Ricardo K. Bolaños (*) para ABP Ecuador
- El mundo digno no olvida aquel sábado 1 de marzo del año 2008, cuando un cobarde ejército armado hasta los dientes, desde sus aceradas y blindadas libélulas, haciendo gala de la brutalidad, bombardeó aquellos territorios boscosos de la provincia de Angostura, suelo ecuatoriano, asesinando a 26 seres humanos y pulverizando árboles, montañas y hasta piedras, todo para asesinar a un hombre, el comandante Raúl Reyes, de las FARC. Jamás se nos borraran las imágenes escalofriantes de la estela. A los salvadoreños no se nos olvida, porque sabemos de bombardeos, ejércitos criminales y cobardes, quienes, en su afán de atrapar al pez, son capaces de desaparecer el río y hasta el mar y todos sus seres vivientes…
Cuantas cosas identifican a Colombia y El Salvador, su historia, su blasón de héroes y mártires, Gaitanes y Farabundos, reseñas, virtudes y anhelos… su gente digna –amante de la paz real y la verdad, miles de miles de guerreros del amor y la justicia en su más alto sentido, su capacidad de indignarse ante la atrocidad, su capacidad de sentir furia y ternura cuando es preciso. Así es como nos impacta lo que pasa en la hermosa, grande y torturada patria de Bolívar, y no lo decimos desde nuestra opción política, sino como parte fogueada de la humanidad, que hemos probado en carne propia durante más de dos décadas el flagelo que vive Colombia, aunque a veces sólo sepamos de ella desde la perspectiva de los medios de manipulación de la comunicación. Pero sabemos que si ellos dicen que es negro, siempre será blanco.
En nuestro país, como en Colombia, la historia y la verdad siempre han sido prostituidas, vejadas, sodomizadas por el poder masivo destructor de los medios de ¿comunicación?, que es igual o peor que las bombas, porque destruyen a países enteros, cuyos pueblos caen presa de un gas letal de bellos colores y luces y sonidos embelesantes pero mortales; neutralizan, manipulan, esclavizan, matan a pueblos enteros, dado que un pueblo hipnotizado y esclavizado, aunque respire, es un pueblo muerto; quienes saben esto, los grupos de poder económico- político, desde su oscuridad y anonimato, son capaces de sugestionar a tal nivel de que “el diablo es Dios y Dios es el diablo” si a los señores se les da la gana utilizarlos para dominar, de ahí que no nos extrañe el por qué cada hecho sea interpretado como ellos quieren y por consiguiente su realidad e intereses.
Por eso es que nuestra juventud, por ejemplo, desconoce ni le interesa, saber quien es un tal Jorge Eliécer Gaitán, ni Pedro Antonio Marín, pero si sueña con que un día Shakira o Thalía, próceres de la nueva generación, les contesten sus comentarios en Facebook.
Mil veces menos le interesa saber qué fue lo que pasó aquel sábado contra la humanidad, acaso sabe que murió un “terrorista” famoso, ¿cómo era que se llamaba?.
Ignoran, ignoramos a más no poder, el hombre de paz que es Marulanda, y lo Marulanda que deberíamos ser todos los seres humanos. Ignoramos - es mejor la Liga española de fútbol- porque no estudiamos y nos dejamos hipnotizar, que cuando se asesinó a aquellas 26 personas para demostrar lo demoledora que puede ser la Fuerza Armada persiguiendo guerrilleros, se asesinó a la humanidad, pues debe dolernos, sin nos preciamos de creer en Dios o tener honor y moral, cuando a un ser humano, en Colombia o en Afganistán, se le pulveriza de la forma que lo hicieron quienes dieron las ordenes, como también quienes, desde los organismos internacionales de derechos humanos y otros Estados, debieron condenar tan atroz masacre, pero no lo hicieron, aunque los pueblos pobres son quienes les pagan sus grandes honorarios y los mil viajes de sacrificado turismo diplomático retórico por el mundo; prefirieron divertirse después con el morbo exacerbado de la ¿prensa? Todos callaron y siguen callando, pero es un silencio que apesta, un silencio que duele en los oídos, un olvido que pudre la memoria. Es más, la gran mayoría de “líderes” de izquierda se hicieron los desentendidos para no ser relacionados y ver empañadas sus campañas electorales revolucionarias.
Lo de la violación al territorio ecuatoriano es lo de menos, pues la delibrada lesa humanidad es miles de veces más repudiable, pero los “analistas”, haciéndole el juego a la “prensa seria”, hicieron gala de elocuencia jurídica sobre que si si o que si no, o que quizá se había violado los protocolos internacionales y la soberanía ecuatoriana… Al final, la idea era que nadie discutiera sobre el asesinato de todos aquellos hombres y mujeres, entre ellos alguien que siempre fue acérrimo en sus ideas y su disposición a hacer la paz. Pero no, si la prensa seria dice que era un terrorista eso era. Si la guerrilla es narco guerrilla es narco guerrilla y ya. Y todo sigue igual, incluso el nuevo presidente de Colombia Juan Manuel Santos, para no perder su talante de Ministro de Defensa, fanfarrón guerrerista, ha mencionado a los Marulandas Vélez asesinados como un fetiche de su prepotencia en “defensa de la patria”, y cada vez, la postergación – con tantos dividendos para la “industria” y clases dominantes- de una negociación es mayor, sin importar la sangre humana que tenga que correr. Y el casi permanente estado de excepción impone un orden que debería darnos vergüenza a todos los latinoamericanos y defensores del Derecho y los derechos humanos en el mundo. Persiste la estrategia por parte de los sectores más reaccionarios de Colombia de llevar la guerra a Venezuela, a Ecuador y más allá, lo que evidencia su terrible modus vivendi y para sustentar un orden jurídico, social y político regulado por odios y armas. La guerra se convierte, entonces, en un negocio, un fin en sí misma.
El pueblo colombiano quiere vivir en paz, y clama por un derecho humanitario donde los límites que adquiera la posibilidad de acuerdos de paz no sean límites para extender la agonía ni favorecer la política internacional como instrumento de la guerra. El Pueblo colombiano, el Pueblo latinoamericano debe marchar exigiendo paz, la justicia social es la paz, porque es por la humanidad.
Este desolador panorama, hasta cierto punto, es entendible, pues son las mismas élites reinantes desde mucho antes de Gaitán, ahora casadas con las transnacionales, pero la pregunta es: ¿Dónde está la tan demagógicamente denominada comunidad internacional? ¿Dónde está el “concierto de naciones” pujando porque exista esperanza para Colombia? ¿Las cortes internacionales de derechos Humanos?
Mucho más allá de los planos ideológicos o políticos, nadie puede ni podría negar lo terrible que son las causas de este conflicto y su ya anciana guerra, como lo es la muerte violenta de cada colombiano de ambos lados y del fuego cruzado.
¿Por qué nos hemos degradado tanto al asumir cómodamente que “eso va para largo” como si los que murieran fueran microbios y como si todo acaba de comenzar? ¿Por qué nos dejamos arrastrar con tanta obediencia por los que dicen los medios que hacen la guerra contra la paz en nuestros países y todavía les pagamos por la “información”? Nuestro pequeño El Salvador atravesó una guerra idéntica, con sus profundas causas y raíces, bandos, atrocidades, víctimas de en medio, sus bombarderos, perdón, medios de comunicación, sus oligarquías, sus imperialismos, sus serviles… por eso nos indignamos, por eso sabemos que si la ONU y otros organismos no deciden mediar como deberían, la humanidad seguirá siendo desgarrada, aunque guardemos un silencio que duele tanto en los oídos y una resignación que nos pudre el alma.
Cuantas cosas identifican a Colombia y El Salvador, su historia, su blasón de héroes y mártires, Gaitanes y Farabundos, reseñas, virtudes y anhelos… su gente digna –amante de la paz real y la verdad, miles de miles de guerreros del amor y la justicia en su más alto sentido, su capacidad de indignarse ante la atrocidad, su capacidad de sentir furia y ternura cuando es preciso. Así es como nos impacta lo que pasa en la hermosa, grande y torturada patria de Bolívar, y no lo decimos desde nuestra opción política, sino como parte fogueada de la humanidad, que hemos probado en carne propia durante más de dos décadas el flagelo que vive Colombia, aunque a veces sólo sepamos de ella desde la perspectiva de los medios de manipulación de la comunicación. Pero sabemos que si ellos dicen que es negro, siempre será blanco.
En nuestro país, como en Colombia, la historia y la verdad siempre han sido prostituidas, vejadas, sodomizadas por el poder masivo destructor de los medios de ¿comunicación?, que es igual o peor que las bombas, porque destruyen a países enteros, cuyos pueblos caen presa de un gas letal de bellos colores y luces y sonidos embelesantes pero mortales; neutralizan, manipulan, esclavizan, matan a pueblos enteros, dado que un pueblo hipnotizado y esclavizado, aunque respire, es un pueblo muerto; quienes saben esto, los grupos de poder económico- político, desde su oscuridad y anonimato, son capaces de sugestionar a tal nivel de que “el diablo es Dios y Dios es el diablo” si a los señores se les da la gana utilizarlos para dominar, de ahí que no nos extrañe el por qué cada hecho sea interpretado como ellos quieren y por consiguiente su realidad e intereses.
Por eso es que nuestra juventud, por ejemplo, desconoce ni le interesa, saber quien es un tal Jorge Eliécer Gaitán, ni Pedro Antonio Marín, pero si sueña con que un día Shakira o Thalía, próceres de la nueva generación, les contesten sus comentarios en Facebook.
Mil veces menos le interesa saber qué fue lo que pasó aquel sábado contra la humanidad, acaso sabe que murió un “terrorista” famoso, ¿cómo era que se llamaba?.
Ignoran, ignoramos a más no poder, el hombre de paz que es Marulanda, y lo Marulanda que deberíamos ser todos los seres humanos. Ignoramos - es mejor la Liga española de fútbol- porque no estudiamos y nos dejamos hipnotizar, que cuando se asesinó a aquellas 26 personas para demostrar lo demoledora que puede ser la Fuerza Armada persiguiendo guerrilleros, se asesinó a la humanidad, pues debe dolernos, sin nos preciamos de creer en Dios o tener honor y moral, cuando a un ser humano, en Colombia o en Afganistán, se le pulveriza de la forma que lo hicieron quienes dieron las ordenes, como también quienes, desde los organismos internacionales de derechos humanos y otros Estados, debieron condenar tan atroz masacre, pero no lo hicieron, aunque los pueblos pobres son quienes les pagan sus grandes honorarios y los mil viajes de sacrificado turismo diplomático retórico por el mundo; prefirieron divertirse después con el morbo exacerbado de la ¿prensa? Todos callaron y siguen callando, pero es un silencio que apesta, un silencio que duele en los oídos, un olvido que pudre la memoria. Es más, la gran mayoría de “líderes” de izquierda se hicieron los desentendidos para no ser relacionados y ver empañadas sus campañas electorales revolucionarias.
Lo de la violación al territorio ecuatoriano es lo de menos, pues la delibrada lesa humanidad es miles de veces más repudiable, pero los “analistas”, haciéndole el juego a la “prensa seria”, hicieron gala de elocuencia jurídica sobre que si si o que si no, o que quizá se había violado los protocolos internacionales y la soberanía ecuatoriana… Al final, la idea era que nadie discutiera sobre el asesinato de todos aquellos hombres y mujeres, entre ellos alguien que siempre fue acérrimo en sus ideas y su disposición a hacer la paz. Pero no, si la prensa seria dice que era un terrorista eso era. Si la guerrilla es narco guerrilla es narco guerrilla y ya. Y todo sigue igual, incluso el nuevo presidente de Colombia Juan Manuel Santos, para no perder su talante de Ministro de Defensa, fanfarrón guerrerista, ha mencionado a los Marulandas Vélez asesinados como un fetiche de su prepotencia en “defensa de la patria”, y cada vez, la postergación – con tantos dividendos para la “industria” y clases dominantes- de una negociación es mayor, sin importar la sangre humana que tenga que correr. Y el casi permanente estado de excepción impone un orden que debería darnos vergüenza a todos los latinoamericanos y defensores del Derecho y los derechos humanos en el mundo. Persiste la estrategia por parte de los sectores más reaccionarios de Colombia de llevar la guerra a Venezuela, a Ecuador y más allá, lo que evidencia su terrible modus vivendi y para sustentar un orden jurídico, social y político regulado por odios y armas. La guerra se convierte, entonces, en un negocio, un fin en sí misma.
El pueblo colombiano quiere vivir en paz, y clama por un derecho humanitario donde los límites que adquiera la posibilidad de acuerdos de paz no sean límites para extender la agonía ni favorecer la política internacional como instrumento de la guerra. El Pueblo colombiano, el Pueblo latinoamericano debe marchar exigiendo paz, la justicia social es la paz, porque es por la humanidad.
Este desolador panorama, hasta cierto punto, es entendible, pues son las mismas élites reinantes desde mucho antes de Gaitán, ahora casadas con las transnacionales, pero la pregunta es: ¿Dónde está la tan demagógicamente denominada comunidad internacional? ¿Dónde está el “concierto de naciones” pujando porque exista esperanza para Colombia? ¿Las cortes internacionales de derechos Humanos?
Mucho más allá de los planos ideológicos o políticos, nadie puede ni podría negar lo terrible que son las causas de este conflicto y su ya anciana guerra, como lo es la muerte violenta de cada colombiano de ambos lados y del fuego cruzado.
¿Por qué nos hemos degradado tanto al asumir cómodamente que “eso va para largo” como si los que murieran fueran microbios y como si todo acaba de comenzar? ¿Por qué nos dejamos arrastrar con tanta obediencia por los que dicen los medios que hacen la guerra contra la paz en nuestros países y todavía les pagamos por la “información”? Nuestro pequeño El Salvador atravesó una guerra idéntica, con sus profundas causas y raíces, bandos, atrocidades, víctimas de en medio, sus bombarderos, perdón, medios de comunicación, sus oligarquías, sus imperialismos, sus serviles… por eso nos indignamos, por eso sabemos que si la ONU y otros organismos no deciden mediar como deberían, la humanidad seguirá siendo desgarrada, aunque guardemos un silencio que duele tanto en los oídos y una resignación que nos pudre el alma.
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