Por: V.I. Lenin
A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha
por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los
trabajadores que
no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la clase
dominante. Pero, a la vez, los marxistas combaten con la mayor energía
a los
reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los
anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo
es una
manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán
siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras
subsista el dominio del capital.
Cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre
las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para
subyugar a
los obreros, para dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud
asalariada de los trabajadores. Por eso el reformismo, incluso cuando
es
totalmente sincero, se transforma de hecho en un instrumento de la
burguesía para corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. La
experiencia de todos los países muestra que los obreros han salido
burlados siempre que se han confiado a los reformistas.
Por el contrario, si los obreros han asimilado la doctrina de Marx,
es decir, si han comprendido que es inevitable la esclavitud asalariada
mientras subsista el dominio del capital, no se dejarán engañar por
ninguna reforma burguesa. Comprendiendo que, al mantenerse el
capitalismo, las reformas no pueden ser ni sólidas ni importantes, los
obreros pugnan por obtener mejoras y las utilizan para proseguir la
lucha,
más tesonera, contra la escalvitud asalariada. Los reformistas
pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros,
pretenden
apartarlos de su lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la
falsedad del reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y
ampliar su
lucha de clase.
Cuanto mayor es la influencia de los reformistas en los obreros,
tanto menos fuerza tiene éstos, tanto más dependen de la burguesía y
tanto
más fácil le es a esta última anular con diversas artimañas el efecto
de las reformas. Cuanto más independiente y profundo es el movimiento
obrero, cuanto más amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de
la estrechez del reformismo y con más facilidad consiguen los obreros
afianzar y utilizar ciertas mejoras.
Reformistas hay en todos los países, pues la burguesía trata por
doquier de corromper de uno u otro modo a los obreros y hacer de ellos
esclavos satisfechos que no piensen en destruir la escalvitud. En
Rusia, los reformistas son los liquidadores, que renuncian a nuestro
pasado
para adormecer a los obreros con ilusiones en un partido nuevo, abierto
y legal. No hace mucho, obligados por Siévernaya Pravda, los
liquidadores de San Petersburgo comenzaron a defenderse de la acusación
de reformismo. Es preciso detenerse a examinar con atención sus
razonamientos para dejar bien clara uba cuestión de extraordinaria
importancia.
No somos reformistas -escribían los liquidadores petersburgueses-,
porque no hemos dicho que las reformas lo sean todo y que el objetivo
final no sea nada; hemos dicho: movimiento hacia el objetivo final;
hemos dicho: a través de la lucha por las reformas, hacia la
realización plena
de las tareas planteadas.
Veamos si esta defensa corresponde a la verdad.
Hecho primero. Resumiendo las afirmaciones de todos los
liquidadores, el liquidador Sedov ha escrito que dos de "las tres
ballenas"
presentadas por los marxistas no sirven hoy para la agitación. Ha
dejado la jornada de ocho horas, que, teóricamente, es factible como
reforma.
Ha suprimido o relegado precisamente lo que no cabe en el marco de las
reformas. Por consiguiente, ha incurrido en el oportunismo más
palmario, preconizando ni más ni menos que la política expresada por la
fórmula de que el objetivo final no es nada. Eso es justamente
reformismo, ya que el "objetivo final" (aunque sólo sea con relación a
la democracia) se aparta bien lejos de la agitación.
Hecho segundo. La decantada conferencia de agosto (del año pasado)
de los liquidadores también pospone -reservándolas para un caso
especial- las reivindicaciones no reformistas, en vez de sacarlas a
primer plano y colocarlas en el centro mismo de la agitación.
Hecho tercero. Al negar y rebajar "lo viejo", queriéndose
desentender de ello, los liquidadores se limitan al reformismo. En las
actuales
circunstancias es evidente la conexión entre el reformismo y la
renuncia a "lo viejo".
Hecho cuarto. El movimiento económico de los obreros provoca la ira
y las alharacas de los liquidadores ("pierden los estribos", "no hacen
más que amagar", etc., etc.), toda vez que se vincula con consignas que
van más allá del reformismo.
¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los liquidadores rechazan el
reformismo como tal, pero de hecho lo aplican en toda la línea. Por una
parte nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, ni mucho
menos; mas, por otra, siempre que los marxistas van en la práctica más
allá del reformismo, se ganan las invectivas o el menosprecio de los
liquidadores.
Por cierto, lo que ocurre en todos los terrenos del movimento obrero
nos muestra que los marxistas, lejos de quedarse a la zaga, van muy
por delante en lo que se refiere a la utilización práctica de las
reformas y a la lucha por las reformas. Tomemos las elecciones a la
Duma por la
curia obrera: los discursos pronunciados por los diputados dentro y
fuera de la Duma, la organización de periódicos obreros, el
aprovechamiento de la reforma de los seguros, el sindicato metalúrgico,
uno de los más importantes, etc., y veremos por doquier un predominio
de los obreros marxistas sobre los liquidadores en la esfera de la
labor directa, inmediata y "diaria" de agitación, organización y lucha
por las
reformas y su aprovechamiento.
Los marxistas realizan una labor constante sin perder una sola
"posibilidad" de conseguir reformas y utilizarlas, sin censurar, antes
bien
apoyando y desarrollando con solicitud cualquier actividad que vaya más
allá del reformismo tanto en la propaganda como en la agitación,
en las acciones económicas de masas, etc. Mientras tanto, los
liquidadores, que han abandonado el marxismo, no hacen con sus ataques
a la
existencia misma de un marxismo monolítico, con su destrucción de la
disciplina marxista y con su prédica del reformismo y de la política
obrera
liberal más que desorganizar el movimiento obrero.
Tampoco se debe olvidar que el reformismo se manifiesta en Rusia de
una forma peculiar, a saber: en la equiparación de las condiciones
fundamentales de la situación política de la Rusia actual y de la
Europa actual. Desde el punto de vista de un liberal, esta equiparación
es
legítima, pues el liberal cree y confiesa que, "gracias a Dios, tenemos
Constitución". El liberal expresa los intereses de lo burguesía cuando
defiende la idea de que, después del 17 de octubre, toda acción de la
democracia que vaya más allá del reformismo es una locura, un crimen,
un
pecado, etc.
Pero precisamente estas ideas burguesas son las que ponen en
práctica nuestros liquidadores, que "trasplantan" sin cesar y con
regularidad (en el papel) a Rusia tanto el "partido a la vista de
todos" como la "lucha por la legalidad", etc. Con otras palabras, los
liquidadores
preconizan, a semejanza de los liberales, el trasplante de una
Constitución europea a Rusia sin reparar en el camino peculiar que
condujo en
Occidente a la proclamación y afianzamiento de las constituciones
durante varias generaciones y, a veces, incluso siglos. Los
liquidadores y
los liberales quieren, como suele decirse, pescar truchas a bragas
enjutas.
En Europa, el reformismo significa en la práctica renuncia al
marxismo y sustitución de esta doctrina por la "política social"
burguesa. En
nuestro país, el reformismo de los liquidadores implica, además de eso,
desmoronamiento de la organización marxista, renuncia a las tareas
democráticas de la clase obrera y sustitución de éstas con una política
obrera liberal.
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