Por: J.V. Stalin
Editorial publicado el 24
de noviembre de 1918 en el núm. 3 de “Zhizn Natsionálnostei”.
En el momento de
ascendente movimiento revolucionario en Europa, cuando se desmoronan
los viejos tronos y coronas, cediendo lugar a los Soviets
revolucionarios de obreros y soldados, y cuando las regiones ocupadas
arrojan de sus territorios a los testaferros del imperialismo, es
natural que todos fijen sus miradas en el Occidente.
Allí, en el Occidente,
ante todo, deben ser rotas las cadenas del imperialismo, que,
forjadas en Europa, asfixian al mundo entero. Allí en el Occidente,
ante todo, debe brotar, pujante una vida nueva, la vida socialista.
En tal momento desaparece “por sí mismo” del campo visual, se
olvida el lejano Oriente, con sus centenares de millones de seres
sojuzgados por el imperialismo.
Sin embargo, no se debe
olvidar el Oriente ni por un instante, aunque sólo sea porque sirve
de reserva “inagotable” y de “segurísima” retaguardia al
imperialismo mundial.
Los imperialistas siempre
han mirado al Oriente como a la base de su bienestar. Las inmensas
riquezas naturales de los países del Oriente (algodón, petróleo,
oro, carbón, minerales), ¿no han sido, acaso, la “manzana de la
discordia” para los imperialistas de todos los países? A ello se
debe, en rigor, que al combatir en Europa y divagar acerca del
Occidente, los imperialistas no hayan dejado nunca de pensar en
China, en la India, en Persia, en Egipto,
en Marruecos, puesto que,
propiamente dicho, en todo momento se ha tratado del Oriente. A ello
se debe, principalmente, el celo con que mantienen “el orden y la
ley” en los países orientales, pues sin esto el imperialismo no
tendría asegurada su retaguardia profunda.
Pero los imperialistas no
sólo necesitan las riquezas del Oriente. Necesitan el “dócil”
“material humano” que tanto abunda en las colonias y semicolonias
del Oriente. Necesitan la “tratable” y barata “mano de obra”
de los pueblos de Oriente. Necesitan, además, los “dóciles”
“muchachos” de los países orientales, entre los cuales reclutan
las tropas llamadas “de color”, a las que no tardarán en
utilizar contra “sus propios” obreros revolucionarios. Por eso
llaman a los países orientales su reserva “inagotable”.
Es tarea del comunismo
romper el secular letargo de los pueblos oprimidos del Oriente,
contagiar a los obreros y campesinos de eso países el espíritu
liberador de la revolución, levantarlos a la lucha contra el
imperialismo y privar, de tal modo, al imperialismo mundial de su
“segurísima” retaguardia, de su reserva “inagotable”.
Sin ello no se puede ni
pensar en el triunfo definitivo del socialismo, en la victoria
completa sobre el imperialismo.
La revolución de Rusia
ha sido la primera en levantar a los pueblos oprimidos del Oriente a
la lucha contra el imperialismo. Los Soviets de Diputados en Persia,
en la India, en China son un síntoma indudable de que el letargo
secular de los obreros y campesinos del Oriente se aleja a la esfera
del pasado.
La revolución en el
Occidente dará, sin duda, un nuevo impulso al movimiento
revolucionario del Oriente, le dará bríos y fe en la victoria.
No es escaso el apoyo que
prestarán a la revolucionarización del Oriente los mismos
imperialistas con sus nuevas anexiones, que hacen que se incorporen a
la lucha contra el imperialismo nuevos países y se ensanche la base
de la revolución mundial.
Es tarea de los
comunistas intervenir en el creciente movimiento espontáneo del
Oriente y desarrollarlo hasta hacer de él una lucha consciente
contra el imperialismo.
En este sentido, la
resolución de la reciente Conferencia de los comunistas musulmanes36
acerca de la intensificación de la propaganda en los países
orientales, en Persia, en la India, en China, tiene, sin duda,
profunda importancia revolucionaria.
Abriguemos la esperanza
de que nuestros camaradas musulmanes cumplirán su decisión, de tan
alta importancia.
Porque se debe comprender
de una vez para siempre la verdad de que el que desee el triunfo del
socialismo no debe olvidar al Oriente.
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