LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

viernes, 25 de octubre de 2013

LOS ASUSTADOS POR EL FRACASO DE LO VIEJO Y LOS QUE LUCHAN POR EL TRIUNFO DE LO NUEVO


Parece escrito ayer mismo. Los textos de Lenin conservan una fuerza enorme. Y en estos aciagos días nos viene bien leer despacio a este gran revolucionario. 


"Los bolcheviques llevan ya dos meses en el poder y, en vez del paraíso socialista, vemos el infierno del caos, de la guerra civil y de una ruina aún mayor". Así escriben, hablan y piensan los capitalistas, junto con sus adeptos conscientes y semiconscientes.

Los bolcheviques llevamos solo dos meses en el poder -respondemos nosotros- y se ha dado ya un paso gigantesco hacia el socialismo. No ven esto quienes no quieren ver o no saben valorar los acontecimientos históricos en su conexión. No quieren ver que, en unas semanas, han sido destruidos casi hasta sus cimientos los organismos no democráticos en el ejército, en el campo y en las fábricas. Y no hay ni puede haber otro camino hacia el socialismo que no pase por esa destrucción. No quieren ver que, en unas semanas, la mentira imperialista en política exterior -que prolongaba la guerra y encubría con los tratados secretos la expoliación y la conquista- ha sido sustituida por una verdadera política democrática revolucionaria de paz auténticamente democrática, que ha proporcionado ya un éxito práctico tan grande como el armisticio y el alimento en cien veces de la fuerza propagandística de la revolución. No quieren ver que ha comenzado a aplicarse el control obrero y la nacionalización de los bancos, y que esto constituye precisamente los primeros pasos hacia el socialismo. 

No saben comprender la perspectiva histórica quienes están abatidos por la rutina del capitalismo; quienes están ensordecidos por la potente quiebra de lo viejo, por crujido, el estruendo y el "caos" (un caos aparente) de las viejas estructuras zaristas y burguesas al desmoronarse y derrumbarse: quienes se asustan de que la lucha de clases llegue a una exacerbación extrema y se transforme en guerra civil, la única guerra legítima, la única justa, la única sagrada, no en el sentido clerical de la palabra, sino en el sentido humano de guerra sagrada de los oprimidos contra los opresores para derrocar a estos últimos, para emancipar de toda opresión a los trabajadores. En el fondo, todos esos abatidos, ensordecidos y asustados burgueses, pequeños burgueses y "servidores de la burguesía" se guían, a menudo sin darse cuenta ellos mismos, por la vieja noción, absurda, sentimental y trivial a lo intelectual, sobre la "implantación del socialismo". Una noción que han asimilado "de oídas", tomando retazos de la doctrina socialista, repitiendo las adulteraciones de esta doctrina por ignorantes y adocenados y atribuyéndonos a nosotros, los marxistas, la idea e incluso el plan de "implantar" el socialismo.

A nosotros, los marxistas, nos son ajenas semejantes ideas, sin hablar ya de esos planes. Siempre hemos sabido, dicho y repetido que el socialismo no se puede "implantar", que surge en el curso de la lucha de clases y de la guerra civil más intensas y violentas, violentas hasta el frenesí y la desesperación; que entre el capitalismo y el socialismo media un largo periodo de "doloroso alumbramiento"; que la violencia es siempre la comadrona de la vieja sociedad; que al periodo de la transición de la sociedad burguesa a la socialista corresponde un Estado especial (es decir, un sistema especial de violencia organizada sobre una clase determinada), a saber: la dictadura del proletariado. Y la dictadura presupone y significa un estado de guerra latente, un estado de medidas militares contra los enemigos del poder proletario. La Comuna fue la dictadura del proletariado, y Marx y Engels reprocharon a la Comuna, viendo en ello una de las causas de su derrota, que no empleara con suficiente energía su fuerza armada para vencer la resistencia de los explotadores.

En el fondo, todos esos aullidos propios de intelectual con motivo del aplastamiento de la resistencia de los capitalistas no son otra cosa, hablando "cortésmente", que un eructo del viejo "conciliacionismo". Pero si hablamos con la franqueza inherente al proletariado, habrá que decir que el persistente servilismo ante la caja de caudales es la esencia de los aullidos contra la violencia actual, obrera, que se aplica (por desgracia, aún con demasiada suavidad y poca energía) contra la burguesía, contra los saboteadores y contrarrevolucionarios. "La resistencia de los capitalistas ha sido vencida", proclamaba el bueno de Peshejónov, ministro de los conciliadores, en junio de 1917. Este bonachón no sospechaba siquiera que la resistencia debe ser, en efecto, vencida; que será vencida, y que eso se llama, en lenguaje científico, dictadura del proletariado; que todo un periodo histórico se caracteriza por el aplastamiento de la resistencia de los capitalistas; se caracteriza, en consecuencia, por la violencia sistemática contra toda una clase (la burguesía) y contra sus cómplices.

La codicia, la repugnante, ruin y furiosa codicia del ricachón; el acoquinamiento y el servilismo de sus paniaguados: ahí está la verdadera base social de los aullidos que lanzan ahora los intelectualillos, desde Riech hasta Nóvaya Zhizn, contra la violencia por parte del proletariado y del campesinado revolucionario. Tal es el significado objetivo de sus aullidos, de sus mezquinas palabras, de sus gritos de comediantes acerca de la "libertad" (la libertad de los capitalistas para oprimir al pueblo), y etcétera, etcétera. Estarían "dispuestos" a reconocer el socialismo si la humanidad pasase a él en el acto, con un salto efectista, sin desavenencias, sin lucha, sin rechinar de dientes de los explotadores, sin múltiples tentativas por su parte de perpetuar los viejos tiempos o volver a ellos dando un rodeo en secreto, sin nuevas y nuevas "réplicas" de la violencia proletaria revolucionaria a esas tentativas. Estos paniaguados intelectuales de la burguesía están "dispuestos" a lavar la piel, como dice un conocido refrán alemán, pero a condición de que la piel quede siempre seca.

Cuando la burguesía y los funcionarios, empleados médicos, ingenieros, etc., acostumbrados a servirla recurren a las medidas de resistencia más extremas, los intelectuales se horrorizan. Tiemblan de miedo y aúllan con mayor estridencia, proclamando la necesidad de retornar al "espíritu de conciliación". Pero a nosotros, como a todos los amigos sinceros de la clase oprimida, las medidas extremas de resistencia de los explotadores solo pueden alegrarnos, pues esperamos que el proletariado madure para el ejercicio del poder en la escuela de la vida, en la escuela de la lucha, y no en la escuela de las exhortaciones y los sermones, no en la escuela de las prédicas dulzarronas y de las declamaciones conceptuosas. Para convertirse en clase dominante y vencer definitivamente a la burguesía, el proletariado debe aprender eso, pues no tiene dónde encontrar en el acto esa capacidad. Y hay que aprender en la lucha. Y enseña solo la lucha seria, tenaz y encarnizada. Cuanto más extrema sea la resistencia de los explotadores, tanto más enérgica, firme, implacable y eficaz será su represión por los explotados. Cuanto más variados sean las tentativas y los esfuerzos de los explotadores por mantener los viejo, con tanta mayor rapidez aprenderá el proletariado a expulsar sus enemigos de clase de sus últimos escondrijos, a arrancar las raices de su dominación y a liquidar el terreno mismo en que podían (y debían) crecer la esclavitud asalariada, la miseria de las masas, el lucro y la insolencia de los ricos.

A medida que aumenta la resistencia de la burguesía y de sus paniaguados crece también la fuerza del proletariado y del campesinado, que se une a él. Los explotados se fortalecen, maduran, crecen, aprenden, se sacuden la "antigua maldición" del trabajo asalariado a medida que aumenta la resistencia de sus enemigos: los explotadores. La victoria será de los explotados, pues tienen a su lado la vida, la fuerza del número, la fuerza de las masas, la fuerza de los veneros inagotables de todo lo abnegado, ideológico y honesto que pugna por avanzar y despierta para edificar los nuevo; tienen consigo la fuerza de la reserva gigantesca de energía y de talento del llamado "vulgo"; de los obreros y de los campesinos. La victoria será suya.

por: Vladímir Ilich Lenin 
Escrito entre el 24 y el 27 de diciembre de 1917. Publicado en Pravda. 

viernes, 11 de octubre de 2013

La táctica reformista y la táctica revolucionaria.

J. V. Stalin

¿En que se distingue la táctica revolucionaria de la táctica reformista?

Algunos creen que el leninismo está, en general, en contra de las reformas, de los compromisos y de los acuerdos. Eso es completamente falso. Los bolcheviques saben tan bien como cualquiera que, en cierto sentido, «del lobo, un pelo»; es decir, que en ciertas condiciones las reformas, en general, y los compromisosy acuerdos en particular, son necesarios y útiles.
«Hacer la guerra -dice Lenin- para derrocar a la burguesía internacional, una guerra cien veces más difícil,prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a explotar los antagonismos de intereses (aunque sólo sean temporales) que dividen a nuestros enemigos, renunciar a acuerdos y compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿ no es, acaso, algo indeciblemente ridículo? ¿No viene a ser eso como si, en la difícil ascensión a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto la planta todavía, se renunciase de antemano a hacer a veces zigzags, a desandar a veces lo andado, a abandonar la dirección elegida al principio para probar otras direcciones?» No se trata, evidentemente, de las reformas o de los compromisos y acuerdos en sí, sino del uso que se hace de ellos.
Para el reformista, las reformas son todo, y la labor revolucionaría cosa sin importancia, de la que se puede hablar para echar tierra a los ojos. Por eso, con la táctica reformista, bajo el Poder burgués, las reformas se convierten inevitablemente en instrumento de consolidación de este Poder, en instrumento de descomposición de la revolución.
Para el revolucionario, en cambio, lo principal es la labor revolucionaria, y no las reformas; para él, las
reformas son un producto accesorio de la revolución. Por eso, con la táctica revolucionaria, bajo el Poder burgués, las reformas se convierten, naturalmente, en un instrumento para descomponer este Poder, en un instrumento para vigorizar la revolución, en un punto de apoyo para seguir desarrollando el movimiento revolucionario.
El revolucionario acepta las reformas para utilizarlas como una ayuda para combinar la labor legal con la clandestina, para aprovecharlas como una pantalla que permita intensificar la labor clandestina de preparación revolucionaria de las masas con vistas a derrocar a la burguesía.
En eso consiste la esencia de la utilización revolucionaria de las reformas y los acuerdos en las condiciones del imperialismo.

El reformista, por el contrario, acepta las reformas para renunciar a toda labor clandestina, para minar la preparación de las masas con vistas a la revolución y echarse a dormir a la sombra de las reformas «otorgadas» desde arriba.
En eso consiste la esencia de la táctica reformista.
Así está planteada la cuestión de las reformas y los acuerdos bajo el imperialismo.
Sin embargo, una vez derrocado el imperialismo, bajo la dictadura del proletariado, la cosa cambia un tanto. En ciertas condiciones, en cierta situación, el Poder proletario puede verse obligado a apartarse temporalmente del camino de la reconstrucción revolucionaria del orden de cosas existente, para seguir el camino de su transformación gradual, «el camino reformista», como dice Lenin en su conocido artículo «Acerca de la significación del oro», el camino de los rodeos, el camino de las reformas y las concesiones a las clases no proletarias, a fin de descomponer a estas clases, dar una tregua a la revolución, acumular fuerzas y preparar las condiciones para una nueva ofensiva. No se puede negar que, en cierto sentido, este camino es un camino «reformista». Ahora bien, hay que tener presente que aquí se da una particularidad fundamental, y es que, en este caso, la reforma parte del Poder proletario, lo consolida, le da la tregua necesaria y no está llamada a descomponer a la revolución, sino a las clases no proletarias.
En estas condiciones, las reformas se convierten, como vemos, en su antítesis.
Si el Poder proletario puede llevar acabo esta política, es, exclusivamente, porque en el período anterior la revolución ha sido lo suficientemente amplia y ha avanzado, por tanto, lo bastante para tener a dónde retirarse, sustituyendo la táctica de la ofensiva por la del repliegue temporal, por la táctica de los movimientos de flanco.
Así, pues, si antes, bajo el Poder burgués, las reformas eran un producto accesorio de la revolución, ahora bajo la dictadura del proletariado las reformas tienen por origen las conquistas revolucionarias del proletariado, las reservas acumuladas en manos del proletariado y compuestas por dichas conquistas.
«Sólo el marxismo -dice Lenin- ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas y la revolución si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto, a saber; en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del proletariado, aunque sea en un solo país. En tales condiciones, la base de una relación acertada era ésta: las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de clase del proletariado...

Después del triunfo del proletariado, aunque sólo sea en un país, aparece algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio, el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía al de la política del marxismo... Después del triunfo, ellas (es decir, las reformas. ) (aunque en escala internacional sigan siendo el mismo «producto accesorio») constituyen además, para el país en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición. El triunfo proporciona tal «reserva de fuerzas», que hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como del moral, aún en el caso de una retirada forzosa»

miércoles, 2 de octubre de 2013

Marxismo y reformismo

V.I. Lenin. 
El 12 de septiembre de 1913 en el núm. 2 de Pravda Trudá.

A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la clase dominante. Pero, a la vez, los marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.

Cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud asalariada de los trabajadores. Por eso el reformismo, incluso cuando es totalmente sincero, se transforma de hecho en un instrumento de la burguesía para corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. La experiencia de todos los países muestra que los obreros han salido burlados siempre que se han confiado a los reformistas.

Por el contrario, si los obreros han asimilado la doctrina de Marx, es decir, si han comprendido que es inevitable la esclavitud asalariada mientras subsista el dominio del capital, no se dejarán engañar por ninguna reforma burguesa. Comprendiendo que, al mantenerse el capitalismo, las reformas no pueden ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por obtener mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, más tesonera, contra la escalvitud asalariada. Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la falsedad del reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y ampliar su lucha de clase.

Cuanto mayor es la influencia de los reformistas en los obreros, tanto menos fuerza tiene éstos, tanto más dependen de la burguesía y tanto más fácil le es a esta última anular con diversas artimañas el efecto de las reformas. Cuanto más independiente y profundo es el movimiento obrero, cuanto más amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de la estrechez del reformismo y con más facilidad consiguen los obreros afianzar y utilizar ciertas mejoras.

Reformistas hay en todos los países, pues la burguesía trata por doquier de corromper de uno u otro modo a los obreros y hacer de ellos esclavos satisfechos que no piensen en destruir la escalvitud. En Rusia, los reformistas son los liquidadores, que renuncian a nuestro pasado para adormecer a los obreros con ilusiones en un partido nuevo, abierto y legal. No hace mucho, obligados por Siévernaya Pravda, los liquidadores de San Petersburgo comenzaron a defenderse de la acusación de reformismo. Es preciso detenerse a examinar con atención sus razonamientos para dejar bien clara uba cuestión de extraordinaria importancia.

No somos reformistas -escribían los liquidadores pequeñosburgueses-, porque no hemos dicho que las reformas lo sean todo y que el objetivo final no sea nada; hemos dicho: movimiento hacia el objetivo final; hemos dicho: a través de la lucha por las reformas, hacia la realización plena de las tareas planteadas.

Veamos si esta defensa corresponde a la verdad.

Hecho primero. Resumiendo las afirmaciones de todos los liquidadores, el liquidador Sedov ha escrito que dos de “las tres ballenas” presentadas por los marxistas no sirven hoy para la agitación. Ha dejado la jornada de ocho horas, que, teóricamente, es factible como reforma. Ha suprimido o relegado precisamente lo que no cabe en el marco de las reformas. Por consiguiente, ha incurrido en el oportunismo más palmario, preconizando ni más ni menos que la política expresada por la fórmula de que el objetivo final no es nada. Eso es justamente reformismo, ya que el “objetivo final” (aunque sólo sea con relación a la democracia) se aparta bien lejos de la agitación.

Hecho segundo. La decantada conferencia de agosto (del año pasado) de los liquidadores también pospone -reservándolas para un caso especial- las reivindicaciones no reformistas, en vez de sacarlas a primer plano y colocarlas en el centro mismo de la agitación.

Hecho tercero. Al negar y rebajar “lo viejo”, queriéndose desentender de ello, los liquidadores se limitan al reformismo. En las actuales circunstancias es evidente la conexión entre el reformismo y la renuncia a “lo viejo”.

Hecho cuarto. El movimiento económico de los obreros provoca la ira y las alharacas de los liquidadores (“pierden los estribos”, “no hacen más que amagar”, etc., etc.), toda vez que se vincula con consignas que van más allá del reformismo.

¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los liquidadores rechazan el reformismo como tal, pero de hecho lo aplican en toda la línea. Por una parte nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, ni mucho menos; mas, por otra, siempre que los marxistas van en la práctica más allá del reformismo, se ganan las invectivas o el menosprecio de los liquidadores.

Por cierto, lo que ocurre en todos los terrenos del movimento obrero nos muestra que los marxistas, lejos de quedarse a la zaga, van muy por delante en lo que se refiere a la utilización práctica de las reformas y a la lucha por las reformas. Tomemos las elecciones a la Duma por la curia obrera: los discursos pronunciados por los diputados dentro y fuera de la Duma, la organización de periódicos obreros, el aprovechamiento de la reforma de los seguros, el sindicato metalúrgico, uno de los más importantes, etc., y veremos por doquier un predominio de los obreros marxistas sobre los liquidadores en la esfera de la labor directa, inmediata y “diaria” de agitación, organización y lucha por las reformas y su aprovechamiento.

Los marxistas realizan una labor constante sin perder una sola “posibilidad” de conseguir reformas y utilizarlas, sin censurar, antes bien apoyando y desarrollando con solicitud cualquier actividad que vaya más allá del reformismo tanto en la propaganda como en la agitación, en las acciones económicas de masas, etc. Mientras tanto, los liquidadores, que han abandonado el marxismo, no hacen con sus ataques a la existencia misma de un marxismo monolítico, con su destrucción de la disciplina marxista y con su prédica del reformismo y de la política obrera liberal más que desorganizar el movimiento obrero.

Tampoco se debe olvidar que el reformismo se manifiesta en Rusia de una forma peculiar, a saber: en la equiparación de las condiciones fundamentales de la situación política de la Rusia actual y de la Europa actual. Desde el punto de vista de un liberal, esta equiparación es legítima, pues el liberal cree y confiesa que, “gracias a Dios, tenemos Constitución”. El liberal expresa los intereses de lo burguesía cuando defiende la idea de que, después del 17 de octubre, toda acción de la democracia que vaya más allá del reformismo es una locura, un crimen, un pecado, etc.

Pero precisamente estas ideas burguesas son las que ponen en práctica nuestros liquidadores, que “trasplantan” sin cesar y con regularidad (en el papel) a Rusia tanto el “partido a la vista de todos” como la “lucha por la legalidad”, etc. Con otras palabras, los liquidadores preconizan, a semejanza de los liberales, el trasplante de una Constitución europea a Rusia sin reparar en el camino peculiar que condujo en Occidente a la proclamación y afianzamiento de las constituciones durante varias generaciones y, a veces, incluso siglos. Los liquidadores y los liberales quieren, como suele decirse, pescar truchas a bragas enjutas.


En Europa, el reformismo significa en la práctica renuncia al marxismo y sustitución de esta doctrina por la “política social” burguesa. En nuestro país, el reformismo de los liquidadores implica, además de eso, desmoronamiento de la organización marxista, renuncia a las tareas democráticas de la clase obrera y sustitución de éstas con una política obrera liberal.