LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

jueves, 31 de enero de 2013

La alianza de la clase obrera y los campesinos bajo el régimen capitalista


La lucha por los intereses de los campesinos
Obreros y campesinos son hermanos por su origen y por la situación que ocupan en la sociedad capitalista. La clase obrera se formó históricamente por la ruina de los campesinos que eran despojados de sus tierras. El campo, explotado por el capital, sigue nutriendo sin cesar las filas de la clase obrera. Obreros temporeros acuden del campo a la ciudad. El campesino y el obrero tienen de común que ambos son trabajadores y se ganan el pan con el sudor de su frente. Ambos se enfrentan al mismo enemigo de clase. En realidad, como indicaban Marx y Engels, la explotación de que son objeto los campesinos se diferencia de la explotación de los obreros sólo por la forma, mientras que el explotador de unos y otros es el mismo: el capital. A pesar de la semejanza y afinidad de los obreros y campesinos, la alianza entre ellos no se establece de por sí. La burguesía dominante ha conseguido mantener separados durante largo tiempo a los obreros y los campesinos. En muchos países lo logra todavía.
De todos los partidos políticos que la historia conoce, el único que ha trabajado consecuentemente por robustecer la alianza de obreros y campesinos es el Comunista. La necesidad de esta alianza la señalaron por primera vez Marx y Engels, sacando enseñanzas de la derrota del proletariado en las revoluciones de 1848, y también del trágico fin de la Comuna de París en 1871. Las manifestaciones de Marx y Engels sobre el problema campesino, dadas al olvido por los oportunistas de la II Internacional, sirvieron a Lenin de punto de partida al elaborar el programa del Partido bolchevique. La alianza de la clase obrera y los campesinos se convirtió en una de las ideas fundamentales del leninismo. Esta idea marca una diferencia entre los Partidos Comunistas y los socialdemócratas, los cuales no creen en los campesinos e imbuyen su desconfianza a los obreros. Esta misma idea marca también una diferencia entre los Partidos Comunistas y los partidos campesinos, cuyos líderes enfrentan de ordinario los campesinos a los obreros, de lo que sólo salen gananciosos la gran burguesía y los grandes terratenientes. Necesidad de la alianza de los obreros y los campesinos. Los comunistas no se ven impulsados simplemente por sus buenos deseos cuando defienden la alianza de la clase obrera y de los campesinos. Se basan en las leyes objetivas del desarrollo social y saben que los intereses del capital acaban inevitablemente por chocar con los intereses de la inmensa mayoría de los campesinos. La acción de la ley general de la acumulación capitalista en la agricultura conduce a la desintegración y diferenciación de los campesinos. Desaparecen las capas medias y se incrementan los grupos extremos: los ricos de la aldea y los campesinos pobres. Los campesinos acomodados o granjeros, cuya economía se basa en la explotación del trabajo asalariado, se convierten en capitalistas. Hállanse más o menos relacionados con el capital industrial y bancario, aunque últimamente suelen sentir a menudo el peso de los capitostes de los monopolios. La inmensa mayoría de los campesinos cae bajo la dependencia económica del capital: parte de ellos marchan a la ciudad, incrementando las filas del proletariado, y quienes se quedan en la aldea se van convirtiendo en semiproletarios. El estudio de las relaciones agrarias en Rusia, Europa Occidental y Estados Unidos permitió a Lenin establecer que buena parte de los pequeños labradores y la mayoría de los más pequeños no son, en esencia, sino obreros provistos de un lote de tierra. Los dueños de pequeñas economías son necesarios al capitalista en calidad de reservas de una mano de obra asalariada que puede adquirir a bajo precio. La proletarización de los campesinos, por tanto, no significa solamente que parte de ellos son lanzados a la ciudad; también se traduce en que masas cada vez mayores arrastran una existencia mísera en sus trozos de tierra, siempre bajo la dependencia del usurero, del banco agrícola y de los monopolios comerciales, viéndose obligadas, para salir adelante, a trabajar parte del año por contrata.
El capitalismo convierte despiadadamente en ilusiones el deseo de la mayoría de los campesinos de verse dueños independientes de su propia tierra. De ahí que, en su lucha por sus propios intereses, no puedan contar con el apoyo de la burguesía dominante. Necesitan buscar un aliado, y éste lo encuentran en la clase obrera. Tal es la lógica de la historia y tal es la tendencia del desarrollo. Pero el proceso histórico, como ocurre a menudo, sigue unos caminos tortuosos y complejos. ¿En qué se basa concretamente la seguridad de los comunistas en la inevitable ruptura de los campesinos con la burguesía y en que la alianza de la clase obrera y los campesinos ha de llegar forzosamente? Cuando la burguesía luchaba por el poder político, contra la dominación de los señores feudales, utilizaba como fuerza de choque a los campesinos, que aspiraban a romper las cadenas de la servidumbre de la gleba. Las guerras e insurrecciones campesinas quebrantaron los soportes del feudalismo y sentaron las premisas para el triunfo de las revoluciones burguesas en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y otros países. Pero en la aldea, los frutos de la revolución burguesa los recogieron principalmente los campesinos ricos, los usureros, los traficantes y especuladores, que se enriquecían con la explotación de los campesinos trabajadores. Los ricos de la aldea se convirtieron en baluarte del Estado burgués y en su reserva para la lucha contra el movimiento revolucionario de la clase obrera. Pasaron a ser los portadores de la influencia burguesa en el medio campesino. La diferenciación social acabó prontamente con la relativa unidad de intereses que existía en la comunidad campesina colocada bajo la planta del señor feudal. Mientras que los campesinos ricos se sentían atraídos por la burguesía urbana, los campesinos pobres se inclinan cada vez más hacia la clase obrera. El triunfo de las revoluciones burguesas despejó al gran capital el camino del campo, donde por doquier destruía la pequeña producción y obligaba a masas enormes de campesinos a abandonar sus hogares. El desarrollo del capitalismo significó en Europa una verdadera migración de pueblos. Millones de campesinos arruinados se trasladaban a lejanos países con la esperanza de convertirse en labradores independientes. Pero también allí les alcanzaba el férreo abrazo del capital.
Una vez vio consolidado su poder político, la burguesía de Europa Occidental se convirtió en el peor enemigo del movimiento campesino. Sus gobiernos burgueses apoyaron hasta el fin a la dinastía de los Románov en Rusia, que tenía su principal apoyo en los terratenientes. En todo momento acudían los burgueses en ayuda de las monarquías salvadas del naufragio del feudalismo, cuando los tronos se tambaleaban al empuje del movimiento campesino. La burguesía imperialista de Europa y América del Norte hizo cuanto estaba a su alcance para mantener las formas feudales de explotación en las colonias y semicolonias. Gracias a sus esfuerzos, hoy, a mediados del siglo XX, en Asia, África, Iberoamérica y hasta en algunos lugares de Europa, como España o el Sur de Italia, se conservan casi intangibles formas de la agricultura feudal y de la subordinación económica que son propias de la Edad Media. Por lo tanto, la burguesía no ha resuelto el problema campesino; antes al contrario, ha sido el freno principal para la liberación de los campesinos en todos los países donde había de llevarse a cabo la justa tarea impuesta por la historia de suprimir las caducas formas feudales y semifeudales de propiedad agraria. Esto sienta las premisas para una alianza anticapitalista de la clase obrera y los campesinos. La experiencia de la Gran Revolución Socialista de Octubre y de las revoluciones democrático-populares de Europa y Asia confirma la tesis marxista-leninista de que, en los países donde se plantea la tarea de suprimir las supervivencias del feudalismo, todos los campesinos pueden ir de la mano con la clase obrera, pues ésta es la única clase capaz de llevar hasta el fin la revolución agraria, es decir, de dar la tierra a los campesinos. En las revoluciones democrático-populares de Europa y Asia, la alianza de la clase obrera y los campesinos ha salido brillantemente airosa de la prueba. Aliados a los obreros, los campesinos se han convertido, por primera vez en la historia, en clase gobernante, que construye la nueva sociedad socialista. Mas la alianza de la clase obrera y los campesinos no es necesaria solamente en los países en que perdura una agricultura feudal o semifeudal. Es también una necesidad vital allí donde las relaciones capitalistas están desarrolladas. En estos países el capital monopolista ha desplegado después de la segunda guerra mundial una inusitada ofensiva contra los campesinos, contra los granjeros, con el propósito de arruinar y suprimir las economías de tipo campesino y sustituirlas por grandes empresas capitalistas. El proceso de concentración de la producción y del capital barre en estos países inexorablemente la granja familiar. De ahí que se haya planteado la necesidad práctica de que la masa entera de granjeros o campesinos se una a la clase obrera para rechazar la ofensiva de los monopolios. A su vez, la clase obrera, en el curso de la lucha por sus intereses de clase, se convence inevitablemente de que sin el apoyo de los campesinos, sin la alianza con ellos, no tiene fuerza suficiente para oponerse a la rapaz oligarquía de los grandes capitalistas, que se apoyan en todo el poderío del Estado. Así, pues, el problema campesino, alrededor del cual giraron todos los movimientos populares de pasados siglos, sigue en pie, con toda su agudeza política, en nuestra época de la gran industria. Su contenido objetivo cambia, sin embargo. Antes era antifeudal y ahora se transforma, cada vez más, en antimonopolista y antiimperialista.
La importancia del problema es tanto mayor por cuanto, hasta hoy día, los campesinos representan la parte más nutrida de la población del mundo capitalista. Si bien a lo largo de los últimos 150 años el volumen de la población ocupada en la agricultura ha venido disminuyendo sin cesar, en 1952 era aún del 59 por ciento. Incluso en la Europa capitalista, los campesinos representan cerca de un tercio de su población. Ahora bien, aunque los campesinos son la mayoría de la población en muchos países, sin el apoyo de la clase obrera no pueden sacudirse el yugo de los terratenientes y del capital monopolista. La teoría marxista explica que en la alianza de los obreros y campesinos la fuerza dirigente son los primeros. Así se desprende de la circunstancia de que, por las mismas condiciones de vida, los obreros están incomparablemente mejor organizados que los campesinos; están concentrados en grandes ciudades y poseen ya una larga experiencia de lucha contra las clases explotadoras. Casi en todos los países capitalistas poseen sus combativos Partidos Comunistas, que demuestran no ya su deseo, sino su capacidad para defender los intereses de todos los trabajadores. La preponderancia de la clase obrera en la alianza es necesaria como garantía de éxito, y no significa que vaya a sacar de ella mayores ventajas o privilegios que los campesinos. Los obreros conscientes cargan con el peso principal de la lucha y están dispuestos a hacer los mayores sacrificios, como realmente ocurre. Esencia de las supervivencias feudales. Los fines y tareas de la lucha conjunta de la clase obrera y los campesinos cambian en dependencia de sus condiciones de vida. En los países en que aún se mantienen las relaciones feudales o son fuertes sus supervivencias, pasa a primer plano la lucha contra el feudalismo, contra las formas feudales de explotación de los campesinos por los terratenientes. Esto se refiere, como ya se ha dicho, a las comarcas meridionales de Italia, a toda España y también a muchos países de Oriente y de Iberoamérica. Los restos de las relaciones económicas feudales se manifiestan en formas diversas. Enumeraremos las principales, las más típicas. Es, primeramente, la propiedad de los grandes terratenientes extendida a regiones enormes. La mayoría de los campesinos, a causa de sus escasos recursos, no pueden adquirir tierra y han de arrendarla a los grandes propietarios en condiciones onerosas. En segundo lugar, es la aparcería. Los campesinos entregan al terrateniente una parte importante de la cosecha, que a veces llega a la mitad, y aun pasa de ella.
En tercer lugar, el sistema de pagos en trabajo en la hacienda del gran propietario. Los campesinos han de cultivar las tierras de éste con sus toscos aperos. Esto los coloca de hecho en la situación de siervos de la gleba, que cumplen su prestación personal en beneficio del señor. En cuarto lugar, es la espesa telaraña de deudas que envuelve a la mayoría de los campesinos, que los convierte en morosos y refuerza su dependencia de los terratenientes y usureros. Las consecuencias de todas estas supervivencias del feudalismo son conocidas: extremo atraso técnico de la agricultura, mísera situación de la inmensa mayoría de los campesinos, raquitismo del mercado interior y falta de recursos para la industrialización del país. En los países donde se mantienen las relaciones feudales es imposible suprimir el atraso económico y la miseria del pueblo sin una revolución agraria o sin una radical reforma en el campo. Esta misión histórica únicamente la puede cumplir la alianza de la clase obrera y los campesinos, que es la sola fuerza capaz de acabar por completo con las supervivencias del feudalismo y entregar en propiedad a los campesinos, a título gratuito, la tierra de los grandes propietarios. La alianza de la clase obrera y los campesinos, que dirige su filo contra el yugo de los terratenientes feudales, es condición necesaria para que pueda formarse una amplia coalición democrática de todas las fuerzas progresistas. Los monopolios capitalistas son los expoliadores principales de los obreros y campesinos. En los países capitalistas desarrollados el enemigo principal de todas las clases oprimidas -sin exceptuar a los campesinos- es el capital monopolista. Las grandes asociaciones de capitalistas predominan no sólo sobre la industria, sino también sobre la agricultura. Explotan a los campesinos al igual que a los obreros. A través de su extensa red de instituciones crediticias, bancos agrícolas, compañías de seguros, etc., el capital financiero ha puesto bajo su control a millones de economías campesinas. Los altos precios de los artículos industriales, mientras que para los productos del campo se mantienen a bajo nivel, unidos al incremento de los impuestos y de los arriendos, obligan a los campesinos a pedir préstamos a los bancos con la garantía de la tierra o de otros bienes. Esto aumenta constantemente el volumen de sus deudas y significa un incremento de la dependencia en que se encuentran respecto del capital. Cuando la deuda no es satisfecha, y esto es un fenómeno cada vez más frecuente, la tierra del cultivador pasa a ser propiedad de los bancos y compañías aseguradoras. Así, en Estados Unidos, una sola compañía de este género, la Metropolitan Life Insurance, en 1949 poseía y administraba más de siete mil granjas.
Son muy graves las repercusiones que sobre la situación de los campesinos tiene la política de precios de los monopolios capitalistas. Traducirse ésta en la compra a los granjeros de productos alimenticios y materias primas a bajo precio, mientras encarecen los artículos industriales que les proporcionan. Esta política de cambio no equivalente forma una diferencia de precios ("tijeras") en virtud de la cual los campesinos, por una cantidad igual de producción agrícola, obtienen una cantidad cada vez menor de aperos y maquinaria, abonos y combustible. En Francia, por ejemplo, los precios de los artículos industriales adquiridos por los campesinos eran en 1958 hasta 36 veces superiores a los de 1938, mientras que los precios de su producción habían aumentado 16 veces solamente.
Las "tijeras" son una forma velada de explotación de los campesinos por los monopolios. La forma patente son los elevados impuestos, que sirven para cubrir los gastos de la militarización de la economía y la carrera de armamentos, para sostener el hinchado aparato estatal y para subsidiar a los monopolios. Casi todo el fardo de los impuestos recae sobre los hombros de los obreros y campesinos. Estos últimos, en Francia, por ejemplo, han de satisfacer casi 40 impuestos distintos. En su tiempo, Marx dio una atinada definición del odio del campesino francés a estas cargas. "Cuando el campesino francés quiere imaginarse al diablo -decía- se lo representa en forma de recaudador de impuestos."214 Un gran tributo satisfacen los campesinos a los grandes propietarios agrícolas y a los bancos en forma de arrendamiento. Entre 1950 y 1956 los granjeros norteamericanos han satisfecho por este concepto una media anual de 3.000 millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a las ganancias que los monopolios del mismo país obtienen de sus inversiones en el extranjero. El incremento del yugo de los monopolios y la agudizada competencia de las grandes haciendas, que emplean maquinaria para el cultivo de sus campos, traen consigo la ruina en masa de los campesinos. En Estados Unidos, por ejemplo, el número de granjas (como ya se hacía constar en el capítulo X) disminuyó en 1.315.000 entre 1940 y 1954. En la República Federal Alemana, entre 1949 y 1958 se han arruinado más de 200.000 economías campesinas; en Francia, sin contar las economías inferiores a una Ha, han sido más de 834.000 de 1929 a 1956. En cambio, crece el número de grandes haciendas capitalistas.
El capitalismo monopolista de Estado mantiene una política que acelera la desaparición de economías campesinas pequeñas y medias. A ello contribuyen los denominados programas de "ayuda" a la agricultura, que en realidad significan una ayuda a los grandes capitalistas del campo. Los créditos y subsidios que el Estado concede a los grandes terratenientes para la adquisición de máquinas, abonos y materiales de construcción crean al mismo tiempo, artificialmente, un ventajoso mercado para las corporaciones capitalistas dedicadas a la venta de esos artículos. Una característica que se observa en los países capitalistas desarrollados después de la segunda guerra mundial es la invasión directa de la agricultura por el gran capital. A ello se debe, como una de las causas principales, los grandes cambios producidos en los últimos diez a quince años en la renovación técnica de la agricultura capitalista de los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia, Alemania y otros países. Es cada vez un fenómeno más típico la mecanización completa de las empresas agrícolas, con un gran empleo de abonos químicos, simientes escogidas y cría de ganado de raza. El economista norteamericano V. Perlo escribe refiriéndose a los cambios producidos en la agricultura de su país: "El capital monopolista, siempre en busca de nuevas esferas para sus inversiones, no se satisface ya con la apropiación indirecta («tijeras de precios» e interés de las deudas) de la renta de la tierra y de la plusvalía creada en la agricultura. Comienza a participar directamente en la formación de grandes empresas agrícolas en amplia escala... El gran empleo de maquinaria moderna y una mano de obra pagada a muy bajos precios, integrada principalmente por negros, portorriqueños y mexicanos, permite al capital monopolista obtener una cuota de ganancia suficiente a pesar de las «tijeras» de precios." No en vano los ideólogos del capital monopolista de los Estados Unidos y otros países afirman sin cesar que ha llegado el momento de acabar con las "economías técnicamente débiles" y de que el Estado preste su generoso apoyo a las grandes haciendas. La amenaza de ruina se cierne de nuevo sobre millones de economías campesinas. En 1957 el ministro de Agricultura de los Estados Unidos declaraba que dos millones de granjeros norteamericanos habían de abandonar la tierra. En Francia existe el propósito de acabar con unas 800.000 economías campesinas. Proyectos análogos existen en Alemania Occidental y en algunos otros países capitalistas. El capitalismo monopolista de Estado amenaza la existencia misma de los campesinos como clase.
Todo esto hace que en los principales países capitalistas la lucha de los campesinos adquiera un carácter preferentemente antimonopolista. En las colonias y países dependientes se ha acentuado también mucho el yugo de los monopolios, que se combina con las formas feudales de explotación de los campesinos. El hambre de tierra no es allí consecuencia únicamente de la concentración del suelo en manos de los grandes propietarios: se debe también a que superficies enormes están ocupadas por las plantaciones propiedad de los monopolios extranjeros. Por eso, si antes el problema principal de los campesinos era sacudirse el yugo de los terratenientes feudales, ahora, junto a él, por doquier existe el problema de la lucha contra el yugo de los monopolios.

lunes, 28 de enero de 2013

La clase obrera como fuerza motriz de todos los movimientos democráticos.


Los intereses inmediatos de la clase obrera no se reducen nunca al solo mejoramiento de su situación económica. Desde el momento mismo en que apareció, no ha cesado de incluir en su programa de lucha un gran número de problemas de tipo político-social. Esto le llevó, en la época de las revoluciones burguesas, a combatir contra la reacción feudal absolutista. El proletariado de muchos países ha luchado intensamente por la independencia nacional, contra las guerras de conquista, etc. Conforme la historia avanzaba, la esfera de los intereses económicos, políticos y culturales de la clase obrera se ha ido ensanchando y su defensa ha adquirido mayor importancia dentro de la lucha que sostenía. Problemas, por ejemplo, como la reforma de la enseñanza, las asignaciones presupuestarias para la ciencia y el arte o los nuevos reglamentos parlamentarios podían interesar en grado mínimo al movimiento obrero de principios del siglo XIX. Y hoy día se convierten a menudo en materia de seria lucha entre la clase obrera y la burguesía reaccionaria. Tienen también su importancia los cambios que el capitalismo sufre. A medida que este sistema social acentúa su carácter reaccionario y que los monopolios pasan a la ofensiva en diversas esferas de la vida social, entre los obreros y los trabajadores en general aparecen intereses nuevos y adquieren más valor algunos de los viejos. El paso al imperialismo, y luego la orientación de los monopolios hacia la implantación de regímenes y sistemas fascistas, han convertido en un problema candente para los trabajadores la defensa de los derechos y libertades civiles. La creciente agresividad de la burguesía reaccionaria y el perfeccionamiento de las armas de exterminio han hecho más agudo que nunca el problema del desarme y de la paz.

Así, la propia marcha de la historia ha convertido a la clase obrera en defensora de todas las capas del pueblo. Porque la lucha por la democracia, la paz y la soberanía significa la defensa de los intereses nacionales. La lucha por objetivos democráticos generales, planteada actualmente en toda su amplitud ante el movimiento obrero, refleja las necesidades objetivas del desarrollo social. No ha sido imaginada ni impuesta desde fuera. La clase obrera no se coloca a la cabeza de los movimientos democráticos para "atraer" a nadie, sino porque así lo exigen sus más vitales intereses. La circunstancia de que el proletariado posea un partido marxista-leninista combativo, bien organizado y provisto de una teoría científica, ha tenido excepcional valor en cuanto a ampliar el círculo de intereses por los que luchan los obreros y a elevar su papel político en la sociedad. Este partido ha ayudado a la clase obrera a comprender su papel en la vida social, la ha colocado en las primeras filas de quienes defienden los intereses de su pueblo y ha mostrado el camino a seguir para agrupar a todos los trabajadores contra la reacción. Esta actividad de los partidos marxistas-leninistas es de un gran valor histórico para los destinos del mundo, al salvar a la sociedad del cúmulo de calamidades que el imperialismo trae consigo. La clase obrera es la esperanza de la humanidad progresista. Sus excelentes virtudes para la lucha convierten a la clase obrera en vanguardia de toda la humanidad progresista. En muchos países ha derrocado a la burguesía y se ha puesto a la cabeza de la sociedad. A diferencia de las clases oprimidas del pasado -esclavos y siervos de la gleba-, esta clase no desaparece de la escena histórica después de haber cumplido el papel de fuerza de choque que derriba a los viejos gobiernos y destroza los viejos sistemas. Le aguarda todavía la tarea de construir la sociedad nueva, tarea que los obreros no pueden encomendar a nadie. Para llevarla a cabo no bastan las virtudes del combatiente. Ha de ser también capaz de un trabajo creador, de una labor fecunda en todos los órdenes de la vida social: económico, cultural, político y militar. La capacidad de creación de la clase obrera ha de ser, objetivamente, superior a la de cualquiera otra clase de la historia, pues a ninguna otra le cupo tan gran misión histórica. El paso del capitalismo al Socialismo, por la profundidad y amplitud de la transformación que supone, supera a cuanto se hizo en todas las demás revoluciones sociales.
La historia demuestra que la clase obrera posee por completo la capacidad creadora necesaria para construir la sociedad nueva. Así nos lo dice la experiencia de los obreros de Rusia y China, de Polonia y Checoslovaquia, de Bulgaria y Rumania y otros países, que edifican con éxito una sociedad basada en principios Socialistas y Comunistas. En el curso de esta transformación de la sociedad cambia, como es lógico, la faz de la propia clase obrera. Sin ello resultaría imposible la construcción del socialismo. La clase obrera puede cumplir su gran misión de emancipar a todos los trabajadores sólo en el caso de que posea conciencia revolucionaria. A este efecto, la propia clase obrera ha de eludir la influencia de las ideas burguesas. Marx indicaba que la revolución proletaria se necesita no sólo para que la clase obrera conquiste el poder político, sino también para que, en el curso de la revolución, se depure de la basura que dejó en ella la vieja sociedad. Esta depuración es obra de un largo proceso histórico. La clase obrera, una vez conquistado el poder político, ha de dominar los tesoros del saber reunidos antes por los hombres. Para el cumplimiento de la grandiosa tarea que significa construir la nueva sociedad, llama a los mejores científicos y técnicos, a los intelectuales que se formaron en la sociedad vieja, y a la vez capacita intelectuales suyos, nuevos, salidos del seno de la clase obrera y de los campesinos trabajadores. Más aún, en la marcha de la construcción del socialismo y del avance hacia el comunismo, llega a ser una necesidad imperiosa la tarea de elevar su nivel hasta que todos sus miembros posean instrucción secundaria y superior, de dotarla de una sólida cultura y de conocimientos especiales en todas las esferas de la producción social. La clase obrera, puesta a la cabeza de las fuerzas del progreso, se ha ganado un gran prestigio y el reconocimiento de todos los trabajadores y hombres honestos por lo que lleva ya hecho en el cumplimiento de su misión histórica. Las victorias de la clase obrera han ahorrado muchos sufrimientos y calamidades a la humanidad y han dejado franco el camino del bienestar y la felicidad a los pueblos de una serie de países. Sin embargo, la lucha entre las fuerzas de la reacción y del progreso no ha acabado, ni mucho menos. Todo lo contrario, ha entrado en su fase decisiva. Sobre millones de seres se cierne la amenaza de su monstruoso exterminio en una guerra atómica. Decenas de millones gimen aún bajo el yugo de la opresión colonial. Para los trabajadores de muchos países capitalistas se ha convertido en algo real el creciente peligro de la reacción y del fascismo. El imperialismo amenaza a la cultura y a la civilización. ¡Y cuántos desheredados quedan en la tierra, cuánta miseria, calamidades e injusticias! ¿Podrá la humanidad liberarse para siempre de estas lacras? Sin duda alguna. Los marxistas-leninistas responden hoy día afirmativamente, seguros de que así será, porque así lo dice no ya la teoría, sino una gran experiencia práctica. La historia nos autoriza por completo para manifestar ese optimismo. Por difícil que sea el camino que lleva a la liberación, es un camino seguro. Su realidad está en la creciente potencia del movimiento obrero, y esa potencia es prenda de éxito en la lucha de los pueblos por la paz, la libertad y la independencia de las naciones, por la cultura y la civilización, por una vida en la que no haya lugar para la miseria, la opresión y los sufrimientos. Por eso, todas las esperanzas de la humanidad progresista se hallan puestas en la lucha de liberación de la clase obrera.

jueves, 24 de enero de 2013

La clase obrera lucha y crea


Durante los cien años largos que nos separan de la primera acción revolucionaria independiente de los obreros (1848 en Francia), el proletariado ha reñido miles y miles de batallas de clase, grandes y pequeñas, saliendo vencedor en unas y vencido en otras. En esas batallas los obreros han hecho gala de un heroísmo como jamás demostró ninguna otra clase en la historia.
Las grandes virtudes combativas de la clase obrera se pusieron particularmente de relieve en la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, en las acciones revolucionarias de los obreros de varios países de Europa después de la primera guerra mundial y en las revoluciones democrático-populares de China y de otros países. En un territorio habitado por más de un tercio de la humanidad, la clase obrera ha conseguido un triunfo completo en su lucha de liberación, derrotando al sistema de la esclavitud capitalista y tomando el poder en sus manos. Esta lucha del proletariado lo ha convertido en una importante fuerza político-social también en los países donde el capital mantiene su dominio, y así se refleja profundamente en todos los acontecimientos de nuestra época. La lucha de la clase obrera por sus intereses económicos inmediatos. Una de las direcciones principales de la lucha de los obreros en los países capitalistas es la defensa de sus intereses económicos inmediatos, de las reivindicaciones que tienden a mejorar las condiciones de vida y de trabajo del proletariado. La clase obrera mantiene esta lucha en todo el frente y, a pesar de la desesperada resistencia de la burguesía, ha logrado éxitos importantes. En muchos países capitalistas desarrollados ha conseguido arrancar concesiones que ponen límites a la arbitrariedad de los capitalistas y defienden a los obreros de las formas más duras de explotación. La jornada de trabajo, por ejemplo, que en tiempos pasados era de 12 a 16 horas, ha sido reducida a ocho, y a menos para algunos oficios en ciertos países. En bastantes sitios, los obreros han obligado a la burguesía a adoptar medidas relacionadas con el seguro social (pensiones, subsidio de paro, vacaciones pagadas, etc.), que en cierta medida alivian su situación. Se ha logrado también en algún país limitar un tanto las funestas consecuencias de la intensificación del trabajo, mejorar el sistema de protección del trabajo y algunas ventajas en cuanto a asistencia médica. Los obreros han sabido también obligar a la burguesía de bastantes países a hacer concesiones en lo que a los salarios se refiere, debilitando así un tanto las consecuencias de la incesante desvalorización del dinero, que es un verdadero azote para los trabajadores de todos los países capitalistas. Se amplía sin cesar, en la actual etapa del desarrollo histórico, el marco de la lucha de la clase obrera por sus intereses económicos inmediatos. La mayor organización y conciencia del proletariado le llevan a plantear en su lucha de clase reivindicaciones más generales, como es la de limitación del poderío económico de los monopolios, la reforma del sistema fiscal en favor de los trabajadores, la implantación del seguro contra el paro, etc.
Las conquistas económicas de la clase obrera significan un importante valladar a la tendencia al empeoramiento en la situación de los trabajadores, tendencia que se manifiesta con singular vigor dentro del capitalismo moderno. La repercusión de estas conquistas no se ha circunscrito a la clase obrera, sino que ha afectado también a otros muchos sectores de trabajadores. Además, estos últimos, contagiados por los éxitos del movimiento obrero, han iniciado la lucha en defensa de sus intereses inmediatos específicos, copiando en ocasiones las formas de resistencia a los explotadores que primero empleó la clase obrera: sindicatos, huelgas, etc. En nuestro tiempo, estas formas de lucha no son exclusivas de los obreros, sino que también las manejan los empleados (incluso los funcionarios públicos) y diversos grupos de intelectuales (personal médico, maestros y otros). Los líderes del movimiento reformista de bastantes países capitalistas se apresuraron a atribuirse el mérito de estas conquistas de la clase obrera y afirman que ésta no tiene por qué dedicarse a la lucha política, y tanto menos combatir para el derrocamiento del régimen burgués. Tales afirmaciones son pura demagogia. El proletariado de los países capitalistas no debe sus éxitos a los conciliadores y reformistas, sino a la lucha de los obreros más activos y conscientes. En la mayoría de los casos, los capitalistas han de transigir bajo la presión del ala izquierda del movimiento obrero y ante el temor de que todos los obreros se radicalicen. Hay que tener en cuenta también que muchos éxitos de los obreros en la lucha por sus intereses inmediatos han sido posibles porque el triunfo de la clase obrera de la U.R.S.S. y las democracias populares obligó a la burguesía mundial a hacer concesiones que en tiempos anteriores no hubiera aceptado jamás. Hay que recordar también que buena parte de los éxitos conseguidos por el proletariado en la defensa de sus intereses inmediatos se deben a la lucha política, y no a la económica. A la clase obrera le resulta mucho más fácil hablar con la burguesía de salarios, pensiones, reducciones de jornada, etc., cuando a sus espaldas tiene partidos políticos fuertes y combativos, y ejerce una presión política constante sobre las clases que detentan el poder.
Los líderes del reformismo quieren deformar la esencia de los desacuerdos entre los oportunistas y los marxistas-leninistas. Según ellos, los comunistas son contrarios a la lucha de los obreros por sus intereses inmediatos, pues así vivirán peor y se mostrarán más activos frente al capital. Nada más lejos de la verdad que semejante calumnia. Los comunistas son defensores consecuentes de todos los intereses de la clase obrera, tanto si se trata de reivindicaciones inmediatas como de los objetivos finales. Apoyan todas las medidas que tiendan a mejorar la vida de los obreros. Ahora bien, a diferencia de los oportunistas, los comunistas tienen clara noción de que la lucha económica puede dar sólo resultados limitados, pues no afecta para nada al sistema capitalista de la esclavitud asalariada. Y el interés de los obreros, en su sentido amplio, no se reduce a mejorar las condiciones de esa esclavitud asalariada, sino que está en conseguir la emancipación completa de ella. Para esto, la clase obrera ha de mantener la lucha política, sin limitarse a las reivindicaciones económicas. Son dos formas de lucha que no se excluyen, sino que se complementan y contribuyen por igual al éxito en la defensa de los intereses inmediatos y finales de los obreros.
"Cuando la clase obrera trata de mejorar sus condiciones de vida -escribía V. I. Lenin-, se eleva a la vez en el sentido moral, intelectual y político, se hace más capaz de conseguir los grandes fines de su liberación."

martes, 22 de enero de 2013

El internacionalismo, manantial de fuerzas para el movimiento obrero


Carácter internacionalista del movimiento obrero. En el pasado no podían ser internacionalistas ni las clases opresoras ni las oprimidas. Oponíanse a ello las condiciones históricas y también el lugar de estas clases en la producción social y su modo de vida.
La primera clase consecuentemente internacionalista son los obreros, los proletarios. Apareció en la palestra histórica en una época en que empezaba a formarse la economía mundial, cuando los vínculos económicos adquirían un carácter verdaderamente mundial y, a continuación de los lazos económicos, crecían en proporciones inusitadas los nexos culturales y de otra índole entre los países y los pueblos. Tal es la situación histórica general que permitió la aparición del internacionalismo de los obreros. Pero si los obreros son genuinamente internacionalistas, no se debe sólo a las condiciones externas; también contribuyen a ello sus vitales intereses de clase. Los obreros carecen de propiedad privada, que divide a los hombres, y les son asimismo ajenos los intereses que engendran la hostilidad hacia los trabajadores de otros países y nacionalidades. Al contrario, los obreros de todos los países tienen un interés primordial único: el derrocamiento del yugo del capital. Este interés los agrupa contra la fuerza internacional de los capitalistas, haciendo que el internacionalismo se convierta para los obreros no en algo posible, sino necesario, condición obligatoria para el éxito de la lucha por el socialismo y el comunismo. El carácter internacionalista del movimiento obrero no tardó en revelarse. Los obreros de cada país mantenían en un principio la lucha contra "su" burguesía, mas pronto empezaron a ponerse de acuerdo para su acción común, a apoyarse mutuamente y prestarse ayuda, así como para crear sus propias organizaciones internacionales. Desde el punto y hora en que apareció y se extendió por todo el mundo la doctrina marxista y se formaron los partidos políticos del proletariado, el movimiento obrero es profundamente internacionalista. Marx y Engels expresaron el principio del internacionalismo en la fórmula precisa de su inmortal consigna: "¡Proletarios de todos los países: uníos!" Todo el que haya asimilado la doctrina marxista y comprendido la misión histórica del proletariado por ella descubierta no puede por menos de ser internacionalista, de buscar conscientemente la unidad y colaboración de los trabajadores de todos los países. Por eso, a medida que el marxismo-leninismo vence en el movimiento obrero de cualquier país, se amplían los vínculos internacionalistas de este movimiento con los trabajadores de otros países. Para los partidos marxistas-leninistas, el internacionalismo es parte integrante importantísima de su ideología y su política. Sin el internacionalismo, sin la unión de esfuerzos de los trabajadores de todos los países, es imposible vencer a la burguesía mundial y construir una sociedad nueva.
El internacionalismo proletario es, ante todo, la ideología científica de la comunidad de intereses de la clase obrera de todos los países y naciones. En segundo lugar, es el sentimiento de solidaridad de los trabajadores de todos los países, de fraternidad de los hombres del trabajo. En tercero, es un determinado tipo de relaciones entre los destacamentos nacionales de la clase obrera. Dichas relaciones se basan en la unidad y armonía de acción, en la ayuda y el apoyo recíprocos. Se basan en el principio de libre aceptación, en la conciencia de que tales relaciones responden a los intereses vitales de los obreros de todos los países. El internacionalismo proletario no niega en absoluto la independencia de los destacamentos nacionales de la clase obrera, su derecho a resolver por sí mismos sus propios asuntos. Pero esto no debilita en modo alguno la unidad de la clase obrera en el plano internacional. Todo lo contrario, precisamente porque en el movimiento obrero internacional políticamente consciente reina el espíritu de una verdadera igualdad de derechos y de respeto a los intereses de los obreros de las distintas naciones, entre los trabajadores de todos los países es cada vez más profunda la confianza mutua y la tendencia a la colaboración. Los ideólogos burgueses tratan de demostrar que el internacionalismo de la clase obrera significa la desestimación de los intereses nacionales de su propio pueblo. Esto es deformar la esencia del internacionalismo proletario. Es precisamente la lucha de liberación de la clase obrera lo que asegura a cualquier nación el mantenimiento de su libertad e independencia, la igualdad de derechos con las demás naciones, el ascenso del bienestar de todas las capas de la población y el florecimiento de la cultura nacional. Solidaridad internacional de los trabajadores. La solidaridad y unión del proletariado se han robustecido extraordinariamente a lo largo de los últimos cien años. Ello encuentra expresión concreta, principalmente, en la organización del movimiento obrero. Los sindicatos de diversos países se agrupan ahora en poderosas federaciones internacionales. También mantienen estrechos vínculos los partidos políticos de la clase obrera, y en primer lugar los partidos marxistas-leninistas. Diversas formas de colaboración internacional se observan en otras organizaciones de trabajadores (de jóvenes, de mujeres, cooperativas), y también en los movimientos democráticos progresistas en los que la clase obrera ocupa un primer puesto (movimiento de los pueblos en defensa de la paz y otros). Pero los avances del internacionalismo proletario no se circunscriben a las formas orgánicas. Se han producido grandes cambios en la conciencia de los obreros y, bajo la influencia de éstos, en la conciencia de todos los trabajadores. Los hombres del trabajo comprenden cada vez más la comunidad de sus intereses con los de sus hermanos de otros países y naciones, así como el valor que representa su cohesión, la unidad de acción y la solidaridad de clase.

Tales cambios en la conciencia de los obreros tienen raíces profundas en la realidad histórica. La transformación del capital monopolista en una fuerza reaccionaria internacional, con la consiguiente formación del campo imperialista -dispuesto a cualquier crimen, a cualquier infamia para esquilmar y oprimir a todos los pueblos del mundo-, contribuye objetivamente a que los trabajadores de los distintos países comprendan la comunidad de sus intereses vitales. La propia vida hace ver a los obreros que no pueden permanecer indiferentes ante la suerte de otros países y pueblos. Las severas lecciones de la historia les convencen, por ejemplo, de que las guerras coloniales, aun las mantenidas por los imperialistas en los rincones más alejados de la tierra, significan inevitablemente para los trabajadores un incremento de las cargas económicas y de la reacción política que pesan sobre ellos, y, lo que es más importante, acentúan la amenaza de una nueva guerra mundial. De la misma manera, las derrotas infligidas por la burguesía imperialista de cualquier país a su clase obrera -como lo demuestran las enseñanzas del fascismo en Alemania- pueden empeorar las condiciones del movimiento obrero en otros países capitalistas y dejar a los imperialistas las manos libres para desencadenar una guerra mundial. El internacionalismo de la clase obrera ha demostrado en la práctica su eficacia. En 1918-1920, cuando sobre la joven República Soviética se lanzó la burguesía reaccionaria de muchos países, el movimiento obrero internacional se puso frente a la intervención imperialista. La solidaridad internacional de los trabajadores fue un arma excelente en la lucha contra el fascismo. Miles de obreros de distintos países combatieron contra los fascistas en los campos de España, y luego se incorporaron a la Resistencia en Francia, Bélgica, Grecia, Noruega, Italia y otros países ocupados por los hitlerianos. Los obreros de todos los países apoyaron la heroica guerra de liberación del pueblo soviético contra los invasores fascistas. Después de la segunda guerra mundial, la solidaridad internacional de la clase obrera ha encontrado brillante expresión en la lucha contra las nuevas maniobras de los agresores imperialistas, en apoyo de las acciones de la Unión Soviética y de todo el campo socialista contra la agresión del imperialismo. Ello contribuyó grandemente a limitar y poner fin a las guerras desencadenadas por los imperialistas contra los pueblos de Indonesia, Indochina, Corea, Egipto y otros países.
La unidad de acción internacional de los trabajadores, su cohesión y solidaridad es en nuestros días una fuerza formidable en la lucha que se mantiene contra los intentos del campo imperialista por poner fin a la independencia, la libertad y la felicidad de los pueblos. Esta es la razón de que los  Comunistas no cesan de plantear la tarea de fortalecer la solidaridad internacional de los trabajadores en la lucha por la paz, la democracia y el Socialismo.

jueves, 17 de enero de 2013

La misión histórica de la clase obrera


Un profundo análisis de la economía del capitalismo llevó a Marx y Engels a la conclusión de que en el seno de este régimen social se encuentra el germen de su destrucción, de su sustitución por un sistema social nuevo, que es el socialismo. Pero los fundadores del marxismo no se limitaron a trazar la orientación general del ulterior desarrollo; en el proletariado, en la clase obrera, descubrieron la fuerza social encargada de llevar a cabo esta gran transformación de la sociedad: derrocar el capitalismo y construir el socialismo.
Este descubrimiento quedó expuesto y sólidamente argumentado en el Manifiesto del Partido Comunista, que vio la luz en 1848, en Alemania. "...La burguesía -se dice en él- no sólo ha forjado el arma que le trae la muerte; ha engendrado también a los hombres que dirigirán contra ella esa arma, a los modernos obreros, a los proletarios." "Con el desarrollo de la gran industria, de los pies de la burguesía se escapa la base misma sobre la cual produce y se apropia de los productos. Produce ante todo a sus propios sepultureros. Su desaparición y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables."
Incremento del peso y del papel político-social de la clase obrera
En el tiempo en que Marx y Engels descubrieron la misión histórica de la clase obrera, ésta constituía aún una capa bastante reducida de la población incluso en los países desarrollados. Y en la mayoría de los países restantes sus núcleos eran reducidísimos.
Era además una clase que apenas si empezaba a tener noción de sus intereses. Aún había de convertirse en una fuerza consciente y organizada. Las ideas del socialismo y el comunismo científico eran patrimonio de un reducido grupo de obreros conscientes e intelectuales avanzados, que se habían colocado junto a la clase obrera. El primer partido marxista -la Liga de los Comunistas, creada por Marx y Engels en 1847- no contaba más que con unos centenares de miembros repartidos en distintos países. Los sindicatos acababan de nacer. Sin embargo, antes de transcurrir un siglo, lo que entonces pudo percibir solamente la visión de dos pensadores geniales resultaba evidente para muchos millones de hombres. La clase obrera se ha convertido en la primera fuerza político-social de nuestros tiempos y, en bastantes países, ha demostrado prácticamente ser capaz de cumplir la misión que le asignaba la historia: suprimir el capitalismo y construir el socialismo. Sus fuerzas y su capacidad de lucha han crecido también formidablemente en los países en que los obreros siguen siendo una clase explotada.
La clase trabajadora más organizada y consciente.
Marx y Engels vieron en la clase obrera una capacidad de organización como ninguna otra poseía. El tiempo les ha dado por completo la razón. El camino de los obreros hasta la organización de clase ha sido complejo y difícil. ¡Qué barreras no les habrá puesto la burguesía dominante! Prohibiciones y represiones, persecución inhumana de los jefes del proletariado, creación de organizaciones seudoobreras, como los sindicatos amarillos, dóciles a la voluntad de los patronos y de la policía, estímulo de los conflictos nacionales y del odio de raza: todo se puso en marcha con el propósito de perpetuar la dispersión de los obreros. Pero las fuerzas que empujaban a los proletarios a la organización -necesidad de defender sus intereses bajo la amenaza del hambre y la miseria, solidaridad forjada en la lucha de clases- eran lo bastante vigorosas como para superar barreras y persecuciones de todo género. La clase obrera comenzó de ordinario a unirse en organizaciones de ayuda mutua, socorro de enfermedad, cooperativas, etc. En realidad se trataba de organizaciones de ayuda, y no de lucha. Paralelamente, sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX aparecen ya los sindicatos, que permitían a los obreros luchar eficazmente por sus intereses económicos directos. Durante largo tiempo, en una misma empresa existían sindicatos de oficio, que se mantenían independientes entre sí. Luego, en la mayoría de los países aparecieron los sindicatos de industria, a la vez que se formaban federaciones nacionales e internacionales. Hoy día los sindicatos cuentan con más de 160 millones de afiliados en todo el mundo. Pero la organización sindical no bastaba para dirigir la lucha de la clase obrera. Las necesidades de la lucha por los intereses inmediatos, y sobre todo por la gran meta del movimiento obrero -el socialismo-, requerían imperiosamente una forma superior de organización: el partido político de la clase obrera. Esta forma atravesó también por grandes vicisitudes en su desarrollo, yendo desde pequeños círculos y grupos hasta los partidos de millones de miembros unidos entre sí por los lazos de la solidaridad internacional. Actualmente los partidos políticos de la clase obrera cuentan con más de 43 millones de afiliados, de los cuales 33 millones pertenecen a los partidos de nuevo tipo, basados en los principios del marxismo-leninismo, es decir, partidos que mantienen una lucha sin cuartel en defensa de intereses de los obreros y que son efectivamente capaces de protegerlos.
El obrero de nuestros días ha dejado muy atrás al proletario semianalfabeto que en la segunda mitad del siglo XIX era la figura típica dentro de la clase obrera de la mayoría de los países burgueses. Ha crecido incomparablemente no sólo la formación profesional, sino también el nivel cultural de los obreros. La clase obrera moderna es la legítima heredera de los valores culturales del pasado y la fuerza motriz en la creación de una cultura nueva, socialista, una cultura que ocupa posiciones dominantes en los países del socialismo y que se abre camino allí donde aún impera el capital. En los medios proletarios ha nacido y se desarrolla una moral nueva, colectiva, muchos de cuyos rasgos son un anuncio de lo que será la moral de la futura sociedad comunista. La ley del capitalismo, según la cual el hombre es un lobo para el hombre, es la base de la moral individualista y de la propiedad privada. La clase obrera rechaza ese principio antihumano. Desde los primeros pasos de su vida social y de trabajo, el proletario aprende por propia experiencia y hace suyo el viejo principio del movimiento obrero: "el obrero es hermano del obrero". El proletario consciente interpreta esto en un sentido más amplio: es hermano del obrero y de todos los oprimidos y explotados. Los hombres del trabajo, y en primer término los obreros, han sido el único medio social en que no pudieron echar raíces la amoralidad y la disolución que invaden capas cada vez más amplias de la sociedad burguesa. El humanismo, la honradez, la abnegación, la generosidad, son hoy día rasgos característicos, más que de ninguno otro, de las gentes sencillas, de los obreros, que tienen una elevada noción de lo que significa el verdadero amor a los hombres. Estos avances de la clase obrera en cuanto a su cultura y su moral han ido unidos al incremento de su conciencia política, aunque este proceso haya seguido una marcha desigual en los distintos países: en algunos de ellos, incluso en países con un nivel cultural bastante alto, la burguesía ha conseguido nublar la conciencia política de clase de una parte importante de los obreros y someterlos a su influencia ideológica. Los obreros han llegado a adquirir conciencia de clase, a comprender sus intereses y la vía que puede emanciparlos, no en escuelas ni universidades, sino en el fuego de la lucha diaria y de grandes combates de clase, de brillantes triunfos y de amargas derrotas. Tanto más sólida es la instrucción que han adquirido. Durante el último siglo la clase obrera ha reunido una experiencia formidable. Esta experiencia ha sido recogida por los geniales pensadores y luchadores Marx, Engels y Lenin. El proletariado dispone ahora del inapreciable tesoro de las ideas marxistas-leninistas, que significan la suprema conquista de la ciencia y la cultura.

lunes, 14 de enero de 2013

La ley general de la acumulación capitalista


Los avances de la gran industria maquinizada, de la agricultura y las demás esferas de la economía nacional traen como resultado que para la producción de una misma cantidad de productos se necesite un número cada vez más reducido de obreros. Con otras palabras, al desarrollarse el capitalismo, la parte del capital invertida en medios de producción (capital fijo) crece, mientras disminuye la parte invertida en la fuerza de trabajo (capital variable). Este crecimiento más rápido del capital fijo que del variable trae consigo un descenso relativo de la demanda de mano de obra en la producción, aunque el número total de obreros industriales crece a medida que el capitalismo se desarrolla. Bajo este sistema, el progreso técnico condena a la desocupación a millones de hombres. En la sociedad burguesa la amenaza del paro se cierne constantemente sobre todos y cada uno de los obreros, que jamás pueden mirar con confianza el día de mañana. A la luz de la teoría de la acumulación capitalista expuesta por Marx se hacen evidentes los errores de la economía política clásica burguesa. A. Smith y D. Ricardo suponían que la demanda de mano de obra aumenta proporcionalmente al incremento de la producción y que en el curso de la acumulación capitalista la situación de la clase obrera ha de mejorar obligatoriamente. Lo que en realidad ocurre es que la acumulación capitalista acelera el desplazamiento de los obreros por la máquina y crea el ejército industrial de reserva.
"Cuanto mayor es la riqueza social, el capital en funciones, las proporciones y la energía de su incremento, y, por consiguiente, cuanto mayor es el número absoluto de los proletarios y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor es el ejército industrial de reserva... El volumen relativo del ejército industrial de reserva crece al incrementarse las fuerzas de la riqueza. Pero cuanto mayor es este ejército de reserva en comparación con el ejército obrero en activo, tanto más extensa es la superpoblación permanente, la miseria de la cual es inversamente proporcional al suplicio de su trabajo... Esto es ley absoluta y general de la acumulación capitalista" (Marx). Cuanto mayor es el ejército industrial de reserva, tanto peor es la situación de los obreros ocupados, porque el capitalista puede despedir a los descontentos y "exigentes" valiéndose de que siempre encontrará quien los sustituya entre los desocupados.

Bajo el predominio de la propiedad capitalista sobre los medios de producción el progreso técnico significa el aumento de las ganancias de los capitalistas, mientras que las grandes masas de la población ven cómo su situación se agrava sin que puedan satisfacer sus necesidades. Empeoramiento de la situación de la clase obrera.
La agravación de las condiciones de vida de los trabajadores se pone de relieve con singular vigor en los períodos de crisis de superproducción, cuando la desocupación crece, bajan los salarios y se incrementa el proceso de ruina de los productores pequeños y medios. En el proyecto de Programa del P.C. (b) de Rusia, V. I. Lenin escribía: "Las crisis y los períodos de depresión industrial... aumentan la dependencia del trabajo asalariado respecto del capital y conducen a una agravación relativa, y a veces absoluta, de la situación de la clase obrera." La situación de los trabajadores puede empeorar también cuando el salario experimenta cierto incremento. Al crecer la intensidad del trabajo, se hace necesaria una mejor alimentación, asistencia médica, etc. Y cuando estas crecientes necesidades no son atendidas, la situación de la clase obrera empeora, incluso si su salario ha aumentado un tanto. Más evidente todavía es el empeoramiento relativo de la situación de los obreros, es decir, la disminución de la parte de la clase obrera en la renta nacional que siempre se observa en el capitalismo. Ello define la situación de la clase obrera con relación a los capitalistas. El incremento de la riqueza social conduce inevitablemente en la sociedad burguesa a una mayor desigualdad entre los capitalistas y los obreros. La tendencia a la agravación de la situación de la clase obrera conforme el capitalismo progresa, descubierta por Marx, sigue vigente en nuestros días. Los críticos del marxismo se resisten a aceptarlo. Falsifican la realidad, especulan con algunos hechos sueltos, interpretan a su antojo ciertos fenómenos de nuestros tiempos, y todo para tratar de demostrar que la teoría de Marx no se ha visto confirmada y que el capitalismo contemporáneo abre horizontes ilimitados para el mejoramiento de la situación de la clase obrera. No sólo se falsifican los datos relativos a la situación de la clase obrera, sino también la propia teoría de Marx. Los críticos del campo reformista burgués, con objeto de aliviar su tarea, no se paran en barras, dan una interpretación vulgar de esta teoría y le atribuyen afirmaciones absurdas, que ni Marx ni los marxistas enunciaron ni defendieron jamás.
Por ejemplo, la tesis marxista de la tendencia al empeoramiento de la situación de la clase obrera es presentada como un dogma según el cual bajo el capitalismo se produce un empeoramiento absoluto y constante, de año en año y de decenio en decenio, de las condiciones de vida de los obreros. Pero Marx no se refería a un proceso constante, sino a una tendencia del capitalismo, una tendencia desigual en los distintos países y períodos, que presenta desviaciones y fluctuaciones y a la cual se oponen otros factores. Uno de esos factores que se le oponen es la lucha de la clase obrera por un mayor salario y unas mejores condiciones de vida. Después de la segunda guerra mundial esta lucha es más eficaz que nunca. Entonces quedó destrozado el baluarte de la reacción internacional que significaba el fascismo alemán e italiano. Crecieron la organización y la cohesión de la clase obrera en los países capitalistas. Y los éxitos de los países del socialismo obligan a la burguesía a hacer concesiones a los trabajadores. ¿Podía esto pasar sin dejar huella? Indudablemente que no. Los obreros de una serie de países han tenido ocasión de mejorar sus condiciones de vida. Y la han aprovechado. Es evidente que esto no puede servir ni lo más mínimo para refutar el marxismo. Sólo quienes practican la calumnia y la falsificación pueden afirmar que, según la teoría de Marx y Lenin, el nivel de vida de los trabajadores de todos los países capitalistas había de ser ahora inferior, supongamos, que a principios de siglo. Muchos de los argumentos a que gustan de recurrir los desdichados críticos del marxismo se deben a que la acción de la tendencia al empeoramiento de la situación de la clase obrera depende de la coyuntura económica general. Está claro que en los períodos de auge cíclico los obreros viven mejor que en los períodos de crisis. Así hay que tenerlo presente si comparamos, por ejemplo, la situación de los trabajadores durante la crisis y la depresión de los años 30 y en los momentos de elevada coyuntura que han sido los de la última década. Tendencia histórica de la acumulación capitalista. La acumulación del capital hace que en empresas cada vez mayores se concentren masas enormes de obreros y formidables medios de producción.
La acción de las leyes internas de la producción capitalista hace que los capitalistas fuertes aplasten a los débiles. Junto a la centralización de capitales o a la expropiación de muchos propietarios de empresas por un reducido número de ellos, se desarrolla la aplicación consciente de la ciencia en la producción, la explotación regular de la tierra, la conversión de los instrumentos de trabajo en unos medios que únicamente admiten la utilización colectiva. Llega un momento en que se hace no ya posible, sino necesaria la transformación de los medios decisivos de producción en propiedad social, porque se agudiza hasta el máximo la contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación capitalista privada. La acumulación del capital crea las premisas no sólo objetivas, sino también subjetivas para el paso del capitalismo al socialismo. La sociedad se escinde, cada vez más netamente, en un puñado de magnates y, frente a ellos, las masas de obreros unidos por la gran producción maquinizada. El proletariado se levanta cada vez más decididamente a la lucha contra el capital. La clase obrera orienta sus esfuerzos hacia la transformación de la propiedad capitalista en propiedad social. Este proceso está muy lejos de ser tan duradero como la conversión de la pequeña propiedad privada de los artesanos y campesinos, dispersa y basada en el trabajo personal, en propiedad capitalista. Dentro de las condiciones a que ha llegado el capitalismo, la misión de las masas populares, dirigidas por la clase obrera, se reduce a emancipar a la sociedad del yugo de un contado número de usurpadores.
A la vez que disminuye constantemente el número de magnates del capital que gozan de todas las ventajas del desarrollo de las fuerzas productivas, crece la protesta de la clase obrera, que aprende, se agrupa y se organiza en el curso mismo del proceso de la producción capitalista. El modo capitalista de producción se convierte en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad humana. "La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en el que se hacen incompatibles con la cubierta capitalista. Esta se rompe. Suena la última hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados." Tal es la tendencia histórica de la acumulación capitalista. Marx no dedujo de aspiraciones utópicas la necesidad de la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista en comunista, sino sólo y exclusivamente de la ley económica objetiva del desarrollo de la sociedad capitalista. Al mismo tiempo demuestra que la supresión del capitalismo será obra de los trabajadores dirigidos por la clase obrera. Sólo poniendo fin a la propiedad privada de los magnates del capital y de los grandes terratenientes sobre los medios de producción podrán las masas populares de los países capitalistas asegurar el triunfo del régimen socialista y abrir un ancho camino al ulterior progreso social. Por consiguiente, el desarrollo regular del capitalismo conduce inevitablemente a la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista en socialista. C. Marx, en su análisis de la ley general de la acumulación capitalista, demostró en el plano económico que la revolución proletaria es necesaria e inevitable.