Escrito por Iñaki Gil de San Vicente
LA COMBINACION DE TODAS LAS FORMAS DE LUCHA
Los peores genocidas asesinan, torturan y maltratan a nuestros pueblos en nombre de… “la paz”. ¿Tenemos derecho a defendernos y responderles?
1.- MARX Y MARXISMO
Tenemos muy poco espacio disponible para tratar un tema muy profundo y extenso como es el de la violencia y lo militar en Marx, así que vayamos directamente al grano. ¿Por qué debemos hablar de marxismo y no sólo de Marx en esta temática, como en todas? Porque, en primer lugar, si bien es cierto que Marx fue quien mejor desarrolló lo esencial del método marxista, su dialéctica, no lo es menos que en todo lo relacionado con lo militar en concreto y con la violencia en general, fue Engels quien aportó las ideas básicas, siempre en una interacción permanente con Marx. En segundo lugar, porque antes de ellos ya existían otros socialistas y anarquistas, e incluso revolucionarios burgueses y preburgueses, que aportaron ideas sobre la violencia y lo militar que Marx y Engels integraron sin mayores problemas en su método revolucionario. En tercer lugar, porque este método fue enriquecido y ampliado, es decir, criticado dialécticamente, por otros marxistas que supieron adaptarlo a realidades apenas conocidas o desconocidas por Engels y Marx.
Y en tercero y decisivo lugar, muy frecuentemente caemos en la trampa típica del método burgués consistente en comparar a dos personas aisladas de su contexto, a dos “pensadores” individuales como si fueran dos boxeadores que se baten en el ring pero separados del mundo que les rodea. La ideología burguesa reduce a Marx a un simple y vulgar sociólogo, uno más entre la larga lista de “científicos sociales”, con sus ideas más o menos peregrinas o serias, pero negando no sólo su originalidad sino especialmente su pertenencia a otro campo del conocimiento humano radicalmente enfrentado al método burgués. ¿Cómo podemos “comparar” a Marx con Comte, Durkheim, Weber o Pareto, si no es liquidando previamente el marxismo como método revolucionario al que se enfrentaron éstos y otros muchos “científicos sociales”, por no decir todos ellos?
Teniendo esto en cuenta, el mérito de Marx radica en que descubrió la lógica interna de la violencia y de las guerras en el proceso de humanización, de autogénesis de nuestra especie, es decir, en el proceso por el cual la especie humana se hace a sí misma, se autoconstruye por sí y para sí misma. Al contrario de los idealistas que creen en diosas y dioses, en espíritus externos o en Ideas innatas a nuestra especie, y que por tanto, en última instancia, tienen que recurrir a la voluntad de los dioses y diosas, o al “pecado” humano para explicar la violencia, en contra de esto, el marxismo demuestra que ésta tiene su origen último en el control injusto de los recursos naturales y en la propiedad privada. A diferencia del humanismo burgués que sostiene que la violencia proviene de la “ignorancia”, del “egoísmo”, etc., el marxismo demuestra que éstos comportamientos responden a estructuras sociales injustas y opresores que basándose en la propiedad privada recurren a muchas formas de violencia para crear personas egoístas e ignorantes, reaccionarias, machistas y racistas, sadomasoquistas, belicistas y genocidas que reproducen colectiva e individualmente las violencias. El marxismo demuestra que tenemos que buscar las violencias no sólo en el interior de las cabezas humanas, que también pero en segundo lugar, sino sobre todo en el interior de la estructura económica, en el régimen de propiedad y de reparto. Y una vez establecido su origen material, inmediatamente debemos sintetizar la causa social y material con la causa psicológica individual.
Solamente con la aplicación del método marxista, podemos comprender en su justo alcance la dialéctica entre lo material y lo espiritual, lo social y lo psicológico en el surgimiento y estallido de las violencias, así como, sobre todo, definir qué violencias son justas, liberadoras e históricamente progresistas, y cuáles son injustas, opresoras y reaccionarias. Por ejemplo, la heroica sublevación revolucionaria dirigida por Túpac Amaru II en 1780 se inscribe dentro de una sostenida resistencia de los pueblos amerindios contra los invasores occidentales desde que éstos pisaron aquellas tierras en un desgraciado día del 12 de octubre de 1492, según el calendario europeo. Durante siglos, los pueblos amerindios recurrieron a toda serie de resistencias, desde las pacíficas, no violentas y pasivas, incluso a la huida a tierras ignotas y aún no ocupadas por el invasor, hasta las más desesperadas violencias físicas, pasando por la interacción de todas las variables posibles, incluidas las mezclas y sincretismos religiosos, culturales y folclóricos para mantener sus identidades en las peores condiciones represivas ocultas pero vivas por debajo de la apariencia católica. La revolución de 1780 fue aplastada en sangre, y ella misma tuvo que recurrir a sangrientos castigos populares contra los ocupantes para hacer justicia, recuperar lo que era del pueblo e intimidar a las fuerzas reaccionarias.
La revolución de 1780 es incomprensible sin las luchas de los siglos anteriores, y la fuerza del método marxista radica en que demuestra cómo tantos siglos de resistencia nacen de algo elemental como es la expoliación española de los recursos colectivos, del excedente social acumulado, de las riquezas culturales creadas por los pueblos. Aquellos pueblos y clases sociales no necesitaron del marxismo para sostener tantos siglos de resistencia pacífica y/o violenta, sino que se basaron en su experiencia y aprendizaje, en su deseo de acabar con la opresión. Tampoco conocieron el marxismo las masas revolucionarias haitianas a finales del siglo XVIII, pero su internacionalismo consecuente al apoyar con armas a Simón Bolívar es puro marxismo, y el brillante pensamiento de Bolívar actuaba “como marxista” cuando comprendió antes que nadie la esencia imperialista y criminal de los EEUU a comienzos del siglo XIX. Exactamente lo mismo debemos decir del resto de resistencias de las clases y de los pueblos del mundo que, por debajo de sus diferencias obvias, sin embargo tenían como causa, al final de todo análisis, la lucha contra una injusticia insufrible. En Europa, la oleada revolucionaria de 1848 se hizo prácticamente sin marxistas, la Comuna de 1871 con muy contados marxistas, y dentro de los bolcheviques y revolucionarios soviéticos en general, era muy limitado el conocimiento de las obras de Marx y Engels, a excepción de unas contadas personas.
¿Quiere esto decir que se pueden hacer revoluciones sin necesidad de la teoría marxista? ¿Quiere decir que no es necesario usar su método para resolver el problema de las violencias y de las guerras? Sin el marxismo podemos organizar, y se han organizado, masivas resistencias pacíficas y no violentas, coordinar aisladas luchas en ascenso, fijar objetivos tácticos y reivindicaciones inmediatas por las que luchar e intuir los objetivos de las minorías explotadoras, e incluso estallidos revolucionarios que han triunfado al principio, pero no podremos pasar de aquí. No podremos descubrir la lógica interna de las contradicciones irreconciliables que azuzan el malestar social y la lucha de clases. Sin este conocimiento científico-crítico los logros descritos toparán más temprano que tarde con las violencias de las clases explotadoras, centralizadas y dirigidas por su Estado. En las páginas que siguen, veremos cómo muchas luchas colectivas e individuales que buscan la libertad y acabar con la injusticia, llegan a un punto crítico en su avance en el que deben optar por una vía u otra, y entonces, en ese instante decisivo en el que se juegan su futuro, dudan, se detienen, se dividen, retroceden y fracasan, o son arrasadas sin piedad. El marxismo es la única teoría que explica qué hacer en esos momentos, por qué, cómo y para qué hacerlo, y siempre pone en el centro de su explicación y de sus objetivos tanto la existencia de la propiedad privada de las fuerzas productivas por una minoría explotadora, como la necesidad ineluctable de acabar con ella e instaurar la propiedad colectiva, común, comunista.
2.- ENERGÍA, PROPIEDAD Y EXPLOTACION:
La teoría marxista de la violencia ha quedado confirmada no sólo por la historia social, humana, como hemos visto, sino también por los estudios sobre las relaciones entre el proceso de obtención de energía, agresividad-violencia y ayuda mutua en las especies animales. Una característica de la vida en general es que tiende al ahorro de energía, a buscar la máxima productividad posible por unidad de energía consumida. En un contexto objetivo de recursos finitos y limitados, el ahorro de energía se impone a todas las especies de modo que, a la larga, se produce una interacción entre la adaptación de las especies y la optimización energética, actuando ambas unitariamente. La adaptación busca, entre otras cosas, ahorrar energía y ésta, a su vez, permite una mejor adaptación. Las fricciones entre especies que conviven en un mismo ecosistema y compiten por sus recursos, sus choques e incluso las “guerras” –no en el sentido humano y menos en el sentido actual– entre ellas tienen su raíz básica en el lento agotamiento de los recursos energéticos disponibles para todas ellas.
Pero aquí hay que criticar y denunciar sin contemplaciones la mentira burguesa de la “ley del más fuerte”, de la “ley de la selva”, de la “violencia animal”, etc. Al contrario, muy frecuentemente en la naturaleza actúa más la interacción entre especies diferentes para optimizar conjuntamente los recursos energéticos, que su mutuo enfrentamiento mortal. La dialéctica entre adaptación y ahorro energético produce tanto una especialización en la obtención de recursos que limita mucho las posibilidades de fricciones entre las especies, como prácticas de cooperación, ayuda mutua y simbiosis para defenderse mejor de los depredadores comunes a la vez que para optimizar los recursos. Además, lo que se define como “violencia animal” se remite a buscar los recursos energéticos primero y sobre todo mediante el carroñerismo, es decir, buscar animales ya muertos para comer sus restos; después, en orden de prioridades, atacar a los más débiles, a los enfermos, a los que ofrecen menos resistencia, y por último, y cuando ya no hay más remedio, atacar a los más sanos, fuertes y resistentes.
La razón es muy sencilla y nos remite a la dialéctica entre ahorro energético, adaptabilidad y supervivencia. Energéticamente es más “barato” y productivo, a la vez que mucho menos peligroso físicamente, comerse un cadáver que gastar mucha energía y poner la vida en riesgo para matar un ser vivo y comerlo después, que encima tiene grandes recursos de huida y muchos de defensa. Se sabe, por ejemplo, que es relativamente baja la efectividad de los ataques coordinados o individuales de los grandes depredadores, de los grandes felinos, presentados como el máximo de la letalidad, cuando en realidad fallan mucho y bastantes veces deben contentarse con “trofeos” de segunda calidad, y defenderlos de otros depredadores más especializados en el robo de carroña. De hecho, la hominización debe mucho más al carroñerismo y al ramoneo, es decir, a la mezcla entre ingesta de carne de cadáveres y recogida de hojas tiernas, bayas, tubérculos, frutos e insectos, que a las míticas escenas de grandes cacerías de gigantescos mamuts y fieros rinocerontes lanudos por aguerridos y valientes hombres, mientras que las mujeres, obedientes, pasivas y mansas por naturaleza, esperaban ansiosas e indefensas en los seguros refugios de la horda o de la tribu. Las primeras comunidades humanas aprendieron algunas tácticas de “guerra” observando las formas de defensa y ataque de los animales del entorno.
La obtención de energía requiere en la especie humana de un trabajo consciente que no tiene otro sentido que el de reducir el esfuerzo, reducir en lo posible el tiempo necesario para obtener dicha energía mediante el desarrollo de herramientas y de técnicas adecuadas, en suma, de fuerzas productivas. En la medida en que aumentaba la población y se agotaban los recursos materiales, los grupos humanos desarrollaron, como mínimo, cuatro alternativas: emigrar a otros espacios, aumentar su productividad con mejores herramientas, aumentar el tiempo de trabajo total del grupo y robar los recursos a otros grupos. Las formas más simples y rudimentarias de violencia surgen en este largo período, y son las mujeres las que primero sufren las consecuencias, pasando de ser un sexo-género clave que aporta la mayoría de las energías y que produce la mayoría del conocimiento, a ser el primer grupo humano explotado por otro grupo humano.
Después, en una secuencia histórica que no podemos resumir aquí, sobre la base de la explotación de la mujer aparecerá la explotación de la esclavitud y la explotación de las masas trabajadoras a manos de las castas y clases ricas del propio pueblo. El rapto de mujeres de otro grupo humano fue una de las primeras prácticas de esclavización, y luego se desarrolló la esclavización de mujeres e infancia de los pueblos vencidos, les siguieron los hombres jóvenes y por último, los ancianos cuando podían aportar conocimientos útiles al pueblo invasor. La esclavitud adquirió muchas formas, pero la peor de ellas, la más brutal y sistemática fue grecorromana. La riqueza producida por la esclavitud aceleró el proceso ya existente de escisión social interna en los pueblos, separación entre una mayoría campesina libre pero cada vez más empobrecida y una minoría cada vez más rica que empezó a acaparar riquezas que eran colectivas, luego a privatizarlas para el uso familiar, luego a legalizar esas nuevas propiedades y a dejarlas en herencia a los descendientes directos. Así, en síntesis, uniéndose a la explotación de la mujer y a la esclavización de otros pueblos, fueron apareciendo las jefaturas, los cazicazgos, los clanes dominantes, las castas y por últimos las clases propietarias a título privado de las fuerzas productivas.
La teoría marxista de la violencia sostiene que en el fondo de esta dinámica actuaba como fuerza subterránea impulsora la privatización progresiva de las fuerzas productivas, de los medios de trabajo, de los recursos naturales, todo ello unido a la explotación de la fuerza de trabajo de las mujeres, pueblos esclavizados o sometidos al pago de tributos, y de las clases trabajadoras del propio país. Las violencias opresoras surgen a lo largo de esta historia en la que los primeros grupos armados desarrollan las primeras disciplinas protomilitares, los primeros sistemas estatales de recaudación de impuestos, de almacenaje y control de reservas y de cuarteles en los que se prepara la violencia bélica, y bajo su protección e impulso surge la escritura ampliándose la escisión entre el trabajo intelectual y el manual. La centralización estatal del poder viene exigida por la previa centralización de la propiedad privada en cada vez menos manos, y el paso lento del politeísmo de las diosas al politeísmo de los dioses, y de éste al monoteísmo religioso, viene exigido por la anterior centralización de la propiedad y del Estado, con la aparición de los especialistas en la legitimación del nuevo poder de clase, en la que lo económico determina siempre de forma automática el posterior desarrollo del Estado y de la ideología, sino que existe una interacción concreta en la que la ideología y sobre todo el Estado inciden a su vez sobre la evolución económica.
3.- HOMO HOMINI MERCATOR
La propaganda burguesa silencia la cooperación descrita y exacerba y sobredimensiona los niveles de “violencia animal” presentándolos, además, como los dominantes. La burguesía presenta la historia humana como una prolongación de la “violencia animal”, de la “violencia natural”, que surge “naturalmente” de la “animalidad”, de los “bajos instintos”, etc. Los burgueses creyentes, religiosos, sostienen que esta “animalidad” nos lleva al “pecado” y que sólo puede salvarnos la obediencia a los dioses. Pero, en este caso, la ideología burguesa no descubre nada nuevo sino que se limita a actualizar y utilizar masivamente viejas tesis preburguesas, tesis creadas por otras clases dominantes en el pasado y que la burguesía utiliza en beneficio propio. Entre la segunda mitad del siglo –III y los primeros años del siglo –II, según el calendario europeo, vivió en Roma Marcio Plauto que escribió una larga frase en latín que ha quedado sintetizada en “Homo homini lupus”, o “El hombre es un lobo para el hombre”. La escribió en una época en la que la economía mercantil y dineraria, y el capital en forma de préstamo y de dinero, se expandían gracias al florecimiento de la economía artesanal y agrícola romana y a sus conquistas militares que, por un lado, abrían nuevos mercados y áreas de expansión y, por otro lado, aportaban a Roma miles de esclavas y esclavos e ingentes tesoros saqueados, masas de tributos e impuestos, y centenares de rehenes pertenecientes a las clases ricas y colaboracionistas de los pueblos invadidos o forzados a ser “aliados” bajo amenaza militar.
Pero Roma apenas aportó nada nuevo ya que casi todo lo aprendió fundamentalmente de la muy superior cultura de la Grecia clásica. De los griegos, los romanos aprendieron la importancia clave del comercio mercantil, de la disciplina militar y de la explotación esclava. Aprendieron que hay que utilizar a las mujeres, clases trabajadoras y a los pueblos como presas que devorar para engrandecer el poder propio. Presas a las que hay que obligar a trabajar hasta la extenuación, y lo hicieron sin piedad, como lo habían hecho los griegos. La civilización grecorromana, base de la civilización occidental, se asentó sobre el más inhumano terrorismo masivo aplicado gracias a una aplastante superioridad militar. En su contexto social, cultural y económico, interpretaron su intereses dominantes desde la perspectiva de la “violencia animal”, es decir, “el hombre es un lobo para el hombre”, con la ventaja de que ellos eran la manada de lobos mejor organizada y disciplinada, más rica y culta, más dispuesta y preparada para devorar al resto de pueblos, esclavizados o dominados.
No es casualidad, sino al contrario, que la guerra en el sentido actual, y especialmente la guerra como parte de un proceso continuo que abarca a su vez a la política y a la economía, surgiera en la Grecia clásica, mercantil, rica, culta, civilizada, esclavista e imperialista, y se desarrollara luego en una Roma que aprendió de Grecia. Antes de la economía dineraria y mercantil griega y romana, la “guerra” se reducía a choques más o menos violentos, sangrientos y hasta atroces como era el caso asirio, pero nunca llegaron a la metódica, fría y calculada planificación estratégica que unía el exterminio físico total o sustancial del enemigo con la máxima obtención de riqueza a costa suya dentro, todo ello, del mínimo tiempo posible. A diferencia de toda la experiencia habida hasta entonces, incluida la china expresada en la teorización de Sun Tzu, las campañas griegas y romanas causaron verdadero pánico y espanto, terror y paralización mental y física en imperios mucho más grandes acostumbrados a dominar a otros pueblos, y también paralizaron por su sistematicidad conquistadora a alianzas y confederaciones de tribus guerreras que se creían protegidas por grandes ríos, cordilleras y desiertos. Aztecas e Incas fueron derrotados no sólo por las armas de fuego, las espadas y los caballos y perros de presa, y más adelante por las enfermedades, sino sobre todo y además de por la conjunción de todo lo anterior, sobre todo porque tardaron en aprender a utilizar el concepto occidental de guerra, la violencia europea indisolublemente unida a la genocida economía mercantil y luego capitalista.
La burguesía ha desarrollado al máximo la forma clásica de guerra, reforzándola y ampliándola con todos los recursos económicos, políticos, culturales y tecnocientíficos hasta desarrollar la “guerra total”, algo inconcebible en épocas anteriores, incluso para asirios y espartanos. Aun así, la burguesía no ha podido, ni puede, superar el encuadre ideológico representado por la frase Marcio Plauto de “homo homini lupus”. A mitades del siglo XVII Hobbes recuperó este encuadre en su obra Leviatán, para argumentar que el Estado debía ser el árbitro neutral que pusiera orden en la sociedad para que ésta no pereciera al ser despedazada de la lucha entre lobos humanos que se mordían unos a otros impulsados por su egoísmo animal e individualista. Posteriormente, la sociobiología, el socialdarwinismo y el genetismo han intentado demostrar “científicamente” esta interpretación, fracasando siempre, y siempre volviéndolo a intentar. El capitalismo no puede permitir que se descubra que la causa de la guerra y de la violencia radica en la explotación social inseparablemente unida a la propiedad privada de las fuerzas productivas, al plusvalor y a la plusvalía. Para ocultar esta realidad debe seguir aferrándose a ideologías precapitalistas.
La teoría marxista sostiene, por el contrario, que una de las diferencias cualitativas entre el capitalismo y los modos de producción anteriores consiste en que aquél ha impuesto otra realidad social que se pude definir con la expresión: “homo homini mercator”, es decir, “el hombre es un mercader para el hombre”. Este modo de producción ha mercantilizado al ser humano, a la fuerza de trabajo, a la humanidad trabajadora anulando su humanidad y reduciéndola a una mercancía que se compra y se vende. La mercantilización del ser humano es inseparable de la de la naturaleza, ya que el capitalismo debe convertir todo el valor de cambio para acelerar y ampliar la acumulación de capital. Las violencias surgen cuando el capital propietario de la mercancía humana se percata que ésta ha tomado conciencia de su explotación y empieza a erguirse contra el explotador para recuperar su humanidad, para dejar de ser valor de cambio, simple objeto pasivo de compraventa, y pasar a ser sujeto activo que dirige conscientemente su liberación. Conforme la humanidad trabajadora se yergue contra la propiedad burguesa que la deshumaniza y aliena, va sintiendo cómo cada vez más le golpean las violencias del poder, hasta llegar a sufrir verdaderas guerras contrarrevolucionarias destinadas a asegurar que la supervivencia de la propiedad privada.
4.- ALIENACIÓN, FETICHISMO Y VIOLENCIA INVISIBLE
Las violencias opresoras en los modos de producción precapitalistas tenían como función directa y explícita paralizar por el miedo y el pánico a las mujeres, pueblos oprimidos y clases explotadas para que permanecieran pasivas y obedientes, dejándose explotar por miedo a la represión. Las religiones tenían la función de consolarles con otra vida en ultratumba en la que, por fin, vivirían sin sufrimientos, sin hambre ni enfermedades, sin violencias de los ricos. Cuando el miedo al látigo, a la espada y al infierno eterno perdía su eficacia y las personas se sublevaban, entonces los ejércitos bendecidos por los religiosos masacraban las rebeliones. Se predicaba la paciencia sumisa, la obediencia al poder, el rechazo de toda violencia por parte de los explotados porque era “pecado”, mientras que las clases propietarias sí podían y debían usar las violencias porque eran las “representantes de dios en la tierra”. La violencia de las oprimidas y oprimidos era un “pecado” y la violencia de los opresores era un “deber” que tenía que practicarse en momentos precisos, siendo uno de ellos el de derrocar por las armas al “tirano”, es decir, a una fracción del poder que maltrataba a otras fracciones de las clases ricas. El “derecho a la rebelión” era exclusivo de las minorías propietarias mientras que las mayorías explotadas tenían el “deber de la sumisión”.
Manteniéndose lo esencial de este método de terrorismo físico y psicológico, sin embargo el capitalismo introduce una novedad consistente en que la violencia sangrienta y pública pasa a segundo plano, desaparece en la superficie de la “democracia”, apareciendo una ficción, un engaño. Como hemos dicho, el capitalismo ha expropiado de todo a la humanidad trabajadora, se ha quedado con las tierras comunales, con las tierras de los campesinos y las herramientas de los artesanos, con las pequeñas tiendas y con el saber obrero, es decir, la gente trabajadora no tiene nada con la que ganarse la vida de forma independiente; sólo tiene el recurso desesperado de encontrar un patrón que le explote, que le pague un salario por su fuerza de trabajo. Mientras se quedaba con todo y expropiaba a las gentes, el capitalismo iba haciéndoles creer que, sin embargo, eran ya libres e iguales a los empresarios: mientras que éstos tienen las máquinas y el capital porque han sido más listos, han “triunfado en la vida” y en la “lucha de todos contra todos”, los trabajadores, que han perdido en esta lucha en “selva social”, son también libres porque son propietarios de su fuerza de trabajo, de su cuerpo, de modo que pueden negociar con el patrón las condiciones salariales de su contrato laboral.
Si el trabajador oficialmente libre no está de acuerdo con la oferta del empresario libre puede quedarse sin trabajar, en paro, a la espera de otro contrato mejor con otro empresario: ambos son “personas libres” y ambos son “propietarios” con los mismos derechos. El empresario es propietario de las fábricas, del capital, de las infraestructuras, etc., el trabajador es propietario sólo de su cuerpo. La violencia física no interviene en el “contrato social” entre empresario y trabajador, que realizan sus acuerdos utilizando las “leyes neutrales” dictadas por el “parlamento democrático”, aplicadas por la “justicia democrática” y protegidas por el “Estado democrático”. La violencia desaparece de escena y aparece la “negociación social” en la que, como en cualquier negocio, gana el más listo, el más preparado. El triunfador, el burgués, acepta con normalidad su clara ventaja y el proletario acepta su continua mala suerte porque está convencido que se lo merece porque es un fracasado, un derrotado, un ignorante, porque cree que no existe diferencia cualitativa alguna entre un burgués propietario de inmensas riquezas y él, propietario sólo de su agotado cuerpo, y de deudas. Su creencia está reforzada por otras fuerzas psicológicas reaccionarias, irracionales, subjetivas, religiosas, cargadas de miedos y angustias introducidas en su personalidad desde la primera infancia. También está reforzada por la ideología patriarcal, por el racismo y por el nacionalismo burgués e imperialista.
En estas condiciones, es normal que esta “persona libre” vote a la derecha y hasta a la extrema derecha, aunque lo más normal es que vote al reformismo socialdemócrata y a la “izquierda” respetuosa, pacífica e integrada en el capitalismo. El capitalismo logra así ocultar la violencia bruta tras una apariencia de “libre mercado” mientras que, en realidad impone una violencia más sibilina e invisible, y por ello más destructora por cuanto sus efectos crecen sin ser vistos: la violencia de la explotación asalariada, que no existe en la apariencia de la vida normal, pero que destroza la vida real de las clases trabajadoras, de los pueblos oprimidos y de las mujeres. La teoría marxista explica que para comprender la terrible fuerza destructiva de esta violencia asalariada invisible hay que recurrir a realidades también invisibles pero objetivas y materiales como son la alienación y el fetichismo de la mercancía, es decir, situaciones caracterizadas por el hecho de que las personas oprimidas se creen libres cuando en realidad están oprimidas; y creen que las cosas, las mercancías, tienen vida propia y cualidades humanas, mientras que reducen a las personas, y a ellas mismas, a simples cosas sin valor alguno. O sea, invierten la realidad, las causas son vistas como los efectos, los efectos como las causas.
Las violencias en las sociedades precapitalistas aparecían desnudas en su furia, y cubiertas luego por las religiones con los ropajes del pecado y de la virtud del paciente pacifismo pasivo. Pero eran vividas y sentidas como violencias. Sin embargo en el capitalismo las violencias desaparecen bajo la falsa apariencia del “libre mercado”, de la “ciudadanía”, de los “derechos iguales” y de los efectos distorsionadores del fetichismo y de la alienación. Quiere esto decir que en el capitalismo existen más dificultades para descubrir y conocer teóricamente la realidad inmediata de las violencias que en las sociedades precapitalistas, en las que, como hemos visto, éstas estaban presentes sin velos encubridores en la vida diaria, aunque legitimadas por las religiones. Ahora bien, si por una parte es más difícil descubrir teóricamente las violencias que se padecen porque están ocultas por mitos ideológicos, por otra parte, su descubrimiento permite una mayor, más rápida y más profunda radicalidad revolucionaria que en las sociedades en las que las violencias actúan al descubierto. Esta paradoja se explica fácilmente una vez que descubrimos gracias a la teoría marxista que ahora, en el capitalismo, las masas explotadas ya no tienen nada real y material en lo que refugiarse, a lo que huir y escaparse, como eran las tierras comunales, los campos de la familia campesina, las herramientas del artesanado, lo talleres de la pequeña burguesía empobrecida, otros continentes a los que emigrar, etc. Ya no hay escapatoria posible porque todo está privatizado y en poder de la clase burguesa, todo está reducido a simple mercancía, y ya no existe nada en lo que las masas explotadas puedan refugiarse.
En las sociedades precapitalistas siempre quedaba una esperanza de escape y también una esperanza de que el poder, que se presentaba como otorgado por los dioses y a los que debía responder, terminara respetando algunos derechos de las masas trabajadoras, concediendo algunas reformas. En estas sociedades, los poderes monárquicos o republicanos tenían un alo de protección del pueblo llano, de representante y delegado de éste ante los dioses. Pero en el capitalismo, ni siquiera las monarquías tienen ya el poder de antes, estando ahora supeditadas al poder burgués expresado en el parlamento y en el Estado. Por tanto, cuando en el capitalismo la gente explotada toma conciencia de que carece de todo porque todo le ha sido expropiado, de que no tiene nada, de que tiene que construir una sociedad completamente nueva, entonces su radicalismo es total, directo y consciente.
Comprendemos así dos cosas decisivas para entender las violencias en la sociedad burguesa: una, que en ellas cuesta mucho más que en las sociedades anteriores que las clases, pueblos y mujeres tomen conciencia crítica de su situación real; y, otra, que por ello mismo la conciencia política es decisiva e imprescindible, es crucial para esa toma de conciencia crítica. La teoría política aparece aquí como el núcleo del problema porque sólo teóricamente se puede descubrir tanto el funcionamiento de la explotación como, a la vez, el proceso ideológico que lo invisibiliza, que lo oculta a las miradas. Pero hablamos de teoría marxista, es decir, de la dialéctica permanente entre acción y pensamiento, entre mano y mente, entre práctica y teoría, hablamos de la praxis.
5.- VIOLENCIAS, RESISTENCIAS Y CONCIENCIA POLÍTICA
La conciencia política marxista se caracteriza por sintetizar con rigor teórico lo que une e identifica a todas las opresiones, explotaciones y dominaciones, la esencia interna que las cohesiona alrededor de la propiedad privada de las fuerzas productivas. La conciencia política es la visión de conjunto, unitaria y total, que explica teóricamente qué es el capitalismo, cómo y por qué funciona, y para qué actúan sus violencias visibles e invisibles, así como la efectividad de sus medios alienadores, que invierten la realidad presentando el efecto como causa de modo que las gentes se creen libres cuando están oprimidas. Política y teoría van unidas en el método marxista y ambas se remiten siempre a la práctica colectiva e individual, de modo que se establece una interacción entre los problemas diarios, la necesidad de comprender teóricamente sus causas y la toma de conciencia de que solamente con una acción política radical se avanzará en su solución colectiva. La conciencia política sintetiza la teoría y la práctica en la misma acción consciente, precisa de forma muy concreta el primer objetivo decisivo de la lucha revolucionaria: la destrucción del Estado burgués y la creación de un poder popular con un Estado obrero, paso primero para el segundo y realmente decisivo: acabar con la propiedad privada reinstaurando la propiedad comunista de las fuerzas productivas.
La conciencia política marxista es lo opuesto irreconciliable a la política burguesa, es decir, a la política como “profesión” de especialistas en engañar a las gentes en beneficio de la clase opresora. La conciencia política marxista sabe que todo es político, que en cualquier acto, decisión y pensamiento siempre actúa un proyecto político aunque no sea conscientemente asumido. La burguesía, por el contrario, reduce lo político a lo que sus propagandistas denominan “juego parlamentario”, es decir, a las normas impuestas por el poder establecido, ceñidas a unos marcos muy limitados y restrictivos, y que niega sus conexiones directas con el resto de las formas de acción social. En este sentido, la burguesía establece una separación absoluta entre la “política” y la economía, la cultura, etc., y entre la “política” y la vida privada, que a su vez está separada de la vida pública, etc. La tesis de la “neutralidad” encuentra aquí su argumento perfecto: ya que la política es sólo cuestión de políticos “profesionales”, el resto de las personas que no quieren “hacer política”, son “neutrales”, están fuera de la “política”, libres de toda responsabilidad. Por tanto, la “política” es cuestión de los “políticos”.
La conciencia política marxista niega radicalmente este reduccionismo interesado que solo beneficia a la minoría dominante, y explica que todo es político porque todo está relacionado con la explotación capitalista, y muy especialmente las violencias en cualquiera de sus formas de aplicación. No existen personas apolíticas ni neutrales frente a la explotación del trabajo de la infancia, a la prostitución de niñas, a la represión de los derechos humanos, a la tortura, a la reducción de salarios, a la reducción de los servicios públicos y sociales, a la privatización de la sanidad y de la educación, a la destrucción de la naturaleza, etc. No puede haber neutralidad apolítica alguna frente a la violencia opresora e injusta. La conciencia política denuncia el mito de la neutralidad analizando teóricamente en las realidades concretas las conexiones entre todos los componentes de la realidad, entre la explotación asalariada, la dominación patriarcal y la opresión nacional, mostrando cómo hasta las más pequeñas e ínfimas partes de la “vida privada” están condicionadas por la lógica burguesa del máximo beneficio empresarial y por las múltiples y diversas violencias inherentes a dicha lógica.
Las violencias patriarcales son anteriores al capitalismo, pero la burguesía ha sabido integrarlas en su sistema productivo porque la mujer es una muy especial fuerza de trabajo, la única que produce seres humanos, o sea, más fuerza de trabajo, modernos “esclavos asalariados”, a la vez que produce otras cosas, desde el trabajo doméstico, el trabajo sexual, el trabajo educativo, asistencial y sanitario, psicológico, etc., no remunerados ninguno de ellos, hasta el asalariado fuera del domicilio que, además, es bastante peor pagado que el trabajo masculino. Una parte muy considerable de las ganancias del capitalismo mundial provienen directamente del conjunto de trabajos que realizan las mujeres, la mayor parte de ellos no remunerados porque no entran en el sistema salarial, sino que son “privados”. Otras dos aportaciones fundamentales al sostenimiento del sistema burgués son, uno, el trabajo educativo y formativo de la primera infancia, inculcando obediencia en la mayoría de los casos; y otro, el trabajo de aliviadero y descarga psicológica, emocional, sexual y afectiva de las frustraciones, malos genios, agresividades y violencias, fracasos e impotencias sexuales de los hombres de la casa, del entorno de amistades y del trabajo.
Son incalculables los beneficios económicos, políticos, culturales, y de orden e integración en el sistema establecido, que obtiene tanto el capitalismo en su conjunto como los hombres concretos que oprimen, explotan y dominan a “sus” mujeres en sus casas, sus trabajos, sus relaciones personales. Las violencias múltiples que padecen las mujeres tienen como objetivo garantizar la vida del sistema patriarco-burgués en su esencia irrenunciable: explotar su fuerza de trabajo psicosomática y sexo-económica de la mujer convertida en una mercancía única. La apropiación privada masculina de la mujer opera al doble e integrado nivel de lo general, del capitalismo, y de lo particular, del marido, del esposo, del padre, del amigo, etc., fusionadas ambas en la lógica del beneficio material y simbólico que se extrae de las mujeres. El sistema patriarco-burgués ha desarrollado una densa red de medios de control, vigilancia y represión que abarcan la totalidad de la vida de las mujeres, para evitar sus resistencias o minimizar sus efectos negativos sobre la tasa media de beneficios que obtiene con su explotación. Las violencias preventivas o activas, incluidas el terrorismo afectivo, la violación y el asesinato, más frecuentes de lo que sospechamos, se incrementan y entran en acción de manera progresiva conforme aumentan las resistencias de las mujeres.
Por resistencias de las mujeres debemos entender todo comportamiento que debilitan las opresiones que padecen, que aumentan su autoestima y su conciencia, sus libertades y su felicidad, y que reducen las injusticias que sufren. Las resistencias van desde la negativa a mantener relaciones sexuales no deseadas, impuestas, hasta el divorcio y el aborto, pasando por múltiples acciones cotidianas para ampliar todas las libertades concretas, desde las sexuales hasta las culturales pasando por las laborales y sindicales. Pero la fundamental decisión, la que permite dar el salto de la resistencia individualizada a la lucha colectiva por una sociedad no patriarcal ni burguesa es la lucha colectiva contra la violencia machista y contra la reducción de la mujer a simple propiedad del hombre. Estas dos luchas se fusionan en una sola: la del poder organizado de la mujer trabajadora como determinante dentro del poder obrero y popular. Un poder organizado que debe combatir directamente las violencias y abusos, restricciones y ataques crecientes del patriarcado, pero también dentro mismo de las izquierdas revolucionarias, en los círculos, sindicatos, organizaciones y partidos revolucionarios.
Las violencias que sufren los pueblos y naciones ocupadas responden, en síntesis, a la misma lógica del beneficio privado que explota a las mujeres, pero con las formas y contenidos marcados por las realidades nacionales. De hecho, como hemos visto antes, la opresión de las mujeres y de los pueblos es anterior al capitalismo y responde al mismo objetivo de expropiarles el producto de su trabajo, sus recursos y sus capacidades culturales. Lo específico de la opresión nacional es que también machaca a los hombres del pueblo invadido o sometido a tributos durísimos bajo amenaza de invasión exterminadora. Machaca a la población entera, y parcialmente, en menor o mayor caso según las situaciones, a las clases ricas colaboracionistas con el invasor. Con la primera fase expansiva del capitalismo, la colonialista y comercial, los pueblos empezaron a sufrir agresiones económicas basadas en el intercambio desigual, agresiones militares destinadas a expropiarles sus recursos y ha esclavizar a sus poblaciones, agresiones lingüístico-culturales y religiosas destinadas a destruir su identidad y sus capacidades defensivas, y agresiones biológicas por la llegada de nuevas enfermedades, efecto pasó a ser rápidamente un arma biológica de exterminio masivo premeditadamente empleada por los europeos.
Con la fase imperialista se multiplicaron estas explotaciones, añadiéndoseles las del pago de la mal denominada “deuda externa” y las del saqueo sistemático de los recursos energéticos y de los materiales estratégicos. La fase actual del imperialismo definitivamente mundializado ha añadido un componente nuevo y definitivo a la expoliación: la privatización de la vida, del código genético de los pueblos y de la naturaleza, el expolio planificado del saber acumulado, de su inteligencia y de sus facultades intelectuales. Además de las ganancias inmensas que el capitalismo ha extraído y extrae de los pueblos oprimidos, hay tres grandes beneficios que no podemos olvidar: uno, la esclavitud de millones de personas, tanto en los siglos XV-XIX, como en la actualidad, trabajo esclavo que está adquiriendo muchas formas nuevas y que rinden inconmensurables ganancias, incluidas las sexuales; dos, grandes espacios geográficos a los que llevar a la población sobrante en Europa, aliviando mucho los peligros de estallidos sociales por la superpoblación hambrienta y explotada al máximo, así como por el debilitamiento de los grupos reformistas y radicales que tenían que huir a otros continentes escapando de la represión europea; y tres, el reforzamiento del nacionalismo burgués imperialista, de la cohesión nacional interna que ello propicia, de la corrupción de sectores políticos y sindicales con parte de las ganancias obtenidas por la opresión nacional.
Es por esto que las violencias que el capitalismo nacionalmente opresor lanza contra los pueblos que explota son de una brutalidad extrema cuando éstos se sublevan, una ferocidad sólo superada por la que sufren las mujeres. Más aún, son las mujeres independentistas de los pueblos oprimidos, las que se han sumado a la lucha de liberación, las que padecen los peores castigos, las torturas especiales, las vejaciones más patriarcales y racistas por parte del invasor. De igual modo, la nación ocupada es tratada como una mujer vencida, su población masculina es simbólicamente feminizada cuando no materialmente, cuando sus resistentes son violados en las torturas y cárceles por el invasor, que asume los valores machistas más reaccionarios y criminales. Las naciones derrotadas son consideradas como propiedad exclusiva del Estado invasor, que las trata como simples fuerzas productivas que hay que explotar hasta el agotamiento, como sociedades atrasadas e incultas que deben ser educadas en la cultura invasora, etc. Por esto, apenas son toleradas sus luchas excepto cuando así se consigue una división interna en la resistencia, integrando como colaboracionistas a un sector.
Por último, las violencias que padecen las clases trabajadoras son las más estudiadas de todas las existentes, así que vamos a dedicarle ahora poco espacio, excepto el necesario para mostrar cómo, en esencia, el capitalismo también sostiene que el producto del trabajo de la clase obrera es propiedad suya. Mientras que la expropiación del trabajo de las mujeres y de los pueblos ocupados, de sus recursos y de sus excedentes acumulados, se realiza más que todo por la violencia amenazante que asegura el saqueo y expolio, menos aquellas partes que se obtienen mediante el trabajo asalariado. En la explotación capitalista de la fuerza de trabajo, el obrero cree que debe entregar al empresario el producto de su trabajo porque, según dice el contrato, éste lo ha comprado mediante un salario. Según la apariencia y la ideología, se trata, como hemos visto, de un “contrato laboral entre personas libres e iguales”, personas, “ciudadanos” que son poseedores de bienes diferentes pero que se necesitan mutuamente: el capital y el trabajo. El capital, las máquinas y los materiales, etc., los aporta el empresario, y el trabajador aporta su fuerza de trabajo pagada con un salario, y al final debe aceptar que el producto de su trabajo se lo quede el empresario ya que lo ha comprado antes, o sea, es ya una propiedad privada suya, como las fábricas y el capital.
Esta peculiaridad del capitalismo que hace que las violencias descarnadas “desaparezcan” de la realidad, como hemos explicado, permite a la burguesía disponer de otros instrumentos de integración, orden y coerción, más efectivos al comienzo que la estricta violencia. Sin embargo, cuando la clase obrera toma conciencia política de su explotación mediante el estudio de la teoría marxista de la plusvalía, y pasa a exigir la destrucción del Estado burgués para avanzar mediante el Estado obrero hacia la propiedad comunista de las fuerzas productivas, entonces, a lo largo del proceso de lucha de clases en ascenso, la burguesía no duda en aplicar diversas violencias a cada cual más dura y salvaje, hasta llegar a la máxima, a la dictadura contrarrevolucionaria, fascista o militarista, según los casos, si es que no las ha derrotado con anterioridad.
6.- CONCIENCIA POLÍTICA, ESPONTANEIDAD Y ORGANIZACIÓN
El socialismo y en especial el marxismo han comprendido desde sus orígenes la necesidad de articular e interrelacionar las formas de luchas inventadas por las mases explotadas. No se ha tratado de un descubrimiento teórico caído del cielo, sino de una síntesis crítica de las experiencias prácticas de las luchas sociales, con sus victorias y derrotas. Decimos que se trata de formas de lucha inventadas por las masas porque sencillamente es así. Fueron éstas las que, antes de existir el marxismo y antes de que el socialismo estuviera mínimamente asentado, ya habían desarrollado experiencias prácticas sorprendentes, cuya memoria ha sobrevivido difuminada y tergiversada por la historiografía burguesa pero que desde hace unas década empieza a ser recuperada en la medida de lo posible. Un ejemplo brillante de la capacidad creativa de las clases explotadas, de las naciones oprimidas, de las mujeres en lucha, etc., lo tenemos en el proceso revolucionario bolchevique que culminó en 1917 pero que ya con mucha anterioridad, en 1906 por citar un solo referente, enseñó a los bolcheviques por boca de Lenin que el marxismo aprende y mejora su teoría de la guerra, de la guerrilla, de la violencia revolucionaria, etc., de la inventiva creadora de las masas en acción.
Lla teoría surge después de las experiencias de las masas, después de la suficiente acumulación de datos objetivos que existen al margen de la subjetividad de las organizaciones que las sintetizan en el nivel teórico. Marx era el primer en asumir la importancia central de la evolución de las contradicciones objetivas para elaborar después la teoría revolucionaria, y de hecho, esperó a que se desarrollasen todos los efectos de la crisis capitalista para terminar de redactar uno de los capítulos de su obra magna: El Capital. Ahora bien, la prioridad de la práctica no anula la importancia de la teoría, al contrario, enseña que, en un segundo momento del mismo proceso revolucionario, la teoría se adelanta a la práctica y la dirige en base a los conocimientos extraídos de la misma práctica. Dicho dialécticamente, siempre hay una interacción permanente entre ambos, una unión procesual entre mano y mente, práctica y teoría que oscila según los casos pero que se muestra decisiva en su síntesis teórica en los momentos de crisis estructural, cuando hay que echar la mirada crítica a las prácticas anteriores para confirmar la corrección de la teoría revolucionaria y, por tanto, para aplicar la teoría en el momento crucial.
Si esta dialéctica de la praxis es decisiva en todo momento, lo es aún más en las resistencias y luchas que van radicalizándose política y teóricamente, que van respondiendo a las violencias represivas con otras movilizaciones y hasta con acciones defensivas más directamente políticas, aunque sean tácticas y transitorias, supeditadas a la conquista de derechos básicos prohibidos por el poder dominante, como derechos sindicales, políticos, de libre expresión y asociación, de autodeterminación de los pueblos, etc. Además, la importancia de la teoría se multiplica en las luchas que se enfrentan contra creencias y prejuicios irracionales, arraigados en lo más profundo de la personalidad colectiva, y anclados en el egoísmo individualista más reaccionario. Por ejemplo, la teoría es vital para enseñar a los hombres que el patriarcado es un peligro mortal para la emancipación humana, aunque esos hombres extraigan beneficios de todas clases con la explotación de sus mujeres. Otro tanto sucede con la opresión nacional y con la lucha contra el nacionalismo opresor e imperialista porque se trata de argumentar con rigor lógico e histórico que ningún pueblo será libre mientras siga oprimiendo nacionalmente a otro u otros pueblos.
La naturaleza teórica de la política y política de la teoría permite comprender desde su mismo interior los procesos de surgimiento, acercamiento e interacción de las luchas que nacen separadas unas de otras, incomunicadas entre sí casi siempre sobre todo si no existen en su interior grupos que las coordinen entre sí. Sea en el marco de la opresión patriarca, de la nacional o de la clasista, las resistencias y luchas tienden a nacer de una forma tal en la que prima más lo espontáneo que lo organizativo. Una vez más tenemos que recurrir a la dialéctica entre espontaneidad y organización para estudiar la aparición de las luchas sociales. Al principio, como decimos, prima más el polo espontáneo que el organizativo en esa dialéctica, pero incluso dentro de la espontaneidad más pura siempre late un pequeño rescoldo de memoria, de recuerdos y de lecciones de luchas pasadas, memoria que se mantiene mal que bien en la cultura popular.
La experiencia en las Américas confirma esta lección mundial, demostrando cómo los pueblos autóctonos mantenían partes de sus memorias de lucha adaptándolas a las nuevas condiciones de explotación; cómo las esclavas y esclavos traídos de África conservaban y adaptaban muchas de sus tradiciones de resistencia al nuevo entorno, siendo capaces de crear espacios geográficos liberados de la explotación blanca; y cómo, por último, la nueva clase obrera, además de crear sus propias forma de lucha, también reprodujo muchas de las que había traído la inmigración popular europea, desarrollándolas, así como incluso adaptó algunas formas comunitarias y asamblearias típicas de las luchas precapitalistas de los pueblos autóctonos. La experiencia en las Américas confirma y es confirmada por la experiencia en el inmenso imperio zarista, a la que nos hemos referido; o por las lecciones de las luchas obreras y campesinas en la extensa y superpoblada Asia con sus luchas de liberación nacional contra poderosos imperios explotadores, por no extender nuestro análisis a África. Igualmente pueblos pequeños como Euskal Herria o Irlanda, en el seno del euroimperialismo, muestran en esencia lo mismo.
En las resistencias de las mujeres hay que añadir factores muy específicos que debemos tener en cuenta porque dificultan en extremo la posibilidad de autoorganización de las mujeres para resistir mejor; pero las investigaciones feministas están demostrando cómo existe en mal el denominado “mundo femenino” un conjunto de vías de comunicación de experiencias, de formas de superar las severas trabas que impone el patriarcado y que limitan mucho la capacidad de las mujeres para reunirse y pensar entre ellas mismas. El patriarcado dedica especial atención a vigilar, controlar y reprimir la independencia de las mujeres, que coincidan en las calles y plazas, que se reúnan entre ellas y que piense de forma conjunta, pero el acceso de las mujeres a la calle y al mercado, a la escuela y universidad, y fundamental a los talleres, fábricas y lugares de trabajo asalariado, todo esto permite que entre ellas circulen toda serie de memorias y experiencias de luchas domésticas, en los barrios, en los trabajos, etc. Pero incluso cuando estas posibilidades crecientes de independencia de las mujeres están muy cernadas o no existen, incluso entonces las mujeres han sabido crear espacios y canales de contacto.
La participación de las mujeres en las luchas sociales, populares y obreras, en las luchas nacionales, culturales e identitarias, además de en las de su propia emancipación directa, ha sido mayor de lo que admite la historiografía patriarcal. Muchas tradiciones orales y escritas, muchos mitos originarios y religiones mantienen referencias directas o indirectas al papel de las mujeres, a sus resistencias al avance y victoria del sistema patriarcal. Son referencias denigratorias, insultantes, condenatorias, destinadas a justificar su marginación y represión, pero el sólo hecho de que están ahí indica que las resistencias de las mujeres fueron mayores de lo admitido. También hay cada vez más investigaciones críticas que confirman el papel de las mujeres en la preparación de luchas, huelgas, manifestaciones, insurrecciones, rebeliones, guerrillas y guerras, y en la clandestinidad.
Pero es en las luchas populares y obreras en donde mejor se aprecia la dialéctica entre la espontaneidad y la organización, y cómo en el polo de la espontaneidad siempre hay una parte de experiencia organizativa. Una de las obsesiones de las burguesías de los países con larga historia de lucha de clases es precisamente la de borrar definitivamente, para siempre, todo rescoldo de memoria social, de memoria de luchas pasadas, de métodos organizativos del pasado que garantizaron victorias duraderas. No hace falta decir que el reformismo político y sindical ayuda incondicionalmente a la burguesía en esa especie de lobotomía social. Se trata de una campaña de amnesia que debe durar como mínimo dos generaciones para lograr jubilar o expulsar a los obreros más veteranos sustituyéndolos por otros jóvenes sin experiencia, sin memoria y sin conciencia teórico-política. Aún así, restos de memoria colectiva de lucha y de métodos de autoorganización sobreviven en la medida en que la mantengan viva organizaciones políticas y sindicales revolucionarias, uno de cuyos fines es precisamente ese, el de impedir que triunfe la amnesia capitalista.
La fuerza desorganizada de la espontaneidad por un lado, y por otro la necesidad de una conciencia política organizada en base a un conocimiento teórico, ambos polos de la dialéctica entre espontaneidad y organización, aparecen claramente al descubierto cuando las luchas van superando las primeras fases y entrar ya en niveles de autodefensa, de resistencia activa a la represión, de reivindicaciones que exigen tácticas no meramente defensivas sino acciones que se orientan ya al corazón y al cerebro del poder capitalista en su núcleo duro, la propiedad privada y el Estado burgués. La espontaneidad sola, sin guía teórica y política, muestra en estos momentos todas sus limitaciones y sus riesgos, ya que tiende a lanzarse a ciegas contra un enemigo frío y metódico, con muy superiores medios destructivos. Pese a su heroísmo y entrega, la espontaneidad está muy seguramente condenada a la derrota y tal vez a la masacre porque no se ha detenido a pensar cómo proceder, qué objetivos ponerse, cómo aglutinar fuerzas para tener más posibilidades de triunfo y qué hacer en caso de derrota de tal modo que la lucha continúe y no desaparezca.
La espontaneidad cegada por la rabia y la justa ira provocadas por la injusticia insufrible, apenas presta atención a los consejos que aporta la conciencia política y teórica, y bastantes veces la espontaneidad enfurecida denuncia sin razón como “blandos” y “miedosos”, cuando no como “reformistas”, “vendidos” o “dirigistas” y “burócratas”, etc., a quienes aconsejan más preparación y planificación antes de lanzarse a la lucha como quien salta de un avión sin paracaídas. La vida individual y colectiva rebosa amargas derrotas de personas y grupos que se han precipitado en sus resistencias contra la opresión que padecen al no tener en cuenta las relaciones de fuerzas adversas que benefician a los opresores. Las luchas vecinales, populares y obreras, estudiantiles y universitarias, etc., que carecen de estructuras organizativas internas que aporten perspectiva a medio y largo plazo, son especialmente propensas al espontaneísmo valiente pero vencido antes de iniciar la lucha.
Mujeres denunciadas por sus maridos explotadores al encontrar éstos que pueden reforzar su poder patriarcal denunciando el comportamiento de “su” mujer porque se lo permite la ley machista; obreras y obreros que han respondido individualmente a una injusticia que sufren sin buscar ayuda en ningún lado y que son presas fáciles de la ley del sistema patriarco-burgués; grupos de todo tipo que, con buena intención, comienzas acciones de protesta desconociendo el contexto represivo y se quedan solos e indefensos ante la ley burguesa; obreros de una empresa que se lanzan a la huelga sin haber preparado fondos de resistencia, ayudas solidarias, acciones judiciales, etc., y que son vencidos por la patronal; sublevaciones desesperadas en barrios y pueblos hambrientos que no reciben apoyo de otras barriadas circundantes siendo aplastados; insurrecciones revolucionarias mal preparadas, descubiertas por las fuerzas represivas, desunidas y que son pasto de las ametralladoras; y, por no extendernos, luchar guerrilleras que basadas más en el voluntarismo subjetivo que en la planificación objetiva…, estas y otras muchas experiencias derrotadas piden a gritos la ayuda de la conciencia política y teórica.
Una de las tareas permanentes de las organizaciones revolucionarias es la de aportar esta ayuda sin ninguna contrapartida sectaria y dirigista. Más aún, la ayuda sólo puede darse con visos de efectividad si previamente la militancia de esas organizaciones se ha ganado con su coherencia diaria, con la solidez contrastada de sus análisis, teorías y propuestas la legitimidad y la credibilidad dentro de las masas en lucha. La mejor pedagogía es el ejemplo, dijo Che Guevara, y solamente la paciencia en la lucha común puede demostrar a las personas oprimidas que la militancia revolucionaria, la preparación teórica y la conciencia política son imprescindibles para evitar la derrota y obtener el triunfo.
7.- CONCIENCIA POLÍTICA E INTERRELACION DE LUCHAS
Trabajando en el seno de las masas, las organizaciones revolucionarias de enfrentan a varias urgencias en lo que toca a la concienciación desde la base, en el interior de las clases explotadas. Una de ellas es cómo explicar de forma asequible y comprensible qué es el marxismo y por qué hay que estudiarlo. Otra es cómo mostrar que por debajo de cualquier opresión diferente y concreta existe un hilo rojo que la une a las demás opresiones y que tanto el internacionalismo socialista como el apoyo a los pueblos nacionalmente oprimidos, ambos principios, están unidos precisamente por la existencia de un enemigo común a escala mundial, la burguesía, pero que se presenta con ropas diferentes en cada país. Tampoco tenemos que olvidar la necesidad de explicar a los obreros y explotados no sólo la existencia de la opresión patriarcal, sino el hecho de que ellos son también, en cuanto hombres, agentes conscientes o inconscientes de esa explotación de la mujer en sus propias casas, en el trabajo y hasta en la vida sindical, política, cultural, etc.
Podemos seguir poniendo más casos pero ahora mismo el que nos interesa es el de la necesidad que acucia a las organizaciones revolucionarias por poner en relación, conectar e interrelacionar todas las formas de lucha que se realizan. De hecho, este objetivo aparece expuesto en el Manifiesto Comunista redactado por Marx y Engels en 1848 cuando afirman que los comunistas participan junto con demócratas, socialistas y otros grupos en cualquier lucha contra cualquier opresión, pero continúan diciendo que los comunistas se diferencian del resto porque en todas las luchas ponen el acento en el problema de la propiedad privada. Es decir, desde el origen del marxismo, las organizaciones comunistas luchan por demostrar que la piedra basal o el punto de vértice de cualquier injusticia radican en la existencia de la propiedad privada de las fuerzas productivas. Y la primera fuerza productiva es la especie humana, en concreto las mujeres, los pueblos y las clases trabajadoras, en síntesis, la humanidad trabajadora explotada por la clase capitalista.
La interrelación de las resistencias y de las luchas se sustenta en el hecho objetivo de que todas ellas, al final del análisis concreto de sus peculiaridades, nos remiten a la dominación burguesa. Por ejemplo, la lucha contra la catástrofe medioambiental y ecológica, que los reformistas presentan como simple problema que se soluciona con un “cambio de desarrollo”, nos remite sin embargo a la necesidad que tiene el capitalismo de privatizar la naturaleza, sus recursos, convertirlos en valores de cambio y en mercancías, y agotarlos, destruyendo así la reproducción de la vida y de los pueblos. En última instancia es un problema político, que no sólo económico o de “desarrollo”, porque nos conduce a la cuestión del poder tanto de las transnacionales, de los Estados, de las instituciones imperialistas, como de las débiles y corruptas burguesías de los países empobrecidos que venden sus pueblos y recursos al imperialismo. Otras realidades sangrantes e inhumanas como son la salud mundial, las hambrunas y la industrialización de los agrocombustibles, la industria político-mediática y cultural, etc., todos ellos nos remiten de forma ineluctable al problema crucial del poder en su doble vertiente interrelacionada: el poder que otorga la propiedad privada de las fuerzas productivas y el poder del Estado burgués con sus medios de violencia material y simbólica.
La correcta interrelación de las formas de lucha exige, por lo tanto, de la compaginación de sucesivos pasos prácticos y teóricos que pueden presentarse con diferente orden e interacción en los conflictos particulares, pero que aquí presentamos en su orden lógico: primero, legitimidad y credibilidad de las organizaciones revolucionarias dentro de las masas para influir en la dirección de las tendencias espontáneas, lo que exige una preparación teórica y política; segundo, una ramificación extensa de las organizaciones para que estén presentes en todas las problemáticas existentes, especialmente en la opresión de la mujer y en las opresiones nacionales; tercero, una estrecha conexión de las organizaciones con las fuerzas sindicales, culturales, barriales y vecinales, estudiantiles y universitarias, grupos y movimientos populares y sociales de todo tipo; cuarto, que las organizaciones revolucionarias dediquen también atención a los problemas de la pequeña burguesía arruinada, de las llamadas “clases medias”, trabajadores autónomos y autoempleados, capas de intelectuales asalariados, es decir, esas complejas franjas sociales ya analizadas antes que nadie por Marx en sus escritos, que siendo asalariadas muchas de ellas creen no serlo, contradicción que les convierte en muy fácilmente manipulables por la burguesía más reaccionaria; y quinto, las organizaciones revolucionarias deben prestar un esfuerzo especial tanto a contrarrestar los métodos de alienación, propaganda y manipulación burguesa como a desarrollar sus propios medios de concienciación crítica, de debate teórico y de recuperación de la memoria de lucha y de resistencia de las clases explotadas, orientados a desarrollar un sentimiento nacional proletario e internacionalista, irreconciliable con el nacionalismo imperialista de su burguesía.
Durante estos procesos, que toman ritmos diferentes explicados por la ley del desarrollo desigual y combinado, la interrelación de las luchas ha de analizar siempre con rigor objetivo cuatro problemas cruciales que se reiteran a lo largo de toda la historia de la lucha entre la humanidad trabajadora y el capitalismo: uno, la fuerza de la ideología burguesa dentro de las masas en lo relacionado con el individualismo egoísta e insolidario, con el mito del pacifismo y del parlamentarismo, y con el machismo, el nacionalismo imperialista y el racismo; dos, los efectos reforzadores de esta ideología que pueden tener luchas propias o ajenas mal planteadas, precipitadas y no explicadas con antelación, luchas que por estas u otras fallas, además de terminar en derrota, permiten a la burguesía reforzar su ideología entre las masas, amedrentarlas, dividirlas y desprestigiar a las organizaciones revolucionarias; tres, el nivel de solidaridad con otras luchas más avanzadas que existe dentro de las partes menos avanzadas del movimiento obrero y popular, nivel que mide el desarrollo de la conciencia de clase y que es decisivo para seguir avanzando o, en caso de derrota, para recuperarse cuanto antes mediante la solidaridad de compañeras y compañeros; y cuarto, el nivel y gravedad de las divisiones internas dentro de la clase trabajadora, en las fábricas, etc., buscando que las diferencias tácticas entre las organizaciones revolucionarias debiliten lo menos posible la unidad de objetivos y de lucha del movimiento obrero y popular, potenciando lo que une al pueblo trabajador y reservando lo que separa a las organizaciones a espacios más restringidos de debate interorganizativo.
Los cuatro problemas aquí expuestos, además de otros menores, frenan mucho la eficacia de la unidad de los objetivos y la interrelación de las luchas necesarias para alcanzarlos. Las organizaciones revolucionarias deben oponer medidas concretas a cada uno de los problemas. Al de la ideología burguesa han de enfrentar la paciente y sistemática concienciación realizada dentro mismo de los problemas diarios, cotidianos, mostrando cómo la ideología burguesa es objetivamente reaccionaria y falsa y cómo sólo la acción consciente y crítica puede acabar con la explotación. A los riegos del aventurerismo y del espontaneísmo adelantados al nivel medio de la conciencia de las masas, debe enfrentar siempre mediante el debate abierto y sólido la explicación del principio de que toda lucha que implique represión exige de una tarea organizativa especial, diferente al resto, una tarea que el marxismo desarrolla en su teoría de la violencia. A los bajos niveles de solidaridad y a la indiferencia ante los demás, deben oponérsele la lista inacabable de efectos desastrosos para toda la clase obrera en su conjunto provocados por la insolidaridad; y a las disputas sectarias e infantiles entre organizaciones que rompen la unidad básica del movimiento obrero y popular debe oponérsele la pedagogía de la unidad de la clase y, a la vez, la creación de canales internos entre las organizaciones para resolver esas tensiones afectando lo menos posible a la unidad del pueblo trabajador.
Como se aprecia fácilmente, estas cuestiones nos remiten siempre a la preparación teórica y a la conciencia política de la militancia organizada que actúa dentro de la humanidad explotada. Sin la preparación teórica suficiente es imposible comprender por qué todas las diferencias a primera vista enormes, insalvables, van acortándose hasta desaparecer una vez que descubrimos que la sociedad capitalista vive y está estructurada por y para la explotación, y que ésta nos remite siempre a la propiedad privada y al Estado. Sin la conciencia política es imposible entender que la única salida de cualquier opresión es la de unirse al resto de luchas para aunar fuerzas revolucionarias que proclamen bien alto que su objetivo es destruir el Estado capitalista y la propiedad privada burguesa. Sin la dialéctica entre teoría y política es imposible entenderlas a ambas e imposible también reforzar, acelerar y ampliar la interacción de las luchas hasta construir un imparable movimiento revolucionario.
8.- TEORIA MARXISTA DE LAS VIOLENCIAS (I)
Hablamos de violencias, en plural, porque es necesario marcar la insalvable distancia que separa la violencia opresora de la violencia oprimida, y porque después de esta primera y decisiva precisión hay que reconocer la existencia de muchas violencias diferentes en sus formas dentro de cada una de las dos violencias generales enfrentadas. Pero antes de seguir debemos aclarar algunos conceptos. La diferencia cualitativa entre las violencias opresoras y las violencias oprimidas radica en el concepto de explotación de la fuerza de trabajo, concepto clave en el marxismo pero rechazado frontalmente por la ideología burguesa en cualquiera de sus ramas, desde la ética y moral, hasta la económica, sociológica, filosófica, etc.
La explotación es el proceso por el cual un colectivo o persona extrae una ganancia, un beneficio de otra persona o colectivo, ganancia que puede ser, y es, de muchas clases además de estrictamente económica. La explotación también se aplica para impedir que descienda el fruto de la explotación, para detener su caída o retroceso como efecto de la lucha liberadora del colectivo o persona explotada. La explotación va unida a la opresión y a la dominación: la segunda, la opresión, se caracteriza por recurrir más abierta y asiduamente a la violencia física porque busca imponer la ley del explotador con métodos director y hasta brutales; la dominación se mueve más que todo en el ámbito cultural, ideológico, emocional, debilitando la conciencia crítica de las personas, su capacidad de estudiar y comprender la explotación y opresión que sufren y aceptándolas como “normales”, “eternas”, “castigo divino”, etc. La dominación aplica generalmente la violencia psicológica, lingüístico-cultural, afectiva y emotiva. Las tres prácticas giran siempre alrededor del beneficio o ganancia material y moral que obtiene una parte de la población a costa de otra parte de la población, o una persona a costa de otra u otras.
Una violencia opresora es la paliza que el marido propina a la mujer, y otra violencia opresora diferente en la forma es el maltrato psicológico y emocional denominado violencia psicológica, por no hablar de la violencia físico-sexual inherente a la violación, etc. Todas ellas son violencia y tienen el objetivo de asegurarle al hombre que siga obteniendo los beneficios de todo tipo que extrae de la explotación global de “su” mujer, a la que considera como “su” propiedad privada. La misma lógica podemos y debemos aplicar al resto de violencias explotadoras, sean como sean.
Sin embargo, a las violencias defensivas, las ejercidas por las víctimas de la opresión para librarse de ella, no podemos aplicarles la misma definición. Siendo cierto que, como toda violencia, recurren a la fuerza y a la amenaza e intimidación preventiva, no tienen el mismo contenido que las violencias que aseguran la dominación. Las violencias defensivas se caracterizan porque responden a una violencia opresora anterior, fundante y estructurante de la realidad injusta. Las violencias defensivas pueden ser atacantes, tomar la iniciativa, adelantarse al golpe represivo, pueden y deben hacerlo cuando sea necesario, y por eso llegan a tener una forma ofensiva, es decir, aplican el principio militar de que a veces “la mejor defensa es un buen ataque”. Incontables ejemplos confirman lo dicho, veamos uno de entre los millares que existen y que tiene la ventaja de remitirnos a una época muy antigua en la historia de los pueblos de lo que hoy es América: las imponentes obras públicas de los olmecas eran construidas con enormes piedras de basalto trasladadas desde canteras situadas a más de 80 kilómetros de distancia, lo que suponía un enorme consumo de fuerza de trabajo. M. Harris ha escrito en su texto “Nuestra espacie” (Alianza Editorial 2004) que: “Hacia el año 400 a. C. aconteció un desastre: grupos desconocidos hicieron pedazos los monolitos, derribaron las cabezas de piedra y desfiguraron y enterraron los altares de piedra. ¿Qué conmemoran estas profanaciones? Probablemente, sublevaciones de plebeyos decididos a impedir una mayor concentración de poder y que preferían vivir sin sus reyezuelos y sin acceso a las tierras de las represas a estar sometidos a las crecientes exigencias de mano de obra y de tributos”.
Es posible que hubiera habido violencias defensivas anteriores, pero la sublevación olmeca muestra cómo las masas trabajadoras explotadas estaban dispuestas a realizar grandes sacrificios para librarse del poder explotador, de los reyezuelos que les obligaban a realizar muy duros trabajos. No nos supone mucho esfuerzo intelectual avanzar del -400 al 1780, es decir, alrededor de 2.180 años para descubrir la línea roja que conecta aquella sublevación con la de las naciones indias dirigida por Túpac Amaru II. El pueblo olmeca se levantó contra una casta dirigente, los reyezuelos, de su propio país, pero enfrentándose a la injusticia tal como se expresaba en un modo de producción que ya avanzaba en la escisión social interna aunque todavía ésta no era totalmente clasista. Los pueblos indios se sublevaron contra el ocupante español ayudado por la Iglesia y buena parte de las clases criollas propietarias, que a los años iniciarían su propia sublevación contra el reino de España. Pero ambas fueron violencias defensivas contra una violencia opresora anterior, al igual que, a otra escala cuantitativa que no cualitativa, también es violencia defensiva la advertencia furiosa de una obrera al patrón que la manosea y veja sexualmente, advirtiéndole que no siga haciéndolo, advertencia que el patrón entenderá como un acto de violencia amenazante. Entre estos dos momentos de un proceso tan largo como la misma opresión, se producen infinidad de otras respuestas defensivas que van desde grados supremos de colectiva violencia física hasta toda serie de actos individuales de advertencia que pasan desapercibidos excepto para los explotadores, opresores y dominadores a los que van destinados.
La vida cotidiana de las gentes explotadas está llena de microresistencias a los micropoderes que les sojuzgan por todas partes, desde el autoritarismo de la familia patriarco-burguesa, aunque en realidad sea una familia obrera, hasta las jornadas de trabajo asalariado, pasando por las prohibiciones de todo tipo, por la obligaciones impuestas por el Estado para beneficiar a la clase dominante –impuestos directos e indirectos, declaración de la renta, tasas y pagos obligados por cualquier trámite, etc.–, las represiones sexuales y, en general, la estructura entera por la que la minoritaria clase propietaria de las fuerzas productivas extrae ingentes beneficios de la mayoritaria clase social que solamente tiene su fuerza de trabajo, o clase trabajadora. Lo que ocurre es que el grueso de las microresistencias se activan de manera inconscientes o subconsciente, y casi siempre de forma individual o por pocas personas, mientras que los agentes que aplican las violencias de los micropoderes lo hacen de forma consciente y premeditada, por lo general. Esto explica que las microrresistencias partan ya de una clara desventaja frente a los micropoderes cotidianos.
La dinámica que conexiona las microresistencias con otras formas de resistencia y de lucha ya más extensas, coordinadas y conscientes, con objetivos más precisos, tiende a actuar en todo momento por la simple razón de que existe objetivamente una estructura social de explotación. O sea, tarde o temprano, las personas individuales que sufren violencias opresoras cotidianas entran en contacto con otras personas en las mismas condiciones, en la vecindad, mercados y tiendas, fiestas colectivas, trabajos, escuelas, hospitales y servicios públicos, etc., de modo que tarde o temprano se establece una comunicación que puede facilitar una inicial duda y sospecha de la personal individual en el sentido de que ella no está sola, no es la única que padece esas vejaciones, que hay muchas más personas en su misma situación. De esta inicial duda o sospecha a la certidumbre de que efectivamente son muchas las personas en su misma situación, hay todo un proceso de concienciación que depende de múltiples factores, siendo uno muy importante el que esa persona amplíe sus relaciones, sus contactos y relaciones personales, sus conversaciones y lecturas, y otra igualmente importante es que conozca a militantes comunistas que le aporten conciencia política y razones teóricas.
Si en los momentos de sospechas y dudas la persona o colectivo que las tienen no encuentran una respuesta, no logran entender qué les está sucediendo y por qué, es probable que se desanimen y se resignen a su suerte, y, ya en este agujero, es probable que muchas de esas personas giren hacia ideas conservadoras, reaccionarias, racistas, hacia un dirigente o líder carismático, un presidente populista de extrema derecha o un dictador que manipule sus miedos y angustias de soledad e indefensión, sus frustraciones y odios, lanzándolos contra la revolución y contra la justicia y libertades humanas, para reforzar el poder capitalista. De este modo, la burguesía logra dar la vuelta como un calcetín a los sufrimientos humanos, haciendo de ellos el martillo de herejes que refuerce la explotación social masiva. Las dictaduras, militarismo y fascismos, las represiones duras contra las organizaciones revolucionarias, los sindicatos y los movimientos populares y sociales, buscan el objetivo de exterminar física y teóricamente la capacidad de las fuerzas comunistas para actuar dentro del malestar social insufrible pero inconsciente haciéndolo consciente, crítico y capaz de elaborar una estrategia práctica para luchas contra las violencias que padece.
Las dictaduras instauradas en las Américas por la alianza entre el imperialismo yanqui y las burguesías latinoamericanas en el último tercio del siglo XX exterminaron físicamente a más de 150.000 revolucionarias y revolucionarios; destrozaron e ilegalizaron centenares de organizaciones, partidos, movimientos y grupos dedicados a toda serie de tareas relacionadas con los derechos humanos, la justicia, las libertades, la cultura, el medioambiente, los salarios, la sanidad; implantaron regímenes de terror material y simbólico, de miedo paralizante, de angustia por la suerte de personas amigas, de familiares y conocidos que desaparecían, que eran detenidas y torturas, creando un insoportable clima de silencio, ansiedad y hasta delación, de modo que centenares de miles de personas que simpatizaban abiertamente con los ideales humanos y con las revolucionarias y revolucionarios no tuvieron más remedio que esconderse, callarse o escapar al exilio. Mientras tanto, las burguesías latinoamericanas destrozaban la independencia económica de sus países, entregándolos indefensos a la voracidad neoliberal, enriqueciéndose ellas y las transnacionales imperialistas en medio del empobrecimiento masivo del pueblo trabajador centro y sudamericano.
9.- TEORIA MARXISTA DE LAS VIOLENCIAS (II)
Al final de cualquier estudio científico-crítico sobre las violencias injustas llegamos a la cuestión del espacio geográfico, del espacio material, físico y palpable, en el que se ejercen las explotaciones, opresiones y dominaciones, en el que se acumulan los beneficios obtenidos con ellas, en el que la minoría propietaria de las fuerzas productivas disfruta y goza de sus ganancias, y planifica la ampliación del capital, de su acumulación, y en donde malvive la humanidad trabajadora. La ideología burguesa logró estabilizar durante unos años la mentira de que había llegado por fin la época de la “producción inmaterial”, de la “economía del conocimiento y de la inteligencia”, de la “deslocacilización” y de la “desmaterialización” de las fábricas, talleres, campos de labranza, es decir, se nos quería hacer creer que habíamos entrado en una fase histórica nueva, la “globalización”, en la que se extinguían por sí mismos todos los aspectos “malos” del capitalismo y se revivificaban todos los “buenos”, todas sus “virtudes”. Una de las cosas que desaparecía era el poder explotador centralizado en una zona geográfica y social, o sea, el Estado burgués, y con él desaparecían sus violencias, abriéndose el universo de la “paz y justicia eterna”, y en todo caso sólo se producirían “intervenciones humanitarias”, guerras blancas y limpias, con armas inteligentes que sólo atacaban a los “terroristas” y salvaban a los “demócratas”.
Los marxistas, los comunistas, sabíamos que todo esto era asquerosa mentira destinada a ocultar un arrasador ataque masivo del capital contra la humanidad trabajadora, ataque disfrazado bajo el nombre de “neoliberalismo”. Sabíamos que uno de los puntos centrales de la mentira era el de negar el valor crucial del espacio material en el que se realiza la explotación, se saquean los recursos, se expolia al pueblo autóctono, e imponer a la vez la ficción de que el único espacio fundamental es el electrónico, el intelectual y el desmaterializado, en el que circulan los capitales ficticios y de alto riesgo. Lo que busca la burguesía con estas mentiras es desorientar a las clases, naciones, mujeres y hacerles creen que ya no tiene sentido que luchen físicamente por recuperar su fábrica, su tierra y su cuerpo, sino que se los cedan para siempre al capitalismo a título de propiedad privada burguesa. Llagamos así a uno de los temas cruciales en el problema de las violencias: ¿existe la propiedad privada sin el espacio físico? ¿Existe el Estado burgués sin los territorios físicos por él controlados y asegurados por sus armas? ¿Puede existir socialismo sin territorio liberado de la explotación capitalista y de la ocupación imperialista? ¿Puede existir libertad sin espacio para ser libres? ¿Puede la mujer ser libre si su cuerpo es del patriarcado? ¿Pueden los pueblos oprimidos ser independientes si sus tierras son propiedad del ocupante?
La importancia crucial de la pugna irreconciliable entre la propiedad pública o privada del espacio surge de la materialidad objetiva del problema de los recursos energéticos, que son materiales porque la energía es materia, y viceversa. La filosofía materialista-dialéctica tiene en esta objetividad de los recursos energético-materiales uno de sus pilares decisivos ya que la existencia de la vida depende de los procesos de transformación de la energía en materia y de la materia en energía, en un proceso inacabable para la vida y para la conciencia. La ocupación física del territorio es la condición previa para realizar en las mejores condiciones posibles la transformación de materia en energía y viceversa. Las formas de hacerlo basadas en la propiedad colectiva y en la cooperación social se enfrentan antagónicamente a las basadas en la propiedad privada y en el trabajo explotado e impuesto por las violencias, que se caracterizan por supeditarlo todo, absolutamente todo, primero, en las sociedades precapitalistas, al enriquecimiento de la minoría propietaria y después, ya en el capitalismo, a la acumulación ampliada del capital.
Pues bien, una vez iniciada la dinámica de privatización patriarcal de las mujeres en cuanto única fuerza productiva capaz de crear vida, o sea más fuerzas de trabajo humana, de invasión de los pueblos para transformarlos en propiedad esclava del pueblo invasor, y una vez escindida la sociedad entre desposeídos y propietarios, a lo largo de esta dinámica la fundamental obsesión de los poderes expropiadores ha sido la de impedir de las masas expropiadas recuperaran su posesión de los espacios materiales en los que se realiza la producción. Impedir que las mujeres recuperaran la propiedad de sus cuerpos, los pueblos la propiedad de sus tierras y de su cultura, y las clases trabajadoras del país invasor la propiedad de sus campos, de sus fábricas, de sus casas que son ahora de la clase burguesa. La obsesión de las minorías propietarias surge del hecho de que saben que si pierden la propiedad de las fuerzas productivas desaparecen como clase social en un período de tiempo, pero de forma inevitable, a no ser que, como ha sucedido en Rusia y otros países, las fuerzas revolucionarias se burocratizan y degeneran, se convierten en castas que viven mejor que el resto de pueblos, cometen tantos errores frente a las presiones y ataques enfurecidos del imperialismo, que, al final, terminan por reinstaurar ellas mismas la propiedad privada dando el salto cualitativo desde casta burocrática a clase burguesa.
La teoría marxista sostiene que las violencias opresoras han sido decisivas en el desarrollo de la economía dineraria y mercantil precapitalista desde la Antigüedad. Marx explicó en 1857 la importancia del ejército en el desarrollo económico, adelantándose así al denominado keynesianismo militar. Según Marx, el salario surgió de la paga de los soldados en la Antigüedad, y la primera forma de propiedad mobiliaria no familiar fue el peculium de los soldados romanos, y lo mismo hay que decir del régimen gremial surgido de las corporaciones de los fabri. Las máquinas y la división del trabajo fueron incorporadas a gran escala por las necesidades militares. Estudios muy posteriores han confirmado estas tesis al mostrar que la producción en serie y por piezas separadas que se llevaban a los astilleros para juntarlas luego haciendo barcos de guerra, este método que se dice fue inventado por los EEUU en la guerra de 1939-45, estaba ya desarrollada en la Roma republicana durante las guerras con Cartago, la potencia imperialista enemiga mortal de Roma. La conciencia de los romanos del valor de la ciencia en lo económico-militar se ve en la orden dada a sus soldados de que apresaran vivo al sabio Arquímedes en el sitio de Siracusa entre -214 y -212, famoso por sus inventos para ahorrar tiempo y trabajo, y para hacer armas más destructivas y baratas.
La expansión del capitalismo comercial fue en buena medida facilitada por la fiereza militar de las empresas mercantiles recuperada de la fiereza militar greco-romana arriba descrita. Las dos buscaban lo mismo: el máximo beneficio en el mínimo tiempo posible, por lo que aplicaban la máxima violencia posible en un momento y punto concreto para destrozar rápidamente al enemigo. Los revolucionarios holandeses que en los siglos XVI-XVII luchaban con una heroicidad titánica contra los españoles para recuperar su independencia nacional, estudiaron con ahínco los textos militares romanos, que a su vez actualizaban las lecciones griegas, para aumentar su potencia de fuego reduciendo el tiempo y los gestos en el uso de las armas. Lo esencial de los “modernos” sistemas taylor-fordistas y de la posterior ergonomía, es decir, ahorrar movimientos, reducir tiempos, aumentar la productividad y racionalizar el espacio del trabajo, estos mismos problemas objetivos habían sido resueltos en lo militar por las falanges griegas, las legiones romanas y adaptados a las armas de fuego por los holandeses. La ofimática, por ejemplo, es sólo la aplicación a las oficinas y fábricas capitalistas del método romano de construir cuarteles lo más racionales y eficaces en poco tiempo.
Los llamados postfordismo, toyotismo, producción flexible, etc., fueron inventados por las legiones romanas para matar a los elefantes blindados de otros ejércitos mediante la creación de grupos de soldados muy unidos entre que “trabajaban” por separado para despanzurrar elefantes aplicando una mezcla de nuevas técnicas y de mucha inventiva en cada caso. Este mismo método fue recuperado en la Edad Media para derribar y apresar a los caballeros acorazados. La lista es inacabable pero nos remite a la costumbre griega clásica de crear grupos de soldados especialmente unidos entre sí por lazos de interés, eficacia y afectividad, dentro siempre de la disciplina militar común. Y hasta el denominado “complejo industrial-militar” supuesta invención reciente del capitalismo norteamericano mejorando las lecciones de las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX, es sólo una copia ampliada del complejo de invención planificada e interdisciplinar de armas nuevas desarrollado en la Sicilia antigua mediante la contratación de los mejores sabios, técnicos y artesanos del momento. Otro tanto existía en los centros del saber alejandrino en el Egipto dominado por los sucesores de Alejandro Magno, con su impresionante biblioteca y sus sabios trabajando a tiempo completo con objetivos económico-militares muy precisos y bajo control estatal. Y téngase en cuenta que, por espacio, sólo nos limitamos al mundo greco-romano, sin citar al hindú y al chino, y luego al árabe.
No hace falta que nos extendamos en describir cómo desde el siglo XVII en adelante, el capitalismo se expandió por el mundo gracias entre otras cosas a los efectos devastadores de la “revolución militar” que tuvo lugar en ese tiempo, y a las inversiones a fondo perdido que hacían los Estados para mejorar la tecnología militar y con ella la propia ciencia que creció forzada, entre otras cosas, por la necesidad de descubrir las leyes físicas objetivas que regulaban la precisión, alcance y cadencia de tiro de las armas de fuego, la rapidez de los barcos, las técnicas de función del hierro y del acero, la óptica y la métrica, las matemáticas, la química, la medicina, la geometría, la física, la geografía, etc. La resolución de un problema “eterno” para la humanidad como era la conservación de los alimentos durante largo tiempo, debe más a las guerras napoleónicas que a la supuesta “ciencia pura y neutral”. Y la medicina moderna, también la antigua, debe más a los millones de muertos, heridos y enloquecidos en las guerras interimperialistas, contrarrevolucionarias e invasoras de pueblos, y a la necesidad de mantener sana y productiva la fuerza de trabajo para la explotación capitalista, que al “amor a la humanidad” de los médicos y de las transnacionales que explotan como asalariados a los científicos de sus laboratorios.
10.- TEORIA MARXISTA DE LAS VIOLENCIAS (III)
Es innegable que existe una diferencia cualitativa entre la violencia y la guerra precapitalistas y las capitalistas, consistente en que las segundas giran ya totalmente alrededor de la mercancía, del máximo beneficio y de la acumulación ampliada de capital. Pero por debajo de esa diferencia impuesta por la especificidad del modo de producción capitalista, sin embargo existe una identidad sustantiva que no es otra que la necesidad de ocupar el territorio que hay que saquear o esclavizar. Aunque no se llegue al exterminio absoluto como el que realizaban los asirios en la Antigüedad, o las tropas de Alejandro en Persia o las legiones romanas allí donde encontraban alguna resistencia, sí se llega a la amenaza directa, a los rehenes y al pago anual de bienes acumulados por el pueblo amenazado para evitar su destrucción total y la esclavización de los supervivientes. El capitalismo no ha anulado ninguna de estas prácticas, al contrario, las han ampliado y, en la medida de lo posible, las intenta ocultar con palabrería mentirosa sobre la democracia y la libertad.
Salvando las diferencias ya citadas entre los modos de producción, no existen otras mayores entre el cerco total a Cuba por los EEUU y los cercos asfixiantes que realizaban las potencias antiguas contra las ciudades que no se plegaban a sus dictados. Tampoco existen diferencias mayores entre las actuales fuerzas de intervención rápida para reinstaurar la propiedad burguesa en cualquier parte sublevada del mundo contra el imperialismo, con las tropas rápidas antiguas, con las técnicas y métodos de transporte rápido en Mesopotamia y Egipto, en India y China, con las redes de carreteras rectas y ramificadas de Roma por todo Europa, con la alta velocidad de los ejércitos mongoles desde el siglo XIII, etc. Lo que identifica a estas y otras prácticas al cabo de los siglos es la solución empírica o científica del problema del control del gasto de energía y de materia para optimizar el transporte de las tropas –de las mercancías también en el capitalismo–, teniendo en cuenta las ganancias que se prevé obtener con la invasión del pueblo sacrificado o, en el capitalismo, también con las ventas de las mercancías llevadas a ese país al que se le ha obligado a abrir sus fronteras aduaneras, renunciando a toda protección frente a la invasión económica imperialista. Una de las condiciones que imponían los invasores romanos a muchos pueblos sometidos militarmente o chantajeados con amenazas, era la de que aceptasen los precios de las mercancías romanas, más baratas que las autóctonas.
En el capitalismo, la necesidad de poseer el espacio productivo en cualquiera de sus formas acucia a la burguesía debido a que, a diferencia de modos precapitalistas, en el actual no se puede detener por mucho tiempo la producción de bienes de producción, es decir, la obtención de plusvalor y su conversión en plusvalía. Las violencias capitalistas se activan hasta grados verdaderamente inhumanos cuando la burguesía comprende que está a punto de perder o ha perdido el espacio en el que se reproduce y se amplía su capital, su propiedad privada. Si se le amputa una parte de ese espacio, que vuelve a ser propiedad colectiva del pueblo trabajador, si esto sucede, la clase dominante comprende que su Estado pierde fuerza, pierde efectividad represiva. Se cerciora de que ese debilitamiento real e innegable, además de significar una correspondiente caída de los beneficios, también y sobre todo significa una lección positiva y esperanzadora para otras luchas que existen ya o que pueden existir al animarse por la victoria obrera y popular que ha recuperado parte de lo que debe ser de la humanidad trabajadora.
En las Américas, las experiencias que confirman lo aquí dicho abundan desde aquél aciago 12 de octubre de 1492. Haití, por ejemplo, fue sometida a una implacable presión total externa, económica, militar y diplomática para ahogar en hambre y sangre una revolución que atacaba los pilares de buena parte del capitalismo internacional de finales el siglo XVIII: desde el papel de la esclavitud hasta la producción azucarera y la zona geoestratégica de la Isla en las pugnas de las grandes potencias de la época, así como, básicamente, su ejemplo de libertad armada y de violenta defensiva para las guerras de liberación nacional y social que ya estaban creciendo en las Américas, y para las sublevaciones esclavas. Posteriormente la lista se agranda teniendo a Cuba como otro paradigma, así como la sucesión de golpes militares, especialmente el que derrocó al presidente Allende en Chile en 1973. Los intentos por derrotar el proceso bolivariano en Venezuela, por hacer retroceder la toma de conciencia en Ecuador y en Bolivia, en Nicaragua, Paraguay, El Salvador, etc., por reforzar el terrorismo estatal en Colombia y la dictadura encubierta en Perú, son otros tantos ejemplos de la necesidad que tiene el capitalismo por recuperar los espacios materiales que ha perdido y asegurar los que todavía mantiene.
Si centramos más nuestro análisis en los espacios productivos fabriles, vecinales, campesinos, domésticos, universitarios y educativos, en los espacios en donde se recupera la fuerza de trabajo mediante la sanidad y los servicios sociales públicos allí donde existen, o en los espacios liberados en las barriadas populosas allí donde el pueblo ha tenido que autoorganizarse para resolver él mismo sus necesidades colectivas básicas, en estos espacios, vemos que el problema sigue siendo exactamente el mismo, pero a otra escala. Las lecciones de las comunidades campesinas, de las ollas y comedores colectivos, de las organizaciones de ayuda mutua y de auoorganización, de recuperación de fábricas y empresas, de creación de organizaciones estables en las universidades y escuelas, de medios de comunicación crítica, etc., semejante riqueza del pueblo trabajador plantea muy serios problemas al orden estatal y a la propiedad burguesa. Por un lado, muestran las iniciativas populares; por otro lado, muestran las debilidades de la política institucional y reformista; además, muestran la fuerza del pueblo para defenderse de las múltiples presiones, amenazas, castigos y violencias del poder opresor y, por último, ponen el dedo en la llaga de la cuestión de la propiedad y del Estado.
¿De quiénes son las fábricas, los campos, los centros de estudio, los hospitales, las transportes, los bancos, en suma, las fuerzas productivas? Esta y no otra es la interrogante que surge cuando se recupera una fábrica. ¿A quiénes tienen que defender y obedecer las denominadas “fuerzas del orden público? ¿Al pueblo trabajador que recupera lo que es suyo o a la minoría burguesa? Esta es otra pregunta crucial porque además atañe a la legitimidad del Estado: ¿sirve el Estado capitalista para acabar con la explotación, opresión y dominación? En la medida en que las clases trabajadoras van haciéndose estas preguntas en su propia experiencia diaria, van limando paulatinamente el poder burgués, su legitimidad. Por esto, más temprano que tarde, la clase burguesa empieza a tomar medidas represivas de todo tipo para recuperar lo que cree que es suyo, y por eso empiezan a surgir los choques entre la violencia opresora y la violencia oprimida. Semejante choque se ve acelerado cuando por las razones que fuera existen organizaciones revolucionarias armadas que operan en el medio urbano, rural o en ambos, y que con su ejemplo debilitan aún más el axioma del monopolio estatal de la violencia y la supuesta omnipotencia del Estado que se muestra incapaz de vencer a las organizaciones armadas, incluso aunque les debilite con la represión masiva.
Una vez llegadas las contradicciones sociales a este nivel de radicalidad y antagonismo, nivel que puede revertirse y concluir en derrota de las luchas revolucionarias según los avatares, la legitimidad de las violencias opresoras encuentra una oposición creciente argumentada por quienes sostienen la legitimidad de las violencias oprimidas. En estos momentos la capacidad teórica y la conciencia política vuelven a demostrar su decisiva importancia ya que el estudio científico-crítico de la historia de los conflictos sociales desmonta el entero andamiaje propagandístico burgués, pero a condición de que esa teoría sea explicada entre las masas desde una conciencia política clara en sus objetivos. Veamos un ejemplo: ¿sirvió de algo el pacifismo parlamentario en el Chile de Allende, antes del golpe de Pinochet de septiembre de 1973 o se debía haber trabajado más planificadamente en medidas populares preventivas del golpe inminente, educando y formando al pueblo, armándole y enseñándole a defender la democracia, deteniendo a los dirigentes militares y políticos contrarrevolucionarios, dividiendo y paralizando el Ejército, etc.?
Estas preguntas son idénticas a las que los historiadores se hacen sobre otras situaciones iguales, por ejemplo, sobre el débil, pasivo y cegato comportamiento del Gobierno español de la II República en las semanas anteriores al golpe militar contrarrevolucionario, golpe conocido en sus preparativos no sólo por los servicios secretos republicanos sino por amplios grupos políticos, sindicales, sociales, etc. ¿Por qué no desactivó el Gobierno republicano, elegido democráticamente por la mayoría de la población, dejando que estallase el golpe en julio de 1936 con las consecuencias por todos conocidas y que perviven aún hoy en lo básico, en la Monarquía impuesta por el dictador Franco que dirigió aquella sublevación en medio de la pasividad gubernativa? ¿Qué lecciones teóricas debemos extraer del caso español y chileno aunque les separen 33 años de distancia? ¿Solamente existen estas dos experiencias u otras muchas más? ¿Son casos excepcionales y sin importancia en la marcha general de la historia capitalista, o son mucho más frecuentes y decisivos, con efectos demoledores y de muy largo alcance general, que condicionan la vida de centenares de millones de seres humanos?
La importancia de la teoría política y de la política teórica se ejemplariza en el contraste absoluto entre Hitler y Fidel Castro. Es sabido que el dictador nazi tuvo más de veinte intentos de ejecución antes de su muerte: ¿cuántas decenas de millones de personas se hubieran librado de la muerte, y cuántos muchos millones más se hubieran librado de sufrimientos de todo tipo de haberse consumado con éxito uno de aquellos intentos de ejecución? A la inversa, es sabido que el comandante revolucionario Fidel Castro ha sorteado hasta ahora una lista impresionante de intentos de asesinato contra su persona y la pregunta que debemos hacernos es ¿cuántos centenares de millones de personas explotadas en el mundo entero llorarían su asesinato y jurarían cumplir su lema de “¡Patria o muerte, venceremos!”?: centenares de millones. Podemos extender esta pregunta a todos los dictadores y criminales, por una parte, y por la opuesta a todas las revolucionarias y revolucionarios, y veremos así cómo funciona en la práctica la teoría marxista de las violencias. Por ejemplo: ¿quién será más recordado en la memoria de la humanidad trabajadora, el presidente colombiano Uribe o el Comandante guerrillero Marulanda?
11.- TEORIA MARXISTA DE LAS VIOLENCIAS (SINTESIS)
Los clásicos de marxismo defendieron en determinados momentos la posibilidad del tránsito pacífico al socialismo en condiciones excepcionalmente raras. De hecho, hasta ahora, la mayoría de procesos revolucionarios han sido bastante menos violentos, o pacíficos incluso, en sus inicios que en las etapas posteriores, cuando por diversas razones las burguesías han podido reorganizarse y lanzarse a una brutal contraofensiva. En la inmensa mayoría de los casos, las revoluciones se han vuelto violentas en el sentido fuerte de la palabra cuando no han tenido más remedio que autodefenderse ante la contrarrevolución burguesa interna y externa.
La teoría marxista no dice que es imposible el tránsito pacífico al socialismo en cualquier caso, sino que ese tránsito es posible pero en la minoría de casos, en condiciones excepcionales en las que la relación de fuerzas a favor de las masas es tal que la clase dominante no tiene, en ese momento, recursos para lanzar su violencia represiva. Esta teoría tampoco dice que la revolución haya de triunfar sólo gracias a la máxima violencia aplicada desde el primer segundo, sino que la máxima violencia la aplica la burguesía derrocada para recuperar su poder obligando a la revolución a responder en consecuencia. También dice que cuanto mayor es la decisión y fuerza del pueblo menor es la violencia inicial que ha de aplicar y más posibilidades tiene de impedir una reacción capitalista. Hasta ahora, esta es la experiencia práctica acumulada. Al contrario, son los reformistas quienes sostienen que el tránsito pacífico no sólo es posible en todos los casos, sino que además es el único que garantiza la victoria.
La teoría sobre la violencia aparece desde el principio mismo de la extensa obra marxista y es imposible resumirla aquí por lo que vamos a dar sólo cuatro criterios básicos, teniendo en cuenta que por marxismo debe entenderse no sólo la obra de Marx y Engels sino la totalidad de la obra realizada por quienes explícita y prácticamente se ha definido como marxistas, es decir, han luchado con todos los medios adecuados contra la burguesía buscando tres objetivos irrenunciables: uno, crear un poder revolucionario basado en el pueblo en armas y en la democracia socialista que garantice, dirija y vigile el proceso de autodisolución del Estado obrero; dos, partir siempre de una concepción mundial e internacionalista del proceso revolucionario y del comunismo y, tres, avanzar simultáneamente en la expropiación de los expropiadores, es decir, acabar con la propiedad privada capitalista mientras se avanza en las condiciones objetivas y subjetivas que permitan hacer realidad el principio: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”. Naturalmente, estos puntos esenciales deben ser aplicados concretamente en cada país, huyendo de los esquemas prefijados e impuestos dogmáticamente en todas partes.
Partiendo de aquí, a lo largo de casi dos siglos de lucha de clases mundial, por poner la fecha “inicial” en las luchas de los años 30 del siglo XIX como anunciadoras de lo que vendría, podemos descubrir como mínimo cuatro principios básicos de la teoría marxista de la violencia. El primero es la afirmación de Marx de que la violencia es la partera de la historia, es lo que decide e impone qué camino seguir en el momento de una crisis entre dos poderes iguales: el del capital y el del trabajo. Este principio es decisivo en su perspectiva histórica y está siendo confirmado en todas las situaciones fundamentales en las que las masas oprimidas se han enfrentado a la clase dominante. Según como sean las situaciones concretas, las fuerzas en conflicto, los aliados de cada una de ellas, etc. Según todo eso que hay que analizar concreta y particularmente, será el grado de virulencia, extensión e intensidad de la violencia desatada, pudiendo darse casos en los que ha sido necesaria muy poca y mayormente preventiva o en los que ha sido necesaria mucha y desesperada.
Hay ejemplos para todos los casos, pero la constante que los recorre internamente es que cuando las masas oprimidas han rechazado este principio marxista han cavado la tumba de su derrota estratégica durante mucho tiempo, tumba rebosante de sangre y cadáveres, porque al despreciarlo, al rechazar las lecciones de la historia y al creerse la mentira reaccionaria del pacifismo a ultranza, se han despreocupado por prepararse mental, política y organizativamente para la práctica de la violencia defensiva, de la autodefensa ante la violencia fundante y primera, la opresora. La preparación psicopolítica para la autodefensa es imprescindible, y cuanto más efectiva sea menos violencia defensiva habrá que aplicar en su momento, más fácil, rápida y pacífica será la victoria revolucionaria y su avance posterior. Si algo ha demostrado la historia desde el surgimiento de la explotación precapitalista es la veracidad del axioma popularizado por la agresiva y esclavista Roma republicana de ‘si vis pacem, para belum’, si quieres la paz prepárate para la guerra. Multitud de pueblos y clases oprimidas han sufrido derrotas aplastantes y brutales por despreciar o ignorar esta lección histórica.
El segundo principio es el de la licitud moral y ética de la autodefensa, de la violencia defensiva. No existe una única y obligatoria ética, es decir, el conjunto de valores que explican por qué hay que realizar tal o cual acción moral. Según el marxismo existen dos escuelas éticas enfrentadas: la que explica y defiende la necesidad de la explotación, que es la primera que surgió en la historia a partir del surgimiento previo de la opresión social, y la que explica y defiende la lucha contra la explotación, que surgió más tarde y dificultosamente porque las masas oprimidas no tenían apenas capacidad cultural, tiempo libre y recursos materiales para elaborar esa ética liberadora que ha sido perseguida siempre. Las dos éticas cambian en las formas exteriores y bastantes de sus componentes internos al son de los cambios sociales, aunque mantienen intocable su núcleo originario. Por ejemplo, debido a las largas luchas de siglos, la ética dominante, la burguesa, ha tenido que aceptar la ilicitud de la esclavitud pero cierra los ojos cuando la burguesía aplica una nueva esclavitud, la asalariada y en su forma más brutal, el trabajo precarizado e infantil. Abundan los ejemplos al respecto, pero ahora nos interesa analizar un problema ético-moral y teórico-político crucial: ¿podemos los países ricos y opresores condenar la violencia defensiva de los países invadidos y de las clases explotadas por feroz y terrible que pueda llegar a ser?
Tanto Marx como Engels dicen que no, que no podemos dar lecciones a quienes se defienden y que debemos comprender su situación y el grado de desarrollo en su cultura y tradiciones, el grado de desarrollo de la ética liberadora en su cultura, etc. En sus análisis sobre las luchas en la India y en China, por ejemplo, ambos amigos se enfrentaron decididamente a la hipócrita moral burguesa, a su ética, denunciando al verdadero causante de las sanguinarias violencias defensivas de los pueblos oprimidos: la anterior e inicial violencia opresiva del colonialismo británico, tanto o más inhumana que la de los hindúes y chinos. La dialéctica entre lo esencial de la ética liberadora -el rechazo a toda opresión- y la defensa de la historicidad de sus formas concretas de práctica -la ferocidad de las masas invadidas contra los invasores- esta dialéctica es el segundo principio marxista sobre la violencia y su actualidad es innegable. Cuando el imperialismo ataca a media humanidad y prepara más ataques contra el resto, incluidas las clases trabajadoras en el centro imperialista, es inmoral y antiético que las izquierdas revolucionarias asuman, defiendan y propaguen los valores y normal de la burguesía. Un mínimo de decencia ética y de sentido teórico de la historia de las luchas humanas debe llevarles, en caso extremo, al silencio o al debate fraternal y solidario, pero nunca a la defensa de la ética capitalista.
El tercer principio lo expone Lenin en su análisis de la guerra de guerrillas de 1906: “el marxismo se distingue de todas las formas primitivas del socialismo pues no liga el movimiento a una sola forma determinada de lucha. El marxismo admite las formas más diversas de lucha; además, no las “inventa”, sino que generaliza, organiza y hace conscientes las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen por sí mismas en el curso del movimiento. El marxismo, totalmente hostil a todas las fórmulas abstractas, a todas las recetas doctrinas, exige que se preste mucha atención a la lucha de masas en curso que, con el desarrollo del movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas y la agudización de las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos métodos de defensa y ataque. Por esto, el marxismo no rechaza categóricamente ninguna forma de lucha El marxismo no se limita, en ningún caso, a las formas de lucha posibles y existentes sólo en un momento dado, admitiendo la aparición inevitable de formas de lucha nuevas, desconocidas de los militantes de un período dado, al cambiar la coyuntura social. El marxismo, en este sentido, aprende, si puede decirse así, de la práctica de las masas, lejos de pretender enseñar a las masas formas de lucha inventadas por “sistematizadores” de gabinete. Sabemos -decía, por ejemplo, Kautsky, al examinar las formas de la revolución social- que la próxima crisis nos traerá nuevas formas de lucha que no podemos prever ahora (…) el marxismo exige que la cuestión de las formas de lucha sea enfocada históricamente. Plantear esta cuestión fuera de la situación histórica concreta significa no comprender el abecé del materialismo dialéctico. En los diversos momentos de la evolución económica, según las diferentes condiciones políticas, cultural-nacionales, costumbrales, etc., aparecen en primer plano distintas formas de lucha, y se convierten en las formas de lucha principales; y, en relación con esto, se modifican a su vez las formas de lucha secundarias, accesorias. Querer responder sí o no a propósito de un determinado procedimiento de lucha, sin examinar en detalle la situación concreta de un movimiento dado, la fase dada de su desenvolvimiento, significa abandonar completamente la posición del marxismo”.
El cuarto principio ya está enunciado en este tercero expuesto por Lenin, y se refiere al contenido de masas de las luchas violentas. Para los doctrinarios y dogmáticos que trocean y reducen la realidad para que quepa en su estrecha “teoría revolucionaria” es lo mismo la acción armada individualista que la lucha armada realizada por organizaciones profundamente asentadas entre las masas, que durante decenas de años nutren sus filas de voluntarios que permanentemente salen del pueblo trabajador, que militaban en distintos frentes de masas, en la lucha obrera, vecinal, estudiantil, feminista, ecologista, cultural, etc., y que, por las razones que fueran y allí en donde se practica la lucha armada, dan el paso a la autodefensa en su forma más seria. Un ejemplo ¿puede denominarse como “terrorismo individual” a la lucha armada de las FARC-EP, de los palestinos, iraquíes, chechenos o en su tiempo del IRA, etc.? Sin entrar ahora al concepto de “terrorismo” y ciñéndonos sólo al de individualismo, está claro que no. La diferencia entre una lucha armada de masas y una lucha individualista consiste básicamente en que la primera, la de masas, tiene un programa a largo plazo, una estrategia y unas tácticas, un sistema organizativo y unas relaciones con el pueblo del que surge que le hacen escoger siempre los métodos más adecuados para avanzar en la conciencia política del pueblo, buscando siempre tanto el contenido pedagógico de las acciones como su efectividad política siempre dentro de los fines perseguidos, lo que le lleva a recurrir a la autodefensa como un instrumento táctico inserto en la globalidad de medios de lucha de su pueblo, interaccionando con ellos.
Mientras que la segunda, la violencia individualista es practicada por personas más bien aisladas o a lo sumo por muy reducidos colectivos sin apenas implantación directa en las masas, lo que les limita mucho calibrar la efectividad pedagógica y política de sus acciones, aprender de las masas, mejorar su programa y su estrategia viendo la necesidad de cambiar de tácticas según cambian las condiciones sociales, siendo por tanto incapaces para integrar sus acciones con las de las masas al margen de la buena voluntad subjetiva de quienes las realizan y, de esta forma, resulta prácticamente imposible lograr la interrelación de todas las formas de lucha. Hay que tener en cuenta que esta interrelación es una de las garantías esenciales del aprendizaje mutuo entre las masas y las organizaciones que practican la violencia política de respuesta, sin ella más temprano que tarde el colectivo o la persona que practica la autodefensa cae en la desorientación o en el aislamiento más enloquecedor.
Son estas diferencias, por último, las que permiten explicar por qué los marxistas insistimos en que toda respuesta individual básica y primaria, la que sea, desde una paliza dada por una mujer maltratada a su agresor, o por una obrera a su patrón, o por torturado a su torturador, etc., si quiere ser efectiva a la larga ha de integrarse en organizaciones de masas más amplias aunque no practiquen esas formas de resistencia instintiva, de justa ira y de justicia popular aplicada individualmente. Son, deben ser, esas organizaciones más enraizadas y extensas, las que analicen por qué, cómo, cuando y con qué argumentos habrá que proceder contra un violador, o contra un empresario especialmente explotador, siempre con acciones de masas y con exigencias reivindicativas fácilmente comprensibles. Sin estas organizaciones de masas las acciones individuales que muy frecuentemente se realizan sin que trasciendan a la prensa, quedan en nada, en un esfuerzo baldío y hasta contraproducente si son falseadas por la prensa de la burguesía, como ocurre siempre que salen en sus cadenas sensacionalistas.
Naturalmente, estas cuatro notas básicas son corregidas y ampliadas por las luchas de las masas, por su permanente innovación e iniciativa práctica, pero aunque se mejoren en sus formas y actualicen en sus prácticas, y aunque surjan otras lecciones posteriores, las cuatro aquí analizadas mantendrán su vigencia esencial mientras dure la violencia primera inherente a la explotación asalariada, a la opresión nacional y al terrorismo sexo-económico del sistema patriarco-burgués. Se aplicarán con mayor o menos extensión e intensidad según las necesidades concretas, pero rechazarlas supone, como hemos dicho, cavar la fosa en la que el sistema capitalista enterrará a la libertad humana.
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