La lucha por los
intereses de los campesinos
Obreros y campesinos son
hermanos por su origen y por la situación que ocupan en la sociedad
capitalista. La clase obrera se formó históricamente por la ruina
de los campesinos que eran despojados de sus tierras. El campo,
explotado por el capital, sigue nutriendo sin cesar las filas de la
clase obrera. Obreros temporeros acuden del campo a la ciudad. El
campesino y el obrero tienen de común que ambos son trabajadores y
se ganan el pan con el sudor de su frente. Ambos se enfrentan al
mismo enemigo de clase. En realidad, como indicaban Marx y Engels, la
explotación de que son objeto los campesinos se diferencia de la
explotación de los obreros sólo por la forma, mientras que el
explotador de unos y otros es el mismo: el capital. A pesar de la
semejanza y afinidad de los obreros y campesinos, la alianza entre
ellos no se establece de por sí. La burguesía dominante ha
conseguido mantener separados durante largo tiempo a los obreros y
los campesinos. En muchos países lo logra todavía.
De todos los partidos
políticos que la historia conoce, el único que ha trabajado
consecuentemente por robustecer la alianza de obreros y campesinos es
el Comunista. La necesidad de esta alianza la señalaron por primera
vez Marx y Engels, sacando enseñanzas de la derrota del proletariado
en las revoluciones de 1848, y también del trágico fin de la Comuna
de París en 1871. Las manifestaciones de Marx y Engels sobre el
problema campesino, dadas al olvido por los oportunistas de la II
Internacional, sirvieron a Lenin de punto de partida al elaborar el
programa del Partido bolchevique. La alianza de la clase obrera y los
campesinos se convirtió en una de las ideas fundamentales del
leninismo. Esta idea marca una diferencia entre los Partidos
Comunistas y los socialdemócratas, los cuales no creen en los
campesinos e imbuyen su desconfianza a los obreros. Esta misma idea
marca también una diferencia entre los Partidos Comunistas y los
partidos campesinos, cuyos líderes enfrentan de ordinario los
campesinos a los obreros, de lo que sólo salen gananciosos la gran
burguesía y los grandes terratenientes. Necesidad de la alianza de
los obreros y los campesinos. Los comunistas no se ven impulsados
simplemente por sus buenos deseos cuando defienden la alianza de la
clase obrera y de los campesinos. Se basan en las leyes objetivas del
desarrollo social y saben que los intereses del capital acaban
inevitablemente por chocar con los intereses de la inmensa mayoría
de los campesinos. La acción de la ley general de la acumulación
capitalista en la agricultura conduce a la desintegración y
diferenciación de los campesinos. Desaparecen las capas medias y se
incrementan los grupos extremos: los ricos de la aldea y los
campesinos pobres. Los campesinos acomodados o granjeros, cuya
economía se basa en la explotación del trabajo asalariado, se
convierten en capitalistas. Hállanse más o menos relacionados con
el capital industrial y bancario, aunque últimamente suelen sentir a
menudo el peso de los capitostes de los monopolios. La inmensa
mayoría de los campesinos cae bajo la dependencia económica del
capital: parte de ellos marchan a la ciudad, incrementando las filas
del proletariado, y quienes se quedan en la aldea se van convirtiendo
en semiproletarios. El estudio de las relaciones agrarias en Rusia,
Europa Occidental y Estados Unidos permitió a Lenin establecer que
buena parte de los pequeños labradores y la mayoría de los más
pequeños no son, en esencia, sino obreros provistos de un lote de
tierra. Los dueños de pequeñas economías son necesarios al
capitalista en calidad de reservas de una mano de obra asalariada que
puede adquirir a bajo precio. La proletarización de los campesinos,
por tanto, no significa solamente que parte de ellos son lanzados a
la ciudad; también se traduce en que masas cada vez mayores
arrastran una existencia mísera en sus trozos de tierra, siempre
bajo la dependencia del usurero, del banco agrícola y de los
monopolios comerciales, viéndose obligadas, para salir adelante, a
trabajar parte del año por contrata.
El capitalismo convierte
despiadadamente en ilusiones el deseo de la mayoría de los
campesinos de verse dueños independientes de su propia tierra. De
ahí que, en su lucha por sus propios intereses, no puedan contar con
el apoyo de la burguesía dominante. Necesitan buscar un aliado, y
éste lo encuentran en la clase obrera. Tal es la lógica de la
historia y tal es la tendencia del desarrollo. Pero el proceso
histórico, como ocurre a menudo, sigue unos caminos tortuosos y
complejos. ¿En qué se basa concretamente la seguridad de los
comunistas en la inevitable ruptura de los campesinos con la
burguesía y en que la alianza de la clase obrera y los campesinos ha
de llegar forzosamente? Cuando la burguesía luchaba por el poder
político, contra la dominación de los señores feudales, utilizaba
como fuerza de choque a los campesinos, que aspiraban a romper las
cadenas de la servidumbre de la gleba. Las guerras e insurrecciones
campesinas quebrantaron los soportes del feudalismo y sentaron las
premisas para el triunfo de las revoluciones burguesas en Inglaterra,
Francia, Alemania, Italia y otros países. Pero en la aldea, los
frutos de la revolución burguesa los recogieron principalmente los
campesinos ricos, los usureros, los traficantes y especuladores, que
se enriquecían con la explotación de los campesinos trabajadores.
Los ricos de la aldea se convirtieron en baluarte del Estado burgués
y en su reserva para la lucha contra el movimiento revolucionario de
la clase obrera. Pasaron a ser los portadores de la influencia
burguesa en el medio campesino. La diferenciación social acabó
prontamente con la relativa unidad de intereses que existía en la
comunidad campesina colocada bajo la planta del señor feudal.
Mientras que los campesinos ricos se sentían atraídos por la
burguesía urbana, los campesinos pobres se inclinan cada vez más
hacia la clase obrera. El triunfo de las revoluciones burguesas
despejó al gran capital el camino del campo, donde por doquier
destruía la pequeña producción y obligaba a masas enormes de
campesinos a abandonar sus hogares. El desarrollo del capitalismo
significó en Europa una verdadera migración de pueblos. Millones de
campesinos arruinados se trasladaban a lejanos países con la
esperanza de convertirse en labradores independientes. Pero también
allí les alcanzaba el férreo abrazo del capital.
Una vez vio consolidado
su poder político, la burguesía de Europa Occidental se convirtió
en el peor enemigo del movimiento campesino. Sus gobiernos burgueses
apoyaron hasta el fin a la dinastía de los Románov en Rusia, que
tenía su principal apoyo en los terratenientes. En todo momento
acudían los burgueses en ayuda de las monarquías salvadas del
naufragio del feudalismo, cuando los tronos se tambaleaban al empuje
del movimiento campesino. La burguesía imperialista de Europa y
América del Norte hizo cuanto estaba a su alcance para mantener las
formas feudales de explotación en las colonias y semicolonias.
Gracias a sus esfuerzos, hoy, a mediados del siglo XX, en Asia,
África, Iberoamérica y hasta en algunos lugares de Europa, como
España o el Sur de Italia, se conservan casi intangibles formas de
la agricultura feudal y de la subordinación económica que son
propias de la Edad Media. Por lo tanto, la burguesía no ha resuelto
el problema campesino; antes al contrario, ha sido el freno principal
para la liberación de los campesinos en todos los países donde
había de llevarse a cabo la justa tarea impuesta por la historia de
suprimir las caducas formas feudales y semifeudales de propiedad
agraria. Esto sienta las premisas para una alianza anticapitalista de
la clase obrera y los campesinos. La experiencia de la Gran
Revolución Socialista de Octubre y de las revoluciones
democrático-populares de Europa y Asia confirma la tesis
marxista-leninista de que, en los países donde se plantea la tarea
de suprimir las supervivencias del feudalismo, todos los campesinos
pueden ir de la mano con la clase obrera, pues ésta es la única
clase capaz de llevar hasta el fin la revolución agraria, es decir,
de dar la tierra a los campesinos. En las revoluciones
democrático-populares de Europa y Asia, la alianza de la clase
obrera y los campesinos ha salido brillantemente airosa de la prueba.
Aliados a los obreros, los campesinos se han convertido, por primera
vez en la historia, en clase gobernante, que construye la nueva
sociedad socialista. Mas la alianza de la clase obrera y los
campesinos no es necesaria solamente en los países en que perdura
una agricultura feudal o semifeudal. Es también una necesidad vital
allí donde las relaciones capitalistas están desarrolladas. En
estos países el capital monopolista ha desplegado después de la
segunda guerra mundial una inusitada ofensiva contra los campesinos,
contra los granjeros, con el propósito de arruinar y suprimir las
economías de tipo campesino y sustituirlas por grandes empresas
capitalistas. El proceso de concentración de la producción y del
capital barre en estos países inexorablemente la granja familiar. De
ahí que se haya planteado la necesidad práctica de que la masa
entera de granjeros o campesinos se una a la clase obrera para
rechazar la ofensiva de los monopolios. A su vez, la clase obrera, en
el curso de la lucha por sus intereses de clase, se convence
inevitablemente de que sin el apoyo de los campesinos, sin la alianza
con ellos, no tiene fuerza suficiente para oponerse a la rapaz
oligarquía de los grandes capitalistas, que se apoyan en todo el
poderío del Estado. Así, pues, el problema campesino, alrededor del
cual giraron todos los movimientos populares de pasados siglos, sigue
en pie, con toda su agudeza política, en nuestra época de la gran
industria. Su contenido objetivo cambia, sin embargo. Antes era
antifeudal y ahora se transforma, cada vez más, en antimonopolista y
antiimperialista.
La importancia del
problema es tanto mayor por cuanto, hasta hoy día, los campesinos
representan la parte más nutrida de la población del mundo
capitalista. Si bien a lo largo de los últimos 150 años el volumen
de la población ocupada en la agricultura ha venido disminuyendo sin
cesar, en 1952 era aún del 59 por ciento. Incluso en la Europa
capitalista, los campesinos representan cerca de un tercio de su
población. Ahora bien, aunque los campesinos son la mayoría de la
población en muchos países, sin el apoyo de la clase obrera no
pueden sacudirse el yugo de los terratenientes y del capital
monopolista. La teoría marxista explica que en la alianza de los
obreros y campesinos la fuerza dirigente son los primeros. Así se
desprende de la circunstancia de que, por las mismas condiciones de
vida, los obreros están incomparablemente mejor organizados que los
campesinos; están concentrados en grandes ciudades y poseen ya una
larga experiencia de lucha contra las clases explotadoras. Casi en
todos los países capitalistas poseen sus combativos Partidos
Comunistas, que demuestran no ya su deseo, sino su capacidad para
defender los intereses de todos los trabajadores. La preponderancia
de la clase obrera en la alianza es necesaria como garantía de
éxito, y no significa que vaya a sacar de ella mayores ventajas o
privilegios que los campesinos. Los obreros conscientes cargan con el
peso principal de la lucha y están dispuestos a hacer los mayores
sacrificios, como realmente ocurre. Esencia de las supervivencias
feudales. Los fines y tareas de la lucha conjunta de la clase obrera
y los campesinos cambian en dependencia de sus condiciones de vida.
En los países en que aún se mantienen las relaciones feudales o son
fuertes sus supervivencias, pasa a primer plano la lucha contra el
feudalismo, contra las formas feudales de explotación de los
campesinos por los terratenientes. Esto se refiere, como ya se ha
dicho, a las comarcas meridionales de Italia, a toda España y
también a muchos países de Oriente y de Iberoamérica. Los restos
de las relaciones económicas feudales se manifiestan en formas
diversas. Enumeraremos las principales, las más típicas. Es,
primeramente, la propiedad de los grandes terratenientes extendida a
regiones enormes. La mayoría de los campesinos, a causa de sus
escasos recursos, no pueden adquirir tierra y han de arrendarla a los
grandes propietarios en condiciones onerosas. En segundo lugar, es la
aparcería. Los campesinos entregan al terrateniente una parte
importante de la cosecha, que a veces llega a la mitad, y aun pasa de
ella.
En tercer lugar, el
sistema de pagos en trabajo en la hacienda del gran propietario. Los
campesinos han de cultivar las tierras de éste con sus toscos
aperos. Esto los coloca de hecho en la situación de siervos de la
gleba, que cumplen su prestación personal en beneficio del señor.
En cuarto lugar, es la espesa telaraña de deudas que envuelve a la
mayoría de los campesinos, que los convierte en morosos y refuerza
su dependencia de los terratenientes y usureros. Las consecuencias de
todas estas supervivencias del feudalismo son conocidas: extremo
atraso técnico de la agricultura, mísera situación de la inmensa
mayoría de los campesinos, raquitismo del mercado interior y falta
de recursos para la industrialización del país. En los países
donde se mantienen las relaciones feudales es imposible suprimir el
atraso económico y la miseria del pueblo sin una revolución agraria
o sin una radical reforma en el campo. Esta misión histórica
únicamente la puede cumplir la alianza de la clase obrera y los
campesinos, que es la sola fuerza capaz de acabar por completo con
las supervivencias del feudalismo y entregar en propiedad a los
campesinos, a título gratuito, la tierra de los grandes
propietarios. La alianza de la clase obrera y los campesinos, que
dirige su filo contra el yugo de los terratenientes feudales, es
condición necesaria para que pueda formarse una amplia coalición
democrática de todas las fuerzas progresistas. Los monopolios
capitalistas son los expoliadores principales de los obreros y
campesinos. En los países capitalistas desarrollados el enemigo
principal de todas las clases oprimidas -sin exceptuar a los
campesinos- es el capital monopolista. Las grandes asociaciones de
capitalistas predominan no sólo sobre la industria, sino también
sobre la agricultura. Explotan a los campesinos al igual que a los
obreros. A través de su extensa red de instituciones crediticias,
bancos agrícolas, compañías de seguros, etc., el capital
financiero ha puesto bajo su control a millones de economías
campesinas. Los altos precios de los artículos industriales,
mientras que para los productos del campo se mantienen a bajo nivel,
unidos al incremento de los impuestos y de los arriendos, obligan a
los campesinos a pedir préstamos a los bancos con la garantía de la
tierra o de otros bienes. Esto aumenta constantemente el volumen de
sus deudas y significa un incremento de la dependencia en que se
encuentran respecto del capital. Cuando la deuda no es satisfecha, y
esto es un fenómeno cada vez más frecuente, la tierra del
cultivador pasa a ser propiedad de los bancos y compañías
aseguradoras. Así, en Estados Unidos, una sola compañía de este
género, la Metropolitan Life Insurance, en 1949 poseía y
administraba más de siete mil granjas.
Son muy graves las
repercusiones que sobre la situación de los campesinos tiene la
política de precios de los monopolios capitalistas. Traducirse ésta
en la compra a los granjeros de productos alimenticios y materias
primas a bajo precio, mientras encarecen los artículos industriales
que les proporcionan. Esta política de cambio no equivalente forma
una diferencia de precios ("tijeras") en virtud de la cual
los campesinos, por una cantidad igual de producción agrícola,
obtienen una cantidad cada vez menor de aperos y maquinaria, abonos y
combustible. En Francia, por ejemplo, los precios de los artículos
industriales adquiridos por los campesinos eran en 1958 hasta 36
veces superiores a los de 1938, mientras que los precios de su
producción habían aumentado 16 veces solamente.
Las "tijeras"
son una forma velada de explotación de los campesinos por los
monopolios. La forma patente son los elevados impuestos, que sirven
para cubrir los gastos de la militarización de la economía y la
carrera de armamentos, para sostener el hinchado aparato estatal y
para subsidiar a los monopolios. Casi todo el fardo de los impuestos
recae sobre los hombros de los obreros y campesinos. Estos últimos,
en Francia, por ejemplo, han de satisfacer casi 40 impuestos
distintos. En su tiempo, Marx dio una atinada definición del odio
del campesino francés a estas cargas. "Cuando el campesino
francés quiere imaginarse al diablo -decía- se lo representa en
forma de recaudador de impuestos."214 Un gran tributo satisfacen
los campesinos a los grandes propietarios agrícolas y a los bancos
en forma de arrendamiento. Entre 1950 y 1956 los granjeros
norteamericanos han satisfecho por este concepto una media anual de
3.000 millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a las
ganancias que los monopolios del mismo país obtienen de sus
inversiones en el extranjero. El incremento del yugo de los
monopolios y la agudizada competencia de las grandes haciendas, que
emplean maquinaria para el cultivo de sus campos, traen consigo la
ruina en masa de los campesinos. En Estados Unidos, por ejemplo, el
número de granjas (como ya se hacía constar en el capítulo X)
disminuyó en 1.315.000 entre 1940 y 1954. En la República Federal
Alemana, entre 1949 y 1958 se han arruinado más de 200.000 economías
campesinas; en Francia, sin contar las economías inferiores a una
Ha, han sido más de 834.000 de 1929 a 1956. En cambio, crece el
número de grandes haciendas capitalistas.
El capitalismo
monopolista de Estado mantiene una política que acelera la
desaparición de economías campesinas pequeñas y medias. A ello
contribuyen los denominados programas de "ayuda" a la
agricultura, que en realidad significan una ayuda a los grandes
capitalistas del campo. Los créditos y subsidios que el Estado
concede a los grandes terratenientes para la adquisición de
máquinas, abonos y materiales de construcción crean al mismo
tiempo, artificialmente, un ventajoso mercado para las corporaciones
capitalistas dedicadas a la venta de esos artículos. Una
característica que se observa en los países capitalistas
desarrollados después de la segunda guerra mundial es la invasión
directa de la agricultura por el gran capital. A ello se debe, como
una de las causas principales, los grandes cambios producidos en los
últimos diez a quince años en la renovación técnica de la
agricultura capitalista de los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra,
Francia, Alemania y otros países. Es cada vez un fenómeno más
típico la mecanización completa de las empresas agrícolas, con un
gran empleo de abonos químicos, simientes escogidas y cría de
ganado de raza. El economista norteamericano V. Perlo escribe
refiriéndose a los cambios producidos en la agricultura de su país:
"El capital monopolista, siempre en busca de nuevas esferas para
sus inversiones, no se satisface ya con la apropiación indirecta
(«tijeras de precios» e interés de las deudas) de la renta de la
tierra y de la plusvalía creada en la agricultura. Comienza a
participar directamente en la formación de grandes empresas
agrícolas en amplia escala... El gran empleo de maquinaria moderna y
una mano de obra pagada a muy bajos precios, integrada principalmente
por negros, portorriqueños y mexicanos, permite al capital
monopolista obtener una cuota de ganancia suficiente a pesar de las
«tijeras» de precios." No en vano los ideólogos del capital
monopolista de los Estados Unidos y otros países afirman sin cesar
que ha llegado el momento de acabar con las "economías
técnicamente débiles" y de que el Estado preste su generoso
apoyo a las grandes haciendas. La amenaza de ruina se cierne de nuevo
sobre millones de economías campesinas. En 1957 el ministro de
Agricultura de los Estados Unidos declaraba que dos millones de
granjeros norteamericanos habían de abandonar la tierra. En Francia
existe el propósito de acabar con unas 800.000 economías
campesinas. Proyectos análogos existen en Alemania Occidental y en
algunos otros países capitalistas. El capitalismo monopolista de
Estado amenaza la existencia misma de los campesinos como clase.
Todo esto hace que en los
principales países capitalistas la lucha de los campesinos adquiera
un carácter preferentemente antimonopolista. En las colonias y
países dependientes se ha acentuado también mucho el yugo de los
monopolios, que se combina con las formas feudales de explotación de
los campesinos. El hambre de tierra no es allí consecuencia
únicamente de la concentración del suelo en manos de los grandes
propietarios: se debe también a que superficies enormes están
ocupadas por las plantaciones propiedad de los monopolios
extranjeros. Por eso, si antes el problema principal de los
campesinos era sacudirse el yugo de los terratenientes feudales,
ahora, junto a él, por doquier existe el problema de la lucha contra
el yugo de los monopolios.