LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

lunes, 28 de noviembre de 2011

El antimarxismo moderno


"El marxismo es todopoderoso porque es cierto." Lenin

Anquilosado, trasnochado, pasado de moda e inmovilista, son los calificativos más benevolentes que la apología burguesa, científicos prostituidos, la Iglesia y los reformistas, falsos portadores de las teorías superadoras les dedican al marxismo, al que designan como una doctrina válida tan solo para el periodo histórico que media entre Marx y Lenin. Para los sabios autores de los numerosísimos libelos contrarrevolucionarios, el testimonio fehaciente de que el marxismo ha recorrido ya el último tramo de su existencia, nos lo ofrece el retorno al capitalismo de los antiguos países socialistas.

Para Francis Fukuyama del Departamento de Estado de los Estados Unidos, los conflictos sociopolíticos que se desarrollaban en el interior de la URSS durante el año 1990 serían, sin discusión, los últimos pasos de la evolución ideológica de la humanidad, la demostración palpable de que el marxismo ha quedado obsoleto. En contraposición, sería la señal inequívoca de "la universalización de la democracia liberal occidental como forma final del gobierno humano".

Desde Marx y Engels hasta nuestros días ha llovido mucho, revoluciones sociales e involuciones, períodos de pérdidas de la fe y etapas de recuperaciones de la religiosidad, llenan las páginas más densas de la historia humana, pero sobre todo, se constata el avance imparable de las ciencias. Tras la caída del "ateismo soviético", el liberalismo económico imperante propone el llamado pensamiento único actualmente en trance de conformación, que expresa los intereses de la globalización económica, política y militar. La ciencia, en vez de hacer caso omiso a su llamada, y proseguir con su inmaculado viaje, ha preferido mirar de reojo al sistema burgués que la subvenciona. Y al calor del dólar, una pléyade de científicos se ha envilecido, a cambio de recibir bonificaciones que les ayudan a vivir mejor. En los últimos quince años, se han editado en los EE.UU. decenas de libros que persuaden al lector por su autoría "científicos de los Estados Unidos" y también por sus títulos un ta nto tremendistas y llamativos en los que con sorprendente jactancia aparecen en armonía las antinomias antes irreconciliables "Dios... ciencia" "Big ban... Dios etc... Libros que vienen a refutar la dialéctica materialista con el propósito de alejar a los lectores de las influencias del marxismo.

Por otro lado, los introductores de las teorías superadoras han levantado el vuelo aventados por la delicada situación de un Movimiento Comunista Internacional, que ensimismado en sus problemas internos, es incapaz, aún, de reaccionar ante sus acometidas ideológicas, dando ocasión a su engreimiento que se materializa en la proliferación sin precedentes, de opúsculos, documentos, ensayos y celebraciones de conferencias que confirman la superación de determinados principios marxistas.

Una tal situación nos compromete a los comunistas a realizar un esfuerzo intenso y renovado inaplazable. De lo contrario, de seguir agazapados a la sombra de la crisis, sin activar nuestras energías con el mismo ardor con que lo hacen nuestros enemigos, contribuiremos sin desearlo al éxito de los argumentos más detractores de sus críticas.

El marxismo, no obstante, es una razón objetiva que tiene vida propia, independientemente de la capacidad de reacción que demostremos sus seguidores, porque entraña sus raíces en la realidad de un universo mutante y cuestiona científicamente las bases económicas de un capitalismo insatisfactorio y contranatural. El hecho es, que después de tantas adversidades, y de tantas veces enterrarlo, la influencia que el marxismo ejerce sobre el pensamiento moderno es tan notable aún, que merece la máxima atención de los que pronosticaron hace tiempo su defunción. ¿Por qué, si el marxismo está muerto, existe la obsesión por refutarlo?

La visión de un marxismo inanimado, se enturbia cuando se somete a un examen pormenorizado y sistemático la obra de sus principales hacedores, Marx, Engels y Lenin, de la que se desprende una interacción sintetizadora y a la vez, armónica entre la teoría y la praxis. Esta actitud reflexiva y de síntesis, emana de la dialéctica que lleva impresa en cada uno de sus postulados. No se puede, ni se debe afirmar, (salvo en el supuesto de un interés inconfesable) que los fundamentos del marxismo se hallan prisioneros de la rigidez absoluta de sus objetivos. Marx, Engels y Lenin demostraron, una vez tras otra, que en la aplicación de los principios se deben considerar siempre todos los cambios que constantemente tienen lugar en la sociedad capitalista, del mismo modo que se han de tener en cuenta, también, los descubrimientos científicos a la hora de abordar la fenomenología física.

Pero, no todas las críticas que condenan al marxismo proceden de aquellos que celebran su caducidad. También la doctrina de Marx ha de soportar, los ataques más virulentos, si cabe, de los que ensalzan su disposición renovadora. Basándose en el talante evolucionista del pensamiento marxista, se emprende la falsaria tarea de superación que se enmascara con la perspectiva del enriquecimiento. Esta tendencia muy extendida entre algunos sectores de la intelectualidad militante, propone la evolución desde el corazón mismo del marxismo, presuntamente, para curarlo de sus heridas, y con la voluntad de actualizarlo y adaptarlo a las nuevas circunstancias. En conciencia, lo que persiguen no es la actualización de los principios, sino su destrucción, por estimarlos inservibles y sustituirlos por otros que estén en sintonía con sus deseos, extremo éste que llegan a confundir con los cambios políticos que se han producido en la sociedad capitalista. Así, el marxismo por obra y gracia de la adaptación se esfuma, se extingue, sin dejar más huella que la de su nombre como testimonio de su acción regeneradora.

Después de 150 años de intentar desplazar al marxismo, las alternativas superadoras no han dado un solo paso concreto. Bueno es reconocer que los seguidores de Marx no hemos alcanzado todavía nuestros ideales, aún así, nadie podrá negar que nuestros esfuerzos y nuestra perseverancia, han proporcionado a la historia humana, elementos experimentales de gran valor para el futuro. Hoy por hoy, los marxistas-leninistas, podemos presumir con la cabeza muy en alto de ser los únicos que hemos puesto cerco a la explotación capitalista. Nuestra indomable vitalidad, como nuestra probada templanza ante las contrariedades y el continuar en pie, después de los fracasos y frustraciones que provocó el derrumbe de los países de la Europa del Este, se deben exclusivamente a la fortaleza de ánimo que la inspira y al poder de convicción que posee la doctrina marxista, que ha hecho del devenir su verdad absoluta, en la que se estrellan las fantásticas elucubraciones del idealismo y contra la que rebotan las reaccionarias apuestas de las opciones renovadoras.

La dialéctica en el pensamiento marxista, no se podrá jamás comprender separada de su objeto final, que la distingue de todas las demás filosofías, por ser la única que ha dotado a sus principios de los medios científicos para obtener su objetivo capital: la sociedad comunista. En esto se distingue de la ideología burguesa estricta, absolutamente conservadora y en esto, se diferencia, también, de todas las alternativas superadoras que adolecen de perspectivas revolucionarias.

En la actualidad el discurso en torno a la caducidad del marxismo evoluciona de diferentes formas y lo que en los desconcienzados y en los renegados se convierte en una diatriba, en algunos militantes de partidos obreros se manifiesta como un sofisma. Estos, haciendo mal uso de sus legítimos derechos a aportar razones para la adecuación ideológica y política de sus partidos a los tiempos modernos, en el fondo, se dedican a impugnar su existencia al reivindicar formas de organización extrañas al leninismo, a veces, orillando con el anarquismo y en otras ocasiones lindando con las agrupaciones socialdemócratas.

Los cambios producidos en el mundo con un cargo tan costoso para el Movimiento Comunista Mundial, es un motivo, lo suficientemente atractivo, para, además, desde nuestras filas, analizar si el marxismo es una teoría anticuada e ineficaz y en su consecuencia, plantear si es necesaria la existencia de una organización marxista-leninista o en su defecto, abogar por la transformación en otro modelo de partido.

El marxismo está vivo

La grandeza del marxismo es superlativa y contra ella colisionan todas las hipótesis sobre su defunción. Desde que Marx y Engels concibieron el materialismo (dialéctico e histórico) como fuente de análisis y como guía de acción de los oprimidos, el marxismo ha tenido que repeler acometidas feroces, procedentes de la burguesía y provenientes de los oportunismos tanto de derecha como de izquierda.

Las épocas en las que las luchas de clases aparecen atenuadas, son las más idóneas para el florecimiento de las teorías liquidacionistas, a lo cual ayuda la reconstrucción que se da con carácter continuo en el interior de la clase obrera, observadas y estudiadas ya por Marx, Engels y Lenin, cada vez mas complicada por la inclusión de nuevos integrantes (pequeña burguesía arruinada, profesionales, intelectuales, etc.), que en alguna medida llevan consigo las ideas propias de su posición social de origen.

Con todo a su favor, se fortalece la alianza de la burguesía con los políticos pseudos demócratas y con los sectores más reaccionarios de la intelectualidad, sus más fieles acompañantes en el terreno ideológico, quienes se apresuran a sepultar al marxismo que, a pesar de todos los intentos, permanece incólume y con un brío excitante.

Por medio de la filosofía, mas que por ningún otro método de análisis, se puede valorar con mayor rigor, que el marxismo, lejos de haber desaparecido está omnipresente en toda la sociedad. Gracias al marxismo, las ciencias, la cultura, la moral, han adquirido una dimensión universal y distinta. Es el triunfo apabullante de la dialéctica marxista sobre la metafísica idealista. En el mundo contemporáneo, el avance técnico y científico en la sociedad burguesa, no tendría lugar de no aplicarse las leyes de la dialéctica materialista en el proceso de investigación. La Geografía, la Historia y todas las ramas del saber humano, ya no se explican de igual manera que antes de Marx. Todas las disciplinas científicas buscan las conexiones de los fenómenos naturales, su interdependencia con el ser humano para percibir las relaciones causales entre ellos. Es la afirmación incontrovertible de que el tiempo, el espacio, la conciencia, es decir, todos los fenómenos naturales, es una propiedad de la materia en movimiento, como asevera el marxismo. Aunque se ha intentado negar el marxismo en virtud de que Einstein escribió la siguiente ecuación: E = mc2 (E: energía; m: masa; c: velocidad de la luz) porque con ella se ha pretendido imponer la hipótesis de que la interacción de las partículas y las antipartículas se convierten en fotones, lo que significaría la destrucción de la materia.

Sin embargo, se ha podido demostrar en contra de lo que defiende el idealismo moderno, que no hay ninguna aniquilación de la materia, lo que sí sucede es el paso o la transformación de una forma de materia a otra, respetándose escrupulosamente la conservación de la masa, de la carga eléctrica, del impulso, del momento del impulso y de algunas propiedades mas de las micro partículas. Los fotones, es decir, los cuanta del campo electromagnético, es una forma de la materia en movimiento.

La dinámica que impone el desarrollo de las ciencias desborda los límites de la ideología burguesa, en su consecuencia, los pilares religiosos se resquebrajan y el papel de la Iglesia se hace patético, porque atrapada en su propio drama, es incapaz de interceptar la afluencia de datos, de neutralizar las tesis, y de ocultar los descubrimientos científicos que ponen en tela de juicio la existencia de un espíritu todopoderoso con dominio absoluto del pasado y del porvenir. Hoy más que nunca, la Iglesia solo puede apoyarse para su subsistencia, en la ignorancia de las clases trabajadoras y en el aprovechamiento que de ella hacen las clases poderosas, interesadas en mantener la institución religiosa para adormecer a las masas. La teoría en "vigor" que más adictos ha conquistado, la de la expansión del Universo en aceleración constante, en contra de lo que algunos afirmaban, confirma la materialidad del mundo objetivo y la eternidad de la materia dando la razón al marxismo.

Solo el cinismo burgués puede presentar las teorías marxistas como descubrimientos recientes de la ciencia. Primero, sucedió con la teoría del origen del lenguaje hablado y después, con el argumento más relevante de la evolución del hombre que trata de delimitar las fronteras entre el ser humano y el animal. Las investigaciones actuales precisan dicho límite en la interacción de las manos y el cerebro que Engels, ya en el siglo XIX lo dedujo y lo explicitó con su verdadero vocablo: trabajo, o la capacidad para producir los bienes para su subsistencia. (Engels, La transformación del mono al hombre).

El marxismo pujante penetra por todos los poros de la sociedad porque representa la realidad objetiva frente a la falsa moralidad burguesa. Los deseos de una auténtica libertad sexual libre de las trabas económicas y de los prejuicios sociales, entre otros, de la juventud, su desgaire, su pasión por la ecología, su amor por la paz, su rechazo al militarismo imperialista y reaccionario y su conducta, a veces comprometida con los pobres del mundo subdesarrollado, tienen sus antecedentes más directos en la moral marxista. Sin embargo, ningunos de estos anhelos humanistas pueden ser satisfechos, porque los límites que abarcan a la sociedad capitalista lo impiden.

Por todas estas razones, la inevitabilidad de la existencia de un Partido marxista-leninista se expresa de modo acuciante. Un partido que aglutine todas estas energías desperdigadas que corren el riesgo de desintegrarse, si no se les convence de que la cultura que predican y protagonizan no corresponden a esta sociedad. Si no se les persuade de la necesidad de luchar organizadamente contra el sistema que imposibilita la satisfacción de sus ilusiones y que emplea los avances científicos en beneficios de unos cuantos; aunque, ello presuponga la degradación ambiental, el hambre para millones de niños, mujeres y hombres y la destrucción de vidas humanas a través de guerras de exterminios. De la necesidad también, de instaurar una sociedad en donde los conocimientos estén al alcance de todos los ciudadanos.

Uno de los pilares en que se basa el materialismo histórico, es decir, la lucha de clases, es objeto de múltiples interpretaciones, todas ellas tendentes a obviar su existencia. En épocas de calma los teóricos burgueses tratan de restarle importancia, cuando no de negarla, recurriendo al tópico por ellos creado, de que la lucha de clases es un concepto anticuado, que el capitalismo democrático desarrollado ha superado.

Este argumento, clásico ya, se altera cuando la evidencia se impone en los momentos supremos. Entonces, a los ideólogos burgueses y a los políticos de derecha no les importa pasar por antiquísimos y apelan a la supuesta naturaleza humana, recordando al milenario Aristóteles que planteaba la esclavitud como un bien de la naturaleza: Unos hombres nacen para ordenar y otros nacen para obedecer, y ambos son felices si cumplen con su misión.


sábado, 26 de noviembre de 2011

La verdad sobre Stalin



"... En los llamados errores de Stalin está la diferencia entre una actitud revolucionaria y una actitud revisionista. Se debe ver a Stalin en el contexto histórico en el que se desarrolló, no debe vérselo como una especie de bruto, sino que se lo debe apreciar en ese contexto histórico particular... Yo he llegado al comunismo por papá Stalin y nadie puede decirme que no lea su obra. Lo he leído aun cuando era considerado muy malo leerlo, pero ese era otro tiempo. Y como no soy una persona no demasiado brillante y además testaruda continuare leyéndolo...."
Ernesto “Che” Guevara


Escrito por Wilf Dixon
Conferencia efectuada por el Partido Comunista Marxista-Leninista de Gran Bretaña CPGB (M-L).

Jueves 8 de abril de 2010

Introducción

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética luchaba por su existencia en una lucha a muerte contra el fascismo alemán, los trotskistas animaban a los trabajadores de Gran Bretaña a declararse en huelga, minando así el esfuerzo de guerra en ese momento de la historia en que el único beneficiario era el fascismo. Minando el esfuerzo de guerra de Gran Bretaña después de que la Unión Soviética se hubiera enzarzado en una lucha a vida o muerte contra el fascismo, estos trotskistas se convirtieron en instrumentos del fascismo en la lucha contra la Unión Soviética.
El papel del pseudo-radicalismo trotskista durante la guerra arroja alguna luz sobre el papel que había jugado antes de la guerra. Sólo cuando entendemos este hecho podemos apreciar plenamente la contribución realizada por W. Dixon. Continuará la controversia sobre si los representantes del trotskismo mantuvieron transacciones directas con los servicios de inteligencia del Eje a espaldas de sus miembros. Sin embargo, lo que no puede negarse es que el trotskismo, debido a su radicalismo de extrema izquierda, se convirtió en un movimiento, objetivamente hablando, al servicio de las clases reaccionarias y de sus mercenarios fascistas en la lucha contra el socialismo.

La contribución de Dixon es un oportuno recordatorio de los peligros del radicalismo pseudo-izquierdista en el movimiento obrero actual.

LA VERDAD SOBRE STALIN (Wilf Dixon)

Gracias por darme la oportunidad de hacer justicia a la memoria histórica en varios asuntos relacionados con Stalin. Mi conferencia lleva por titulo "La verdad sobre Stalin". Ciertamente éste es un título imponente, pero no obstante necesario frente a las mentiras predominantes que pasan por juicios históricos objetivos, las mentiras que tienen sus fuentes en el grupo de expertos anticomunistas de la Universidad de Harvard y en la propaganda nazi. Las fuentes que actúan en base a la estrategia consistente en "arroja bastante fango e invéntate genocidios, porque siempre quedará algo". Sin embargo, una evaluación histórica de Stalin no puede hacerse aisladamente de la revolución rusa y de las tareas del poder soviético en el establecimiento y construcción del primer estado socialista. No voy a defender la contribución de Stalin únicamente apelando a la imparcialidad de los que buscan la verdad de los hechos, aunque los hechos de los que trataré son el testimonio de los logros de Stalin, sino como un comunista que usa la perspectiva marxista-leninista internacional para describir y explicar el papel del individuo en los grandes movimientos y acontecimientos históricos.

El marxismo nos enseña que desde la desaparición de las formas comunistas primitivas de sociedad y la aparición de las clases —el dueño de esclavos y el esclavo, el señor feudal y el siervo o campesino, el capitalista y el trabajador—, la historia del esfuerzo y del progreso humano ha sido la historia de la lucha de clases. Las condiciones sociales del ser humano determinan su consciencia, y las ideas llevan la impronta de los intereses de una clase particular. Las ideas de la clase dirigente son las ideas predominantes. La clase dirigente de cualquier época busca dar molde al mundo en apoyo de sus intereses y de su visión de la realidad. Vivimos en la época del imperialismo y de la revolución social. Pero la revolución social aún no ha tenido éxito en el foco de poder de la burguesía, que reside principalmente en Europa, América, Japón, y que ahora ha sido restaurado en Rusia. Por tanto, no es sorprendente que la postura predominante sobre Stalin y aun sobre Lenin, ahora que la Unión Soviética se ha derrumbado, sea el odio más amargo de la burguesía imperialista y de su ejército bien pagado y aleccionado de escritorzuelos.

Estos comentarios introductorios son esenciales para hacer una evaluación significativa de Stalin.

PRIMEROS AÑOS.

Josif Vissarionovich Dzhugashvili, conocido en la historia como Josif Stalin, nació el 21 de diciembre de 1879 en la antigua ciudad georgiana de Gori. Su familia era de origen campesino, aunque su padre era zapatero. Sus padres eran incultos, y su madre Ekaterina, contra los deseos del padre, escatimó gastos y ahorró dinero para que Josif estudiara en el seminario y se ganara la vida como sacerdote. Pero esto no iba a ser posible. El fermento revolucionario de la época influyó profundamente en Stalin. Tras una etapa como estudiante modelo, fue expulsado del seminario por propagar el marxismo, el 27 de mayo de 1899. Desde entonces se dedicó de lleno a sus actividades como revolucionario profesional, dándose a sí mismo el nombre de Koba, que significa "Implacable".

Se unió al Partido Socialdemócrata Obrero Ruso y estableció por vez primera contacto con Lenin mediante correspondencia en 1903, mientras aquél se hallaba en el exilio. Reconoció en Lenin a un hombre de carácter insólito, y más adelante apoyó de manera decidida a los bolcheviques frente a los mencheviques. Stalin, como más tarde sería conocido, sufrió varios períodos de encarcelamiento y el exilio en Siberia, donde llegó a ser conocido como alguien que no era muy sociable con otros exiliados. Prefería ir a pescar y mezclarse con los aldeanos. Los biógrafos tienden a especular que esto se debía a que la mayor parte de los otros exiliados políticos eran intelectuales y evitaban a Stalin, o que él se sentía incómodo o receloso en su compañía. Stalin era una persona muy pragmática y con los pies en el suelo, e indudablemente prefería la compañía de los trabajadores y campesinos a la de los intelectuales. En 1912 Stalin se unió al Comité Central, pero después de una intensificación de la actividad policial para dar con el paradero de los dirigentes bolcheviques fue detenido en febrero de 1913, y tras pasar un período en la prisión de San Petersburgo fue exiliado aMonastyrskoe en la Siberia profunda, dentro del Círculo Polar Ártico. La fuga era imposible, lo que obligó a Stalin a centrarse en la lucha por la supervivencia.

Después de la Revolución de Febrero se declaró una amnistía para todos los presos políticos y Stalin volvió a Petrogrado, donde inmediatamente se implicó de lleno en los acontecimientos revolucionarios de la época. Aunque relativamente desconocido, asumió una responsabilidad creciente en la labor de alcanzar y consolidar el poder soviético, asumiendo el mando de las unidades del Ejército Rojo que se formó en la guerra civil de 1918-20. Esta conferencia no versa en particular sobre los hechos de la Revolución Bolchevique. Por hoy es suficiente recordar que la Revolución de Octubre rusa es quizás el acontecimiento más significativo del siglo XX hasta la fecha, el acontecimiento que dio lugar a una nueva época de revolución y emancipación social.

La Revolución de Octubre fue desde su inicio un faro de esperanza y liberación para los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo. Por primera vez en la historia escrita, las masas tomaron las riendas del poder estatal y a través del poder de los Soviets se convirtieron en los amos de su propio destino. Lenin fue el arquitecto del Partido, capaz de alcanzar el objetivo de conducir a las masas a esta gran victoria, y fue también Lenin quien dirigió el Partido y el Estado soviético en su nacimiento, cuando luchaba por su misma existencia. Pero Lenin, que en 1918 quedó seriamente debilitado por un intento de asesinato, sufrió una serie de graves derrames cerebrales que finalmente acabaron con su vida en 1924. Fue entonces responsabilidad de Stalin dirigir el Partido Comunista de la Unión Soviética durante los años sumamente difíciles de construcción del socialismo, destruyendo el poder de la Alemania nazi y transformando una sexta parte de la superficie del mundo en una superpotencia mundial capaz de desafiar al imperialismo estadounidense.

Durante aproximadamente 30 años, Stalin fue el líder reconocido de la Unión Soviética y del Movimiento Comunista Internacional. A través de la Komintern, Stalin, al igual que Lenin, ayudó a la formación y desarrollo de partidos comunistas en todo el mundo. Recibía y daba asesoramiento a los líderes de los partidos comunistas, mientras insistía en la responsabilidad que tenían los comunistas para usar sus cerebros y solucionar los problemas relacionados con el liderazgo de la lucha de los trabajadores, principalmente mediante sus propios esfuerzos. El movimiento obrero en Europa y América se hizo enormemente más poderoso gracias al prestigio creciente de la Unión Soviética y del Movimiento Comunista Internacional. La formación de partidos comunistas en lasnaciones oprimidas del Lejano y Medio Oriente, África y Sudamérica, hizo que la lucha por la independencia nacional de las colonias se hiciera más poderosa y capaz de lograr la victoria frente a la dominación imperialista. Las concesiones hechas por la clase capitalista a la clase obrera (la asistencia médica gratuita, el seguro social, la legislación laboral) desde luego fueron vendidas como ventajas del capitalismo. Pero en realidad fueron el resultado de la poderosa lucha internacional de los trabajadores y de la fuerza del campo socialista tras la derrota de la Alemania nazi, la formación de las democracias populares en Europa Oriental y la liberación de China en 1949. La contribución de Stalin se halla indeleblemente escrita en este período de la historia de la lucha de los pueblos oprimidos y de los trabajadores. Por eso Stalin se ha convertido en el blanco de tanto veneno por parte de las clases reaccionarias.

La comprensión de la historia de la Unión Soviética requiere el estudio y análisis de una enorme cantidad de detalles. La conferencia de hoy, en la hora que tengo disponible, sólo puede rozar la superficie. Pero hay una serie de etapas que la mayoría de nosotros reconocerá como importantes, aunque sólo sea porque provocan la mayor parte de la controversia. ¿Cuáles son?

1) Colectivización —la eliminación de los kulaks como clase.

2) La Oposición se convierte en un instrumento en manos de la reacción, el imperialismo y el fascismo.

3) Stalin y la guerra contra el cerco capitalista y la agresión fascista.

COLECTIVIZACIÓN

La colectivización fue central para el primer plan quinquenal puesto en práctica en 1929. Fue central para el programa de industrialización de la Unión Soviética y sin ella no había solución posible al atraso de la economía. En 1928 el número de granjas colectivas se había elevado de 14.830 a 33.258, lo que suponía un incremento de 194.200 a 416.700 propiedades campesinas colectivizadas. Pero esta tasa de crecimiento era inaceptable. A medida que el invierno de 1928-29 se acercaba, la amenaza del hambre se hizo seria.
La resistencia de los Kulaks (terratenientes) constituyó una grave amenaza para el plan quinquenal y para la propia construcción del socialismo. El 27 de diciembre de 1929, Stalin proclamó: "hemos pasado de una política de limitación de las tendencias de explotación de los Kulaks a una política de liquidación de los kulaks como clase". Los Kulaks destruían el grano y el ganado antes de permitir que fuera puesto bajo la autoridad de las granjas colectivas. Se tomaron medidas indudablemente severas, que incluían la confiscación de la propiedad y la deportación aSiberia y las regiones árticas. Éste fue un período de intensa lucha de clases que, una vez en marcha, tuvo que ser completado en el tiempo más corto posible para restaurar y ampliar la producción en el campo. No había ninguna escapatoria para la resistencia de los Kulaks, y la campaña para completar la colectivización de toda la producción del grano alcanzó su punto culminante en el otoño de 1932. En octubre de 1929, el 4.1 por ciento de las propiedades campesinas habían sido colectivizadas. En marzo de 1930, el número era superior al 50 por ciento, y en julio de 1934 representaba el 71.4 por ciento de las tierras de labranza y de las propiedades campesinas. Stalin hizo un alto en el proceso de colectivización en marzo de 1930, cuando publicóen el Pravda su famoso artículo "El Vértigo del Éxito", en el que criticaba el celo excesivo de los funcionarios del partido y reclamaba un paréntesis en el fuerte proceso de agrupamiento de campesinos y de ganadería en las granjas colectivas. Criticó las distorsiones en la línea del partido y exigió el mayor cuidado en el trato a los campesinos, y declaró que en particular debía cesar el tratamiento de miles de campesinos pobres y medios como kulaks. Esto causó un retraso en el número de colectivizaciones pero la campaña siguió adelante, de modo que, a mediados de 1931, el 52.7 por ciento de las propiedades campesinas habían sido colectivizadas. Aproximadamente 4 años más tarde el número se había elevado al 90.5 por ciento.
La colectivización era la piedra angular del primer plan quinquenal y de la propia construcción del socialismo. Pero la resistencia salvaje de los kulaks creó problemas enormes. Sólo en los primeros meses de 1930, 14 millones de cabezas de ganado fueron sacrificadas, y de los 34 millones de caballos existentes en la Rusia soviética de 1929 se sacrificaron 18 millones. Este sabotaje hizo de la industrialización de la agricultura una necesidad desesperada para prevenir el hambre. Pero ésta no podía prevenirse totalmente, y en realidad surgió antes de la campaña de colectivización. El invierno de 1932-33 fue un período de hambre terrible, pero fue seguido por una cosecha récord en 1933, que siguió mejorando en los años siguientes.

La colectivización era esencial para la industrialización socialista de la Unión Soviética. Pero era también esencial para liberar la mentalidad del campesinado del atraso de la economía rural existente. La formación de las colectividades, mientras todavía existía una relación mercantil con el estado, hizo que los campesinos se asociasen y minó el aislamiento individual de los campesinos,creando ocasiones para desarrollar la conciencia social. Éste es precisamente el efecto que tuvo la colectivización, y una vez que se vio que las colectividades mejoraban las condiciones de vida de los campesinos, éstos las defendieron como suyas. La vida cultural en el campo se amplió con la creación de cines y centros culturales para fomentar todo tipo de actividades colectivas.

Fue Lenin quien creó el lema de que el socialismo era la electrificación más el poder de los Soviets.
La electrificación, igual que la industria, generalmente se hallaba en un estado sumamente atrasado en la Rusia Zarista. La industria a gran escala es inconcebible sin la energía que la ponga en movimiento. Lo que se llamó el Plan Goelro, consistente en la construcción de 30 nuevas centrales eléctricas con una capacidad total de 1.5 millones de kilovatios, fue puesto en marcha por Lenin para ser completado en diez años. En una serie de proyectos quinquenales iniciados por Stalin, estas propuestas fueron ampliadas enormemente.

En 1937, la URSS era ya el tercer productor de energía del mundo. La industria se desarrolló a un ritmo impresionante. La utilización de tractores y maquinaria agrícola estaba en el centro de la campaña de colectivización. Ya en 1927 los niveles de producción habían alcanzado los niveles de antes de la guerra. A finales del último año del primer plan quinquenal, la industria a gran escala experimentó un notable aumento del 113 por ciento. Uno de los rasgos de este desarrollo, que demostraría ser crucial en la guerra de resistencia contra la Alemania nazi, fue el desarrollo de nuevas industrias para asegurar una más adecuada distribución de la industria por todo el país. Se reconoció que la concentración de la industria en la Rusia europea hacía vulnerable a la URSS en caso de un ataque desde el oeste. Ian Grey, en su biografía Stalin: Man of History [Stalin: Hombre de la Historia], escribió: "La redistribución de la industria condujo al desarrollo de una segunda industria siderúrgica y del carbón en la zona del Ural-Kuznetsk. Magnitogorsk, el centro de una nueva región industrial de los Urales, comenzó en 1931 como una colección de barracones que albergaban a los trabajadores encargados de construir los hornos y los trenes de laminado; ocho años más tarde era una ciudad de 146.000 habitantes. Kuznetsk en Siberia, conocida en 1932 como Stalinsk, y Karagandá en Karakhstan, se convirtieron en grandes ciudades industriales en el mismo breve período" (Pagina 253).

La colectivización, la electrificación y la industrialización se desarrollaron a un ritmo acelerado. En 1937, la industria de construcción de maquinaria soviética era la primera de Europa y la segunda en la producción mundial. En la metalurgia, la URSS alcanzó el segundo puesto de Europa y el tercer lugar del mundo. La industria química soviética ocupó el primer lugar de Europa y el segundo del mundo.

Mucho se habla hoy de que la Unión Soviética no tenía ningún respeto por el medio ambiente. Esto no era así en tiempos de Stalin. El calor generado en la producción de energía se empleaba para calentar las casas de los trabajadores en las ciudades nuevas que aparecían junto a los nuevos complejos industriales. Las energías alternativas —el agua y la energía eólica— también fueron utilizadas.

Junto a esta producción industrial intensiva, existía la necesidad de erradicar totalmente el analfabetismo y de conseguir una clase obrera culta y técnicamente competente. En 1929 había todavía aproximadamente un 51 % de analfabetos entre los 5 y los 50 años. En 1939 se habían reducido al 18.8 por ciento. En marzo de 1931, aproximadamente 5.000 especialistas extranjeros fueron empleados en la industria soviética. Cientos de ingenieros y estudiantes soviéticos recibieron instrucción en el extranjero, en particular en los Estados Unidos (lo cual no resultó del todo satisfactorio). En 1933, aproximadamente 200.000 estudiantes estaban matriculados en las escuelas técnicas superiores y unos 900.000 estudiantes asistían a escuelas técnicas secundarias. Las escuelas fabriles y los cursos de especialistas instruían a un millón de trabajadores cada año.

La urgencia y el ritmo de construcción indudablemente requirieron una cantidad enorme de esfuerzos y sacrificios. Pero en 1933 Hitler se convirtió en Canciller de Alemania, y el partido Nazi comenzó su campaña de guerra: no había ninguna duda de la amenaza que el joven estado socialista soviético afrontaba tras poco más de una década de construcción pacífica. Los enormes sacrificios del primer plan quinquenal daban su fruto y las condiciones de vida mejoraban, mientras la Depresión hacía presa de Occidente.

En este tiempo crítico para la Unión Soviética, la Oposición, que había esperado que Stalin y el Partido no lograsen colectivizar la agricultura, aumentó sus actividades subversivas. En cada etapa se había demostrado su postura errónea y tenía muy poco apoyo entre las masas. Para alcanzar sus objetivos recurrió ahora al terrorismo.

EL ASESINATO DE SERGEI KIROV

El 1 de diciembre de 1934 Sergei Kirov, mientras trabajaba en el Instituto Smolny, fue asesinado por Leonid Nikolaev, un miembro del Partido que había sido funcionario del Comisariado de Inspección en Leningrado, pero que había sido degradado desde la abolición del mismo. Sus protestas le valieron ser expulsado del Partido. Era asimismo un incompetente y había estado implicado en diversas actividades irregulares. Pero fue admitido de nuevo dos meses más tarde, tras prometer que acataría la disciplina del Partido. Con toda claridad no se había reconciliado con el Partido, y terminaría recurriendo al terrorismo para lograr su venganza. Era un elemento descontento que fácilmente se prestó a trabajar para la Oposición.

Kirov era el jefe del Soviet de Leningrado. En la dirección del Partido se le consideraba el sucesor más probable de Stalin. Su asesinato, por lo tanto, no podía ser visto únicamente como un acto de venganza. Fue principalmente un acto de terror político. El atentado contra la vida de Lenin en 1918 había sido realizado por un Social-Revolucionario y no por un miembro del Partido. Kirov fue asesinado por un miembro del Partido. Stalin se tomó este asunto muy en serio, y él mismo se encargó de dirigir la investigación de las actividades de la Oposición. Zinoviev fue acusado de estar directamente implicado en el complot contra Kirov. Pero en este momento no podía demostrarse aún su culpabilidad. La Oposición, mientras estaba ocupada en reclutar a saboteadores y planear asesinatos, negaba enérgicamente su participación alegando que el terrorismo individual es incompatible con el marxismo. Zinoviev, sin embargo, aceptó que sus actividades habían contribuido a incitar actos de terrorismo. Fue condenado a 10 años.

En este punto, me gustaría señalar algunos aspectos de las lecciones históricas que los marxistasleninistas extraen de la continuación de la lucha de clases en la etapa del socialismo. El socialismo no es el objetivo final del marxismo-leninismo. Marx, en El Manifiesto Comunista, señala que el socialismo es el período de la dictadura revolucionaria del proletariado en el que la clase obrera,como clase dirigente, busca amoldar el mundo a su propia perspectiva proletaria. Para hacer esto, el proletariado necesita su propio estado —un estado que en última instancia debe desaparecer, ya que
el proletariado no tiene ninguna necesidad de mantener un poder opresivo sobre sí mismo. Sin embargo, el estado soviético era muy poderoso, lo que no podía ser de otro modo a consecuencia del cerco capitalista de la Unión Soviética. Pero la continuación de la lucha de clases también tiene lugar dentro del estado proletario y sobre todo dentro del Partido dirigente, que es la avanzadilla de su clase —el proletariado. Siendo éste el caso, puesto que siempre habrá necesidad de lucha y controversia dentro del partido de la clase obrera, debe reconocerse que esta controversia también reflejará la lucha de clases en la sociedad y que los desposeídos y los nuevos elementos burgueses procurarán ganar poder para defender sus intereses dentro del Partido. Cuando los miembros de la Oposición recurrieron al sabotaje y el terror, al no poder ganar apoyos dentro del Partido, se convirtieron en instrumentos, quizás sin ser conscientes algunos de ellos, en manos de los que intentaban derrocar al Poder soviético.

El asesinato de Kirov marcó el principio de un cambio cualitativo en el método de lucha de los opositores dentro del Partido. La oposición del bloque Trotsky-Zinoviev, al no lograr el apoyo dentro del Partido, esperaba el fracaso del primer plan quinquenal para derrocar a Stalin. Cuando esta esperanza se vio decepcionada, no vieron otra opción que recurrir al terrorismo. Los Procesos del grupo terrorista trotskista-zinovievista celebrados en Moscú del 19 al 24 de agosto de 1936 demostraron con claridad lo anterior. Los historiadores burgueses pueden mofarse de estos juicios y calificarlos de farsas, pero los periodistas y los comentaristas de la época quedaron impresionados por el hecho de que las admisiones de los acusados eran genuinas. Reflejaban una realidad: que en la sociedad socialista el Partido, para continuar al lado de las masas, debe purgarse de elementos putrefactos, desmoralizados y burgueses. Tras el asesinato de Kirov se llevaron a cabo tales purgas, y es también un reflejo de la continua lucha de clases que algunos buenos comunistas fueran acusados injustamente y expulsados del Partido. Pero es inevitable la necesidad de tales purgas en la etapa del socialismo, para prevenir la restauración capitalista y la degeneración de la dirección de la clase obrera.

Quizás el individuo más siniestro de la Oposición, que ostentó el poderoso cargo de Vicepresidente de la Policía de Seguridad —la OGPU—, era Henry G. Yagoda. Sistemáticamente protegía de la investigación a los miembros de la oposición, y era renombrado por su preferencia por el uso del envenenamiento y de los "tratamientos" médicos para quitar de en medio a los miembros leales y de confianza del Gobierno soviético. Fue responsable del asesinato del presidente de la OGPU Vyacheslav R. Menzhinsky, utilizando su poder para intimidar a un tal doctor Leo Levin de modo que consiguiera la adhesión de un físico leal, el Dr. Kazakov, a la conspiración médica contra Menzhinsky. Menzhinsky sufría de angina de pecho y asma, y debido a la administración de tratamientos incorrectos, su corazón se debilitó y su muerte fue apresurada. Murió en mayo de 1934, 6 meses antes del asesinato de Kirov y después de que Yagoda hubiera asumido su cargo.

De hecho el asesino de Kirov, Leonid Nikolayev, fue detenido por agentes de la OGPU sólo unas semanas antes del asesinato de Kirov. Se le encontraron un arma y una carta con la ruta que Kirov seguía a diario. Yagoda ordenó su liberación.
Yagoda fue responsable del asesinato de Máximo Gorki y de su hijo. Máximo Gorki era leal a Stalin y al Partido, y sus escritos eran muy respetados internacionalmente. Por esta razón se convirtió en un objetivo para los miembros de la Oposición, que temieron que Gorki les denunciara en sus escritos. Los motivos de la Oposición eran venales y bajos. Estaban en alianza directa e indirecta con los enemigos del poder de la clase obrera en la Unión Soviética y en el extranjero. Yagoda declaró durante su juicio que sus acciones tenían como objetivo ayudar a que la oposición alcanzara el poder, y no contribuir a su propio engrandecimiento personal. Incluso confesó a su secretario y cómplice, Pavel Bulanov, que consideraba al Mein Kampf "un libro que merece la pena" y que le impresionaba el hecho de que Hitler hubiera llegado a la cima empezando como un simple "sargento mayor". Yagoda había comenzado su carrera como sargento mayor en el ejército ruso.

La purga de estos elementos que se habían infiltrado en el Partido y en el estado era no sólo una necesidad, sino asimismo una prioridad en el ambiente de tormenta que se avecinaba con la amenaza internacional de la Alemania nazi y de las potencias del Eje, una amenaza terrible que la Unión Soviética debía afrontar ahora. Trotsky tenía una posición totalmente elaborada acerca de que el terrorismo por sí solo no derribaría al Gobierno soviético. Los partidarios del terrorismo, la actividad desviacionista y el sabotaje tuvieron que aliarse con los que estaban dispuestos a ir a la guerra contra la Unión Soviética. Esto significaba la alianza con las potencias militares del Eje —en particular Alemania y Japón. Esta alianza se consideró como un asunto de necesidad histórica para derribar a Stalin y colocar a la oposición en el poder. Incluso tuvieron lugar conversaciones secretas entre miembros de la Oposición rusa y representantes de Alemania y Japón.

Adolf Hitler, arengando a miles de tropas en el Congreso del Partido Nazi de Nuremberg el 12 de septiembre de 1936, proclamó públicamente su intención de invadir la Unión Soviética. El 25 de noviembre de 1936, los Ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y Japón firmaron el Pacto Anti-Comintern. Pero ya en la primavera y el verano de 1936, las autoridades soviéticas habían sorprendido a espías nazis, saboteadores y terroristas en una serie de incursiones por todo el país.
Paso a paso, la quinta columna antisoviética de Trotsky fue destapada y destruida en los meses siguientes. Trotsky había predicho una guerra contra la Rusia soviética en 1937. Como la conspiración fue destapada ante el mundo entero en los Procesos celebrados contra el grupo terrorista trotskista-zinovievista, así como en los juicios subsiguientes, Trotsky únicamente pudo lanzar sus broncos improperios contra Stalin y la Unión Soviética. Surgieron entonces comités para defender a Trotsky, cuya plataforma de propaganda debía presentar a Trotsky como un mártir injustamente acusado. Pero pronto se reveló que dichos comités estaban compuestos por elementos antisoviéticos y fascistas que coordinaban la propaganda con el fin de desviar la atención lejos de la amenaza de guerra contra la Unión Soviética.

En 1941, tras la invasión nazi de la URSS, Joseph E. Davies, ex-Embajador americano en la Unión Soviética, escribió: "Todos estos juicios, purgas y liquidaciones, que parecieron tan violentos en aquel tiempo y sobresaltaron al mundo, ahora se revelan con bastante claridad como parte de un esfuerzo vigoroso y decidido del gobierno de Stalin para protegerse... En 1941 no había ya ningún quintacolumnista en Rusia" ( The Big Conspitacy [La Gran Conspiración], pag. 326).

LA OPOSICIÓN SE CONVIERTE EN UN INSTRUMENTO EN MANOS DE LA REACCIÓN, EL IMPERIALISMO Y EL FASCISMO

Trotsky y el odio virulento del trotskismo hacia Stalin nunca se basaron en un conjunto de principios sólidos. Trotsky era arrogante y presuntuoso. Trotsky se consideraba a sí mismo como el igual de Lenin, y posteriormente como su sucesor. Se unió a los bolcheviques sólo después de que su propio grupo fracasara en el intento de dirigir la revolución y desplazar a Lenin y los bolcheviques. No mostró más que desprecio y prejuicio de clase hacia Stalin, a quien consideraba un georgiano inculto. En cuanto a la pretensión de Trotsky de ser el sucesor de Lenin, no fue aceptada en ningún momento por los compañeros de partido, bolcheviques, que eran demasiado conscientes de las divergencias fundamentales entre Lenin y Trotsky sobre cuestiones de principio.
Trotsky se unió a los bolcheviques en agosto de 1917, sólo dos meses antes de la Revolución Bolchevique de Octubre.

Tras 14 años de oposición a Lenin y a los bolcheviques, Trotsky todavía se consideraba como el sucesor natural de Lenin. En Brest-Litovsk, Trotsky había sido enviado por Lenin como Comisario de Asuntos Exteriores con instrucciones categóricas de firmar la paz con Alemania. Pero Trotsky se negó a firmar la declaración: ni paz ni guerra. Dijo a los alemanes que el ejército ruso no podía luchar más y seguiría siendo desmovilizado, pero que no firmaría la paz. Después de la Revolución Bolchevique los británicos enviaron a un agente para establecer relaciones con funcionarios soviéticos, pero sin reconocimiento oficial. Este agente especial del Gabinete Británico de Guerra era R. Bruce Lockhart, que escribió en sus memorias —tituladas The British Agent [El Agente Británico]— que el Ministerio de Asuntos Exteriores británico estaba muy interesado en las "disensiones entre Lenin y Trotsky —disensiones en las cuales nuestro Gobierno tenía puestas muchas esperanzas". Lockhart estableció contacto personal con Trotsky en cuanto éste volvió de Brest-Litovsk. Trotsky le concedió una entrevista de dos horas en su oficina privada de Smolny.
Según las memorias de Lockhart, aquella misma noche registró en su diario sus impresiones personales sobre Trotsky:
"Me parece un hombre que de buen grado moriría luchando por Rusia, con la única condición de que haya un público bastante amplio para contemplarlo" (citado en The Big Conspiracy [La Gran Conspiración], p. 31).

Inmediatamente después de la Revolución de Octubre, cuando la gente anhelaba la paz y cuando la revolución necesitaba un plazo para organizar el Ejército Rojo, Trotsky jugó irresponsablemente a aventurerismos izquierdistas con los imperialistas alemanes, amenazándoles con la guerra y la revolución en vez de firmar una paz con Alemania, que exigía una serie de demandas territoriales a Rusia. El resultado fue que se firmó en Brest-Litovsk una paz todavía más áspera, que implicaba aún mayores sacrificios territoriales en beneficio de Alemania. El hecho era que la revolución en Alemania no había madurado, y los trotskistas, al jugar con frases "izquierdistas" para asustar a los imperialistas alemanes, que conocían muy bien el débil estado en que se encontraba el joven poder soviético, por poco causaron el completo fracaso de la revolución rusa.

Tampoco el odio de Trotsky hacia Stalin, como algunos afirman, estaba basado en su supuesto talante democrático frente a los métodos de mando centralistas de Stalin, supuestamente dictatoriales. Trotsky era un exponente fanático de la política del comunismo de guerra. Ian Grey, en su libro Stalin: Man of History[Stalin: Hombre de la Historia], escribe sobre Trotsky:

"Trotsky insistía en que el trabajo estuviera sujeto a la misma disciplina estricta impuesta en el Ejército Rojo. Totalmente autoritario en su perspectiva y sin el menor entendimiento ni comprensión de las necesidades y emociones humanas, empezó a imponer esta disciplina. El resultado inmediato fue una tormenta airada de protestas y rebeliones...

”Trotsky entró en conflicto frontal con los sindicatos... Había movilizado a los ferroviarios usando la disciplina del ejército. Allí, de nuevo ante la oposición del sindicato, estableció su propia autoridad, el Comité Central del Transporte, conocido como Tsektran. Su tratamiento arbitrario de este sindicato y sus amenazas de hacer lo mismo con los demás sindicatos —sometiéndolos a todos a la disciplina militar— enfurecieron a los sindicalistas miembros del Partido...

“Lenin, apoyado por diez de los diecinueve miembros del Comité Central que incluían a Stalin, Zinoviev y Kamenev, propuso establecer una moderación en el gobierno del partido. La abolición inmediata del odiado Tsektran de Trotsky debía ser el primer paso. Trotsky se opuso virulentamente a esa política "liberal". Fue apoyado por Bujarin, Dzerzhinsky, y los tres miembros entonces responsables de la Secretaría del Partido"(p. 144).

La imagen que los historiadores burgueses oficiales suelen presentar de Trotsky como un revolucionario íntegro, un hombre de principios expulsado y perseguido por Stalin, pertenece al reino de los cuentos de hadas. Trotsky era despiadado. La importancia que pudo haber tenido y la contribución que hizo en las semanas de Octubre se vuelven insignificantes ante el hecho de que cada vez con más intensidad entró en contradicción con el poder soviético y, desde luego, con el liderazgo de Stalin. La ola revolucionaria había disminuido y el poder soviético se enfrentaba con problemas inmensos para establecer los fundamentos y construir el socialismo por vez primera en la historia, o de lo contrario capitular ante el imperialismo y la reacción blanca rusa. Trotsky habíaperdido fuerza dentro del Partido. Éste era para él toda su vida y desesperadamente intentó recuperarlo. Se preparó para emplear medidas despiadadas y exigirlas de otros, tal como había estado dispuesto a utilizar los mismos métodos de los oficiales zaristas con el fin de mantener la disciplina en la Guerra Civil —si era necesario ejecutando a uno de cada diez soldados para hacer cumplir la disciplina.

Trotsky siguió oponiéndose a Lenin y a los bolcheviques tras su ingreso en el Partido en agosto.
Trajo consigo a muchos elementos anticomunistas que entraron a formar parte de la Oposición. Sin embargo, durante la Revolución de Octubre era importante la unión de tantas personas como fuera posible, y Trotsky era visto como un agitador habilidoso. Su entrada en el Partido tuvo lugar con una espectacularidad tal que satisfizo su personalidad y sus ansias de grandeza. Lenin observó sardónicamente que era como llegar a un acuerdo con una gran potencia. Después de su fracaso en Brest-Litovsk, fue relevado del cargo de Comisario de Asuntos Exteriores y se le concedió el de Comisario de Guerra. Contaba con poderes de mando muy elevados sobre los comandantes bolcheviques, quienes obligaron al Comité Central a intervenir para evitar que Trotsky fusilara a todos los que consideraba que rompían la disciplina militar.

A menudo el comisario de guerra Trotsky es elogiado por su capacidad de liderazgo durante la Guerra Civil. Sin embargo, en el verano de 1919 Trotsky afirmó que Kolchak ya no era una amenaza en el este, y propuso utilizar todas las fuerzas del Ejército Rojo en la campaña contra Denikin en el sur. Stalin advirtió que esto daría a Kolchak un gran respiro, así como la oportunidad de reorganizarse y equiparse para una nueva ofensiva. El Comité Central rechazó el plan de Trotsky y éste no tomó parte alguna en la campaña del este, que condujo a la derrota de Kolchak. Lo mismo ocurrió con su plan de dirigir una campaña contra Denikin a través de las estepas del Don, una región casi sin caminos e infestada de bandas de cosacos contrarrevolucionarios. Stalin rechazó el plan de Trotsky y propuso avanzar a través de la cuenca del Donetz, con su densa red de ferrocarriles, buenas provisiones de carbón y una población de clase obrera que simpatizaba con la causa bolchevique. El plan de Stalin fue aceptado por el Comité Central. Trotsky fue retirado del Frente Sur y se le ordenó no interferir con las operaciones que condujeron a la derrota de Denikin.

En 1921, en el X Congreso, el Comité Central, encabezado por Lenin, proscribió todas las facciones dentro del Partido por poner en peligro el liderazgo revolucionario. Lenin esperaba que todos los miembros del Partido apoyaran las decisiones de la mayoría sobre la pena de expulsión. Trotsky, cuyas actividades faccionalistas suponían la oposición abierta a la mayoría de las decisiones, fue advertido expresamente. El poder se le escapaba a Trotsky de las manos. La oposición siempre había estado implicada en actividades abiertas y secretas contra el Poder de los soviets. Pero en 1921-22, el General Hans von Seeckt mantuvo contactos con un líder trotskista, Nicolai Krestinsky, a la sazón embajador soviético en Alemania, a quien ofreció financiación para la camarilla de Trotsky. Esta oferta le fue comunicada a Trotsky, que se mostró de acuerdo. Krestinsky pidió 250.000 marcos de oro a Seeckt, que acordó concederlos a cambio de importantes secretos militares y visados para los espías alemanes que operaban dentro de la Unión Soviética. La coincidencia de intereses entre la Oposición y el imperialismo alemán en su odio hacia el bolchevismo y el poder soviético eran una realidad. Sin duda hay quienes intentarán justificar tal colaboración, comparándola con la que permitió a Lenin obtener un coche sellado para volver a la Rusia revolucionaria en 1917. Pero lo que hizo Lenin aseguró la victoria de la revolución bolchevique. Lo que hizo Trotsky iba dirigido contra ella. Cualquier sencillo trabajador o campesino soviético era capaz de ver la diferencia. Tras la muerte de Lenin, Trotsky intentó tomar el poder en el Congreso del Partido de 1924. Exigió que él y no Stalin fuese el sucesor de Lenin, y obligó a que el asunto se decidiera por votación.
Stalin fue votado unánimemente por 748 delegados bolcheviques para continuar siendo el Secretario General. Incluso Bujarin, Zinoviev y Kamenev se sintieron obligados a votar con la mayoría. La oposición se disolvió, pero volvió a reunirse como Nueva Oposición unos meses más tarde y continuó movilizando a una mezcolanza de oposicionistas, arribistas y guardias blancos en células secretas que comenzaron a aprovisionarse de armas.

A pesar de la prohibición de las facciones y del partidismo, la Oposición encontró muchas oportunidades de continuar su campaña contra la dirección del Partido. En Mi Vida, Trotsky escribe: "Durante el año 1926 la lucha del Partido se desarrolló con intensidad creciente. En el otoño la Oposición salió abiertamente a la palestra en las reuniones de los miembros del Partido".
Esto, sin embargo, sólo despertó la hostilidad de los trabajadores, que acallaron a la Oposición. En 1927, cuando la Rusia soviética afrontaba nuevas amenazas de guerra en el oeste, Trotsky públicamente declaró en Moscú: "Debemos recuperar la táctica de Clemenceau, quien, como es sabido, se sublevó contra el Gobierno francés cuando los alemanes estaban sólo a 80 kilómetros de París".

Stalin denunció las declaraciones de Trotsky como traición y declaró que "se ha formado algo así como un frente unido desde Chamberlain a Trotsky".

Un referéndum de todos los miembros del Partido Bolchevique rechazó a la Oposición por un resultado de 740.000 votos frente a 4.000. De hecho, en ningún momento la Oposición recibió el menor apoyo por parte de la masa de militantes del Partido ni de la clase obrera. Esto no era sorprendente, en realidad. La Oposición estuvo siempre en contra de todos los intentos de construir el socialismo, declarándolo imposible en la "atrasada Rusia". Exigieron que la revolución rusa se convirtiese en un depósito de la revolución mundial para promover revoluciones en otros países.
Despojada de su retórica "izquierdista" la Oposición llevó a cabo una lucha salvaje por el poder, en la línea de la dictadura militar que Trotsky había tratado de imponer como comisario de guerra.

El 7 de noviembre de 1927, en el décimo aniversario de la Revolución Bolchevique, durante el desfile anual de masas en la Plaza Roja tuvo lugar una manifestación política contra el Gobierno soviético organizada por la Oposición de Trotsky. Debía señalar una amplia insurrección en toda la nación. Pero esta insurrección popular sólo existía en la imaginación febril de Trotsky. Las autoridades actuaron rápidamente y los trabajadores se volvieron contra los manifestantes, mientras éstos declaraban la toma del poder por parte del nuevo mando concentrado en la Plaza. Siguieron las redadas y detenciones. Uno de los seguidores de Trotsky, el diplomático Joffe, que había sido embajador en Japón, se suicidó. En algunos sitios los trotskistas fueron detenidos dentro de células de antiguos oficiales blancos, terroristas social-revolucionarios y agentes extranjeros. Trotsky fue expulsado del Partido Bolchevique y enviado al exilio en Alma Ata, Siberia. Posteriormente fue deportado a Turquía, en 1929, y terminó sus días en México, donde fue asesinado por uno de sus propios partidarios, que llegó a odiar su extremo egoísmo y vanidad.

STALIN Y LA GUERRA CONTRA EL CERCO CAPITALISTA Y LA AGRESIÓN FASCISTA

Antes del triunfo de los bolcheviques, los marxistas creían que la revolución socialista ocurriría primero en las naciones industrialmente desarrolladas de Europa y América y que se extendería rápidamente, transformando el mundo y llevando el progreso a las naciones atrasadas. Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial reveló que los partidos socialistas de Europa habían abandonado la lucha para derrocar al capitalismo, así como la solidaridad de la clase obrera internacional. La II Internacional Socialista se derrumbó cuando sus partidos apoyaron la victoria de su "propia" clase dirigente en la guerra. Sólo Lenin y los bolcheviques denunciaron la guerra como una guerra imperialista y llamaron a los trabajadores a volver sus armas contra la burguesía. El foco de la actividad revolucionaria se trasladó a Rusia. Los bolcheviques fueron capaces de tomar el poder, y las potencias imperialistas beligerantes que participaban en la guerra no pudieron hacer nada para impedirlo. Después del armisticio, un ejército intervencionista de 14 potencias se reunió para apoyar a los ejércitos blancos en una guerra civil que tenía por fin derrocar a los bolcheviques.

Fracasaron debido al apoyo del pueblo soviético a su nuevo gobierno, al apoyo y la simpatía internacional hacia el Poder soviético, y a las contradicciones entre los ejércitos imperialistas intervencionistas y los contrarrevolucionarios blancos. La utilización de estas contradicciones para debilitar a los enemigos de la Unión Soviética, por lo tanto, siempre figuraría entre las consideraciones de la política exterior de la Unión Soviética. No podía haber otro camino.

La Oposición trotskista de la época se embarcó en una conspiración para asumir el poder tras la agresión de las potencias del Eje. Trotsky predijo una guerra contra la Unión Soviética en 1937.
Deseaba una guerra temprana contra la Rusia soviética, porque creía que llevaría a Stalin y a los bolcheviques a la derrota inevitable. Y podría haber acertado. La condonación a Alemania de las restricciones del tratado de Versalles en 1935, que permitió a Hitler aumentar la máquina de guerra de Alemania, era una señal clara para Stalin de que Gran Bretaña, Francia y América estaban animando a los nazis a atacar a la Rusia soviética. La guerra entre la Unión Soviética y la Alemania nazi podía ser inevitable, dada la gran cantidad de simpatías y apoyos con que contaban los nazis en Occidente, pero no era inevitable una guerra temprana. La política exterior de Stalin pretendía establecer tratados de seguridad colectiva contra el expansionismo alemán y, si esto fallaba, como de hecho ocurrió, explotar las contradicciones entre las potencias imperialistas. No hay ninguna disputa sobre el grado de amenaza a que la Unión Soviética se enfrentaba, y si Stalin hubiera afrontado la guerra en 1937, probablemente con la quinta columna oposicionista todavía en acción, la Unión Soviética habría sufrido pérdidas aún mayores y la guerra habría tomado un curso completamente diferente. Esto podría haber satisfecho los proyectos de Trotsky para la Rusia soviética. Pero Stalin, naturalmente, no hacía caso de ningún consejo de Trotsky sobre lo que era mejor para la Unión Soviética. Tampoco nosotros deberíamos aceptar ningún consejo de los seguidores modernos de Trotsky que piensan que es suficiente vociferar contra el pacto alemán-soviético, sin hacer la menor referencia a la situación que Stalin y la Unión Soviética afrontaban.

Stalin siempre previó que habría una alianza entre Alemania y el Occidente dirigida contra la Unión Soviética. En los años 20 se establecieron buenas relaciones con Alemania. La república de Weimar buscaba mantener buenas relaciones con el Este y con Occidente. En 1932 Rusia adquirió el 30.5 % de las exportaciones de maquinaria alemana. Cientos de técnicos e ingenieros alemanes trabajaban y daban clases en Rusia, y oficiales alemanes entrenaban a las tropas rusas. En 1932, Alemania aportó el 46.5 % del total de las importaciones de Rusia. En 1935, la cifra cayó al 9%, mientras las exportaciones de Gran Bretaña a la Unión Soviética aumentaban. América también incrementó su comercio con la Unión Soviética, en particular después de que Roosevelt subiera al poder. La depresión obligó al capitalismo occidental a aumentar su comercio con la Unión Soviética. Incluso la Alemania nazi procuró maximizar el comercio con la Rusia soviética y logró aumentar su cuota de mercado en un 22.8 % en 1936. Sin embargo, este comercio pronto decayó con la formación de los pactos anti-Comintern entre Alemania, Japón, Berlín y Roma, y la intervención de Alemania al lado de Franco en la guerra civil española.
Los choques con las tropas japonesas en la frontera con Manchuria obligaron a Stalin a actuar con suma cautela para detener la agresión japonesa y evitar las provocaciones en las fronteras orientales y occidentales.

En marzo de 1938, Hitler invadió Austria y se produjo una crisis en los Sudetes alemanes de Checoslovaquia. Stalin propuso entonces que Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética formaran un frente unido para defender Checoslovaquia. Pero Gran Bretaña y Francia seguían una política de apaciguamiento, animando a Alemania a expandirse hacia el este, y esperaban poder cosechar las ventajas de que la Unión Soviética y Alemania se destrozasen mutuamente en un enfrentamiento armado. No compartían en absoluto el antifascismo de Stalin. Hicieron caso omiso de la propuesta de Stalin y, en la importante conferencia de Múnich, entregaron Checoslovaquia a Alemania.
Francia incluso dejó de cumplir sus tratados con Checoslovaquia, lo cual horrorizó a Stalin. Cuando Alemania invadió Checoslovaquia, el mundo entero se sintió ultrajado. La tibia condena de Chamberlain produjo un alboroto en el Parlamento. Visiblemente sobresaltado por la hostilidad, exigió que la Unión Soviética y Gran Bretaña conjuntamente diesen garantías a Polonia y Rumania.

Estas garantías no ofrecían ninguna seguridad a la Unión Soviética.

Las ulteriores propuestas soviéticas de un pacto británico-francés-soviético de ayuda mutua, que garantizara la independencia de todos los estados a lo largo de la frontera soviética del Báltico al Mar Negro, fueron rechazadas por Chamberlain alegando que esto molestaría a Polonia y Alemania.
La cuestión estaba clara. Gran Bretaña y Francia deseaban un pronto ataque de la Alemania nazi contra la Rusia soviética para derribar el socialismo soviético. Litvinov fue destituido como Comisario de asuntos Exteriores y se nombró a Molotov el 3 de mayo de 1939. En esta situación, Stalin se vio obligado a considerar la firma de la paz con el diablo en 1939, antes que enfrentarse en solitario a una guerra en dos frentes. Hitler estaba deseoso de invadir Polonia y, con este objetivo en mente, Ribbentrop fue enviado a Moscú para negociar un pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética. El 23 de agosto de 1939, Stalin recibió a Ribbentrop y aceptó el texto del acuerdo en una fría y nada amistosa reunión. Los Gobiernos británico y francés quedaron atónitos, y la máquina de propaganda occidental alcanzó un frenesí histérico de calumnias e insultos contra la Unión Soviética. El 1 de septiembre, Hitler invadió Polonia, obligando a Chamberlain a declarar la guerra a Alemania para cumplir los tratados con Polonia.

Seguramente Stalin esperaba que la Unión Soviética pudiera evitar entrar en el conflicto y que los países capitalistas quedaran exhaustos a causa de la guerra, lo que daría lugar a levantamientos y revoluciones en todas partes de Europa. Pero tras la facilidad con que los ejércitos alemanes conquistaron Europa, sobre todo tras el total derrumbe de los ejércitos franceses y la evacuación de los británicos en Dunquerque, Stalin no albergó ya ninguna duda de que la guerra con Alemania era inevitable. Sin embargo, desesperadamente intentó evitar cualquier provocación que precipitara un conflicto temprano, que Stalin pretendía impedir al menos hasta la primavera de 1942. Por lo tanto, fue un gran golpe para la preparación de la Unión Soviética la decisión de Hitler de atacar la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. La ventaja suprema de los agresores era el ataque sorpresa. Pero el tratado de no agresión había dado a Stalin y a la Unión Soviética un tiempo valiosísimo para asegurar sus fronteras. La guerra con Finlandia, cuando este estado pro-nazi se negó a permitir el acceso soviético al Báltico a cambio de un área mayor del territorio soviético, resultó ser una lucha mucho más difícil de lo previsto, que requirió una gran cantidad de tropas soviéticas. Sin embargo, los ejércitos derrotados aprenden mediante las experiencias amargas las razones de su fracaso, y esto no fue menos cierto en el caso del Ejército Rojo. Stalin veía claramente que el Ejército Rojo necesitaba oficiales que entendieran la guerra moderna, y llevó a cabo medidas urgentes para que el Ejército Rojo se organizase y contase con personal capaz de enfrentarse a la terrible amenaza que se cernía sobre la Unión Soviética.

Poco antes del ataque alemán, Molotov se entrevistó con Hitler en una gélida reunión. Después de rechazar la propuesta de compartir el Imperio Británico tras la derrota de Inglaterra, el Comisario soviético de Asuntos Exteriores hizo una embarazosa pregunta sobre la hostilidad de Finlandia hacia la Unión Soviética. Hitler se enfureció por la firme postura de Molotov. La cuenta atrás de la invasión nazi había comenzado.

Tres millones de efectivos alemanes, con miles de tanques apoyados por el más moderno armamento, atacaron a lo largo de una frontera enorme, en lo que fue la mayor batalla terrestre de la historia. En pocas semanas los alemanes habían penetrado profundamente en territorio soviético y se dirigían hacia Moscú. El Ejército Rojo luchó heroicamente, sufriendo pérdidas enormes. El 3 de julio, en una alocución radiofónica al pueblo soviético, Stalin presentó un breve análisis de las razones del éxito inicial de los nazis, pero despejó cualquier duda respecto a la derrota de los alemanes por el Ejército Rojo, y dio instrucciones específicas a la población sobre las medidas a tomar para crear una guerra popular en todos los frentes contra los invasores: "Las granjas colectivas deben evacuar todo el ganado, y devolver el grano al depósito de las autoridades estatales para su transporte a la retaguardia. Todo lo que sea de valor y no pueda ser retirado, incluyendo los metales no ferruginosos, el grano y el combustible, debe destruirse sin falta.

“En las áreas ocupadas por el enemigo, deben formarse unidades guerrilleras, montadas y a pie, deben organizarse grupos de resistencia para combatir a las tropas enemigas, instigar la guerra de guerrillas por todas partes, volar los puentes y los caminos, dañar las líneas de teléfono y de telégrafo, incendiar los bosques, tiendas, transportes. En las regiones ocupadas las condiciones deben hacerse insoportables para el enemigo y todos sus cómplices. Deben ser perseguidos y aniquilados a cada paso, y todas sus acciones frustradas.

“Esta guerra con la Alemania fascista no puede considerarse una guerra ordinaria. No sólo es una guerra entre dos ejércitos, es también una gran guerra de todo el pueblo soviético contra las fuerzas fascistas alemanas.

“El objetivo de esta guerra nacional en defensa de nuestro país contra los opresores fascistas es no sólo la eliminación del peligro que se cierne sobre nuestro país, sino también ayudar a todos los pueblos europeos que sufren bajo el yugo del fascismo alemán".

Los alemanes llegaron a 15 kilómetros de Moscú antes de que la marea retrocediera y los ejércitos nazis fueran barridos en batallas tan trascendentales como Stalingrado y Kursk. En todas partes Stalin tenía el pleno control, recabando informes regulares de los oficiales del Ejército Rojo. Como todos los comandantes supremos que han tenido éxito, escuchaba todos los informes y ponía su confianza extrema en la lealtad y determinación de los oficiales para derrotar al enemigo. No se tomaba el fracaso a la ligera, y retiraba o degradaba puntualmente a los oficiales que no lograban asumir sus responsabilidades o no podían dar una explicación satisfactoria de sus fracasos. El mando de Stalin fue la dinamo que aseguró que el Ejército Rojo aprovechara cada oportunidad de retomar la ofensiva contra Alemania, y que motivó al Ejército y al pueblo para soportar un sacrificio tan grande con el fin de salvar a la Unión Soviética de la bota militar fascista. Después de la muerte de Stalin, Jruschov, cuya contribución a la guerra anti-fascista no fue excepcional, intentó negar el papel de Stalin como comandante supremo. Sin embargo, Zhukov, que dirigió las batallas que expulsaron a los nazis de Moscú y anteriormente lideró las fuerzas soviéticas en la defensa de Leningrado, no tenía ninguna duda de que la férrea determinación de Stalin fue la que condujo al ejército y al pueblo entero a la victoria.

Stalin dio la bienvenida sin reservas a cada paso emprendido por Gran Bretaña y América para aumentar sus aportaciones a la guerra contra la Alemania de Hitler. En contestación al corresponsal del Moscow Associated Press Henry C. Cassidy, el 13 de noviembre de 1942, Stalin dijo que la campaña aliada en Africa “...representa un hecho excepcional de enorme importancia, que demuestra el creciente poder de las fuerzas armadas de los aliados y la perspectiva de la desintegración de la coalición ítalo-alemana en un futuro próximo". Stalin siguió diciendo que era demasiado pronto para juzgar cuán eficaz sería esta campaña para aliviar la presión sobre la Unión Soviética. Sin embargo, en respuesta a una pregunta bastante peculiar dadas las circunstancias –"¿Qué posibilidad hay de que la potencia ofensiva soviética en el este se una a la de los aliados en el oeste para apresurar la victoria final?"— Stalin contestó de manera un tanto seca, "no cabe la menor duda de que el Ejército Rojo realizará su tarea con honor, como ha estado haciendo en todas partes durante la guerra". Esto era en noviembre de 1942, cuando la Unión Soviética todavía estaba profundamente inmersa en una lucha a vida o muerte para liberar su territorio de los invasores nazis, tras un período en el que los corresponsales occidentales predecían con seguridad la victoria alemana y el derrumbe del Ejército Rojo.

La población mundial celebraba como propia cada victoria soviética. Pero los gobernantes de Gran Bretaña y América, obligados a aliarse con la Unión Soviética, se alarmaron por el éxito militar de ésta. Stalin pedía repetidamente la apertura del segundo frente en Europa. Pero el oeste demostró no ser demasiado eficaz para obligar a las tropas alemanas a retirarse del frente oriental. Los líderes occidentales, indudablemente, estaban ya preocupados por el problema de tratar con una Unión Soviética cuyo prestigio había aumentado enormemente en todo el mundo, y cuya capacidad militar derrotaba a los nazis prácticamente sin ayuda de nadie. El Segundo Frente comenzó realmente con los desembarcos del día "D". América, sin embargo, prestaba una atención considerable a asegurar que su poder, y no el poder soviético, obtuviese la supremacía después de la guerra. Temerosa de que la Unión Soviética lograra ampliar su influencia en el lejano oriente así como en Europa, América provocó la capitulación rápida del Japón dejando caer la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Stalin procuró mantener unas relaciones amistosas con los aliados sobre la base del respeto mutuo, pero la amenaza de la bomba atómica planeaba sobre la Unión Soviética era evidente para Stalin y para la opinión progresista mundial.

La Unión Soviética perdió a 25 millones de sus mejores luchadores en la guerra contra la Alemania nazi. Como en todas las guerras esta cifra afectó principalmente a la juventud soviética, el futuro de cualquier sociedad. Tal fue la contribución del pueblo soviético a la detención de la más brutal y bárbara de las potencias imperialistas. Tal fue la contribución del pueblo soviético a la extensión del campo del socialismo y a la posibilidad de que los pueblos esclavizados por los imperios coloniales de Gran Bretaña, Francia y América pudieran lograr su independencia nacional. Y esto se alcanzó bajo el liderazgo incontestado por parte de Stalin del movimiento comunista internacional. A pesar de la devastación de la invasión nazi, la Unión Soviética pudo reconstruir su economía y alcanzar a América en el desarrollo de la investigación espacial, tecnológica y científica. Ninguna economía, y menos aún una economía socialista, debería afrontar la amenaza que a continuación se abatió sobre Stalin y el campo socialista: la amenaza de las armas nucleares cayendo sobre las ciudades soviéticas construidas con el sudor de la clase obrera. El monopolio nuclear de América tuvo que romperse, y fue roto de hecho por la Unión Soviética de Stalin.

Las potencias imperialistas temían a Stalin y a la Unión Soviética porque eran la viva demostración de que el socialismo estaba en alza mientras el imperialismo agonizaba. El período de la posguerra fue un tiempo de grandes esperanzas y esfuerzos, que hasta los imperialistas hubieron de tener en cuenta haciendo concesiones a la clase trabajadora. Pero la retórica anticomunista y la propaganda occidental se hicieron cada vez más maliciosas y omnipresentes. Mientras Stalin siguió vivo, sin embargo, la propaganda occidental no pudo eliminar el enorme aprecio y simpatía que existía en todo el mundo hacia Stalin y hacia la Unión Soviética. Cuando Stalin murió en 1953, las revistas y periódicos comunistas, socialistas y progresistas sacaron ediciones completas lamentando la muerte de Stalin y celebrando su vida. Por lo tanto, los imperialistas saludaron con gran júbilo el discurso secreto de Jruschov que atacaba a Stalin en el XX Congreso del PCUS en 1956. Jruschov, que era un payaso en el escenario internacional y que condujo al descrédito al socialismo y a la Unión Soviética, logró lo que los imperialistas nunca pudieron conseguir. Atacando a Stalin, Jruschov no sólo estaba rechazando el supuesto culto a la personalidad. Atacaba los fundamentos ideológicos de la Unión Soviética: el marxismo-leninismo. Señaló al mundo el comienzo de la restauración capitalista en la URSS. Jruschov cayó en 1963, pero el gobierno revisionista que él representaba permaneció en el poder. El socialismo se convirtió en un capitalismo estatal y los órganos del poder soviético se fueron lentamente minando y corrompiendo. Es un testimonio del poder y la resistencia del socialismo construido por Lenin y Stalin el que este proceso les costara casi cuatro décadas tras la muerte de Stalin a los líderes revisionistas Jruschov, Brezhnev y Gorbachov; un proceso que gradualmente desmanteló y finalmente dio lugar al derrumbamiento del estado soviético y devolvió un poder desenfrenado a la burguesía. Podemos ver que la burguesía gobierna de nuevo sobre la miseria, la pobreza, el hambre, el gangsterismo y la dependencia.

Pero la visión de la degeneración burguesa en lugar del socialismo, y del poder de la clase obrera sobre su propio destino, no se han perdido entre los pueblos y gentes del mundo. El nombre y el prestigio de Stalin están siendo restaurados a su auténtico lugar en la historia de la lucha de los trabajadores y de los pueblos oprimidos en pro de la consecución del socialismo y de la emancipación humana.