Por: J.V. Stalin
Del burocratismo se habla
tanto, que huelga extenderse al respecto. Es indudable que en el
aparato del Estado, en el de las cooperativas y en el del Partido
existen elementos de burocratismo. También es un hecho que la lucha
contra los elementos de burocratismo es necesaria y que esta tarea la
tendremos planteada siempre, mientras exista en el país el Poder
público, mientras exista el Estado.
Pero, con todo, hay que
tener sentido de la medida. Llevar la lucha contra el burocratismo en
el aparato del Estado hasta la destrucción de este aparato, hasta
desacreditarlo, hasta las tentativas de destruirlo, es ir contra el
leninismo, es olvidar que nuestro aparato es un aparato soviético,
un aparato de Estado superior, por su tipo, a todos los demás
aparatos de Estado existentes en el mundo.
¿En qué consiste la
fuerza del aparato de nuestro Estado?
En que, a través de los
Soviets, vincula el Poder a las masas de millones de obreros y
campesinos. En que los Soviets son una escuela de gobernación para
decenas y cientos de miles de obreros y campesinos. En que el aparato
del Estado no se aísla de las masas, de los millones de hombres del
pueblo, sino que se funde con ellos a través de innumerables
organizaciones de masas, de todo género de comisiones, secciones,
conferencias, reuniones de delegadas, etc., que rodean a los Soviets
y que apoyan así a los órganos de Poder.
¿En qué consiste la
debilidad del aparato de nuestro Estado? En la existencia de
elementos burocráticos en el mismo, que estropean y deforman su
trabajo. Para extirpar de él el burocratismo –y eso no se puede
hacer en un año o en dos-, hay que mejorar sistemáticamente el
aparato del Estado, acercarlo a las masas, renovarlo con hombres
nuevos, fieles a la causa de la clase obrera, hay que transformarlo
en el espíritu del comunismo, y no destruirlo, no desacreditarlo.
Lenin tenía mil veces razón cuando afirmaba: «Sin «aparato», nos
hubiéramos hundido hace tiempo. Sin una lucha sistemática y tenaz
por mejorar el aparato, nos hundiremos antes de haber logrado
construir la base del socialismo».
No vaya detenerme en los
defectos del aparato de nuestro Estado, que saltan por sí solos a la
vista. Me refiero, ante todo, al «papeleo». Tengo a mano un montón
de documentos que evidencian el papeleo y denuncian la negligencia
criminal de varias organizaciones judiciales, administrativas, de
seguros, cooperativas, etc.
Aquí se habla de un
campesino que ha hecho veintiún viajes para acudir a una oficina de
seguros, a fin de que le hiciesen justicia, y sin resultado.
Otro campesino, un viejo
de 66 años, ha recorrido a pie 600 verstas para poner en claro un
asunto en la oficina de previsión social del distrito, y no ha
podido conseguir nada.
Una vieja aldeana de 56
años ha recorrido a pie 500 verstas y en carro más de 600, citada
por el tribunal popular, y, con todo, no ha podido conseguir que se
le hiciese justicia.
Podría citar un sinfín
de casos análogos. No vale la pena enumerarlos. ¡Pero esto es una
vergüenza para nosotros, camaradas! ¿Cómo se puede tolerar
semejante escándalo?
Finalmente, los hechos
relativos a los «relegados». Resulta que; además de la gente
promovida entre los obreros, existe la gente «relegada», retirada a
un segundo plano por sus propios camaradas, y no por incapacidad o
porque no sepan trabajar sino a causa de su conciencia y honradez en
el trabajo.
Aquí tenéis el caso de
un obrero, mecánico herramentista, promovido para cierto puesto en
la fábrica como hombre capaz e insobornable. Trabajó un año, otro
trabajó honradamente, imponiendo el orden, luchando contra la mala
administración y el despilfarro. Sin embargo, su labor afectó los
intereses de un grupillo de compadres «comunistas», alteró la
tranquilidad de éstos. ¿Y qué diréis que ha ocurrido? Pues que
ese grupito de compadres «comunistas» empieza a ponerle la
zancadilla y le obliga, así, a «relegarse». «¿Has querido ser
más listo que nosotros? ¿No nos dejas vivir y lucrarnos
tranquilamente? Retírate, amiguito».
Ved el caso de otro
obrero, también mecánico, ajustador de tornos de roscar, promovido
a cierto cargo en la fábrica. Trabaja con celo y honestidad. Pero
con su labor perturba la tranquilidad de ciertos individuos. ¿Y qué
diréis que ha pasado? Se ha encontrado un pretexto para deshacerse
de ese «inquieto» camarada. ¿Qué pensaba al abandonar su puesto
ese camarada dirigente salido de entre los obreros?, ¿qué sentía?
Pensaba y sentía así: «En todos los puestos, para los que se me
nombró, hice lo posible por justificar la confianza depositada en
mí. Pero jamás olvidaré la mala pasada que me han jugado con esta
promoción. Me han cubierto de lodo. Mi deseo de poner todas las
cosas en claro no se ha visto cumplido. Ni el comité sindical de la
fábrica, ni la dirección, ni la célula del Partido han querido
siquiera escucharme. Para la promoción yo he muerto: aunque me
cubran de oro, no iré a ningún sitio» («Trud»257, núm. 128, del
9 de junio de 1927).
¡Pero esto es una
vergüenza para nosotros, camaradas! ¿Cómo se puede tolerar
semejantes escándalos? Es tarea del Partido cauterizar, en la lucha
contra el burocratismo y por mejorar el aparato del Estado, abusos
como los que acabo de citar, en nuestro trabajo diario.
La consigna leninista
respecto a la revolución cultural. La mejor arma para combatir el
burocratismo es la elevación del nivel cultural de los obreros y de
los campesinos. Se puede censurar y criticar el burocratismo del
aparato del Estado, se puede vituperar y poner en la picota el
burocratismo en nuestro trabajo diario, pero si no existe cierto
nivel cultural entre las amplias masas obreras, un nivel cultural que
cree la posibilidad, el deseo y los conocimientos necesarios para
controlar el aparato del Estado desde abajo, por las propias masas
obreras, el burocratismo subsistirá, pase lo que pase. Por eso, el
desarrollo cultural de la clase obrera y de las masas trabajadoras
del campesinado -no sólo en el sentido de fomentar la instrucción,
aunque la instrucción constituye la base de toda cultura, sino ante
todo, en el sentido de adquirir hábitos y capacidad para
incorporarse a la gobernación del país- es la palanca principal
para mejorar el aparato del Estado y cualquier otro aparato. En eso
reside el sentido y la importancia de la consigna leninista acerca de
la revolución cultural.
He aquí lo que dijo al
respecto Lenin en marzo de 1922, antes de la apertura del XI Congreso
de nuestro Partido, en la carta que, para el Comité Central, envió
al camarada Mólotov:
«Nada necesitamos tanto
como cultura, saber gobernar... Económica y políticamente, la NEP
nos asegura por completo la posibilidad de sentar los fundamentos de
la economía socialista… Lo «único» que hace falta es que el
proletariado y su vanguardia cuenten con hombres cultos».
No se debe olvidar estas
palabras de Lenin, camaradas.
De aquí la tarea del
Partido: reforzar la lucha por la elevación cultural de la clase
obrera y de las capas trabajadoras del campesinado.
Publicado el 6 y el 9 de
diciembre de 1927 en los núms. 279 y 282 de «Pravda».
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