LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

sábado, 14 de julio de 2012

La lucha de clases como fuerza motriz del desarrollo de la sociedad basada en la explotación

Los ideólogos reaccionarios, atemorizados por la lucha de los trabajadores, tratan de presentar la lucha de clases como algo que se opone al progreso, como una peligrosa desviación de la marcha normal de la sociedad en su desarrollo. Nada puede haber tan lejos de la verdad como esta afirmación. Lo cierto es que la lucha de clases no es ningún estorbo para el progreso; todo lo contrario, representa la fuerza motriz que hace avanzar la sociedad. Legitimidad de la lucha de clases. La lucha de clases preside toda la historia de la sociedad basada en la explotación. Su significado creador y progresivo se pone de relieve incluso en las condiciones de desarrollo "pacífico" y evolutivo de una formación cualquiera. La burguesía gusta de atribuirse el mérito del enorme progreso técnico alcanzado en la época del capitalismo. Pero los avances de la técnica, en sí, interesan muy poco al capitalista. Si no tropezase con la resistencia de los obreros, preferiría acrecentar sus ganancias con procedimientos tan "sencillos" y "económicos" como la reducción del salario y la prolongación de la jornada. Si el capitalista busca otros caminos para aumentar sus ganancias -nuevas máquinas, aplicación de otras técnicas o inventos- no lo hace sólo empujado por la competencia, sino también, y en gran parte, por la tenaz lucha que la clase obrera mantiene en defensa de sus intereses.
Un formidable papel de progreso representa la lucha de las clases oprimidas en la vida política. Sabemos, por ejemplo, que en la época de las revoluciones burguesas la burguesía francesa no se proponía la implantación de la república y propugnaba la monarquía como forma de gobierno más apropiada para mantener bajo su férula a los trabajadores. Poco a poco, sin embargo, bajo la influencia de la creciente lucha del proletariado y de todos los trabajadores, como escribe Lenin, "se vio toda ella transformada en republicana, reeducada,instruida de nuevo y regenerada", viéndose obligada a crear un régimen político más en consonancia con las reivindicaciones que los trabajadores presentaban. De no existir la tenaz lucha de las clases trabajadoras, la vida política de los países capitalistas contemporáneos sería muy distinta. Ya sabemos que en la época del imperialismo la burguesía trata por todos los medios de recortar y suprimir las libertades democráticas, de limitar las facultades de los órganos representativos, y en particular del Parlamento, y de sofocar cuanto de democrático y progresivo hay en la cultura de los países capitalistas. Sólo la empeñada lucha de las masas trabajadoras, dirigidas por el proletariado, pone un freno a estas antipopulares tendencias. En las condiciones en que hoy nos encontramos, esa lucha puede proporcionar frutos magníficos, defender la paz, la democracia y la soberanía nacional y cerrar el camino a las fuerzas del fascismo, de la reacción y de la guerra. Cuanto más tenaz es la lucha de las clases oprimidas contra los explotadores, cuanto mayores son los éxitos que alcanzan en su resistencia a la opresión, más rápido es de ordinario el progreso en todas las esferas de la vida social. La revolución social. El papel de la lucha de clases como fuerza motriz de la sociedad de explotación se pone de manifiesto con singular evidencia en la época en que una formación económico-social sustituye a otra, es decir, en la época de las revoluciones sociales. El conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que es la base económica de la revolución social, madura lentamente, poco a poco, mientras el viejo modo de producción evoluciona. Mas para solucionar este conflicto hace falta derribar las relaciones de producción imperantes, y eso jamás se logrará conseguirlo mediante modificaciones graduales. Y ello porque a estas relaciones, incluso después de que dejaron de responder al nivel de las fuerzas productivas, se encuentran íntimamente vinculados los intereses de las clases dirigentes. Estas sólo pueden mantener su vida parasitaria y su privilegiada situación mientras no se atente contra la forma de propiedad que impera en la sociedad dada. Ninguna clase explotadora ha renunciado ni renunciará voluntariamente a sus propiedades, a todo cuanto le proporciona una situación privilegiada.
Y la clase dominante, aun caduca, no es simplemente un grupo de hombres cuyos intereses divergen de los de la sociedad en su conjunto, sino una fuerza organizada que durante largo tiempo detentó el poder. La clase gobernante dispone del Estado, de un fuerte aparato de violencia, y sus intereses se hallan defendidos por la superestructurapolítica e ideológica. La situación dominante de las viejas relaciones de producción se ve refrendada por todo el aparato económico, político y espiritual de la clase que se encuentra en el poder. De ahí que estas relaciones no puedan ser reemplazadas por vía evolutiva, sino mediante una revolución que barra cuanto se opone al avance de las nuevas relaciones económicas, y ante todo la dominación política de las clases caducas. Esta revolución social exige la lucha más enérgica de las clases oprimidas. El problema central de la revolución es el del poder político, que ha de pasar a manos de la clase portadora de las nuevas relaciones de producción. El nuevo poder político es la fuerza que lleva a cabo las transformaciones ya maduras en la vida económica y social de la sociedad. No todo cambio político, aun implantado por la violencia, es una revolución. Cuando lo que se quiere es el restablecimiento de unas relaciones sociales y de unos sistemas caducos, es todo lo contrario, una contrarrevolución, que no trae el progreso, sino el estancamiento, el retroceso de la sociedad, multiplicando estérilmente los sacrificios y calamidades de millones de seres. El paso de una formación a otra más elevada viene condicionado en última instancia por el desarrollo de las fuerzas productivas; esto no quiere decir, sin embargo, que la revolución social, cualesquiera que sean las condiciones históricas, ha de empezar en los países donde la técnica y la productividad del trabajo se encuentran a un nivel más alto. En la fase superior del capitalismo, la imperialista, cuando el sistema capitalista está ya maduro en su conjunto para el paso al socialismo, la revolución socialista se puede producir antes en países menos desarrollados, siempre y cuando las contradicciones sociales y políticas hayan alcanzado la suficiente virulencia. Esta conclusión de Lenin, a la que volveremos más adelante, se ha visto confirmada, como sabemos, por la propia historia. Carácter y fuerzas motrices de las revoluciones sociales. La historia conoce revoluciones sociales de diversa índole, que se diferencian por su carácter y por las fuerzas motrices que las ponen en marcha. Cuando hablamos del carácter de la revolución nos referimos a su contenido objetivo, es decir, a la esencia de las contradicciones sociales que resuelve y al régimen que trata de establecer. Así, la revolución francesa de 1789 era de carácter burgués, pues de lo que se trataba era de suprimir las relaciones feudales y de implantar el régimen capitalista. La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia tenía como objeto la supresión de las relaciones capitalistas y el establecimiento del régimen socialista. Por su carácter era, pues, socialista.
Las fuerzas motrices de la revolución son las clases que la llevan a cabo. No dependen sólo del carácter de la revolución, sino también de las condiciones históricas concretas en que ésta se produce. De ahí que revoluciones de un mismo tipo, de idéntico carácter, se diferencien a menudo por sus fuerzas motrices. Así, la fuerza motriz de las revoluciones burguesas europeas de los siglos XVII y XVIII estaba constituida, además de la burguesía, por los campesinos y los elementos pobres de la ciudad, por la capas pequeñoburguesas. El jefe de estas revoluciones era la burguesía. Y en Rusia, en la revolución de 1905-1907 y en la democrático-burguesa de febrero de 1917, la burguesía -convertida en una fuerza reaccionaria por su miedo a la lucha revolucionaria del proletariado- no sólo pierde la hegemonía, sino que deja de actuar como fuerza motriz; la revolución democrático-burguesa rusa fue obra de la clase obrera y de los campesinos. Papel creador de la revolución social. Las clases dominantes, movidas por su pánico a la revolución, tratan de presentarla como un monstruo sediento de sangre, como una fuerza ciega de destrucción capaz sólo de sembrar la muerte, la devastación y calamidades sin cuento. Si hemos de hablar de víctimas, de sangre, de sufrimientos humanos, la historia entera de las sociedades basadas en la explotación y opresión de las masas trabajadoras no puede ser más siniestra. Así lo vemos incluso en los períodos de su avance por vía evolutiva. Con letras de sangre está escrito, por ejemplo, en la historia de muchos países, el proceso de centralización del Estado por el que fueron absorbidos los pequeños principados feudales. Y lo mismo puede decirse del capitalismo, que en su desarrollo evolutivo ha causado un número incomparablemente mayor de víctimas y sufrimientos que cualquier revolución social. Nos limitaremos a recordar las guerras mundiales, los horrores del terror fascista, las ferocidades de las potencias imperialistas en las colonias. Puesto a hablar de víctimas y calamidades, la revolución social contribuye a reducirlas cuando el desarrollo histórico la pone al orden del día. La demora de la revolución, cuando ésta está ya madura, por el contrario, hace muchas veces mayor el tributo de sangre que los hombres se ven obligados a satisfacer a la sociedad de clases antagónicas.
Esto no significa que la revolución social no exija víctimas. Hemos de tener presente que es la culminación, el punto más alto a que puede llegar la lucha de clases. La revolución es inconcebible sin una lucha que venza la resistencia de las clases caducas, las cuales no se suelen parar en barras ante el empleo de la violencia. Pero la revolución social no es sólo la insurrección y los cruentos combates en las barricadas. Estas formas de lucha son lo que caracterizan solamente algunas de sus etapas (revolución política, aplastamiento de la contrarrevolución, etc.). Ahora bien, incluso en los casos en que, en virtud de las condiciones históricas concretas, la lucha armada significó un elemento importante de la revolución social, no era un fin en sí misma. Lo principal en las revoluciones sociales es la creación de condiciones que propicien el rápido avance de la sociedad por las vías del progreso. Lo mismo que el bisturí del cirujano, separa cuanto obstaculiza el desarrollo ulterior del organismo social, lo que es causa del estancamiento y de calamidades de toda clase para los hombres. Mas la revolución no se limita a cercenar todo lo caduco y podrido, cuanto se opone al avance. En lugar de los sistemas y relaciones sociales que destruye, crea otros nuevos y avanzados. Esto es muy singularmente lo característico, como veremos más adelante, cuando se trata de la revolución socialista. Por otra parte, la subversión que la revolución social lleva a cabo no significa la negación completa de toda la vieja sociedad y de lo que ella consiguió. Si así fuese, el avance de la sociedad sería imposible; después de cada revolución social habría que empezar en un terreno virgen, y la sociedad jamás habría salido del nivel más primitivo. La revolución social no niega cuanto existía en la sociedad vieja, sino únicamente lo caduco, lo que se opone al progreso. Todo lo demás es conservado y recibe un nuevo impulso. Así ocurre por completo con las fuerzas productivas y en un grado muy considerable con los valores espirituales: la ciencia, la literatura y el arte, en cuanto no se hallen vinculados directamente con la defensa del viejo sistema, con la ideología de las clases caducas. Las revoluciones son los períodos en que la lucha de clases alcanza su máxima virulencia. Es entonces cuando con especial vigor se revelan la conciencia, la voluntad y la pasión de las masas populares. Jamás, escribió Lenin, es capaz la masa del pueblo de mostrarse tan activa creadora de los nuevos regímenes sociales como durante una revolución. En esos momentos se acelera formidablemente el desarrollo social, es cuando la sociedad avanza con mayor velocidad y decisión por la vía del progreso. Por eso llamaba Marx a las revoluciones "locomotoras de la historia". Así, pues, la lucha de clases es la principal fuerza motriz del progreso histórico, tanto en los períodos evolutivos de la sociedad de clases antagónicas como en los revolucionarios.
De aquí se desprende que quienes ocultan las contradicciones de clase, quienes tratan de apartar de la lucha a las clases trabajadoras, quienes debilitan esa lucha y preconizan la paz entre las clases, son enemigos del progreso y defensores del estancamiento y la reacción, por mucha que sea la elocuencia que pongan en tal empeño. Esa posición es inaceptable para los obreros y para cuantos aman el progreso, que se creen en el deber de desarrollar la lucha de las clases oprimidas contra los explotadores. Esta lucha contribuye al progreso de la humanidad, lo mismo si consideramos las tareas inmediatas o más alejadas de la sociedad en su conjunto, y responde a los intereses de la mayoría.

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