LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

jueves, 19 de julio de 2012

La filosofía burguesa contemporánea


La filosofía de nuestros tiempos, indicaba Lenin,es tan fiel al espíritu de partido como la de hace dos mil años. Dicho de otro modo, ahora, lo mismo que en el pasado, los filósofos se dividen en dos campos opuestos: el materialista y el idealista. Su pugna, en última instancia, expresa las tendencias y las ideologías de clases y capas sociales hostiles. La filosofía del materialismo dialéctico es la ideología de la clase obrera, de las fuerzas sociales avanzadas de nuestra época. Y al contrario, la concepción de las fuerzas reaccionarias, de la burguesía imperialista, viene expresada por las diversas corrientes de la filosofía idealista. La actual filosofía burguesa se distingue por los esfuerzos que realiza para refutar la doctrina de Marx, Engels, Lenin y Stalin, para mantener, en lucha con ella, las posiciones de la concepción burguesa del mundo y por defender el sistema capitalista. En nuestros días el idealismo filosófico es aún más reaccionario y decadente que a fines del siglo XIX. Se puso de moda, por ejemplo, el irracionalismo, tendencia que proclama el carácter insensato y absurdo del mundo y de la vida, y la incapacidad de la mente humana para conocer la realidad que nos rodea; están muy en boga las doctrinas que manejan los descubrimientos científicos para deformar la ciencia; cada vez es mayor la influencia de los sistemas abiertamente teológicos. La vida espiritual de los países capitalistas ha llegado a una situación paradójica: la ciencia sigue irresistiblemente adelante y profundiza nuestro conocimiento del mundo material, en colaboración con la técnica aumenta ilimitadamente el poder del hombre sobre la naturaleza; desde hace ya más de cien años existe y se desarrolla una filosofía materialista avanzada -el materialismo dialéctico e histórico- que proporciona una explicación genuinamente científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad. Y al mismo tiempo, muchos filósofos, y en ocasiones los propios científicos, siguen afirmando que el mundo que nos rodea no tiene existencia objetiva, que la ciencia no puede revelarnos la verdad objetiva y que lo mejor para el hombre, ante su impotencia para conocer la naturaleza real de las cosas, es creer en lo sobrenatural y refugiarse en el seno de la Iglesia. ¿A qué obedece tal situación? ¿Cómo es posible que hombres sensatos, investigadores honestos, compartan unas concepciones idealistas que se contradicen con la ciencia y con la práctica social?
El obstáculo decisivo que les impide llegar al materialismo es el interés de clase de la burguesía, unido a los prejuicios anticomunistas de los intelectuales burgueses. El materialismo científico moderno, es decir, el materialismo dialéctico e histórico, aplicado consecuentemente, obliga a colocarse junto a la clase obrera y a aceptar la teoría del socialismo científico. Esta es una de las causas de por qué quienes no desean romper con la burguesía, entre ellos los hombres de ciencia, tienen miedo a admitir el materialismo. A su vez, los defensores e ideólogos francos y activos del capitalismo ven en el materialismo dialéctico a un enemigo teórico que no da cuartel y ponen todo su empeño en echarlo por tierra cueste lo que cueste. Para ello emplean todos los medios de presión ideológica y moral: la prensa, la radio, la televisión, la cátedra universitaria y el púlpito, los tratados científicos y los artículos de las revistas. Esta propaganda, repetida un día tras otro y año tras año, no puede por menos de hacer mella en las mentes de los hombres. Otras causas de la vitalidad del idealismo se comprenderán mejor cuando estudiemos las principales corrientes de la actual filosofía burguesa. La filosofía contra la razón. El espíritu del pesimismo, el irracionalismo y la hostilidad a una concepción científica del mundo, que penetran en la ideología de la burguesía contemporánea, se ponen particularmente de relieve en el existencialismo, que es una de las doctrinas filosóficas más en boga dentro del mundo burgués. El fundador del existencialismo es el filósofo idealista alemán Heidegger, quien aprovechó la doctrina del místico danés Kierkegaard (primera mitad del siglo XIX). Entre los existencialistas más notorios se encuentran C. Jaspers, J. P. Sartre, G. Marcel y A. Camus. El problema más general que los existencialistas plantean es el del sentido de la vida, del lugar del hombre en el mundo y de la elección por él del camino a seguir. El problema no es nuevo, mas actualmente ha adquirido singular valor para muchos, que se ven ante la necesidad de determinar su lugar en las complejas y contradictorias condiciones propias de la sociedad burguesa, de definirse frente a la lucha que en todo el mundo transcurre entre las fuerzas progresistas y reaccionarias. Los existencialistas, pues, ponen el dedo en uno de los problemas más candentes de nuestra época. Pero lo resuelven partiendo de una decadente concepción idealista; arrancan de la conciencia del individuo aislado, que se opone a la sociedad y escarba en sus vivencias. Este falso punto de partida predetermina el vicio de que adolece toda la doctrina existencialista.
Sus partidarios la presentan como una doctrina del ser en general, aunque de hecho reducen la filosofía al examen de la "existencia" del individuo. Si no tomamos en consideración las reflexiones de algunos existencialistas sobre el "más allá", lo único que en ellos presenta realidad es la existencia personal, la conciencia de que "yo existo". El mundo que nos rodea es presentado como algo misterioso e inasequible a la razón y al pensamiento lógico. "El ser -ha escrito Sartre- carece de razón, de causalidad
y de necesidad." Al igual que todos los idealistas subjetivos, los existencialistas niegan la realidad objetiva de la naturaleza, el espacio y el tiempo. El mundo, dice Heidegger, existe en cuanto hay existencia. "Si no hay existencia, tampoco hay mundo." Lo más importante para el hombre es su existencia. Y los existencialistas se entregan a fatigosas reflexiones acerca de que esa existencia tiene un fin y que la vida entera del hombre transcurre bajo el signo del miedo a la muerte. La misión de la filosofía, según ellos, consiste precisamente en despertar y mantener siempre ese miedo. Filosofar, dice C. Jaspers, significa aprender a morir. Los existencialistas comprenden que el hombre será más fácilmente presa del miedo si se siente aislado y solo. Por ello tratan de hacerle creer que ha sido "arrojado" a un mundo extraño y hostil, que entre sus semejantes no mantiene una existencia "verdadera" y que la sociedad le priva de su individualidad. Para ello los filósofos de la "existencia" se valen del hecho indudable, que tan gravemente afecta a muchos, de que la sociedad capitalista oprime realmente al hombre y frena el desarrollo de su personalidad. Excitan el sentimiento de protesta contra la opresión del sistema capitalista que surge entre parte de los intelectuales y lo orientan por el falso camino de protesta contra la sociedad en general. Pues, según los existencialistas, si bien el hombre no puede vivir aislado de sus semejantes, aun cuando se encuentra entre ellos sigue en la soledad más completa, y sólo cuando se encierra en sí mismo se siente libre. Los existencialistas no admiten ni deberes impuestos al hombre por la colectividad social ni normas morales valederas para todos. No en vano el héroe ordinario de los existencialistas -en el teatro y en la novela- es el hombre sin convicciones firmes, y a menudo un sujeto simplemente amoral. Según esa filosofía, cualquier actividad humana o cualquier lucha son estériles, el mundo es el reino del absurdo y la historia toda carece de sentido. La filosofía idealista subjetiva del existencialismo es falsa, ante todo, porque reduce la realidad entera a la existencia del hombre y a sus impresiones y sentimientos. Y al mismo tiempo, adultera por completo la esencia propia del hombre.
El hombre recibe de la sociedad todo cuanto constituye su vida. ¿Qué es lo que lo ha elevado tan por encima del mundo de los animales? Su vida de trabajo en sociedad. En ésta desarrolla el hombre sus sentidos y su razón, su voluntad y su conciencia, en ella toma la vida sentido y adquiere un fin. Para quien vive una vida social plena, inspirada por ideas avanzadas, lo importante no es cuándo morirá, sino cómo va a transcurrir su vida en la sociedad, qué dejará a los hombres. Basta, sin embargo, separar artificialmente la persona de la sociedad para que ante nosotros aparezca un homúnculo asustado y tembloroso, que teme la muerte y no sabe qué hacer de su vida. El existencialismo, sin quererlo, muestra hasta qué vacío espiritual y embrutecimiento moral conduce el individualismo burgués. La decadente "filosofía de la existencia" es profundamente reaccionaria. En última instancia, es expresión del miedo de la clase explotadora ante el inevitable naufragio del régimen capitalista y desmoraliza con su acción a quienes caen bajo su influencia, especialmente a los jóvenes. La prédica del miedo, de la desesperanza, del absurdo que supone la existencia, estimula las inclinaciones antisociales y justifica la conducta amoral y la falta de principios. Quien se deja arrastrar por el existencialismo, en determinadas condiciones puede ser presa fácil y juguete de las fuerzas reaccionarias, abandonando sus lamentaciones histéricas para convertirse en un pistolero fascista. En Alemania, el existencialismo, unido a otras doctrinas reaccionarias, preparó ideológicamente el terreno al fascismo. En Francia, los existencialistas centraron después de la guerra sus torpes ataques sobre el heroico Partido Comunista, combatiendo su disciplina y la solidaridad de clase del proletariado. Los marxistas franceses no tardaron en adivinar en el existencialismo a uno de los principales enemigos ideológicos. Su influencia entre los medios intelectuales franceses ha disminuido mucho después de la reñida lucha que contra él mantuvieron. La supuesta "filosofía de la ciencia". Otra corriente filosófica muy extendida en el mundo burgués es el neopositivismo o "positivismo lógico", al que sus adeptos presentan a bombo y platillo como "filosofía de la ciencia". A primera vista parece como si el neopositivismo fuese el polo opuesto de la irracionalista "filosofía de la existencia". Pero la realidad es que se trata de una doctrina idealista emparentada interiormente con el existencialismo. Es una filosofía que rebosa pesimismo y desconfianza hacia la capacidad cognoscitiva y la razón del hombre. Las bases del neopositivismo fueron sentadas por el inglés B. Russell y los austríacos L. Wittgenstein y M. Schlick. Actualmente sus figuras más notorias son R. Carnap en Estados Unidos y A. Ayer en Inglaterra. La aparición del neopositivismo vino dictada por la necesidad de renovar la filosofía idealista subjetiva del empiriocriticismo, acomodándola al estado actual de la física, las matemáticas y la lógica.
El neopositivismo -y esto es lo principal en él- separa de la filosofía los problemas esenciales de la concepción del mundo para convertirla en un "análisis lógico del lenguaje". Los neopositivistas afirman que tales cuestiones -comprendida la fundamental de toda la filosofía- no existen científicamente y que en este sentido son "seudoproblemas". Según ellos, la filosofía no puede proporcionar ningún conocimiento acerca del mundo exterior; su misión única es el análisis lógico del lenguaje científico, es decir, el análisis de las reglas de empleo de los conceptos y símbolos científicos, de la combinación de las palabras en la oración, de la obtención de unas proposiciones partiendo de otras, etc., así como del "análisis semántico" de los términos y conceptos científicos. A este propósito hemos de observar que, por importante que sea el análisis lógico del lenguaje de la ciencia, reducir la filosofía a esto significa de hecho acabar con ella. Los neopositivistas tienen razón cuando afirman que la ciencia ha de partir de los datos experimentales, de los hechos. Mas, al igual que los empiriocriticistas, se niegan a admitir la realidad objetiva de los datos que la experiencia proporciona. Según ellos, por ejemplo, es absurdo preguntarnos si la rosa existe objetivamente; puede decirse únicamente que veo un color rojo de rosa y que percibo su aroma. Sólo esto, aseguran, puede ser objeto de una afirmación científica. Por lo tanto, los hechos no son para los neopositivistas cosas objetivas, acontecimientos y fenómenos del mundo objetivo, sino sensaciones, impresiones, percepciones y otros fenómenos de la conciencia. Contrariamente a sus manifestaciones de que es absurdo el problema de lo real y de su naturaleza, en la práctica niegan sólo la naturaleza material del mundo, al que de hecho atribuyen una naturaleza espiritual. ¿De qué se ocupa la ciencia? Esta, según sus afirmaciones, primeramente se limita a describir los "hechos", es decir, las sensaciones del hombre, pues es incapaz de conocer el mundo objetivo; el conocimiento experimental carece de valor objetivo. Opinan los neopositivistas que manifestaciones sobre los hechos, arbitrariamente seleccionadas, proporcionan material para una teoría científica que se construye con ayuda de la lógica y de las matemáticas. Estas, a diferencia de las ciencias empíricas, que se apoyan en la experiencia, descansan -al menos así lo dicen los neopositivistas- en un sistema de axiomas y reglas aceptadas de manera absolutamente arbitraria y que son fruto de un acuerdo convencional como lo son las reglas del ajedrez o de los naipes. Tal como los neopositivistas afirman, los juicios que entren en dicha teoría han de ajustarse a las reglas aceptadas: eso es cuanto se necesita para considerar que un juicio es verdadero. Aplicando tal criterio a los problemas concretos, los neopositivistas llegan, por ejemplo, a la anticientífica conclusión de que es un convencionalismo puro la admisión de que es el Sol, y no la Tierra, el centro de nuestro sistema planetario. Se comprende que semejante interpretación de la teoría científica priva a la ciencia de todo valor como medio que nos proporciona conocimientos objetivos y convierte el conocimiento científico en algo semejante a un juego. Cuesta trabajo creer que tales absurdos, que de hecho acaban con la ciencia, sean compartidos por grandes investigadores que han hecho importantes aportaciones en diversas ramas del saber. Y sin embargo, es así. La complejidad de los métodos empleados por la ciencia actual y de los fenómenos que estudia, las dificultades que se presentan a la hora de explicar algunos de ellos, hacen posible la aparición de vacilaciones idealistas entre los científicos. Y las condiciones propias de la sociedad burguesa ayudan a convertirlas en realidad. Así, de las geometrías no euclidianas (de Lobachevski, Riemann y otros), que reflejan las leyes objetivas del espacio en condiciones distintas a las que nos son habituales, se llega a la conclusión de que no hay una sola geometría verdadera y que sus principios fundamentales no pasan de ser acuerdos que aceptamos convencionalmente. En la física, la interpretación idealista encuentra el campo abonado, principalmente, por el carácter matemático abstracto de sus teorías, por la imposibilidad de crear modelos de los microobjetos que se escapan a la observación directa. Los físicos contemporáneos no pueden ver los microobjetos sometidos a su estudio (el electrón, el protón, el mesón, etc.) ni siquiera con ayuda de los instrumentos ópticos más potentes; tampoco puede construir un modelo satisfactorio de las partículas elementales. Todo lo que el físico puede observar en sus experimentos son los datos de los aparatos de medición, las ráfagas de la pantalla, etc. La existencia de las micropartículas y el carácter de sus propiedades vienen deducidas de complejos razonamientos teóricos y cálculos matemáticos. Cuando el físico realiza su experimento, sin él saberlo, se comporta como materialista. Mas cuando empieza a meditar acerca de los problemas generales de la ciencia, si sus posiciones filosóficas no son firmes, puede llegar a la errónea conclusión de que la micropartícula, con todas sus propiedades, no existe en la realidad, sino sólo en teoría, que es una construcción o un símbolo "lógico" o "lingüístico" creado para concordar entre sí las indicaciones de los aparatos y estar en condiciones de predecirlas.
Así, uno de los físicos actuales de más renombre, W. Heisenberg, ha escrito que la partícula elemental de la física moderna "no es una formación material en el tiempo y en el espacio, sino un símbolo cuya adopción proporciona a las leyes de la naturaleza una forma particularmente sencilla." En cuanto al físico teórico, que se ocupa,especialmente del estudio teórico de los resultados de observaciones obtenidas por otros investigadores, el propio carácter de su trabajo, y también la constante sucesión de teorías científicas, cuando no conoce la dialéctica, pueden empujarle al erróneo pensamiento de que las hipótesis y teorías que él enuncia son arbitrarias, de que las proposiciones en que sus principios descansan poseen un carácter subjetivo. El astrónomo idealista Jeans dice, por ejemplo, que "el Universo objetivo y material se compone únicamente de las construcciones de nuestras propias mentes”.En realidad, el hecho de que sea imposible crear un modelo visible de los microobjetos y de que éstos no se presten a la observación directa no desmiente en modo alguno su carácter material, puesto que existen fuera de la conciencia del hombre y con independencia de ella, y que esto es así lo demuestra todo el desarrollo de la ciencia y las aplicaciones técnicas de los datos científicos relativos al micromundo. Ahora, lo mismo que hace 90 años, cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo, los filósofos idealistas se valen de las dificultades por las que la ciencia atraviesa, de las vacilaciones de los investigadores y de su indecisión a la hora de defender y comprobar el punto de vista materialista. Por eso, para combatir el idealismo hay que conocer la ciencia moderna y saber resolver los problemas guiándose por el materialismo dialéctico. El positivismo moderno no se limita al campo de las ciencias de la naturaleza, sino que también abarca la comprensión de la vida social. Según afirman sus partidarios, la realidad social depende de lo que las gentes hablan de ella; las calamidades sociales obedecen a la incorrecta comprensión y al incorrecto empleo de las palabras. Por consiguiente, para cambiar la vida social es suficiente con cambiar el lenguaje, la comprensión que se tiene de las palabras. El positivista norteamericano S. Chase ha llegado al extremo de afirmar que carecen de sentido palabras como "capital", "desocupación", etc. Según Chase, si en el lenguaje no existiese una palabra tan "nociva" como "explotación", la explotación no existiría en la realidad.
Los neopositivistas eliminan de la esfera científica no sólo los juicios y valoraciones "metafísicos", sino también los morales o éticos. Tal como ellos afirman, cualquier juicio que contenga una valoración ética es subjetivo, es decir, que expresa únicamente la opinión personal de quien habla. Según esto, cuando, por ejemplo, se afirma que las guerras de conquista y agresión son injustas se emite una opinión subjetiva, y nada más, tan valedera como la del que afirme lo contrario. Vemos, pues, que la filosofía del neopositivismo, tan alejada al parecer de la política, viene muy a propósito cuando se trata de justificar una política reaccionaria. Al mismo tiempo, a quien no se conforma con renunciar a las normas morales de valor objetivo, le invita a buscarlas fuera de la ciencia, y sobre todo en las enseñanzas de la Iglesia.
Rebajando como lo hacen el papel de la ciencia, a la que acusan de no proporcionar un conocimiento objetivo verdadero del mundo, los neopositivistas allanan el camino a los teólogos y fideístas, es decir, a quienes defienden la fe religiosa. Esto no lo niegan ni los propios adeptos del neopositivismo. Así, el físico idealista P. Jordan afirma: "La concepción positivista ofrece nuevas posibilidades para que la religión adquiera espacio vital sin entrar en contradicción con el pensamiento científico."
Lenin indicaba: "El papel objetivo, de clase, del empiriocriticismo se reduce por completo a servir a los fideístas en la lucha que mantienen contra el materialismo..." Estas palabras se pueden aplicar también enteramente a los neopositivistas de nuestros días. Renacimiento de la escolástica medieval.
Cada vez es más amplia y activa la propaganda que en la moderna sociedad burguesa se hace del fideísmo. Cobran inusitado vigor la Iglesia y sus organizaciones. Los ideólogos de la clase dominante dicen y repiten sin cesar que "sólo la religión puede traer la salvación" del mundo, que la única respuesta a los candentes problemas sociales es "una penetración más eficaz en nuestra vida del espíritu del cristianismo". A la vez que la religión, entre los medios de la burguesía y de los intelectuales burgueses gozan de favor el misticismo, el espiritismo, la astrología, la quiromancia y otras supersticiones por el estilo.
El sentido de clase de este fenómeno lo descubrió ya Lenin cuando decía que "la burguesía, por miedo al proletariado, que crece y ve aumentar sus fuerzas, apoya todo lo atrasado, todo lo caduco y medieval".El renacimiento del medievo afecta también a la moderna filosofía burguesa. Y esto es así incluso literalmente: se trata del neotomismo, de la doctrina renovada de Tomás de Aquino, el escolástico medieval, que el Vaticano ha admitido como filosofía oficial de la Iglesia Católica. Podría parecernos que una filosofía abiertamente religiosa, que presenta el escolasticismo medieval como algo "eterno", no habría de gozar de gran predicamento entre los medios científicos. Pero no es así. El neotomismo es una doctrina sutil y artera que a menudo lleva a la confusión no sólo a gentes sencillas, sino también a los hombres de ciencia de los países capitalistas.
La base primera del neotomismo es la admisión de Dios como creador todopoderoso del Universo. La naturaleza es considerada como "realización de la idea de Dios" y la historia como "cumplimiento de los designios divinos". A diferencia de los neopositivistas, existencialistas y demás idealistas subjetivos, los neotomistas admiten la existencia real del mundo, como creación de Dios, fuera del hombre y de su conciencia, y que ese mundo puede ser conocido con ayuda de los sentidos y de la razón. Critican incluso el irracionalismo de los existencialistas y elevan su voz en defensa de la razón, que Dios dio al hombre para que pudiese conocer la verdad. Semejantes manifestaciones son bien recibidas por aquellos que no aceptan los sofismas del positivismo y el irracionalismo, pero que no quieren o no pueden admitir el materialismo filosófico. Quien así piensa considera que el neotomismo combina acertadamente una actitud correcta y sana hacia el conocimiento científico con la fe en Dios, que satisface la personal aspiración religiosa del hombre. Pero esto encierra un profundo error. La realidad es que el neotomismo no encaja con la razón ni con la ciencia. La idea básica de los neotomistas es que la ciencia se halla subordinada a la religión y el conocimiento a la fe. Admiten únicamente aquella "razón" y aquel sistema de pensamientos que no rebasen los límites de lo que la Iglesia enseña. Y al contrario, califican de insana, de "levantamiento contra la razón", la defensa de proposiciones científicas que se oponen a los dogmas de la Iglesia. Los neotomistas hablan de los tres caminos que llevan a la verdad: la ciencia, la filosofía y la religión. De los tres, el inferior es la ciencia. El conocimiento que ésta proporciona, dicen, no es fidedigno y se limita a la envoltura corpórea que oculta la verdadera esencia espiritual del mundo, región a la que la ciencia no alcanza y que parcialmente se revela a la filosofía o "metafísica". A diferencia de la ciencia, la filosofía enuncia el problema de la primera causa de la existencia del mundo y llega a la conclusión de que tal causa reside en un supremo principio espiritual o creador. Mas la verdad suprema, enseñan los neotomistas, es alcanzada sólo por la revelación, por la fe religiosa, a la que siempre deben ajustarse todas las conclusiones generales de la ciencia y de la filosofía. El fin teórico último de la ciencia es buscar argumentos que confirmen la fe en Dios, que prueben que "el catolicismo y la ciencia han sido creados el uno para el otro". Todas las dificultades con que la ciencia tropieza, los problemas no resueltos, son aprovechados por los neotomistas en favor de los dogmas de la Iglesia.
Uno de los argumentos favoritos de la filosofía católica en pro de la creación del mundo es la teoría del "ensanchamiento del Universo". En 1919 se descubrió lo que se llama el "desplazamiento rojo", es decir, el corrimiento hacia el extremo rojo de las líneas en los espectros de radiaciones que nos llegan de las galaxias, de sistemas estelares situados a grandes distancias. La ciencia no ha encontrado aún una explicación clara de este fenómeno. Y valiéndose de que la causa más probable del "desplazamiento rojo" es el rápido alejamiento de las galaxias de nuestro sistema solar, los filósofos idealistas llegaron a la inmediata conclusión de que en un tiempo toda la materia y energía del Universo estuvieron concentradas en un "primer átomo" creado por Dios. No hay base alguna para llegar a tal conclusión, siquiera sea porque no podemos aplicar lo observado en un tiempo determinado y en una parte limitada del Universo a todo el Cosmos en su conjunto y a períodos de los que nos separan miles de millones de años.
No obstante, apoyándose en esta "teoría" y en otras por el estilo, el Papa Pío XII afirmaba en su disertación sobre las "pruebas de la existencia de Dios a la luz de la ciencia moderna", el 22 de noviembre de 1951: "Por lo tanto, creación en el tiempo; y por eso, un creador; y por consiguiente, Dios. Esas son las palabras... que pedimos a la ciencia y que nuestra generación espera de ella." Este ejemplo muestra la manera como los filósofos idealistas y los eclesiásticos llegan a conclusiones idealistas y fideístas cuando no se encuentran explicaciones suficientes a un problema científico. Sólo una arraigada visión materialista en filosofía y una consecuente aplicación de la dialéctica pueden salvar al hombre de ciencia de las vacilaciones y evitar que caiga en las trampas que los idealistas colocan en todos los sectores difíciles del camino que la ciencia recorre. A menudo los neotomistas se ganan las simpatías de la gente porque, a diferencia de los idealistas subjetivos, prestan gran atención a las cuestiones de la moral. Pero la moral que ellos predican es la mansedumbre, es la doctrina de que el hombre, más que de la vida terrena y del cuerpo perecedero, ha de ocuparse del "alma inmortal", de la "vida eterna" y de Dios. Con otras palabras, es la moral de la aceptación pasiva -y justificación por tanto- del mal social existente, de la explotación y la desigualdad; es la moral que reemplaza la protesta y la lucha contra la injusticia social con oraciones y súplicas a Dios. Se trata, pues, de una moral que sólo conviene a la clase explotadora en el poder.
La doctrina político-social de los neotomistas se caracteriza por su lucha activa contra el socialismo unida a la "crítica" de algunos defectos del capitalismo. Los filósofos católicos achacan los vicios de la sociedad al olvido en que muchos, entre ellos los capitalistas, tienen de la religión, a que han, dejado de ser buenos cristianos. Semejante "crítica" nos dice bien a las claras que los neotomistas no piensan siquiera en combatir el capitalismo, del que de hecho son defensores.
En el mundo capitalista existen otras muchas corrientes y escuelas que se denominan a sí mismas "instrumentalismo", "neorrealismo", "fenomenología", "personalismo", etc. Todas ellas se encuentran dentro del campo común del idealismo y poseen los mismos rasgos reaccionarios, con la única diferencia de que éstos se presentan más netamente dibujados en las típicas doctrinas que acabamos de examinar. La filosofía idealista es incapaz de dar una respuesta acertada a los problemas científicos y sociales de nuestra época. Enemiga como es de la concepción científica del mundo y del progreso social, refleja la creciente decadencia del capitalismo y la crisis de su cultura.

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