Escrito por Jesús Santrich
Algunos de los relatos tomados durante largos años de marcha y convivencia con los sabios mamos de Sierra Nevada de Santa Marta.
En homenaje a su empobrecida gente avasallada por las elites gobernantes; en memoria de sus tantos muertos caídos bajo las motosierras y la perfidia de los paramilitares del Estado colombiano, en reconocimiento de su profunda sabiduría y amor infinito hacia la naturaleza y la humanidad van estas narraciones que son hermosa creación exclusivamente de ellos.
Introducción.
A los pueblos originarios les ha impactado y generado admiración y veneración el comportamiento de la naturaleza, los escarceos de la luna en el firmamento, sus cambios periódicos, la marcha del sol, las escaramuzas de las estrellas y se ha inventado amores, romances y conflictos entre los elementos de la naturaleza casi que mostrándonos una cosmovisión que en su hechura toda parece de una plástica en la que ponen a andar la vida en amor perenne con la madre tierra.
¿Es primitivo, en ese equivocado sentido de lo retrazado, este pensamiento?; o por el contrario ¿es la poesía del destino que nos pueda salvar de la hecatombe en que nos sumerge el capitalismo “civilizado” que depreda la naturaleza en vez de dar la alternativa de la preservación fuera de la pequeña aldea planetaria en la que nos movemos viendo el afuera como extraño y adverso? Me atrevería a pensar que en esa forma de la cosmovisión está la clave que podría salvar a la humanidad de su acabose. Es admirable la forma como percibe y describe su interioridad y el mundo tangible el pueblo cogui, o el pueblo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo; es como un viaje por los caminos de la bondad y de la esperanza; es un percibir desde la profunda interioridad que está siempre abierta a ser escucha del canto del bosque, como si el dedo del cosmos hubiese indicado al indígena la misión de ser el testigo de la voz de las cosas que la “civilización” asesina por estar en la vanagloriación del capital y el desarrollismo; vanagloriación que, como tú los has dicho, no es sino sordera, ceguera, inconciencia que deviene de la loca mezquindad de la ambición, propia del capitalismo.
Indigna pensar en que existe la posibilidad de que no habrían de pasar muchas generaciones para asistir a la hecatombe de la humanidad si no superamos esa pérfida manera de vivir de la modernidad. Habría que reafirmar y reeditar el acumulado de los valores más profundos de las millares de generaciones que han construido el acervo de la conciencia humana, del conocimiento, para evitar el desastre a que nos está conduciendo el capitalismo; y ello implica una lucha tenaz, oponiéndonos incluso a que continúe la miserable apropiación con patentes avaras de lo que sólo es posible inventar a partir del acumulado del conocimiento creado por la sociedad. La acción cultural tiene un preponderante papel que jugar en estos propósitos.
Pienso que desde Nuestra América no debemos hacer lo mismo que ha hecho la Europa en cuanto a la negación del otro, en aras del rescate de la identidad y el auto reconocimiento. Vaya, entonces, nuestra valoración, nuestra estimación por la creatividad de las culturas occidentales; vaya nuestro aprecio por el genio, por ejemplo, de Tales de Mileto, quien entre otras cosas era de Asia Menor. Él es considerado como el “primer científico Jonio”, y cuanto de continuidad y presencia no habría en sus concepciones de lo mítico y lo filosófico, lo mágico y lo científico, porque son las formas del pensamiento que se inquietan hasta sublimarse en lo hermoso, con o sin la intervención de los dioses, que no es otra cosa que la intervención de la conciencia humana en tal modalidad de la admiración por lo desconocido o de la sublimación de lo contemplado o imaginado, en un diálogo diverso también, con la naturaleza, de la cual valga reiterar que hace parte indisoluble el hombre dentro y no por encima de ella. Aun negando la participación de los dioses se suelen anteponer como tales a las ideas erróneas o como dioses a las fuerzas mismas de la naturaleza interrelacionadas, las unas con las otras, en una especie de panteísmo tácito, donde la realidad de Dios no es extraña a la realidad del universo conocido, a la realidad de la naturaleza, a la realidad del cosmos, pero con cierta diferencia respecto a los seres mortales, la cual radica en su supuesta esencia misteriosa que desborda en muchos aspectos la capacidad de comprensión humana.
Quizás sea errónea esta apreciación, pero pareciera que esa cosmovisión de los pueblos originarios de nuestra América que, en sus aspectos generales, más allá de sus especificidades, eleva la naturaleza a la condición de madre, puede efectivamente contener una visión mitológica en cuanto a su divinización, pero no en exclusivo, porque, preguntémonos entonces ¿donde radica la diferencia, para el caso, de lo que sería una concepciones filosóficas respecto a una concepción religiosas de Dios? O ¿es que más bien lo que se produce en este determinado tipo de pensamiento es una mezcla? Porque eso suele ocurrir, como ocurre por ejemplo en el pensamiento del matemático y pensador religioso francés Blaise Pascal. Lo que él quiso separar en su comparación del “Dios de los filósofos”, con el “Dios de la fe”, imprimiéndole a este último un carácter de realidad viva experimentada, termina intrincadamente unido de manera similar a como ha ocurrido en las reflexiones de muchos otros teólogos y filósofos, sin que ello les reste el carácter de tales. Pero en el caso del pensamiento aborigen, ni siquiera el panteísmo se suele reconocer en él sino el primitivismo en el sentido equívoco de retraso, y la superstición, sin valorar la visión del mundo en sus indiscutibles aspectos de orden filosófico, filantrópico y filonaturalista.
Volviendo a lo que había en la mente de Tales de Mileto, valga decir no surgió sólo de su materia cerebral sino de su interrelación con su entorno y con su gente, con la gente de Babilonia y la de Egipto, de donde tomó elementos de lo que serían las llamadas nuevas ciencias de la astronomía y la geometría; ciencias que se dice brotaron en el suelo Jonio. Pero, ¿en otros suelos no ocurriría algo similar, algo análogo, con sus particularidades? O, ¿qué era sino germen de astronomía el avance en el conocimiento del comportamiento del sol y la luna entre los mayas y los aztecas, más allá de que a los astros se les diera su metafórica condición divina?
¿A quién no podría cautivar esa actitud de admiración y amor –pongamos por caso-, de los mayas por el movimiento de los astros, esa aprehensión de los cuerpos celestes que sorprende a los astrónomos del presente? Toda una concepción de la vida y de la historia se derivaba del sentido que daban a la relación con el cosmos por ellos percibido, no sólo en la dimensión del cálculo matemático sino en las dimensiones arrebatadas del espíritu. La astronomía le sirvió tanto para definir la influencia de estos en su mundo conocido, para ingeniar un calendario solar más preciso que cualquiera de los que hasta hoy se utilizan, para perfilar su arquitectura en vínculo con la bóveda celeste…, como para inspirar el canto, la poética y el teatro. La arquitectura era representación histriónica del movimiento celeste, y la práctica de la astronomía, si así se le puede llamar, era motivo de inspiración para su escultórica, tal como lo demuestran, para lo primero el castillo de Chichén Itzá, donde las caricias del sol sobre puntos específicos de la construcción hacen surgir de la nada una magia de sombras que integran la anatomía etérea de la serpiente Kukulkán; pero con que maravilla de gestación, sólo posible en tiempos de solsticios. No menos impactante es tomar el rumbo del cielo por la escalinata de los 365 peldaños distribuidos en las cuatro caras del monumento sagrado. Cálculos que hablan de las marchas del sol, caminatas de la luna entre la oscuridad del universo y hasta los artificios del eclipse. Todo surgiendo del genio de los Itzaes, naciendo de su sabiduría ya conciente de la existencia del cero, como de su amor y adoración a Chac, el dios de la lluvia. O, en el segundo caso sin que no tenga que ver también con el primero, el despliegue de imaginación y genio de Copán. Sabido es que fue este uno de los centros mayas donde mayor auge tuvo la auscultación del recinto de las estrellas, y precisamente en el llamado Altar Q, se hace la magistral representación en alto relieve de una convención de astrónomos; 16 sabios, cuatro en cada cara de la edificación, aparecen hablando quizás de asuntos no menos trascendentales que las homeomerías griegas.
Un pueblo de semejante ingenio no podía tener menos que una conciencia creadora, envidiable, a la que no le podía ser de ninguna manera imposible filosofar y hacer mito, mezclar lo uno con lo otro, crear un Popol Vuh o las fibras esenciales del Chilam Balam, o de un Rabinal Achi, o las maravillas que se consignan en el Libro de los Bacab o el de los Cantos de Dzitbalché.
Cosmogonía, teogonía, teatro, canto, poesía, creaciones del espíritu auténticas y profundas, nacidas todas desde la hermosa hechura de los hombres de maíz. Danza, mimos, teatro, poesía…, inspiración sin musas…; plegarias del alma indiana en hermoso quiché de alegría y melancolía: “¡Ah, oh cielo! ¡Ah, oh tierra! Ya que es necesario que muera (...) ¡Oh, águilas! ¡Oh jaguares! Vengan, pues, a cumplir su misión, a cumplir su deber; que sus garras me maten en un momento”. Pero que tristeza mayor a la muerte del guerrero que esa que hoy persiste por ver el aplastamiento de millares de pueblos sabios bajo la bota de los imperios.
CON LA CLARIDAD APARECIERON TODOS LOS PADRES Y MADRES DE ORIGEN, CADA UNO CON SU PARTICULAR ENCARGO( El Origen)Kásajanga nadlakínga nane: al principio no había nada. Todo era oscuridad, todo era Adluna; la oscuridad misma era pensamiento, y del pensamiento fueron surgiendo los orígenes de todo…; Xaba Kwadleyuwa se extendió como agua y lo existente era todo era oscuridad, todo agua y todo pensamiento. Y Xaba Kwadleyuwa también lo era, su expresión primigenia no podía ser cosa diferente al pensamiento porque Adluna, el supremo pensamiento del origen y el después, estaba y estaría desde siempre, por siempre y para siempre.
De la oscuridad y el pensamiento…, del pensamiento todo, en fin…, de Adluna, también surgió Xate Moudlkwexshe, Xate Seiyankwa, Xate Tejunna, Xaba Seinedludla…y otros padres y madres de de la originaria creación del universo. Pero como uno de los tantos sucesos extraños e inexplicables suscitados por Adluna, aparte de los hermanitos de Xate Moudlkwexshe, el mayor de todos, vino de más allá de las estrellas Xate Teikú, que es el padre de todas las figuras de oro que están sembradas como corazón de la tierra, como corazón de kaggi en la estancia de Guexá que era el nombre de la Sierra con sus blancos picos Nevados que se elevaban por sobre la presencia del mar.
De Adluna surgió Nabulwé, que es el mismo Chundwa como máxima cumbre de aquel pequeño universo del origen. Se elevaría éste buscando el rumbo que conduce a las estrellas, anhelándolas sin tocarlas, bostezando su frío de hielos perennes sin importunarlas, asumiendo el carácter del templo, de la nujué donde estaría destinado que llegaren Koguis, Wiwas, Peibus y Kankwis una vez se les terminara el tiempo que les daría Moudlkwexshe para andar por los caminos de Guexá como seres del mundo de los vivos.
Xate Tejunna tendría el encargo de ser el padre de las símunu y las ollas de barro; Xate Seiyankwa debería soportar sobre sus hombros todo el peso de la tierra que Moudlkwexshe montó sobre la telaraña que fabricó entre las nueve jaxsinkana de la creación…; y así, la tierra no se hundiría en las aguas de Xaba Kwadleyuwa.
Cordial saludo. Dónde puede encontrarse el texto completo?
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