LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

martes, 30 de abril de 2013

El internacionalismo, manantial de fuerzas para el movimiento obrero


Carácter internacionalista del movimiento obrero. En el pasado no podían ser internacionalistas ni las clases opresoras ni las oprimidas. Oponíanse a ello las condiciones históricas y también el lugar de estas clases en la producción social y su modo de vida.
La primera clase consecuentemente internacionalista son los obreros, los proletarios. Apareció en la palestra histórica en una época en que empezaba a formarse la economía mundial, cuando los vínculos económicos adquirían un carácter verdaderamente mundial y, a continuación de los lazos económicos, crecían en proporciones inusitadas los nexos culturales y de otra índole entre los países y los pueblos. Tal es la situación histórica general que permitió la aparición del internacionalismo de los obreros. Pero si los obreros son genuinamente internacionalistas, no se debe sólo a las condiciones externas; también contribuyen a ello sus vitales intereses de clase. Los obreros carecen de propiedad privada, que divide a los hombres, y les son asimismo ajenos los intereses que engendran la hostilidad hacia los trabajadores de otros países y nacionalidades. Al contrario, los obreros de todos los países tienen un interés primordial único: el derrocamiento del yugo del capital. Este interés los agrupa contra la fuerza internacional de los capitalistas, haciendo que el internacionalismo se convierta para los obreros no en algo posible, sino necesario, condición obligatoria para el éxito de la lucha por el socialismo y el comunismo. El carácter internacionalista del movimiento obrero no tardó en revelarse. Los obreros de cada país mantenían en un principio la lucha contra "su" burguesía, mas pronto empezaron a ponerse de acuerdo para su acción común, a apoyarse mutuamente y prestarse ayuda, así como para crear sus propias organizaciones internacionales. Desde el punto y hora en que apareció y se extendió por todo el mundo la doctrina marxista y se formaron los partidos políticos del proletariado, el movimiento obrero es profundamente internacionalista. Marx y Engels expresaron el principio del internacionalismo en la fórmula precisa de su inmortal consigna: "¡Proletarios de todos los países: uníos!" Todo el que haya asimilado la doctrina marxista y comprendido la misión histórica del proletariado por ella descubierta no puede por menos de ser internacionalista, de buscar conscientemente la unidad y colaboración de los trabajadores de todos los países. Por eso, a medida que el marxismo-leninismo vence en el movimiento obrero de cualquier país, se amplían los vínculos internacionalistas de este movimiento con los trabajadores de otros países. Para los partidos marxistas-leninistas, el internacionalismo es parte integrante importantísima de su ideología y su política. Sin el internacionalismo, sin la unión de esfuerzos de los trabajadores de todos los países, es imposible vencer a la burguesía mundial y construir una sociedad nueva.
El internacionalismo proletario es, ante todo, la ideología científica de la comunidad de intereses de la clase obrera de todos los países y naciones. En segundo lugar, es el sentimiento de solidaridad de los trabajadores de todos los países, de fraternidad de los hombres del trabajo. En tercero, es un determinado tipo de relaciones entre los destacamentos nacionales de la clase obrera. Dichas relaciones se basan en la unidad y armonía de acción, en la ayuda y el apoyo recíprocos. Se basan en el principio de libre aceptación, en la conciencia de que tales relaciones responden a los intereses vitales de los obreros de todos los países. El internacionalismo proletario no niega en absoluto la independencia de los destacamentos nacionales de la clase obrera, su derecho a resolver por sí mismos sus propios asuntos. Pero esto no debilita en modo alguno la unidad de la clase obrera en el plano internacional. Todo lo contrario, precisamente porque en el movimiento obrero internacional políticamente consciente reina el espíritu de una verdadera igualdad de derechos y de respeto a los intereses de los obreros de las distintas naciones, entre los trabajadores de todos los países es cada vez más profunda la confianza mutua y la tendencia a la colaboración. Los ideólogos burgueses tratan de demostrar que el internacionalismo de la clase obrera significa la desestimación de los intereses nacionales de su propio pueblo. Esto es deformar la esencia del internacionalismo proletario. Es precisamente la lucha de liberación de la clase obrera lo que asegura a cualquier nación el mantenimiento de su libertad e independencia, la igualdad de derechos con las demás naciones, el ascenso del bienestar de todas las capas de la población y el florecimiento de la cultura nacional. Solidaridad internacional de los trabajadores. La solidaridad y unión del proletariado se han robustecido extraordinariamente a lo largo de los últimos cien años. Ello encuentra expresión concreta, principalmente, en la organización del movimiento obrero. Los sindicatos de diversos países se agrupan ahora en poderosas federaciones internacionales, de las cuales la más importante es la Federación Sindical Mundial, que ha demostrado ser un defensor consecuente de los intereses internacionales y nacionales de los obreros. También mantienen estrechos vínculos los partidos políticos de la clase obrera, y en primer lugar los partidos marxistas-leninistas. Diversas formas de colaboración internacional se observan en otras organizaciones de trabajadores (de jóvenes, de mujeres, cooperativas), y también en los movimientos democráticos progresistas en los que la clase obrera ocupa un primer puesto (movimiento de los pueblos en defensa de la paz y otros). Pero los avances del internacionalismo proletario no se circunscriben a las formas orgánicas. Se han producido grandes cambios en la conciencia de los obreros y, bajo la influencia de éstos, en la conciencia de todos los trabajadores. Los hombres del trabajo comprenden cada vez más la comunidad de sus intereses con los de sus hermanos de otros países y naciones, así como el valor que representa su cohesión, la unidad de acción y la solidaridad de clase.
Tales cambios en la conciencia de los obreros tienen raíces profundas en la realidad histórica. La transformación del capital monopolista en una fuerza reaccionaria internacional, con la consiguiente formación del campo imperialista -dispuesto a cualquier crimen, a cualquier infamia para esquilmar y oprimir a todos los pueblos del mundo-, contribuye objetivamente a que los trabajadores de los distintos países comprendan la comunidad de sus intereses vitales. La propia vida hace ver a los obreros que no pueden permanecer indiferentes ante la suerte de otros países y pueblos. Las severas lecciones de la historia les convencen, por ejemplo, de que las guerras coloniales, aun las mantenidas por los imperialistas en los rincones más alejados de la tierra, significan inevitablemente para los trabajadores un incremento de las cargas económicas y de la reacción política que pesan sobre ellos, y, lo que es más importante, acentúan la amenaza de una nueva guerra mundial. De la misma manera, las derrotas infligidas por la burguesía imperialista de cualquier país a su clase obrera -como lo demuestran las enseñanzas del fascismo en Alemania- pueden empeorar las condiciones del movimiento obrero en otros países capitalistas y dejar a los imperialistas las manos libres para desencadenar una guerra mundial. El internacionalismo de la clase obrera ha demostrado en la práctica su eficacia. En 1918-1920, cuando sobre la joven República Soviética se lanzó la burguesía reaccionaria de muchos países, el movimiento obrero internacional se puso frente a la intervención imperialista. La solidaridad internacional de los trabajadores fue un arma excelente en la lucha contra el fascismo. Miles de obreros de distintos países combatieron contra los fascistas en los campos de España, y luego se incorporaron a la Resistencia en Francia, Bélgica, Grecia, Noruega, Italia y otros países ocupados por los hitlerianos. Los obreros de todos los países apoyaron la heroica guerra de liberación del pueblo soviético contra los invasores fascistas. Después de la segunda guerra mundial, la solidaridad internacional de la clase obrera ha encontrado brillante expresión en la lucha contra las nuevas maniobras de los agresores imperialistas, en apoyo de las acciones de la Unión Soviética y de todo el campo socialista contra la agresión del imperialismo. Ello contribuyó grandemente a limitar y poner fin a las guerras desencadenadas por los imperialistas contra los pueblos de Indonesia, Indochina, Corea, Egipto y otros países.
La unidad de acción internacional de los trabajadores, su cohesión y solidaridad es en nuestros días una fuerza formidable en la lucha que se mantiene contra los intentos del campo imperialista por poner fin a la independencia, la libertad y la felicidad de los pueblos. Esta es la razón de que los Partidos obreros no cesan de plantear la tarea de fortalecer la solidaridad internacional de los trabajadores en la lucha por la paz, la democracia y el socialismo.

martes, 23 de abril de 2013

Obstáculos y dificultades del movimiento obrero en su desarrollo


Los grandes éxitos y triunfos históricos de la clase obrera han sido conseguidos en encarnizada lucha. Para alcanzarlos hubieron de ser salvadas numerosas barreras. Todo obrero consciente, todo marxista debe ver esos obstáculos, a fin de comprender mejor las tareas futuras del movimiento obrero internacional. Las dificultades que se presentan ante el movimiento obrero son de naturaleza diversa, pero las principales son las que en su camino levanta la burguesía. El proletariado tropieza con ellas constantemente, y no es empresa fácil superarlas. Porque los obreros han de luchar contra una clase que tiene gran experiencia política y que dispone de un poderoso aparato de presión económica y de violencia física y espiritual. Las organizaciones obreras no han aprendido en todos los sitios, ni mucho menos, a hacer frente a las dificultades de dicho género, y esa es una de las causas principales del atraso del movimiento socialista en una serie de países. En su historia, de más de cien años, el movimiento obrero ha experimentado pérdidas sensibles por el terrorismo de la burguesía: muchos millares de combatientes proletarios fueron asesinados ferozmente, decenas y cientos de miles fueron a parar a la cárcel; las organizaciones obreras fueron empujadas repetidas veces a la clandestinidad y se pusieron toda clase de trabas a su labor. En las condiciones actuales, los círculos dominantes de los países capitalistas recurren cada vez más a las represiones policíacas, al chantaje y a la intimidación de la parte más activa y consciente de los obreros. Cuanto más frágiles son las posiciones de la burguesía, más recurre ésta a la violencia. Pero la burguesía dominante no se limita, en su lucha con el movimiento obrero, a las medidas de persecución. Otra calamidad que pesa sobre los obreros de los países donde hay desocupación crónica es la constante amenaza de verse despedidos y de ser incluidos en las listas negras de las organizaciones patronales. Con ayuda de este inhumano método, los capitalistas norteamericanos ejercen ahora la más fuerte presión para impedir el desarrollo de un movimiento obrero independiente. La burguesía dominante recurre también en vasta escala al engaño, a la demagogia social y a otros métodos más sutiles y hábiles -más peligrosos por tanto- de desorganización de la clase obrera, a la que trata de someter a su putrefacta influencia espiritual.
La cosa se complica si consideramos que los obreros no constituyen una clase homogénea. Sus filas se nutren sin cesar con elementos arruinados de la pequeña burguesía. Estas gentes llevan consigo a menudo la carga de una ideología, psicología y moral burguesas, y contaminan a otros obreros. Además, siguiendo la vieja norma de todos los opresores -"divide y vencerás"-, los grandes capitalistas se esfuerzan por sobornar a las capas altas del proletariado, por crear así una casta privilegiada, la "aristocracia obrera", a la que quieren convertir en un apoyo, en semillero de la influencia burguesa en el seno del movimiento obrero. Todo esto hace que cierta parte de los obreros se deje impresionar por la demagogia social de la burguesía y sus agentes. La burguesía no deja de intensificar su labor en este sentido. Últimamente, en los Estados Unidos y otros países burgueses, además del aparato ordinario de la influencia sobre las masas (prensa, cine, radio, etc.), han aparecido hasta "ciencias" especiales que persiguen el mismo objeto ("relaciones sociales", "relaciones humanas", "sociología y psicología industrial", etc.). Cientos y miles de "especialistas" de estas "ciencias" trabajan ya en las empresas y en los organismos del gobierno y de la administración pública. Su misión consiste en proponer y aplicar medidas conducentes a la desorganización del movimiento obrero y a evitar las huelgas, y también a hacer que el obrero se sienta satisfecho de su suerte, a crear apariencias de una "armonía de clases" y a establecer la "paz de clases" en las empresas.

miércoles, 17 de abril de 2013

El papel del Pueblo y el individuo en la historia


Los ideólogos de las clases explotadoras deforman con singular celo cuanto se refiere al papel del Pueblo y del individuo en la historia. En su afán por justificar el "derecho" de una minoría insignificante a oprimir a la mayoría, siempre trataron de rebajar el papel de las masas del pueblo en la vida y en el progreso de la sociedad. El pueblo, la gente, las masas trabajadoras son, según ellos, una turba obtusa que por su naturaleza misma está destinada a someterse por entero a la voluntad ajena y a soportar mansamente su vida de humillaciones y necesidades. Para quienes así piensan, las masas populares no son más que el objeto pasivo del proceso histórico, y, en el mejor de los casos, ejecutores ignorantes de la voluntad de los "grandes hombres": de los reyes, generales, legisladores, etc. Tales teorías subjetivistas no se limitan a justificar los regímenes en que un puñado de explotadores oprime a la mayoría de la población, sino que también argumentan en pro de una política interior dirigida a la supresión de la democracia y al establecimiento de sistemas fascistas. Estos sistemas precisamente, afirman los ideólogos reaccionarios, son los que pueden asegurar a los grandes hombres el campo libre para "hacer" historia e imponer su voluntad sin temor a la intervención de las masas ignorantes del pueblo. Así justificaban los hitlerianos y otros fascistas la falta de derechos a que tenían sometido al pueblo y la omnipotencia del "führer". Además de la concepción subjetivista del papel del individuo en la historia, entre los ideólogos burgueses goza también de privanza la visión fatalista, según la cual los hombres no pueden ejercer influencia alguna sobre la marcha de los acontecimientos. Tal punto de vista es impuesto con particular insistencia por las gentes de la Iglesia, para quienes la vida y el desarrollo de la sociedad han sido determinados por la providencia, por el sino, por la suerte ciega. "El hombre propone y Dios dispone": a esto se reducen todos sus razonamientos.
La teoría fatalista rebaja tanto como la subjetivista el papel de las masas populares en el progreso de la sociedad. Lo mismo la una que la otra parten del falso supuesto de que el desarrollo social se produce al margen de la actividad y la lucha de los millones de trabajadores; cada una, a su manera, sirve a los fines ideológicos de las clases explotadoras, interesadas en que se mire con desprecio al hombre del trabajo. La teoría marxista ha puesto de manifiesto la falsedad de ambas concepciones, lo mismo de la subjetivista que de la fatalista. El marxismo-leninismo, que ha descubierto las leyes del proceso histórico, ve en las masas populares el portavoz de la necesidad histórica, la fuerza a la cual corresponde el papel determinante en el desarrollo social.

martes, 9 de abril de 2013

Fuerzas motrices de la sociedad Socialista


El avance de la sociedad no se interrumpe, sino que, al contrario, se ve acelerado con el triunfo del socialismo. A velocidad vertiginosa, como jamás conocieron las formaciones anteriores, marcha el desarrollo de la industria y de la agricultura, de las relaciones sociales y políticas y de toda la superestructura social, que se va perfeccionando en el avance hacia el mayor bienestar del Pueblo. Este proceso se basa en las leyes objetivas de desarrollo de la producción social socialista, lo cual infunde a dicho avance rasgos absolutamente nuevos, que marcan diferencias profundas entre la sociedad socialista y los regímenes de explotación. La sociedad se ve libre para siempre de antagonismos. Las contradicciones de su desarrollo no son antagónicas. Se trata principalmente de contradicciones y dificultades de crecimiento, debidas al vertiginoso ascenso de la economía socialista y a un incremento todavía más rápido de las necesidades de los hombres; son contradicciones que surgen en el choque de lo nuevo y lo viejo, de lo avanzado y lo atrasado.
Dichas contradicciones no se resuelven por la lucha de clases -pues en la sociedad socialista no hay capas o clases sociales interesadas en detener el desarrollo, en defender el régimen viejo y caduco-, sino por la colaboración de todas las clases y capas, interesadas por igual en la consolidación del socialismo y la transferencia del Poder al Pueblo. El instrumento principal por el que se descubren y se resuelven las contradicciones es la crítica y la autocrítica. Una crítica y autocrítica amplias son necesarias para encontrar a tiempo y eliminar los defectos y contradicciones, para cortar en su nacimiento los brotes de lo viejo y caduco. Donde la crítica es ahogada, viene el estancamiento y se hace más difícil resolver las contradicciones. Por eso la sociedad socialista tiene un interés vital en estimular constantemente la crítica y la autocrítica, en las que ve un valioso instrumento para movilizar la energía fecunda y la actividad política de los trabajadores y dirigirlas hacia la superación de las dificultades, hacia el cumplimiento de las nuevas tareas de la construcción del comunismo. La eliminación de las contradicciones antagónicas brinda una superioridad enorme al régimen socialista, al asegurar unas posibilidades nunca vistas de desarrollo armónico de las fuerzas productivas y el consiguiente progreso de la superestructura política e ideológica de la sociedad. Un papel cada vez mayor en el avance de la sociedad corresponde a las fuerzas que no dividen y enfrentan a los hombres, sino que los agrupan y los orientan hacia la consecución de fines que les son comunes. La aparición de estas fuerzas motrices del desarrollo es lo que permite a la sociedad proseguir su avance a velocidad mucho mayor y con menos pérdidas que antes. Una importante fuerza motriz del desarrollo social es el trabajo colectivo basado en la propiedad socialista. Dicho trabajo, que aproxima y une a los hombres, es la fuente principal del avance. El trabajo, que antes servía para enriquecer a los explotadores, conviértese en una función social que la sociedad estimula material y moralmente; pasa a ser una causa de honor y valor, un acto de servicio al bien común. El trabajo colectivo y las relaciones de camaradería, ayuda mutua y colaboración, engendran la emulación socialista, forma nueva de colaboración entre los hombres que contribuye a poner de relieve y a fomentar sus capacidades. A diferencia de la competencia capitalista, que se basa en los principios de "cada uno para sí" y de "el hombre es un lobo para el hombre", presupone una ayuda mutua amistosa en todos los órdenes, el intercambio de las mejores experiencias y la incorporación sistemática de los atrasados hasta el nivel de los avanzados. En el trabajo colectivo consciente es donde mejor se revela un rasgo de la fisonomía espiritual del hombre de la sociedad socialista como es la preocupación por el bien común, esa sensación de sentirse dueño cuando se trata de los asuntos de la sociedad.
En virtud de los hondos cambios que con el triunfo del socialismo experimentan las relaciones de clase, se sientan los sólidos cimientos para la unidad político-moral de la sociedad. Esta unidad de todas las clases y capas sociales respecto de sus principales intereses se convierte también en una poderosa fuerza motriz del desarrollo social. La unidad político-moral permite agrupar a todos los trabajadores para el cumplimiento de las más importantes tareas económicas, político-sociales y culturales. Y ello significa una fuerza capaz de vencer cualquier obstáculo.
Otra fuerza motriz de la sociedad socialista es la amistad de las naciones socialistas, tanto dentro de cada país como por lo que se refiere al sistema mundial del socialismo. Esta amistad ayuda a defender las conquistas de los trabajadores frente a los atentados de los imperialistas y crea las condiciones más favorables para el desarrollo económico y cultural de todos los pueblos que se prestan fraternalmente ayuda. Las elevadas ideas que inspiran al hombre del socialismo encuentran expresión en el fecundo sentimiento del patriotismo socialista. Se trata de un patriotismo nuevo, que no refleja ya simplemente el natural cariño que cada uno siente por el lugar donde nació, por sus personas, costumbres, idioma, etc. Se trata en primer término de la devoción al régimen socialista, que se basa en la comprensión de su decisiva superioridad frente al capitalismo. Tal patriotismo no separa, sino que une a los hombres de las distintas naciones. El patriotismo socialista no engendra el exclusivismo nacional, sino un profundo sentimiento de solidaridad internacional y de amistad con la clase obrera y con todos los trabajadores de los demás países. El patriotismo socialista es un sentimiento activo y eficaz, que impulsa a los hombres a entregar a su patria todo cuanto pueden y valen y, en caso necesario, hasta la vida. Buena prueba de ello la tenemos en la gran hazaña del pueblo soviético durante los años de la Gran Guerra Patria. Las fuerzas motrices de la sociedad socialista no son algo dado de una vez para siempre. Ellas mismas evolucionan a medida que el Socialismo se perfecciona y robustece. Una de las principales tareas que la sociedad tiene ante sí es la de ayudar a esa evolución, a la consolidación de las nuevas fuerzas motrices del socialismo. Ese es el motivo de que se preste tanta atención al perfeccionamiento de las formas del trabajo colectivo apoyándose en el desarrollo de los estímulos materiales y morales. Tiene también enorme valor el robustecimiento continuo de la unidad político-moral del pueblo, es decir, de la unidad, la cohesión y la alianza indestructible entre los obreros, los campesinos y los intelectuales. Comprendiendo toda la trascendencia de esta tarea para el avance del socialismo hacia el comunismo, la sociedad y su fuerza dirigente -el Partido- vigilan atentamente para que en la economía, la política y la ideología no aparezcan fenómenos contrarios a la unidad político-moral del pueblo.
El Partido, el Estado y toda la sociedad socialista no pierden tampoco de vista la necesidad de fortalecer la amistad de los pueblos. Esta tarea es cumplida con ayuda de medidas de orden económico, político y cultural-educativo. La experiencia histórica demuestra que el fortalecimiento de la amistad entre los pueblos exige una lucha constante contra las recidivas del nacionalismo en todas sus manifestaciones. Gran importancia para el desarrollo todo de la sociedad socialista tiene, en fin, el robustecimiento del patriotismo socialista, del amor de los trabajadores a su país socialista, por el que han de estar dispuestos a trabajar abnegadamente y, si llegase el caso, a combatir en defensa de sus conquistas y de su seguridad. La sociedad socialista posee, pues, poderosas fuerzas motrices que garantizan un constante y rápido progreso en todas las esferas de la vida. El sistema socialista abre posibilidades nunca vistas para el desarrollo de la sociedad y para la resolución de los más complejos problemas sociales en interés de la humanidad trabajadora, creando para ello las premisas necesarias. Pero este sistema, de por sí, se comprende que no resuelve ni puede resolver problema alguno. Son los hombres los encargados de hacerlo. Una característica de capital importancia del desarrollo social dentro del socialismo es que elimina lo elemental o espontáneo y se convierte en un proceso en el que un papel cada vez mayor corresponde a la actividad consciente y regular de los hombres. En estas condiciones cobra un valor formidable la función de los partidos Revolucionarios , vanguardia de los trabajadores, en el que encuentran su expresión más acabada y completa el pensar y el sentir colectivos de la sociedad socialista. La dirección acertada del Partido es condición indispensable para que se traduzcan en realidad todas las posibilidades y ventajas que el sistema socialista encierra. Considerándolo así, aun después del triunfo del socialismo, los marxistas-leninistas atribuyen un significado esencial al fortalecimiento de la dirección de los partidos Revolucionarios, que ha de incrementar su papel en todas las esferas de la vida social. 
Después de que el socialismo rebasó los límites de un solo país y se ha convertido en sistema mundial, ante la teoría y la práctica se presentan problemas nuevos y de gran trascendencia, relativos a las leyes que rigen la organización de la economía socialista mundial y a las relaciones entre los Estados socialistas soberanos e independientes.

lunes, 1 de abril de 2013

Por dónde empieza el poder de la clase obrera


En la esfera económica, lo principal en el período de transición es la socialización de los medios de producción, el rápido desarrollo del sector socialista y la organización, sobre esta base, de relaciones de producción nuevas, socialistas. El primer acto de las transformaciones en el plano económico es la nacionalización de la gran producción capitalista. Nacionalización de la gran industria, transportes y bancos.
En el Manifiesto del Partido Comunista se dice: "El proletariado utiliza su dominación política para arrancar a la burguesía, paso a paso, todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y aumentar, lo más rápidamente posible, el conjunto de las fuerzas productivas." La gran burguesía, se comprende, presenta la nacionalización socialista como un acto ilegal y como un "robo". La realidad es que se trata de una medida absolutamente justa, que, con toda la razón, calificó Marx como "expropiación de los expropiadores". La gran propiedad capitalista es fruto de la expoliación más implacable de millones de seres, de la apropiación de las tierras de los campesinos, de la ruina de los artesanos, del bandolerismo en las colonias y del saqueo de las cajas del Tesoro. La riqueza de los capitalistas aumenta siempre a expensas del trabajo de la clase obrera y de la ruina de los pequeños productores. Por eso, la revolución socialista no hace sino restablecer la justicia cuando convierte en patrimonio del pueblo lo que fue creado por el trabajo del pueblo y por derecho pertenece a los trabajadores.

El fin que la nacionalización socialista persigue al quebrantar la potencia económica de la burguesía y poner en manos del Estado proletario los puestos de mando dentro de la economía nacional es crear un nuevo modo de producción. La historia ha confirmado ya que las formas y métodos de la nacionalización pueden ofrecer diferencias sensibles en cada país. La nacionalización socialista de los principales medios de producción fue llevada a cabo por primera vez por la clase obrera de Rusia. Antes de iniciar la nacionalización, el Poder Soviético implantó el control obrero. La industria, el comercio y las finanzas fueron colocados bajo el control de los obreros y empleados de cada empresa. La respuesta de la burguesía a esta medida y a otras semejantes, encaminadas a regular la economía, fue el sabotaje y la resistencia más desesperada. Esto obligó al Gobierno soviético a llevar adelante la nacionalización con gran premura. En diciembre de 1917 eran nacionalizados los bancos, y seguidamente los ferrocarriles, las comunicaciones y los barcos de mar y de río, así como algunas empresas industriales. En junio de 1918 se anunciaba la nacionalización de las empresas grandes en todos los sectores de la industria y de los ferrocarriles privados. Estas medidas se llevaron a cabo mediante confiscación, sin indemnización alguna. En las democracias populares europeas, este mismo proceso de formación del sistema socialista en la economía transcurrió de manera muy distinta. Los gobiernos democrático-populares sólo nacionalizaron en un principio las empresas pertenecientes a los criminales de guerra, a los traidores a la patria que habían colaborado con el fascismo alemán, y también las empresas de los monopolios capitalistas. La nacionalización de las otras empresas vino más tarde, como respuesta a los manejos antisocialistas de la burguesía. Características muy acusadas presenta la nacionalización en la República Popular China. El Gobierno popular se limitó al comienzo a nacionalizar las empresas de la industria pesada pertenecientes a las altas capas de la burguesía comercial intermediaria y burocrática, tomó en sus manos los bancos más importantes y los ferrocarriles y estableció el control sobre el comercio exterior y las operaciones con moneda extranjera. La nacionalización no afectó, sin embargo, a capas importantes de la burguesía nacional china, que habían colaborado con la clase obrera durante la guerra de liberación y la revolución popular.
En el período subsiguiente de transformación de la propiedad capitalista, se recurrió en gran escala a formas diversas de capitalismo de Estado, desde la simple regulación y el control hasta la creación de empresas mixtas estatales-privadas. Los capitalistas que toman parte en tales empresas perciben, en calidad de indemnización, un interés del cinco por ciento del dinero invertido (estos pagos habrán de cesar en 1962). Cualquiera que sea el modo como se realice la nacionalización socialista, en todo caso sólo afecta a los intereses de una minoría muy reducida de la sociedad, a la vez que favorece a su inmensa mayoría. El desarrollo del capitalismo, al concentrar la propiedad de los medios de producción en manos de un reducido grupo de gentes, prepara por sí mismo las condiciones para que esos grandes medios de producción sean transferidos sin conmoción alguna a su legítimo dueño, que es el pueblo.
La nacionalización socialista no toca en modo alguno la propiedad de los pequeños industriales, comerciantes y artesanos. Todo lo contrario, en los primeros tiempos el Estado de la clase obrera victoriosa les presta ayuda en forma de materias primas, créditos y pedidos, y en la marcha de las transformaciones posteriores se preocupa de que puedan ocupar una posición digna en la sociedad nueva. En una carta a los comunistas georgianos escrita en marzo de 1921, inmediatamente después de haberse establecido el Poder Soviético en Georgia, Lenin escribía acerca de los pequeños comerciantes: "Hay que comprender que no trae cuenta alguna nacionalizar y que incluso hay que hacer ciertos sacrificios para mejorar su situación y darles la posibilidad de que sigan su pequeño comercio." En los países de capitalismo desarrollado, al procederse a la nacionalización de las grandes empresas capitalistas, se tendrán presentes, sin duda, los intereses de los pequeños accionistas. Esto se refiere a los propietarios de una pequeña renta, de pólizas de seguros, etc. Por lo tanto, la nacionalización socialista es una de las tareas generales y obligatoriamente necesarias de la revolución, cualquiera que sea el país donde la clase obrera haya llegado al poder. La gran producción capitalista únicamente puede ser convertida en socialista mediante su nacionalización por el Estado de los trabajadores. Así se crean los cimientos del sector socialista de la economía, del nuevo modo de producción. Apoyándose en ese sector, la clase obrera puede iniciar la transformación de toda la vida económica de la sociedad. Confiscación de la gran propiedad agraria. La clase obrera, que toma el poder en alianza con otros trabajadores, no puede limitarse a suprimir las relaciones capitalistas; en muchos países tropieza también con supervivencias del feudalismo.
Esto se refiere, ante todo, a los países subdesarrollados, y muy especialmente a las colonias y países dependientes, donde la tierra que los campesinos cultivan pertenece en buena parte a los grandes propietarios. Mas las supervivencias del feudalismo se conservan, en una forma u otra, en muchos países de capitalismo desarrollado. La propia burguesía adquiere tierra en ellos y no se atreve a apartar del camino una barrera tan formidable para el progreso social como es el monopolio de la gran propiedad agraria. De ahí que en todos los países donde esa gran propiedad exista -lo mismo si es feudal que capitalista- la confiscación de la misma sea una tarea primordial de la clase obrera. En Rusia, donde los terratenientes fueron hasta 1917 una de las clases dominantes, la tarea no podía ser más perentoria. Por eso, uno de los primeros actos del poder proletario fue la confiscación sin indemnización de sus tierras. El Decreto de la Tierra, aprobado por el II Congreso de los Soviets de toda Rusia el 26 de octubre (8 de noviembre) de 1917, convertía todo el suelo en patrimonio del pueblo. Esto, además de poner fin a la clase de los terratenientes, significaba un rudo golpe para el poderío económico de la burguesía. Al propio tiempo se robustecía la alianza de la clase obrera con los campesinos, y las grandes masas de trabajadores de la aldea ligaban estrechamente su suerte a la del Poder Soviético. En Rusia quedó abolida la propiedad privada sobre toda la tierra, circunstancia ésta que venía dictada por las condiciones históricas concretas. Las tradiciones de la propiedad privada de la tierra eran en Rusia más débiles que en el resto de Europa. Durante largo tiempo en la aldea rusa había imperado la propiedad comunal, con repartos periódicos de los lotes campesinos. En la conciencia de los campesinos estaba arraigada la idea de que "la tierra no es de nadie, es de Dios", y de que sus frutos habían de pertenecer a quien la trabajaba. Por eso la mayoría de los campesinos apoyó la reivindicación de suprimir la propiedad privada sobre la tierra. La situación era distinta en las democracias populares europeas. La propiedad privada de la tierra tenía allí unas tradiciones muy arraigadas y los campesinos miraban con recelo la consigna de la nacionalización. Esta medida no habría hecho más que dificultar las relaciones entre la clase obrera y los campesinos. Por eso el Estado popular se limitó a nacionalizar únicamente las grandes propiedades.
La mayor parte de la tierra confiscada se entregó a los braceros, a los campesinos pobres, y, en ocasiones, a los campesinos medios, a precios muy asequibles que habían de satisfacer a plazos, en el transcurso de diez a veinte años, aunque fue mucha la que se cedió a título gratuito. La tierra pasaba a ser propiedad personal, mas con ciertas limitaciones: prohibíase la venta de la misma, salvo casos excepcionales, la entrega en arriendo, el reparto y la donación, es decir, todo cuanto puede servir para convertir la tierra en medio de explotación y de lucro especulativo. Los lotes se calculaban de tal forma que pudiesen ser cultivados directamente por el dueño y su familia. De ordinario se trataba de campos que no sobrepasaban de cinco Ha, y sólo en algunos casos llegaban a 10 y 15 Ha. La confiscación de la propiedad de los grandes terratenientes, tanto en Rusia como en las democracias populares, tuvo importancia inmensa en cuanto a la consolidación política del nuevo poder. La historia nos dice que la gran propiedad agraria ha sido siempre un apoyo de la reacción y que los terratenientes son el espinazo de las contrarrevoluciones. La confiscación de la gran propiedad agraria no es de por sí una medida socialista, por cuanto no afecta a las bases de las relaciones capitalistas. En bastantes países esta confiscación se llevó ya a cabo en el curso de las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, y la única consecuencia fue la de propiciar un desarrollo más rápido del capitalismo en la agricultura. Pero cuando en el poder se encuentran los trabajadores, la confiscación de la gran propiedad del suelo se convierte en una importante premisa de las posteriores transformaciones socialistas.