Por:J.V.Stalin
«No es la conciencia
del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser
social es lo que determina su conciencia». (C. Marx)
Ya hemos examinado el
método dialéctico.
¿Qué es la teoría
materialista?
Todo cambia en el mundo,
todo se desarrolla en la vida, pero ¿cómo ocurre este cambio y en
qué forma se realiza este desarrollo? Nosotros sabemos, por ejemplo,
que en un tiempo la tierra era una masa ígnea incandescente; después
se fue enfriando poco a poco, más tarde aparecieron los vegetales y
los animales, al desarrollo del mundo animal sucedió la aparición
de una determinada variedad de monos, y luego, a todo ello, siguió
la aparición del hombre.
Así se ha operado, en
líneas generales, el desarrollo de la naturaleza.
Sabemos asimismo que la
vida social tampoco ha estado fija en un punto. Hubo un tiempo en que
los hombres vivían en el comunismo primitivo; entonces obtenían su
sustento de la caza primitiva, erraban por los bosques y conseguían
así sus alimentos.
Llegó una época en que
el comunismo primitivo fue sustituido por el matriarcado: entonces la
sociedad satisfacía sus necesidades principalmente por medio de la
agricultura primitiva. Después el matriarcado fue sustituido por el
patriarcado, cuando los hombres obtenían su sustento, principalmente
de la ganadería. Más tarde el patriarcado fue sustituido por el
régimen esclavista: entonces los hombres lograban su sustento de una
agricultura relativamente más desarrollada. Al régimen esclavista
siguió el feudalismo, y a todo ello sucedió el régimen burgués.
Así se ha operado, en
líneas generales, el desarrollo de la vida social. Sí, todo esto es
sabido... Pero ¿cómo se produjo este desarrollo: era la conciencia
la que originaba el desarrollo de la «naturaleza» y de la
«sociedad», o por el contrario, era el desarrollo de la
«naturaleza» y de la «sociedad» el que originaba el desarrollo de
la conciencia?
Así es planteada la
cuestión por la teoría materialista.
Algunos dicen que a la
«naturaleza» y a la «vida social» precedió la idea universal,
que más tarde sirvió de base al desarrollo de aquéllas, de manera
que el desarrollo de los fenómenos de la «naturaleza» y de la
«vida social» es, por decirlo así, la forma exterior, una simple
expresión del desarrollo de la idea universal.
Tal era, por ejemplo, la
doctrina de los idealistas, que con el tiempo se dividieron en varias
corrientes.
Otros, en cambio, dicen
que desde el principio existen en el mundo dos fuerzas que se niegan
mutuamente: la idea y la materia, la conciencia y el ser, y que, de
acuerdo con ello, los fenómenos se dividen también en dos series,
la ideal y la material, que se niegan mutuamente y luchan entre sí,
de manera que el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad es una
lucha continua entre los fenómenos ideales y los materiales.
Tal era, por ejemplo, la
doctrina de los dualistas, que con el tiempo, a semejanza de los
idealistas, se dividieron en varias corrientes.
La teoría materialista
rechaza de raíz tanto el dualismo como el idealismo.
Naturalmente, en el mundo
existen fenómenos ideales y materiales, pero esto no quiere decir en
modo alguno que se nieguen mutuamente. Por el contrario, el aspecto
ideal y el aspecto material son dos formas distintas de una y la
misma naturaleza o sociedad; no se les puede imaginar el uno sin el
otro, existen juntos, se desarrollan juntos y, por lo tanto, no
tenemos ningún fundamento para creer que se nieguen mutuamente.
Así, pues, el llamado
dualismo carece de toda base.
Una naturaleza única e
indivisible, expresada en dos formas distintas: la material y la
ideal; una vida social única e indivisible, expresada en dos formas
distintas: la material y la ideal; he ahí cómo debemos considerar
el desarrollo de la naturaleza y de la vida social.
Tal es el monismo de la
teoría materialista.
Al propio tiempo, la
teoría materialista niega también el idealismo.
Es falsa la concepción
según la cual el aspecto ideal, y en general la conciencia, precede
en su desarrollo al desarrollo del aspecto material. Cuando no había
aún seres vivos, existía ya la llamada naturaleza exterior,
«inanimada». El primer ser vivo no poseía conciencia alguna,
poseía solamente irritabilidad y los primeros rudimentos de la
sensación. Después se desarrolló paulatinamente en los animales la
capacidad sensitiva, pasando poco a poco a ser conciencia, en
consonancia con el desarrollo de la estructura de su organismo y de
su sistema nervioso. Si el mono hubiera andado siempre a cuatro
patas, si no hubiera enderezado la espalda, su descendiente –el
hombre– no habría podido servirse con soltura de sus pulmones y de
sus cuerdas vocales y, por lo tanto, no habría podido valerse del
lenguaje, lo cual habría detenido radicalmente el desarrollo de su
conciencia. O bien, si el mono no se hubiera puesto derecho sobre las
patas traseras, su descendiente –el hombre– se habría visto
precisado a andar siempre a cuatro patas, a mirar al suelo y a
extraer de él sus impresiones; no habría tenido la posibilidad de
mirar hacia arriba y en torno suyo y, por consiguiente, no habría
podido proporcionar a su cerebro más impresiones que las que posee
el animal cuadrúpedo. Todo esto habría detenido radicalmente el
desarrollo de la conciencia humana.
Resulta que para el
desarrollo de la conciencia es necesaria una determinada estructura
del organismo y un determinado desarrollo de su sistema nervioso.
Resulta que al desarrollo
del aspecto ideal, al desarrollo de la conciencia, precede el
desarrollo del aspecto material, el desarrollo de las condiciones
exteriores: primero cambian las condiciones exteriores, primero
cambia el aspecto material, y luego cambia, a tenor de ello, la
conciencia, el aspecto ideal.
De esta manera, la
historia del desarrollo de la naturaleza socava de raíz el llamado
idealismo.
Lo mismo cabe decir en
cuanto a la historia del desarrollo de la sociedad humana.
La historia muestra que
si en distintas épocas los hombres han tenido diferentes ideas y
deseos, la causa está en que en las distintas épocas han luchado de
modo distinto con la naturaleza para la satisfacción de sus
necesidades, y sus relaciones económicas se han ido estableciendo,
en consonancia con esto, de distinta manera. Hubo un tiempo en que
los hombres luchaban contra la naturaleza en común, sobre la base de
los principios comunistas primitivos; su propiedad era entonces
también comunista, y por ello casi no distinguían entre lo «mío»
y lo «tuyo», por ello su conciencia era comunista. Llegó un tiempo
en que en la producción penetró la distinción de lo «mío» y lo
«tuyo»: entonces la propiedad tomó asimismo un carácter privado,
individual, y por ello la conciencia de los hombres se penetró del
sentimiento de la propiedad privada. Llega una época, la época
presente, en que la producción reviste de nuevo un carácter social;
por lo tanto, pronto la propiedad revestirá asimismo un carácter
social, y, precisamente por ello, la conciencia de los hombres se
penetra poco a poco de socialismo.
Un ejemplo sencillo.
Figuraos un zapatero que tuvo n pequeño taller, pero no resistió la
competencia de los grandes patronos, cerró el taller y se puso a
trabajar como asalariado, supongamos, en la fábrica de calzado de
Adeljánov, en Tiflís. Entró en la fábrica de Adeljánov, pero no
con el propósito de convertirse para siempre en un obrero
asalariado, sino con el fin de juntar dinero, reunir un capitalillo y
después abrir de nuevo su taller. Como veis, la situación de este
zapatero es ya proletaria, pero su conciencia no es todavía
proletaria, es profundamente pequeñoburguesa. Dicho en otros
términos, la situación pequeñoburguesa de este zapatero ha
desaparecido ya, no existe, pero su conciencia pequeñoburguesa
todavía no ha desaparecido, ha quedado a la zaga de su situación
real.
Es evidente que también
aquí, en la vida social, primero cambian las condiciones exteriores,
primero cambia la situación de los hombres, y después cambia, de
modo correspondiente, su conciencia.
Pero volvamos a nuestro
zapatero. Como ya sabemos, se propone juntar dinero y después abrir
su taller. El zapatero proletarizado trabaja y ve que reunir dinero
es una cosa muy difícil, ya que el salario apenas si le llega para
sustentarse. Observa, además, que la apertura de un taller
particular no es ya tan sugestiva: el pago del alquiler de un local,
los caprichos de los clientes, la falta de dinero, la competencia de
los grandes patronos y demás preocupaciones por el estilo son otros
tantos quebraderos de cabeza que agobian al dueño de un pequeño
taller. En cambio, el proletario está relativamente más libre de
tales preocupaciones, no le inquieta el cliente ni el alquiler del
local; llega por la mañana a la fábrica, sale por la noche «muy
tranquilo» y, con la misma tranquilidad, el sábado se embolsa la
«paga». Esto es precisamente lo que por primera vez les corta las
alas a los sueños pequeñoburgueses de nuestro zapatero, esto hace
también que por primera vez aparezcan en su espíritu aspiraciones
proletarias.
Pasa el tiempo, y nuestro
zapatero ve que el dinero no le alcanza para lo más indispensable,
que le es sumamente necesario un aumento de salario. Al propio tiempo
observa que sus camaradas hablan de sindicatos y de huelgas. Esto
mismo hace que nuestro zapatero cobre conciencia de que para mejorar
su situación es necesario luchar contra los patronos, y no abrir un
taller propio. Ingresa en el sindicato, se incorpora al movimiento
huelguístico y pronto se adhiere a las ideas socialistas...
Así, pues, al cambio de
la situación material del zapatero ha seguido, al fin y al cabo, el
cambio de su conciencia: primero cambió su situación material, y
después, pasado cierto tiempo, cambió también, de modo
correspondiente, su conciencia.
Lo mismo hay que decir de
las clases y de la sociedad en su conjunto.
En la vida social cambian
también primero las condiciones exteriores, cambian primero las
condiciones materiales, y después, a tenor de ello, cambian asimismo
el modo de pensar de los hombres, sus usos y costumbres, su
concepción del mundo.
Por eso Marx dice:
«No es la conciencia
del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser
social es lo que determina su conciencia».
Si al aspecto material, a
las condiciones exteriores, al ser y a otros fenómenos semejantes
los llamamos contenido, al aspecto ideal, a la conciencia y a otros
fenómenos semejantes podemos llamarlos forma. De aquí ha surgido
esta conocida tesis materialista: en el proceso del desarrollo, el
contenido precede a la forma, la forma queda a la zaga del contenido.
Y como, en opinión de
Marx, el desarrollo económico es la «base material» de la vida de
la sociedad, su contenido, mientras que el desarrollo
jurídico-político y religioso-filosófico es la «forma ideológica»
de este contenido, su «superestructura», Marx llega a esta
conclusión: «Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o
menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre
ella».
Naturalmente, eso no
significa en modo alguno que, en opinión de Marx, sea posible el
contenido sin la forma, como se ha imaginado Sh. G. (v. «Nobati»,
núm. 1.«Crítica del monismo»). El contenido sin la forma es
imposible, pero lo que ocurre es que tal o cual forma, debido a su
retraso respecto a su contenido, nunca corresponde plenamente a este
contenido, y por tanto, el nuevo contenido «se ve obligado»
temporalmente a revestir la vieja forma, lo que origina un conflicto
entre ambos. En la actualidad, por ejemplo, al contenido social de la
producción no corresponde la forma de apropiación de los productos,
forma que tiene un carácter privado, y precisamente sobre este
terreno se produce el «conflicto» social de nuestros días.
Por otra parte, la idea
de que la conciencia es la forma del ser no quiere decir en modo
alguno que la conciencia sea, por su naturaleza, la materia misma.
Así pensaban solamente los materialistas vulgares (por ejemplo,
Büchner y Moleschott), cuyas teorías contradicen de raíz el
materialismo de Marx, y a los que Engels puso con justa razón en
ridículo en su «Ludwig Feuerbach». Según el materialismo de Marx,
la conciencia y el ser, la idea y la materia son dos formas distintas
de un mismo fenómeno, que se llama, hablando en términos generales,
naturaleza o sociedad. Por tanto, no se niegan mutuamente[ 5 ] y, al
propio tiempo, no son tampoco un mismo fenómeno. Se trata únicamente
de que en el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, a la
conciencia, es decir, a lo que se produce en nuestra cabeza, precede
el correspondiente cambio material, es decir, lo que se produce fuera
de nosotros; a este o al otro cambio material sigue de manera
inevitable, tarde o temprano, el correspondiente cambio ideal.
Muy bien, nos dirá, tal
vez eso sea exacto en cuanto a la historia de la naturaleza y de la
sociedad. Pero ¿de qué modo se engendran en nuestra cabeza en el
momento presente las diversas representaciones e ideas? ¿Existen en
realidad las llamadas condiciones exteriores, o existen sólo
nuestras representaciones de estas condiciones exteriores? Y si
existen las condiciones exteriores, ¿en qué medida es posible
percibirlas y conocerlas?
A este propósito, la
teoría materialista afirma que nuestras representaciones, nuestro
«yo», existen tan sólo en tanto en cuanto existen las condiciones
exteriores que suscitan impresiones en nuestro «yo». Quien diga
irreflexivamente que no existe nada más que nuestras
representaciones, se ve precisado a negar todo género de condiciones
exteriores y, por tanto, a negar la existencia de los demás hombres,
admitiendo tan sólo la existencia de su «yo», lo cual es absurdo y
contradice de raíz los fundamentos de la ciencia.
Es evidente que existen
en realidad las condiciones exteriores; estas condiciones existían
anteriormente a nosotros y existirán después de nosotros; además,
será tanto más fácil percibirlas y conocerlas cuanto más
frecuentemente y con mayor fuerza actúen sobre nuestra conciencia.
Por lo que atañe a cómo
se engendran en el momento presente en nuestra cabeza las diferentes
representaciones e ideas, debemos observar que aquí se repite en
forma abreviada lo que ocurre en la historia de la naturaleza y de la
sociedad. También en este caso el objeto que se encuentra fuera de
nosotros precedió a nuestra representación de él; también en este
caso nuestra representación, la forma, queda a la zaga del objeto,
su contenido. Si yo miro a un árbol y lo veo, eso quiere decir
solamente que ya antes de que en mi cabeza naciera la representación
del árbol, existía el propio árbol que ha suscitado en mí la
correspondiente representación...
Tal es, en forma
resumida, el contenido de la teoría materialista de Marx.
No es difícil comprender
la importancia que debe tener la teoría materialista para la
actividad práctica de los hombres.
Si primero cambian las
condiciones económicas, y después, de acuerdo con ello, cambia la
conciencia de los hombres, resulta claro que no debemos buscar los
fundamentos de este o el otro ideal en el cerebro de los hombres, en
su fantasía, sino en el desarrollo de sus condiciones económicas.
Sólo es bueno y aceptable el ideal creado sobre la base del estudio
de las condiciones económicas. Son inservibles e inaceptables todos
los ideales que no tienen en cuenta las condiciones económicas, que
no se basan en su desarrollo.
Tal es la primera
conclusión práctica de la teoría materialista.
Si la conciencia de los
hombres, sus usos y costumbres están determinados por las
condiciones exteriores, si la indignidad de las formas jurídicas y
políticas está basada en el contenido económico, resulta claro que
debemos contribuir a la reorganización radical de las relaciones
económicas, para que, con ellas, cambien de raíz los usos y
costumbres del pueblo y su régimen político.
He aquí lo que dice
Carlos Marx al respecto: «No hace falta un gran ingenio para
advertir la conexión necesaria que existe entre la doctrina del
materialismo... y el socialismo. Si el hombre extrae todos sus
conocimientos, sensaciones, etc. del mundo sensible..., hay que
organizar, por tanto, el mundo circundante de forma que el hombre
perciba en él lo auténticamente humano y se habitúe a concebirse a
sí mismo como ser humano... Si el hombre no es libre en el sentido
materialista, es decir, si es libre no a consecuencia de la facultad
negativa de evitar esto o lo otro, sino a consecuencia de la facultad
positiva de manifestar su verdadera individualidad, entonces no se
debe castigar tal o cual delito, sino destruir las fuentes
antisociales del delito... Si el hombre es formado por las
circunstancias, hay que hacer que las circunstancias sean humanas»
(v. «Ludwig Feuerbach», apéndice «C. Marx sobre el materialismo
francés del siglo XVIII»)[ 6 ].
Tal es la segunda
conclusión práctica de la teoría materialista.