Por: Enver Hoxha.
En las condiciones
presentes, cuando, so pretexto de que las situaciones han cambiado,
la causa de la revolución y la liberación de los pueblos es blanco
de los ataques de los revisionistas jruschovistas, titistas,
«eurocomunistas», chinos y las demás corrientes antimarxistas,
adquiere una importancia de primer orden el profundizar en el estudio
de las obras de Lenin sobre el imperialismo.
Debemos volver de nuevo a
estas obras, y estudiar profundamente y con suma meticulosidad en
particular la genial obra de Lenin El imperialismo, fase superior del
capitalismo. Al estudiar con atención esta obra, veremos asimismo
cómo los revisionistas, y entre estos también los dirigentes
chinos, desnaturalizan el pensamiento leninista sobre el
imperialismo, cómo entienden los objetivos, la estrategia y las
tácticas de éste. Sus escritos, declaraciones, posiciones y actos
demuestran que consideran de forma muy errónea la naturaleza del
imperialismo, la ven desde posiciones contrarrevolucionarias y
antimarxistas, tal como hacían todos los partidos de la II
Internacional y sus ideólogos, Kautsky y compañía, que han sido
desenmascarados sin compasión por Lenin.
Si estudiamos atentamente
esta obra de Lenin y nos atenemos con fidelidad a su análisis y
conclusiones geniales, veremos que el imperialismo en nuestros días
conserva en su totalidad los mismos rasgos característicos definidos
por Lenin, veremos que la definición leninista de nuestra época,
como la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias,
permanece inmutable, veremos que el triunfo de la revolución es
inevitable.
Como es sabido, Lenin
comienza su análisis del imperialismo con la concentración de la
producción, del capital y con los monopolios. Los fenómenos de la
concentración y centralización de la producción y del capital
también hoy en día solo pueden ser analizados correcta y
científicamente basándose en el análisis leninista del
imperialismo.
Un rasgo característico
del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la
producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas
empresas con las empresas poderosas, o a la absorción de aquellas
por estas. Asimismo esto ha traído como consecuencia el agrupamiento
masivo de la fuerza de trabajo en grandes trusts y consorcios. Además
estas empresas han concentrado en sus manos enormes capacidades
productivas, fuentes energéticas y de materias primas en
proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas
capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología
más reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas.
Estos gigantescos
organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el
interior del país han destruido la mayoría de los pequeños
patronos e industriales, mientras que en el plano internacional se
han erigido en consorcios colosales, que abarcan ramas enteras de la
industria, la agricultura, la construcción, el transporte, etc., de
muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus
garras y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya
realizado la concentración de la producción, se amplía y
profundiza la tendencia a eliminar a los pequeños patronos e
industriales. Este camino ha conducido al ulterior fortalecimiento de
los monopolios.
«Esta transformación de
la competencia en monopolio -ha dicho Lenin- constituye uno de los
fenómenos más importantes -por no decir el más importante- de la
economía del capitalismo contemporáneo... »[5]
Al hablar sobre este
rasgo del imperialismo, añadía que
«...la aparición del
monopolio, al concentrarse la producción, es en general una ley
universal y fundamental de la presente fase del desarrollo del
capitalismo».[6]
El desarrollo del
capitalismo en las condiciones actuales confirma enteramente la
conclusión de Lenin arriba mencionada. En nuestros días los
monopolios son el fenómeno más típico y más corriente, que
determina la fisonomía del imperialismo, su esencia económica. En
los países imperialistas, como los Estados Unidos de América, la
Republica Federal de Alemania, Inglaterra, Japón, Francia, etc., la
concentración de la producción ha adquirido proporciones
inusitadas.
Así, por ejemplo, en
1976, en las 500 corporaciones norteamericanas más grandes,
trabajaban casi 17 millones de personas, que representaban más del
20 por ciento de la mana de obra ocupada. A ellas correspondía el 66
por ciento de las mercancías vendidas. En la época en la que Lenin
escribió su obra: El imperialismo, fase superior del capitalismo, en
el mundo capitalista sólo existían una gran compañía
norteamericana, la «United States Steel Corporation», cuyo capital
activo ascendía a más de mil millones de dólares, mientras que en
1976 el número de sociedades multimillonarias era alrededor de 350.
El trust automovilístico «General Motors Corporation», este súper
monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los
22.000 millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000
obreros. A éste le sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey»,
que domina la industria petrolera de los Estados Unidos de América y
de los demás países y explota a más de 700.000 obreros. En la
industria automovilística existen tres grandes monopolios que venden
más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en las
industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas
dan, respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción.
Un proceso similar ha
tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En
la Republica Federal de Alemania, el 13 por ciento del total de las
empresas han concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de
la producción y el 40 por ciento de la fuerza laboral del país. En
Inglaterra dominan 50 grandes monopolios. La corporación británica
del acero proporciona más del 90 por ciento de la producción del
país. En Francia las tres cuartas partes de esta producción están
concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios poseen
toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción
de los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes campañas
siderúrgicas producen todo el hierro colado y más de las tres
cuartas partes del acero, mientras que en la metalurgia no ferrosa
actúan ocho compañías. Y lo mismo sucede en las demás ramas y
sectores.[7]
Las pequeñas y medianas
empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de
los monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para
ellos, reciben créditos y materias primas, tecnología; etc.
Prácticamente se han convertido en sus apéndices.
Hoy la concentración y
la centralización de la producción y del capital, creando
monopolios gigantescos que no cuentan con una unidad tecnológica,
están muy propagadas. En el interior de estos gigantescos monopolios
«conglomerados», actúan empresas y ramas enteras dedicadas a la
producción industrial, la construcción, el transporte, el comercio,
los servicios, la infraestructura, etc., que producen desde juguetes
para niños hasta misiles intercontinentales.
La potencia económica de
los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que
las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas,
típicas del pasado, no sean las únicas victimas de la lucha
competitiva, sino también las grandes empresas y grupos financieros.
Debido a la desenfrenada sed de los monopolios de obtener elevados
beneficios y a la exacerbación al máximo de la competencia, este
proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido
proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en
el mundo capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años
anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
La fusión y la unión de
las empresas industriales, comerciales, agrícolas y bancarias, han
llevado a crear las nuevas formas de los monopolios, los grandes
complejos industrial-comerciales, o industrialagrarios, formas que
son aplicadas ampliamente no sólo en los países capitalistas de
Occidente, sino también en la Unión Soviética, Checoslovaquia,
Yugoslavia y otros países revisionistas. En el pasado las uniones
monopolistas realizaban el transporte y la venta de mercancías con
la ayuda de otras firmas independientes; hoy los monopolios tienen en
su poder tanto la producción, como el transporte y el mercado.
Los monopolios no sólo
intentan evitar la competencia entre las empresas que engloban, sino
que además han echado la zarpa con el propósito de monopolizar
todas las fuentes de materias primas, todas las zonas ricas en
minerales esenciales, como hierro, hulla, cobre, uranio, etc. Este
proceso se desarrolla en el plano nacional e internacional.
La concentración de la
producción y del capital adquirió enormes proporciones, en
particular después de la Segunda Guerra Mundial, con la ampliación
y el desarrollo del sector del capitalismo monopolista de estado.
El capitalismo
monopolista de estado representa la subordinación del aparato
estatal con respecto a los monopolios, la implantación de la
dominación total de éstos en la vida económica, política y social
del país. De este modo el estado interviene directamente en la
economía en interés de la oligarquía financiera, para asegurar el
máximo beneficio a la clase que detenta el poder a través de la
explotación de todos los trabajadores y para estrangular la
revolución y las luchas de liberación de los pueblos.
La propiedad monopolista
estatal, como uno de los elementos básicos más característicos del
capitalismo monopolista de estado, no representa la propiedad de un
solo capitalista o de un grupo de capitalistas particulares, sino la
propiedad del estado capitalista, la propiedad de la clase burguesa
que está en el poder. En diversos países imperialistas el sector
capitalista monopolista de estado ocupa del 20 al 30 por ciento en la
producción global.
El capitalismo
monopolista de estado, que representa el nivel más alto de la
concentración de la producción y del capital, es la principal forma
de propiedad actualmente dominante en la Unión Soviética y en los
demás países revisionistas. Este capitalismo monopolista de estado
está al servicio de la nueva clase burguesa en el poder.
También en China, por
medio de una serie de reformas, como la institución de la ganancia
en tanto que objetivo principal de la actividad de las empresas, la
aplicación de las prácticas capitalistas de organización,
dirección y remuneración, la creación de regiones económicas,
trusts y combinados muy semejantes a los existentes en la Unión
Soviética, Yugoslavia y Japón, la apertura de las puertas al
capital extranjero, los vínculos directos de las empresas de este
país con los monopolios extranjeros, etc., la economía está
adquiriendo formas típicas del capitalismo monopolista de estado.
Actualmente en el mundo
capitalista y revisionista la concentración y la centralización de
la producción y del capital han llegado a un nivel interestatal.
Esta tendencia es estimulada y realizada en la práctica también por
el Mercado Común Europeo, el COMECON, etc., que representan la unión
de los monopolios de las diversas potencias imperialistas.
En su época, Lenin, al
analizar las formas de los monopolios internacionales, se refería a
los cártels y sindicatos. En las condiciones actuales, cuando la
concentración de la producción y del capital ha adquirido enormes
proporciones, la burguesía monopolista ha hallado nuevas formas de
explotación de los trabajadores. Se trata de las sociedades
multinacionales.
En apariencia estas
sociedades se presentan como propiedad común de los capitalistas de
muchos países. En realidad, las multinacionales, en lo referente al
capital y al control, pertenecen fundamentalmente a un solo país,
mientras su actividad se lleva a cabo en muchos. Ellas se amplían
cada vez más mediante la absorción de pequeñas y grandes
sociedades y firmas locales que están en la imposibilidad de hacer
frente a la feroz competencia.
Las multinacionales abren
filiales y extienden sus empresas a los países donde está más
garantizada la perspectiva de obtener el máximo beneficio. La
multinacional norteamericana «Ford», por ejemplo, ha instalado en
otros países 20 grandes plantas industriales, en las que trabajan
100.000 obreros de distintas nacionalidades.
Entre las sociedades
multinacionales y el estado burgués existen estrechos lazos y una
dependencia mutua, que están basados en su carácter de clase y
explotador. El estado capitalista es empleado como un instrumento al
servicio de sus fines de dominación y expansión, tanto en el plano
nacional como en el internacional.
Por su gran papel
económico y el importante peso que tienen en toda la vida del país,
algunas multinacionales, tomadas por separado, constituyen una gran
fuerza económica que alcanza, o supera en muchos casos, el
presupuesto o la producción de varios países capitalistas
desarrollados tomados en conjunto. Una poderosa multinacional de los
Estados Unidos de América, la «General Motors Corporation», tiene
una producción industrial superior a la de Holanda, Bélgica y Suiza
juntas. Estas sociedades intervienen para asegurarse favores y
privilegios especiales en los países donde actúan. A título de
ejemplo, en 1975, los propietarios de la industria electrónica de
los Estados Unidos de América exigieron al gobierno mexicano
modificar el Código Laboral que establecía algunas medidas de
protección, pues de lo contrario transferirían su industria a Costa
Rica, y, para presionar, cerraron muchas fábricas en las que
trabajaban unos 12.000 obreros mexicanos.
Las multinacionales son
palancas del imperialismo y una de sus principales formas de
expansión. Son pilares del neocolonialismo y vulneran la soberanía
nacional y la independencia de los países en que actúan. Dichas
sociedades, para abrir paso a su dominación, no se detienen ante
ningún crimen, desde la organización de complots y el trastorno de
la economía, hasta el soborno puro y simple de altos funcionarios,
de dirigentes políticos y sindicales, etc. El escándalo de la
Lockheed fue la mejor confirmación de esto.
Un considerable número
de multinacionales han sido instaladas y desarrollan su actividad
también en los países revisionistas.3 También han empezado a
introducirse en China.
La concentración y la
centralización de la producción y del capital, que hoy caracterizan
al mundo capitalista y que han conducido a una gran socialización de
la producción, no han modificado en absoluto la esencia explotadora
del imperialismo. Por el contrario, han intensificado la opresión y
provocado una pauperización creciente de los trabajadores. Estos
fenómenos confirman por completo la tesis de Lenin de que en las
condiciones de la concentración de la producción y del capital, en
el imperialismo
«tiene lugar un
gigantesco progreso de la socialización de la producción», pero
sin embargo «...la apropiación continúa siendo privada. Los medios
sociales de la producción siguen siendo propiedad privada de un
reducido número de individuos.»[8]
Los monopolios y las
multinacionales siguen siendo grandes enemigos del proletariado y de
los pueblos.
La intensificación del
proceso de concentración de la producción y del capital que se
desarrolla en nuestros días, ha recrudecido aún más la
contradicción fundamental del capitalismo, la contradicción entre
el carácter social de la producción y el carácter privado de la
apropiación, así como todas las demás contradicciones. Al igual
que en el pasado, también hoy en día, los enormes ingresos y
superganancias que se obtienen de la cruel explotación de los
obreros, son apropiados por un puñado de magnates capitalistas. Los
medios de producción, con que han sido equipadas las ramas
unificadas de la industria, son, igualmente, propiedad privada de los
capitalistas, mientras la clase obrera sigue siendo esclava de los
poseedores de los medios de producción y la fuerza de sus brazos
continúa siendo una mercancía. Ahora las grandes empresas
capitalistas no explotan a decenas o centenares de obreros, sino a
cientos de miles. Se calcula que sólo en 1976 la plusvalía creada
por la feroz explotación capitalista de este enorme ejército de
obreros y arrebatada por las corporaciones norteamericanas, fue
superior a los 100.000 millones de dólares, frente a 44.000 millones
en 1960.
Lenin desenmascaró a los
oportunistas de la II Internacional, que predicaban la posibilidad de
que se liquidasen las contradicciones antagónicas del capitalismo
como resultado de la aparición y del desarrollo de los monopolios.
Argumentó científicamente que los monopolios, como vehículos de
opresión, explotación y apropiación privada de los resultados del
trabajo, agudizan aún más las contradicciones del capitalismo.
Sobre la base del dominio de los monopolios, se erige la
superestructura del sistema capitalista. Dicha superestructura
defiende y representa, tanto en el plano nacional como en el
internacional, los intereses expoliadores de los monopolios. Son los
monopolios los que dictan la política interior y exterior, la
política económica, social, militar, etc.
También la realidad
actual de la concentración de la producción y del capital
desenmascara las prédicas de los reaccionarios cabecillas de la
socialdemocracia, de los revisionistas modernos y de los oportunistas
de toda laya, según los cuales los trusts, la propiedad del
capitalismo monopolista de estado, etc., pueden «transformarse», de
manera pacífica, en economía socialista y que el capitalismo
monopolista actual «se integrara» paulatinamente en el socialismo.
La concentración de la
producción y del capital, nos enseña Lenin, sirve de fundamento
también para aumentar la concentración del capital monetario, para
concentrarlo en manos de los grandes bancos, para que aparezca y se
desarrolle el capital financiero. En el curso del desarrollo del
capitalismo, junto con los monopolios, los bancos adquieren un gran
desarrollo; estos absorben el capital monetario de los monopolios y
los consorcios, el de los pequeños productores y los ahorros
personales. Así los bancos, que están en manos de los capitalistas
y les sirven a éstos, se convierten en poseedores de los principales
medios financieros.
El mismo proceso que se
operó para la eliminación de las pequeñas empresas por las
grandes, por los cártels y los monopolios, también se produjo en la
liquidación progresiva de los pequeños bancos. De esta forma, a
semejanza de las grandes empresas que crearon los monopolios, los
grandes bancos fundaron sus consorcios bancarios. En estos dos
últimos decenios este fenómeno ha cobrado enormes proporciones y
hoy prosigue a ritmos muy altos. Un rasgo sobresaliente de las
fusiones y absorciones actuales es que han afectado no sólo a los
pequeños bancos, sino también a los medianos o relativamente
grandes. Este fenómeno se explica por la agravación de las
contradicciones de la reproducción capitalista, por la ampliación
de la lucha competitiva y por la grave crisis en la que se encuentra
el sistema financiero y monetario del mundo capitalista.
En los Estados Unidos de
América reinan 26 grandes grupos financieros. EI mayor, el grupo
Morgan, cuenta con 20 grandes bancos, compañías de seguros, etc.,
con activos que ascienden a 90.000 millones de dólares.
El grado de concentración
y centralización del capital bancario también es muy elevado en el
resto de los principales países capitalistas. En Alemania
Occidental, de los 70 grandes bancos existentes, tres poseen más del
58 por ciento de todos los activos bancarios. En Inglaterra toda la
actividad bancaria es controlada por 4 bancos conocidos con el nombre
«Big Four». También en el Japón y Francia el grado de
concentración del capital bancario es elevado.
Lenin ha argumentado que
el capital bancario se entrelaza con el capital industrial. Al
comienzo los bancos se interesan por la suerte de los créditos que
prestan a los industriales. Sirven de mediadores para que los
industriales, que reciben estos créditos, se entiendan entre sí y
no desarrollen la competencia, porque ésta perjudicaría a los
propios bancos. Este es el primer paso de los bancos en su ligazón
con el capital industrial. Con el desarrollo de la concentración de
la producción y del capital monetario, los bancos se convierten en
inversionistas directos en las empresas de producción, organizando
sociedades anónimas conjuntas. De este modo, el capital bancario
penetra en la industria, en la construcción, en la agricultura, en
los transportes, en la esfera de la circulación y en todo lo demás.
Por su parte, las empresas compran gran cantidad de acciones
bancarias, convirtiéndose en copartícipes. Actualmente los
dirigentes de los bancos y de las empresas monopolistas forman parte
de los consejos de administración de ambos, creando así lo que
Lenin calificaba de «Unión personal». El capital financiero que
surge de este proceso lleva en sí mismo todas las formas del
capital: capital industrial, capital monetario y capital mercantil.
Al caracterizar este proceso, Lenin ha dicho:
«Concentración de la
producción; monopolios que se derivan de la misma; fusión o
entrelazamiento de los bancos con la industria - tal es la historia
de la aparición del capital financiero y lo que dicho concepto
encierra.»[9]
Aunque después de la
Segunda Guerra Mundial el capital financiero ha crecido y ha sufrido
cambios estructurales, persigue los mismos fines de siempre: asegurar
el máximo beneficio por medio de la explotación de las amplias
masas trabajadoras, dentro y fuera del país. Este mismo papel juegan
las compañías de seguros que se han extendido mucho en estos
últimos años en los principales países capitalistas,
convirtiéndose en competidoras de los bancos. En los Estados Unidos
de América, por ejemplo, en 1970 los activos de los bancos
aumentaron 3,5 veces en comparación con el nivel de 1950, mientras
que los activos de las compañías de seguros durante ese mismo
periodo crecieron 6,5 veces.
Estas compañías, con
los capitales que acumulan, producto del saqueo del pueblo, han
llegado a conceder a los monopolios créditos que ascienden a cientos
de millones de dólares. De este modo, las compañías de seguros se
fusionan y se entrelazan con los monopolios industriales y bancarios,
transformándose en parte orgánica del capital financiero.
La burguesía
monopolista, incitada por su insaciable sed de ganancias, convierte
en capital toda fuente de medios monetarios provisionalmente libres,
como son las cuotas depositadas por los trabajadores para las
pensiones de jubilación, los ahorros de la población, etc.
El capital financiero
concentrado obtiene ingresos extraordinariamente elevados, no sólo
de las ganancias que se derivan de la absorción del dinero de los
consorcios, de los pequeños industriales, etc., etc., sino también
emitiendo valores y practicando empréstitos. Al igual que ocurre con
los depósitos de los ahorros, también en estos casos se fija una
pequeña tasa de interés a favor del prestamista, pero con estas
actividades el banco obtiene ganancias colosales, con las cuales
aumenta su capital, aumenta las inversiones que, naturalmente,
aportan al capital financiero continuos beneficios. El capital
financiero invierte más en la industria, pero ha extendido su red
especuladora a otras riquezas, como la tierra, los ferrocarriles y
otras ramas y sectores.
Los bancos tienen
posibilidades reales para conceder las considerables sumas de
créditos, que requiere el alto nivel de la concentración de la
producción y la dominación de los monopolios. De este modo, a las
grandes uniones monopolistas se les crean condiciones favorables para
explotar más ferozmente a las masas trabajadoras dentro y fuera del
país, a fin de asegurar el máximo beneficio.
Con la restauración del
capitalismo en la Unión Soviética y en los demás países
revisionistas, los bancos adquirieron todos los rasgos
característicos de los monopolios. En ellos, al igual que en todos
los demás países capitalistas, los bancos sirven para explotar a
las amplias masas trabajadoras, tanto dentro como fuera del país.
Durante los últimos
años, en los países capitalistas y revisionistas ha crecido
rápidamente el comercio con el crédito que se abre a los clientes
para que adquieran artículos de consumo y especialmente mercancías
duraderas. Con la concesión de este tipo de crédito, la burguesía
se asegura mercados para la venta de sus mercancías, los
capitalistas se embolsan inmensas ganancias gracias a las altas tasas
de interés, los deudores se atan de pies a cabeza a los acreedores y
las firmas capitalistas.
En la actualidad, las
deudas y otras formas de obligaciones de los trabajadores con los
bancos y las instituciones crediticias han aumentado
considerablemente. Sólo en los Estados Unidos de América, en 1976,
el endeudamiento de la población debido a este tipo de créditos
ascendía a 167.000 millones de dólares frente a 6.000 millones en
1945; mientras que en la República Federal de Alemania el
endeudamiento de la población era superior a los 46.000 millones de
marcos.
EI aumento de la
concentración y la centralización del capital bancario ha conducido
a una mayor dominación económica y política por parte de la
oligarquía financiera y a la utilización de una serie de formas y
métodos a fin de aumentar el yugo económico, la pobreza y la
miseria de las amplias masas trabajadoras.
El desarrollo del capital
financiero ha hecho posible que se concentrara en manos de un puñado
de poderosos capitalistas industriales y banqueros no sólo una gran
riqueza, sino también un verdadero poderío económico y político
que actúa sobre toda la vida del país. Estos hombres todopoderosos
son los que están a la cabeza de los monopolios y los bancos, y
constituyen lo que se denomina oligarquía financiera. Los
apologistas del capitalismo, partiendo del hecho de que actualmente
las grandes sociedades se han transformado en sociedades de
accionistas, donde también algún obrero puede disponer de unas
cuantas acciones simbólicas, intentan demostrar que ahora el capital
habría perdido el carácter privado que ten ía cuando Marx escribió
El Capital o cuando Lenin analizó el imperialismo; que el capital se
habría vuelto popular. Se trata de una patraña. Al igual que antes,
hoy los países imperialistas están dominados por los poderosos
grupos industrial-financieros privados: los Rockefeller, Morgan,
Dupont, Mellon, Ford, los grupos de Chicago, Texas, California, etc.,
en los Estados Unidos de América; los grupos financieros de
Rothschild, Behring, Samuel, etc., en Inglaterra; de Krupp, Siemens,
Mannesmann, Thyssen, Gerling, etc., en Alemania Occidental; de Fiat,
Alfa-Romeo, Montedison, Olivetti, etc., en Italia; las doscientas
familias en Francia y así sucesivamente.
La oligarquía
financiera, como poseedora del capital industrial y financiero, ha
asegurado su dominio económico y político en toda la vida del país.
Ha subordinado a sus intereses también el aparato estatal, el cual
se ha transformado en un instrumento en manos de la plutocracia
financiera. La oligarquía financiera quita y pone gobiernos, dicta
la política interior y exterior. Mientras en la vida interna está
ligada a las fuerzas reaccionarias, a todas las instituciones
políticas, ideológicas, docentes y culturales que defienden su
poder político y económico, en la política exterior defiende y
apoya a todas las fuerzas conservadoras y reaccionarias que sostienen
y abren paso a la expansión monopolista, que luchan por conservar y
consolidar el capitalismo.
Para asegurar su
dominación, la oligarquía financiera no repara en los medios que
utiliza, implantando la reacción política en todos los terrenos.
«. . . el capital
financiero, decía Lenin, tiende a la dominación y no a la
libertad».[10]
La situación actual
demuestra que la burguesía monopolista ha intensificado la opresión
en todas partes. Sobre esta base se profundiza la contradicción
entre el proletariado y la burguesía. Al mismo tiempo, la expansión
económica y financiera, acompañada de la expansión política y
militar, ha agudizado más las contradicciones entre los pueblos y el
imperialismo, así como las contradicciones entre las mismas
potencias imperialistas. Esta incontestable realidad objetiva es
ignorada por la actual propaganda revisionista china.
Ahora la concentración y
la centralización de los capitales bancarios se realizan no sólo en
el marco de un país, sino también en el de varios países
capitalistas, o de capitalistas y revisionistas. Este es el carácter
de los bancos del Mercado Común Europeo, o del «Banco Internacional
para la Cooperación Económica», así como del «Banco de
Inversiones» del COMECON. Asimismo los bancos germano
occidentales-polacos, los anglo-rumanos, franco-rumanos y
anglo-húngaros, o las corporaciones bancarias
norteamericano-yugoslavas, anglo-yugoslavas, etc.; son uniones
bancarias de tipo capitalista. La Unión Soviética ha abierto
numerosos bancos en diversos países capitalistas, que se han
convertido en competidores y en socios de los bancos capitalistas
dondequiera que se han establecido, en Zurich, Londres, París,
África, América Latina y otras partes.
También China se ve
envuelta cada vez más en la vorágine de este proceso de la
integración capitalista de los bancos. Además de los bancos que
tiene en Hong-Kong, Macao y Singapur, mañana China también los
creará en el Japón, en América, etc. Al mismo tiempo autoriza la
penetración de los bancos de las potencias imperialistas en el
propio país.4
Lenin recalcaba que el
capitalismo de hoy se caracteriza por la exportación de capitales.
Este rasgo económico del imperialismo se ha desarrollado y reforzado
más en nuestros días. Actualmente, los Estados Unidos de América,
el Japón, la Unión Soviética, la República Federal Alemana,
Inglaterra y Francia, son los mayores exportadores de capitales en el
mundo.
En un cierto periodo,
eran los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia y Alemania,
países en que se había desarrollado la industria, que absorbía las
riquezas del suelo y del subsuelo de las colonias, los que exportaban
capitales. Posteriormente, la guerra, las crisis, trajeron como
consecuencia que unas potencias imperialistas, como Inglaterra,
Francia y Alemania, se debilitaran económicamente y se enriqueciera
el imperialismo norteamericano, que se transformó en superpotencia.
En la situación creada tras la Segunda Guerra Mundial, la
exportación de capitales norteamericanos aumenta en detrimento de
las otras potencias capitalistas.
Hoy, el capital
norteamericano se exporta a todos los países, incluso a los
industrializados, en forma de inversiones, créditos, empréstitos,
en forma de participación en sociedades mixtas o a través de la
creación de grandes compañías industriales. El imperialismo
norteamericano, el capital monopolista, invierte en los países poco
desarrollados y pobres, puesto que en estos los costos de la
producción son bajos, mientras el grado de explotación de los
trabajadores es alto. Invierte para asegurarse materias primas,
acaparar mercados y vender los productos industrializados.
Es sabido que los países
capitalistas se desarrollan de manera desigual, por eso los grandes
monopolios y sociedades de los Estados Unidos de América y de otros
países exportan capitales precisamente a los países donde el
desarrollo económico requiere inversiones y tecnología.
Los capitales invertidos
aportan fabulosas ganancias a los consorcios y monopolios
financieros, puesto que en los países pobres, poco desarrollados, la
tierra es muy barata y con poco dinero puede ser adquirida en grandes
cantidades, y la tierra va acompañada de las riquezas que contiene.
La mano de obra asimismo es barata, puesto que los hombres que sufren
hambre, se ven obligados a trabajar con salarios muy reducidos. Se ha
calculado que por cada dólar invertido en estos países, las
potencias imperialistas sacan un beneficio de 5 dólares.
Según los datos
oficiales norteamericanos, sólo durante el período 1971-1975, el
total de las inversiones directas de los Estados Unidos de América
en los nuevos estados fue de 6.500 millones de dólares, mientras las
ganancias que sacaron de estos países, en este mismo período,
alcanzaron el importe de casi 30.000 millones de dólares.[11]
Las potencias
imperialistas, a fin de disfrazar la exportación de capitales,
practican también la concesión de créditos. Mediante estos
llamados créditos o ayudas, los grandes consorcios capitalistas y
los estados a que pertenecen, presionan fuertemente a los países y
pueblos que los aceptan y los mantienen bajo su férula. Las ayudas o
los créditos a los países poco desarrollados provienen del saqueo
de sus riquezas y de la explotación de las masas trabajadoras de los
países desarrollados, y son concedidos a los ricos de aquellos
países. En otras palabras, esto significa que los grandes monopolios
norteamericanos por ejemplo, explotan el sudor del pueblo
norteamericano y de los otros pueblos y, cuando exportan sus
capitales y conceden créditos, estos representan precisamente el
sudor y la sangre de esos pueblos. Por otro lado, estos créditos que
los grandes monopolios otorgan a los países del llamado tercer
mundo, de hecho, sirven a las clases feudal-burguesas que dominan en
ellos.
Los créditos que reciben
los estados recién creados sirven como eslabones de la cadena
imperialista en el cuello de sus pueblos. Según indican las
estadísticas, las deudas de estos países se duplican cada
quinquenio. Si en 1955 las deudas de los países poco desarrollados
con las potencias imperialistas fueron de 8.500 millones de dólares,
en 1977 ascendieron a más de 150.000 millones de dólares.
El capitalismo mundial ha
desarrollado en su propio interés la técnica y la tecnología, para
multiplicar sus ganancias, por medio del descubrimiento de las
riquezas del subsuelo, de la creación de una agricultura intensiva,
etc. Toda esta tecnología, la propia revolución técnico-científica
y los nuevos métodos de explotación económica, benefician al
imperialismo, a los monopolios capitalistas y no a los pueblos. El
capitalismo nunca puede invertir en otros países, conceder préstamos
y exportar capitales, sin calcular de antemano los beneficios que se
embolsará.
Si a los grandes
monopolios y bancos, que se han extendido como una telaraña por el
mundo capitalista y revisionista, no se les presentan datos concretos
sobre los posibles ingresos a obtener de la explotación de una mina,
de las tierras, de la extracción del petróleo o del agua en un
desierto, no dan créditos.
También hay otras formas
de conceder créditos, que se practican de cara a los estados seudo
socialistas que buscan camuflar el camino capitalista que siguen.
Estos créditos, que alcanzan grandes sumas, se conceden en forma de
créditos comerciales y se liquidan, naturalmente, a corto plazo.
Tales créditos son dados conjuntamente por muchos países
capitalistas, los cuales han calculado de antemano los beneficios
económicos, y también los políticos, que van a sacar del estado
que los recibe, teniendo en cuenta tanto el potencial económico,
como la solvencia de los mismos. Los capitalistas en ningún caso dan
créditos para construir el socialismo, sino para destruirlo. Por
consiguiente, un verdadero país socialista nunca acepta créditos,
cualquiera que sea su forma, de un país capitalista, burgués o
revisionista.
Al igual que los
revisionistas jruschovistas soviéticos, los revisionistas chinos
emplean muchos slogans, numerosas citas, construyen un sinfín de
frases que suenan a «leninistas», a «revolucionarias», pero su
verdadera actividad es reaccionaria, contrarrevolucionaria. Los
dirigentes chinos se esfuerzan por presentar también sus actitudes
oportunistas y las relaciones que mantienen con los países
imperialistas como si fueran en interés del socialismo. Estos
revisionistas disfrazan así las cosas intencionalmente, a fin de
mantener a oscuras a las masas del proletariado y del pueblo, de
manera que éstas no puedan transformar su descontento en un recurso
de fuerza para llevar a cabo la revolución.
Consideremos, por
ejemplo, la cuestión de la edificación económica del país, del
desarrollo de la economía socialista con las propias fuerzas. Se
trata de un principio correcto. Cada estado independiente, soberano,
socialista, debe movilizar a todo el pueblo y definir correctamente
la política económica, debe tomar todas las medidas para explotar
de forma adecuada y lo más racional posible todas las riquezas del
país, administrarlas con economía y aumentarlas en interés de su
propio pueblo, y no permitir que sean arrebatadas por otros. Esta es
una orientación principal básica para cualquier país socialista,
en tanto que la ayuda exterior, la ayuda que conceden los otros
países socialistas, es suplementaria.
Los créditos que un país
socialista da a otro país socialista tienen un carácter totalmente
diferente. Estos créditos constituyen una ayuda internacionalista,
desinteresada. La ayuda internacionalista nunca engendra capitalismo,
no empobrece a las masas populares, al contrario, contribuye a
desarrollar la industria y la agricultura, sirve a su armonización,
conduce al mejoramiento del bienestar de las masas trabajadoras, al
fortalecimiento del socialismo.
En primer lugar, los
estados socialistas económicamente desarrollados deben ayudar a los
demás países socialistas. Esto no quiere decir que un país
socialista no tenga que desarrollar relaciones con otros países no
socialistas. Pero deben ser relaciones económicas sobre la base del
interés mutuo y de ninguna manera deben poner la economía de un
país socialista o de uno no socialista, bajo la dependencia de los
países más poderosos. Si estas relaciones entre estados están
basadas en la explotación de los países pequeños y económicamente
débiles por parte de los estados grandes y poderosos, entonces esa
«ayuda» debe ser rechazada, porque es esclavizadora.
Lenin dice que el capital
financiero ha echado sus redes, en el sentido real de la palabra, en
todos los países del mundo. Los monopolios, los cártels y los
sindicatos de los capitalistas, trabajan de forma sistemática.
Primero se apoderan del mercado interno, se apoderan de la industria,
la agricultura, subyugan a la clase obrera y los demás trabajadores,
sacan superganancias y posteriormente crean grandes posibilidades
para acaparar también mercados en todo el mundo. En esta cuestión
el capital financiero juega un papel directo.
También actualmente
observamos, en completa concordancia con las enseñanzas de Lenin
sobre el imperialismo, como ultima fase del capitalismo, que las dos
superpotencias, el imperialismo norteamericano y el
socialimperialismo soviético, pugnan por repartirse el mundo, por
apoderarse de los mercados. El petróleo por ejemplo, una cuestión
que se ha agudizado en todo el mundo, está en primer lugar bajo el
dominio de las grandes sociedades monopolistas norteamericanas, pero
en ellas participan también compañías petroleras de Inglaterra,
Holanda, etc. Los norteamericanos maniobran en la cuestión del
petróleo, para que éste siga siendo monopolio suyo. Han invertido
capitales e instalado una gran técnica en los países - productores,
como Arabia Saudita, Irán, etc., han tendido sus tentáculos sobre
las camarillas dominantes de estos países, comprometiendo con
grandes sumas de dólares a los reyes, jeques e imanes. Los
cabecillas dominantes de los países productores de petróleo tienen
la autorización de la plutocracia financiera de estos países para
invertir en los Estados Unidos de América, en Inglaterra y otras
partes, comprando incluso acciones de diversas compañías
monopolistas, así como hoteles de lujo, fábricas, etc.
Arabia Saudita, por
ejemplo, es un país semifeudal, donde reina la pobreza y el
oscurantismo, aunque de ella se extraen anualmente 420 millones de
toneladas de petróleo. Mientras las masas trabajadoras viven en la
pobreza, el rey y la clase de los grandes terratenientes han
depositado en los bancos de Wall Street más de 40.000 millones de
dólares. La misma situación existe en Kuwait, en los Emiratos
Árabes Unidos, etc. Estas camarillas hacen toda clase de concesiones
a las potencias imperialistas para que saqueen las riquezas de los
pueblos de los países que dominan, a fin de apropiarse de una parte
de las ganancias.
Las inversiones que hacen
los países productores de petróleo y que son propiedad de las
camarillas dominantes, representan una unión, naturalmente a una
escala muy insignificante, del capital de estas camarillas con el
capital norteamericano o inglés. A primera vista parece que las
camarillas dominantes de los países de donde sale el petróleo son,
en cierta medida, socios inversionistas del imperialismo
norteamericano, inglés francés e influyen en su economía. En
realidad ocurre todo lo contrario. Las ganancias de los imperialistas
norteamericanos y de los demás imperialistas son extraordinariamente
grandes en comparación con las ganancias que dejan a estas
camarillas. Esta es una característica del neocolonialismo actual,
el cual, para poder explotar al máximo las riquezas de algunos
países, hace ciertas concesiones mesuradas en favor de los grupos
dominantes burgués capitalistas, feudales, pero, ciertamente, no en
detrimento suyo. Este ejemplo confirma la justeza de la tesis de
Lenin, de que es muy fácil que los intereses de la burguesía de
distintos países, así como los intereses de los monopolios
privados, se entrelacen con los intereses de los monopolios
estatales. Los grandes monopolios pueden entrelazarse también con
monopolios menos poderosos, pero que tengan en su posesión grandes
riquezas, sobre todo del subsuelo, como minas de hierro, cromo,
cobre, uranio, etc.
Hoy día, los
empréstitos, los créditos y las ayudas gubernamentales constituyen
una de las formas más difundidas de exportar capitales. Este tipo de
exportación lo practican especialmente la Unión Soviética y los
demás países revisionistas.
Además de asegurar
beneficios capitalistas, estos créditos, «ayudas» y empréstitos
tienen también fines políticos. Los estados que dan los créditos
tienden a apuntalar y a consolidar el poder político y económico de
determinadas camarillas, que defienden los intereses económicos,
políticos y militares del país acreedor. Puesto que los acuerdos
sobre este tipo de créditos son ultimados entre gobiernos, refuerzan
aún más la dependencia económica y política del prestatario con
respecto al prestamista. Un ejemplo clásico en lo que se refiere a
esta forma de exportación de capitales lo constituye el «Plan
Marshall», que después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser la
base económica de la expansión política y militar de los Estados
Unidos de América en los países de Europa Occidental. Similares son
las llamadas ayudas que los revisionistas soviéticos dan a países
como la India, Irak, etc., supuestamente para desarrollar la economía
y crear el sector estatal de la industria.
Actualmente el
imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y el
capitalismo de los países industrializados han alcanzado tal nivel
de desarrollo que las ganancias que obtienen acumulando capitales,
son extraordinariamente grandes. La acumulación de capitales crea
enormes beneficios que van a parar a los bolsillos de los
monopolistas, de la oligarquía financiera, quienes no ponen estas
utilidades al servicio del pueblo trabajador, pobre e indigente, sino
que las exportan a los países de donde esperan obtener beneficios
aún más grandes. Estos son los países que China llama «tercer
mundo». Pero también hacen inversiones de este tipo en los países
capitalistas desarrollados.
Se han escrito numerosos
libros sobre el proceso de la penetración de los capitales
norteamericanos en Europa y sus objetivos políticos y económicos.
En un libro suyo, el autor norteamericano Geoffrey Owen nos ofrece un
claro panorama. Al empezar el capitulo «Sociedades internacionales»,
dice que el aumento de las inversiones norteamericanas en el exterior
se ha realizado según la concepción de que los norteamericanos no
representan una sociedad con intereses en ultramar, sino una sociedad
internacional. El cuartel general de esta sociedad se encuentra en
los Estados Unidos de América. Esto significa que las grandes firmas
norteamericanas no piensan únicamente en cubrir las necesidades de
su propio país, las de la industria y de sus clientes en los Estados
Unidos de América, sino también en extender sus redes a otros
países. Estas sociedades invierten sus «excedentes de capitales»
en otros países para obtener mayores beneficios. Corporaciones
gigantes tales como la «Socony Mobile», la «Standard Oil of New
Jersey» y otras, consiguen casi la mitad de sus ganancias saqueando
y explotando a los otros países. Alrededor de 500 compañías
aseguran cada año aproximadamente 10.000 millones de dólares de
beneficios en el exterior. Son más de 3.000 las empresas de este
género que han invertido en el extranjero. Por lo tanto, las
fórmulas y los términos, «sociedades multinacionales» o
«capitalismo internacional», están en boga, son utilizados en el
lenguaje periodístico y en las operaciones bancarias.
Geoffrey Owen señala
que, en 1929, más de 1.300 sociedades europeas eran propiedad de
firmas norteamericanas o estaban bajo su control. Esta era la primera
fase de la ofensiva norteamericana en dirección a la industria
europea. La presión de la Segunda Guerra Mundial que se preparaba,
contuvo momentáneamente la invasión de capitales norteamericanos.
De 1929 a 1946, el valor de las inversiones directas, realizadas por
las sociedades norteamericanas en otros países del mundo, descendió
de 7.500 a 7.200 millones de dólares. Pero, después de la Segunda
Guerra Mundial, en 1950, la cantidad de inversiones norteamericanas
en el exterior ascendió a 11.200 millones, cuya mitad estaba
concentrada en los países de América Latina y Canadá. En América
Latina se hicieron inversiones para explotar las materias primas:
petróleo, cobre, mineral de hierro, bauxita, así como bananas y
otros productos agrícolas. En Canadá estas inversiones se hicieron
en mayor medida en las minas y el petróleo, y se desarrollaban en
amplia escala debido a la proximidad de estos países y a otras
condiciones que facilitaban la penetración.
Europa, del mismo modo,
se convirtió en los años 50 en un importante terreno para las
inversiones norteamericanas. Las inversiones en este continente se
extendieron rápidamente al sector de las comunicaciones, a la gran
producción en serie, a la fabricación de equipos complejos. Junto
con ellas afluyeron también las mercancías y los productos
norteamericanos.
El mencionado autor
indica que la situación creada en el mercado capitalista después de
la Segunda Guerra Mundial, dio un mayor impulso a las inversiones
norteamericanas. Veamos los siguientes datos sobre el aumento de
estas inversiones en el exterior; en 1946 totalizaban 7.200 millones,
y luego comienzan a aumentar, en 1950 llegan a 11.200 millones, en
1964 alcanzan el importe de 44.300 millones y en 1977 superan los
60.000 millones de dólares.
Las sociedades
norteamericanas, ampliando continuamente sus operaciones a escala
mundial, han exacerbado la competencia con las firmas de cada país y
se ha acrecentado el temor de éstas a verse dominadas por las
gigantes norteamericanas. Este problema es aún más agudo en los
países poco desarrollados donde las firmas norteamericanas dominan
las ramas clave de la industria y tienen una influencia preponderante
sobre las economías nacionales. En otras palabras, estas gigantescas
sociedades norteamericanas tienen en sus manos, y de hecho dirigen,
las economías y los gobiernos locales.
Es conocida la prolongada
lucha desarrollada entre las sociedades norteamericanas del petróleo
y el gobierno mexicano, que concluyó, en 1938, con el fracaso de la
política de oposición del gobierno de México. La misma suerte
corrió la disputa entre el monopolio británico del petróleo y el
gobierno iraní, que terminó con la destitución de Mosadegh. Estas
contiendas son continuas y demoledoras y acaban siendo ganadas por
los grandes trusts norteamericanos.
Las grandes compañías
petroleras actúan a escala mundial. Para ellas es normal y necesario
controlar de forma absoluta todos los capitales y la producción de
esta rama en los países donde han invertido, controlar a los
gobiernos, etc., porque de no tener estas posibilidades, se ven
dificultadas para la coordinación a escala mundial de sus
actividades. Por eso las grandes compañías extranjeras se oponen a
los esfuerzos de los capitalistas locales por obtener mayores
beneficios de los que reciben de los inversionistas norteamericanos o
de los inversionistas de otros países imperialistas.
Las sociedades
norteamericanas en Europa, en Canadá, en Asia, en África, etc., han
creado una situación tal que prácticamente controlan la economía
de muchos países. Sus gobiernos tienen un miedo cerval a los Estados
Unidos de América, que se han transformado en leadership de la
economía europea, de la misma forma que lo son de las cuestiones
militares. Por eso los países capitalistas europeos industrializados
intentan contener la invasión de capitales norteamericanos que
afluyen cada vez más hacia ellos.
La dirección china
pretende que los estados de Europa, industrializados ya desde el
siglo XIX, están haciendo mayores inversiones en los Estados Unidos
de América. Pero es sabido que, mientras las inversiones de
capitales europeos en los Estados Unidos de América son
principalmente en forma de valores, acciones, obligaciones,
depósitos, etc., las inversiones norteamericanas en Europa ocupan
posiciones dominantes en las más importantes ramas de la economía
europea.
Geoffrey Owen, intentando
justificar el aumento de las inversiones norteamericanas, pretende
que los países europeos desean desarrollar su industria sobre bases
científicas y hacen esfuerzos en este sentido, por ejemplo, en la
industria electrónica y de ordenadores, Estas industrias, en cierta
medida, contribuyen al progreso técnico, al aumento de las
exportaciones y, en general, al desarrollo económico de estos
países. Pero las sociedades norteamericanas están en este dominio
más adelantadas que sus rivales europeas y controlan este progreso
técnico según sus propios intereses.
En lo que a los
ordenadores se refiere, por ejemplo, las sociedades europeas
correspondientes están estrechamente ligadas para hacer frente a la
competencia de la corporación norteamericana «International
Business Machines» (IBM), que controla más del 70 por ciento del
mercado norteamericano y un porcentaje mayor del mercado mundial.
Del mismo modo, la
tendencia de las grandes sociedades norteamericanas es la de
asociarse con las empresas locales. A fin de encubrir la explotación,
muchas firmas evitan tener filiales suyas al cien por cien, y crean
sociedades con inversiones mixtas en una proporción de 49 y 51 por
ciento, o a medias. De este modo han actuado los norteamericanos en
el Japón, de este modo han actuado también en Yugoslavia, que
intenta dar la impresión de que construye el socialismo con sus
propias fuerzas, cuando en realidad los titistas han repartido
económicamente Yugoslavia entre los Estados Unidos de América y las
grandes firmas de los países industriales desarrollados. De esta
forma los titistas también han recortado la libertad y la
independencia de Yugoslavia.
La tendencia de muchas de
estas grandes sociedades norteamericanas, como la «General Motors»,
«Ford», «Chrysler», «General Electric», etc., es la de poseer
de hecho al cien por cien sus filiales en los países extranjeros.
Sin embargo estas filiales, según Owen, no olvidan el problema de la
nacionalización, y la respuesta que dan al respecto es que «no se
trata de formar sociedades con inversionistas locales, sino de
propiciar la propiedad internacional de las acciones de las
sociedades madres». Este es el concepto de la «internacional» del
capitalismo, cuya más ferviente defensora es en particular la
«General Motors».
Estas orientaciones del
capital imperialista norteamericano o de la potencia industrial
norteamericana, que invierte fuera de los Estados Unidos de América
para crear sus colonias y su imperio, son algunos hechos que ilustran
de forma clara la tesis de que, contrariamente a lo que pretenden los
revisionistas chinos, el imperialismo norteamericano no se ha
debilitado en absoluto. Por el contrario, se ha fortalecido, ha
obtenido enormes concesiones en otros países, controla muchas
importantes ramas de su economía. Asimismo, ha hundido en
innumerables dificultades a varios gobiernos, a menudo hace la ley en
estos países, y tiene muchos gobiernos bajo su control y su
dirección. Naturalmente, en este proceso hay también altibajos,
pero la marcha general no testimonia el debilitamiento del
imperialismo norteamericano.
Actualmente vivimos en
una época en que otra superpotencia, el socialimperialismo
soviético, exporta sus capitales y trata de explotar a los diversos
pueblos. Los capitales que exporta esta superpotencia emanan de la
plusvalía que se crea en la Unión Soviética, transformada ya en un
país capitalista.
La restauración del
capitalismo ha llevado a una polarización de la actual sociedad
soviética, donde una pequeña parte de la misma domina y explota a
la mayoría aplastante del pueblo. La capa constituida por los
burócratas, los tecnócratas y la intelectualidad creadora de alto
rango ya ha sido creada y ha tomado la forma de una clase burguesa
explotadora en sí que se apropia y distribuye entre sus miembros la
plusvalía que obtiene explotando ferozmente a la clase obrera y las
amplias masas trabajadoras. A diferencia de los países de
capitalismo clásico, donde la apropiación de la plusvalía es
proporcional al capital de cada capitalista, en la Unión Soviética
y en los demás países revisionistas ésta es distribuida de
conformidad con el escalafón de la alta capa de la burguesía en la
jerarquía estatal, económica, científica, cultural, etc.5 Los
elevados sueldos, los emolumentos ordinarios y extraordinarios, las
gratificaciones y los incentivos materiales, los favoritismos, etc.,
se han erigido en toda una institución para apropiarse la plusvalía
extraída de la explotación de los trabajadores. La capa que
representa el «capitalista colectivo» conserva este saqueo par
medio de una serie de leyes, de normas, que garantizan la opresión y
la explotación capitalistas.
La economía soviética
ya se ha integrado en el sistema del capitalismo mundial. Mientras
las capitales norteamericanas, alemanes, japoneses, etc., han
penetrado profundamente en la Unión Soviética, los capitales
soviéticos son exportados a otros países y se fusionan en diversas
formas can los capitales de los mismos.
Es sabido que la Unión
Soviética explota económicamente en primer lugar a los países
satélites. Pero ahora rivaliza y pugna con los otros estados
capitalistas por apoderarse de mercados, ganar esferas de
inversiones, saquear las materias primas, conservar las leyes
neocolonialistas en el comercio mundial, etc. Para extender su
hegemonía, la nueva burguesía soviética exporta capitales, pero en
esto choca no sólo con la competencia del imperialismo
norteamericano, que es muy fuerte, sino también con la de los otros
estados capitalistas desarrollados, como el Japón, Gran Bretaña,
Alemania Occidental, Francia, etc. Estos estados, a fin de obtener
superganancias, exportan capitales no sólo a África, Asia y América
Latina, sino también a los países de Europa del Este que se
encuentran bajo la tutela de la Unión Soviética revisionista, e
incluso los exportan a la propia Unión Soviética.
Las camarillas dominantes
de los países llamados socialistas, como la Unión Soviética,
Checoslovaquia, Polonia, etc., y ahora también China, permiten la
afluencia de capitales extranjeros a sus propios países, porque
estos capitales las benefician, mientras gravitan sobre las espaldas
de los pueblos. Los países del COMECON han contraído grandes
deudas. Su endeudamiento con los países del Occidente alcanza la
cifra de 50.000 millones de dólares.
Yugoslavia es uno de los
primeros países revisionistas que ha permitido la penetración de
capitales extranjeros en su economía. Comenzó recibiendo créditos,
luego patentes de producción, y más tarde pasó a la formación de
empresas mixtas. En 1967 se aprobó una ley que autorizaba la
creación de empresas mixtas con el 49 por ciento de capital
extranjero. En 1977, en Yugoslavia, el número de estas empresas
llegaba a 170. Yugoslavia ha asegurado a las firmas capitalistas las
más favorables condiciones para que desarrollen su actividad y
obtengan el máximo beneficio.
El fenómeno yugoslavo
demuestra que los capitales extranjeros que se han invertido en
Yugoslavia constituyen uno de los factores determinantes de su
transformación en un país capitalista. Los Estados Unidos de
América y otros estados capitalistas ricos no han salido perdiendo
con estas inversiones, por el contrario, han obtenido enormes
beneficios, acrecentando la miseria de la clase obrera y del
campesinado de Yugoslavia. Lenin ha dicho que la exportación de
capitales es una buena base para la explotación de la mayoría de
las naciones y países del mundo, para la existencia del parasitismo
capitalista de un puñado de estados muy ricos.
Los estados capitalistas
obtendrán enormes ganancias también de China. Estamos viendo que a
este país afluyen en miles de millones de dólares los capitales
norteamericanos, japoneses, germano occidentales, etc. Con los
japoneses se suscribieron acuerdos para explotar conjuntamente los
yacimientos petrolíferos y las capacidades energéticas del río
Yang Tse. Con los alemanes se firmó un acuerdo para construir minas
de carbón, etc. Las inversiones que se realizan en China, y las que
se realizaran, aportarán necesariamente ganancias satisfactorias a
los capitalistas extranjeros y al mismo tiempo fortalecerán las
bases del capitalismo en China.
La exportación de
capitales de un país capitalista a otro país capitalista o
revisionista, ya sea grande o pequeño el estado que los da o el que
los recibe, sigue siendo una de las formas de explotación de los
pueblos por el capital. Esta explotación lleva aparejada la
dependencia económica y política del país que los recibe.
Lenin ha señalado que
los monopolios, después de apoderarse del mercado interior, pugnan
por repartirse y conquistar económicamente el mercado mundial de
productos industrializados y de materias primas. La competencia y la
sed de ganancias hace que los monopolistas de los diversos países
concierten acuerdos provisionales y alianzas, y lleguen a unirse para
repartirse los mercados en el plano internacional, vender sus
productos acabados y comprar materias primas. Los estados
capitalistas desarrollados, incluso cuando poseen reservas de
materias primas y energéticas, se abalanzan sobre los otros países,
porque los costos de producción en estos son menores que en los
suyos y sobre todo porque el salario de los obreros es varias veces
más bajo.
Es conocida la lucha que
se ha llevado y se lleva a cabo por la conquista de los yacimientos y
los mercados del petróleo. Esta lucha ha arruinado a decenas y
centenares de empresas y sociedades privadas y se ha llegado a que el
cartel internacional del petróleo, que comprende 7 grandes
monopolios (de los cuales 5 son norteamericanos, 1 inglés y 1
anglo-holandés, las famosas Esso, Texaco, Shell, etc.), controle más
del 60 por ciento de la extracción y la venta del petróleo en los
países capitalistas del mundo occidental y elabore cerca del 54 por
ciento de este producto.
Tal reparto de las
fuentes de producción y de los mercados ya se ha hecho también con
el cobre y el estaño, con el uranio y otros minerales preciosos y
estratégicos.
Muchos de los viejos
países colonialistas, como Inglaterra y Francia, han concluido
acuerdos especiales, llamados preferenciales, de colaboración, etc.,
con las ex colonias, que les aseguran privilegios económicos y
comerciales casi exclusivos. La existencia de las llamadas zonas del
dólar, de la libra esterlina, del franco o del rublo demuestran la
división económica del mundo entre los monopolios y los diversos
estados imperialistas.
El imperialismo
norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras
potencias imperialistas, a través de diversas vías, a través de un
comercio discriminatorio y desigual con estos países, se aseguran
los máximos beneficios. Solamente los países «en vías de
desarrollo», excluyendo a los de la OPEP, tienen en la actualidad un
saldo pasivo que asciende a casi 34.000 millones de dólares.
Los monopolios, en las
condiciones actuales, sobre todo en las condiciones de la crisis
económica, concluyen acuerdos directos también con los gobiernos de
los países capitalistas, sobre cuotas de producción, precios,
mercados, etc. Incluso la propia existencia de organismos como el
Mercado Común Europeo, el COMECON y otros, es un claro testimonio
del reparto económico que existe hoy en el mundo.
Este reparto económico
del mundo, la dominación de los monopolios, el dictado que imponen a
la vida y al desarrollo económico de los otros países, no hace sino
agravar aún más, aparte de la contradicción entre el trabajo y el
capital, las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así
como las contradicciones interimperialistas.
La teoría china de los
«tres mundos»; que busca la conciliación del «tercer mundo» con
el «segundo mundo» y con el imperialismo norteamericano, está
fuera de esta realidad. No quiere ver que la incontenible ofensiva de
los monopolios norteamericanos, ingleses, alemanes, japoneses,
franceses, etc., hacia lo que China llama «tercer mundo», aumenta
la resistencia de los pueblos frente a todas las potencias
imperialistas y hegemonistas y amplía las condiciones objetivas de
la lucha intransigente entre ellos. Por otra parte, el desarrollo
desigual de las potencias imperialistas, que es una ley objetiva del
desarrollo del capitalismo, las incita a una competencia y tensiones
irreductibles entre sí para ampliar su expansión económica a todo
el mundo.
La teoría china de los
«tres mundos», que pretende conciliar estas contradicciones y
predica lo mismo que desde hace mucho vienen diciendo la
socialdemocracia y los revisionistas de toda laya, está en flagrante
oposición con la estrategia leninista, que tiende no a negar, sino a
profundizar estas contradicciones, a fin de preparar al proletariado
para la revolución y a los pueblos para la liberación.
Lenin, en su análisis
del imperialismo indicó que, con el paso del capitalismo
premonopolista a su fase superior y última, a la fase del
imperialismo, termina el reparto territorial del mundo entre las
grandes potencias imperialistas.
«...el rasgo
característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo
del planeta, definitivo, no en el sentido de que sea imposible
repartirlo de nuevo -al contrario, nuevos repartos son posibles e
inevitables-, sino en el de que la política colonial de los países
capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no
ocupadas que había en nuestro planeta. Por primera vez el mundo se
encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede
efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de
territorios de un «propietario» a otro.. .»[12]
El viejo colonialismo
clásico, que explotaba física, económica, política e
ideológicamente a la mayoría de los pueblos, después de la Segunda
Guerra Mundial se ha transformado en un nuevo colonialismo. Este
nuevo colonialismo comprende todo un sistema de medidas económicas,
políticas, militares e ideológicas, que ha sido establecido por el
imperialismo con la finalidad de conservar su dominación y asegurar
el control político y la explotación económica de las antiguas
colonias y de muchos otros países, acomodándose a las nuevas
condiciones que se crearon después de la guerra.
¿Cuáles son estas
nuevas condiciones?
Después de la guerra,
los países imperialistas, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, el
Japón y los Estados Unidos de América, no estaban en condiciones de
conservar mediante la fuerza la situación que existía antes de la
guerra. Francia, por ejemplo, no podía mantener colonizados, como
antes, a Marruecos, Argelia, Túnez y otros países de África. Lo
mismo podemos decir del imperialismo británico, italiano, etc.
La Segunda Guerra Mundial
produjo un cambio radical en la correlación de fuerzas en el mundo.
Condujo a la destrucción de las grandes potencias fascistas, pero
también estremeció los fundamentos y debilitó considerablemente a
las viejas potencias colonialistas. La guerra antifascista planteó
en todas partes, incluso en los países que no se habían visto
envueltos en su torbellino, el problema de la liberación nacional.
Los pueblos de las antiguas colonias que, conjuntamente con los
países de la coalición antifascista, habían participado en la
guerra para sacudirse el yugo fascista, ya no podían dar pasos atrás
y soportar por más tiempo el yugo colonial. La victoria de la Unión
Soviética sobre el nazismo, la creación del campo socialista, la
liberación de China, dieron un poderosísimo impulso al despertar de
la conciencia nacional y a las luchas de liberación de los pueblos.
Las amplias masas de los pueblos colonizados llegaron a comprender
que era preciso cambiar la situación existente. Estallaron las
luchas de liberación en Indochina, África del Norte, etc.
Obligados por la
situación, muchos países colonialistas comprendieron que las viejas
formas de explotación y administración de las colonias eran
anacrónicas, sin concederles la más mínima libertad e
independencia. Las potencias imperialistas, colonialistas, no
llegaron a esta conclusión movidas por sus sentimientos democráticos
y por su deseo de conceder la libertad a los pueblos, sino
presionadas por los pueblos colonizados y a causa de su debilidad
militar, económica, política e ideológica, que no les permitía
conservar el viejo colonialismo. Pero, el imperialismo francés,
inglés, italiano, norteamericano, etc., no quería renunciar a la
explotación de esos pueblos y países. Cada potencia imperialista se
vio obligada por las circunstancias creadas a conceder la autonomía
a estos pueblos o prometerles la libertad y la independencia después
de un cierto plazo. Este plazo, que fijaron supuestamente para
permitirles tomar conciencia de su capacidad de gobernarse por sí
mismos y formar a este fin los cuadros locales, tendía de hecho a
preparar nuevas formas de explotación imperialistas, el nuevo
colonialismo, dando a los países y a los pueblos la falsa impresión
de que habían conquistado la libertad.
Esto tenía lugar después
de la guerra, cuando el imperialismo mundial sufrió una grave
derrota, cuando se acentuó aún más la crisis del sistema colonial
del imperialismo. Los Estados Unidos de América aprovecharon este
periodo de descomposición del capitalismo, como resultado de la
debilitación del imperialismo por la Segunda Guerra Mundial, y
crearon una nueva y profunda forma de explotación de los pueblos
coloniales, supuestamente libres e independientes. Extendieron su
dominio imperialista a los países en otro tiempo colonias de las
otras potencias imperialistas, ahora debilitadas en una u otra forma.
Muchos pueblos ex
coloniales, a pesar de haber obtenido esta «independencia» y esta
«libertad», tal como se las habían dado las antiguas potencias
colonialistas, tuvieron que empuñar las armas porque los
imperialistas no estaban dispuestos a conceder de inmediato esa
«libertad» y esa «independencia». Particularmente los
imperialistas franceses pretendían conservar también después de la
guerra la fuerza o la «grandeza» de Francia. Así fue cómo los
pueblos de Argelia, Vietnam y muchos otros dieron inicio a una
prolongada lucha de liberación y, por último, lograron liberarse.
No entraremos en detalles de cómo lo lograron, cuáles fueron las
fuerzas sociales que lucharon, etc. El hecho es que el viejo
imperialismo francés e inglés se debilitó. Se confirmaron así las
tesis de Lenin, de que el imperialismo estaba en descomposición, de
que la vieja sociedad capitalista-imperialista estaba siendo corroída
por los movimientos revolucionarios y por los sentimientos de amor a
la libertad de los pueblos hasta entonces oprimidos y subyugados.
Durante este período, el
imperialismo norteamericano engordó, extendió la zona del dólar,
puso bajo su control territorios de la zona del franco y la libra
esterlina y, con el fin de conservar su poderío hegemónico
imperialista, que consistía en explotar al máximo a los pueblos,
creó numerosas bases militares y colocó camarillas políticas
pronorteamericanas en muchos de los países del mundo que
supuestamente habían conquistado la libertad y la independencia.
Naturalmente, esta explotación estaba acompañada también de una
serie de cambios estructurales y superestructurales.
El capital financiero ha
creado asimismo una ideología propia, que le precede en la
explotación del proletariado y en la conquista del mundo, y completa
la dominación de los pueblos, la legitimación de esta dominación,
con diversas formas almibaradas, predicando y concediendo una cierta
libertad, una cierta independencia, creando también algunos partidos
pretendidamente democráticos, etc.
Paralelamente a la
inversión de capitales norteamericanos, a la creación de bancos y
de las llamadas multinacionales, se exporta el modo de vida
norteamericano, junto con la degeneración que comporta.
La exportación de
capitales por las grandes potencias imperialistas crea colonias, que
hoy son los países dominados por el neocolonialismo. La
independencia de estos países es puramente formal. En otras
palabras, ahora al igual que antes, se desarrolla el mismo proceso de
exportación de capitales, pero en formas distintas, acompañando de
explicaciones y de una propaganda «almibarada». La explotación
hasta la médula de los pueblos de dichos países es la de siempre,
incluso más salvaje aún; continúa asimismo el saqueo de sus
riquezas naturales.
La mayor potencia
neocolonialista de nuestra época son los Estados Unidos de América.
A lo largo de tres años, de 1973 a 1975, las inversiones básicas
gubernamentales y privadas realizadas por los Estados Unidos de
América en las antiguas colonias, en los países dependientes y
semidependientes, representaban cerca del 36 por ciento de todas las
inversiones hechas en esas regiones por los países capitalistas y
revisionistas más desarrollados.[13]
Los tratados y los
acuerdos económicos, políticos y militares concluidos entre las
potencias imperialistas y las ex colonias, tienen un carácter
avasallador, son armas en manos del imperialismo para mantener a
estos países en la esclavitud. Hoy, como ayer, son muy actuales las
palabras de Lenin, que puntualizaba:
«...es indispensable
explicar infatigablemente y desenmascarar de continuo ante las
grandes masas trabajadoras de todos los países, sobre todo de los
atrasados, el engaño que utilizan sistemáticamente las potencias
imperialistas, las cuales, bajo el aspecto de estados políticamente
independientes, crean en realidad estados desde todo punto de vista
sojuzgados por ellas en el sentido económico, financiero y
militar...».[14]
El imperialismo
norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras
potencias imperialistas, viejas y nuevas, con el fin de mantener
dominados a los pueblos, instigan, donde pueden, las disputas entre
los estados vecinos o entre los diversos grupos sociales del
interior,6 y luego, apareciendo como árbitros o sostenedores de una
u otra parte, intervienen en los asuntos internos de los otros,
justifican su presencia económica, política y militar. Los hechos
demuestran que, cuando las superpotencias se han inmiscuido en los
asuntos internos de los demás pueblos, los problemas han quedado sin
resolver o han terminado con la consolidación de las posiciones del
imperialismo y del socialimperialismo en estos países. Una prueba de
ello son los acontecimientos del Oriente Medio, el conflicto entre
Somalia y Etiopia, la guerra entre Camboya y Vietnam, etc.
Los Estados Unidos de
América, la Unión Soviética y todos los demás países
capitalistas, a la par de invertir, consolidan sus posiciones en los
países que aceptan estas inversiones, y luchan por conseguir
mercados y zonas de influencia. Esto crea fricciones entre los
diversos estados capitalistas, entre los grandes consorcios que no
están enlazados ni son interdependientes. Estas fricciones son las
que provocan las guerras locales que pueden llegar hasta una
conflagración general. La guerra desatada por estas razones, ya sea
local o general, como nos enseña el leninismo, no tiene un carácter
libertador, sino de rapiña. La guerra es justa, es libertadora, sólo
cuando los pueblos se levantan contra los ocupantes extranjeros,
cuando se alzan contra la burguesía capitalista del país, que está
estrechamente vinculada con el imperialismo, el socialimperialismo y
el capital mundial.
Los representantes del
gran capital mundial hablan mucho sobre la necesidad de cambiar el
actual sistema de relaciones económicas internacionales y de crear
un «nuevo orden económico mundial», que también es respaldado por
los dirigentes chinos. Según ellos, este «nuevo orden económico»
servirá de «base para la estabilidad global». Por su parte, los
revisionistas soviéticos hablan de crear una pretendida estructura
nueva en las relaciones económicas internacionales.
Todo esto son esfuerzos y
planes de las potencias imperialistas y neocolonialistas, las cuales
quieren mantener vivo y prolongar el neocolonialismo, y conservar la
opresión y la expoliación de los pueblos. Pero, las leyes de
desarrollo del capitalismo y del imperialismo no obedecen a los
deseos ni a las invenciones teóricas de la burguesía y de los
revisionistas. Como Lenin ha señalado, para resolver estas
contradicciones es necesaria la lucha consecuente contra el
colonialismo y el neocolonialismo, la revolución.
Analizando los rasgos
económicos fundamentales del imperialismo, Lenin determinó también
su lugar histórico. Recalcó que, el imperialismo es no sólo la
fase superior, sino también la última del capitalismo, es la
antesala de la revolución proletaria. Lenin ha escrito que:
«El imperialismo es una
fase histórica especial del capitalismo... es 1) capitalismo
monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3)
capitalismo agonizante.»[15]
La realidad del mundo
capitalista actual confirma enteramente esta conclusión.
La base económica de
todas las plagas económico-sociales del imperialismo, como ha
confirmado Lenin, es el monopolio. Los monopolios son impotentes para
superar las contradicciones de la economía capitalista. Lenin ligaba
orgánicamente el parasitismo y la putrefacción del imperialismo,
con la tendencia de los monopolios a frenar en general el desarrollo
de las fuerzas productivas, a acentuar el desarrollo desproporcional
entre las diversas ramas y a nivel de toda la economía nacional, a
no explotar las capacidades productivas, humanas y materiales; los
ligaba con su propensión a impedir la introducción de los adelantos
de la ciencia y de la técnica en interés de las masas y del
progreso de toda la sociedad.
La avidez de ganancias,
la competencia, obligan a los monopolios a hacer inversiones para
introducir la técnica avanzada en la actividad productiva. Pero en
todo el proceso histórico del desarrollo del imperialismo lo que
predomina es la tendencia a un desarrollo desproporcional y a
frenarlo.
Los gastos para las
investigaciones y el desarrollo de la ciencia realizados en la
industria, y particularmente en la industria de guerra, en los
Estados Unidos de América, por ejemplo, de 2.000 millones de dólares
que fueron en 1950, ascendieron a unos 11.000 millones en 1965 y a
30.000 millones, aproximadamente, en 1972. Muchas veces las grandes
firmas chocan con dificultades en las investigaciones científicas,
pero, cuando se hace un descubrimiento, compran patentes, contratan
obreros cualificados y, sólo cuando les conviene, lo llevan a la
práctica.
Naturalmente, los
principales sectores y los más interesantes para las inversiones
destinadas al desarrollo y a la revolución técnica, tienen
prioridad, porque aseguran mayores ganancias. En este sentido el
primer lugar es ocupado por la industria de guerra, debido a que aquí
la tasa de ganancias es más elevada. Así, por ejemplo, los Estados
Unidos de América invirtieron, en 1964, 3.565 millones de dólares
en investigaciones científicas en el sector de la aeronáutica y los
misiles. Ese mismo año, en la industria eléctrica y de
telecomunicaciones invirtieron mil millones 537 mil dólares, en la
industria química 196 millones, en la de máquinas 136 millones,
automóviles 174 millones, instrumentos científicos 172 millones,
productos de caucho 38 millones, en la del petróleo 8 millones, en
la del metano 9 millones, etc.
En las condiciones
actuales, la militarización de la economía, como manifestación de
la descomposición del imperialismo, se ha convertido en un rasgo
característico de todos los países capitalistas y revisionistas.
Pero el proceso de la militarización de la economía ha adquirido
proporciones sin precedentes particularmente en los Estados Unidos de
América y en la Unión Soviética. Los gastos militares directos de
ambas partes han alcanzado proporciones astronómicas, ascendiendo a
un total de más de 240.000 millones de dólares al año.7
En su política tendente
a la hegemonía y a la dominación mundial, los Estados Unidos de
América y la Unión Soviética practican a amplia escala también el
comercio de armas, que es otra clara expresión de la descomposición
del imperialismo. El valor de las armas que venden anualmente supera
los 20.000 millones de dólares. Los otros estados imperialistas,
como Inglaterra, Alemania Occidental, Francia, Italia, etc., también
venden armas. Las camarillas reaccionarias y fascistas de Chile,
Israel, Corea del Sur, Rhodesia, la República Sudafricana, etc., son
clientes regulares de este comercio imperialista. Lo son asimismo los
países ricos en materias primas estratégicas o en petróleo, a los
que los imperialistas intentan atraerse con armas a cambio de saquear
sus riquezas.
Un claro testimonio de la
descomposición y del parasitismo del capitalismo monopolista actual
es el estallido cada vez más frecuente de las crisis económicas de
superproducción. El estallido de las crisis, que en la actualidad
son muy profundas, prueba la justeza de la teoría marxista acerca
del carácter anárquico, espontáneo y desproporcional de la
producción y del consumo, y rechaza las «teorías» burguesas del
desarrolló del capitalismo «sin crisis», o de la transformación
del capitalismo en «capitalismo dirigido».
En la sociedad
capitalista de hoy actúa con una fuerza aún mayor la ley general de
la acumulación capitalista, descubierta por Marx, según la cual,
mientras, por un lado, aumenta la pobreza de los trabajadores, por
otro lado, crecen las ganancias de los capitalistas. Va acentuándose
el proceso de la polarización de la sociedad en proletarios y en
burgueses, que constituyen un número limitado de personas.
El sistema imperialista
actual, que cuenta con mayores posibilidades económicas para
corromper a las capas altas del proletariado, a la aristocracia
obrera, ha hecho que ésta crezca en enormes proporciones.
En la actualidad, la
oligarquía financiera utiliza ampliamente a esta aristocracia para
embaucar y desorientar al proletariado, para castrar su ímpetu
revolucionario. De las filas de la aristocracia obrera surgen de
ordinario aquellos a los que Lenin llama socialistas de palabra e
imperialistas de hecho. En esta caracterización de Lenin se incluye
a la socialdemocracia, los «partidos obreros burgueses», los
dirigentes oportunistas de los sindicatos, los revisionistas
modernos, etc. Lenin recalca que el imperialismo se enlaza con el
oportunismo, que los oportunistas contribuyen a salvaguardar y
reforzar al imperialismo. Él dice que:
«...los más peligrosos
son los que no desean comprender que la lucha contra el imperialismo
es una frase vacía y falsa si no va ligada indisolublemente a la
lucha contra el oportunismo».[16]
La descomposición del
imperialismo se ve claramente también en la intensificación y la
profundización de la reacción en todos los terrenos, y
particularmente en el político y social. La práctica demuestra que,
cuando la burguesía monopolista ve que se agudiza la lucha de
clases, arroja lejos las máscaras, negando a las masas trabajadoras
incluso los escasos derechos que habían obtenido a precio de sangre.
Una prueba de ello son los regímenes y las dictaduras fascistas
implantadas en muchos países del mundo.
Todo este podrido
sistema, que se encuentra en una situación caótica, se mantiene en
pie gracias a un gran ejército pretoriano, a una policía muy
numerosa que está movilizada y armada hasta los dientes. Todas estas
fuerzas militar-policíacas entran en acción para evitar y reprimir
cualquier resistencia que rebase los límites fijados por una
inextricable maraña de leyes promulgadas por la burguesía en el
poder. Los cuadros del ejército y de las demás fuerzas represivas
viven lujosamente, reciben muy buenos sueldos. En Italia, por
ejemplo, no se oye hablar de otra cosa que del ejército, la policía,
el cuerpo de carabineros, los agentes de seguridad que son
condecorados, pero que también resultan muertos.
En esta situación tan
confusa que impera en los estados burgueses se ha desarrollado y
propagado el bandidaje, que es un engendro del propio sistema
capitalista, expresión de su degeneración y reflejo de la
desesperación y desorientación originadas por el sistema burgués
de opresión y explotación. La burguesía intenta evitar aquellas
manifestaciones de bandidaje que le crean problemas y son motivo de
preocupación para el estado burgués. Pero lo fomenta y utiliza para
aterrorizar a las amplias masas trabajadoras que viven en la miseria.
En muchos países capitalistas el bandidaje se ha convertido en una
industria que abarca desde los asaltos a los bancos y los almacenes,
hasta los secuestros de personas, reclamando enormes rescates a
cambio de su libertad. En algunos países el bandidaje se ha
organizado en grupos. Estos grupos tienen nombres que suenan a
«revolucionarios», a «comunistas», etc. La burguesía les deja
actuar libremente con el fin de preparar la situación para dar un
golpe de estado fascista y justificar la realización del mismo. Con
el propósito de desacreditar a la revolución y al socialismo, esta
actividad de bandidaje es presentada como obra de «grupos
comunistas», que supuestamente actúan contra el régimen burgués.
Como conclusión, podemos
afirmar que en la situación actual del imperialismo en general, del
imperialismo norteamericano, del socialimperialismo soviético y de
los otros imperialismos, el imperialismo, cualquiera que sea su
matiz, se encuentra en la fase de su debilitamiento y putrefacción,
y que la vieja sociedad, a través de la revolución, será destruida
desde sus cimientos y reemplazada por una sociedad nueva, por la
sociedad socialista. Esta nueva sociedad socialista existe y se
ampliará, se desarrollará, ganará terreno, independientemente de
que los revisionistas soviéticos traicionaron al socialismo en la
Unión Soviética, independientemente de que en China domina el
oportunismo y se erige un socialimperialismo nuevo,
independientemente de que en los antiguos países de democracia
popular se ha restaurado el capitalismo. El socialismo seguirá
avanzando en su camino y con su lucha y sus esfuerzos saldrá
victorioso sobre el imperialismo y el capitalismo mundial, pero nunca
y de ninguna manera lo hará mediante reformas, a través del camino
parlamentario y pacífico, como predicaba Jruschov y como predican
ahora todos los revisionistas. Triunfará permaneciendo fiel a la
teoría leninista sobre el imperialismo y la revolución proletaria,
pero nunca siguiendo las actuales teorías revisionistas que
proclaman el capitalismo monopolista de estado como una supuesta fase
nueva y particular del capitalismo, como la «aparición de los
elementos socialistas en el seno del capitalismo».
De conformidad con las
conclusiones de Lenin sobre la naturaleza del imperialismo y su lugar
histórico, todo el imperialismo mundial como sistema social, a causa
de las contradicciones internas que lo corroen y de las luchas
revolucionarias y de liberación de los pueblos ya no tiene ese poder
de dominación exclusiva de antes. Esta es la dialéctica de la
historia y confirma la tesis marxista-leninista de que el
imperialismo está en descenso, en decadencia, en descomposición.
La tendencia del
capitalismo y del imperialismo a debilitarse, es hoy la tendencia
principal en la historia universal. Marx y Lenin han argumentado esto
apoyándose en datos concretos, en los acontecimientos históricos,
en la dialéctica materialista. También la tendencia a mancomunar
los esfuerzos por parte de los estados que se oponen al imperialismo,
conduce al debilitamiento de éste. Pero esta segunda tendencia, a la
que China da carácter absoluto, sin hacer las diferenciaciones
requeridas, sin estudiar las situaciones particulares, no lleva a
buen camino. Pretendiendo que el imperialismo norteamericano está en
decadencia y es menos poderoso que el socialimperialismo soviético,
proclamando el «tercer mundo», como la principal fuerza motriz de
la época, los dirigentes chinos prácticamente incitan a la
capitulación y la claudicación ante la burguesía.
Es verdad que los pueblos
aspiran a la liberación, pero deben conquistarla sólo con lucha,
con esfuerzos y teniendo a la cabeza una dirección combativa. Marx:
Engels, Lenin y Stalin nos enseñan que esta dirección es el
proletariado de cada país. Pero, el proletariado y su partido
marxista-leninista deben hacer bien los análisis políticos,
económicos y militares, sopesarlo todo, tomar decisiones y definir
una estrategia y táctica adecuadas, teniendo siempre presente el
preparar y hacer la revolución. Si no se tiene en cuenta la
revolución, como no la tienen en cuenta los chinos, los análisis,
los actos, la estrategia y las tácticas no pueden ser
marxista-leninistas, revolucionarios.
No podemos forjamos
ninguna ilusión acerca del imperialismo, del tipo que sea, poderoso
o menos poderoso. La naturaleza misma del imperialismo crea las
condiciones para la expansión económica y política, para el
estallido de las guerras, porque su carácter es esencialmente
explotador, agresivo. Por eso, engañar a las amplias masas de los
pueblos que quieren su liberación diciéndoles que la obtendrán
guiándose por teorías revisionistas como la de los «tres mundos»,
significa cometer un crimen contra los pueblos y la revolución.
Nuestra época; como nos
enseña Lenin, es la época del imperialismo y de las revoluciones
proletarias. Con esto debemos comprender que a nosotros,
marxista-leninistas, nos corresponde combatir con la mayor dureza al
imperialismo mundial, a cualquier imperialismo, a cualquier potencia
capitalista, que son los que explotan al proletariado y a los
pueblos. Sostenemos la tesis leninista de que la revolución está
actualmente a la orden del día. El mundo seguirá adelante hacia una
sociedad nueva, que será la sociedad socialista. El capitalismo
mundial, el imperialismo y el socialimperialismo se descompondrán
todavía más y serán liquidados por medio de la revolución.
Lenin nos enseña a
combatir hasta el fin al imperialismo, criticado en la amplia
acepción de la palabra y levantar a las clases oprimidas contra la
política imperialista, contra la burguesía. El análisis
marxista-leninista del desarrollo actual del imperialismo, demuestra
claramente que son inmutables el análisis y las conclusiones de
Lenin sobre el imperialismo, sobre su naturaleza y sus rasgos, sobre
la revolución. Los intentos de todos los oportunistas, desde los
socialdemócratas hasta los revisionistas jruschovistas y chinos, de
deformar las tesis leninistas sobre el imperialismo, son intentos
contrarrevolucionarios. Su objetivo es negar la revolución,
embellecer al imperialismo, prolongar la vida del capitalismo. Cuando
Lenin desenmascara al imperialismo y a sus apologistas como
Bernstein, Kautsky, Hilferding y todos los demás oportunistas de la
II Internacional, advierte que
«La ideología
imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no
está separada de las demás clases por una muralla china.»[17]
Pero, desafortunadamente,
ahora también la «muralla china» se ha derrumbado y en China han
penetrado la propaganda y la ideología imperialistas. Los
oportunistas chinos no son en absoluto originales. Avanzando por el
camino de Kautsky y compañía también ellos embellecen al
imperialismo en general y al norteamericano en particular,
presentándolo como un imperialismo que está en retroceso y en el
que los pueblos deben apoyarse para defenderse de los
socialimperialistas soviéticos.
La semejanza de las
«teorías» de los revisionistas chinos con las de Kautsky es muy
evidente. En su tiempo, este último trataba de defender la política
colonial del imperialismo, encubrir su explotación y expansión,
deformando la teoría marxista sobre el desarrollo del capitalismo.
Lo mismo están haciendo en la actualidad los dirigentes chinos,
quienes, con la intención de apoyar al imperialismo norteamericano y
su política neocolonialista, fabrican teorías absurdas
supuestamente fundadas en Marx o en Lenin. Pero si se habla en el
lenguaje de Lenin, la «teoría» china es una inmersión en la
charca del revisionismo y del oportunismo.
La teoría de Kautsky
propagaba la ilusión de que en las condiciones del capitalismo
monopolista existe la posibilidad de que se realice otra política,
no anexionista. Respecto a esto Lenin puntualizaba:
«Lo esencial es que
Kautsky separa la política del imperialismo de su economía,
hablando de las anexiones como de la política «preferida» por el
capital financiero y oponiendo a ella otra política burguesa,
posible, segun él, sobre la misma base del capital financiero.
Resulta que los monopolios en la economía son compatibles con el
modo de obrar no-monopolista, no violento, no anexionista en
política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado
precisamente en la época del capital financiero y que es la base de
lo peculiar de las formas actuales de rivalidad entre los más
grandes estados capitalistas, es compatible con una política no
imperialista. Resulta que de este modo se disimulan, se atenuan las
contradicciones más importantes de la fase actual del capitalismo,
en vez de ponerlas al descubierto en toda su profundidad; resulta
reformismo burgués en lugar de marxismo.»[18]
Ignorando el hecho de que
en los Estados Unidos de América, en el terreno económico dominan
los monopolios, el capital financiero, y que precisamente éstos
dictan la política interior y exterior, los revisionistas chinos
hablan de un imperialismo pacifico, que ya no busca la expansión,
que incluso está en retirada. Los dirigentes chinos «olvidan» la
afirmación de Stalin de que las principales peculiaridades y
exigencias de la ley económica fundamental del capitalismo actual
son:
«...asegurar el máximo
de beneficios capitalistas explotando, arruinando, empobreciendo a la
mayor parte de la población de un país dado, esclavizando y
despojando de manera sistemática a los pueblos de otros países,
sobre todo de los países atrasados, por ultimo desencadenando
guerras y miitarizando la economía nacional, con vistas a asegurar
el máximo de ganancias».[19]
Así, las «nuevas»
teorías de los dirigentes chinos demuestran que ellos cantan la
vieja cantinela de Kautsky con una nueva melodía.
Al desenmascarar a los
cabecillas de la II Internacional, que querían hacer distinción
entre las potencias imperialistas, dividiéndolas en más y menos
agresoras, Lenin recalcaba que esta actitud era antimarxista. Esta
actitud llevó a los partidos de la II Internacional a las posiciones
del chovinismo, a traicionar abiertamente la causa del proletariado y
de la revolución. En nuestra época, decía Lenin, no puede
plantearse el problema de qué estado imperialista de los implicados
en la Primera Guerra Mundial en uno u otro campo, es el «peor de los
males».
«La democracia
contemporánea, decía, sólo será fiel a sí misma si no se suma a
ninguna burguesía imperialista, sí declara que «tan pésima es una
como otra» y sí desea en cada país la derrota de la burguesía
imperialista. Toda otra solución será, de hecho, una solución
nacional-liberal, y no tendrá nada en común con el verdadero
internacionalismo.»[20]
En las condiciones
actuales, si se aceptase la tesis china según la cual el
socialimperialismo soviético es más agresivo que el imperialismo
norteamericano, se caería en una traición abierta a la revolución,
a la misión histórica de la clase obrera, se pasaría a las
posiciones de la II Internacional. Ambas superpotencias imperialistas
representan, en el mismo grado, el principal enemigo y peligro para
el socialismo, para la libertad y la independencia de los pueblos,
para la soberanía de las naciones. Son los principales defensores
del capitalismo mundial.
Para disimular su
traición a los pueblos, los dirigentes chinos dicen que las
relaciones de los grandes monopolios con algunos países poseedores
de grandes riquezas, crean una situación que incluso puede evitar
los conflictos entre las potencias monopolistas y los pueblos. Esto
es una gran absurdidad, es un esfuerzo tendente a presentar como
mansa la bestia imperialista, a crear una situación eufórica y
falsa, alegando que supuestamente la inversión de capitales creará
el bienestar del pueblo del país donde se realiza la inversión y
que así dejarán de existir las contradicciones antagónicas entre
los imperialistas y los pueblos de dichos países. Esta falsa teoría,
que ahora pregonan los dirigentes chinos, ha sido creada por el
imperialismo para extender su dominación a todo el mundo y ayudar a
las camarillas reaccionarias dominantes en diversos países a oprimir
a su pueblo y vender su propio país a los extranjeros.
Estas «teorías» son
una repetición, bajo formas nuevas y refinadas, de las teorías
reaccionarias de los oportunistas de la II Internacional. Durante la
Primera Guerra Mundial, Lenin desenmascaró la teoría antimarxista
de Kautsky del «ultraimperialismo», Kautsky pretendía que, en las
condiciones del imperialismo, las guerras pueden ser conjuradas
mediante un acuerdo entre los capitalistas de los diversos países.
Polemizando con Kautsky,
Lenin decía que
«...las alianzas
«interimperialistas» y «ultraimperialistas» en el mundo real
capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los
curas ingleses o del «marxista» alemán Kautsky, sea cual fuere su
forma: una coalición imperialista contra otra coalición
imperialista, o una alianza general de todas las potencias
imperialistas, sólo pueden ser inevitablemente «treguas» entre las
guerras».[21]
Estas enseñanzas de
Lenin son muy actuales en las condiciones de hoy cuando los
revisionistas chinos hablan y despliegan febriles esfuerzos para
crear una alianza y un gran frente mundial de todos los estados y los
regímenes fascistas y feudales, capitalistas e imperialistas,
incluyendo a los Estados Unidos de América, contra el
socialimperialismo soviético.
Entre los países
imperialistas pueden crearse alianzas, recalcaba Lenin, pero se crean
con el único objetivo de aplastar conjuntamente la revolución, el
socialismo, de saquear conjuntamente las colonias y los países
dependientes y semidependientes.
Los revisionistas chinos,
al igual que los cabecillas de la II Internacional, han substituido
la consigna del Manifiesto Comunista «¡Proletarios de todos los
países, uníos!» por la consigna pragmática «Unámonos con todos
aquellos que son susceptibles de unirse», contra el
socialimperialismo soviético.
La teoría de los «tres
mundos», inventada por los dirigentes chinos, no analiza el
desarrollo histórico del imperialismo a través del prisma
marxista-leninista, sino que lo considera erróneamente, ignorando
las contradicciones de nuestra época, definidas de forma tan clara
por Marx y Lenin. Siguiendo esta «teoría», la China «socialista»
se une con el imperialismo norteamericano y el «segundo mundo», es
decir, con otros imperialistas, que explotan a los pueblos, y llama
al «tercer mundo», a los pueblos que aspiran a luchar contra el
imperialismo y el capitalismo mundial, tanto si es el imperialismo
norteamericano como si es el socialimperialismo soviético, a unirse
únicamente contra este último.
También la teoría
titista de los países «no alineados» es tan antimarxista como la
teoría de los «tres mundos».
Estas dos «teorías»
son los rieles de una misma vía férrea sobre la que rueda el tren
del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético,
tren que, va cargado con las riquezas arrebatadas a los pueblos del
mundo. Los titistas y los revisionistas chinos tratan de abrir
algunos agujeros en los vagones de este tren imperialista y
socialimperialista para que se derrame un poco de aceite, un poco de
azúcar, algún dólar, alguna libra esterlina, algún franco o algún
rubio. Estos rieles, que están tendidos sobre las espaldas de los
pueblos oprimidos y que tienden a mantenerlos continuamente
subyugados, son dos teorías tan reaccionarias como todas las demás
teorías antimarxistas de los trotskistas, anarquistas, bujarinistas,
jruschovistas, de los partidarios de Togliatti, Carrillo, Marchais,
etc., etc.
La vida confirma
continuamente las geniales tesis de Lenin sobre el imperialismo. El
capitalismo ha entrado en la fase de su putrefacción. Esta situación
suscita la revuelta de los pueblos y los empuja a la revolución. La
lucha de los pueblos contra el imperialismo y contra las camarillas
capitalistas burguesas crece de diferentes formas, con diversa
intensidad. Ineluctablemente la cantidad se convertirá en calidad.
Esto se verificará antes en los países, que constituyen el eslabón
más débil de la cadena capitalista y donde la conciencia y la
organización de la clase obrera han alcanzado un alto nivel, donde
el problema es tratado con una profunda comprensión política e
ideológica.
El imperialismo ha
intensificado la opresión y la bárbara explotación de los pueblos.
Pero al mismo tiempo también los pueblos del mundo se hacen cada vez
más conscientes de que ya no se puede vivir en la sociedad
capitalista actual, donde las masas trabajadoras son oprimidas y
explotadas con una intensidad no menor a la de antes de la guerra.
El imperialismo, a pesar
de sus esfuerzos y de los de sus adeptos, ni ahora ni tampoco más
tarde puede encontrar estabilidad en la lucha que lleva a cabo por
sentar su hegemonía sobre los pueblos. No puede encontrarla porque
se ha despertado la conciencia de la clase obrera y de las masas
trabajadoras oprimidas que quieren liberarse, y además a causa de
las inevitables contradicciones interimperialistas.
Los pueblos ven, y más
tarde lo verán mejor, que el imperialismo y el capitalismo mundial
no se apoyan sólo en la fuerza económica, militar, política e
ideológica de las dos superpotencias, sino también en las clases
ricas que mantienen sojuzgados a los pueblos de sus países, que los
explotan y los aterrorizan a fin de que no se levanten para
conquistar la verdadera libertad e independencia.
Las amplias masas de los
diversos países del mundo han comenzado asimismo a comprender que la
actual sociedad burgués-capitalista, el sistema explotador del
imperialismo mundial, deben ser derrocados. Para los pueblos esto no
es sólo una aspiración, en muchos países también han empuñado
las armas.
Por eso, no es necesario
inventar teorías que dividan el mundo en tres o cuatro partes, en
«alineados» y en «no alineados», sino ver e interpretar
correctamente el gran proceso histórico objetivo según las
enseñanzas del marxismo-leninismo. El mundo está dividido en dos
partes, el mundo del capitalismo y el mundo nuevo del socialismo, que
están en implacable lucha entre sí. En esta lucha triunfará lo
nuevo, el mundo socialista, mientras que la vieja sociedad
capitalista, la sociedad burguesa e imperialista, se derrumbará.
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