POR: ANATOLI SHULGOVSKI
Rusia
La enemistosa campaña contra Simón Bolívar fue desatada no sólo en Colombia y Europa, sino también en los Estados Unidos.
Y aún en éste país, que para los opositores de que Bolívar se constituyera en patrón de la organización estatal, lo acusaron de usurpación del poder, el antiliberalismo, contraponiéndole a Santander como al “liberal auténtico”. Mas, como ocurrió en la polémica con los liberales europeos, Bolívar defendió su concepción revolucionario-democrática de la soberanía popular en el espíritu de las ideas de Rousseau, por lo cual en sus valoraciones de la campaña enemiga de los Estados Unidos se mantuvo en las posiciones de resuelto rechazo a las instituciones estatales norteamericanas. Refutando a quienes veían la solución de todos los problemas de los países latinoamericanos en la implantación de las formas estatales estadounidenses, Bolívar expresaba con toda exactitud: “Es desgracia que no podamos lograr la felicidad de Colombia con las leyes y costumbres de los americanos”. Y hace tiempo son conocidas las siguientes palabras de Bolívar, las cuales se han vuelto clásicas: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
Con frecuencia estas palabras se consideran de modo general, como testificación de la asombrosa capacidad de Bolívar de prever el gran peligro que podían encerrar las ambiciones imperiales de los Estados Unidos, con su política expansionista, para los pueblos latinoamericanos. En tal enfoque Bolívar es caracterizado como el precursor del antiimperialismo, lo cual, fuera de toda duda, es importante. Sin embargo, el enfoque resulta bastante insuficiente si se parte de la situación históricoconcreta en la cual le correspondió actuar al Libertador y de la orientación y sentido de la lucha política e ideológica que se desenvolvió entre él y sus partidarios, de un lado, y la élite dirigente norteamericana, del otro. En este contexto es especialmente importante dilucidar a cuál libertad se refirió Bolívar respecto a los Estados Unidos. ¿Por qué estos últimos
parecían, según sus palabras, destinados por la misma Providencia a traer males a los jóvenes Estados Latinoamericanos, en nombre de la sagrada libertad? Corrientemente esta pregunta se intenta responder en los marcos de un problema tal como el de “Bolivarismo contra monroísmo”. Además de que este mismo problema es tratado de manera diversa, en dependencia de las concepciones políticas, filosóficas e incluso religiosas a las cuales adhiere uno u otro intérprete.
Durante los últimos años se ha promovido, ante todo por sociólogos y politólogos norteamericanos, el punto de vista de que la aguda confrontación de Bolívar y sus partidarios con los círculos dirigentes de los Estados Unidos se explica por el tratamiento diametralmente opuesto de categorías fundamentales como son la libertad, la democracia y la igualdad.
Sin consignar por ahora nuestras valoraciones de tal planteamiento, quisiéramos solamente señalar que esta problemática merece atención extrema, en tanto que todo ello es importante.
En efecto, el rechazo de Bolívar a las instituciones estatales de Estados Unidos debe examinarse en el contexto general de su búsqueda de los ideales sociales que mejor se adecuaran a las condiciones históricas concretas de la vida de los pueblos de América Latina y de las bases sociales y políticas de los jóvenes Estados de la región. El asunto había sido tratado por Bolívar desde su discurso de Angostura, aunque en verdad de manera un tanto tangencial. Pero resurgió con toda su fuerza durante el último período de la vida del Libertador, en especial después de que se promoviera el proyecto de Constitución para Bolivia.
Como es conocido, en él encontraron encarnación, del modo más completo, los persistentes esfuerzos de Bolívar por crear una sociedad de justicia social y de igualdad.
No fue menos importante el hecho reiteramos esto una vez más de que el “modelo” constitucional elaborado por Bolívar, por principio, se diferenciaba en gran parte de la Constitución norteamericana, con su recortada y limitada soberanía popular, por los innumerables obstáculos jurídicos en el camino de su realización. Sin hablar de que ambas constituciones se distanciaban diametralmente una de la otra con respecto a la esclavitud.
El general Santander y sus partidarios vieron su ideal político en las instituciones estatales de Estados Unidos, acercándose en sus concepciones a la ideología del federalismo norteamericano.
No fue casual que Santander y su círculo se hubiera transformado en los adeptos más fervorosos de la política de los círculos dirigentes norteamericanos, los cuales intentaban impedir a cualquier precio la realización de los proyectos revolucionarios bolivarianos. Todo esto se encubría con razonamientos sobre la aspiración de transformar a los nacientes Estados latinoamericanos en baluarte de la democracia y de la libertad bajo la égida de Norteamérica. Al pronunciarse en el parlamento colombiano en pro de una estrecha colaboración con los Estados Unidos, Francisco de Paula Santander expresó (2.I.1825): “Colombia va a tener el laudable orgullo de ser el primer Estado de la antigua América española unido con la nación más favorecida del genio de la libertad”. Incluso más tarde,después de la muerte de Bolívar, Santander, en el tiempo de su estancia en Norteamérica, calificó a los colombianos como “hermanos menores”, manifestando la esperanza de que se convirtieran en “dignos discípulos” que habrían de agradecer a la providencia por “haber encontrado el sitio de nuestra dicha en el Mismo continente americano”.
Con no menor emoción se refería Santander a las instituciones inglesas. Un verdadero panegírico del régimen social de Inglaterra fue hecho por Santander durante su estancia en ese país. Consideraba al ordenamiento inglés casi como la perfecta encarnación en la vida de los ideales de libertad y democracia. Le causaba particular asombro el hecho de que el gobierno británico alentara por todos los medios la iniciativa privada sin intervenir en la economía, al contrario de lo que hacían “nuestros políticos caseros”, según sus palabras.
No pudo ahogar en el silencio el problema de la pobreza en Inglaterra, pero se maravillaba de que en ese país hubiese sido resuelto el problema de los pobres toda vez que a tales personas, sencillamente, no se las veía en las calles.
Llama la atención la caracterización que de la Constitución norteamericana hiciera Federico Engels. Según él, “inicialmente se pronunció por el reconocimiento de los derechos del hombre, a
tiempo que sancionaba la esclavitud de las razas de color existentes en América; los privilegios clasistas fueron refrendados; los privilegios raciales, santificados”.
En sus pronunciamientos contra Bolívar los representantes de la clase dirigente norteamericana manifestaron con gran evidencia lo que a primera vista fuera una combinación paradójica de declaraciones ampliamente difundidas sobre adhesión a los ideales de libertad y democracia, inocultable apología de la esclavitud y prejuicios sociales y racistas en relación a los pueblos de América Latina. La campaña antibolivariana de los círculos dirigentes de los Estados Unidos adquirió gran envergadura después de que el Libertador, pertrechado de poderes dictatoriales en el Perú, puso en marcha la reforma social e intentó realizar su proyecto democrático-revolucionario, como dice Liévano Aguirre, en los marcos continentales, contando con el éxito del congreso de Panamá.
El proyecto peruano en la actividad de bolívar está relacionado con el inicio en gran escala de la política de defensa de la naciente industria ante la concurrencia extranjera, y con la realización de
medidas proteccionistas para salvaguardar la producción artesanal nacional.
Todo esto entró en aguda contradicción con la política de los núcleos gobernantes estadounidenses, los cuales, al promover en 1823 la doctrina Monroe, intentaban no solamente obstaculizar a sus competidores de los países de Europa Occidental, así como de la Rusia zarista, impidiéndoles reforzar sus posiciones en el continente americano, sino también ejercer decisiva influencia en el curso del desarrollo de los jóvenes Estados latinoamericanos. Era natural que el monroísmo fuera hostil a la labor democrático-revolucionaria del Libertador, a su aspiración de abolir la esclavitud y liberar a los indígenas,igualando en derechos a la población de color.
Quisiera llamar la atención hacia otro rasgo del monroísmo.Apelando a su supuesta predestinación especial para trasladar el espíritu de la civilización industrial a sus vecinos del sur, quienes se encontrarían al borde del estado de barbarie a causa del multisecular dominio español, los ideólogos de los círculos dominantes norteamericanos intentaban acelerar el proceso de acumulación originaria del capital mediante la realización de la política de “libertad de comercio” y “libertad de empresa”. Entre tanto, sus representantes diplomáticos en América Latina estaban llamados a despejar el camino para la conducción de tal política.
La actividad de dos de tales representantes diplomáticos fue quizás típica en relación con esto. Nos referimos al cónsul general de Lima, William Tudor, y al embajador de México, Joel Poinsett. La correspondencia diplomática de Tudor se halla penetrada de inocultable enemistad hacia Bolívar. A lo largo de su hilo central corría la tesis de que Bolívar, imitando en todo a Napoleón, intentaba crear un imperio en Latinoamérica, obstaculizando la consolidación de instituciones republicanas estatales en esas naciones. Con ello, afirmaba Tudor, Bolívar frustraba todas las esperanzas, negándose a convertirse en el Washington latinoamericano.
Sin embargo, las acusaciones a Bolívar de alentar ambiciones imperiales y despotismo militar, en esencia eran tan sólo la fachada exterior tras la cual se ocultaban los verdaderos objetivos de los partidarios del monroísmo. Como justamente anota Liévano Aguirre, las causas de la enemistad hacia Bolívar por parte de la clase dirigente norteamericana y de sus aliados de la oligarquía criolla se explican por su temor a que la abolición de la esclavitud en los jóvenes Estados latinoamericanos pudiera provocar, desde sus puntos de vista, las consecuencias más imprevisibles.
Verdaderamente, al leer los reportes diplomáticos de Tudor a los responsables de la política exterior norteamericana y ante todo al Secretario Henry Clay, no es posible pasar por alto el especial rechazo que provocaba la posición antiesclavista de Bolívar, su aspiración de suprimir la esclavitud como base de su política continental. Tudor escribió que los llamados de Bolívar a la abolición de la esclavitud, que hubieron de encontrar reflejo en la constitución boliviana el cónsul norteamericano la llamó “caótica”-, representaban un gran peligro para los esclavistas norteamericanos. Calificó a Bolívar como “enemigo peligroso de los Estados Unidos” y se refirió con inocultable enemistad al ejército libertador, en el cual, decía, “los soldados y muchos oficiales tienen no poca mezcla de sangre africana” y por ello indispensablemente tendrían que sentir hostilidad hacia los opositores de la abolición de la esclavitud.
Poinsett aparece con pretensiones de fundamentar filosóficamente el derecho estadounidense al liderato espiritual y político en el hemisferio occidental. Aseguraba que poseyendo efectivas y casi perfectas instituciones estatales, los Estados Unidos tenían el derecho de persuadir a los latinoamericanos para que marcharan por el camino de sus vecinos norteños, rechazando la perniciosa influencia de la “herencia española” en particular de la religión católica-, herencia que impedía el ingreso de los jóvenes Estados latinoamericanos al mundo del progreso y la civilización. Como Poinsett opinaba que una de las premisas para que ello ocurriera consistía en que los países de América Latina se convirtieran en compradores de las mercancías norteamericanas, los voceros oficiales del Norte comenzaron a proclamar el principio de la “libertad de comercio”.
La insidiosa campaña política estadounidense contra Bolívar adquirió mayor envergadura después de que éste asumió plenos poderes dictatoriales. Los representantes de los círculos dirigentes del Norte intervinieron a través de una especie de Solón norteamericano, llamado a beneficiar con sus leyes a los latinoamericanos. En efecto, el Secretario de Estado Henry Clay, se dirigió al Libertador en carta especial (27X-1828). En ella expresaba inquietud porque no encontraban justificación o satisfacción las esperanzas de los Estados Unidos referentes al establecimiento en Suramérica, como resultado de la guerra de independencia, de instituciones estatales “libres”, análogas a las norteamericanas, que garantizasen “todos los beneficios de la libertad civil”. “Todos nosotros agregaba Clay- esperamos ansiosamente la consecución de este objetivo”.
Como uno de los requisitos principales para alcanzarlo Clay “recomendaba” insistentemente a Bolívar disolver el ejército libertador, fundamentando su propuesta ora con la derrota de las tropas españolas, ora con el supuesto peligro que para la causa de la libertad entraña la existencia de un ejército permanente. Tan “amable” consejo tenía, en nuestra opinión, un fin predeterminado: romper una de las más importantes fuerzas en que, al lado del pueblo, intentaba apoyarse Bolívar para realizar la política social reformadora y antioligárquica. Clay insistió ante el Libertador para que depusiera sus plenos poderes dictatoriales y estableciera las “instituciones liberales” en Colombia; sólo entonces, según sus palabras, Suramérica podría aportar “un nuevo triunfo a la causa de la libertad humana”.
Los sectores dirigentes norteamericanos no se limitaron a semejante tipo de alocuciones redentoras. Justamente Clay dio instrucciones especiales al nuevo embajador norteamericano en
Bogotá, general Harrison. Según aquél, éste debía conseguir a cualquier precio que surgieran en Colombia instituciones estatales análogas a las norteamericanas. Para el logro de este objetivo Harrison utilizó todos los medios a su alcance, apoyó abiertamente a los enemigos de Bolívar y él mismo, en forma por demás agresiva, hubo de aleccionar al Libertador en torno a cuál era la forma de gobierno que debería elegir Colombia. Sus concepciones, como las de los círculos dirigentes de los Estados Unidos, las expuso Harrison en carta a Bolívar (27-IX-1829). En ella aparecen los principales postulados del monroísmo, con su exaltación de las instituciones estatales norteamericanas y su altanera referencia a la cultura y las tradiciones espirituales de los pueblos latinoamericanos. Los groseros ataques a la religión católica se combinaban en esta misiva con fuertes embates contra el ejército colombiano, entidad a la cual se calificaba como la encarnación del despotismo militar. ¡Poco faltó para que, a manera de ultimátum, Harrison exigiera restablecer la Constitución de Cúcuta y seguir el ejemplo de los Estados Unidos! ¿Qué podía contraponer Bolívar a esta política agresiva tan abierta? Toda su legislación socialeconómica de los años de la dictadura revolucionaria temporal estaba penetrada de profundo patriotismo y animadversión hacia aquella “libertad” que habría de sentenciar a la ruina a las masas trabajadoras en interés de los capitalistas extranjeros.
El comprendió que los razonamientos grandilocuentes sobre la libertad hechos por los ideólogos de la clase dirigente de los Estados Unidos en la práctica se combinaban con la despiadada explotación de los esclavos negros. Tal concepción de la libertad y la democracia era por completo ajena al Bolívar reformador y revolucionario.
Sobre el verdadero estado de cosas en los Estados Unidos no fue poco lo que pudo extraer Bolívar de las cartas de sus corresponsales. Gran interés suscitan, por ejemplo, dos cartas enviadas a Bolívar desde Norteamérica por su ayudante el coronel Wilson (10-II y I-IV-1829). Sin ocuparnos de la tonalidad de las cartas, escritas por un hombre que no ocultaba sus simpatías por las instituciones inglesas, basadas, según él, en los principios de la “libertad práctica”, queremos llamar la atención alrededor de sus denuncias sobre la esclavitud. Con ironía y amargo sarcasmo, Wilson informaba que en los Estados Unidos se predicaban “hermosas teorías” pero que en el fondo se observaba una “desenfrenada libertad que colinda con la esclavitud más cruel”. Los negros, según el corresponsal de Bolívar, vivían en condiciones peores que los animales de carga”. “Aquí testificaba Wilson- se ve la anomalía singular de unos hombres cuyo solo objeto parece ser tratar de dar mayor extensión a la democracia para sí, pero defendiendo con el furor de caníbales el despotismo más feroz cuando conviene a sus intereses personales. Su apego a su sistema de esclavitud es tal, que será mil veces más fácil persuadir a un fiel católico de los absurdos de su religión o a un mahometano de la falsedad de la suya, que a todos los liberales de su inconsecuencias”. Lo expresado arriba ayuda a comprender con mayor profundidad, por así decirlo, la génesis de las palabras de Bolívar acerca del peligro que acarreaba una tal “libertad”, ofrecida por los Estados Unidos a los países de América Latina.
Ahora podemos exponer en forma detallada el punto de vista acerca del problema del monroísmo y el bolivarismo. Es difícil aceptar la interpretación tradicionalista de la doctrina Monroe que se da en la ciencia histórica norteamericana. Algunos de sus representantes afirman que fue promovida por la amenaza que representaban para el hemisferio occidental las potencias de la “Santa Alianza”. Otros consideran que Norteamérica salvó a los jóvenes Estados latinoamericanos de la restauración del orden monárquico. Desde luego que los principios sostenidos en la doctrina Monroe estaban lejos de ser reaccionarios si se les compara con las argucias restauradoras y legitimistas de las monarquías contrarrevolucionarias, encarnadas en la política de la “Santa Alianza”. Sin embargo, como ha sido demostrado convincentemente en las investigaciones de muchos científicos sociales e historiadores, no existía amenaza alguna de agresión de parte de la Santa Alianza hacia el hemisferio occidental. Por lo que se refiere a América Latina, la doctrina Monroe estaba dirigiendo su filo contra la actividad reformadorarevolucionaria de Bolívar, para malograr sus planes de creación de una firme unidad de los nuevos Estados latinoamericanos. Sin duda, en la teoría y práctica del monroísmo ejercieron influencia los postulados y dogmas del protestantismo, con sus pretensiones providenciales y mesiánicas. Más ellos carecían de un significado autónomo y fueron utilizados por los representantes diplomáticos de los Estados Unidos de América Latina para justificar las pretensiones imperiales del capitalismo norteamericano en franco desarrollo, para adelantar la política de colonialismo espiritual y cultural. En este plano se podría denominar a Poinsett y a los demás diplomáticos de su género como “virtuosos del protestantismo práctico”, para utilizar una
definición de Carlos Marx.
Continuando con esta idea, hay que decir que sería de igual manera inadecuado tratar al bolivarismo como una especie de cruzada católica contra la agresión protestante.
La interpretación del bolivarismo en el espíritu de un hispanismo extremo provoca una réplica resuelta, no sólo porque ignora el profundo sentido revolucionario, reformador y democrático de la actividad de Bolívar, su coparticipación orgánica en la lucha por la justicia social y la libertad en todo el mundo. Tal disquisición de la herencia ideológica de Bolívar niega la posibilidad de entender cuáles fueron los valores culturales portadores del fructífero influjo de la cultura e historia españolas que él defendía para asegurar a los pueblos suramericanos el derecho a preservar su autenticidad.
No menor controversia provocan las explicaciones que del rechazo de Bolívar a las instituciones estatales norteamericanas y a la ideología del federalismo dan científicos norteamericanos que consideran que el desarrollo de los países de América Latina no se comprende sin notar la influencia de las ideas y tradiciones autoritariocorporativas. Esta concepción busca tales causas en la existencia de singulares “tradiciones iberoamericanas”, en las peculiaridades de la cultura política de los pueblos latinoamericanos, con su culto de los valores jerárquicos mediante la prevalencia de los intereses corporativistas sobre los individuos.
En los marcos del modelo “autoritariocorporativo” de organización estatal de los países de América Latina, como afirman los partidarios de este punto de vista, surge un tipo “singular” de democracia, radicalmente opuesto a la concepción anglosajona. Si esta última concede prioridad a los intereses de las personas, ya sea en libertad individual o de grupo, las tradiciones iberoamericanas se caracterizan por una clara superación de lo general sobre lo particular, por la integración de los intereses individuales o de grupo en un “todo orgánico”.
Según los partidarios de este punto de vista, las constituciones de los países latinoamericanos están basadas en los principios de sometimiento de los intereses privados a los intereses comunes, a tiempo que el sistema político de Estados Unidos se ha orientado hacia la creación de mecanismos de poder para garantizar los intereses privados.
El normativismo y relativismo de semejante posición se hacen especialmente evidentes cuando en los marcos de este esquema se estudia la actividad de Bolívar y sus concepciones políticas.
Considerando a Bolívar partidario de una democracia “autoritaria” o “monista”, el científico estadounidense Glen Dely subrayaba que mientras los patriarcas fundadores de los Estados Unidos planteaban como objetivo principal la descentralización del poder, sus homólogos latinoamericanos se esforzaban por su concentración.
La cuestión, naturalmente, no reside en tales diferencias formales. La clave de la comprensión del problema descansa en otro plano.
Si para los ideólogos del federalismo norteamericano la aspiración principal fue levantar diques en el camino hacia la “tiranía de la mayoría” a propósito, el mismo Dely escribe sobre esto-, entonces Bolívar fue un resuelto adversario de la “tiranía de la minoría”´. En otras palabras, la concepción bolivariana de la soberanía popular y su efectivo mantenimiento eran mucho más revolucionarios y consecuentes que las interpretaciones de estos mismos problemas hechas por los “padres fundadores” de Estados Unidos. Así, la contraposición de los dos tipos de democracia, anglosajona e iberoamericana, para explicar las opiniones políticas y sociales de Bolívar, aclara muy poca cosa, además de que tergiversa el sentido y el pathos de su acción reformadora.
Es importante anotar que la tradición norteamericana del pensamiento político de ningún modo se circunscribe a la estrecha ideología conservadora del federalismo. En verdad, existen tradiciones democrático-revolucionarias cuyos portadores fueron dirigentes del movimiento liberador norteamericano tan sobresaliente como Jefferson y Paine.
Precisamente ellos, esgrimiendo la concepción democráticorevolucionaria de la soberanía popular, ejercieron contrapeso a los ideólogos del federalismo y reconocieron a las masas el derecho de derrocar por medio de las armas al gobierno que hubiese escapado del control popular. A Jefferson pertenecen aquellas palabras encendidas de fe en el pueblo: “Yo no pertenezco a la clase de seres que le temen al pueblo. El pueblo, y no los ricos, es nuestro apoyo en la lucha permanente por la libertad”.
Las tradiciones jeffersonianas se aproximan a las tradiciones bolivarianas y su confrontación e investigación comparativas pueden dar resultados fructíferos, ayudando a superar muchos estereotipos y moldes elaborados al estilo de la contraposición “democracia monista” versus “democracia pluralista”.
Y aún en éste país, que para los opositores de que Bolívar se constituyera en patrón de la organización estatal, lo acusaron de usurpación del poder, el antiliberalismo, contraponiéndole a Santander como al “liberal auténtico”. Mas, como ocurrió en la polémica con los liberales europeos, Bolívar defendió su concepción revolucionario-democrática de la soberanía popular en el espíritu de las ideas de Rousseau, por lo cual en sus valoraciones de la campaña enemiga de los Estados Unidos se mantuvo en las posiciones de resuelto rechazo a las instituciones estatales norteamericanas. Refutando a quienes veían la solución de todos los problemas de los países latinoamericanos en la implantación de las formas estatales estadounidenses, Bolívar expresaba con toda exactitud: “Es desgracia que no podamos lograr la felicidad de Colombia con las leyes y costumbres de los americanos”. Y hace tiempo son conocidas las siguientes palabras de Bolívar, las cuales se han vuelto clásicas: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
Con frecuencia estas palabras se consideran de modo general, como testificación de la asombrosa capacidad de Bolívar de prever el gran peligro que podían encerrar las ambiciones imperiales de los Estados Unidos, con su política expansionista, para los pueblos latinoamericanos. En tal enfoque Bolívar es caracterizado como el precursor del antiimperialismo, lo cual, fuera de toda duda, es importante. Sin embargo, el enfoque resulta bastante insuficiente si se parte de la situación históricoconcreta en la cual le correspondió actuar al Libertador y de la orientación y sentido de la lucha política e ideológica que se desenvolvió entre él y sus partidarios, de un lado, y la élite dirigente norteamericana, del otro. En este contexto es especialmente importante dilucidar a cuál libertad se refirió Bolívar respecto a los Estados Unidos. ¿Por qué estos últimos
parecían, según sus palabras, destinados por la misma Providencia a traer males a los jóvenes Estados Latinoamericanos, en nombre de la sagrada libertad? Corrientemente esta pregunta se intenta responder en los marcos de un problema tal como el de “Bolivarismo contra monroísmo”. Además de que este mismo problema es tratado de manera diversa, en dependencia de las concepciones políticas, filosóficas e incluso religiosas a las cuales adhiere uno u otro intérprete.
Durante los últimos años se ha promovido, ante todo por sociólogos y politólogos norteamericanos, el punto de vista de que la aguda confrontación de Bolívar y sus partidarios con los círculos dirigentes de los Estados Unidos se explica por el tratamiento diametralmente opuesto de categorías fundamentales como son la libertad, la democracia y la igualdad.
Sin consignar por ahora nuestras valoraciones de tal planteamiento, quisiéramos solamente señalar que esta problemática merece atención extrema, en tanto que todo ello es importante.
En efecto, el rechazo de Bolívar a las instituciones estatales de Estados Unidos debe examinarse en el contexto general de su búsqueda de los ideales sociales que mejor se adecuaran a las condiciones históricas concretas de la vida de los pueblos de América Latina y de las bases sociales y políticas de los jóvenes Estados de la región. El asunto había sido tratado por Bolívar desde su discurso de Angostura, aunque en verdad de manera un tanto tangencial. Pero resurgió con toda su fuerza durante el último período de la vida del Libertador, en especial después de que se promoviera el proyecto de Constitución para Bolivia.
Como es conocido, en él encontraron encarnación, del modo más completo, los persistentes esfuerzos de Bolívar por crear una sociedad de justicia social y de igualdad.
No fue menos importante el hecho reiteramos esto una vez más de que el “modelo” constitucional elaborado por Bolívar, por principio, se diferenciaba en gran parte de la Constitución norteamericana, con su recortada y limitada soberanía popular, por los innumerables obstáculos jurídicos en el camino de su realización. Sin hablar de que ambas constituciones se distanciaban diametralmente una de la otra con respecto a la esclavitud.
El general Santander y sus partidarios vieron su ideal político en las instituciones estatales de Estados Unidos, acercándose en sus concepciones a la ideología del federalismo norteamericano.
No fue casual que Santander y su círculo se hubiera transformado en los adeptos más fervorosos de la política de los círculos dirigentes norteamericanos, los cuales intentaban impedir a cualquier precio la realización de los proyectos revolucionarios bolivarianos. Todo esto se encubría con razonamientos sobre la aspiración de transformar a los nacientes Estados latinoamericanos en baluarte de la democracia y de la libertad bajo la égida de Norteamérica. Al pronunciarse en el parlamento colombiano en pro de una estrecha colaboración con los Estados Unidos, Francisco de Paula Santander expresó (2.I.1825): “Colombia va a tener el laudable orgullo de ser el primer Estado de la antigua América española unido con la nación más favorecida del genio de la libertad”. Incluso más tarde,después de la muerte de Bolívar, Santander, en el tiempo de su estancia en Norteamérica, calificó a los colombianos como “hermanos menores”, manifestando la esperanza de que se convirtieran en “dignos discípulos” que habrían de agradecer a la providencia por “haber encontrado el sitio de nuestra dicha en el Mismo continente americano”.
Con no menor emoción se refería Santander a las instituciones inglesas. Un verdadero panegírico del régimen social de Inglaterra fue hecho por Santander durante su estancia en ese país. Consideraba al ordenamiento inglés casi como la perfecta encarnación en la vida de los ideales de libertad y democracia. Le causaba particular asombro el hecho de que el gobierno británico alentara por todos los medios la iniciativa privada sin intervenir en la economía, al contrario de lo que hacían “nuestros políticos caseros”, según sus palabras.
No pudo ahogar en el silencio el problema de la pobreza en Inglaterra, pero se maravillaba de que en ese país hubiese sido resuelto el problema de los pobres toda vez que a tales personas, sencillamente, no se las veía en las calles.
Llama la atención la caracterización que de la Constitución norteamericana hiciera Federico Engels. Según él, “inicialmente se pronunció por el reconocimiento de los derechos del hombre, a
tiempo que sancionaba la esclavitud de las razas de color existentes en América; los privilegios clasistas fueron refrendados; los privilegios raciales, santificados”.
En sus pronunciamientos contra Bolívar los representantes de la clase dirigente norteamericana manifestaron con gran evidencia lo que a primera vista fuera una combinación paradójica de declaraciones ampliamente difundidas sobre adhesión a los ideales de libertad y democracia, inocultable apología de la esclavitud y prejuicios sociales y racistas en relación a los pueblos de América Latina. La campaña antibolivariana de los círculos dirigentes de los Estados Unidos adquirió gran envergadura después de que el Libertador, pertrechado de poderes dictatoriales en el Perú, puso en marcha la reforma social e intentó realizar su proyecto democrático-revolucionario, como dice Liévano Aguirre, en los marcos continentales, contando con el éxito del congreso de Panamá.
El proyecto peruano en la actividad de bolívar está relacionado con el inicio en gran escala de la política de defensa de la naciente industria ante la concurrencia extranjera, y con la realización de
medidas proteccionistas para salvaguardar la producción artesanal nacional.
Todo esto entró en aguda contradicción con la política de los núcleos gobernantes estadounidenses, los cuales, al promover en 1823 la doctrina Monroe, intentaban no solamente obstaculizar a sus competidores de los países de Europa Occidental, así como de la Rusia zarista, impidiéndoles reforzar sus posiciones en el continente americano, sino también ejercer decisiva influencia en el curso del desarrollo de los jóvenes Estados latinoamericanos. Era natural que el monroísmo fuera hostil a la labor democrático-revolucionaria del Libertador, a su aspiración de abolir la esclavitud y liberar a los indígenas,igualando en derechos a la población de color.
Quisiera llamar la atención hacia otro rasgo del monroísmo.Apelando a su supuesta predestinación especial para trasladar el espíritu de la civilización industrial a sus vecinos del sur, quienes se encontrarían al borde del estado de barbarie a causa del multisecular dominio español, los ideólogos de los círculos dominantes norteamericanos intentaban acelerar el proceso de acumulación originaria del capital mediante la realización de la política de “libertad de comercio” y “libertad de empresa”. Entre tanto, sus representantes diplomáticos en América Latina estaban llamados a despejar el camino para la conducción de tal política.
La actividad de dos de tales representantes diplomáticos fue quizás típica en relación con esto. Nos referimos al cónsul general de Lima, William Tudor, y al embajador de México, Joel Poinsett. La correspondencia diplomática de Tudor se halla penetrada de inocultable enemistad hacia Bolívar. A lo largo de su hilo central corría la tesis de que Bolívar, imitando en todo a Napoleón, intentaba crear un imperio en Latinoamérica, obstaculizando la consolidación de instituciones republicanas estatales en esas naciones. Con ello, afirmaba Tudor, Bolívar frustraba todas las esperanzas, negándose a convertirse en el Washington latinoamericano.
Sin embargo, las acusaciones a Bolívar de alentar ambiciones imperiales y despotismo militar, en esencia eran tan sólo la fachada exterior tras la cual se ocultaban los verdaderos objetivos de los partidarios del monroísmo. Como justamente anota Liévano Aguirre, las causas de la enemistad hacia Bolívar por parte de la clase dirigente norteamericana y de sus aliados de la oligarquía criolla se explican por su temor a que la abolición de la esclavitud en los jóvenes Estados latinoamericanos pudiera provocar, desde sus puntos de vista, las consecuencias más imprevisibles.
Verdaderamente, al leer los reportes diplomáticos de Tudor a los responsables de la política exterior norteamericana y ante todo al Secretario Henry Clay, no es posible pasar por alto el especial rechazo que provocaba la posición antiesclavista de Bolívar, su aspiración de suprimir la esclavitud como base de su política continental. Tudor escribió que los llamados de Bolívar a la abolición de la esclavitud, que hubieron de encontrar reflejo en la constitución boliviana el cónsul norteamericano la llamó “caótica”-, representaban un gran peligro para los esclavistas norteamericanos. Calificó a Bolívar como “enemigo peligroso de los Estados Unidos” y se refirió con inocultable enemistad al ejército libertador, en el cual, decía, “los soldados y muchos oficiales tienen no poca mezcla de sangre africana” y por ello indispensablemente tendrían que sentir hostilidad hacia los opositores de la abolición de la esclavitud.
Poinsett aparece con pretensiones de fundamentar filosóficamente el derecho estadounidense al liderato espiritual y político en el hemisferio occidental. Aseguraba que poseyendo efectivas y casi perfectas instituciones estatales, los Estados Unidos tenían el derecho de persuadir a los latinoamericanos para que marcharan por el camino de sus vecinos norteños, rechazando la perniciosa influencia de la “herencia española” en particular de la religión católica-, herencia que impedía el ingreso de los jóvenes Estados latinoamericanos al mundo del progreso y la civilización. Como Poinsett opinaba que una de las premisas para que ello ocurriera consistía en que los países de América Latina se convirtieran en compradores de las mercancías norteamericanas, los voceros oficiales del Norte comenzaron a proclamar el principio de la “libertad de comercio”.
La insidiosa campaña política estadounidense contra Bolívar adquirió mayor envergadura después de que éste asumió plenos poderes dictatoriales. Los representantes de los círculos dirigentes del Norte intervinieron a través de una especie de Solón norteamericano, llamado a beneficiar con sus leyes a los latinoamericanos. En efecto, el Secretario de Estado Henry Clay, se dirigió al Libertador en carta especial (27X-1828). En ella expresaba inquietud porque no encontraban justificación o satisfacción las esperanzas de los Estados Unidos referentes al establecimiento en Suramérica, como resultado de la guerra de independencia, de instituciones estatales “libres”, análogas a las norteamericanas, que garantizasen “todos los beneficios de la libertad civil”. “Todos nosotros agregaba Clay- esperamos ansiosamente la consecución de este objetivo”.
Como uno de los requisitos principales para alcanzarlo Clay “recomendaba” insistentemente a Bolívar disolver el ejército libertador, fundamentando su propuesta ora con la derrota de las tropas españolas, ora con el supuesto peligro que para la causa de la libertad entraña la existencia de un ejército permanente. Tan “amable” consejo tenía, en nuestra opinión, un fin predeterminado: romper una de las más importantes fuerzas en que, al lado del pueblo, intentaba apoyarse Bolívar para realizar la política social reformadora y antioligárquica. Clay insistió ante el Libertador para que depusiera sus plenos poderes dictatoriales y estableciera las “instituciones liberales” en Colombia; sólo entonces, según sus palabras, Suramérica podría aportar “un nuevo triunfo a la causa de la libertad humana”.
Los sectores dirigentes norteamericanos no se limitaron a semejante tipo de alocuciones redentoras. Justamente Clay dio instrucciones especiales al nuevo embajador norteamericano en
Bogotá, general Harrison. Según aquél, éste debía conseguir a cualquier precio que surgieran en Colombia instituciones estatales análogas a las norteamericanas. Para el logro de este objetivo Harrison utilizó todos los medios a su alcance, apoyó abiertamente a los enemigos de Bolívar y él mismo, en forma por demás agresiva, hubo de aleccionar al Libertador en torno a cuál era la forma de gobierno que debería elegir Colombia. Sus concepciones, como las de los círculos dirigentes de los Estados Unidos, las expuso Harrison en carta a Bolívar (27-IX-1829). En ella aparecen los principales postulados del monroísmo, con su exaltación de las instituciones estatales norteamericanas y su altanera referencia a la cultura y las tradiciones espirituales de los pueblos latinoamericanos. Los groseros ataques a la religión católica se combinaban en esta misiva con fuertes embates contra el ejército colombiano, entidad a la cual se calificaba como la encarnación del despotismo militar. ¡Poco faltó para que, a manera de ultimátum, Harrison exigiera restablecer la Constitución de Cúcuta y seguir el ejemplo de los Estados Unidos! ¿Qué podía contraponer Bolívar a esta política agresiva tan abierta? Toda su legislación socialeconómica de los años de la dictadura revolucionaria temporal estaba penetrada de profundo patriotismo y animadversión hacia aquella “libertad” que habría de sentenciar a la ruina a las masas trabajadoras en interés de los capitalistas extranjeros.
El comprendió que los razonamientos grandilocuentes sobre la libertad hechos por los ideólogos de la clase dirigente de los Estados Unidos en la práctica se combinaban con la despiadada explotación de los esclavos negros. Tal concepción de la libertad y la democracia era por completo ajena al Bolívar reformador y revolucionario.
Sobre el verdadero estado de cosas en los Estados Unidos no fue poco lo que pudo extraer Bolívar de las cartas de sus corresponsales. Gran interés suscitan, por ejemplo, dos cartas enviadas a Bolívar desde Norteamérica por su ayudante el coronel Wilson (10-II y I-IV-1829). Sin ocuparnos de la tonalidad de las cartas, escritas por un hombre que no ocultaba sus simpatías por las instituciones inglesas, basadas, según él, en los principios de la “libertad práctica”, queremos llamar la atención alrededor de sus denuncias sobre la esclavitud. Con ironía y amargo sarcasmo, Wilson informaba que en los Estados Unidos se predicaban “hermosas teorías” pero que en el fondo se observaba una “desenfrenada libertad que colinda con la esclavitud más cruel”. Los negros, según el corresponsal de Bolívar, vivían en condiciones peores que los animales de carga”. “Aquí testificaba Wilson- se ve la anomalía singular de unos hombres cuyo solo objeto parece ser tratar de dar mayor extensión a la democracia para sí, pero defendiendo con el furor de caníbales el despotismo más feroz cuando conviene a sus intereses personales. Su apego a su sistema de esclavitud es tal, que será mil veces más fácil persuadir a un fiel católico de los absurdos de su religión o a un mahometano de la falsedad de la suya, que a todos los liberales de su inconsecuencias”. Lo expresado arriba ayuda a comprender con mayor profundidad, por así decirlo, la génesis de las palabras de Bolívar acerca del peligro que acarreaba una tal “libertad”, ofrecida por los Estados Unidos a los países de América Latina.
Ahora podemos exponer en forma detallada el punto de vista acerca del problema del monroísmo y el bolivarismo. Es difícil aceptar la interpretación tradicionalista de la doctrina Monroe que se da en la ciencia histórica norteamericana. Algunos de sus representantes afirman que fue promovida por la amenaza que representaban para el hemisferio occidental las potencias de la “Santa Alianza”. Otros consideran que Norteamérica salvó a los jóvenes Estados latinoamericanos de la restauración del orden monárquico. Desde luego que los principios sostenidos en la doctrina Monroe estaban lejos de ser reaccionarios si se les compara con las argucias restauradoras y legitimistas de las monarquías contrarrevolucionarias, encarnadas en la política de la “Santa Alianza”. Sin embargo, como ha sido demostrado convincentemente en las investigaciones de muchos científicos sociales e historiadores, no existía amenaza alguna de agresión de parte de la Santa Alianza hacia el hemisferio occidental. Por lo que se refiere a América Latina, la doctrina Monroe estaba dirigiendo su filo contra la actividad reformadorarevolucionaria de Bolívar, para malograr sus planes de creación de una firme unidad de los nuevos Estados latinoamericanos. Sin duda, en la teoría y práctica del monroísmo ejercieron influencia los postulados y dogmas del protestantismo, con sus pretensiones providenciales y mesiánicas. Más ellos carecían de un significado autónomo y fueron utilizados por los representantes diplomáticos de los Estados Unidos de América Latina para justificar las pretensiones imperiales del capitalismo norteamericano en franco desarrollo, para adelantar la política de colonialismo espiritual y cultural. En este plano se podría denominar a Poinsett y a los demás diplomáticos de su género como “virtuosos del protestantismo práctico”, para utilizar una
definición de Carlos Marx.
Continuando con esta idea, hay que decir que sería de igual manera inadecuado tratar al bolivarismo como una especie de cruzada católica contra la agresión protestante.
La interpretación del bolivarismo en el espíritu de un hispanismo extremo provoca una réplica resuelta, no sólo porque ignora el profundo sentido revolucionario, reformador y democrático de la actividad de Bolívar, su coparticipación orgánica en la lucha por la justicia social y la libertad en todo el mundo. Tal disquisición de la herencia ideológica de Bolívar niega la posibilidad de entender cuáles fueron los valores culturales portadores del fructífero influjo de la cultura e historia españolas que él defendía para asegurar a los pueblos suramericanos el derecho a preservar su autenticidad.
No menor controversia provocan las explicaciones que del rechazo de Bolívar a las instituciones estatales norteamericanas y a la ideología del federalismo dan científicos norteamericanos que consideran que el desarrollo de los países de América Latina no se comprende sin notar la influencia de las ideas y tradiciones autoritariocorporativas. Esta concepción busca tales causas en la existencia de singulares “tradiciones iberoamericanas”, en las peculiaridades de la cultura política de los pueblos latinoamericanos, con su culto de los valores jerárquicos mediante la prevalencia de los intereses corporativistas sobre los individuos.
En los marcos del modelo “autoritariocorporativo” de organización estatal de los países de América Latina, como afirman los partidarios de este punto de vista, surge un tipo “singular” de democracia, radicalmente opuesto a la concepción anglosajona. Si esta última concede prioridad a los intereses de las personas, ya sea en libertad individual o de grupo, las tradiciones iberoamericanas se caracterizan por una clara superación de lo general sobre lo particular, por la integración de los intereses individuales o de grupo en un “todo orgánico”.
Según los partidarios de este punto de vista, las constituciones de los países latinoamericanos están basadas en los principios de sometimiento de los intereses privados a los intereses comunes, a tiempo que el sistema político de Estados Unidos se ha orientado hacia la creación de mecanismos de poder para garantizar los intereses privados.
El normativismo y relativismo de semejante posición se hacen especialmente evidentes cuando en los marcos de este esquema se estudia la actividad de Bolívar y sus concepciones políticas.
Considerando a Bolívar partidario de una democracia “autoritaria” o “monista”, el científico estadounidense Glen Dely subrayaba que mientras los patriarcas fundadores de los Estados Unidos planteaban como objetivo principal la descentralización del poder, sus homólogos latinoamericanos se esforzaban por su concentración.
La cuestión, naturalmente, no reside en tales diferencias formales. La clave de la comprensión del problema descansa en otro plano.
Si para los ideólogos del federalismo norteamericano la aspiración principal fue levantar diques en el camino hacia la “tiranía de la mayoría” a propósito, el mismo Dely escribe sobre esto-, entonces Bolívar fue un resuelto adversario de la “tiranía de la minoría”´. En otras palabras, la concepción bolivariana de la soberanía popular y su efectivo mantenimiento eran mucho más revolucionarios y consecuentes que las interpretaciones de estos mismos problemas hechas por los “padres fundadores” de Estados Unidos. Así, la contraposición de los dos tipos de democracia, anglosajona e iberoamericana, para explicar las opiniones políticas y sociales de Bolívar, aclara muy poca cosa, además de que tergiversa el sentido y el pathos de su acción reformadora.
Es importante anotar que la tradición norteamericana del pensamiento político de ningún modo se circunscribe a la estrecha ideología conservadora del federalismo. En verdad, existen tradiciones democrático-revolucionarias cuyos portadores fueron dirigentes del movimiento liberador norteamericano tan sobresaliente como Jefferson y Paine.
Precisamente ellos, esgrimiendo la concepción democráticorevolucionaria de la soberanía popular, ejercieron contrapeso a los ideólogos del federalismo y reconocieron a las masas el derecho de derrocar por medio de las armas al gobierno que hubiese escapado del control popular. A Jefferson pertenecen aquellas palabras encendidas de fe en el pueblo: “Yo no pertenezco a la clase de seres que le temen al pueblo. El pueblo, y no los ricos, es nuestro apoyo en la lucha permanente por la libertad”.
Las tradiciones jeffersonianas se aproximan a las tradiciones bolivarianas y su confrontación e investigación comparativas pueden dar resultados fructíferos, ayudando a superar muchos estereotipos y moldes elaborados al estilo de la contraposición “democracia monista” versus “democracia pluralista”.
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