El fin fundamental de la
producción capitalista es la ganancia. La producción de por sí,
cualquiera que ésta sea, interesa poco al capitalista. Todavía le
interesa menos si en la sociedad se ven o no satisfechas las
necesidades de todos sus miembros. Lo que en realidad le preocupa es
cómo convertir la producción de cualquier mercancía en fuente de
ganancias.
Cuando los medios de
producción pasan a ser propiedad social, las razones y fines de la
producción cambian por completo. Dentro del Socialismo los medios de
producción pertenecen a los trabajadores, a la sociedad, y está
claro que los trabajadores no pueden someterse a sí mismos a
explotación. No hay, pues, tampoco lo que es consecuencia de la
explotación, la plusvalía. Ahora, según indicaba Lenin, "el
producto complementario no va a parar a la clase de los propietarios,
sino a todos los trabajadores y sólo a ellos". Todo el producto
social que anualmente se produce en la sociedad socialista pertenece
a quien es dueño de los medios de producción, a la sociedad, es
decir, a los trabajadores tomados como un cuerpo único de
productores. Más adelante se demostrará que este producto anual no
puede tener otro empleo que el de satisfacer -directa o
indirectamente-, las necesidades de los propios trabajadores. Los
trabajadores que tomaron el poder y que han organizado la producción
social no pueden marcarse otro objetivo que el de satisfacer sus
necesidades sociales y personales. Ahora no hay ya nadie entre el
productor y el resultado de su trabajo: ni el capitalista, ni el
terrateniente, ni el comerciante, ni el usurero. Todo cuanto sale de
las empresas sociales pertenece a los propios productores: tal es la
esencia del nuevo modo de producción y distribución. Se comprende,
pues, que los trabajadores traten de aumentar sin cesar la producción
de bienes materiales, puesto que son ellos mismos los que se
benefician de los frutos de su trabajo.
Así, pues, el fin de la
producción socialista se desprende de su misma esencia. Lenin lo
definía como "organización planificada del proceso de
producción social para asegurar el bienestar y el desarrollo
completo de todos los miembros de la sociedad..." Hemos de tener
presente que las necesidades humanas no permanecen estancadas siempre
a un mismo nivel. No pueden por menos de cambiar, puesto que al
incrementarse la riqueza social y la cultura crecen las demandas
materiales y espirituales de los hombres y aparecen nuevas
necesidades. La tarea de la sociedad bajo el socialismo consiste
precisamente en asegurar una satisfacción cada vez más completa a
las necesidades materiales y culturales, en constante aumento, de
todos sus miembros. La satisfacción cada vez más completa de las
necesidades como fin de la producción socialista tiene un carácter
necesario, o sea, es una ley. Con otras palabras, las leyes de la
misma producción basada en la propiedad social dictan objetivamente
ese fin a la sociedad socialista. La producción perdería su
principal estímulo de desarrollo si no se hallase subordinada a la
satisfacción de las crecientes necesidades materiales y culturales
de los trabajadores. Por eso, la ampliación de la producción tiene,
para el Estado socialista, como fin fundamental, la elevación
constante del bienestar del pueblo. Este fin no es otra cosa sino la
expresión consciente de una ley económica objetiva propia de la
producción socialista. En las obras soviéticas de economía se le
da el nombre de ley económica fundamental del socialismo y se
formula así: constante ampliación y perfeccionamiento de la
producción, sobre la base de una técnica avanzada, con objeto de
satisfacer de la manera más completa las necesidades, siempre en
aumento, de todos los miembros de la sociedad. La acción de esta ley
encuentra expresión fehaciente en el continuo auge del bienestar de
los trabajadores de los países socialistas. En la Unión Soviética,
los ingresos reales de los obreros y empleados se habían duplicado
casi en 1958 respecto de 1940, mientras que los ingresos reales de
los campesinos, por individuo activo, eran más del doble. La
historia ha hecho que los primeros países socialistas en entrar en
emulación con el capitalismo no figurasen, en la mayoría de los
casos, entre los más avanzados económicamente. Para vencer en esta
emulación se requiere de ellos un elevado ritmo de incremento de la
producción; han de poner gran tensión en el trabajo y superar
numerosas dificultades relacionadas con su anterior atraso. Un
elevado ritmo es imposible de conseguir si no se equipa a todos los
sectores de la producción de elementos técnicos perfeccionados, y
esto, a su vez, requiere un elevado ritmo de acumulación, es decir,
destinar una gran parte de la renta nacional a la ampliación de la
producción.
El volumen del fondo de
consumo se ve hasta ahora limitado también por la circunstancia de
que los países socialistas se ven obligados a invertir recursos
considerables en su defensa. Si no fuese por todo esto, el fondo de
consumo podría crecer ya ahora extraordinariamente. Sin embargo, la
potencia económica y defensiva del campo socialista ha alcanzado
actualmente tal nivel, que los países que lo integran están en
condiciones de destinar recursos cada vez mayores al fondo de consumo
y mejorar así la vida de las masas populares. El alto ritmo de
desarrollo de la industria pesada y los gastos de defensa son ahora
perfectamente compatibles con el rápido incremento de la industria
ligera y con un ascenso vertical de la agricultura. Esto ha permitido
a las democracias populares plantearse, con la seguridad de que será
cumplida, la tarea de alcanzar en un brevísimo plazo histórico un
nivel tal de consumo popular que por todos sus índices supere a
cuanto existe en los países capitalistas más desarrollados.