martes, 28 de diciembre de 2010
EN CASA DE BOLÍVAR
Juvenal Herrera Torres
Colombia.
En Caracas se abrió su luz primera que fue de Venezuela para el mundo.
En la voz de esta casa está Bolívar
que sale de sus muros y sus patios
siguiendo a su maestro a San mateo,
muy bien reconvenido y predispuesto
por el esmero de la negra Hipólita:
es África en América esta madre
de alucinante lengua y tibia leche.
Creció con la armonía natural
del río que atraviesa la montaña
y abraza la llanura y vierte al mar
sus grávidas y arcanas resonancias.
Desde el sol del Caguán con la Gaitana,
con el negro Biojó desde Palenque,
se me sale en Caracas este canto
que es aire libre de mis farallones
y tropel de centauros en Apure
con centellas por rienda y por estribo.
Se alimentó de viajes y de libros,
y unió la lumbre de la antigüedad
con la arcilla humanada por el viento
de la comunidad precolombina…
Hastiándose de Europa el pobre rico
miró al Napoleón envilecido
con la corona del absolutismo…
La despótica Europa y sanguinaria
es mundo viejo y espectral museo.
América es lo nuevo y es promesa
de libertad real sobre la tierra.
Y así su juramento en Aventino
armó el cerebro para la epopeya,
blindó su corazón con las ideas
y nos brindó su verbo como estrella
frente a la noche de la esclavitud.
Desde Caracas habla con Lautaro
y en Carúpano va con Espartaco.
Esta casa recuerda los volcanes
hermanos de su lava y de su pecho,
y me nombra los cóndores que lleva
de una cumbre a la otra desde Pisba,
y de un siglo hasta el otro en el delirio
que va del Chimborazo al Potosí:
con su izquierda abrazando el Orinoco,
con su diestra en el río de La Plata,
hijo y padre de Bolivia y Colombia,
y el corazón en ascuas por Caracas.
Y su guerra es de muerte a la opresión,
a esos monstruos escuálidos sin alma,
de fétidas y atroces flatulencias,
y a esa cruel resignación de cruces
de tan llorada muerte milenaria.
La esclavitud es crimen que envilece:
que un hombre sea propiedad de otro
es el peor delito de la historia.
Su casa, el panteón, toda Caracas
con Bolívar en marcha hombro con hombro,
con las gentes de Katia y de Petare
de Caricuao y Veintitrés de Enero
uniendo a Guaicaipuro y a Zamora
con la Nueva Colombia que hoy forjamos…
“Nuestra patria es la América “, nos dijo,
y se alzó con el pueblo a libertarla.
A batir el crisol en que se funden
del criollo y del catire con el negro,
del indio y el mestizo con el zambo:
todas las sangres y las esperanzas
de hacer un pueblo universal y nuevo:
de roca blanca machacada al sol
y el ónice más negro de los siglos.
Acrisolados hombres y mujeres
que alumbraron Colombia en Boyacá
y la siguen tejiendo en Carabobo
con la América nuestra en Ayacucho.
Con los cristos del agro y de las minas,
con los peones y los buhoneros
en caballos y en mulas y a pie limpio
pueblo y ejército en el mismo aliento:
las armas populares se abren paso,
y el huracán caribe y las guaneñas
remangando montañas y hondonadas
conversan con los Andes y Atahualpa
y se prestan relámpagos y truenos
a ras de selva con sagrados tigres.
Desde Washington dicen que es chiflado
y lo reputan de mulato y loco.
Pero su voz es alta y categórica:
“la campaña admirable” ya convoca.
¡No hay patria sin honor ni libertad!
Y es delincuente el que ahorra su sangre
pudiéndola brindar por libertarla:
ésta es la llama con sus genotipos
que nos reta a crecer y combatir.
Porque en este minuto de la historia,
de la más refinada cibernética
decimos con Bolívar para el mundo:
no son siervos clonados lo que urgimos,
ni automáticos módulos que aceptan
su eterna humillación y degollina
como alelada grey robotizada.
Que cese esa ralea de tiranos.
Es recrear al hombre lo que hacemos
para que el hombre llegue a ser humano:
libre por fin para crear su vida
con todas las potencias desplegadas:
de corazón a corazón asido,
de sangre en sangre construyendo el mundo
y en abrazo cordial de mano en mano
con su gota de sol por el camino,
para que siembre su semilla ansiosa
en esta tierra de mujer abierta,
y el amor siga siendo creación…
La casa de Bolívar es el pueblo.
Su palabra es galope de esta tierra.
Su galope es la marcha de los siglos.
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