Una parte importante de
las concepciones de la clase obrera la forman los ideales de progreso
social, sus nociones acerca de los fines de la lucha del proletariado
y de la sociedad que habrá de ser construida como consecuencia de
esta lucha.
Los servidores de la
burguesía en el campo de las ideas, siempre movidos por su deseo de
debilitar la fuerza de atracción del marxismo, se han esforzado por
deformar y falsificar la visión que los marxistas tienen del
progreso social. De hacerles caso, habremos de pensar que la
concepción del proletariado no tiene nada que ver con el humanismo,
la civilización, la libertad individual y la felicidad de los
hombres. Estos sublimes ideales, dicen y repiten los críticos del
marxismo, son orgánicamente ajenos al materialismo, el cual no
advierte nada que no sean las "bajas" necesidades
materiales.
Tales afirmaciones son
una malintencionada caricatura del marxismo, una especulación
desvergonzada con las nociones filisteas acerca del materialismo.
Burlándose de tales ideas, escribía Engels que el filisteo
comprende como materialismo "la gula, la embriaguez, la vanidad
y los placeres de la carne; la codicia, la avaricia, la avidez, la
ganancia, las trapacerías de la Bolsa; en resumen, todos los sucios
vicios a que él mismo se entrega en secreto". El materialismo
marxista no tiene nada de común con semejantes caricaturas. La mejor
prueba de que esto es así es que los materialistas más
consecuentes, los comunistas, han demostrado ser luchadores abnegados
por los altos ideales sociales, por la libertad, la independencia y
la felicidad del pueblo, como jamás conoció ninguno otro de los
movimientos de que la historia tiene noticia. Ciertamente, a
diferencia de los ideólogos de las clases acomodadas, que nunca
conocieron la necesidad y las privaciones, los marxistas estiman que
es imposible hablar de la felicidad humana mientras las masas vivan
en la miseria y experimenten hambre y privaciones. Esto no significa
en modo alguno, sin embargo, que para ellos el fin único y exclusivo
del progreso social esté en vestir y alimentar a todos los miembros
de la sociedad, en ponerlos a salvo de las necesidades. Los ideales
marxistas del progreso social son incomparablemente más amplios y
valiosos. Abarcan todas las esferas de la vida social, y no sólo la
economía, la política, la cultura y la moral, y su encarnación es
la sociedad comunista. La construcción del comunismo -sociedad en la
que se acabará de una vez para siempre con la propiedad privada, con
la explotación y con la existencia misma de las clases y del Estado-
podía proponérsela únicamente la clase obrera. Esto no significa
que sean ideales privativos de la clase obrera rasgos de la sociedad
socialista y comunista como el bienestar general, la igualdad de
derechos de las naciones, la paz entre los pueblos, la libertad
política y la democracia, la prosperidad de la cultura, las
relaciones de colaboración fraternal entre los hombres y los
pueblos, el desarrollo de la persona en todos los órdenes, etc.
Tales ideas las comparten todos los trabajadores, todos los hombres
progresistas, la inmensa mayoría de la humanidad.
Esto no puede
asombrarnos. Los ideales sociales -las nociones que los hombres
tienen acerca de los fines supremos de su actividad y de un porvenir
de felicidad- tienen sus raíces, como todas las ideas, en las
condiciones sociales de la vida. Y dentro de la sociedad de
explotación, estas condiciones condenan a calamidades de todo género
no sólo a los obreros, sino a la totalidad de los trabajadores. Y de
ahí que, inevitablemente, los obreros y trabajadores en general se
sientan unidos por un gran número de deseos y aspiraciones. La
propia vida, la experiencia cotidiana, les muestra qué vicios han de
ser suprimidos en la sociedad para que los hombres conozcan una
existencia libre y dichosa. Las semejanzas en cuanto a las
condiciones de vida nos explican y definen la continuidad que se
observa entre los ideales de la moderna clase obrera y los que
alimentaron las masas trabajadoras en otros tiempos. En uno y otro
caso, sus ideales se fraguaron en la lucha de clase con los
explotadores, en la defensa de los intereses del trabajador. El
marxismo, señalaba Lenin, no es la doctrina de una secta aparecida
al margen del camino que la civilización mundial sigue en su
desarrollo. Esto no se refiere sólo a la filosofía y la economía
política marxista, en las que se resume y plasma todo el desarrollo
mundial de la ciencia, sino también a los ideales marxistas de
progreso social. En ellos toma cuerpo todo lo mejor y progresivo que
había en los ideales de las masas trabajadoras y clases avanzadas
del pasado. El socialismo y el comunismo son la realización de los
más nobles ideales a que la humanidad aspiró en su difícil camino.
Esto, se comprende, no significa que los ideales marxistas sean el
compendio de todos los ideales de las clases trabajadoras del pasado
y del presente. En las nociones de las clases trabajadoras no
proletarias sobre la sociedad perfecta había y hay bastantes
elementos falsos y utópicos, que la clase obrera no puede aceptar y
que el marxismo-leninismo hubo de rechazar o, en todo caso, revisar
con un espíritu crítico. La característica principal del ideal
marxista del progreso social es que no descansa en buenos deseos,
sino en la previsión científica de las fases consecutivas de
desarrollo de la sociedad. La teoría marxista, basada en la
comprensión profunda de las leyes que rigen el desenvolvimiento de
la sociedad, convierte el secular anhelo de un futuro mejor, de una
vida justa, en el conocimiento firme de la fase de desarrollo de la
sociedad a que indefectiblemente conducen las leyes de la historia,
el proceso objetivo de desarrollo de las fuerzas productivas y de las
relaciones de producción, y el proceso de desarrollo de la lucha de
clases en la sociedad contemporánea.
Cabría preguntar por qué
las leyes de la historia, que hasta ahora habían conducido
simplemente a la sustitución de unas formas de explotación y
opresión por otras, han abierto ahora repentinamente horizontes que
permiten ver cumplidos los mejores anhelos y esperanzas de los
hombres. ¿A qué se debe esto? ¿A una feliz coincidencia? ¿A una
casualidad? No, no se trata de ninguna casualidad. Como ya decíamos
anteriormente, los sueños de los trabajadores, que aspiraban a un
porvenir de felicidad, tenían una base material, eran producto de
las condiciones de su vida en una sociedad de explotación. Los
ideales sociales de las clases trabajadoras siempre se refirieron, de
una manera o de otra, al deseo de ver liberados a los hombres del
fardo y de las calamidades que el régimen de explotación les
imponía. Por eso, en el momento en que las leyes del desarrollo
social colocan en el orden del día la supresión de este régimen,
la realización de los ideales de la clase obrera y de los
trabajadores en general se convierte en posible y necesaria; lo que
antes era una aspiración utópica se trueca en previsión
científicamente argumentada. "Dondequiera que miremos -escribe
Lenin-, a cada paso nos encontramos con tareas que la humanidad está
perfectamente en condiciones de cumplir inmediatamente. Lo impide el
capitalismo, que ha acumulado montañas de riquezas y ha convertido a
los hombres en esclavos de estas riquezas. Ha resuelto los más
complicados problemas de la técnica y frena la aplicación de los
adelantos técnicos a causa de la miseria e ignorancia de millones de
seres, por la obtusa avaricia de un puñado de millonarios. "La
civilización, la libertad y la riqueza hacen pensar bajo el
capitalismo en el rico que se atraca, que se pudre en vivo y que no
permite vivir a lo que es joven.
"Pero lo joven crece
y vencerá a pesar de todo." Estas palabras de Lenin han sido
confirmadas por la historia. Podemos ver cómo en la sociedad
socialista se materializó ya mucho de lo que hace largo tiempo
constituía la aspiración de los trabajadores. El triunfo del
socialismo ha puesto fin para siempre a la explotación del hombre
por el hombre, a la opresión nacional y a la miseria de las masas,
brinda posibilidades como jamás se conocieron para la expansión del
individuo, para la ampliación de la democracia, etc. Otros ideales
sociales del marxismo, que recogen los seculares anhelos del pueblo y
de sus más eximios pensadores, se verán realizados con el
comunismo, cuando los hombres alcancen un dominio incomparablemente
mayor sobre las fuerzas de la naturaleza y del desarrollo social. La
experiencia histórica ha demostrado ya que la supresión del régimen
de explotación da cuerpo y realidad a esos ideales.
De ahí, entre otras
cosas, la enorme atracción que los ideales socialistas y comunistas
de la clase obrera ejercen sobre las más grandes masas del pueblo y
sobre todos los hombres progresistas, cualquiera que sea la posición
social que ocupen. Crece sin cesar el número de quienes aceptan
esos ideales, de quienes llegan a la convicción de que en ellos se
traza la única vía que realmente puede conducir al logro de los
anhelos y esperanzas de todos los trabajadores. Incluso muchos
dirigentes de la burguesía reaccionaria, por duros de cabeza que
sean, empiezan a comprender que esto, y no las "conspiraciones"
que en todo momento se atribuyen a los comunistas, es la causa de los
gigantescos éxitos que acompañan a las fuerzas del progreso y del
socialismo; que, por tanto, al comunismo únicamente se le puede
combatir con "ideas constructivas" y con "elevados
ideales". Pero la burguesía reaccionaria no tiene ni puede
tener ideales capaces de ganarse a las grandes masas del pueblo. De
ahí que recurra al fraude directo y trate de poner en circulación
los ideales democrático- burgueses de su juventud revolucionaria
-que le son ajenos y que ella misma ha traicionado- o ideales robados
a la lucha que los trabajadores sostienen por su emancipación.
Democracia, humanismo, libertad, civilización y paz son palabras que
en nuestros días no dejan de manejar los propagandistas burgueses,
aunque la historia ha demostrado que el imperialismo es el peor
enemigo de la paz y de los derechos de los pueblos, de la libertad y
la democracia, del humanismo y de la civilización. Los partidos
comunistas y obreros combatieron siempre tales propósitos de engañar
al pueblo y de presentar como "perfectos" los inhumanos
métodos del régimen de explotación. Esta lucha de los comunistas
se ha tratado de presentar por los adversarios del marxismo como una
acción contraria a los ideales que profesa la mayoría de la
humanidad. Pero sus afirmaciones no pasan de ser una mentira y una
calumnia evidentes. Cuando los comunistas denuncian la falsedad de la
democracia burguesa no dejan de ser defensores convencidos de los
ideales democráticos. Si se muestran contra la democracia burguesa
es porque aspiran a una democracia auténtica, a la democracia para
el pueblo, que sólo puede ser conquistada suprimiendo el régimen de
explotación. Cuando denuncian la falsedad del humanismo burgués, no
combaten el humanismo en general, sino que propugnan un humanismo
auténtico, que es el que encarna el comunismo. De la misma manera,
cuando critican el individualismo burgués y se muestran partidarios
del colectivismo, los comunistas no rebajan el valor, la dignidad y
la libertad del individuo; lo único que hacen es rechazar la
oposición de la persona a la colectividad, a las masas populares;
rechazan el derecho de la "personalidad" burguesa a
desarrollarse a costa de cientos y de miles de otros seres.
La crítica que los
partidos comunistas y obreros hacen de la propaganda reaccionaria,
cuando ésta trata de hacer atrayentes las cadenas de la opresión y
la explotación capitalistas, significa una valiosa
aportación a la lucha en
pro de los ideales del progreso social. "La crítica -escribía
Marx- no ha quitado de las cadenas las falsas flores que las
adornaban para que la humanidad siga llevando esas cadenas en una
forma desprovista de todo placer y alegría, sino para que se las
sacuda y tienda la mano hacia la flor."
En nuestra época se abre
ante el mundo el camino real hacia la consecución de los mejores
ideales de luz con que soñaron los más ilustres pensadores de la
humanidad. Este camino es el de la transformación de la sociedad
según los principios del socialismo y, luego, del comunismo.
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