LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

martes, 21 de mayo de 2013

La dialéctica como método de conocimiento y transformación del mundo


La dialéctica materialista revela las leyes más generales de desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, proporcionando a los hombres un método científico de conocimiento, y también apoyándose en ese conocimiento, de transformación práctica del mundo real. Valor de la dialéctica para la ciencia y la práctica.
Las leyes de la dialéctica, en virtud de su carácter universal, tienen valor en cuanto a las cuestiones de método, son indicaciones valederas para la investigación, jalones que orientan en el camino del
conocimiento. En efecto, si en el mundo transcurre todo según las leyes de la dialéctica, para comprender cualquier fenómeno hay que enfocarlo desde ese ángulo de mira. Sabiendo cómo se produce el desarrollo, podemos conocer cómo es preciso estudiar la realidad, siempre sujeta a cambio, y cómo hay que obrar para modificarla. Tal es el formidable valor de la dialéctica para la ciencia y para la transformación práctica del mundo. La dialéctica materialista, ciertamente, no puede suplantar a las distintas ciencias y resolver por ellas los problemas que les son propios y específicos. No obstante, cualquier teoría científica es un reflejo del mundo objetivo, es al mismo tiempo síntesis y generalización de los datos que proporciona la experiencia, presupone el empleo de conceptos generales; y el arte de operar con ellos es lo que la dialéctica enseña. Es verdad que incluso el investigador que no conoce la dialéctica puede, siguiendo la lógica de los datos que estudia, llegar a conclusiones acertadas. Pero la aplicación consciente del método dialéctico le presta una ayuda inestimable y facilita su trabajo. Las proposiciones y leyes de la dialéctica materialista no derivan de los datos de una u otra ciencia tomada separadamente, sino que constituyen la generalización de la historia entera del conocimiento del mundo. El conocimiento de la dialéctica permite al investigador, cuando resuelve problemas específicos de la ciencia concreta que le ocupa, mantenerse a la altura debida en cuanto al método científico y a la visión del mundo, con lo que su estudio no queda divorciado de la experiencia general de todas las ciencias y de toda la práctica social. La dialéctica agudiza nuestra visión cuando tratamos de estudiar los hechos y las leyes de la realidad. Proporciona a la mente del hombre de ciencia, del político, del técnico, del maestro o del artista perspicacia y la agilidad y capacidad suficientes para captar los nuevos fenómenos, que les son tan necesarias como el aire que respiran. Emancipa también la mente de toda clase de dogmas, prejuicios, opiniones preconcebidas y supuestas "verdades eternas", que atan el pensamiento y frenan la marcha del progreso científico. La dialéctica enseña a prestar atención a la vida, a no estancarse en el pasado, a ver lo nuevo y a ir siempre adelante. La dialéctica materialista significa el espíritu mismo de la investigación científica, el no conformarse nunca con los conocimientos adquiridos, la eterna inquietud, la aspiración siempre viva de alcanzar la verdad, de penetrar cada vez más profundamente en el conocimiento de las cosas.
La dialéctica excluye todo subjetivismo, estrechez y visión unilateral, proporciona una amplia noción del mundo y acostumbra a abarcar en todos los sentidos el fenómeno que se estudia. Obliga a examinar las cosas objetivamente, en todos sus aspectos, en su movimiento y desarrollo y en relación con las transformaciones recíprocas. Enseña a ver no sólo lo externo, sino también lo interno, a tomar por igual en consideración el contenido y la forma del fenómeno, a no limitarse a describir lo que sale a la superficie y penetrar cada vez más en la esencia, aunque sin olvidar que lo externo es también esencial y no hay que despreciarlo. La dialéctica atrae la atención hacia las tendencias contrarias que se descubren en cada fenómeno en desarrollo; en lo mutable, diferencia lo estable, pero en lo que parece inmutable advierte el germen de futuros cambios.
La dialéctica, escribió Lenin, es "el conocimiento vivo y multilateral (con un eterno incremento del número de aspectos), con una infinidad de matices en cuanto a la visión, a la aproximación a la realidad..." El estudio de la dialéctica y su aplicación es un poderoso instrumento educativo. La dialéctica proporciona un modo específico de pensar y un peculiar estilo de trabajo que se oponen al subjetivismo, al estancamiento, al dogmatismo, y que se hacen eco a lo nuevo, a lo que crece y a lo avanzado. La dialéctica es la verdadera alma del marxismo. El estudio de la dialéctica materialista presta inapreciable ayuda no sólo al hombre de ciencia o al político, sino a cualquiera que desee calar hondo en los acontecimientos que se producen a su alrededor y participar conscientemente en la vida social. Hoy día, los hombres de ciencia avanzados -bajo la presión del propio desarrollo de la ciencia y de la vida social- comienzan a desprenderse cada vez más de sus prejuicios con relación a la dialéctica y a comprender el incalculable valor que ésta tiene para la ciencia y la vida. Aplicación creadora de la dialéctica. La aplicación acertada de la dialéctica en la ciencia y en el quehacer práctico está muy lejos de ser una empresa fácil. La dialéctica no es un cuestionario que proporcione respuestas escritas a todas las preguntas que puedan formular la ciencia y la práctica, sino una guía para la acción, algo vivo, flexible a la vida y a su espíritu. Las leyes y tesis de la dialéctica no pueden ser concebidas como esquemas a los que arbitrariamente sea posible "ajustar" los hechos de la realidad. Esta es una visión equivocada, escolástica y dogmática.
Las leyes de la dialéctica son universales, valen para el desarrollo de todas las cosas y fenómenos. Mas al propio tiempo hay que tener presente que actúan de diversa manera en las distintas esferas del mundo material, en procesos cualitativamente distintos. En el mundo orgánico obran en forma diferente a como lo hacen en la naturaleza muerta; en el desarrollo de la sociedad no tienen el mismo carácter que en la evolución de las especies; en la vida de la sociedad socialista se manifiestan de otro modo que dentro de la sociedad capitalista. Para la aplicación de la dialéctica en el proceso del conocimiento y en la actividad práctica no basta con asimilar sus proposiciones, sino que es necesario un profundo estudio de los hechos concretos y circunstancias de cada problema. Sólo el análisis más atento y detallado de cada situación concreta nos puede revelar cómo y de qué manera se manifiestan las leyes dialécticas en la esfera y el caso que nos ocupa, cómo hemos de valorar la situación y qué camino hemos de seguir para alcanzar el éxito. De ahí que la aplicación de la dialéctica sea siempre una tarea de creación. En este sentido nos ayudan los excelentes ejemplos de aplicación del método de la dialéctica materialista que encontramos en las obras de los creadores del marxismo-leninismo -de Marx, Engels y Lenin- y en las resoluciones y actuación del Partido Comunista de la Unión Soviética y demás Partidos Comunistas y Obreros. El Partido Comunista de la Unión Soviética y otros partidos marxistas han conseguido grandes victorias. Una de las razones principales de que así fuera reside en que los partidos marxistas tienen en cuenta para su política y su labor práctica el método de la dialéctica materialista, que ellos desarrollan con un espíritu creador. El desviarse del materialismo dialéctico, el olvido de sus leyes y tesis, han conducido y conducen, en fin de cuentas, a fracasos tanto en el análisis teórico como en la actividad práctica. En la Declaración de la Conferencia de representantes de los Partidos Comunistas y Obreros de los países socialistas, celebrada en Moscú del 14 al 16 de noviembre de 1957, se dice con toda razón:
"Si un partido político marxista no examina los problemas partiendo de la dialéctica y del materialismo, eso conducirá a criterios unilaterales y al subjetivismo, a la petrificación de las ideas, al divorcio de la práctica y a la incapacidad para proporcionar el correspondiente análisis de las cosas y fenómenos, a errores revisionistas o dogmáticos y a equivocaciones en política."
La dialéctica, además de ser un método en el estudio de la realidad, orienta para la transformación revolucionaria de esa realidad. Siempre subraya el valor de una actitud eficaz y activa frente al mundo que nos rodea. En la práctica -en el trabajo, en la lucha de clases y en la construcción del comunismo- es donde son sometidas a prueba las tesis y leyes de la dialéctica materialista. La práctica proporciona el material más valioso para los nuevos avances de la dialéctica; permite concretar sus proposiciones y alcanzar un conocimiento más amplio y profundo de sus leyes. Por ello, la aplicación creadora de la dialéctica marxista consiste, lo primero de todo, en utilizarla como instrumento de labor práctica, como medio para la transformación de la vida.

jueves, 16 de mayo de 2013

La dialéctica materialista


La dialéctica materialista marxista es la doctrina más profunda, multifacética y valiosa por su contenido que jamás se haya enunciado acerca del movimiento y el desarrollo. Es la cúspide de toda la secular historia del conocimiento del mundo y en ella se resume un material inmenso relativo a la práctica social. La dialéctica materialista y el materialismo filosófico mantienen vínculos indisolubles y se penetran mutuamente como dos caras de un todo único que es la doctrina filosófica del marxismo. La diferencia está en que cuando hablamos del materialismo filosófico marxista nos referimos a la relación entre materia y conciencia, a la comprensión de la materia, a la doctrina de la unidad material del mundo, al análisis de las formas de existencia de la materia, etc.; y cuando hablamos de la dialéctica materialista sacamos en primer lugar la concatenación universal y las leyes del movimiento y desarrollo del mundo objetivo y de la manera como estas leyes se reflejan en la conciencia del hombre. Los filósofos de la antigua Grecia llamaban "arte de la dialéctica" (dialektiké téchné) al arte de determinar la verdad mediante la controversia en la que se exponen las opiniones contradictorias de los interlocutores. A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX los filósofos idealistas alemanes. Hegel en primer término, entendían por dialéctica el desarrollo de la idea a través de las contradicciones reveladas en la propia idea. Hegel describió detalladamente las formas principales del pensar dialéctico. Pero su dialéctica partía de un criterio equivocado, idealista, según el cual el desarrollo dialéctico era propio y exclusivo del pensar, del espíritu, de la idea, pero no de la naturaleza. Según la expresión de Marx, la dialéctica de Hegel "se hallaba cabeza abajo". Para su acertada interpretación había que darle la vuelta y ponerla de pie. Esto es lo que hicieron Marx y Engels, creando así la dialéctica materialista y proporcionando un sentido nuevo al propio término de "dialéctica".
Los fundadores del marxismo, que partían de la unidad material del mundo, comprendían por dialéctica la doctrina de la concatenación universal, de las leyes más generales que presiden el desarrollo del mundo entero. Y así la "dialéctica", que en Hegel era una doctrina idealista acerca del movimiento de la idea, conviértase en la doctrina materialista que trata de las leyes generales de desarrollo del ser. La dialéctica del desarrollo de nuestros conceptos (dialéctica subjetiva) resultaba, pues, un reflejo, en el pensamiento científico, de la dialéctica de desarrollo del propio ser (dialéctica objetiva). Cada una de las ciencias estudia las formas del movimiento y las leyes de una región específica de la realidad. La dialéctica es una ciencia distinta: estudia las leyes más generales de todo movimiento, cambio y desarrollo. Las leyes de la dialéctica son universales porque actúan en la naturaleza y en la sociedad, y el propio pensamiento está subordinado a ellas. Marx y Engels consideraban la dialéctica no sólo como teoría científica, sino también como método de conocimiento y como guía para la acción. Las leyes generales del desarrollo nos permiten llegar a una interpretación justa del pasado, a comprender acertadamente los procesos que se están sucediendo y a prever el futuro. Por eso es un modo de enfocar la investigación y la acción práctica derivada de los resultados así obtenidos. A todo lo largo de su historia, y también en nuestros días, la dialéctica ha tenido enfrente a la metafísica como modo contrario de pensar y como concepción opuesta del mundo. La noción que los marxistas tienen de la palabra "metafísica" no es la misma que existía antes de Marx o que le atribuyen los filósofos burgueses de nuestro tiempo. Antes de Marx, esta voz griega, o mejor dicho, esta expresión (ta metá ta fisiká: "lo que va después de la física", la ciencia de la naturaleza), significaba una parte especial de la filosofía. La parte en que los filósofos trataban y tratan aún, por vía puramente especulativa, de alcanzar una supuesta esencia inalterable y eterna de las cosas. En su crítica de los sistemas no científicos y artificiosos de la metafísica, Marx y Engels no entienden ésta como una parte de la filosofía ni como conocimiento especulativo, sino como método de investigación y de pensamiento empleado por los creadores de estos sistemas y que se opone al método dialéctico. Actualmente, en la filosofía marxista el término "metafísica" se emplea casi exclusivamente en ese sentido.
El vicio fundamental de la metafísica es su visión unilateral, limitada y rígida del mundo; es la tendencia a exagerar y a convertir en absolutos algunos aspectos de los fenómenos, mientras que se rechazan otros aspectos no menos importantes. Así, por ejemplo, el metafísico ve la estabilidad relativa, la determinación de las cosas, pero no advierte su cambio y desarrollo. Se fija en lo que distingue al fenómeno del conjunto de otros fenómenos, pero no está en condiciones de apreciar sus variadas relaciones y sus profundos nexos con otros objetos y fenómenos. Únicamente admite respuestas definitivas para todas las cuestiones que afectan a la ciencia, sin comprender que la propia realidad se desarrolla y que cualquier proposición científica es sólo valedera dentro de determinados límites. El método metafísico es más o menos aceptable en la vida corriente y en los escalones inferiores de desarrollo de la ciencia, pero fracasa sin remedio cuando con su ayuda se quiere buscar explicación a los procesos complejos de desarrollo. Las ciencias naturales y la vida político-social ponen a cada paso de manifiesto la insuficiencia de la metafísica y la necesidad de sustituirla por la dialéctica. No obstante, la metafísica no ha sido aún desplazada por completo ni de la filosofía ni de las ciencias especiales. ¿Cómo explicar semejante vitalidad de la metafísica? Hubo un tiempo en que el pensamiento científico era fundamentalmente metafísico, y no dialéctico. El modo metafísico de pensar, como método de la ciencia, cobra forma y se extiende en los siglos XVII y XVIII, en el período en que la ciencia de la Edad Moderna adquiere definitivamente sus perfiles. Entonces, de lo que se trataba era de reunir informes de la naturaleza, de describir las cosas y los fenómenos, de dividir las cosas y los fenómenos en clases determinadas. Mas para describir una cosa había de sustraerla del conjunto y examinarla separadamente. Así surgió la costumbre de examinar los objetos y fenómenos desvinculados de su concatenación universal. Y esto impedía ver el desarrollo de las cosas, no dejaba apreciar cómo unas cosas proceden de otras distintas. Así arraigó el método metafísico de pensar, que toma los objetos aisladamente, al margen de su desarrollo. La metafísica imperó largo tiempo en la conciencia de los hombres y se hizo tradición del pensamiento científico. Actualmente no hay nada que justifique el empleo del método metafísico. La metafísica es un método caduco, una concepción decrépita que repercute muy desfavorablemente sobre el conocimiento científico y sobre la vida político-social, puesto que conduce a graves equivocaciones y errores de cálculo. La segunda causa de la vitalidad de la metafísica es la hostilidad que los ideólogos de la burguesía mantienen desde hace tiempo hacia la dialéctica materialista.
"En su forma racional -escribe Marx- la dialéctica sólo infunde a la burguesía y a sus ideólogos doctrinarios rabia y espanto, ya que en la comprensión positiva de lo existente incluye la idea de su negación, la necesidad de su muerte; cada forma ya realizada la examina en su movimiento y, por consiguiente, también en su aspecto perecedero. La dialéctica no se inclina ante nada y por su propia esencia es crítica y revolucionaria."
No hemos de asombrarnos de que, bajo la presión política e ideológica de las fuerzas reaccionarias, muchos hombres de ciencia y filósofos de los países capitalistas teman a la dialéctica, no la conozcan ni la estudien, la miren con prevención y... vayan a remolque de la metafísica. La dialéctica materialista marxista proporciona un arma segura en la lucha contra la metafísica y para el estudio científico de todos los fenómenos del mundo en desarrollo.

lunes, 6 de mayo de 2013

El materialismo filosófico


La base inconmovible de todo el edificio del marxismo-leninismo es su doctrina filosófica: el materialismo dialéctico e histórico. Esta doctrina toma el mundo tal como existe en la realidad, lo examina en consonancia con los datos de la ciencia avanzada y de la práctica social. El materialismo filosófico marxista es el producto legítimo del secular desarrollo del conocimiento científico.

Progreso de la ciencia materialista avanzada en lucha contra la reacción y la ignorancia.
La ciencia es en su historia la palestra de una lucha constante de los investigadores y filósofos avanzados contra la ignorancia y la superstición, contra la reacción en política y en el campo de las ideas. En las sociedades de clases, basadas en la explotación, siempre hubo, como las hay ahora, fuerzas a quienes perjudica la difusión de las concepciones científicas avanzadas. Esas fuerzas son las clases reaccionarias de la sociedad. Unas veces, los reaccionarios se pusieron abiertamente contra la ciencia y persiguieron a los sabios y filósofos progresistas, sin que se detuvieran ni ante la hoguera o la prisión; otras, se esforzaron por deformar los descubrimientos científicos, despojándolos de su contenido materialista progresivo. Los aristócratas reaccionarios destruían en la antigua Grecia las obras del eminente materialista Demócrito, fundador de la doctrina de la estructura atómica de la materia, que negaba la intervención de los dioses en la vida de la naturaleza y en los asuntos de los hombres. El filósofo materialista Anaxágoras fue expulsado de Atenas bajo la acusación de impiedad. Epicuro, filósofo materialista continuador de Demócrito, exaltado en la Antigüedad como héroe que quitó a los hombres el miedo a los dioses y glorificó la ciencia, durante dos mil años sufrió el anatema de los "padres" de la Iglesia, que lo presentaban como a un hombre que sembraba el libertinaje y era enemigo de la moral.
El año 391, monjes cristianos entregaron a las llamas la famosa biblioteca de Alejandría, en la que se guardaba cerca de 700.000 obras de escritores y sabios antiguos. El papa Gregario I (590-604), enemigo acérrimo de la cultura laica y de la ciencia, mandó destruir un gran número de valiosas producciones de autores grecorromanos, y sobre todo las obras de los filósofos materialistas. La Inquisición, creada por los papas para combatir a todos los enemigos de la Iglesia católica, persiguió con verdadera saña a los pensadores avanzados. En 1600 quemó en la hoguera a Giordano Bruno, eminente filósofo y sabio que defendía la doctrina de Copérnico. En 1619, en Toulouse (Francia), por sentencia de la Inquisición, los verdugos arrancaron la lengua a Lucilio Vanini y luego lo quemaron en la hoguera. El gran sabio italiano Galileo, defensor de la teoría de Copérnico, sufrió persecuciones de la Inquisición, la cual le obligó a abjurar públicamente de sus creencias. Voltaire, el famoso filósofo francés del siglo XVIII, estuvo recluido en la Bastilla, y la misma suerte corrió Diderot, filósofo materialista de aquel tiempo. Sería erróneo pensar que la lucha de la reacción contra la ciencia es cosa de la Edad Antigua y Media. No ha cesado en la época del capitalismo. Los capitalistas muestran interés por el avance de las ciencias positivas -física, química, matemáticas, etc.- por cuanto ese avance se halla en relación directa con los éxitos de la técnica. Mas no desean en absoluto la propagación de la filosofía materialista, de una concepción científica del mundo que permita adquirir una noción exacta de cuanto ocurre alrededor, saber cómo reaccionar y qué actitud adoptar ante cada acontecimiento. De ahí que los ideólogos de la burguesía traten de evitar las conclusiones materialistas y ateas que se derivan de los descubrimientos científicos, recelosos de que eso pueda significar un peligro para su dominación. La burguesía reaccionaria odia especialmente la doctrina del marxismo-leninismo y su filosofía, el materialismo dialéctico e histórico. Multitud de profesores burgueses se entregan a la labor de "refutar" el marxismo.
La moderna burguesía reaccionaria no quema en la hoguera a los investigadores y filósofos avanzados,sino que recurre a otros procedimientos para influir sobre ellos: los aparta de las universidades e institutos científicos, les quita de hecho la posibilidad de publicar sus trabajos, los desacredita moral y políticamente, etc. Estos últimos años toda clase de recursos han sido puestos en juego en los Estados Unidos y otros países para combatir las "ideas peligrosas". Con estas medidas y con la propaganda de su ideología reaccionaria la clase dominante presiona sobre la conciencia de los hombres, les imbuye aquellas ideas que considera convenientes y se opone a la propagación de las concepciones materialistas avanzadas. Sin embargo, por espinoso que sea el camino de la ciencia y de la filosofía materialista, por grandes que sean los sacrificios que se les exijan en una sociedad basada en la explotación, en última instancia superan todos los obstáculos y siguen con empeño su avance. La ciencia materialista y la filosofía avanzada son fuertes porque dan a conocer a los hombres las leyes de la naturaleza y de la sociedad, porque les enseñan a valerse de estas leyes en beneficio de la humanidad, los sacan de las tinieblas de la ignorancia y los elevan a la luz del verdadero conocimiento.

jueves, 2 de mayo de 2013

Materialismo e idealismo


La filosofía considera los problemas más generales de la concepción del mundo. La filosofía materialista parte de la afirmación de que la naturaleza existe: existen las estrellas, el Sol, la Tierra, con sus montañas y llanuras, con sus mares y bosques, con los animales, con el hombre dotado de conciencia, de la capacidad de pensar. No hay ni puede haber fenómenos o fuerzas sobrenaturales. Dentro de la gran variedad que la naturaleza brinda, el hombre no es sino una partícula, y la conciencia es una propiedad o capacidad del hombre. La naturaleza existe objetivamente, esto es, fuera de la conciencia del hombre y con independencia de ella. Hay, sin embargo, filósofos que niegan la existencia de la naturaleza como algo independiente de la conciencia. Según ellos afirman, lo primero que existe es la conciencia, el pensar, el espíritu o idea, y todo el mundo físico es derivado y depende del principio espiritual. El problema de la relación entre la conciencia humana y el ser material es el punto básico de toda filosofía, sin excluir la de nuestros tiempos. ¿Qué es lo primero, la naturaleza o el pensar? Los filósofos se dividen en dos grandes campos, según sea la respuesta que den.
Quienes consideran que lo primero es el principio material, la naturaleza, y que el pensar, el espíritu, es una propiedad de la materia, se sitúan en el campo del materialismo. Quienes afirman que el pensar, el espíritu o la idea existieron antes que la naturaleza, que ésta, de una manera o de otra, es creada por el principio espiritual, militan en el campo del idealismo. Esto y nada más es lo que en filosofía quieren decir "idealismo" y "materialismo". Desde tiempos antiguos no cesa la reñida pugna entre los adeptos del materialismo y del idealismo. Toda la historia de la filosofía es una constante lucha entre dos campos, entre dos partidos: el materialismo y el idealismo. El materialismo elemental. Los hombres, en su actividad práctica, no ponen en duda que los objetos que les rodean y los fenómenos de la naturaleza existen con independencia de ellos y de su conciencia. Eso significa que, de un modo elemental, se mantienen en las posiciones del materialismo.
El materialismo elemental "de todo hombre sano que no está en un manicomio o que en la ciencia no comulga con los filósofos idealistas -escribe Lenin- consiste en que las cosas, el medio, el mundo existen independientemente de nuestra sensación, de nuestra conciencia, de nuestro yo y del hombre en general". Es imposible vivir de ideas, de conceptos, y alimentarse de las sensaciones propias, de los productos de la propia imaginación. En la práctica esto lo saben perfectamente todos, y también los filósofos dedicados a componer doctrinas idealistas que deducen la existencia de las cosas materiales de las sensaciones, conceptos e ideas. En repetidas ocasiones han debido manifestar que viven a pesar de su filosofía y que si, en efecto, en el mundo no existiesen cosas materiales, la gente se moriría de hambre. El materialismo elemental, no consciente, es profesado por la inmensa mayoría de los naturalistas. Estos no penetran de ordinario en los problemas filosóficos, sino que se dejan llevar por la lógica del material científico que ellos manejan. A cada paso, la naturaleza les muestra el carácter material de los fenómenos que investigan. Da lo mismo que su estudio se refiera a los cuerpos celestes que a las moléculas y átomos, a los fenómenos de la electricidad y el magnetismo que al mundo de las plantas y los animales: siempre tienen ante sí procesos objetivos, cuerpos materiales y sus propiedades, leyes de la naturaleza que son independientes de la conciencia del hombre. Dentro de la sociedad burguesa, con todas las condiciones que en ella imperan, sólo los científicos más intrépidos y consecuentes se declaran partidarios del materialismo filosófico. La mayoría de ellos se encuentran bajo una presión tan intensa de la ideología oficial, de la doctrina de la Iglesia y de la filosofía idealista, de todo el ambiente de la sociedad burguesa, que no se deciden a manifestar su materialismo, vacilan y a menudo se dicen idealistas, aunque, por el carácter mismo de sus investigaciones, profesan en el fondo ideas materialistas.
Así, por ejemplo, Thomas Huxley, naturalista inglés del siglo XIX, no admitía el materialismo. Mas en sus investigaciones sobre zoología, anatomía comparada, antropología y teoría de la evolución defendía concepciones materialistas, y afirmaba que el idealismo filosófico no trae consigo nada más que confusión y oscuridad. Engels calificaba a tales investigadores como "materialistas vergonzantes"; según Lenin, los alegatos antimaterialistas de Huxley no eran sino la hoja de parra que encubría su materialismo científico elemental. Los investigadores contemporáneos llegan a menudo a conclusiones idealistas cuando tratan de concebir el sentido filosófico de sus descubrimientos. Pero mientras permanecen en un terreno estrictamente científico, mientras no se salen de sus laboratorios, de las fábricas, de los campos experimentales, mientras no se entregan a reflexiones filosóficas y se circunscriben al estudio de la naturaleza, obran, aun sin tener conciencia de ello, como verdaderos materialistas. Alberto Einstein, uno de los físicos más grandes de nuestra época, se hallaba bajo la influencia de la filosofía idealista cuando exponía en alguno de sus trabajos consideraciones de tipo general, sin que ello fuese obstáculo para que la teoría de la relatividad, por él enunciada, sea de un carácter materialista. Max Planck, otro físico famoso, autor de la teoría de los cuantos, tampoco confesaba su materialismo. No obstante, en sus trabajos sobre física y en sus escritos sobre cuestiones filosóficas defendía la idea de una "visión sana del mundo", que admitiese la existencia de la naturaleza como algo independiente de la conciencia del hombre. Max Planck combatió el idealismo filosófico y de hecho era materialista. Ahora bien, la influencia del idealismo repercute a veces negativamente en la interpretación que los investigadores dan al propio material científico. Esto nos dice que el materialismo elemental no es una protección eficaz contra la penetración del idealismo. Sólo la filosofía del materialismo dialéctico, conscientemente adoptada, previene a los hombres de ciencia contra los errores idealistas. El materialismo como filosofía avanzada. El materialismo filosófico se diferencia del materialismo elemental o espontáneo en que se atiene a un criterio científico en la argumentación y exposición de las proposiciones materialistas, que aplica consecuentemente utilizando los datos de la ciencia avanzada y de la práctica social. La filosofía materialista es un arma segura, que defiende al hombre de la funesta influencia de la reacción espiritual. Le sirve de guía en la vida y le muestra el camino acertado para aclarar cuantos problemas le inquieten acerca de la visión del mundo.
Durante milenios enteros la Iglesia ha imbuido al hombre el desprecio hacia la vida terrena y el temor a Dios. Ha enseñado, principalmente a las masas oprimidas de la humanidad, que su destino es trabajar y orar, que la felicidad no se puede conseguir en este "valle de lágrimas" y únicamente la alcanzarán en la "otra vida" si en ésta son mansos. La Iglesia amenaza con el castigo de Dios y con los tormentos del infierno a quien se atreva a levantarse contra la dominación de los explotadores, supuestamente establecida por la voluntad divina. La filosofía materialista tiene el gran mérito histórico de haber ayudado al hombre a emanciparse de las supersticiones. En tiempos antiguos combatió ya el miedo a la muerte y el temor a los dioses y a otras fuerzas sobrenaturales. No hay que poner las esperanzas en la vida de ultratumba; lo que hace falta es estimar en lo que vale la vida terrena y tratar de mejorarla: eso es lo que enseña la filosofía materialista. El materialismo fue el primero en exaltar la dignidad y la razón humanas, en proclamar que el hombre no es un gusano que se arrastra por el polvo, sino el ser supremo de la naturaleza, capaz de dominar y gobernar sus fuerzas. El materialismo tiene una fe absoluta en el poderío del saber, en la razón del hombre, en su capacidad para descubrir los secretos del mundo que nos rodea y crear un régimen social sensato y justo. Los voceros del idealismo difaman a menudo al materialismo, al que presentan como "una concepción sombría, plomiza, parecida a una pesadilla" (W. James). En realidad, es precisamente la filosofía idealista, sobre todo la contemporánea, la que ofrece unos tonos sombríos. No es el materialismo, sino el idealismo el que niega la capacidad cognoscitiva de la razón y predica la desconfianza hacia la ciencia; no es el materialismo, sino el idealismo el que ensalza el culto a la muerte; no es el materialismo, sino el idealismo el que fue y es un terreno abonado para los más repugnantes brotes del antihumanismo: la teoría racista y el oscurantismo fascista. El idealismo filosófico se niega a aceptar la realidad del mundo material que nos rodea, huye de él, lo califica de impuro y, en su lugar, dibuja un mundo inmaterial imaginario. El materialismo, por el contrario, ofrece un cuadro real y verdadero del mundo, sin el menor aditamento de espíritus, de un Dios creador, etc. Los materialistas no esperan ayuda alguna de las fuerzas sobrenaturales, creen en el hombre y en su capacidad para transformar el mundo con su propia mano y de hacerlo digno de él.
El materialismo, en su última esencia, es una concepción optimista y clara, que afirma la vida y niega el pesimismo y el "dolor universal". De ahí que, ordinariamente, sea la concepción de los grupos y clases sociales avanzados. Quienes lo profesan son hombres que miran adelante sin miedo, que no se debaten en dudas acerca de la razón que les asiste. Los voceros del idealismo calumniaron siempre al materialismo, al que acusaban y acusan de desconocer los valores morales y los ideales elevados; estas virtudes, según ellos, son propias y exclusivas de los partidarios del idealismo filosófico. La realidad es muy otra: el materialismo dialéctico e histórico de Marx y Engels no niega, sino todo lo contrario, afirma y exalta las ideas avanzadas, los principios morales y los ideales más sublimes. La lucha por el progreso, por un régimen social avanzado, nos dice, jamás tendrá éxito si no se inspira en grandes ideas que alienten a los hombres en su labor de creación y les empujen a las empresas más atrevidas. La lucha de la clase obrera, la lucha de los comunistas refuta de plano la estúpida invención idealista de que los materialistas son gente indiferente hacia toda clase de ideales. Esa lucha se ve inspirada por el ideal más noble y sublime que jamás conocieron los hombres, que es el comunismo, y por eso se forjan en ella innumerables e intrépidos campeones fieles hasta el fin a su elevado ideal. El materialismo dialéctico e histórico como fase superior en el desarrollo del pensamiento filosófico. El materialismo de nuestros días es el materialismo dialéctico e histórico que crearon Marx y Engels. El terreno en que surgió hallábase ya abonado. La filosofía de Marx y Engels es producto de una larga evolución del pensamiento humano. El materialismo apareció hace unos dos mil quinientos años en China, la India y Grecia. La filosofía materialista guardaba en estos países estrecha relación con la experiencia diaria de los hombres y con los gérmenes de un conocimiento de la naturaleza. Mas en aquel tiempo la ciencia acababa de nacer, por lo que las nociones de los antiguos filósofos materialistas sobre el mundo, aunque encerraban geniales atisbos, carecían de base científica y eran aún muy primitivas. Mucho más maduro es el materialismo de los siglos XVII y XVIII. Los éxitos de la ciencia y de la técnica hacían avanzar a la filosofía. Al mismo tiempo, la filosofía materialista ayudaba al estudio de la naturaleza. Así, por ejemplo, la doctrina del materialista inglés F. Bacon (siglo XVII), que ponía en la experiencia el origen del conocimiento, y su idea de que el conocimiento es una fuerza, significaron un poderoso estímulo para el desarrollo de las ciencias de la naturaleza.
En los siglos XVII y XVIII los mayores avances correspondieron a las matemáticas y a la mecánica de los cuerpos terrestres y celestes. Esta circunstancia impone su sello a las concepciones filosóficas de los materialistas de aquel entonces y a su comprensión de la materia y el movimiento. Un papel formidable en el desarrollo de la nueva forma del materialismo correspondió a la física del filósofo francés R. Descartes, que era materialista en la doctrina de la naturaleza; a la teoría mecanicista del materialista inglés T. Hobbes (siglo XVII) y, de un modo especial, a la mecánica del sabio inglés Newton. Los filósofos materialistas examinaban todos los fenómenos de la naturaleza y de la vida social desde el punto de vista de la mecánica y trataban de explicarlos con arreglo a las leyes de la mecánica. Por eso su materialismo recibió el nombre de mecanicista. En el siglo XVIII, entre sus representantes tenemos a J. Toland y J. Priestley (Inglaterra) y a P. Holbach, C. Helvecio y D. Diderot (Francia). Los estrechos vínculos del materialismo de los siglos XVII y XVIII con las ciencias de la naturaleza eran su lado fuerte. Adolecía, sin embargo, de algunos defectos, entre los cuales Engels destaca tres. El primero era su mecanicismo. La mecánica, que en aquel tiempo era para los filósofos materialistas el paradigma de las ciencias, limitaba sus horizontes, llevándoles a reducir todos los procesos y clases de movimiento al movimiento mecánico. Estos filósofos no comprendían las características de la naturaleza orgánica ni los rasgos y leyes peculiares de la vida social. La segunda limitación de estos materialistas era su incapacidad para comprender y explicar el desarrollo de la naturaleza, incluso cuando advertían hechos que así lo acreditaban. Los materialistas de los siglos XVII y XVIII estimaban la naturaleza en su conjunto como algo inmutable, eternamente sometido a un mismo fenómeno de rotación. Tal criterio de la naturaleza se denomina metafísico. Quiere decirse que el materialismo mecanicista era también metafísico. Finalmente, los materialistas de ese período, como todos los materialistas anteriores a Marx, no sabían aplicar su doctrina a la comprensión de la vida social. No advertían la base material de la vida social y enseñaban que la transición a formas sociales más perfectas era originada por el progreso de la ciencia, al cambiar las concepciones e ideas imperantes en la sociedad. Pero tal explicación es idealista. Fuera de ello, los materialistas anteriores a Marx no comprendían el valor de la actuación práctica de crítica y revolucionaria de las clases y las masas en cuanto al cambio de la realidad, al cambio de la vida social. Mantenían la necesidad de sustituir el régimen feudal por el burgués, pero, a la vez, rechazaban y temían la lucha de las masas en pro del sistema por ellos mismos defendido. Esto era una muestra de su limitación burguesa de clase.
Un paso adelante en la evolución de la filosofía materialista, en la primera mitad del siglo XIX, significa la obra del filósofo alemán Ludwig Feuerbach, y singularmente las aportaciones de los demócratas revolucionarios rusos: A. Herzen, V. Belinski, N. Chernishevski y N. Dobroliúbov. Feuerbach superó en cierto grado la limitación mecanicista de los materialistas del siglo XVIII, pero no ocurrió lo mismo en cuanto a los otros defectos señalados. Además, su filosofía se hallaba divorciada de la práctica político-social. Un gran avance de los materialistas rusos fue que trataron de combinar la comprensión materialista de la naturaleza con la dialéctica. Por otra parte, siendo estos últimos como eran ideólogos de los campesinos revolucionarios rusos, consideraban la filosofía no sólo como la doctrina de lo que existe, sino también de cómo lo existente puede ser transformado en bien del pueblo. Una fase nueva y superior en el desarrollo de las concepciones materialistas es el materialismo dialéctico e histórico creado por Marx y Engels, los grandes maestros y jefes de la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad moderna, que es el proletariado. Su obra significa una verdadera revolución en el campo de la filosofía. Desde las cumbres del pensamiento social y científico de su época, Marx y Engels toman con espíritu crítico y creador cuanto de valioso había producido la filosofía hasta ellos y construyen un materialismo nuevo, libre ya de los defectos de que adolecía la anterior filosofía materialista: el materialismo dialéctico e histórico. En la filosofía marxista, el materialismo aparece orgánicamente unido a la dialéctica. Apóyase en un nivel de la ciencia más elevado, en los nuevos descubrimientos de las ciencias de la naturaleza, entre los cuales tenían singular importancia la ley de la conservación y transformación de la energía, la teoría celular y la teoría darvinista del origen de las especies. Los éxitos de las ciencias naturales proporcionaron una base estrictamente científica a las ideas del desarrollo y de la unidad y concatenación universal de los fenómenos de la naturaleza. En vez de la unilateral concepción mecanicista de la naturaleza y del hombre, Marx y Engels enuncian la doctrina del desarrollo, que abarca a todas las esferas de la realidad y que, al mismo tiempo, toma en consideración la peculiaridad de cada una de esas esferas: la naturaleza inorgánica, el mundo orgánico, la vida social y la conciencia de los hombres. Marx y Engels son los primeros en aplicar el materialismo a la comprensión de la vida social; a ellos se debe el descubrimiento de las fuerzas motrices materiales y de las leyes del desarrollo social, con lo que la historia de la sociedad adquiere la categoría de ciencia. Los fundadores del marxismo, en fin, convirtieron la doctrina filosófica materialista -antes una teoría abstracta- en medio eficaz para la transformación de la sociedad, en arma ideológica de la clase obrera en su lucha por el socialismo y el comunismo. La doctrina filosófica de Marx y Engels ha prendido entre las más grandes masas de los trabajadores de todos los países. Es una genuina filosofía de masas.