Alberto Pinzón Sánchez
Un dolor hondo en el pecho, una punzada metálica que me quitó por unos momentos la respiración, sentí cuando vi las fotografías del esqueleto de Simón Bolívar presentadas 180 años después de su muerte en Sanpedro alejandrino. El primer pensamiento que me llegó atropellado a la memoria, fue el de mi profesor de medicina legal que en aquellas tardes soleadas y lejanas, en el hospital universitario de Manizales y frente a los cadáveres fríos ya por la muerte, nos enseñaba que, una hora, solo una hora tarda la muerte en mostrar su verdadero rostro en un cadáver. Una hora después de que la inevitable muerte llega y se aposenta para nunca más irse de un cuerpo, sale con su palidez o lividez a la piel, las mejillas, los ojos y los labios.
Me imaginé la cara voluntariosa y afilada de Bolívar tostada por el sol canicular y el viento frío o caliente de la America Meridional como llamaba a su Patria Grande, cuyos rasgos desdibujándose o deshaciéndose y que muy pocos se han atrevido a dibujar o a retratar por respeto, o temor o talvez porque pocos la vieron aquella hora después en el cuarto refrescado de esa casona colonial de teja española, con paredes de adobe grueso y piso de baldosines ladrillados, en donde quienes estuvieron debieron escuchar la brisa suave que cruzó por ente las hojas de los árboles frondosos que le hacen el sombrío.
Es un esqueleto humano como cualquier otro, que en su desnudez pelada y blanquecina muestra que, Simón Bolívar no es, ni será, una momia embalsamada para uso ritual masivo, ni anterior, ni ulterior, ni sucesivo. Pero ¿Cómo pudo permanecer incólume, casi intacto, resistiendo en el silencio oscuro y helado de su sepultura, el paso lento e inmisericorde de tantos años? ¿Fueron aquellos huesos ahora frágiles y quebradizos, los que soportaron y sostuvieron durante 47 años de vida infatigable; esa Voluntad suya de hierro, persistente y porfiada, que asombró o atemorizó a sus enemigos, y que condujo a sus amigos hasta las cumbres heladas de Ayacucho?
¿Son esos pensé, los huesos cuya sustancia humana o contradictoria y viva, sirvieron para que los tantos y ladinos enemigos suyos, lo vituperaran, vilipendiaran o difamaran, mientras hipócritamente lo enaltecían y lo enajenaban de sus seguidores, ocultando su verdadera esencia de conductor político-militar, integral, de la lucha anticolonial? : El sátiro infatigable de las tres etcéteras, el delirante alfarero de naciones, el implacable de la Guerra a muerte, el aventurero del romanticismo europeo, el epopéyico guerrero de la antigüedad greco-quimbaya, el coloso cósmico continuador de las hazañas de don Pelayo, el Cid, Pizarro, Cortéz y demás asesinos de la conquista española, el chispeante diplomático. El tirano, como solían llamarlo el taimado F P Santander con sus conjurados asesinos. El estadista frustrado, el pomposo orador o redundante escribidor de ese idioma pomposo y grandilocuente que la burguesía colonial española impuso en sus colonias, o el general desolado, melancólico y enfermo que flota, abandonado y moribundo hacia su laberinto de soledad y muerte.
O, ¿Son esos los huesos descarnados, recubiertos de una piel exangüe y delgada que lo llevaron montado, sobre su culo de fierro, en una prodigiosa mula americana desde la guarnición polvorienta de Tenerife en las orillas de río Magdalena, a crear su propia fuerza de 70 hombres en 1812, para convertirse según la sonrisa enigmática del florentino Nícolo en un verdadero Profeta Armado, hasta llegar después de 12 años, en 1824, con más de 25 000 patriotas convictos, cruzando ríos, montañas, pampas, páramos, a la puna del cóndor en Ayacucho, y derrotar irreversiblemente de la mano del Mariscal Sucre, el poderío Colonial del Imperio Español y dejar abierta para los tiempos que todavía están por venir, su vida y su obra? ¿No es acaso, como lo decían los antiguos romanos, que Patria es el lugar sagrado donde yacen en reposo perpetuo los huesos de nuestros antepasados?
Nunca se cansará Simón Bolívar de hablarle a sus hijos y seguidores. Ahora sus huesos dirán la verdadera causa de su muerte y muchas cosas más. Un dictamen de altísimo nivel científico y tecnológico como Él se merece, en un fallo o escrito esperado por todos aclarará su muerte: Si el farmaceuta francés Reverand quien despedazó su cadáver exiguo, haciéndose pasar por legista diplomado, redactó una necropsia verdadera o apócrifa para darse razón. Si Bolívar murió de consunción tísica, o de paludismo crónico como lo diagnosticó el cirujano militar norteamericano Dr Night, llegado apresuradamente a Santamarta en la goleta Grampus del U.S.Army, a examinar al moribundo y a garantizar que no se embarcara hacia Europa. O si murió envenenado, por las prolongadas “curas arsenicales” contra las calenturas del paludismo o de un absceso hepático amebiano confundido, a las que lo sometieron varios médicos ingleses en el Perú, el último el Dr Joly. O intoxicado por los crueles sinapismos y vesicatorios de cantárida o “polvos de la Tofana” a que lo sometieron de común acuerdo Reverand y el Dr Night, para asegurarse que la muerte lo encontrara delirante y exhausto ese 17 de diciembre de 1830, en la quinta de Sanpedro alejandrino de Santamarta, a la una y 7 minutos de la tarde, mientras una leve brisa tropical proveniente del mar Caribe, movía suavemente las hojas de los árboles que le hacen sombrío a la casona de la Hacienda.
Bolívar continuará hablándole al futuro, venciendo una vez más esa alianza oscura y helada que se ha coagulado entre el tiempo inexorable que sucede, la muerte descolorida que demora una hora en salir a la cara de los muertos, y unos muy poderosos enemigos de su proyecto, quienes como ÉL lo profetizó hace 188 años; han plagado a la América Meridional de miseria, a nombre de la Libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario