Por: Iñaki Gil de SanVicente
La lucha de clases ha reflejado siempre las contradicciones, opresiones y miserias machistas y sexistas existentes en el movimiento obrero, también en los sindicatos y partidos de izquierda. Pero lo que ha demostrado hasta ahora la experiencia de la lucha de clases es que ella ha conseguido para las mujeres muchas más conquistas y avances prácticos decisivos que la lenta y limitada acción del feminismo reformista y parlamentarista. Cuando la lucha de clases ha adquirido forma y contenido de guerra de liberación nacional, entonces esos logros han sido aún mayores.
El grueso del beneficio capitalista mundial descansa sobre la explotación de la mujer, que a su vez descansa sobre la explotación patriarcal anterior al surgimiento histórico del sistema capitalista. Desde la imposición del patriarcado, anterior a la opresión nacional y de clase, cada modo de producción posterior se ha cimentado en la previa explotación, dominación y opresión de la mujer, adaptándolas a sus intereses específicos.
La lucha de clases es a la vez reflejo y motor, efecto y causa, tanto de la opresión de la mujer como de su liberación. La imbricación dialéctica entre patriarcado y capitalismo, y entre modos de producción precapitalistas y mundialización imperialista, es la que explica que las luchas contra esas barbaridades inhumanas sean a la vez luchas actuales contra la tasa media de beneficio capitalista mundial, que es lo decisivo.
Las mujeres cobran menos que los hombres por el mismo trabajo por el sólo hecho de ser mujeres. En 2005, en la parte occidental de Alemania las mujeres cobraban un 30% menos que los hombres, y en la parte oriental un 10% menos. En el Estado español la diferencia asciende en el sector público al 34,7% y en algunos trabajos del sector privado al 50%. Según el Informe de la Juventud de 2004, las mujeres de entre 15 y 29 años cobraban un 27% menos de salario que los jóvenes de la misma edad. Según la ONU, en los países enriquecidos esta diferencia es del 23% en beneficio de los hombres.
La explotación de las mujeres se endurece, empero, mediante prácticas salvajes en empresas capitalistas en todo el mundo. En las maquiladoras mexicanas se explota a niñas de entre 13 y 15 años de edad, carentes de derechos y sometidas a todas las vejaciones. En el Estado español el 47,8% de las mujeres no cobran nada ni reciben ninguna contraprestación por las horas extras realizadas. Decenas de miles de mujeres emigrantes son sobreexplotadas en las largas horas del trabajo doméstico.
La simbiosis entre patriarcado y capitalismo es tan ágil e interna que la burguesía, supuestamente respetuosa con la mujer, es ferozmente machista. En el Estado español sólo son mujeres el 4% de las consejeras de empresa, y sólo hay 3 mujeres en la dirección de las 119 que cotizaban en Bolsa en 2005. Sólo 5 mujeres son jefas ejecutivas entre los 500 corporativos más importantes del mundo, y pertenecen a las mujeres apenas el 1% de las acciones en Silicon Valley.
Esta simbiosis es tan efectiva que la patronal no tiene en cuenta la superior educación de la mujer. En Alemania la diferencia salarial entre sexos en beneficio de los hombres se mantiene pese a que el 40,6% de las mujeres entre 25 y 30 años han obtenido el bachillerato frente al 37,8% de los hombres de la misma edad. En el Estado español, las mujeres jóvenes que han obtenido un título universitario tienen una tasa de paro triple a la de los jóvenes titulados de la misma edad, y sólo el 12% de las cátedras universitarias están en propiedad de mujeres.
Las cifras se explican por sí mismas: son mujeres trabajadoras el 60% de la clase trabajadora empobrecida mundial; son mujeres el 70% de las personas necesitadas del mundo, y son mujeres el 75% de las personas analfabetas del mundo. Sin embargo, estas mujeres analfabetas y empobrecidas son las que producen más del 50% del PIB mundial con su trabajo invisibilizado, no reconocido legalmente y mucho menos por el arsenal teórico de la economía política capitalista.
Pero es el trabajo doméstico en su globalidad, el realizado fuera de todo control y vigilancia oficial o social, en el interior de los domicilios, casas y familias, es este trabajo el que de forma invisible y subterránea engorda la tasa media de beneficio. La explotación del trabajo doméstico no se reduce sólo al proceso de reciclaje físico de la fuerza de trabajo, sino también al sexual y, cada vez más, al reciclase psicológico, anímico e intelectual de la fuerza de trabajo. También se está extendiendo al mero cuidado psicosomático de personas enfermas debido a la privatización de la medicina y de los servicios básicos anteriormente públicos y sociales.
Aunque el avance tecnológico en algunos electrodomésticos ayuda a reducir el tiempo de trabajo “viejo” –cocina, lavado, limpieza, etc.-, por el lado opuesto tiende a aumentar el “nuevo” tiempo de trabajo dedicado al reciclaje psicosomático e intelectual, a la atención de las personas enfermas o envejecidas y al cuidado de la descendencia al privatizarse las guarderías infantiles. Sin embargo, estas nuevas formas de trabajo doméstico causan también un agotamiento psicosomático nuevo en la mujer, como lo demuestran todos los estudios.
Una de las más efectivas armas que tiene el capitalismo para ocultar e invisibilizar el terrorismo sexista es el mito de la privacidad en el sentido de derecho burgués a la propiedad de la casa, de la familia y de la madre-esposa, derecho que surgió con la formación de la familia patriarco-burguesa desde el siglo XVI, propiedad que le otorga impunidad en el interior de “su” propiedad domiciliaria. Es innegable que este derecho burgués ha cogido apoyo en la familiar judeo-cristiana y en el derecho romano de la patria potestad, añadiéndole la novedad cualitativa de que la familia patriarco-burguesa es hasta ahora un instrumento clave para imponer y ejercer el derecho burgués a la propiedad privada de las fuerzas productivas.
La ideología de la privacidad burguesa en y del trabajo doméstico tal cual lo hemos expuesto tan brevemente, está chocando abiertamente con la emancipación de la mujer y con su asalarización, lo que multiplica las condiciones objetivas para la progresiva toma de conciencia. A fin de frenar y controlar este proceso, las distintas burguesías desarrollan medidas que deben ser criticadas en cada caso pero que tienen la esencia común de no negar la validez del sistema capitalista y de su sostén patriarcal. Tarea especialmente reaccionaria e inhumana cumplen aquí la casi totalidad de las organizaciones religiosas y de sus múltiples tentáculos ya sea dentro del Estado o fuera de él, o relacionados con él.
Volvemos aquí de nuevo al papel clave del poder estatal, paraestatal y extraestatal pero dentro de la totalidad del sistema político-administrativo capitalista. Según sea el país concreto y su historia, esta complejidad de poderes, subpoderes y micropoderes, estructurados siempre alrededor de la tasa de beneficio, se plasmará de una forma u otra, pero en el tema que tratamos el denominador común no es otro que su intervención material en la defensa de la invisibilidad del trabajo doméstico y en no luchar radicalmente contra la violencia que genera
En total, la mujer trabaja más que el hombre si al trabajo doméstico aquí expuesto le añadimos el tiempo de trabajo asalariado, o sea, la doble jornada. En el Estado español la mujer dedica a la casa 561 horas al año y el hombre sólo 157. Como media, el trabajo asalariado ocupa 860 horas al años, pero las horas dedicadas a la cocina familiar son 793 y a la limpieza de la casa otras 558, un total de 1351. Aunque el hombre trabaja asalariadamente 4,39 hora y la mujer 2,30 horas al día, como media, al cabo del día la mujer trabaja casi 5 horas más en casa mientras que el hombre sólo 1,30 horas.
La explotación global expuesta conlleva, más temprano que tarde, el surgimiento de resistencias múltiples por parte de la mujer. La creciente investigación feminista está sacando a la luz estas realidades ocultas o negadas durante siglos. Dado que la explotación de la mujer viene, sobre todo, de su capacidad exclusiva para crear vida, de su importancia para la explotación afectiva y sexual, y de su papel en la formación y reciclaje de la fuerza de trabajo, por esta importancia, las resistencias de las mujeres afecta al núcleo del poder patriarcal y del beneficio burgués.
Por esto mismo, la respuesta machista es brutal: según la ONU, un tercio de las mujeres han sido golpeadas, forzadas a mantener relaciones sexuales o sometidas a abusos. En Argentina, la mitad de las niñas entre 13 y 16 años debutan sexualmente bajo presión masculina. Pero el patriarcado también aplica la represión preventiva: al año tres millones de niñas sufren mutilación genital, y al año entre 113 y 200 millones de niñas mueren por abortos selectivos de niñas o por maltrato, hambre o enfermedades curables. La venta de niñas a redes de prostitución genera de 7 a 12.000 millones de dólares al año.
Para no extendernos y como ejemplo muy ilustrativo el 50% de las mujeres chilenas ha confirmado ser golpeada por su pareja; el 40% ha confirmado sufrir violencia psicológica y entre el 25-32%, según la región, ha sido arrastrada, pateada o golpeada. En ciertas regiones, la violencia física “leve” (abofeteo, lanzamiento de objetos, empujones y tirones de pelo) afecta al 75%. La violencia “grave” (intento de estrangulamiento) ha afectado a entre 7,7 y 15,4%; y entre 2,1 y 7% ha sido quemada. Y casi la cuarta parte de las encuestadas reconoció haber sido amenazada o agredida con un arma.
Estos y otros muchos datos revelan cómo se imbrica la explotación capitalista con la patriarcal en cada esfera de la vida cotidiana, en cada opresión y en cada país, de modo que, como síntesis, la lucha de clases es a la vez reflejo y motor, efecto y causa, tanto de la opresión de la mujer como de su liberación. La imbricación dialéctica entre patriarcado y capitalismo, y entre modos de producción precapitalistas y mundialización imperialista, es la que explica que las luchas contra esas barbaridades inhumanas sean a la vez luchas actuales contra la tasa media de beneficio capitalista mundial, que es lo decisivo. Por tanto, son prácticas de lucha de clases entre el Trabajo y el Capital, por mucho que se libre en regiones específicas del planeta en las que existe jerarquía de modos de producción diferentes bajo la hegemonía del imperialismo.
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