La oligarquía colombiana y la reacción internacional propagandizan que luego del abatimiento sistemático durante 8 años de numerosos dirigentes guerrilleros y de la muerte del camarada Manuel, la desaparición de Jorge, marca el punto de inflexión hacia el colapso total de las FARC.
A la campaña sobre la narco guerrilla, el fin de la historia, la pérdida de los ideales políticos y principios ideológicos, se suma una portentosa difusión mediática sobre la vulnerabilidad absoluta de la guerrilla frente al estado, a su aviación, a la utilización de tecnología de punta, al poder corruptor del dinero oficial, etc., buscando credibilidad a su propuesta de triunfo militar para escalar la agresión.
La concepción y práctica de una estrategia paramilitar por parte de la oligarquía que, sin ningún reato moral ni aduana ética y durante largos años, le ha permitido estimular, ordenar y ejecutar asesinatos, desapariciones, masacres, torturas, despojos y todo tipo de vejámenes contra la población civil, mientras lo condena en su retórica pública.
Validos del entrelazamiento estrecho de los grandes medios y la fuerza pública, intentan crear un marco, a través del cual desarrollar la etapa denominada “fin del fin”, en donde ahora inscriben las acciones, crónicas, relatos e imágenes con que buscan permear la sicología de la opinión para imponer el crimen y la masacre de revolucionarios como parte de la moral pública. La desproporción que significan 7 toneladas de explosivos arrojadas por 5 decenas de aeronaves, más la morbosa exposición de un cuerpo inerte vilipendiado muchas horas atrás, nos recuerda la bárbara actitud del virreinato español contra José Antonio Galán y Tupac Amarú, en episodios que aún después de los siglos, nos revuelcan las entrañas y laceran nuestra dignidad.
Para afianzar terreno, la oligarquía se apalanca con nuevos instrumentos de esencia reaccionaria, contra revolucionaria. El gobierno habla de medidas que instauran el delito de opinión, revive los allanamientos nocturnos tras los cuales, en épocas recientes, desaparecieron miles de compatriotas y otras medidas de fuerza contra los sectores populares. Campea la soberbia militarista y triunfalista en la oligarquía colombiana.
Algunos, cínica y arrogantemente, afirman que nos quedamos sin banderas ya que, por ejemplo, este gobierno solucionará el problema del agro con “la ley de tierras” y la de “reparación” o con las dos juntas a través de lo cual la Colombia agraria alcanzará la paz.
Lo que llaman la “derechización del país”, es el cuarto de hora del contubernio neoliberal latifundista, que entremezcla al gran capital trasnacional, a Washington, al capital financiero, al narcotráfico y a los dueños de las grandes haciendas y potreros, que esconden o tratan de desvirtuar el carácter estructural de la violencia política en campos y ciudades colombianos; el aumento dramático de la violencia social; la persecución, constreñimiento y violencia sistémica contra la oposición política; el crecimiento también estructural del desempleo y del subempleo mientras se ufanan del crecimiento económico; y tratan de desvirtuar y diluir las responsabilidades del violento fenómeno que redujo el número de propietarios de las tierras productivas, aumentó la extensión de sus propiedades y dejó a Colombia importando cerca de 10 millones de toneladas de productos agropecuarios anualmente.
Nos han golpeado, sí. Dolorosamente. Pero más que nadie, tenemos conciencia que la organización y el ideario fariano, con todo lo que somos y representamos históricamente en cada zona, en el país y en el mundo, permanece enhiesta, vital, vigente, decidida y con plena voluntad política de continuar la brega con los lineamientos que tenemos suficientemente definidos y señalizados. Lenin razonó que “los caminos de la revolución no son anchos y rectos como la avenida Nevski de San Petersurgo”. Marulanda y Jacobo nos lo enseñaron y reiteraron permanentemente.
Lo verdaderamente trascendente, es la fidelidad a la causa, la fe en nuestros propios esfuerzos, la unidad y la confianza en la capacidad del pueblo de interpretar el mensaje de sus verdaderos representantes.
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