Los ideólogos
reaccionarios, atemorizados por la lucha de los trabajadores, tratan
de presentar la lucha de clases como algo que se opone al progreso,
como una peligrosa desviación de la marcha normal de la sociedad en
su desarrollo. Nada puede haber tan lejos de la verdad como esta
afirmación. Lo cierto es que la lucha de clases no es ningún
estorbo para el progreso; todo lo contrario, representa la fuerza
motriz que hace avanzar la sociedad. Legitimidad de la lucha de
clases. La lucha de clases preside toda la historia de la sociedad
basada en la explotación. Su significado creador y progresivo se
pone de relieve incluso en las condiciones de desarrollo "pacífico"
y evolutivo de una formación cualquiera. La burguesía gusta de
atribuirse el mérito del enorme progreso técnico alcanzado en la
época del capitalismo. Pero los avances de la técnica, en sí,
interesan muy poco al capitalista. Si no tropezase con la resistencia
de los obreros, preferiría acrecentar sus ganancias con
procedimientos tan "sencillos" y "económicos"
como la reducción del salario y la prolongación de la jornada. Si
el capitalista busca otros caminos para aumentar sus ganancias
-nuevas máquinas, aplicación de otras técnicas o inventos- no lo
hace sólo empujado por la competencia, sino también, y en gran
parte, por la tenaz lucha que la clase obrera mantiene en defensa de
sus intereses.
Un formidable papel de
progreso representa la lucha de las clases oprimidas en la vida
política. Sabemos, por ejemplo, que en la época de las revoluciones
burguesas la burguesía francesa no se proponía la implantación de
la república y propugnaba la monarquía como forma de gobierno más
apropiada para mantener bajo su férula a los trabajadores. Poco a
poco, sin embargo, bajo la influencia de la creciente lucha del
proletariado y de todos los trabajadores, como escribe Lenin, "se
vio toda ella transformada en republicana, reeducada,instruida de
nuevo y regenerada", viéndose obligada a crear un régimen
político más en consonancia con las reivindicaciones que los
trabajadores presentaban. De no existir la tenaz lucha de las clases
trabajadoras, la vida política de los países capitalistas
contemporáneos sería muy distinta. Ya sabemos que en la época del
imperialismo la burguesía trata por todos los medios de recortar y
suprimir las libertades democráticas, de limitar las facultades de
los órganos representativos, y en particular del Parlamento, y de
sofocar cuanto de democrático y progresivo hay en la cultura de los
países capitalistas. Sólo la empeñada lucha de las masas
trabajadoras, dirigidas por el proletariado, pone un freno a estas
antipopulares tendencias. En las condiciones en que hoy nos
encontramos, esa lucha puede proporcionar frutos magníficos,
defender la paz, la democracia y la soberanía nacional y cerrar el
camino a las fuerzas del fascismo, de la reacción y de la guerra.
Cuanto más tenaz es la lucha de las clases oprimidas contra los
explotadores, cuanto mayores son los éxitos que alcanzan en su
resistencia a la opresión, más rápido es de ordinario el progreso
en todas las esferas de la vida social. La revolución social. El
papel de la lucha de clases como fuerza motriz de la sociedad de
explotación se pone de manifiesto con singular evidencia en la época
en que una formación económico-social sustituye a otra, es decir,
en la época de las revoluciones sociales. El conflicto entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción, que es la base
económica de la revolución social, madura lentamente, poco a poco,
mientras el viejo modo de producción evoluciona. Mas para solucionar
este conflicto hace falta derribar las relaciones de producción
imperantes, y eso jamás se logrará conseguirlo mediante
modificaciones graduales. Y ello porque a estas relaciones, incluso
después de que dejaron de responder al nivel de las fuerzas
productivas, se encuentran íntimamente vinculados los intereses de
las clases dirigentes. Estas sólo pueden mantener su vida
parasitaria y su privilegiada situación mientras no se atente contra
la forma de propiedad que impera en la sociedad dada. Ninguna clase
explotadora ha renunciado ni renunciará voluntariamente a sus
propiedades, a todo cuanto le proporciona una situación
privilegiada.
Y la clase dominante, aun
caduca, no es simplemente un grupo de hombres cuyos intereses
divergen de los de la sociedad en su conjunto, sino una fuerza
organizada que durante largo tiempo detentó el poder. La clase
gobernante dispone del Estado, de un fuerte aparato de violencia, y
sus intereses se hallan defendidos por la superestructurapolítica e
ideológica. La situación dominante de las viejas relaciones de
producción se ve refrendada por todo el aparato económico, político
y espiritual de la clase que se encuentra en el poder. De ahí que
estas relaciones no puedan ser reemplazadas por vía evolutiva, sino
mediante una revolución que barra cuanto se opone al avance de las
nuevas relaciones económicas, y ante todo la dominación política
de las clases caducas. Esta revolución social exige la lucha más
enérgica de las clases oprimidas. El problema central de la
revolución es el del poder político, que ha de pasar a manos de la
clase portadora de las nuevas relaciones de producción. El nuevo
poder político es la fuerza que lleva a cabo las transformaciones ya
maduras en la vida económica y social de la sociedad. No todo cambio
político, aun implantado por la violencia, es una revolución.
Cuando lo que se quiere es el restablecimiento de unas relaciones
sociales y de unos sistemas caducos, es todo lo contrario, una
contrarrevolución, que no trae el progreso, sino el estancamiento,
el retroceso de la sociedad, multiplicando estérilmente los
sacrificios y calamidades de millones de seres. El paso de una
formación a otra más elevada viene condicionado en última
instancia por el desarrollo de las fuerzas productivas; esto no
quiere decir, sin embargo, que la revolución social, cualesquiera
que sean las condiciones históricas, ha de empezar en los países
donde la técnica y la productividad del trabajo se encuentran a un
nivel más alto. En la fase superior del capitalismo, la
imperialista, cuando el sistema capitalista está ya maduro en su
conjunto para el paso al socialismo, la revolución socialista se
puede producir antes en países menos desarrollados, siempre y cuando
las contradicciones sociales y políticas hayan alcanzado la
suficiente virulencia. Esta conclusión de Lenin, a la que volveremos
más adelante, se ha visto confirmada, como sabemos, por la propia
historia. Carácter y fuerzas motrices de las revoluciones sociales.
La historia conoce revoluciones sociales de diversa índole, que se
diferencian por su carácter y por las fuerzas motrices que las ponen
en marcha. Cuando hablamos del carácter de la revolución nos
referimos a su contenido objetivo, es decir, a la esencia de las
contradicciones sociales que resuelve y al régimen que trata de
establecer. Así, la revolución francesa de 1789 era de carácter
burgués, pues de lo que se trataba era de suprimir las relaciones
feudales y de implantar el régimen capitalista. La Revolución de
Octubre de 1917 en Rusia tenía como objeto la supresión de las
relaciones capitalistas y el establecimiento del régimen socialista.
Por su carácter era, pues, socialista.
Las fuerzas motrices de
la revolución son las clases que la llevan a cabo. No dependen sólo
del carácter de la revolución, sino también de las condiciones
históricas concretas en que ésta se produce. De ahí que
revoluciones de un mismo tipo, de idéntico carácter, se diferencien
a menudo por sus fuerzas motrices. Así, la fuerza motriz de las
revoluciones burguesas europeas de los siglos XVII y XVIII estaba
constituida, además de la burguesía, por los campesinos y los
elementos pobres de la ciudad, por la capas pequeñoburguesas. El
jefe de estas revoluciones era la burguesía. Y en Rusia, en la
revolución de 1905-1907 y en la democrático-burguesa de febrero de
1917, la burguesía -convertida en una fuerza reaccionaria por su
miedo a la lucha revolucionaria del proletariado- no sólo pierde la
hegemonía, sino que deja de actuar como fuerza motriz; la revolución
democrático-burguesa rusa fue obra de la clase obrera y de los
campesinos. Papel creador de la revolución social. Las clases
dominantes, movidas por su pánico a la revolución, tratan de
presentarla como un monstruo sediento de sangre, como una fuerza
ciega de destrucción capaz sólo de sembrar la muerte, la
devastación y calamidades sin cuento. Si hemos de hablar de
víctimas, de sangre, de sufrimientos humanos, la historia entera de
las sociedades basadas en la explotación y opresión de las masas
trabajadoras no puede ser más siniestra. Así lo vemos incluso en
los períodos de su avance por vía evolutiva. Con letras de sangre
está escrito, por ejemplo, en la historia de muchos países, el
proceso de centralización del Estado por el que fueron absorbidos
los pequeños principados feudales. Y lo mismo puede decirse del
capitalismo, que en su desarrollo evolutivo ha causado un número
incomparablemente mayor de víctimas y sufrimientos que cualquier
revolución social. Nos limitaremos a recordar las guerras mundiales,
los horrores del terror fascista, las ferocidades de las potencias
imperialistas en las colonias. Puesto a hablar de víctimas y
calamidades, la revolución social contribuye a reducirlas cuando el
desarrollo histórico la pone al orden del día. La demora de la
revolución, cuando ésta está ya madura, por el contrario, hace
muchas veces mayor el tributo de sangre que los hombres se ven
obligados a satisfacer a la sociedad de clases antagónicas.
Esto no significa que la
revolución social no exija víctimas. Hemos de tener presente que es
la culminación, el punto más alto a que puede llegar la lucha de
clases. La revolución es inconcebible sin una lucha que venza la
resistencia de las clases caducas, las cuales no se suelen parar en
barras ante el empleo de la violencia. Pero la revolución social no
es sólo la insurrección y los cruentos combates en las barricadas.
Estas formas de lucha son lo que caracterizan solamente algunas de
sus etapas (revolución política, aplastamiento de la
contrarrevolución, etc.). Ahora bien, incluso en los casos en que,
en virtud de las condiciones históricas concretas, la lucha armada
significó un elemento importante de la revolución social, no era un
fin en sí misma. Lo principal en las revoluciones sociales es la
creación de condiciones que propicien el rápido avance de la
sociedad por las vías del progreso. Lo mismo que el bisturí del
cirujano, separa cuanto obstaculiza el desarrollo ulterior del
organismo social, lo que es causa del estancamiento y de calamidades
de toda clase para los hombres. Mas la revolución no se limita a
cercenar todo lo caduco y podrido, cuanto se opone al avance. En
lugar de los sistemas y relaciones sociales que destruye, crea otros
nuevos y avanzados. Esto es muy singularmente lo característico,
como veremos más adelante, cuando se trata de la revolución
socialista. Por otra parte, la subversión que la revolución social
lleva a cabo no significa la negación completa de toda la vieja
sociedad y de lo que ella consiguió. Si así fuese, el avance de la
sociedad sería imposible; después de cada revolución social habría
que empezar en un terreno virgen, y la sociedad jamás habría salido
del nivel más primitivo. La revolución social no niega cuanto
existía en la sociedad vieja, sino únicamente lo caduco, lo que se
opone al progreso. Todo lo demás es conservado y recibe un nuevo
impulso. Así ocurre por completo con las fuerzas productivas y en un
grado muy considerable con los valores espirituales: la ciencia, la
literatura y el arte, en cuanto no se hallen vinculados directamente
con la defensa del viejo sistema, con la ideología de las clases
caducas. Las revoluciones son los períodos en que la lucha de clases
alcanza su máxima virulencia. Es entonces cuando con especial vigor
se revelan la conciencia, la voluntad y la pasión de las masas
populares. Jamás, escribió Lenin, es capaz la masa del pueblo de
mostrarse tan activa creadora de los nuevos regímenes sociales como
durante una revolución. En esos momentos se acelera formidablemente
el desarrollo social, es cuando la sociedad avanza con mayor
velocidad y decisión por la vía del progreso. Por eso llamaba Marx
a las revoluciones "locomotoras de la historia". Así,
pues, la lucha de clases es la principal fuerza motriz del progreso
histórico, tanto en los períodos evolutivos de la sociedad de
clases antagónicas como en los revolucionarios.
De aquí se desprende que
quienes ocultan las contradicciones de clase, quienes tratan de
apartar de la lucha a las clases trabajadoras, quienes debilitan esa
lucha y preconizan la paz entre las clases, son enemigos del progreso
y defensores del estancamiento y la reacción, por mucha que sea la
elocuencia que pongan en tal empeño. Esa posición es inaceptable
para los obreros y para cuantos aman el progreso, que se creen en el
deber de desarrollar la lucha de las clases oprimidas contra los
explotadores. Esta lucha contribuye al progreso de la humanidad, lo
mismo si consideramos las tareas inmediatas o más alejadas de la
sociedad en su conjunto, y responde a los intereses de la mayoría.
Me ayudó mucho
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