los hombres y los pueblos, el desarrollo de la persona en todos los órdenes, etc. Tales ideas las comparten todos los trabajadores, todos los hombres progresistas, la inmensa mayoría de la humanidad.
Esto no puede asombrarnos. Los ideales sociales -las nociones que los hombres tienen acerca de los fines supremos de su actividad y de un porvenir de felicidad- tienen sus raíces, como todas las ideas, en las condiciones sociales de la vida. Y dentro de la sociedad de explotación, estas condiciones condenan a calamidades de todo género no sólo a los obreros, sino a la totalidad de los trabajadores. Y de ahí que, inevitablemente, los obreros y trabajadores en general se sientan unidos por un gran número de deseos y aspiraciones. La propia vida, la experiencia cotidiana, les muestra qué vicios han de ser suprimidos en la sociedad para que los hombres conozcan una existencia libre y dichosa. Las semejanzas en cuanto a las condiciones de vida nos explican y definen la continuidad que se observa entre los ideales de la moderna clase obrera y los que alimentaron las masas trabajadoras en otros tiempos. En uno y otro caso, sus ideales se fraguaron en la lucha de clase con los explotadores, en la defensa de los intereses del trabajador. El marxismo, señalaba Lenin, no es la doctrina de una secta aparecida al margen del camino que la civilización mundial sigue en su desarrollo. Esto no se refiere sólo a la filosofía y la economía política marxista, en las que se resume y plasma todo el desarrollo mundial de la ciencia, sino también a los ideales marxistas de progreso social. En ellos toma cuerpo todo lo mejor y progresivo que había en los ideales de las masas trabajadoras y clases avanzadas del pasado. El socialismo y el comunismo son la realización de los más nobles ideales a que la humanidad aspiró en su difícil camino. Esto, se comprende, no significa que los ideales marxistas sean el compendio de todos los ideales de las clases trabajadoras del pasado y del presente. En las nociones de las clases trabajadoras no proletarias sobre la sociedad perfecta había y hay bastantes elementos falsos y utópicos, que la clase obrera no puede aceptar y que el marxismo-leninismo hubo de rechazar o, en todo caso, revisar con un espíritu crítico. La característica principal del ideal marxista del progreso social es que no descansa en buenos deseos, sino en la previsión científica de las fases consecutivas de desarrollo de la sociedad. La teoría marxista, basada en la comprensión profunda de las leyes que rigen el desenvolvimiento de la sociedad, convierte el secular anhelo de un futuro mejor, de una vida justa, en el conocimiento firme de la fase de desarrollo de la sociedad a que indefectiblemente conducen las leyes de la historia, el proceso objetivo de desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, y el proceso de desarrollo de la lucha de clases en la sociedad contemporánea.
Cabría preguntar por qué las leyes de la historia, que hasta ahora habían conducido simplemente a la sustitución de unas formas de explotación y opresión por otras, han abierto ahora repentinamente horizontes que permiten ver cumplidos los mejores anhelos y esperanzas de los hombres. ¿A qué se debe esto? ¿A una feliz coincidencia? ¿A una casualidad? No, no se trata de ninguna casualidad. Como ya decíamos anteriormente, los sueños de los trabajadores, que aspiraban a un porvenir de felicidad, tenían una base material, eran producto de las condiciones de su vida en una sociedad de explotación. Los ideales sociales de las clases trabajadoras siempre se refirieron, de una manera o de otra, al deseo de ver liberados a los hombres del fardo y de las calamidades que el régimen de explotación les imponía. Por eso, en el momento en que las leyes del desarrollo social colocan en el orden del día la supresión de este régimen, la realización de los ideales de la clase obrera y de los trabajadores en general se convierte en posible y necesaria; lo que antes era una aspiración utópica se trueca en previsión científicamente argumentada. "Dondequiera que miremos -escribe Lenin-, a cada paso nos encontramos con tareas que la humanidad está perfectamente en condiciones de cumplir inmediatamente. Lo impide el capitalismo, que ha acumulado montañas de riquezas y ha convertido a los hombres en esclavos de estas riquezas. Ha resuelto los más complicados problemas de la técnica y frena la aplicación de los adelantos técnicos a causa de la miseria e ignorancia de millones de seres, por la obtusa avaricia de un puñado de millonarios. "La civilización, la libertad y la riqueza hacen pensar bajo el capitalismo en el rico que se atraca, que se pudre en vivo y que no permite vivir a lo que es joven.
"Pero lo joven crece y vencerá a pesar de todo." Estas palabras de Lenin han sido confirmadas por la historia. Podemos ver cómo en la sociedad socialista se materializó ya mucho de lo que hace largo tiempo constituía la aspiración de los trabajadores. El triunfo del socialismo ha puesto fin para siempre a la explotación del hombre por el hombre, a la opresión nacional y a la miseria de las masas, brinda posibilidades como jamás se conocieron para la expansión del individuo, para la ampliación de la democracia, etc. Otros ideales sociales del marxismo, que recogen los seculares anhelos del pueblo y de sus más eximios pensadores, se verán realizados con el comunismo, cuando los hombres alcancen un dominio incomparablemente mayor sobre las fuerzas de la naturaleza y del desarrollo social. La experiencia histórica ha demostrado ya que la supresión del régimen de explotación da cuerpo y realidad a esos ideales.
De ahí, entre otras cosas, la enorme atracción que los ideales socialistas y comunistas de la clase obrera ejercen sobre las más grandes masas del pueblo y sobre todos los hombres progresistas, cualquiera que sea la posición social que ocupen. Crece sin cesar el número de quienes aceptan esos ideales, de quienes llegan a la convicción de que en ellos se traza la única vía que realmente puede conducir al logro de los anhelos y esperanzas de todos los trabajadores. Incluso muchos dirigentes de la burguesía reaccionaria, por duros de cabeza que sean, empiezan a comprender que esto, y no las "conspiraciones" que en todo momento se atribuyen a los comunistas, es la causa de los gigantescos éxitos que acompañan a las fuerzas del progreso y del socialismo; que, por tanto, al comunismo únicamente se le puede combatir con "ideas constructivas" y con "elevados ideales". Pero la burguesía reaccionaria no tiene ni puede tener ideales capaces de ganarse a las grandes masas del pueblo. De ahí que recurra al fraude directo y trate de poner en circulación los ideales democrático- burgueses de su juventud revolucionaria -que le son ajenos y que ella misma ha traicionado- o ideales robados a la lucha que los trabajadores sostienen por su emancipación. Democracia, humanismo, libertad, civilización y paz son palabras que en nuestros días no dejan de manejar los propagandistas burgueses, aunque la historia ha demostrado que el imperialismo es el peor enemigo de la paz y de los derechos de los pueblos, de la libertad y la democracia, del humanismo y de la civilización. Los partidos comunistas y obreros combatieron siempre tales propósitos de engañar al pueblo y de presentar como "perfectos" los inhumanos métodos del régimen de explotación. Esta lucha de los comunistas se ha tratado de presentar por los adversarios del marxismo como una acción contraria a los ideales que profesa la mayoría de la humanidad. Pero sus afirmaciones no pasan de ser una mentira y una calumnia evidentes. Cuando los comunistas denuncian la falsedad de la democracia burguesa no dejan de ser defensores convencidos de los ideales democráticos. Si se muestran contra la democracia burguesa es porque aspiran a una democracia auténtica, a la democracia para el pueblo, que sólo puede ser conquistada suprimiendo el régimen de explotación. Cuando denuncian la falsedad del humanismo burgués, no combaten el humanismo en general, sino que propugnan un humanismo auténtico, que es el que encarna el comunismo. De la misma manera, cuando critican el individualismo burgués y se muestran partidarios del colectivismo, los comunistas no rebajan el valor, la dignidad y la libertad del individuo; lo único que hacen es rechazar la oposición de la persona a la colectividad, a las masas populares; rechazan el derecho de la "personalidad" burguesa a desarrollarse a costa de cientos y de miles de otros seres.
La crítica que los partidos comunistas y obreros hacen de la propaganda reaccionaria, cuando ésta trata de hacer atrayentes las cadenas de la opresión y la explotación capitalistas, significa una valiosa
aportación a la lucha en pro de los ideales del progreso social. "La crítica -escribía Marx- no ha quitado de las cadenas las falsas flores que las adornaban para que la humanidad siga llevando esas cadenas en una forma desprovista de todo placer y alegría, sino para que se las sacuda y tienda la mano hacia la flor."
En nuestra época se abre ante el mundo el camino real hacia la consecución de los mejores ideales de luz con que soñaron los más ilustres pensadores de la humanidad. Este camino es el de la transformación de la sociedad según los principios del socialismo y, luego, del comunismo.

sábado, 11 de agosto de 2012

Las clases, la lucha de clases y el estado


La vida social es muy variada y compleja. En la sociedad, a lo largo de toda su historia, siempre chocaron las aspiraciones diversas y a menudo opuestas de un gran número de gentes; ha habido una lucha incesante entre los hombres, surgieron y se resolvieron las contradicciones más variadas. A la lucha en el seno de cada sociedad se unían los choques entre distintos pueblos y comunidades. La historia es una sucesión constante de períodos de revolución y reacción, de rápido progreso y de estancamiento, de paz y de guerra. El marxismo ha dado por primera vez el hilo que nos lleva hasta la ley que rige ese aparente laberinto y caos: se trata de la teoría de la lucha de clases. Únicamente esta teoría nos permite ver los resortes ocultos que mueven todos los acontecimientos y cambios importantes que se producen en la sociedad de explotación. Es la base científica de que la clase obrera se sirve para determinar la táctica de la lucha que mantiene con objeto de emanciparse de la opresión a que está sometida.

1. Esencia de las diferencias de clase y de las relaciones entre las clases
Los choques y contradicciones que se producen entre los hombres de diversa condición social condujeron a los pensadores avanzados, antes de que Marx saliera a la palestra, a la idea de que existen distintas clases sociales enfrentadas unas a otras. Su noción de las clases era, sin embargo, muy difusa e indefinida. De entre los muchos caracteres que diferencian a los hombres pertenecientes a clases distintas, esos pensadores no pudieron destacar lo que es principal y decisivo. De ahí que los principios de división de las clases que esos pensadores proponían no abarcasen la esencia del problema y a menudo fuesen accidentales y arbitrarios. Esto último es aplicable, en grado todavía mayor, a la sociología burguesa de nuestros tiempos. Los sociólogos burgueses admiten que la sociedad no es homogénea y se compone de numerosos estratos y grupos. Ahora bien, ¿qué hay en el fondo de esta estratificación? Las respuestas varían. Unos colocan en primer plano el factor espiritual, la comunidad psicológica, de ideas religiosas, etc. Pero nosotros hemos visto ya que la conciencia social depende del ser social. Otros ven el principio de la división de clases en el bienestar material: volumen de los ingresos, condiciones de vivienda, etc. Pero ese volumen de los ingresos depende del lugar que la clase ocupa en la producción social, de si posee los medios de producción o de si es una clase oprimida y explotada. De esto depende también su papel en la vida política, su nivel de cultura y su modo de vida. El factor principal y decisivo de la vida social es la producción material; quiere decirse que la base de la división de la sociedad en clases ha de buscarse en el lugar que unos u otros grupos ocupan en el sistema de la producción social, en la relación en que se encuentran respecto de los medios de producción.
La definición más completa de las clases la encontramos en Una gran iniciativa, de V. I. Lenin: "Llamamos clases a los grandes grupos de personas que se diferencian por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los casos legalmente refrendada) respecto de los medios de producción, por su papel en la organización social del trabajo y, por consiguiente, por el modo de obtención y el volumen de la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos de hombres de los que uno puede apropiarse el trabajo de otro gracias a los diferentes lugares que ocupan en un determinado sistema de economía social."76 La existencia de las clases es justamente la base de la injusticia social que caracteriza a la sociedad en que existe la explotación. No es la "voluntad del jefe" ni son las cualidades individuales de los hombres -como siempre trataron de demostrar los ideólogos de las clases explotadoras-, sino el hecho de que pertenezcan a una u otra clase, lo que explica la situación preponderante y privilegiada de unos y la opresión, miseria y carencia de derechos de los otros. Esto no significa, ciertamente, que todas las demás diferencias y relaciones de la sociedad, exceptuadas las de clase, carezcan de valor. En el curso de la evolución histórica de la humanidad se han estructurado bastantes formas estables de comunidad social que no coinciden con la división en clases. Así es, por ejemplo, la comunidad nacional, la nación. Clase y nación. Los vínculos nacionales son muy estables. Esto induce a menudo a los sociólogos burgueses a presentarlos como relaciones "naturales" de valor más sustancial que las relaciones de clase. Tal criterio, sin embargo, es profundamente equivocado.
Ante todo, las relaciones nacionales, como las de clase, no existieron siempre. Son producto de un largo desarrollo histórico. Las formas de comunidad de los hombres guardan estrechos vínculos con el carácter del régimen social y cambian al mismo tiempo que éste. En el régimen de la comunidad primitiva, la forma fundamental de convivencia humana eran la gens y la tribu. El rasgo principal que distinguía a los componentes de una gens y los separaba del resto era el origen común, el parentesco de consanguinidad. Al desintegrarse la comunidad primitiva, la estabilidad de la gens y la tribu se viene abajo y se debilita el significado de los vínculos de sangre. La unión de varias federaciones de tribus da lugar a la nacionalidad, Los hombres pertenecientes a ella no están ya relacionados por lazos de parentesco. Los rasgos que les son afines (comunidad de lengua, de territorio, de cultura) tienen ya un origen social, histórico. Pero la unidad de la nacionalidad es aún muy precaria. Ni dentro del régimen esclavista ni del feudal podía existir la unidad de vida económica que es la condición necesaria para una unidad territorial duradera y para una comunidad estable de cultura. Sólo en la época en que se estructura el capitalismo, cuando éste pone fin a la dispersión feudal y da origen a la formación de un mercado nacional único, aparecen las premisas necesarias para que surja la nación. La comunidad nacional no se puede tampoco identificar con la raza, como hacen muchos sociólogos burgueses. La división en razas se guía por las diferencias de caracteres morfológicos hereditarios, como son el color de la piel, la forma del cráneo, el pelo, etc. De ahí las tres grandes razas que la ciencia distingue: indoeuropea (o blanca), negroide (o negra) y mongoloide (o amarilla). Los caracteres raciales, a diferencia de la comunidad nacional, son de índole biológica y aparecieron como resultado de una larga adaptación del organismo humano a determinadas condiciones naturales. A una misma raza pertenecen diversas naciones. Por otra parte, dentro de una misma nación hay a veces hombres con distintos caracteres raciales (por ejemplo, los negros, blancos e indios de algunos países iberoamericanos). No existe tampoco un vínculo interno entre raza y lengua. Así, el inglés es en los Estados Unidos la lengua de blancos y negros. De ahí que nociones como "raza alemana" o "raza anglosajona" sean simplemente un absurdo. La afirmación de los racistas de que unas razas o naciones son superiores a otras y de que los pueblos de color son menos capaces que la raza blanca, quedan refutadas por la ciencia y por cuanto la historia universal nos dice. Todos los pueblos de la tierra son capaces de crear valores culturales y el volumen de su aportación a la cultura mundial no viene determinado por el color de la piel o la forma del cráneo, sino por las peculiaridades de su desarrollo histórico.
El marxismo-leninismo entiende por nación la comunidad de hombres, estable e históricamente formada, surgida sobre la base de la comunidad de lengua, de territorio, de vida económica y de mentalidad, que se manifiesta en la comunidad de cultura (J. V. Stalin)  La comunidad nacional no puede suprimir las diferencias de clase en el seno de la nación. Antes al contrario, tales diferencias penetran en toda su vida y la escinden en partes hostiles. La comunidad nacional, por tanto, no excluye el antagonismo de clase. Más aún, si no tomamos en cuenta este último, nos será imposible comprender acertadamente el mismo movimiento nacional.
Por otra parte, la solidaridad de clase rebasa el marco de la nación. Los capitalistas americanos, alemanes y franceses hablan lenguas distintas. Pero les aproxima su filiación a una misma clase, y estoles lleva a unirse contra el socialismo, el movimiento obrero y la lucha de liberación nacional de las colonias. De la misma manera, los obreros pertenecen a nacionalidades y razas distintas, pero son ante todo proletarios, y esto determina la comunidad de sus intereses internacionales, de sus fines y su ideología, haciendo que las diferencias entre ellos retrocedan a un segundo plano. Los obreros conscientes comprenden que las discordias nacionales y el aislamiento lesionan los intereses internacionales de la clase obrera y luchan contra cualquier forma de discriminación nacional o racial. La escisión de la sociedad en clases es un fenómeno históricamente transitorio. Cuando los ideólogos de las clases pudientes tratan de justificar la desigualdad social, siempre la presentan como un fenómeno eterno e inherente a cualquier sociedad humana. Eso no es cierto. El régimen de la comunidad primitiva no conocía la división de la sociedad en explotadores y explotados, y el fenómeno se borra definitivamente dentro del socialismo. La aparición de las clases va directamente unida a la propiedad privada sobre los medios de producción, que hace posible la explotación del hombre por el hombre y la apropiación por unos del trabajo de otros.
En determinada etapa del desarrollo, la escisión de la sociedad en clases era inevitable e históricamente necesaria. Mientras el trabajo humano era tan poco productivo que proporcionaba sólo un excedente reducidísimo sobre los recursos necesarios para la existencia, señala Engels, el incremento de las fuerzas productivas, la ampliación de las relaciones, el progreso del Estado y del derecho y la creación de las ciencias y las artes eran sólo posibles mediante la intensa división del trabajo, que tenía por base la gran división de éste entre la masa, dedicada a simples ocupaciones manuales, y unos pocos privilegiados que dirigían los trabajos, y se dedicaban al comercio y a la administración de los asuntos públicos y que, más tarde, cultivaron también la ciencia y el arte. La clase que se encontraba a la cabeza de la sociedad, se comprende, no perdía la ocasión de cargar sobre las masas un trabajo cada vez mayor, movida por el deseo de aumentar sus beneficios. Ahora bien, una vez que el desarrollo de las fuerzas productivas coloca en el orden del día la sustitución de la propiedad privada por la propiedad social y la abolición de las relaciones basadas en la explotación, la existencia de las clases pierde todo su terreno. El mantenimiento de las clases, además de ser superfluo, se convierte en un obstáculo que entorpece los avances ulteriores de la sociedad.
En la sociedad socialista no hay ya clases explotadoras, las relaciones entre obreros y campesinos adquieren un carácter sustancialmente nuevo, que excluye la explotación y el predominio de una clase sobre otra. Iniciase la época de la desaparición de las diferencias que aún subsisten entre las clases. Finalmente, al pasar al comunismo, las clases dejan de existir. Por lo tanto, la división de la sociedad en clases y la hostilidad entre ellas son sólo un rasgo inseparable de la época en que impera la propiedad privada. Estructura de clase de la sociedad.
Por la posición que ocupan dentro de la sociedad, las clases se dividen en fundamentales y no fundamentales. Se denominan clases fundamentales aquellas sin las que resulta imposible el modo de producción preponderante y que deben su origen a este modo de producción. En la sociedad de la esclavitud eran los esclavistas y los esclavos; en la feudal, los señores y los siervos; en la burguesa, los capitalistas y los obreros. Se trata, pues, de clases de las que una posee los medios principales de producción y se encuentra en el poder, mientras que la otra agrupa a la gran masa de los explotados. Las relaciones entre esas clases son siempre antagónicas, se basan en la oposición de intereses. El capitalista, por ejemplo, ve su interés en obligar a trabajar al obrero cuanto más mejor y en pagarle lo menos que puede. El interés del obrero, se entiende, es diametralmente opuesto. La incompatibilidad de intereses de las clases antagónicas da origen a una lucha irreductible entre ellos. "Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos se encontraban en perpetuo antagonismo, mantenían una lucha constante, ya latente, ya abierta, que terminaba siempre con la transformación revolucionaria de todo el edificio social o con la desaparición conjunta de las clases en pugna."79 Además de estas clases, en la sociedad de explotación hay otras que no son fundamentales. Por ejemplo, en la sociedad esclavista existían los campesinos artesanos libres; en la capitalista, descontando a la burguesía y a los obreros, tenemos a los campesinos y, en muchos países, a los terratenientes, etc. La existencia de estas clases no fundamentales con sus peculiares intereses, junto a toda una serie de capas sociales (por ejemplo, los intelectuales), convierte en un fenómeno muy complejo las relaciones entre las clases. Las clases de la sociedad burguesa. Las clases fundamentales de la sociedad burguesa están integradas por los capitalistas (burguesía) y los obreros asalariados (proletariado).
La burguesía es la clase de quienes poseen los medios fundamentales de producción y vive a expensas del trabajo asalariado de los obreros, a los cuales explota. Es la clase dominante de la sociedad capitalista. Hubo tiempos en que la burguesía cumplió un papel progresivo en el desarrollo de la sociedad, a la cabeza de la lucha contra las caducas relaciones feudales. En busca del beneficio y espoleada por la competencia, infundió un poderoso impulso a las fuerzas productivas. Mas a medida que las contradicciones del capitalismo se ahondaban, la burguesía deja de ser una clase progresiva y se convierte en reaccionaria, a la vez que su dominación significa el principal estorbo que se levanta en el avance de la sociedad. El creador de las formidables riquezas que la burguesía se atribuye es la clase obrera, principal fuerza productiva de la sociedad capitalista. Al propio tiempo, es una clase desprovista de medios de producción y que se ve obligada a vender al capitalista su fuerza de trabajo.
A medida que el capitalismo avanza, aumenta la riqueza de los grandes capitalistas, a la vez que crece la opresión y la protesta de la clase obrera, "que es instruida, unida y organizada por el mecanismo del propio proceso de la producción capitalista" (Marx). El desarrollo del capitalismo trae consigo, pues, el robustecimiento de su sepulturero, de la clase obrera, que es portadora de un modo más elevado de producción, como es el socialista. Mas en ningún país del capital se circunscribe la sociedad a estas dos clases. En ningún sitio ha existido ni existe el capitalismo "puro". El capital penetra en todas las ramas de la economía nacional y las transforma, pero sin destruir por completo las viejas formaciones económicas. Por eso, en muchos países burgueses se conserva la gran propiedad agraria de los terratenientes. Estos organizan la explotación de sus fincas al modo capitalista, si se presenta la ocasión adquieren empresas industriales, compran acciones de sociedades anónimas y se convierten en capitalistas. De la clase de los terratenientes se nutren en buena parte la Administración pública y la oficialidad del Ejército y de la Marina. Por sus intereses, ideas y aspiraciones políticas, los grandes terratenientes suelen pertenecer a la parte más reaccionaria de la burguesía y son uno de los baluartes del fascismo (recordemos el ejemplo de los junkers prusianos en Alemania).
Los campesinos integran una clase que procede de la sociedad feudal y que pasa a la capitalista. A excepción de su capa más acomodada (burguesía rural), son una clase sometida a explotación, la cual adopta entre ellos formas diversas: arrendamiento que satisfacen al propietario de la tierra, préstamos y empréstitos que reciben en condiciones onerosas de los capitalistas, explotación directa de los campesinos pobres, obligados a ganarse un jornal en los campos de los terratenientes y campesinos ricos, etc. El conjunto de los campesinos ha de satisfacer también un tributo a los grandes capitalistas en forma de altos precios de los artículos industriales que adquieren. Los campesinos que trabajan tierra propia, los artesanos y los pequeños comerciantes forman la capa, bastante numerosa, de la pequeña burguesía. A ella pertenecen quienes son propietarios de los reducidos medios de producción que emplean, pero que, a diferencia de la burguesía, no viven de la explotación del trabajo ajeno. Los pequeños burgueses ocupan en la sociedad capitalista una situación intermedia. Como propietarios privados guardan afinidad con la burguesía, pero como hombres que viven de su trabajo se acercan a los obreros. Esta situación intermedia de la pequeña burguesía es origen de su posición inestable y vacilante en la lucha de clases. A medida que avanzan la industria, la técnica y la cultura, en la sociedad capitalista aparece la amplia capa de los intelectuales, es decir, de los hombres del trabajo intelectual (ingenieros y técnicos, maestros, médicos, funcionarios, científicos, escritores, etc.). Los intelectuales no forman una clase independiente; son una capa social específica que vive de la venta de su trabajo intelectual. Proceden de diversas capas de la población, principalmente de las clases acomodadas, y sólo en parte de los trabajadores. Por su posición económica y modo de vida ofrecen también diferencias. Sus estratos superiores -altos funcionarios, abogados con buena clientela y otros- se aproximan a los capitalistas, mientras que los bajos se acercan a los trabajadores. A medida que la lucha de clases se ensancha en los países capitalistas, su parte avanzada se incorpora a las posiciones del marxismo-leninismo y participa en la lucha revolucionaria de la clase obrera.
En la sociedad burguesa existe aún otra capa, la de los elementos desclasados o lumpemproletariado, que forman los "bajos fondos" del capitalismo: bandidos, ladrones, mendigos, prostitutas, etc. Esta capa se nutre constantemente de elementos salidos de diversas clases a los que las condiciones de la sociedad capitalista arroja al "fondo". Los anarquistas afirman que el lumpemproletariado es el elemento más revolucionario de la sociedad capitalista. La historia de los últimos cien años ha dado íntegramente la razón a Marx y Engels cuando éstos definían al "proletariado andrajoso" como una fuerza que por su situación en la vida se muestra inclinada a venderse para toda clase de manejos reaccionarios.81 En la Alemania hitleriana, los delincuentes ingresaron en masa en las organizaciones fascistas, en los destacamentos de asalto y de S.S. En los Estados Unidos, las bandas de gangsters son un instrumento de violencia que se emplea en gran escala contra los obreros, los negros y los líderes progresistas. Al hablar de las clases y capas de la sociedad capitalista hemos de tener presente también las diferencias en el seno de las mismas. Dichas diferencias son particularmente sensibles entre la burguesía monopolista y no monopolista (y en las colonias, entre la burguesía nacional y las capas de la misma aliadas a los colonizadores). Al profundizarse, como ocurre en nuestros días, desempeñan, y así lo veremos más adelante, un gran papel en la vida política de la sociedad burguesa contemporánea. Así, pues, la sociedad burguesa ofrece un cuadro extraordinariamente complejo de diferencias y relaciones de clase. Una clara visión de las mismas es condición imprescindible para que la clase obrera y sus partidos se tracen una política y una táctica acertadas. Pero tan importante como esto es ver, tras toda esa diversidad, la principal contradicción de clase de la sociedad burguesa: el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía. Esta contradicción es la que ha de presidir nuestro análisis de todos los fenómenos sociales. Por muchas que sean las modificaciones que el capitalismo sufra, por mucho que se compliquen su estructura de clase y las relaciones entre las clases, siempre será una sociedad basada en la explotación. Y en una sociedad así, lo principal en las relaciones entre las clases será la lucha irreconciliable entre los explotados y los explotadores.