Por: C. Marx y F. Engels
¿Cuál es la posición
de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los
comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos
obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del
proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran
amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen
de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las
diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen
valer los intereses comunes a todo el proletariado,
independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en
las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el
proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del
movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues,
el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países,
el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente,
tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión
de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del
movimiento proletario.
El objetivo inmediato de
los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios:
constitución de los
proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa,
conquista del poder político por el proletariado. Las tesis teóricas
de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son
sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha
de clases existente, de un movimiento histórico que se está
desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de
propiedad antes existentes no es una característica propia del
comunismo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes
cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La
revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en
provecho de la propiedad burguesa. El rasgo distintivo del comunismo
no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de
la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada burguesa moderna es
la última y más acabada expresión del modo de producción y de
apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en
la explotación de los unos por los otros. En este sentido, los
comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada. Se nos ha reprochado a los
comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida,
fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda
libertad, actividad e independencia individual. ¡La propiedad
adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís
acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador,
esa forma de propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No
tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y
está aboliéndola a diario. ¿O tal vez os referís a la propiedad
privada burguesa moderna? ¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo
del proletario, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera.
Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo
asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir
nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma
actual la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el
trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar no sólo una posición puramente
personal en la producción, sino también una posición social. El
capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento
sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y,
en última instancia, sólo por la actividad conjunta de todos los
miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal;
es una fuerza social. En consecuencia, si el capital es transformado
en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la
sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en
propiedad social. Sólo cambia el carácter social de la propiedad.
Esta pierde su carácter de clase. Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es
decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero
para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el
obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que
necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de
ninguna manera abolir esta apropiación personal de los productos del
trabajo, indispensable para la mera reproducción de la vida humana,
esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda
dar un poder sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el
carácter miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no
viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que
el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad
burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el
trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no
es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la
vida de los trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el
pasado domina sobre el presente; en la sociedad comunista es el
presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el
capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el
individuo que trabaja carece de independencia y está
despersonalizado. ¡Y la burguesía dice que la abolición de
semejante estado de cosas es abolición de la personalidad y de la
libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la
personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad
burguesa. Por libertad, en las condiciones actuales de la producción
burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar
y vender.
Desaparecida la
compraventa, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las
declamaciones sobre la libertad de compra-venta, lo mismo que las
demás bravatas liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido
aplicadas a la compraventa encadenada y al burgués sojuzgado de la
Edad Media; pero no ante la abolición comunista de compraventa, de
las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía. Os
horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en
vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las
nueve décimas partes de sus miembros; existe precisamente porque no
existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis, pues, el
querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a
condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de
propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra
propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos. Según vosotros,
desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en
capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder
social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante
en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad
burguesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino al
burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente
debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de
apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de
sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno. Se ha
objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda
actividad y sobrevendría una indolencia general. Si así fuese, hace
ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de
la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y
los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta
tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital. Todas
las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y
de producción de bienes materiales se hacen extensivas igualmente
respecto a la apropiación y a la producción de los productos del
trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición
de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda
producción, la desaparición de la cultura de clase significa para
él la desaparición de toda cultura. La cultura, cuya pérdida
deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el
adiestramiento que los transforma en máquinas. Mas no discutáis con
nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa
el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura,
derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de
producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más
que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo
contenido está determinado por las condiciones materiales de
existencia de vuestra clase. La concepción interesada que os ha
hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las
relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de
propiedad –relaciones históricas que surgen y desaparecen en el
curso de la producción-, la compartís con todas las clases
dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad
antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a
admitirlo para la propiedad burguesa. ¡Querer abolir la familia!
Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de los
comunistas. ¿En qué bases descansa la familia actual, la familia
burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente
desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra
su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el
proletariado y en la prostitución pública. La familia burguesa
desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparición del capital. ¿Nos reprocháis
el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen. Pero decís que destruimos los vínculos más
íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación
social. Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la
sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros
hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a
través de la escuela, etc.? Los comunistas no han inventado esta
ingerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar
su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase
dominante. Las declamaciones burguesas sobre la familia y la
educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus
hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria
destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a
los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos
de trabajo. ¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis
establecer la comunidad de las mujeres! -nos grita a coro toda la
burguesía.
Para el burgués, su
mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir
que los instrumentos de producción deben ser de utilización común,
y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres
correrán la misma suerte de la socialización. No sospecha que se
trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como
simple instrumento de producción. Nada más grotesco, por otra
parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la
pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la
comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido. Nuestros
burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y
las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial,
encuentran un placer singular en seducirse mutuamente las esposas. El
matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A
lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una
comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una
comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la
abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la
comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la
prostitución oficial y no oficial. Se acusa también a los
comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros
no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas,
por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder
político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse
en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el
sentido burgués. El aislamiento nacional y los antagonismos entre
los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la
burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la
uniformidad de la producción industrial y las condiciones de
existencia que le corresponden. El dominio del proletariado los hará
desaparecer más de prisa todavía. La acción común, al menos de
los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su
emancipación. En la misma medida en que sea abolida la explotación
de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación
por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el
interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones
entre sí. En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo,
partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de
la ideología en general, no merecen un examen detallado. ¿Acaso se
necesita una gran perspicacia para comprender que con toda
modificación en las condiciones de vida, en las relaciones sociales,
en la existencia social, cambian también las ideas, las nociones y
las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre? ¿Qué
demuestra la historia de las ideas sino que la producción
intelectual se transforma con la producción material? Las ideas
dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas
de la clase dominante. Cuando se habla de ideas que revolucionan toda
una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la
vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la
disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de
las antiguas condiciones de vida. En el ocaso del mundo antiguo las
viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando,
en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas
de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte
contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad
religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar
el reinado de la libre concurrencia en el dominio del saber. «Sin
duda -se nos dirá-, las ideas religiosas, morales, filosóficas,
políticas, jurídicas, etc., se han ido modificando en el curso del
desarrollo histórico. Pero la religión, la moral, la filosofía, la
política, el derecho se han mantenido siempre a través de estas
transformaciones. Existen, además, verdades eternas, tales como la
libertad la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la
sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas,
quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma
nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico
anterior». ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas
las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de
contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas
diversas en las diferentes épocas. Pero cualquiera que haya sido la
forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la
sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos
anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la
conciencia social de todos los siglos, a despecho de toda variedad y
de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas
comunes, dentro de unas formas -formas de conciencia-, que no
desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva
de los antagonismos de clase. La revolución comunista es la ruptura
más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de
extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera
más radical con las ideas tradicionales.
Mas, dejemos aquí las
objeciones hechas por la burguesía al comunismo. Como ya hemos visto
mas arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación
del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El
proletariado se valdrá de su dominación política para ir
arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producción en manos del
Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y
para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas
productivas. Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más
que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las
relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de
medidas que desde el punto de vista económico parecerán
insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se
sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para
transformar radicalmente todo el modo de producción. Estas medidas,
naturalmente, serán diferentes en los diversos países. Sin embargo,
en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi
en todas partes las siguientes medidas: 1. Expropiación de la
propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los
gastos del Estado. 2. Fuerte impuesto progresivo. 3. Abolición del
derecho de herencia. 4. Confiscación de la propiedad de todos los
emigrados y sediciosos. 5. Centralización del crédito en manos del
Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y
monopolio exclusivo. 6. Centralización en manos del Estado de todos
los medios de transporte. 7. Multiplicación de las empresas fabriles
pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción,
roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras,
según un plan general. 8. Obligación de trabajar para todos;
organización de ejércitos industriales, particularmente para la
agricultura. 9. Combinación de la agricultura y la industria;
medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la diferencia
entre la ciudad y el campo. 10. Educación pública y gratuita de
todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas
tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la
producción material, etc., etc. Una vez que en el curso del
desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya
concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados,
el poder público perderá su carácter político. El poder político,
hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la
opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el
proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la
revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase
dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción,
suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las
condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las
clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase. En
sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus
antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre
desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre
desenvolvimiento de todos.
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