LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Desarrollo del capitalismo en la agricultura. Renta de la tierra


Las leyes económicas del capitalismo rigen por igual en la industria y en la agricultura. Con los avances de la división social del trabajo, los productos agrícolas comienzan a ser producidos para la venta y se convierten en mercancías. La agricultura pasa a ser una rama de la economía que produce mercancías. Entonces se inicia una reñida competencia entre los distintos productores de mercancías, competencia que coloca en situación muy difícil a los pequeños agricultores, que son los que poseen menos tierra, animales de labor y aperos. Los pequeños productores se arruinan en masa y pasan a engrosar las filas de los proletarios. Una parte considerable de la producción se concentra en las capas altas, capitalistas, del campo. Fórmanse dos grupos extremos: el de los campesinos pobres y braceros y el de la burguesía rural (campesinos ricos, capitalistas y terratenientes más o menos aburguesados, que se conservan en muchos países capitalistas). Entre esos dos grupos se encuentran los campesinos medios. Si comparamos el proceso de desarrollo del capitalismo en la agricultura y la industria, advertiremos un atraso incomparablemente mayor del primero. No ocurre así sólo en los países atrasados, donde el avance del capitalismo en la agricultura se ve frenado por las supervivencias del feudalismo, sino también, en cierta medida, en los países en que el capitalismo ha alcanzado un gran desarrollo. Una de las causas más importantes de que así ocurra es que parte de la plusvalía creada en la agricultura se la apropia la clase parasitaria de los propietarios en forma de renta de la tierra. La renta de la tierra. En la agricultura capitalista, a diferencia de lo que ocurre en la industria, todo el valor creado se divide entre tres clases. Los obreros agrícolas perciben el salario, el capitalista arrendatario se queda con la ganancia media ordinaria y el propietario del suelo recibe la renta. Ahora bien, ¿de qué manera aparece en la agricultura, además de la ganancia ordinaria sobre el capital, una parte especial de plusvalía que en forma de renta es percibida por los propietarios del suelo de los capitalistas arrendatarios?
Para responder a esta pregunta, Marx se detiene en algunas características económicas de la agricultura. Las distintas tierras, cultivadas por diversos agricultores, no son iguales ni por su fertilidad ni por su situación respecto del mercado. La tierra de mejor calidad, con el mismo desembolso, dará mejores cosechas que las de calidad inferior. Lo mismo ocurrirá en cuanto a la proximidad o alejamiento del mercado. Cuanto más cerca del mercado esté la tierra, menos costoso será el transporte de los productos y más ventajosa resultará su explotación. En aras de la brevedad, podemos resumir estas diferencias (de fertilidad y de proximidad al mercado) como diferencia entre tierras mejores y peores. Ahora bien, los capitalistas han de compensar sus gastos y percibir la ganancia media no sólo en las tierras mejores y medianas, sino también en las peores. De ahí que el precio de producción de los productos agrícolas sea igual a los gastos de producción en las tierras peores más la ganancia media. Y las tierras mejores y medianas proporcionan, además de la ganancia media, cierto excedente que el arrendatario ha de entregar al dueño de la tierra. El excedente obtenido en la tierra de mejor calidad o más próxima al mercado -respecto de la tierra peor o más alejada- se denomina renta diferencial I, puesto que se obtiene por la diferencia en la calidad de las tierras. Esta diferencia de fertilidad y situación de los campos es, sin embargo, más que la condición, la base natural para la aparición de la renta diferencial . El origen de ésta es la plusvalía creada por los obreros agrícolas. El excedente puede ser obtenido por el capitalista arrendatario en campos de cualquiera calidad mediante la inversión de nuevos recursos que le permitan recoger cosechas mayores que las que rinden los peores campos, es decir, los que determinan el precio de la unidad de producción. La ganancia complementaria obtenida por la inversión de nuevos capitales en la tierra explotada, o sea por la intensificación de la agricultura, se denomina renta diferencial . Si es obtenida antes de la extinción del viejo contrato de arrendamiento, la renta diferencial va a parar al bolsillo del capitalista. Pero al estipular un nuevo contrato, el propietario del suelo acostumbra a tener en cuenta el resultado de la intensificación de la agricultura y eleva la tasa de arrendamiento para incluir en ella la renta diferencial . La economía política burguesa atribuye el origen de la renta diferencial a una supuesta "ley de la fertilidad decreciente del suelo". Marx y Lenin demostraron que esa imaginaria ley no tiene relación alguna con la teoría de la renta. Ha sido inventada por los economistas y propagandistas burgueses con objeto de quitar a los capitalistas y grandes propietarios la responsabilidad del encarecimiento de los productos agrícolas, de la miseria de las masas y de la bárbara explotación de la tierra, cargando la culpa de todo esto a la acción de esa supuesta "ley" eterna e inmutable. Uno de los fundadores de la economía política vulgar, Malthus, se apoya en tal "ley" para manifestar que el crecimiento de la población será siempre más rápido que el de la producción del campo; y por eso, dice, para mantener el "equilibrio" se necesitan las guerras, las epidemias y la restricción artificial de la natalidad entre las clases necesitadas. Los malthusianistas de nuestros días esgrimen la supuesta "ley de la fertilidad decreciente del suelo" para justificar las guerras de agresión y el exterminio en masa de la gente.

La apropiación de la renta diferencial por los propietarios del suelo, que de ordinario la destinan a fines no productivos, es un lastre que frena el desarrollo de la agricultura. Aún es mayor el significado que en este sentido tiene la renta absoluta. Las tierras peores, como antes se decía, no proporcionan renta diferencial. Pero sus dueños no las entregan a los patronos capitalistas sin compensación alguna, sino a cambio de una renta. ¿De dónde procede, pues, la renta de las tierras peores? Sabemos que sólo el capital variable produce plusvalía. Los recursos técnicos empleados en la agricultura se hallan a un nivel inferior que en la industria. Esto es así porque los capitalistas, que toman en arriendo la tierra por un plazo determinado, no invierten en la adquisición de máquinas, construcción de edificios, etc., tantos recursos como los industriales en sus empresas. Como la composición orgánica del capital es más baja, el volumen de la plusvalía, a capitales igualas, es en la agricultura mayor que en la industria. Supongamos que con unos gastos de producción de 100 unidades monetarias, en la industria corresponden 90 al capital constante y 10 al variable, y en la agricultura 80 y 20, respectivamente. En este caso, la plusvalía en la industria (con una cuota de explotación del 100 por ciento) será de 10 unidades monetarias, y en la agricultura de 20. En virtud del monopolio de la propiedad privada sobre la tierra, en la agricultura no puede tener lugar la libre fluctuación de capitales. Por consiguiente, no puede producirse una nivelación entre las cuotas de ganancia de la industria y de la agricultura. Por esto, los precios de las mercancías agrícolas no se ajustan al precio de producción, sino al valor. La diferencia entre uno y otro es lo que forma la renta absoluta. Al mismo tiempo, será la diferencia entre la más elevada plusvalía de la agricultura y la menos elevada de la industria (en nuestro ejemplo, dicha diferencia es de 10 unidades monetarias). El tributo que la sociedad viene obligada a satisfacer a los grandes propietarios en forma de renta de la tierra encarece los productos alimenticios y las primeras materias agrícolas, empeorando, por tanto, la situación de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo. Los propietarios del suelo perciben también tributo de las empresas de la industria extractiva, lo cual eleva los precios de los minerales. La renta aumenta en las ciudades el precio de los solares, con el consiguiente encarecimiento de los alquileres. El incremento de la renta empeora también la situación de los agricultores que carecen de tierra propia. El arrendamiento y la mina de los campesinos pequeños y medios. La tasa que el granjero capitalista entrega en concepto de arrendamiento al dueño de la tierra es el excedente de la plusvalía sobre la ganancia media. Propietario y capitalista se reparten el trabajo no retribuido a los obreros. Otra es la situación de los campesinos pequeños y medios, a los que el dueño de la tierra que ellos toman en arriendo les despoja no sólo de todo el producto complementario, sino también parte del producto necesario. Muy a menudo el pequeño arrendatario termina por arruinarse definitivamente. La teoría marxista de la renta de la tierra demuestra con precisión científica la oposición en que se encuentran los intereses de la gran masa de los campesinos y de los grandes terratenientes. La marcha de la historia confirma el análisis de Marx y señala que los campesinos trabajadores únicamente pueden defender sus derechos convirtiéndose en aliados del proletariado en la lucha contra el capitalismo.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Transformación revolucionaria en las concepciones sobre la sociedad


Desde tiempos muy antiguos los hombres trataron de dilucidar qué es lo que determina el régimen social y cómo se desarrolla la sociedad humana. Y esto no sólo por el simple deseo de comprender la sociedad en que viven, sino también porque ello se relaciona de manera muy estrecha con los problemas más candentes de su vida y afecta en muchos sentidos a intereses que les tocan muy de cerca. ¿Son accidentales los regímenes existentes en la sociedad o vienen condicionados por causas que no podemos ver, pero que se imponen al individuo? ¿Es posible cambiar esos regímenes o están los hombres condenados a subordinarse eternamente a ellos? ¿Qué fuerzas pueden mejorar la suerte de millones de gentes a quienes en el transcurso de miles de años oprimió, esclavizó y humilló un puñado de privilegiados? ¿Se puede alcanzar el bienestar y la libertad para todos, y no sólo para la minoría? Y en caso afirmativo, ¿cómo conseguirlo? ¿Quién conducirá la humanidad a la deseada meta? Y por último, ¿hacia dónde se dirige la humanidad, hacia la prosperidad y el progreso o hacia el estancamiento y la decadencia? Pensadores de todos los tiempos y pueblos trataron de responder a estas preguntas. Pero durante muchos siglos sus teorías y concepciones se veían invariablemente refutadas por la crítica de otros pensadores y por la crítica del tiempo, por toda la marcha que la historia seguía en su ulterior desenvolvimiento. El camino seguido en el estudio de la sociedad resultó ser extraordinariamente difícil y largo. Esto se debe a que la vida social es mucho más compleja que el desarrollo de la naturaleza. Dentro de lo que nosotros podemos observar, los fenómenos naturales se repiten con relativa regularidad y esto nos ayuda a comprender su esencia. Captar esa regularidad, esa repetición en la vida social es una empresa mucho más trabajosa. Lógicamente, esto dificulta su conocimiento y hace que no podamos advertir en ella una determinada ley.
Hay otra diferencia no menos importante. En la naturaleza tratamos con la acción de fuerzas impersonales y elementales. En la historia, el sujeto son los hombres, provistos de conciencia y voluntad y que siempre persiguen unos u otros fines. Al asomarnos a los fenómenos sociales parece que lo principal es dilucidar los motivos que impulsan a los hombres a la acción: saber qué propósitos se marcaba determinada personalidad para comprender claramente por qué obró así y no de otro modo. Pero tal explicación psicológica de la vida social, predominante en la sociología anterior a Marx y que hasta hoy día impera en las teorías burguesas, es superficial e insuficiente. Cierto que cada persona obra guiándose por determinados motivos y busca determinados fines. Mas, en primer lugar, ¿por qué el individuo se inclina por estos motivos y fines, y no por otros? Y en segundo, un estudio superficial de la historia es bastante para señalarnos que los fines e intereses de los hombres, y por consiguiente sus acciones, siempre entraron en conflicto y que el resultado final de ese conflicto o choque -el acontecimiento histórico- difería sensiblemente de lo que cada uno de sus participantes aspiraba. Así, muchos hombres de la revolución francesa de 1789-1794 estaban persuadidos de que establecían el reino de la razón y de la justicia eterna, de que creaban una sociedad basada en la igualdad natural y en los derechos inalienables del hombre. Muy pronto, sin embargo, pudo verse que lo único que habían hecho era allanar el camino para la dominación de clase de la burguesía. En vez de la desigualdad de antes -entre los señores y los siervos- dieron paso a la desigualdad entre la burguesía y los obreros.
En su deseo de hallar satisfacción a sus intereses inmediatos, los hombres no podían prever de ordinario los resultados sociales de sus propios actos, y esto convierte la historia de la sociedad en un proceso tan espontáneo como lo es la historia de la naturaleza. Mucho antes de Marx advirtióse ya esta contradicción entre la actividad consciente del individuo y el carácter elemental del desarrollo de la sociedad en su conjunto, aunque nadie acertó a dar una explicación correcta de ello. En su estudio de la marcha concreta de la historia nadie iba más allá de las conjeturas acerca de los fines y motivos que impulsaron a cada personaje, con lo que el proceso histórico se convertía en un cúmulo de fortuitas contingencias. Quienes trataban de enfocar la historia como un proceso sometido a la necesidad no tardaban en deslizarse hasta el fatalismo, al considerarla como efecto de la acción de una fuerza exterior (Dios, la "idea absoluta", la "razón mundial", etc.) determinante de los actos de los hombres. La concepción idealista de la historia, alimentada por la propia complejidad del desarrollo social, contaba con el decidido apoyo de las clases explotadoras, interesadas como estaban en ocultar las causas verdaderas de la desigualdad social y económica, de la riqueza y el poder de unos y de la miseria y la falta de derechos de los otros. Gracias a los esfuerzos de esas clases, las concepciones idealistas acerca de la sociedad siguen hoy día ejerciendo influencia sobre los hombres y gozan de gran predicamento en los países capitalistas. Para explicar las causas que dan origen a las ideas, opiniones y actos conscientes de los hombres se requería un brusco viraje revolucionario en la manera misma de enfocar los fenómenos sociales. Este viraje fue posible únicamente después de la consolidación del capitalismo, que puso al descubierto las raíces materiales -económicas- de la lucha de clases, y después de la aparición en la palestra histórica de la clase obrera, la primera clase que en la historia, como se demostrará más adelante, no teme una consciente explicación científica de la sociedad y, lo que es más, tiene un interés directo en alcanzar dicha explicación. Sólo en estas condiciones fue posible la empresa científica de Marx y Engels, quienes aplicaron el materialismo dialéctico al estudio de la sociedad y de su historia y crearon la teoría científica de las leyes generales del desarrollo social. Esta teoría es el materialismo histórico o concepción materialista de la historia. La revolución producida por Marx y Engels en la ciencia social se traduce, ante todo, en su demostración de que en la sociedad no obra ninguna fuerza misteriosa del más allá; los propios hombres son quienes crean su historia. Esto significaba un golpe de muerte para toda clase de concepciones místicas acerca de la sociedad y señalaba la vía para comprender la historia como un proceso natural que no necesita de ninguna intervención exterior. Por otra parte, el marxismo determinó que los hombres crean su historia no según su arbitrio, sino de conformidad con las condiciones objetivas materiales que heredaron de generaciones pasadas. Esto significaba un golpe de muerte para el voluntarismo y el subjetivismo y señalaba la vía para comprender la historia como un proceso sujeto a leyes.
La tesis de la cual parte el materialismo histórico quedó formulada por Marx del siguiente modo: "No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino al contrario, su ser social determina su conciencia." Con otras palabras, en la sociedad, lo mismo que en la naturaleza, el ser o la vida material es lo primario, lo determinante con relación a la vida espiritual, a la conciencia. Esto se refiere, está claro, no al ser y la conciencia de unas u otras personas, sino de grandes grupos, de clases y capas sociales, de toda la sociedad, en fin; es decir, no al ser y a la conciencia individual, sino social. En la comprensión marxista de la conciencia social entra el conjunto de teorías políticas y jurídicas, de concepciones religiosas, filosóficas y morales de cada sociedad; entran también las ciencias sociales, el arte y la psicología social (sentimientos sociales, estado de los espíritus, costumbres, etc.). El ser social es la vida material de la sociedad con toda su complejidad y su carácter contradictorio. ¿Qué es lo que concretamente se entiende por vida material de la sociedad, que, según establece el materialismo histórico, determina toda la fisonomía del cuerpo social, de su régimen, sus concepciones y sus instituciones?

martes, 4 de diciembre de 2012

Reproducción del capital y crisis económicas


Para reemplazar los medios de producción y de vida (máquinas, alimentos, vestidos, etc.), sometidos a continuo desgaste y consumo, los hombres han de producir nuevos bienes materiales. Este proceso de renovación constante de la producción se denomina reproducción, la cual tiene lugar lo mismo dentro de cada empresa que en cuanto a la sociedad en su conjunto. La reproducción es simple, cuando el volumen de la producción no varía, y ampliada, cuando el proceso de producción se repite cada año en escala ascendente. Lo propio del capitalismo es la reproducción ampliada.
Marx fue el primero en ofrecer un análisis científico de la reproducción ampliada. El proceso de la reproducción simple proporciona al capitalista un producto de más valor que el capital invertido. El capitalista realiza las mercancías producidas por los obreros y de nuevo se ve en posesión de una suma que le permite explotar a los obreros asalariados. Los proletarios en cambio, al terminar el proceso de producción, siguen como estaban, y de nuevo han de vender al capitalista su fuerza de trabajo. Por lo tanto, del análisis de la reproducción simple de un capital individual se deduce que en el curso de la reproducción capitalista se renuevan sin cesar las relaciones de explotación propias de este sistema. Dicho análisis nos muestra también que, con la reproducción simple, el capitalista podría agotar muy pronto la suma invertida en un principio, pues toda la plusvalía producida por los obreros es consumida personalmente por él. Si invierte en la producción 100.000 dólares y retira cada año 10.000 para sus necesidades propias, al cabo de diez años habría consumido su capital si no obtenía ganancia alguna. Pero transcurren los diez años y el capitalista sigue obteniendo ganancias. Por consiguiente, todo su capital es, en esencia, plusvalía acumulada, que los obreros crearon con su trabajo y que el capitalista se apropia a título gratuito. El análisis que Marx hace de la reproducción simple del capital social pone de manifiesto las leyes que rigen el movimiento de toda la economía capitalista en su conjunto. Marx señala la imposibilidad de establecer la ley de la reproducción del capital social si la producción social no es dividida en dos grandes secciones: producción de medios de producción (primera sección) y producción de artículos de consumo (segunda sección). El análisis del movimiento del producto social producido en su forma natural de medios de producción y de artículos de consumo hay que combinarlo también con el análisis en su forma de valor. Para ello, del valor del producto social anual conjunto, es decir, de toda la masa de medios de producción y de artículos de consumo producidos por la sociedad en un año, hay que separar la parte destinada a compensar el capital fijo consumido en el año, la parte destinada a compensar el capital variable y la plusvalía producida durante el año. Son las tres partes integrantes en que se descompone el valor de la producción obtenida durante el año por cada una de las secciones de la producción social. Marx se fija la tarea de poner en claro las condiciones de realización del producto social dentro de la sociedad capitalista. Para que todos los capitalistas puedan vender, es decir, realizar las mercancías producidas en sus empresas, se necesita una determinada relación entre la sección primera y la segunda. Con la reproducción simple es necesario que el conjunto del capital variable y la plusvalía sea igual al capital constante de la segunda sección: I (v + p) = IIc. Con el intercambio recíproco de estas partes del producto social, los obreros y capitalistas de la primera sección reciben artículos de consumo, y los capitalistas de la segunda sección reciben capital constante para la nueva producción. Por lo tanto, la primera sección asegura a ambas secciones medios de producción y la segunda proporciona artículos de consumo a los obreros y capitalistas de ambas secciones.
En la reproducción ampliada, el conjunto del capital variable y la plusvalía de la primera sección es superior al valor del capital constante de la segunda sección I (v + p) > II c. La diferencia entre el primer valor y el segundo forma el excedente que pasa a formar la acumulación. Al incrementarse ésta, la parte del capital constante crece y disminuye la del capital variable. El más rápido incremento del capital constante con relación al variable es ley de la acumulación del capital. De esta ley se desprende que el capital constante, en cada una de las secciones, crece más deprisa que el capital variable y la plusvalía. Pero si el capital constante de la primera sección aventaja en su incremento al capital variable y a la plusvalía de su misma sección, tanto más aventajará al capital constante de la sección segunda, pues hemos visto ya que este último tiene un crecimiento más lento que el capital variable y la plusvalía de la primera sección. Por lo tanto, en la reproducción ampliada el incremento mayor corresponde a la producción de medios de producción para la producción de medios de producción y luego a la producción de medios de producción para la producción de artículos de consumo; donde el avance es menor es en la producción de artículos de consumo. El incremento preferente de la producción de medios de producción es ley económica de toda reproducción ampliada. De otro modo ésta no podría tener efecto. El resorte que mueve a la ampliación de la producción bajo el capitalismo es el deseo de obtener una plusvalía cada vez más voluminosa. A ello empuja también la competencia. En el curso de la reproducción capitalista ampliada se repiten, sobre una base más amplia, las relaciones de la explotación capitalista, crece el ejército de obreros y sigue adelante el proceso de concentración y centralización del capital. El análisis que Marx hace de la reproducción simple y ampliada del capital social nos muestra que la proporcionalidad entre las secciones primera y segunda y entre los distintos sectores dentro de cada sección puede ser establecida sólo a través de las crisis económicas y para un tiempo muy breve; la reproducción capitalista presenta contradicciones antagónicas que hacen inevitables las crisis económicas de superproducción. Crisis económicas de superproducción.
La tendencia de los capitalistas a aumentar ilimitadamente la producción, en unas circunstancias en que el consumo se ve reducido al estrecho marco de la demanda solvente de las masas, halla una salida en el incremento preferente de la producción de medios de producción. La ampliación de la producción de medios de producción bajo el capitalismo, a la vez que una expresión del progreso técnico, es como un refugio provisional para eludir las dificultades de venta originadas por la insuficiente solvencia de las masas. Ahora bien, la ampliación de la producción, cuando la producción de artículos de consumo se ve limitada por los bajos ingresos de las grandes masas, conduce periódicamente a crisis de superproducción. Como la meta final que la producción se marca es la producción de artículos de consumo, la causa última de todas las crisis económicas, según indicaba Marx, es la miseria y el limitado consumo de las masas. Aquí podemos apreciar la contradicción fundamental del capitalismo, la que se produce entre el carácter social de la producción y la apropiación capitalista privada o individual. La primera crisis general de superproducción tuvo lugar en Inglaterra, en 1825. A partir de entonces se vinieron repitiendo, primero cada diez años aproximadamente y luego en períodos menos determinados. Entre 1825 y 1938 Inglaterra conoció trece crisis económicas. En los otros países capitalistas. que entraron posteriormente en la vía de la gran industria maquinizada, las crisis tardaron algo más en manifestarse. La crisis económica es la superproducción de mercancías, la acumulación al máximo de dificultades para su venta, la caída de los precios y el rápido descenso de la producción. Durante las crisis crece bruscamente la desocupación, desciende el salario de los obreros que todavía trabajan, las relaciones crediticias se trastornan y sobreviene la ruina de muchos patronos, especialmente de los pequeños.
Durante la crisis y en el período de depresión que ordinariamente sigue a ella, los "stocks" de mercancías se van realizando poco a poco a bajo precio (pues, como ya dijimos, los precios experimentan una caída). Movidas por el deseo de aumentar la productividad del trabajo, para obtener una ganancia aun con precios bajos, los capitalistas empiezan a renovar el equipo de sus empresas. Esto origina la demanda de medios de producción. El mercado se reactiva poco a poco y luego experimenta un auge. Esta sucesión de crisis, depresión, reactivación y auge, para volver de nuevo a la crisis, demuestra que la producción capitalista se desarrolla cíclicamente, es decir, que realiza una rotación en la que se repiten unas mismas fases, lo mismo que se suceden el invierno y el verano. La reproducción ampliada capitalista no es un proceso continuo. La sucesión de ascensos y caídas y depresiones, las interrupciones constantes en el incremento de la producción son ley de la reproducción ampliada capitalista. "La producción capitalista -escribe Lenin- no puede desarrollarse más que a saltos, dando dos pasos adelante y uno (y a veces dos) atrás."
Las crisis son un producto de la contradicción fundamental del capitalismo, la que existe entre el carácter social de la producción y la apropiación privada del fruto del trabajo. El carácter social de la producción se manifiesta, primero, en el desarrollo de la especialización de la producción y de la división del trabajo, con lo que los distintos sectores son parte integrante del proceso social de producción; y segundo, en la concentración de la producción en empresas cada vez mayores. Lo uno y lo otro crean enormes posibilidades para que la producción se ensanche. En el período de reactivación, y especialmente en el de auge, el formidable incremento que experimenta, afecta sobre todo a la producción de medios de producción. Mientras se construyen nuevas fábricas, líneas férreas, centrales eléctricas, etc., crece en cierta medida la demanda de nueva mano de obra, y por consiguiente, de artículos de consumo, pero este incremento está lejos de hallarse a la altura del que experimenta la demanda de medios de producción. De ahí que tarde o temprano, en virtud de la anarquía de la producción que en sí encierra el capitalismo, las enormes posibilidades de la gran industria para su ampliación acaban por chocar con los estrechos límites del consumo, con la incapacidad de los mercados para ir a la par del incremento de la producción. La gran masa de productos lanzados al mercado no puede ser absorbida por el comprador medio, pues a ello se opone la limitación de su demanda solvente, de sus ingresos.
En su conocido artículo "Carlos Marx", V. 1. Lenin señala que la posibilidad de la rápida ampliación de la industria "en relación con el crédito y la acumulación del capital en los medios de producción, proporciona, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de superproducción que periódicamente advienen en los países capitalistas, primero cada diez años por término medio y luego en períodos de tiempo más prolongados y menos definidos”. La acumulación en los medios de producción explica también el carácter periódico de las crisis.
El bajo nivel de los precios y la agudización de la competencia en el período de depresión obligan a los capitalistas a reemplazar el equipo moralmente envejecido por otro nuevo, es decir, a renovar el capital fijo (utillaje, máquinas, instrumental). A fin de no quedarse atrás de sus competidores, cada patrono trata de disminuir los gastos de producción mediante perfeccionamientos técnicos. "...La crisis -escribía Marx- es siempre el punto de partida para nuevas y grandes inversiones de capital. Por consiguiente, si tomamos la sociedad en su conjunto, la crisis crea, en mayor o menor grado, una nueva base material para el siguiente ciclo de rotaciones." Las crisis son prueba de la creciente discordancia que existe entre las relaciones burguesas de producción y el carácter de las modernas fuerzas productivas. Son una muestra irrefutable de la limitación del modo capitalista de producción, de su incapacidad para abrir amplios horizontes al desarrollo de las fuerzas productivas.
Las crisis de superproducción demuestran que la sociedad moderna podría proporcionar una cantidad incomparablemente mayor de productos destinados a mejorar la vida de los trabajadores si los instrumentos y medios de producción fueran puestos en juego no para obtener una ganancia capitalista, sino para satisfacer las demandas de todos los miembros de la sociedad. Pero esto sólo es posible convirtiendo en social la propiedad privada sobre los medios de producción.

martes, 27 de noviembre de 2012

El aumento de la ganancia como fin y límite de la producción capitalista


La ganancia es el resorte y el fin principal que mueve al capitalista. Para éste la producción no es más que un medio de obtener beneficios. En cuanto al consumo de las masas populares, la economía capitalista no lo toma en cuenta más que como condición indispensable para la obtención de ganancias; fuera de esto, el problema del consumo pierde para el capitalista todo sentido. El capital busca por todos los medios el incremento de la masa y de la cuota de ganancia. La cuota de ganancia expresa la relación entre la plusvalía y el conjunto del capital invertido en la empresa. Es el índice de la rentabilidad de la empresa capitalista.
En el proceso de producción de la plusvalía existen diferencias entre los distintos sectores de la industria. En unos, el patrono se ve obligado a invertir la mayor parte de su capital en medios de producción: locales, máquinas, etc., que no rinden de por sí ganancia, aunque son necesarios para obtenerla. En otros sectores, que necesitan menos recursos técnicos, la parte mayor del capital se destina a contratar mano de obra. La proporción entre el capital fijo y el variable determina la composición orgánica del capital, tanto en una empresa concreta como en un sector entero de la industria. Cuanto mayor es la parte del capital fijo, más elevada es, en todo el capital, la composición orgánica. Ganancia media. En los sectores con un capital de distinta composición orgánica, capitales iguales proporcionan una plusvalía diferente. En los sectores con un capital de baja composición orgánica, la plusvalía será mayor que en aquellos donde tal composición es alta. Sin embargo, los sectores de distinta composición orgánica de su capital no podrían coexistir si los capitalistas no obtuviesen una ganancia igual a capitales iguales. En efecto, ¿qué sentido tendría para ellos imponer su capital en un sector de baja cuota de ganancia? Los hechos demuestran que capitales iguales, colocados en sectores distintos de la industria, proporcionan una ganancia que más o menos es la misma, cualquiera que sea su composición orgánica. Esto es así porque, además de la competencia entre los capitalistas de un mismo sector por la venta de mercancías iguales, existe la competencia entre sectores por una inversión más ventajosa del capital. La afluencia de capitales de un sector a otro hace que en unos se eleven los precios, mientras que en otros bajan. El capital abandona los sectores en los que se advierte superproducción de mercancías, una brusca baja de los precios, donde las empresas quiebran, y se dirige a los sectores en que la escasez de mercancías ha hecho subir los precios. Por lo tanto, tiene lugar una equilibración espontánea de la cuota de ganancia de los sectores industriales con distinta composición orgánica de capital y se forma una cuota media (general) de ganancia. Todo el conjunto de la plusvalía producida por la clase obrera, gracias a tal afluencia y retirada de capitales, se distribuye entre los capitalistas en proporción aproximada a la cuantía de sus inversiones. Precio de producción.
Bajo el capitalismo, al equilibrarse la cuota de ganancia los precios de las mercancías vienen determinados por el precio de producción, que es igual a los gastos de producción más la ganancia media. Cada capitalista trata de obtener a cambio de su mercancía un precio que no sólo le reintegre los gastos de producción, sino que le proporcione siquiera sea la ganancia media, ordinaria y normal en un momento dado y en cada país. El precio de producción de un artículo concreto puede ser, pues, superior o inferior al valor, aunque el conjunto de precios de producción es igual al conjunto de valores de todas las mercancías. No es difícil convencernos de que esto es así, Bastará para ello el ejemplo siguiente:Supongamos que el valor de las mercancías en los sectores de una elevada composición orgánica asciende a 120 unidades monetarias (capital constante, 90; variable, 10; plusvalía, 20 unidades monetarias) y que en los sectores de baja composición orgánica es de 140 unidades (capital constante, 80; variable, 20; plusvalía, 40 unidades monetarias). En estas condiciones el precio de producción, igual al capital desembolsado y a la ganancia media, será:     
100+ 20+40 =130 unidades monetarias.
           2

Las mercancías de los sectores de elevada composición orgánica se venden a 10 unidades monetarias por encima de su valor, mientras que las mercancías de sectores con una baja composición orgánica del capital lo son a 10 unidades por debajo de su valor. Las desviaciones respecto del valor se compensan mutuamente y el conjunto de valores de todas las mercancías (120 + 140 = 260) coincide con el conjunto de los precios de producción    (130 + 130 = 260).
La teoría de la ganancia media y del precio de producción es muy importante para comprender las tareas fundamentales de la lucha de clase del proletariado. Nos hace ver que cada capitalista está interesado en elevar no sólo el grado de explotación de sus obreros, sino también de la clase obrera en su conjunto, pues, en última instancia, las ganancias del capitalista son la parte que le corresponde del total de la plusvalía producida por la clase obrera. Se comprende, escribía Marx, por qué "los capitalistas, que revelan tan escasos sentimientos fraternales cuando compiten unos con otros, forman una auténtica hermandad masónica cuando se trata de la lucha contra la clase obrera en su conjunto".
La teoría de la ganancia media revela, pues, la base material de la solidaridad de clase de los capitalistas. A esta solidaridad, que descansa en la aspiración egoísta a sacar del obrero todo cuanto se pueda, la clase obrera opone su solidaridad propia, que se asienta en el legítimo deseo de poner fin a la explotación capitalista. La lucha de la clase obrera contra el poder del capital no puede limitarse a la acción contra uno u otro patrono por mejorar las condiciones de trabajo en una empresa o en un sector de la producción. La meta final que la clase obrera persigue en su lucha es la destrucción del sistema de la explotación capitalista, la destrucción del régimen social de la burguesía. La teoría de la ganancia media muestra que la competencia de los capitalistas en los distintos sectores de la producción reduce las diferentes ganancias a una ganancia media, cualquiera que sea la composición orgánica del capital en uno u otro sector. La cuota de ganancia media varía con el tiempo, mas en cada período y en cada país es un valor bastante estable, que todos los hombres de negocios tienen en cuenta. Beneficio del patrono e interés. La ganancia capitalista se descompone en beneficio del empresario e interés. El patrono capitalista no se limita de ordinario a operar con sus propios recursos. También pone en juego sumas recibidas a crédito. La parte de la ganancia que el capitalista cede por el derecho a manejar el capital de otro capitalista o de un Banco se denomina interés. La ganancia menos el interés que el capitalista satisface por las sumas recibidas a crédito recibe el nombre de beneficio del patrono. Los Bancos capitalistas actúan de intermediarios en los pagos entre los capitalistas, reúnen (por imposición en sus cuentas corrientes y otras operaciones) efectivos y beneficios en metálico y los ponen a disposición de los capitalistas. A la vez que cooperan al desarrollo de la producción capitalista y a la centralización del capital, los Bancos incrementan la dominación de este último sobre el trabajo y crean las condiciones para que el gran capital disponga, además de sus propios medios, de una parte cada vez mayor de los recursos económicos e ingresos de las restantes capas de la población. La ganancia como límite de la producción capitalista. Los economistas burgueses presentan la ganancia capitalista como el mejor de los estímulos para el progreso técnico y el incremento ilimitado de la producción. Silencian el hecho de que la ganancia capitalista es el fruto de la explotación y del agotamiento de la mano de obra; no dicen que la subordinación de la producción al principio de la ganancia capitalista, lejos de constituir un estímulo, es el límite de la producción capitalista. Los capitalistas producen sólo y en la medida en que ello les resulta beneficioso. A menudo, y particularmente en nuestros tiempos, reducen la producción, frenan el progreso técnico y destruyen grandes cantidades de productos con el único fin de elevar la cuota de ganancia. Más aún, los monopolios capitalistas desencadenan guerras y causan a la humanidad daños sin cuento con el único fin de asegurar sus ganancias.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El estado como instrumento de la dominación de clase


La teoría marxista-leninista de las clases y de la lucha de clases proporciona la clave para la comprensión del Estado, que es uno de los fenómenos más complejos en la vida de la sociedad humana, explica científicamente su esencia, origen y desarrollo, la sustitución de unos Estados por otros y su inevitable desaparición. Origen y esencia del Estado. La historia demuestra que la existencia del Estado se halla vinculada a las clases. En las fases primeras de desarrollo de la humanidad, bajo el régimen de la comunidad primitiva, no había clases y tampoco se conocía el Estado. La dirección de los asuntos públicos corría a cargo de la sociedad misma.
Luego aparece la propiedad privada y con ella la desigualdad económica; la sociedad se escinde en clases antagónicas y la dirección de los asuntos públicos experimenta un cambio radical. Era ya imposible decidir esos asuntos por el acuerdo unánime de toda la sociedad o de su mayoría. Las clases explotadoras se apoderan de los puestos de mando. Pero siendo como eran una reducida minoría, estas clases sólo podían mantener el sistema que les favorecía recurriendo a la coerción directa, a la fuerza, que venía en ayuda de su poderío económico. Para esto hacía falta un aparato especial: grupos armados (ejército, policía), tribunales, cárceles, etc. A la cabeza de este aparato de coerción se colocan gentes que interpretan los intereses de la minoría explotadora, y no de la sociedad en su conjunto. Así se forma el Estado, que es una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otras. Poniendo en juego esa máquina, la clase económica dominante consolida el régimen social que le conviene y mantiene por la fuerza, dentro de un determinado modo de producción, a sus enemigos de clase. De ahí que en la sociedad basada en la explotación el Estado sea siempre en esencia la dictadura de la clase o clases de los explotadores. Con relación a toda la sociedad en su conjunto, el Estado es un instrumento de dirección y gobierno de la clase dominante; con relación a los enemigos de esta clase (en la sociedad de explotación se trata de la mayoría), es un instrumento de represión y de violencia.
El Estado es, pues, un producto de las irreductibles contradicciones de clase. "Aparece donde, cuando y en la medida en que las contradicciones de clase no pueden ser, objetivamente, conciliadas." El poder político de la clase económicamente dominante: tal es la esencia del Estado, la naturaleza de sus relaciones con la sociedad, aunque también presenta otras características. Únicamente podemos hablar de Estado cuando el poder político de una u otra clase se extiende a un determinado territorio y afecta a la población que en él vive: ciudadanos o súbditos. La extensión del territorio y la cuantía y composición de la población pueden influir, ciertamente, en el poderío del Estado y, en algunos casos, en la forma que el mismo adopta. Pero no es esto lo que determina su esencia, sino su naturaleza de clase. Tipos y formas del Estado. Los Estados, lo mismo los que existieron en otros tiempos como los actuales, ofrecen por sus tipos y formas un cuadro que no puede ser más diverso: tenemos los imperios despóticos de Asiria, Babilonia y Egipto, las repúblicas griegas, el Imperio Romano, los principados de la Rus de Kiev, las monarquías del Medievo, las repúblicas parlamentarias de nuestros tiempos y, en fin, la república socialista.
El tipo de Estado viene definido por la clase a la cual sirve, es decir, en última instancia, por la base económica de la sociedad. De ahí que el tipo de Estado corresponda a una formación económico-social. La historia conoce tres grandes tipos de Estado basado en la explotación: esclavista, feudal y burgués. Todos ellos tienen de común y característico el dominio de los explotadores, es decir, de una pequeña parte de la sociedad, sobre los explotados, que son la inmensa mayoría. Un Estado nuevo y completamente distinto es el socialista, en el que el poder pertenece a la clase obrera y a todos los trabajadores, que integran la mayoría o la totalidad del cuerpo social. El tipo de Estado expresa, pues, su esencia de clase. La forma, en cambio, nos habla de la organización de los órganos de poder y gobierno, de su régimen político. Atendiendo a este criterio tenemos la monarquía, al frente de la cual se halla una persona que no es elegida por la población (rey, emperador), y la república, donde el poder es electivo. Hay también Estados en los que se combinan rasgos de ambas formas, por ejemplo, la monarquía constitucional, en la que el poder del rey o del emperador se ve restringido por la ley -Constitución- y las funciones de gobierno corren a cargo de órganos electivos. La forma del Estado es inseparable del régimen político establecido por la clase dominante. Este régimen puede ser distinto en Estados de un mismo tipo. Así, el Estado burgués no adopta sólo la forma de república democrática, sino también la del régimen terrorista del fascismo. La aparición de unas u otras formas de Estado, su desarrollo y prosperidad, lo mismo que su decadencia y su sustitución por otras formas distintas, no obedecen al azar. La variedad de formas en los Estados de un mismo tipo depende, ante todo, de las modificaciones experimentadas por el régimen económico y por la correlación de las fuerzas de clase y de los distintos grupos en el seno de las clases dominantes. Al período de la dispersión feudal, en el que cada hacienda representaba en realidad una economía independiente y los vínculos económicos entre ellas eran muy débiles, corresponde un Estado descentralizado, con un poder central débil y una gran independencia política de los señores. En el período de desintegración del feudalismo, cuando se incrementan las relaciones mercantiles monetarias, los vínculos económicos entre las distintas comarcas y entre los Estados, en que se robustece el papel económico de la burguesía, surge el Estado centralizado con la forma de la monarquía absoluta. Pero hay también otros factores que influyen sobre la forma del Estado: las tradiciones nacionales, la continuidad en la evolución de las instituciones políticas, la conciencia política del pueblo, las relaciones con otros países (por ejemplo, el peligro de una agresión), etc.
La ciencia marxista-leninista atribuye gran importancia a la forma del Estado. Así, bajo la dominación de la burguesía, una forma más democrática brinda condiciones más propicias para el progreso social, para los avances de la cultura y la ciencia y para la lucha de las masas trabajadoras contra el yugo y la explotación. Pero ninguna forma, ni la más democrática, está en condiciones de cambiar la esencia del Estado de explotación como instrumento de dominación de una clase sobre otras. El Estado esclavista tuvo en Egipto la forma oriental de monarquía despótica gobernada por los faraones; en Atenas, la forma de democracia; en Roma, la de república aristocrática y más tarde de imperio, etc. A pesar de tan gran variedad de formas, la esencia de todos estos Estados era la dominación de clase de los esclavistas sobre los esclavos. El Estado burgués. También el Estado burgués puede adquirir formas distintas: república democrática, monarquía constitucional, dictadura descarada de tipo fascista. Pero cualquiera que sea su forma, siempre es un instrumento de la burguesía, es decir, un arma que la burguesía emplea para mantener sometidas a las masas trabajadoras. El Estado democrático-burgués era un gran paso adelante en comparación con los tipos anteriores. La revolución burguesa puso fin al régimen de la monarquía absoluta, que se había hecho odiosa al pueblo. Estableció el sistema representativo, el tribunal de jurados y otras instituciones democráticas, y, bajo la presión de las masas revolucionarías, sus Constituciones proclamaron muchos principios de la democracia. Sin embargo, de la misma manera que el régimen económico del capitalismo no había suprimido la explotación de las masas trabajadoras, limitándose a cambiar su forma, la democracia burguesa no alteró la naturaleza antipopular del poder político de los explotadores. Las instituciones democráticas de la burguesía son democráticas en el papel, no aseguran a los trabajadores la posibilidad real de ejercer los derechos que se proclaman. Y no podía ser de otro modo, pues el régimen económico del capitalismo es incompatible con la igualdad real y la libertad de hecho. Incluso el Estado burgués más democrático tiene por misión la defensa y justificación del sistema capitalista y de la propiedad privada, con las consiguientes medidas represivas contra los trabajadores, que quieren poner fin a ese estado de cosas. Así podemos verlo muy especialmente en nuestra época, en que la burguesía imperialista renuncia a las instituciones y formas democráticas conquistadas por el pueblo y mantiene su ofensiva contra los derechos y libertades individuales. La mejor confirmación de que esto es así es el Estado fascista -la dictadura de la parte más reaccionaria y agresiva de la burguesía monopolista-, que existió en Italia (1922-1943) y en Alemania (1933-1945) y que todavía perdura en España. Esa tendencia de la burguesía a abandonar la democracia tropieza con la resistencia de las fuerzas democráticas y socialistas, cada vez más poderosa y organizada, al frente de las cuales se encuentra la clase obrera con sus partidos marxistas. Tales son algunas de las tesis fundamentales del materialismo histórico por lo que al Estado se refiere. La doctrina marxista-leninista sobre el Estado no se reduce, se comprende, a lo que acabamos de exponer. Son muchos los elementos nuevos y peculiares que a esta doctrina aporta la experiencia de la época moderna, sobre todo la experiencia de los trabajadores que crearon un Estado de nuevo tipo, como es el socialista.

martes, 13 de noviembre de 2012

El papel del Pueblo en la vida político-social de nuestra época


La tesis marxista de que el pueblo es el creador de la historia es valedera para todos los tiempo Y épocas. Pero la actividad de las masas populares hay que considerarla en su desarrollo. De una formación a otra cambian las condiciones sociales en que transcurren el trabajo y la lucha de las masas del pueblo, con lo que se hace distinto su papel en la vida y el desarrollo de la sociedad. Desde los tiempos en que la sociedad se dividió en clases, la tendencia general de estos cambios es la de un incremento de la influencia de las masas trabajadoras sobre la marcha de los distintos aspectos de la vida social, y muy singularmente sobre la política. Creciente papel de las masas populares en política. Bajo un régimen de explotación, las funciones de gobierno de la sociedad, la decisión de sus asuntos interiores y exteriores, es monopolio de las clases explotadoras dominantes. La resistencia a los explotadores, la lucha de clases, es el único recurso de que las masas populares disponen para influir en la política. Así las cosas, el papel de las masas populares en la vida política viene determinado enteramente por el nivel de la lucha de clase de los trabajadores contra quienes les oprimen. Este nivel crece constantemente con el paso de una formación social a otra. La historia de la sociedad esclavista abunda en ejemplos de abnegada lucha de los oprimidos. Pero los esclavos, entre los que tantas diferencias había de lengua y de raza, eran una masa que difícilmente podía agruparse para formar una fuerza social importante y poseían una conciencia de clase muy escasa. De ordinario, los esclavos que se sublevaban no pensaban siquiera en la lucha contra el régimen esclavista; su único anhelo era volver a su patria para sentirse de nuevo hombres libres. El paso al feudalismo brinda a los trabajadores posibilidades más amplias de lucha contra la opresión. Los siervos vivían y trabajaban en su misma patria, hablaban en una misma lengua y comprendían más que los esclavos su solidaridad en la lucha contra los señores. Poco a poco aprendieron a establecer relaciones con las capas pobres de la ciudad, con las cuales buscaban la alianza. No obstante, también los movimientos campesinos presentaban defectos orgánicos que se derivaban del propio carácter de los siervos como clase: limitación de los levantamientos a comarcas reducidas, debilidad en cuanto a la organización, etc.
La clase obrera elevó la lucha contra los explotadores a su más alto nivel. No en vano es la más organizada de todas las clases oprimidas que la historia conoce. Es la única que se presenta armada de una concepción científica del mundo. Es una fuerza no sólo nacional, sino internacional, al hallarse unida por los fuertes lazos de la solidaridad proletaria. Todo esto infunde singular potencia a la lucha de clases y la convierte en un factor primordial de la vida política hasta en los períodos "pacíficos" y no revolucionarios. La lucha de clase de los trabajadores alcanza su punto culminante en el período de la revolución socialista. Fruto de la misma es el nacimiento de una sociedad nueva, en la cual la política, que antes era un instrumento de coerción y represión de las masas populares, se convierte en arma para la defensa de sus conquistas e intereses. Se trata de un viraje de capital importancia en la historia de la humanidad. En adelante, las masas populares, dirigidas por la clase obrera y su partido, comienzan a determinar y orientar por sí mismas la política. De objeto que eran de la política oficial, se convierten en sujeto. Esto se desprende de la naturaleza de la sociedad socialista y se encuentra garantizado por todo el sistema de vida de la misma. Las masas populares como fuerza política decisiva de nuestro tiempo.
El incremento del papel de las masas populares en la vida político-social es, pues, una ley del desarrollo histórico. Cuanto más difíciles son las tareas que se alzan frente a la sociedad y más profundos y consecuentes son los cambios que esas tareas exigen, más grandes son las masas que se incorporan como factor consciente de la historia y de los cambios sociales que en ésta se producen. Esto, subrayaba Lenin, es una de las tesis más importantes y profundas de la teoría marxista. Nos explica, por ejemplo, por qué en nuestra época -la época del hundimiento definitivo del reino de la explotación y de la construcción del comunismo- crece con tan vertiginosa rapidez el papel de las masas populares en la vida social. "La historia -escribe Lenin- la hacen ahora por su cuenta millones y decenas de millones de seres." ¿Qué manifestación concreta adquiere todo esto? Primeramente, en los países habitados por un tercio de la humanidad las masas populares han llevado a cabo un profundo viraje histórico, rompiendo para siempre con cuanto las condenaba al atraso, a la opresión y a la humillación. Los trabajadores de los países socialistas son dueños de su propia vida y la única fuerza que determina los destinos de la sociedad. De esta manera han reducido a polvo las fábulas inventadas por los explotadores, en el sentido de que una sociedad sin opresión ha de entrar forzosamente en colapso y desaparecer, arrastrando consigo a su economía, su civilización y su cultura. La gran hazaña de los trabajadores de los países socialistas es un ejemplo y un estímulo para las masas populares del mundo entero.
Se han despertado y puesto en movimiento masas enormes de gentes del trabajo en las colonias y países dependientes. Pasó para siempre la época en que los gobiernos imperialistas prescindían de ellos en sus cálculos y los trataban como a bestias. Los trabajadores de estos países han proclamado ante el mundo entero y han hecho saber que son hombres como todos los demás y que exigen unas condiciones humanas de existencia. Esto ha producido en el transcurso de los diez años últimos cambios sustanciales en el mundo, ha puesto fin a la división de la población de nuestro planeta en un puñado de naciones superiores, que resolvían los destinos del globo, y los pueblos de color -más de mil millones de seres oprimidos y explotados-, a los que durante largo tiempo manejaron impunemente a su antojo los imperialistas. Se han producido también cambios profundos en la situación de los trabajadores dentro de los países capitalistas. Cierto que no se han emancipado aún de su yugo. Pero ¿acaso se puede comparar su papel en la vida política no ya con épocas históricas pasadas, sino con la situación que había hace unas cuantas decenas de años? Hoy, incluso en los países en que aún gobiernan los explotadores, los trabajadores son una fuerza que los capitostes imperialistas no pueden por menos de tener presente. Los trabajadores tienen sus partidos políticos, a menudo cuentan con nutridas representaciones parlamentarias, poseen prensa propia y las organizaciones más diversas. Ha crecido enormemente el interés hacia los problemas político-sociales, incluso hacia aquellos que antes no importaban a nadie más que a los políticos profesionales. La parte avanzada de los trabajadores tiene conciencia clara de sus intereses y cada vez maneja mejor las más importantes formas de lucha en defensa de los mismos. El incremento de la influencia de las masas populares sobre la política de los países burgueses abre ante ellas vastas perspectivas en cuanto al éxito de la lucha por sus intereses económicos y políticos inmediatos. Una circunstancia de valor trascendental es que la existencia del poderoso sistema socialista y de una amplia zona de paz, que crece más y más, ofrece a las masas trabajadoras, por primera vez en la historia, la posibilidad de impedir una guerra que, dada la potencia destructiva de las armas actuales, amenazaría la existencia de cientos de millones de seres humanos. El incremento de la actividad política de los trabajadores les brinda también posibilidades nuevas en cuanto a la lucha por sus reivindicaciones últimas y aproxima el alumbramiento de la sociedad socialista, un alumbramiento sin dolor y fácil, y en condiciones favorables hace posible la transición al socialismo por vía pacífica. La incorporación a la labor histórica de millones de trabajadores tiene, por tanto, un significado enorme para toda la vida de la sociedad contemporánea. Es lógico que no piensen lo mismo acerca de esto la burguesía y la clase obrera. Para la burguesía reaccionaria, el incremento de la influencia de las masas populares en la vida social amenaza la existencia del sistema capitalista y es un obstáculo con el que siempre tropieza cuando quiere aplicar una política interior y exterior de su agrado y conveniencia. De ahí que la incorporación de millones de trabajadores a una labor histórica consciente siembre entre sus políticos e ideólogos profunda inquietud y confusión. Dominados por el pánico, afirman el advenimiento de la era de la "sociedad de las masas", del "dominio de las turbas", en lo que ven un trastorno completo de la marcha normal de la historia que amenaza a la sociedad con toda clase de males. Pero la burguesía no se limita a difamar a las masas. Al propio tiempo, hace cuanto está a su alcance para reducir al mínimo el papel de los trabajadores en la política y quitarles sus posibilidades de influir sobre la vida y el desarrollo de la sociedad. Así nos lo prueba la cruzada de la burguesía imperialista contra la democracia y los repetidos intentos de implantar sistemas fascistas, que tienen el fin exclusivo de acabar con la influencia que sobre la vida social ejercen las masas. Paralelamente, la burguesía reaccionaria recurre a las mentiras más refinadas y la demagogia para ganarse a las masas. Es la última carta que juegan las fuerzas antipopulares. No hay que desdeñar el peligro de tales manejos. Porque los imperialistas no disponen sólo de recursos ingentes y de un poderoso aparato de propaganda; también poseen una gran experiencia -acumulada durante los siglos de dominación del capital- en cuanto a la esclavización espiritual de los trabajadores. Valiéndose del atraso de parte de las masas populares, en especial de los elementos pequeñoburgueses, la burguesía reaccionaria ha logrado en algunas ocasiones atraerse y convertir en instrumento de su política a capas considerables de la población. Así ocurrió en la Alemania nazi y en la Italia fascista. Bajo la influencia de la burguesía se encuentra actualmente una parte no despreciable de los trabajadores en los países capitalistas. Incluso en los países en que la clase obrera ocupa el poder, la burguesía mundial no desaprovecha la menor coyuntura para sembrar la escisión entre los trabajadores, se vale de cualquier fisura y de cualquier error para extender su influencia entre las masas. Prueba elocuente de ello son los acontecimientos de otoño de 1956 en Hungría.
Mas por mucho que la burguesía se esfuerce, por muchas que sean las maniobras a que recurra, su camino no es el de las masas populares. Puede durante cierto tiempo engañar a cierta parte de los trabajadores, pero como no deja de ser una clase explotadora y opresora, jamás podrá establecer con ellos una alianza sólida. De ahí que el creciente papel de las masas populares en la vida político-social
debilite a la burguesía reaccionaria y sea un síntoma de que se aproxima el fin de su dominación. Otra cosa es la clase obrera. Ella misma es una parte importante, a veces la mayoría, de la población trabajadora, de las masas populares. Más aún, la clase obrera se halla unida a todos los trabajadores por la profunda comunidad de sus intereses vitales, lo mismo en el período de la lucha contra la burguesía que cuando se trata de edificar la nueva sociedad socialista. De ahí que el incremento del papel de las masas populares en la vida de la sociedad sea fuente de energía para la clase obrera y robustezca las posiciones del socialismo, que es su gran conquista histórica. Esto, sin embargo, no significa que la parte más consciente de la clase obrera, su vanguardia marxista-leninista, pueda despreocuparse del reforzamiento de sus vínculos con las masas. Tales vínculos, en unas condiciones de encarnizada lucha de clase con la burguesía, no se establecen automáticamente. Exigen esfuerzos constantes y atención de cada comunista y de cada trabajador consciente. La lucha por la influencia entre las masas sigue siendo la base de la política de los partidos marxistas-leninistas. La incorporación de nuevos millones de seres a la vida político-social plantea más imperiosamente aún la tarea de su agrupación, organización y educación. Del éxito que en este terreno se consiga depende en buena parte que se puedan poner en juego las inusitadas posibilidades del movimiento de emancipación de los trabajadores que se ponen de manifiesto en nuestra época. El incremento del papel de las masas populares en la vida político-social trae consigo una gigantesca aceleración del desarrollo histórico, del progreso social. El avance en nuestra época es tan rápido, que cada década, por su contenido y por el valor del camino cubierto por la humanidad, puede ser equiparada a siglos enteros de períodos anteriores de la historia. La aceleración del desarrollo en nuestra época equivale a la aceleración del movimiento que nos lleva al socialismo y al comunismo.
Lenin escribía: "La victoria será de los explotados, pues con ellos está la vida, está la fuerza del número, la fuerza de la masa, la fuerza de los inagotables manantiales de todo lo abnegado, rico en ideas y honesto, que empuja hacia adelante y despierta para la construcción de lo nuevo, de todas las gigantescas reservas de energía y talento de lo que llaman el «vulgo», de los obreros y los campesinos. La victoria será suya."'

jueves, 8 de noviembre de 2012

Esencia de las diferencias de clase y de las relaciones entre las clases


Los choques y contradicciones que se producen entre los hombres de diversa condición social condujeron a los pensadores avanzados, antes de que Marx saliera a la palestra, a la idea de que existen distintas clases sociales enfrentadas unas a otras. Su noción de las clases era, sin embargo, muy difusa e indefinida. De entre los muchos caracteres que diferencian a los hombres pertenecientes a clases distintas, esos pensadores no pudieron destacar lo que es principal y decisivo. De ahí que los principios de división de las clases que esos pensadores proponían no abarcasen la esencia del problema y a menudo fuesen accidentales y arbitrarios. Esto último es aplicable, en grado todavía mayor, a la sociología burguesa de nuestros tiempos. Los sociólogos burgueses admiten que la sociedad no es homogénea y se compone de numerosos estratos y grupos. Ahora bien, ¿qué hay en el fondo de esta estratificación? Las respuestas varían. Unos colocan en primer plano el factor espiritual, la comunidad psicológica, de ideas religiosas, etc. Pero nosotros hemos visto ya que la conciencia social depende del ser social. Otros ven el principio de la división de clases en el bienestar material: volumen de los ingresos, condiciones de vivienda, etc. Pero ese volumen de los ingresos depende del lugar que la clase ocupa en la producción social, de si posee los medios de producción o de si es una clase oprimida y explotada. De esto depende también su papel en la vida política, su nivel de cultura y su modo de vida. El factor principal y decisivo de la vida social es la producción material; quiere decirse que la base de la división de la sociedad en clases ha de buscarse en el lugar que unos u otros grupos ocupan en el sistema de la producción social, en la relación en que se encuentran respecto de los medios de producción.
La definición más completa de las clases la encontramos en Una gran iniciativa, de V. I. Lenin: "Llamamos clases a los grandes grupos de personas que se diferencian por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los casos legalmente refrendada) respecto de los medios de producción, por su papel en la organización social del trabajo y, por consiguiente, por el modo de obtención y el volumen de la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos de hombres de los que uno puede apropiarse el trabajo de otro gracias a los diferentes lugares que ocupan en un determinado sistema de economía social." La existencia de las clases es justamente la base de la injusticia social que caracteriza a la sociedad en que existe la explotación. No es la "voluntad del jefe" ni son las cualidades individuales de los hombres -como siempre trataron de demostrar los ideólogos de las clases explotadoras-, sino el hecho de que pertenezcan a una u otra clase, lo que explica la situación preponderante y privilegiada de unos y la opresión, miseria y carencia de derechos de los otros. Esto no significa, ciertamente, que todas las demás diferencias y relaciones de la sociedad, exceptuadas las de clase, carezcan de valor. En el curso de la evolución histórica de la humanidad se han estructurado bastantes formas estables de comunidad social que no coinciden con la división en clases. Así es, por ejemplo, la comunidad nacional, la nación. Clase y nación. Los vínculos nacionales son muy estables. Esto induce a menudo a los sociólogos burgueses a presentarlos como relaciones "naturales" de valor más sustancial que las relaciones de clase. Tal criterio, sin embargo, es profundamente equivocado.
Ante todo, las relaciones nacionales, como las de clase, no existieron siempre. Son producto de un largo desarrollo histórico. Las formas de comunidad de los hombres guardan estrechos vínculos con el carácter del régimen social y cambian al mismo tiempo que éste. En el régimen de la comunidad primitiva, la forma fundamental de convivencia humana eran la gens y la tribu. El rasgo principal que distinguía a los componentes de una gens y los separaba del resto era el origen común, el parentesco de consanguinidad. Al desintegrarse la comunidad primitiva, la estabilidad de la gens y la tribu se viene abajo y se debilita el significado de los vínculos de sangre. La unión de varias federaciones de tribus da lugar a la nacionalidad, Los hombres pertenecientes a ella no están ya relacionados por lazos de parentesco. Los rasgos que les son afines (comunidad de lengua, de territorio, de cultura) tienen ya un origen social, histórico. Pero la unidad de la nacionalidad es aún muy precaria. Ni dentro del régimen esclavista ni del feudal podía existir la unidad de vida económica que es la condición necesaria para una unidad territorial duradera y para una comunidad estable de cultura. Sólo en la época en que se estructura el capitalismo, cuando éste pone fin a la dispersión feudal y da origen a la formación de un mercado nacional único, aparecen las premisas necesarias para que surja la nación. La comunidad nacional no se puede tampoco identificar con la raza, como hacen muchos sociólogos burgueses. La división en razas se guía por las diferencias de caracteres morfológicos hereditarios, como son el color de la piel, la forma del cráneo, el pelo, etc. De ahí las tres grandes razas que la ciencia distingue: indoeuropea (o blanca), negroide (o negra) y mongoloide (o amarilla). Los caracteres raciales, a diferencia de la comunidad nacional, son de índole biológica y aparecieron como resultado de una larga adaptación del organismo humano a determinadas condiciones naturales. A una misma raza pertenecen diversas naciones. Por otra parte, dentro de una misma nación hay a veces hombres con distintos caracteres raciales (por ejemplo, los negros, blancos e indios de algunos países iberoamericanos). No existe tampoco un vínculo interno entre raza y lengua. Así, el inglés es en los Estados Unidos la lengua de blancos y negros. De ahí que nociones como "raza alemana" o "raza anglosajona" sean simplemente un absurdo. La afirmación de los racistas de que unas razas o naciones son superiores a otras y de que los pueblos de color son menos capaces que la raza blanca, quedan refutadas por la ciencia y por cuanto la historia universal nos dice. Todos los pueblos de la tierra son capaces de crear valores culturales y el volumen de su aportación a la cultura mundial no viene determinado por el color de la piel o la forma del cráneo, sino por las peculiaridades de su desarrollo histórico.
El marxismo-leninismo entiende por nación la comunidad de hombres, estable e históricamente formada, surgida sobre la base de la comunidad de lengua, de territorio, de vida económica y de mentalidad, que se manifiesta en la comunidad de cultura (J. V. Stalin) La comunidad nacional no puede suprimir las diferencias de clase en el seno de la nación. Antes al contrario, tales diferencias penetran en toda su vida y la escinden en partes hostiles. La comunidad nacional, por tanto, no excluye el antagonismo de clase. Más aún, si no tomamos en cuenta este último, nos será imposible comprender acertadamente el mismo movimiento nacional.
Por otra parte, la solidaridad de clase rebasa el marco de la nación. Los capitalistas americanos, alemanes y franceses hablan lenguas distintas. Pero les aproxima su filiación a una misma clase, y esto
les lleva a unirse contra el socialismo, el movimiento obrero y la lucha de liberación nacional de las colonias. De la misma manera, los obreros pertenecen a nacionalidades y razas distintas, pero son ante todo proletarios, y esto determina la comunidad de sus intereses internacionales, de sus fines y su ideología, haciendo que las diferencias entre ellos retrocedan a un segundo plano. Los obreros conscientes comprenden que las discordias nacionales y el aislamiento lesionan los intereses internacionales de la clase obrera y luchan contra cualquier forma de discriminación nacional o racial. La escisión de la sociedad en clases es un fenómeno históricamente transitorio. Cuando los ideólogos de las clases pudientes tratan de justificar la desigualdad social, siempre la presentan como un fenómeno eterno e inherente a cualquier sociedad humana. Eso no es cierto. El régimen de la comunidad primitiva no conocía la división de la sociedad en explotadores y explotados, y el fenómeno se borra definitivamente dentro del socialismo. La aparición de las clases va directamente unida a la propiedad privada sobre los medios de producción, que hace posible la explotación del hombre por el hombre y la apropiación por unos del trabajo de otros.
En determinada etapa del desarrollo, la escisión de la sociedad en clases era inevitable e históricamente necesaria. Mientras el trabajo humano era tan poco productivo que proporcionaba sólo un excedente reducidísimo sobre los recursos necesarios para la existencia, señala Engels, el incremento de las fuerzas productivas, la ampliación de las relaciones, el progreso del Estado y del derecho y la creación de las ciencias y las artes eran sólo posibles mediante la intensa división del trabajo, que tenía por base la gran división de éste entre la masa, dedicada a simples ocupaciones manuales, y unos pocos privilegiados que dirigían los trabajos, y se dedicaban al comercio y a la administración de los asuntos públicos y que, más tarde, cultivaron también la ciencia y el arte. La clase que se encontraba a la cabeza de la sociedad, se comprende, no perdía la ocasión de cargar sobre las masas un trabajo cada vez mayor, movida por el deseo de aumentar sus beneficios. Ahora bien, una vez que el desarrollo de las fuerzas productivas coloca en el orden del día la sustitución de la propiedad privada por la propiedad social y la abolición de las relaciones basadas en la explotación, la existencia de las clases pierde todo su terreno. El mantenimiento de las clases, además de ser superfluo, se convierte en un obstáculo que entorpece los avances ulteriores de la sociedad.
En la sociedad socialista no hay ya clases

explotadoras, las relaciones entre obreros y campesinos adquieren un carácter sustancialmente nuevo, que excluye la explotación y el predominio de una clase sobre otra. Iniciase la época de la desaparición de las diferencias que aún subsisten entre las clases. Finalmente, al pasar al comunismo, las clases dejan de existir. Por lo tanto, la división de la sociedad en clases y la hostilidad entre ellas son sólo un rasgo inseparable de la época en que impera la propiedad privada. Estructura de clase de la sociedad.
Por la posición que ocupan dentro de la sociedad, las clases se dividen en fundamentales y no fundamentales. Se denominan clases fundamentales aquellas sin las que resulta imposible el modo de producción preponderante y que deben su origen a este modo de producción. En la sociedad de la esclavitud eran los esclavistas y los esclavos; en la feudal, los señores y los siervos; en la burguesa, los capitalistas y los obreros. Se trata, pues, de clases de las que una posee los medios principales de producción y se encuentra en el poder, mientras que la otra agrupa a la gran masa de los explotados. Las relaciones entre esas clases son siempre antagónicas, se basan en la oposición de intereses. El capitalista, por ejemplo, ve su interés en obligar a trabajar al obrero cuanto más mejor y en pagarle lo menos que puede. El interés del obrero, se entiende, es diametralmente opuesto. La incompatibilidad de intereses de las clases antagónicas da origen a una lucha irreductible entre ellos. "Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos se encontraban en perpetuo antagonismo, mantenían una lucha constante, ya latente, ya abierta, que terminaba siempre con la transformación revolucionaria de todo el edificio social o con la desaparición conjunta de las clases en pugna." Además de estas clases, en la sociedad de explotación hay otras que no son fundamentales. Por ejemplo, en la sociedad esclavista existían los campesinos artesanos libres; en la capitalista, descontando a la burguesía y a los obreros, tenemos a los campesinos y, en muchos países, a los terratenientes, etc. La existencia de estas clases no fundamentales con sus peculiares intereses, junto a toda una serie de capas sociales (por ejemplo, los intelectuales), convierte en un fenómeno muy complejo las relaciones entre las clases. Las clases de la sociedad burguesa. Las clases fundamentales de la sociedad burguesa están integradas por los capitalistas (burguesía) y los obreros asalariados (proletariado).
La burguesía es la clase de quienes poseen los medios fundamentales de producción y vive a expensas del trabajo asalariado de los obreros, a los cuales explota. Es la clase dominante de la sociedad capitalista. Hubo tiempos en que la burguesía cumplió un papel progresivo en el desarrollo de la sociedad, a la cabeza de la lucha contra las caducas relaciones feudales. En busca del beneficio y espoleada por la competencia, infundió un poderoso impulso a las fuerzas productivas. Mas a medida que las contradicciones del capitalismo se ahondaban, la burguesía deja de ser una clase progresiva y se convierte en reaccionaria, a la vez que su dominación significa el principal estorbo que se levanta en el avance de la sociedad. El creador de las formidables riquezas que la burguesía se atribuye es la clase obrera, principal fuerza productiva de la sociedad capitalista. Al propio tiempo, es una clase desprovista de medios de producción y que se ve obligada a vender al capitalista su fuerza de trabajo.
A medida que el capitalismo avanza, aumenta la riqueza de los grandes capitalistas, a la vez que crece la opresión y la protesta de la clase obrera, "que es instruida, unida y organizada por el mecanismo del propio proceso de la producción capitalista" (Marx).80 El desarrollo del capitalismo trae consigo, pues, el robustecimiento de su sepulturero, de la clase obrera, que es portadora de un modo más elevado de producción, como es el socialista. Mas en ningún país del capital se circunscribe la sociedad a estas dos clases. En ningún sitio ha existido ni existe el capitalismo "puro". El capital penetra en todas las ramas de la economía nacional y las transforma, pero sin destruir por completo las viejas formaciones económicas. Por eso, en muchos países burgueses se conserva la gran propiedad agraria de los terratenientes. Estos organizan la explotación de sus fincas al modo capitalista, si se presenta la ocasión adquieren empresas industriales, compran acciones de sociedades anónimas y se convierten en capitalistas. De la clase de los terratenientes se nutren en buena parte la Administración pública y la oficialidad del Ejército y de la Marina. Por sus intereses, ideas y aspiraciones políticas, los grandes terratenientes suelen pertenecer a la parte más reaccionaria de la burguesía y son uno de los baluartes del fascismo (recordemos el ejemplo de los junkers prusianos en Alemania).
Los campesinos integran una clase que procede de la sociedad feudal y que pasa a la capitalista. A excepción de su capa más acomodada (burguesía rural), son una clase sometida a explotación, la cual adopta entre ellos formas diversas: arrendamiento que satisfacen al propietario de la tierra, préstamos y empréstitos que reciben en condiciones onerosas delos capitalistas, explotación directa de los campesinos pobres, obligados a ganarse un jornal en los campos de los terratenientes y campesinos ricos, etc. El conjunto de los campesinos ha de satisfacer también un tributo a los grandes capitalistas en forma de altos precios de los artículos industriales que adquieren. Los campesinos que trabajan tierra propia, los artesanos y los pequeños comerciantes forman la capa, bastante numerosa, de la pequeña burguesía. A ella pertenecen quienes son propietarios de los reducidos medios de producción que emplean, pero que, a diferencia de la burguesía, no viven de la explotación del trabajo ajeno. Los pequeños burgueses ocupan en la sociedad capitalista una situación intermedia. Como propietarios privados guardan afinidad con la burguesía, pero como hombres que viven de su trabajo se acercan a los obreros. Esta situación intermedia de la pequeña burguesía es origen de su posición inestable y vacilante en la lucha de clases. A medida que avanzan la industria, la técnica y la cultura, en la sociedad capitalista aparece la amplia capa de los intelectuales, es decir, de los hombres del trabajo intelectual (ingenieros y técnicos, maestros, médicos, funcionarios, científicos, escritores, etc.). Los intelectuales no forman una clase independiente; son una capa social específica que vive de la venta de su trabajo intelectual. Proceden de diversas capas de la población, principalmente de las clases acomodadas, y sólo en parte de los trabajadores. Por su posición económica y modo de vida ofrecen también diferencias. Sus estratos superiores -altos funcionarios, abogados con buena clientela y otros- se aproximan a los capitalistas, mientras que los bajos se acercan a los trabajadores. A medida que la lucha de clases se ensancha en los países capitalistas, su parte avanzada se incorpora a las posiciones del marxismo-leninismo y participa en la lucha revolucionaria de la clase obrera.
En la sociedad burguesa existe aún otra capa, la de los elementos desclasados o lumpemproletariado, que forman los "bajos fondos" del capitalismo: bandidos, ladrones, mendigos, prostitutas, etc. Esta capa se nutre constantemente de elementos salidos de diversas clases a los que las condiciones de la sociedad capitalista arroja al "fondo". Los anarquistas afirman que el lumpemproletariado es el elemento más revolucionario de la sociedad capitalista. La historia de los últimos cien años ha dado íntegramente la razón a Marx y Engels cuando éstos definían al "proletariado andrajoso" como una fuerza que por su situación en la vida se muestra inclinada a venderse para toda clase de manejos reaccionarios. En la Alemania hitleriana, los delincuentes ingresaron en masa en las organizaciones fascistas, en los destacamentos de asalto y de S.S. En los Estados Unidos, las bandas de gangsters son un instrumento de violencia que se emplea en gran escala contra los obreros, los negros y los líderes progresistas. Al hablar de las clases y capas de la sociedad capitalista hemos de tener presente también las diferencias en el seno de las mismas. Dichas diferencias son particularmente sensibles entre la burguesía monopolista y no monopolista (y en las colonias, entre la burguesía nacional y las capas de la misma aliadas a los colonizadores). Al profundizarse, como ocurre en nuestros días, desempeñan, y así lo veremos más adelante, un gran papel en la vida política de la sociedad burguesa contemporánea. Así, pues, la sociedad burguesa ofrece un cuadro extraordinariamente complejo de diferencias y relaciones de clase. Una clara visión de las mismas es condición imprescindible para que la clase obrera y sus partidos se tracen una política y una táctica acertadas. Pero tan importante como esto es ver, tras toda esa diversidad, la principal contradicción de clase de la sociedad burguesa: el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía. Esta contradicción es la que ha de presidir nuestro análisis de todos los fenómenos sociales. Por muchas que sean las modificaciones que el capitalismo sufra, por mucho que se compliquen su estructura de clase y las relaciones entre las clases, siempre será una sociedad basada en la explotación. Y en una sociedad así, lo principal en las relaciones entre las clases será la lucha irreconciliable entre los explotados y los explotadores.

miércoles, 31 de octubre de 2012

LA CUESTIÓN AGRARIA


Por: Iósif Stalin
Asistimos a la demolición del antiguo régimen, el campo está en efervescencia.
Los campesinos, ayer aun sumidos en la ignorancia y humillados, se ponen hoy en pie, enderezan las espaldas. El movimiento campesino, ayer aun sin fuerza, hoy, como impetuoso torrente, se precipita contra el viejo régimen: ¡fuera del camino; si no, os barreremos! «Los campesinos quieren la tierra de los terratenientes», «los campesinos quieren acabar con los restos del régimen de servidumbre»: tales son los clamores que resuenan hoy en las aldeas y en los pueblos insurreccionados.
Se equivocan los que piensan hacer callar a balazos a los campesinos; la realidad nos ha enseñado que así se aviva y agudiza más aún el movimiento revolucionario de los campesinos.
Se equivocan, asimismo, quienes intentan apaciguar a los campesinos con promesas vacías y «Bancos campesinos»: los campesinos quieren la tierra, la ven hasta en sueños y, naturalmente, no se tranquilizarán mientras no se apoderen de las tierras de los terratenientes. ¿Qué pueden darles las promesas vacías y unos «Bancos campesinos»?
Los campesinos quieren apoderarse de las tierras de los terratenientes. Siguiendo ese camino quieren acabar con los restos del régimen de servidumbre, y quien no traicione a los campesinos debe tratar de resolver precisamente sobre esta base la cuestión agraria.
Mas, ¿cómo pueden obtener los campesinos las tierras de los terratenientes?
Se dice que la única salida está en un «rescate ventajoso» de las tierras. El gobierno y los terratenientes tienen muchas tierras libres, nos dicen estos señores, y si los campesinos las rescatan, todo se arreglará y, de este modo, los lobos quedarán ahítos y las ovejas incólumes. Pero, al hablar así, no se les ocurre preguntar cómo van a rescatar los campesinos dichas tierras, cuando se les ha arrancado ya no sólo el dinero, sino hasta su propia piel. ¡Y no piensan que con el rescate se meterán a los campesinos únicamente las tierras malas, y las buenas tierras se las quedarán, como lo supieron hacer cuando la «liberación de los siervos»! Y además, ¿por qué los campesinos deben rescatar las tierras que les pertenecen desde tiempos inmemoriales? ¿Acaso no están regadas con el sudor de los campesinos tanto las tierras del Estado como las de los terratenientes, acaso no pertenecían a los campesinos estas tierras, acaso no se les arrebató a los campesinos este patrimonio de sus padres y de sus abuelos? ¿Dónde está, pues, la justicia, cuando se exige a los campesinos el rescate por unas tierras que se les ha arrebatado a ellos mismos? ¿Y acaso la cuestión del movimiento campesino es una cuestión de compraventa? ¿Acaso el movimiento campesino no se propone la liberación e los campesinos? ¿Pero quién liberará del yugo de la servidumbre a los campesinos si no los campesinos mismos? Y estos señores nos aseguran que a los campesinos los liberarán los terratenientes, a condición de recibir un podo de dinero al contado. ¿Y qué os figuráis? ¡Resulta que esta «liberación» debe ser realizada bajo la dirección de la burocracia zarista, de esa misma burocracia que más de una vez ha recibido a los campesinos hambrientos con el fuego de cañones y ametralladoras!...
¡No! A los campesinos no les salvará el rescate de las tierras. Quienes les aconsejan un «rescate ventajoso», son unos traidores, puesto que tratan de hacer caer a los campesinos en las redes tendidas por traficantes intermediarios y no quieren que la liberación de los campesinos sea obra de los campesinos mismos.
Si los campesinos quieren apoderarse de las tierras de los terratenientes, si por este medio deben acabar con los vestigios del régimen de servidumbre, si un «rescate ventajoso» no les salvará, si la liberación de los campesinos debe ser obra de los campesinos mismos, está fuera de toda duda que la única vía es la incautación de las tierras de los terratenientes, es decir, su confiscación.
Esta es la salida.
Se pregunta: ¿hasta dónde debe llegar la confiscación, tiene ésta límites, deben incautarse los campesinos sólo de una parte de las tierras o de todas ellas?
Algunos dicen que incautarse de todas las tierras es demasiado, que basta con incautarse sólo de una parte para satisfacer a los campesinos. Admitámoslo, pero ¿qué debemos hacer si los campesinos exigen más? No vamos a ponernos en medio del camino, diciéndoles: ¡deteneos, no vayáis más allá! ¡Esto sería reaccionario! ¿Y acaso los acontecimientos en Rusia no han demostrado que los campesinos exigen, efectivamente, la confiscación de todas las tierras de los terratenientes? Además, ¿qué significa «incautarse de una parte», qué parte debe ser incautada a los terratenientes: la mitad o un tercio? ¿Quién debe resolver esta cuestión: los terratenientes solos o los terratenientes y los campesinos juntos? Como veis, aquí queda todavía mucho margen para los intermediarios, aquí son todavía posibles los regateos entre los terratenientes y los campesinos, y esto se halla por completo en pugna con la liberación de los campesinos. Los campesinos deben asimilar de una vez para siempre la idea de que con los terratenientes no se regatea, sino se lucha. No hay que recomponer el yugo de la servidumbre, sino destrozarlo a fin de aniquilar para siempre los restos del régimen de servidumbre. «Incautarse sólo de una parte» significa dedicarse a la compostura de los restos del régimen de servidumbre, lo cual es incompatible con la liberación de los campesinos.
Está claro que el único camino es incautarse de todas las tierras de los terratenientes. Sólo esto puede llevar hasta el fin el movimiento campesino, sólo esto puede fortalecer la energía del pueblo, sólo esto puede aventar los restos caducos del régimen de servidumbre.
Así, pues: el movimiento de nuestros días en el campo es un movimiento democrático de los campesinos. El objetivo de este movimiento es acabar con los restos del régimen de servidumbre. Y para acabar con ellos es necesaria la confiscación de todas las tierras de los terratenientes y del Estado.

lunes, 22 de octubre de 2012

Por dónde empieza el poder de la clase obrera


2da parte 
En la esfera económica, lo principal en el período de transición es la socialización de los medios de producción, el rápido desarrollo del sector socialista y la organización, sobre esta base, de relaciones de producción nuevas, socialistas. El primer acto de las transformaciones en el plano económico es la nacionalización de la gran producción capitalista. Nacionalización de la gran industria, transportes y bancos.
En el Manifiesto del Partido Comunista se dice: "El proletariado utiliza su dominación política para arrancar a la burguesía, paso a paso, todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y aumentar, lo más rápidamente posible, el conjunto de las fuerzas productivas."La gran burguesía, se comprende, presenta la nacionalización socialista como un acto ilegal y como un "robo". La realidad es que se trata de una medida absolutamente justa, que, con toda la razón, calificó Marx como "expropiación de los expropiadores". La gran propiedad capitalista es fruto de la expoliación más implacable de millones de seres, de la apropiación de las tierras de los campesinos, de la ruina de los artesanos, del bandolerismo en las colonias y del saqueo de las cajas del Tesoro. La riqueza de los capitalistas aumenta siempre a expensas del trabajo de la clase obrera y de la ruina de los pequeños productores. Por eso, la revolución socialista no hace sino restablecer la justicia cuando convierte en patrimonio del pueblo lo que fue creado por el trabajo del pueblo y por derecho pertenece a los trabajadores.

El fin que la nacionalización socialista persigue al quebrantar la potencia económica de la burguesía y poner en manos del Estado proletario los puestos de mando dentro de la economía nacional es crear un nuevo modo de producción. La historia ha confirmado ya que las formas y métodos de la nacionalización pueden ofrecer diferencias sensibles en cada país. La nacionalización socialista de los principales medios de producción fue llevada a cabo por primera vez por la clase obrera de Rusia. Antes de iniciar la nacionalización, el Poder Soviético implantó el control obrero. La industria, el comercio y las finanzas fueron colocados bajo el control de los obreros y empleados de cada empresa. La respuesta de la burguesía a esta medida y a otras semejantes, encaminadas a regular la economía, fue el sabotaje y la resistencia más desesperada. Esto obligó al Gobierno soviético a llevar adelante la nacionalización con gran premura. En diciembre de 1917 eran nacionalizados los bancos, y seguidamente los ferrocarriles, las comunicaciones y los barcos de mar y de río, así como algunas empresas industriales. En junio de 1918 se anunciaba la nacionalización de las empresas grandes en todos los sectores de la industria y de los ferrocarriles privados. Estas medidas se llevaron a cabo mediante confiscación, sin indemnización alguna. En las democracias populares europeas, este mismo proceso de formación del sistema socialista en la economía transcurrió de manera muy distinta. Los gobiernos democrático-populares sólo nacionalizaron en un principio las empresas pertenecientes a los criminales de guerra, a los traidores a la patria que habían colaborado con el fascismo alemán, y también las empresas de los monopolios capitalistas. La nacionalización de las otras empresas vino más tarde, como respuesta a los manejos antisocialistas de la burguesía. Características muy acusadas presenta la nacionalización en la República Popular China. El Gobierno popular se limitó al comienzo a nacionalizar las empresas de la industria pesada pertenecientes a las altas capas de la burguesía comercial intermediaria y burocrática, tomó en sus manos los bancos más importantes y los ferrocarriles y estableció el control sobre el comercio exterior y las operaciones con moneda extranjera. La nacionalización no afectó, sin embargo, a capas importantes de la burguesía nacional china, que habían colaborado con la clase obrera durante la guerra de liberación y la revolución popular.
En el período subsiguiente de transformación de la propiedad capitalista, se recurrió en gran escala a formas diversas de capitalismo de Estado, desde la simple regulación y el control hasta la creación de empresas mixtas estatales-privadas. Los capitalistas que toman parte en tales empresas perciben, en calidad de indemnización, un interés del cinco por ciento del dinero invertido (estos pagos habrán de cesar en 1962). Cualquiera que sea el modo como se realice la nacionalización socialista, en todo caso sólo afecta a los intereses de una minoría muy reducida de la sociedad, a la vez que favorece a su inmensa mayoría. El desarrollo del capitalismo, al concentrar la propiedad de los medios de producción en manos de un reducido grupo de gentes, prepara por sí mismo las condiciones para que esos grandes medios de producción sean transferidos sin conmoción alguna a su legítimo dueño, que es la sociedad.
La nacionalización socialista no toca en modo alguno la propiedad de los pequeños industriales, comerciantes y artesanos. Todo lo contrario, en los primeros tiempos el Estado de la clase obrera victoriosa les presta ayuda en forma de materias primas, créditos y pedidos, y en la marcha de las transformaciones posteriores se preocupa de que puedan ocupar una posición digna en la sociedad nueva. En una carta a los comunistas georgianos escrita en marzo de 1921, inmediatamente después de haberse establecido el Poder Soviético en Georgia, Lenin escribía acerca de los pequeños comerciantes: "Hay que comprender que no trae cuenta alguna nacionalizar y que incluso hay que hacer ciertos sacrificios para mejorar su situación y darles la posibilidad de que sigan su pequeño comercio."301 En los países de capitalismo desarrollado, al procederse a la nacionalización de las grandes empresas capitalistas, se tendrán presentes, sin duda, los intereses de los pequeños accionistas. Esto se refiere a los propietarios de una pequeña renta, de pólizas de seguros, etc. Por lo tanto, la nacionalización socialista es una de las tareas generales y obligatoriamente necesarias de la revolución, cualquiera que sea el país donde la clase obrera haya llegado al poder. La gran producción capitalista únicamente puede ser convertida en socialista mediante su nacionalización por el Estado de los trabajadores. Así se crean los cimientos del sector socialista de la economía, del nuevo modo de producción. Apoyándose en ese sector, la clase obrera puede iniciar la transformación de toda la vida económica de la sociedad. Confiscación de la gran propiedad agraria. La clase obrera, que toma el poder en alianza con otros trabajadores, no puede limitarse a suprimir las relaciones capitalistas; en muchos países tropieza también con supervivencias del feudalismo.
Esto se refiere, ante todo, a los países subdesarrollados, y muy especialmente a las colonias y países dependientes, donde la tierra que los campesinos cultivan pertenece en buena parte a los grandes propietarios. Mas las supervivencias del feudalismo se conservan, en una forma u otra, en muchos países de capitalismo desarrollado. La propia burguesía adquiere tierra en ellos y no se atreve a apartar del camino una barrera tan formidable para el progreso social como es el monopolio de la gran propiedad agraria. De ahí que en todos los países donde esa gran propiedad exista -lo mismo si es feudal que capitalista- la confiscación de la misma sea una tarea primordial de la clase obrera. En Rusia, donde los terratenientes fueron hasta 1917 una de las clases dominantes, la tarea no podía ser más perentoria. Por eso, uno de los primeros actos del poder proletario fue la confiscación sin indemnización de sus tierras. El Decreto de la Tierra, aprobado por el II Congreso de los Soviets de toda Rusia el 26 de octubre (8 de noviembre) de 1917, convertía todo el suelo en patrimonio del pueblo. Esto, además de poner fin a la clase de los terratenientes, significaba un rudo golpe para el poderío económico de la burguesía. Al propio tiempo se robustecía la alianza de la clase obrera con los campesinos, y las grandes masas de trabajadores de la aldea ligaban estrechamente su suerte a la del Poder Soviético. En Rusia quedó abolida la propiedad privada sobre toda la tierra, circunstancia ésta que venía dictada por las condiciones históricas concretas. Las tradiciones de la propiedad privada de la tierra eran en Rusia más débiles que en el resto de Europa. Durante largo tiempo en la aldea rusa había imperado la propiedad comunal, con repartos periódicos de los lotes campesinos. En la conciencia de los campesinos estaba arraigada la idea de que "la tierra no es de nadie, es de Dios", y de que sus frutos habían de pertenecer a quien la trabajaba. Por eso la mayoría de los campesinos apoyó la reivindicación de suprimir la propiedad privada sobre la tierra. La situación era distinta en las democracias populares europeas. La propiedad privada de la tierra tenía allí unas tradiciones muy arraigadas y los campesinos miraban con recelo la consigna de la nacionalización. Esta medida no habría hecho más que dificultar las relaciones entre la clase obrera y los campesinos. Por eso el Estado popular se limitó a nacionalizar únicamente las grandes propiedades.