JOSÉ VERÍSSIMO Brasil
Este hombre llamado Simón Bolívar, el más grande de las Américas y uno de los más grandes de la humanidad, reunió en grado eminente y en una perfecta armonía cualidades excepcionales de pensamiento y de acción.
Aplicando esas cualidades de acción y pensamiento con maravillosa energía y una actividad sobrehumana, realizó Bolívar, con débiles y escasos recursos, y en las condiciones más desfavorables, un hecho tal vez sin igual en la historia: él arrancó a una potencia, entonces el mayor de los imperios coloniales, más de la mitad de sus dominios; él fundó cinco naciones e influyó poderosamente en la formación de otras.
Venezuela, su patria, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia le deben a la vez la emancipación y la existencia; Argentina y Chile le deben potente y decisivo apoyo moral que las ayudó a formarse.
Todas las colonias españolas de América encontraron en él ya un valiente paladín, ya un estímulo y un maestro.
En América se le cambió su nombre, de clara estirpe española, por el título de Libertador, con el cual entra en la historia. Si la dominación española no se prolongó en América quién sabe por cuánto tiempo; si el sistema monárquico no se implantó en nuestro continente; si las antiguas colonias nacieron a la emancipación con alguna conciencia de lo que hacían; si no se anarquizaron por completo, y si el particularismo de cada colonia cedió a un sentimiento de fraternidad continental, todo se debe al Libertador.
La correspondencia de Bolívar, lo mismo que sus escritos políticos, completan gloriosamente la imagen que nos formamos de él a través de los historiadores. Un eminente escritor sudamericano, Rufino BlancoFombona, ha publicado en París, con diligencia eficaz e inteligentes aclaraciones las Cartas de Bolívar y los Discursos y proclamas del mismo. Por medio de estas contribuciones al estudio de Bolívar conocemos al héroe más íntimamente. En sus obras aparece como nos lo pintan los biógrafos: es el mismo personaje en toda su magnífica humanidad y su espléndido civismo.
Este papel de héroe, tan difícil e ingrato, nadie lo ha representado con más gracia y valor, ni con más genio. Y cuando tuvo que escribir cartas particulares y las escribió en gran número- o documentos de carácter político, ¿quién hizo derroche de mejor estilo? De los escritos del Libertador pudiera extraerse una infinidad de máximas en donde la originalidad del pensamiento no resplandecería menos que la expresión, tan vigorosa como elegante.
Uno de los biógrafos ingleses de Bolívar observa y no exagera cuando lo dice-, que el Libertador es el único hombre que ha creado de la nada. Los ingleses no prodigan tales hipérboles: en último análisis, la aserción de ese historiador es exacta. En extrema penuria, careciendo de parques y de ejércitos, es decir, sin medios de acción, Bolívar, derrotado ya una vez y mal visto en su misma patria (1814), emprendió de nuevo y condujo a término la emancipación de las colonias americanas. Habiéndolas ya libertado (1824), les dio administraciones regulares y las gobernó él mismo, les otorgó constituciones por él en persona escritas, las organizó, en suma; y, “cansado de mandar”, como lo repitió tantas veces, y predicando que “un soldado feliz no adquiere ningún derecho para gobernar a su patria”, abdicó voluntariamente, en los organismos de soberanía que él mismo creara, aquel inmenso poder de que las circunstancias lo revistieron. “La única fuente legítima de todo poder humano escribe al presidente de Haití- es el sufragio del pueblo”.
Dotado de una imaginación ardiente de poeta de la acción, potente idealista, Bolívar soñó una confederación de los pueblos hispanoamericanos. En esta grandiosa empresa el Libertador empeñó la parte viva y sana de su obra. Arranques impulsivos no lo hicieron desviar de su propósito. Nada más reflexivo que aquel proyecto del Hércules. La clara inteligencia política de que dio tantas pruebas lo traicionó, sin embargo. La visión de epopeya que llevaba en el fondo de sus ojos se disipó más pronto que las energías gigantes que borbotaban en su alma. Caballero errante de la libertad de un mundo nuevo, fue engañado por la propia realidad. Fue engañado por aquel mismo hecho enorme y deslumbrante de la emancipación que él había querido realizar, y había realizado, contra toda esperanza razonable. Como creó de la nada en la guerra, creyó hacer el propio milagro en la paz.
Desde el momento en que aparece, y durante todo el curso de su actividad revolucionaria, Bolívar es uno de los pocos espíritus, sino el único, que penetra con lúcida comprensión el levantamiento de América contra España, su trascendencia ulterior y el medio social de las colonias. Lo atestiguan claramente sus cartas, sus discursos, sus mismas proclamas. En tales documentos abundan las ideas, las previsiones, las sagacidades de sociólogo, y aún consejos y sugestiones de mero buen sentido, dignos de la discreción de un Washington. Es de ver la perspicacidad y el vigor de su pensamiento, la propiedad de su expresión, la justeza con que define o caracteriza los pueblos sobre los cuales obra. Analiza las capacidades de cada uno de ellos, les inculca virtudes y hasta les predice el porvenir; predicción que se cumple en todos, desde México hasta Chile y el Plata.
Su ardor cívico, con todo, era más grande, y su idealismo más exaltado que su visión de las cosas, generalmente perfecta.
Ensombreciendo su clara mirada de hombre de Estado, se pone en contradicción con su propia experiencia y con su propio juicio sobre aquel medio social, del cual era, puede decirse, producto no natural, sino milagroso. El proyecto de confederar o unir los pueblos de Hispanoamérica hace más honor a su noble espíritu que a su inteligencia práctica, aunque de ésta diera prueba en múltiples ocasiones. Esa vasta confederación debía tener su sede en el istmo de Panamá, del cual comprendió Bolívar mejor y antes que nadie la importancia. ¿No fue el precursor de la apertura del canal? ¿No quiso él mismo realizarla en 1822? Ya en 1815 escribía respecto a Panamá y Centroamérica: Esta magnífica posición entre los dos mares podrá ser, con eltiempo, el emporio del universo. Sus canales acortarán lasdistancias del mundo, estrecharán los lazos comerciales de
Europa, América y Asia, traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. Acaso sólo allí podrá fijarsealgún día la capital de la tierra, como pretendió Constantinoque fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.
Los gérmenes arrojados por el Libertador no se han perdido. El panamericanismo, “inventado” después por Blaine, en exclusivo provecho de los Estados Unidos, debe realizarse con estos o contra estos. Ya durante la vida del Libertador la importancia de su personalidad y su influjo fueron tales que crearon un panamericanismo, obrando en la formación de la América emancipada, aunque en grados diferentes, desde México hasta el Río de la Plata. El señor BlancoFombona lo ha demostrado. Es la idea continental de Bolívar, resucitada en su gloria perenne, la que anima nuestras aspiraciones actuales de cordialidad latinoamericana.
Aunque es el mayor caudillo de la América, no es, sin embargo, Bolívar el vulgar caudillo, vergüenza y flagelo de nuestras democracias rudimentarias. El molde de Bolívar se ha roto. Al revés de los que han venido después, Bolívar, noble de raza, de carácter y de educación, fue un caballero, un literato y una muy vasta inteligencia. Tenía altos proyectos y el genio para realizarlos.
Considerando sus aptitudes políticas, sus recursos diplomáticos, sus empresas militares, el vuelo y la osadía de sus concepciones y la rapidez en la ejecución de sus planes, puede afirmarse que el
genio de Bolívar no era inferior al de César o al de Napoleón.
Guerrero improvisado, los iguala y aún los aventaja, si comparamos los elementos con que cada uno de ellos contó, las circunstancias que los rodearon y el resultado definitivo de la acción de los tres. La campaña de Carabobo, obra maestra de talento militar, rivaliza con las más famosas de Napoleón.
Respecto al paso de los Andes, en 1819, certifican los conocedores que es más admirable, por las dificultades vencidas, que la travesía de los Alpes por Aníbal y Bonaparte.
Bolívar quedará siempre como uno de los ejemplos más completos de energía moral, de constancia inquebrantable, de tenacidad invencible, de virtud, en el alto sentido primitivo de la palabra.
En uno de los momento más aflictivos de su tormentosa existencia, viéndose abandonado, traicionado, vencido, enfermo, se le acerca uno de sus amigos (el señor Joaquín Mosquera) y le pregunta: -¿Y usted, qué piensa hacer ahora? Aquel hombre, de semblante cadavérico, con su débil voz de enfermo, responde: -Triunfar.
Y habiendo formado un ejército en semanas, triunfa, poco después en Junín, batalla que fue el glorioso prefacio de la victoria decisiva de Ayacucho, donde desapareció de América el poder español, y victoria que obtuvo Sucre, teniente de Bolívar y ejecutor fiel de su voluntad.
Como profesor de energía, Bolívar es, acaso, el más grande que yo conozco en la historia.
En sus cartas, en la intimidad de sus pensamientos y de sus sentimientos, es donde el Libertador, al revés de la mayor parte de los héroes, nos parece más admirable y, desde luego, más amable. Esas cartas, de que el señor BlancoFombona ha publicado apenas un primer volumen, son excelente y eterno comentario a la obra colosal de Bolívar. Por ella sentimos correr el escalofrío de una grande alma emotiva, vibrante; conocemos las sensaciones de aquel temperamento; vemos cálidos torrentes donde se confunden efusiones de amistad, planes de guerra, meditaciones de República. Y en casi todas esas epístolas del Libertador apunta o trasciende la misma idea, la idea fija y absorbente de Bolívar: América, su América; porque él, más que en las pequeñas patrias coloniales, piensa en una gran patria que sueña unida, libre, organizada, remontándose cada día hacia un porvenir magnífico.
Aquello era apenas un sueño; pero fue el sueño de su vida.
Terminó con la existencia misma de Bolívar, muerto a los cuarenta y siete años, casi en abandono, aunque fiel a sí mismo y a su sueño, que nunca dejó de proclamar.
“Pocos hombres dice el ilustre uruguayo Rodó-, pocos hombres vivieron en el torbellino de la acción vida tan bella; ninguno murió, en la paz de su lecho, muerte más noble”.
La estatura moral de Bolívar crecerá en la historia a medida que crezcan las naciones que fundó, a medida que crezca toda esta América del sur, cuya redención a él se debe en primer término y
de la que es la primacial figura.
Traducción de Francisco Villaespesa)
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