LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

martes, 26 de marzo de 2013

Leyes fundamentales de la Revolución Socialista y peculiaridades de su manifestación en los distintos países


En la teoría marxista-leninista de la revolución socialista ocupa importante lugar el problema de la correlación entre las leyes generales de la revolución y las peculiaridades que éstas presentan en el plano nacional. Del acertado criterio con que se enfoque este problema depende mucho el éxito de la revolución. No puede extrañarnos, pues, que en torno a él se desarrolle una enconada lucha ideológica. Los revisionistas no admiten la existencia de leyes generales de la revolución, desorbitando el valor de las peculiaridades nacionales. Y como este punto de vista se quiere imponer a los partidos de los países donde la revolución no se ha producido todavía, de lo que en realidad se trata es de la renuncia a la revolución. Los dogmáticos, al contrario, no quieren considerar las peculiaridades nacionales en el curso de la revolución. Exigen que en todos los lugares se lleve a cabo la revolución socialista con arreglo a un esquema adoptado de una vez para siempre. También esta posición puede causar daño sensible al movimiento revolucionario. La gran fuerza del socialismo reside precisamente en que se afirma como resultado de la creación revolucionaria de las masas y se incorpora a la vida de cada nación en formas que el pueblo comprende y hace suyas, orgánicamente relacionadas con toda la estructura de su vida nacional. Y los dogmáticos, al no tener presentes las peculiaridades nacionales y limitarse a copiar mecánicamente la experiencia de otros países, traban la acción creadora de las masas, debilitan la fuerza de atracción del socialismo y le crean dificultades complementarias en su camino. Considerando el peligro que el revisionismo y el dogmatismo encierran, la Declaración de la Conferencia de representantes de los Partidos Comunistas y Obreros (1957) subraya la necesidad de mantener simultáneamente la lucha contra estas dos tendencias.
El marxismo-leninismo estima que, a pesar de las diferencias en cuanto a las condiciones concretas y a las tradiciones nacionales, la revolución socialista presenta en todos los países rasgos y leyes comunes de sustancial importancia. Y se comprende que así sea: la sustitución del capitalismo por el socialismo es en todos los países un proceso idéntico en líneas generales. Su comienzo va señalado por dos transformaciones fundamentales: 1) se aparta del poder político a las clases explotadoras y se implanta el poder de los trabajadores dirigidos por la clase obrera, la dictadura del proletariado; 2) se suprime la propiedad de los capitalistas y terratenientes y se establece la propiedad social sobre los principales medios de producción. Estas dos transformaciones, según se indicaba antes, pueden sucederse en distintas formas. Pero la clase obrera ha de llevarlas a cabo obligatoriamente en todos los casos en que se realiza el paso al socialismo. Sin ello el socialismo es imposible. La enunciación más completa de los principios cuya observación es necesaria para el triunfo de la revolución socialista, figura en la Declaración de la Conferencia de representantes de los Partidos Comunistas y Obreros. En ella se enumeran los siguientes principios y leyes generales, que abarcan al período completo de transición del capitalismo al socialismo: Dirección de las masas trabajadoras por la clase obrera, el núcleo de la cual es el partido marxista-leninista, para la realización de la revolución proletaria en una u otra forma y el establecimiento de la dictadura del proletariado en una u otra forma. Alianza de la clase obrera con la masa fundamental de los campesinos y con otras capas de trabajadores. Supresión de la propiedad capitalista y establecimiento de la propiedad social sobre los principales medios de producción. Gradual transformación socialista de la agricultura. Desarrollo planificado de la economía nacional, dirigido a la construcción del socialismo y el comunismo, a la elevación del nivel de vida de los trabajadores. Aplicación de la revolución socialista al campo de la ideología y la cultura y formación de una intelectualidad numerosa, fiel a la clase obrera, al pueblo trabajador y a la causa del socialismo. Supresión de la opresión nacional y establecimiento de una amistad fraternal e igual en derechos entre los pueblos. Defensa de las conquistas del socialismo contra los ataques de los enemigos de fuera y de dentro. Solidaridad de la clase obrera del país con la clase obrera de los otros países: internacionalismo proletario. Estos principios y leyes generales no son sino las conclusiones fundamentales, brevemente formuladas, que se derivan de la teoría marxista-leninista de la revolución proletaria y de la construcción del socialismo.
Los partidos marxistas-leninistas no pretenden la aplicación de sus principios en la misma forma y con iguales métodos cualquiera que sea el país de que se trate. Siempre tienen presentes las condiciones concretas y las peculiaridades nacionales de su propio país. El leninismo enseña que la clave de los éxitos de la política socialista reside en la aplicación con un espíritu creador de los principios generales a las condiciones concretas del país, de conformidad con los rasgos originales de su economía, su política y su cultura, con las tradiciones de su movimiento obrero, las costumbres y psicología de su pueblo, etc.
Mientras existan diferencias nacionales y estatales entre los pueblos y los países, indicaba Lenin, la unidad de la táctica internacional del movimiento obrero comunista de todos los países no exige que se elimine la diversidad, que se ponga fin a las diferencias nacionales, sino una aplicación de los principios fundamentales del comunismo que "modifique acertadamente esos principios en lo particular, que los acomode y aplique acertadamente a sus diferencias nacionales y nacionales-estatales." Una tarea muy importante de los comunistas es la de adivinar, buscar, captar, investigar y estudiar lo particular y específicamente nacional en el enfoque concreto de la manera como cada país ha de resolver problemas internacionales únicos. La evolución de la sociedad humana del capitalismo al socialismo es un proceso histórico único. Ahora bien, la revolución socialista, cuando el desarrollo social la pone al orden del día en uno u otro país, es un acto de creación independiente de las masas populares que viven en cada país concreto, en un determinado medio en el que ha transcurrido su vida. Esto impone su huella imborrable a la marcha de los procesos revolucionarios. El conjunto de formas y modos por los que en un país se realizan las transformaciones revolucionarias comunes a todos los países es lo que constituye la característica del paso de ese país al socialismo. Las leyes fundamentales de la transición del capitalismo al socialismo son únicas para todos los países capitalistas. Lo que hay de común en el avance hacia el socialismo predomina sobre las peculiaridades nacionales. Las condiciones específicas de uno u otro país pueden modificar parcialmente las manifestaciones concretas de las leyes fundamentales, sin que sean capaces de suprimir las propias leyes. Esto no significa, sin embargo, que cada país vaya al socialismo por un camino sustancialmente distinto del que siguen los otros países. Hay un socialismo verdadero: el socialismo científico de Marx y Lenin, que establece principios generales para todos los países y pueblos en cuanto a la organización de la sociedad nueva, principios que se derivan de un estudio profundo de las leyes del desarrollo social.
La teoría marxista-leninista se enriquece a medida que se va reuniendo experiencia de la puesta en práctica de las transformaciones socialistas. La aplicación, con un espíritu creador, de los principios generales del marxismo-leninismo a las condiciones concretas de cada país significa, a la vez, un mayor desarrollo de estos principios. Cualquier país -grande o pequeño- puede enriquecer con su experiencia la teoría marxista de la revolución socialista.

jueves, 21 de marzo de 2013

El paso del poder a la clase obrera


El problema cardinal de toda revolución es el problema del poder. El problema de las revoluciones burguesas del pasado era la transmisión del poder, detentado por los señores feudales, a la burguesía, que entonces era una clase en ascenso. La tarea de la revolución proletaria consiste en privar del poder a la burguesía reaccionaria y a sus mandatarios políticos y entregarlo a la clase obrera y sus aliados. Esta revolución priva a las clases explotadoras de su dominación política y destruye las bases de su poderío económico; significa el paso a un nuevo período histórico: el de transición del capitalismo al socialismo. El hecho de que la revolución socialista se plantee en todos los países y en todas las condiciones un mismo fin no significa que siempre haya de llevarse a cabo con arreglo a unas mismas formas. No. El imperio de la burguesía reaccionaria puede ser suprimido de diversos modos. El marxismo-leninismo rechaza los modos y formas de conquista del poder político dados de una vez para siempre y aplicables en todos los tiempos y pueblos. Esos modos y formas cambian en consonancia con las condiciones generales de la época, con la situación concreta de cada país y con sus características nacionales, con la virulencia de la situación revolucionaria, la correlación de las fuerzas de clase y el grado de organización de la clase obrera y de sus adversarios. Cada partido de la clase obrera, cuando orienta a las masas hacia la revolución proletaria, ha de determinar, ante todo, el carácter -pacífico o no pacífico- de la misma. Esto depende, ante todo, de las condiciones objetivas: de la situación dentro del propio país, sin excluir el nivel de desarrollo de la lucha de clases, la tensión a que ésta ha llegado y la fuerza de resistencia de las clases dominantes, y también de la situación internacional. Hay que tener presente que en toda revolución no depende sólo de uno de los bandos la elección de las formas de lucha. En la revolución socialista, no depende únicamente de la clase obrera, que se lanza al asalto del capitalismo, sino también de la burguesía y de quienes están a sueldo de ella para defender las resquebrajadas murallas del régimen de explotación.
La clase obrera no tiene especial interés en resolver los problemas sociales por la violencia. Lenin señaló siempre que "la clase obrera preferiría,como es lógico, tomar pacíficamente el poder... " La burguesía no quiere tenerlo para nada en cuenta y, si puede, impone a los obreros revolucionarios los métodos y formas de lucha más violentos. Posibilidad de resolver el problema del poder por vía no pacífica. Las enseñanzas de la historia nos dicen que las clases dominantes no se retiran nunca voluntariamente de la palestra social y no entregan el poder por sí mismas. Apoyándose en toda la maquinaria de su Estado, aplastan por la fuerza la más pequeña acción revolucionaria y cualquier intento de desposeerlas de sus privilegios de clase. A eso se debe que, desde tiempos antiguos, la forma clásica de la revolución política sea la insurrección armada de la clase revolucionaria contra las viejas clases que se encuentran en el poder. Por lo demás, nadie sabe esto mejor que la propia burguesía, cuyos representantes se atreven ahora a acusar a los obreros revolucionarios de sentir "inclinación" por la violencia. En el período en que la burguesía aspiraba al poder, no tenía inconveniente alguno en recurrir a las armas contra los enemigos de clase que trataban de cerrarle el camino. Más aún, en aquel tiempo la burguesía mostraba la suficiente decisión histórica como para proclamar abiertamente el derecho de las masas a la violencia en la lucha por el triunfo de un régimen social nuevo y más progresivo. Un documento tan importante de la revolución norteamericana, burguesa, como la Declaración de Independencia (1776) sostiene sin rodeos no sólo el derecho, sino hasta el deber de cada ciudadano de cambiar e incluso de destruir la vieja forma de gobierno cuando ésta va contra los intereses del pueblo. La burguesía no llegó al "principio" de negar la violencia dirigida contra su poder "legítimo" más que cuando su propia dominación, degenerada en dictadura de una reducida oligarquía financiera, cuando su forma de gobierno, caduca y que ha dejado de estar al servicio de los intereses sociales, se ha visto amenazada de muerte. Los enemigos del socialismo llevan muchos años tratando de desfigurar la posición del marxismo-leninismo en cuanto a la insurrección armada y al lugar que ésta ocupa en la revolución socialista. No cesan los viejos intentos de presentar a los comunistas como conspiradores que, a espaldas de las masas, tratan de adueñarse del poder. Tales afirmaciones no contienen ni un ápice de verdad.
Cuando Lenin exponía la posición del marxismo hacia la insurrección armada, siempre subrayó la gravedad y responsabilidad que encierra esta forma de lucha, poniendo en guardia a los obreros contra todo aventurerismo, contra el juego a la conspiración para "apoderarse" del poder. Siempre concibió la insurrección como una vasta acción de las masas trabajadoras dirigidas por la parte consciente de la clase obrera. Cinco meses antes de la Revolución de Octubre, en mayo de 1917, decía: "Nosotros no queremos «apoderarnos» del poder, puesto que toda la experiencia revolucionaria enseña que únicamente es estable el poder que se apoya en la mayoría de la población." Ese poder estable y firme es el que se creó como fruto de la revolución socialista de octubre de 1917 en Rusia. En los trabajos de Lenin podemos encontrar un análisis completo de la "forma especial de la lucha política" que, según él, es la insurrección armada. Lenin daba los consejos siguientes a los revolucionarios: "1) No jugar nunca con la insurrección, y si se comienza, hay que saber firmemente que es preciso ir hasta el fin. "2) Es necesario reunir una gran superioridad de fuerzas en el lugar decisivo y en el momento decisivo, pues de otra manera el enemigo, mejor preparado y organizado, destruirá a los insurrectos. "3) Una vez la insurrección ha sido empezada, hay que obrar con la mayor decisión y obligatoriamente, forzosamente, pasar a la ofensiva. «La defensa es la muerte de la insurrección armada.» "4) Hay que tratar de coger de sorpresa al enemigo, aprovechar el momento en que sus tropas se hallan dispersas.
"5) Hay que conseguir éxitos, aunque sean pequeños, diariamente (podríamos decir que cada hora si se trata de una sola ciudad), manteniendo la «superioridad moral» a toda costa." La acertada aplicación de estas indicaciones de Lenin fue una de las condiciones que aseguraron el éxito de la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, que fue casi la más incruenta de cuantas revoluciones registra la historia. En el asalto del Palacio de Invierno, que significaba la caída del gobierno provisional y el paso del poder a los Soviets, no pasaron de unas decenas los muertos por ambas partes. Nadie afirma, se comprende, que la revolución proletaria ha de ostentar forzosamente en otros países el mismo carácter que en Rusia. Explicando el cruento carácter que los combates revolucionarios tomaron posteriormente en Rusia, Lenin señalaba dos circunstancias.
Primeramente, los explotadores habían sido derrotados sólo en un país; inmediatamente después del golpe revolucionario poseían aún una serie de ventajas frente a la clase obrera, y por eso ofrecieron una larga y desesperada resistencia, sin perder hasta el último momento sus esperanzas en la restauración.
En segundo lugar, la revolución era fruto "de la gran matanza imperialista", se había producido en unas condiciones de inusitado incremento del militarismo. Una revolución así no podía seguir adelante "sin complots y atentados contrarrevolucionarios de decenas y cientos de miles de oficiales que pertenecían a la clase de los terratenientes y capitalistas... " Y esto no podía por menos de provocar medidas de respuesta del pueblo que había empuñado las armas. Otros países, indicaba Lenin, irán al socialismo por una vía más fácil. Posibilidades de la revolución por vía pacífica. Es, sin duda, preferible el paso al socialismo por vía pacífica. Ello permite conseguir la transformación completa de la vida social con el mínimo de víctimas entre los trabajadores y con un mínimo de destrucciones de las fuerzas productivas de la sociedad y de interrupción del proceso de producción. La clase obrera toma en este caso de las manos de los monopolios capitalistas el aparato de producción casi intacto y, una vez realizada la reorganización necesaria, lo pone en marcha para, en un plazo corto, hacer que todas las capas de la población vean las ventajas que el nuevo modo de producción y distribución ha traído consigo. La toma pacífica del poder responde más que ninguna otra a todo el modo de pensar de la clase obrera. Sus grandes ideales humanos se oponen al empleo de la violencia por la violencia, tanto más que la fuerza de la verdad histórica, de que ella es portavoz, es tal que puede contar perfectamente con el apoyo de la inmensa mayoría de la población. Todo el problema estriba, pues, no en si los marxistas y los obreros revolucionarios quieren o dejan de querer la revolución pacífica, sino en si existen para ello premisas objetivas.
Marx y Lenin estimaban que, en determinadas condiciones, tales premisas pueden darse. Por ejemplo, en los años 70 del siglo pasado Marx admitía esa posibilidad para Inglaterra y Norteamérica. Tenían presente que en aquellos años -los del máximo esplendor del capitalismo premonopolista- esos dos países tenían menos ejército y burocracia que cualquiera otro; por consiguiente, la revolución podía no provocar un intenso empleo de la violencia de parte de la burguesía, por lo que tampoco serían necesarias las acciones de respuesta del proletariado. La clase obrera predominaba ya entre la población inglesa y se distinguía por su gran organización y por una cultura relativamente elevada, mientras que la burguesía mostraba siempre la tendencia a resolver las cuestiones litigiosas por vía de compromiso. En estas condiciones, Marx consideraba posible el triunfo pacífico del socialismo; por ejemplo,adquiriendo los obreros los medios de producción que la burguesía detentaba.
Lenin escribió posteriormente acerca de esto: "Marx no se ataba las manos -ni se las ataba a los futuros líderes de la revolución socialista- acerca de las formas, procedimientos y modos de la revolución, pues comprendía perfectamente el cúmulo de problemas nuevos que entonces se presentarán, cómo cambiará toda la situación en el curso de la acción revolucionaria, con qué frecuencia e intensidad cambiará todo en la marcha de la revolución." Los auténticos marxistas se han distinguido siempre por la flexibilidad con que emplearon las distintas formas de la revolución. Los marxistas-leninistas rusos se preparaban para la insurrección armada, pero sin dejar escapar por ello la más pequeña posibilidad de conseguir la transformación política por medios pacíficos. Cuando en el transcurso de la revolución rusa, de abril a junio de 1917, se esbozó la perspectiva del paso pacífico a la etapa socialista de la revolución, Lenin propuso utilizarla sin dilación alguna. En el primer tiempo que siguió a la revolución de febrero, no había otro país más libre que Rusia: el pueblo había conquistado unos derechos como no existían en los Estados más democráticos. De ahí que en sus famosas Tesis de Abril plantease Lenin la consigna de la revolución pacífica. Sólo después de los acontecimientos de julio de 1917, cuando el Gobierno provisional hizo ametrallar en las calles de Petrogrado una manifestación de obreros y soldados, se retiró esa consigna. A la violencia del poder burgués había que responder con la insurrección armada. Los bolcheviques no tuvieron la culpa de que en Rusia no fuera posible el paso pacífico a la etapa socialista de la revolución. Después de ser establecido el poder de los Soviets, como todos sabemos, los obreros y los campesinos hubieron de derramar abundantemente su sangre en los frentes de la guerra civil. Los bolcheviques hicieron cuanto estaba a su alcance para evitar esa guerra. Lenin, en nombre del poder soviético, propuso un acuerdo con los capitalistas rusos y extranjeros, a los que se otorgarían concesiones, creando empresas capitalistas de Estado. Pero los capitalistas no aceptaron la propuesta y, con el apoyo del imperialismo internacional, desencadenaron en el país una sangrienta lucha intestina.
En el período comprendido entre las dos guerras mundiales la burguesía reaccionaria de muchos países de Europa, que ampliaba y perfeccionaba sin cesar su maquinaria policíaca-burocrática, persiguió con saña los movimientos de masas de los trabajadores, cerrando el camino para la vía pacífica de la revolución socialista. La posibilidad de que ésta pueda desarrollarse así se ha esbozado únicamente en los últimos años, a consecuencia de los grandes cambios históricos producidos después de la segunda guerra mundial. Estos cambios, que imponen su huella en la vida de todos los pueblos y clases de la sociedad, así como la experiencia de la lucha de los Partidos hermanos. Esto se ha visto luego confirmado en la Declaración de la Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros, pasando a convertirse en patrimonio de todo el movimiento comunista mundial. La vía pacífica de la revolución se ha hecho posible en virtud de la aparición de una serie de factores nuevos. Primeramente, ha cambiado la correlación de fuerzas entre el capitalismo y el comunismo en escala mundial. Los imperialistas no son ya dueños y señores absolutos del mundo. Frente a ellos tienen al poderoso campo de los Estados socialistas, al robustecido movimiento obrero internacional y a las fuerzas democráticas de todo el mundo. Esto significa que la revolución cuenta con una situación exterior más propicia. En segundo lugar, crece sin cesar la fuerza de atracción de las ideas del socialismo y en todo el mundo aumenta rápidamente el número de sus partidarios. Cuanto mayores son los éxitos que los países socialistas consiguen en el campo de la economía, la cultura y la democracia socialista, tanto más vigorosamente se acercan al socialismo los trabajadores de los países capitalistas y de las colonias, tanto más amplio es el frente de las fuerzas que aspiran a pasar al nuevo régimen social. En tercero, después de la guerra ha adquirido realidad en muchos países capitalistas la perspectiva de que la mayoría de la población se agrupe alrededor de la bandera antimonopolista y democrática, con lo que se conseguirá una superioridad decisiva de fuerzas sobre los grupos dirigentes de la burguesía. Así, pues, la revolución pacífica se ha hecho posible no porque las clases dirigentes hayan cambiado de naturaleza y se muestren inclinadas a renunciar voluntariamente a su poder. No; es posible porque en bastantes países se puede llegar a conseguir una superioridad tal sobre la reacción, que las clases afectadas, comprendiendo la inutilidad de la resistencia, no tengan otro recurso que capitular ante el pueblo revolucionario. Por consiguiente, también en este caso la suerte de la revolución viene determinada por la correlación real de fuerzas.
El hecho de que los marxistas-leninistas acepten la posibilidad de la revolución pacífica no quiere decir en modo alguno que se hayan pasado a las posiciones del reformismo. Los reformistas propugnan la vía pacífica porque niegan en general la lucha de clases y la revolución. Según los socialdemócratas de derecha, la sociedad de "justicia social" no es producto de las acciones revolucionarias de los trabajadores, sino que viene como consecuencia de la evolución elemental de la propia sociedad capitalista. Los marxistas-leninistas niegan que eso sea así: no lo confirman ni la ciencia de la sociedad ni la experiencia de la vida. Saben que toda revolución -pacífica o no pacífica- es resultado de la lucha de clases. Y tanto más la revolución socialista -pacífica o no pacífica-, que siempre es revolución, pues viene a resolver el problema del paso del poder que detentaban las clases reaccionarias a las manos del pueblo. Además, los reformistas ven la vía pacífica como el único camino que conduce al socialismo. Los marxistas-leninistas, aun señalando la posibilidad de una revolución pacífica, ven algo más: ven como algo inevitable, en una serie de casos, una gran agudización de la lucha de clases. Donde el aparato policíaco-militar de la burguesía reaccionaria es fuerte, la clase obrera tropezará con una desesperada resistencia. No hay duda de que el derrocamiento de la dictadura burguesa por la lucha armada de las clases será inevitable en algunos países capitalistas. Lenin advertía ya que la reacción puede lanzarse a probar todas sus posibilidades en una batalla última y definitiva. No tenerlo presente y no prepararse a darle respuesta firme sería el mayor de los errores.

domingo, 10 de marzo de 2013

ORACION A SIMON BOLÍVAR EN LA NOCHE NEGRA DE AMÉRICA

Por Mahfud Massis
Atraviesas la eternidad con un hueso de caballo,
incendiando el abismo como si fuese el abanico de una vieja diosa.
Corre el tiempo, el agua verde entre tus piernas de coloso,
como la flor indígena de la metáfora
o el lienzo manchado sobre la cara de Cristo,
seco como tú, magro, arando en el mar, arando.
Capitán, macho de amarguras, ¿en qué oscura caja reventó tu sueño
entre el gusano y el oro del atardecer americano?
Como en las lúgubres consejas o en las leyendas de los reinos perdidos,
entraron las grullas en la noche, y traidores vestidos de luto
encendieron sus velas amarillas.
Y tú, aterradoramente pálido,
aterradoramente embrujado, (¡América! ¡Oh América!),
rodeado de rameras y blancas moscas salvajes,
de generales leprosos y enanos de largas trenzas.
Sobre el Chimborazo,
donde el Tiempo duerme en su silla de ópalo
petrificado, echaste una vez tu cuerpo diminuto de gran soldado de América,
forjado en hornos
en tumbas abiertas,
en inocultables sollozos.
Te mojó el tiempo, te golpeó con su barba de madera fría.
Un follaje glacial cubría tu rostro de alucinado,
por el que bajaban piedras, tormentas, galerías, ciudades quemadas,
pueblos que lloran como barcos perdidos.
Yo te comparo a la sal, a la locura,
a los poetas, a los grandes hechizados,
a los que iluminan la razón de cadalsos y mariposa.
Te comparo a la noche, terrible madre del día,
a un cristal que se quiebra en medio de la asamblea,
o a un cielo de trigo en que yace una mujer
con la cabeza incendiada.
Recuerdo tus ojos de idólatra,
jurando por la carne humillada del hombre americano,
juramentos enormes como pájaros de neblina sobre el Monte Sacro.
Y junto a ti, Simón, el Viejo,
monumental, huracanado, mercancía
exiliada en medio de la aurora, escoria de oro,
inventando otros escalofríos,
gárgolas de pecho humano entre la lava errabunda y las adivinaciones.
Jaguares melancólicos devoraron tu corazón
como el neblí al astro iluminado,
arrastrando catafalcos, firmamentos desaparecidos,
agitando un cascabel de miseria, un plato de sangre
ante los propios ojos.
Envueltos en trapos escarlatas
nuestros hijos,
;MALDITOS!
gritan, malditos desde el fondo
de la tierra, desde el fondo del aire.
Cabezas Negras, rufianes coronados
hoy transformados en radiantes verdugos.
Bajo el terciopelo que os cubre sois los mismos,
el mismo belfo, la misma pedrería despiadada,
fríos como montura de muerto;
pero una Sombra,
una irascible,
estremecida,
fulgurante sombra
caerá sobre vuestro delirio, como el ojo de Dios sobre el aceite negro,
en tanto las aves de la tempestad
alumbran la eternidad anunciando un inmarcesible nombre.
Eres tú, Capitán.
¡Estás despierto!
Despierto
sobre el pantano como la pantera en la estepa amarilla.
¡Avanza
entonces sobre esta tierra mojada! y vuelve
a caminar de nuevo, severo, insaciable,
saliendo de tu escritura
como una lágrima del tiempo antepasado.
¡Despierta,
Capitán, despierta.
América te llora como una gran viuda apasionada.

viernes, 1 de marzo de 2013

El imperialismo amenaza más que nunca el futuro de la humanidad

1era parte
La consecuencia más monstruosa del imperialismo son las guerras mundiales. Desde que el capitalismo entró en su última fase, la humanidad ha sido arrastrada ya a dos catástrofes de este género que se prolongaron en total durante diez años. Si a este tiempo unimos las guerras locales desencadenadas por los imperialistas en la primera mitad de siglo, resulta que en más de la mitad de todo este período no cesaron las matanzas. La segunda guerra mundial dejó muy atrás a la primera por sus proporciones y por el encarnizamiento con que se llevó a cabo. En la primera tomaron parte 36 países, con un total de 1.050 millones de habitantes (el 62 por ciento de la población mundial); la segunda atrajo a su órbita a 61 países con una población de 1.700 millones de habitantes (el 80 por ciento de la población del globo). En la primera, las operaciones militares se desarrollaron en un territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados, y en la segunda, de 22 millones. En la primera guerra mundial fueron llamados bajo las armas 70 millones de hombres, y en la segunda 110 millones. Lo mismo puede decirse en cuanto a las víctimas. En la primera guerra mundial hubo 10 millones de muertos y 20 millones de heridos. La segunda se llevó 32 millones de vidas humanas y dejó 35 millones de inválidos.
En cuanto a las pérdidas materiales, podemos hacernos una idea por las cifras siguientes: en Europa, durante la segunda guerra mundial quedaron destruidos 23,6 millones de viviendas, 14,5 millones de edificios públicos y empresas industriales y más de 200.000 kilómetros de vías férreas. Sólo en la Unión Soviética, los invasores fascistas alemanes incendiaron y destruyeron 1.710 ciudades y más de 70.000 aldeas, con lo que perdieron su hogar 25 millones de personas. A pesar de las terribles armas aparecidas en el siglo XX, que llevaban a los militaristas a enunciar las aventureras teorías de la "guerra relámpago", la duración de las guerras no disminuye, sino que va en aumento. La primera guerra mundial duró 51.5 meses, y la segunda 72. Vivo testimonio del creciente espíritu reaccionario y agresivo del imperialismo en nuestros días es la constante amenaza de una nueva guerra mundial, que por su fuerza destructiva dejaría muy atrás a todo cuanto la humanidad ha conocido hasta ahora. En efecto, durante las guerras de 1914-1918 y de 1939-1945 hubo extensas zonas y continentes enteros (por ejemplo, toda América y gran parte de África) a los que no llegó el fragor de la contienda. Actualmente, el cambio, los puntos más alejados de la tierra se encuentran al alcance de la aviación moderna y de los proyectiles dirigidos. No sólo los ejércitos en el frente, sino también la población civil de la retaguardia más profunda conocerían sus efectos. Estrategas y teóricos del imperialismo preparan ya abiertamente a esta idea a la opinión pública. Lyddel Hart, escritor militar inglés, afirma sin rodeos que "la guerra ha dejado de ser una lucha entre dos ejércitos. La guerra se ha convertido en un simple proceso de destrucción". Las calamidades de una tercera conflagración mundial se incrementarían muy especialmente por las circunstancias de que los imperialistas la proyectan y preparan como una guerra nuclear. Y el radio de acción del arma atómica y de hidrógeno es tan extenso, el peligro de contaminación radiactiva de la atmósfera es tan grande, que la explosión de una o dos bombas de hidrógeno podría ser catastrófica para cualquier país europeo de extensión media. Y no hablemos ya de los Estados pequeños. No olvidemos tampoco que las pruebas de armas atómicas, a la prohibición de las cuales tanto se resisten los imperialistas, someten a la humanidad a un grave peligro. La continuación de estas pruebas, incluso al nivel actual, puede tener consecuencias irreparables para la salud de las futuras generaciones. Así, pues, la carrera de armamentos, desencadenada por las potencias imperialistas, nos ha llevado a una situación de extraordinario peligro. La historia del capitalismo abunda en páginas negras que rezuman sangre. Pero los preparativos que los imperialistas hacen para una tercera guerra mundial empujan a la humanidad a un crimen que sobrepasa y eclipsa todo cuanto hasta ahora se conoce.