LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

domingo, 18 de julio de 2010

Prólogo del libro: El SER GUERRERO DEL LIBERTADOR


Iván Márquez
Integrante del Secretariado de las FARC

El héroe insurgente de la COLOMBIA de Bolívar, el inolvidable comandante Manuel Marulanda Vélez, nos inculcó, como principio de gallardía, el respeto hacia el adversario. Nadie duda que en esta categoría se encuentra el general Álvaro Valencia Tovar, autor del Ser guerrero del Libertador, recio enemigo de la guerrilla bolivariana de las FARC, a la que combatió en múltiples escenarios de la arriscada geografía colombiana, y contra la que hoy sigue disparando su artillería ideológica con la misma inalterable pasión de defensor de un régimen de ultra derecha que nada tiene que ver con la visión de Simón Bolívar, el Gran Héroe.

Nos quitamos el sombrero frente al general en cuanto analista militar de las batallas conducidas por el genio de Bolívar, pero no comulgamos con su praxis que sigue la ruta de los que traicionaron a Colombia como categoría hermanadora de pueblos, asesinaron a Bolívar y a Sucre, desmovilizaron al ejército libertador, y aferrados al poder político ilimitado, vendieron nuestra independencia y doblegaron la dignidad de la patria ante el monstruo del norte.

Jacobo Arenas, de quien podemos decir que se guiaba por la máxima de a todo señor, todo honor, seducido por la prosa del general y vivamente impactado por su relato extraordinario y acertado enfoque de las hazañas guerreras de Bolívar, tomó la decisión que todavía nos llena de orgullo, de imprimir en la montaña una edición mimeografiada del Ser guerrero del Libertador, obra para entonces, como hoy, imposible de conseguir en las librerías bogotanas, para dotarla, según manuscrito anexo, como texto de obligado estudio a los guerrilleros.

Los combatientes de las FARC creemos que El ser guerrero del Libertador es un buen comienzo para la aproximación al pensamiento de Simón Bolívar porque incita y obliga a pensar en la inspiración política de su estelar gesta guerrera. Decía el Libertador: “Siempre es grande, siempre es noble, siempre es justo conspirar contra la tiranía, contra la usurpación y contra una guerra desoladora e inicua (…) Sin duda la espada de los libertadores no debe emplearse sino en hacer resaltar los derechos del pueblo (…) La insurrección se anuncia con el espíritu de paz. Se resiste al despotismo porque éste destruye la paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz”.

El general Valencia Tovar es un profundo conocedor de la obra guerrera de Bolívar, sabe también de su propósito político continental, de sus esfuerzos por la humanidad y de su pasión arrolladora por la libertad, pero estos ideales altruistas y justicieros del padre Libertador chocan contra esa fría e insensible roca de su visión de Estado y de poder. Un abismo insondable separa su sabia cátedra con el anhelo de los pueblos y la esperanza de los débiles. Entre Jesús y Barrabás, la historiografía oficial salva a Barrabás, porque es instrumento de los vencedores contra los vencidos, y látigo del triunfo de los poderosos chasqueando contra los débiles. “Para ellos los rebeldes son los criminales”. No explican el por qué fue derrotado transitoriamente el proyecto del Gran Héroe, quiénes y por qué se opusieron con la violencia, la intriga y la traición, a la redención de los humildes. Para ellos, pregoneros de glorias criminales, los Estados Unidos y el santanderismo continental, artífices de las miserias de Nuestra América, son intocables e innombrables, porque ellos mismos son cortesanos de la injusticia y cómplices estipendiados de la destrucción del gran sueño de independencia y libertad, de democracia y soberanía del pueblo, y de la Gran Nación de Repúblicas, que todavía debemos ser. Esa historiografía de serviles que esclaviza con la mentira debe ser lapidada. Estudiar el pensamiento de Bolívar es como encender el sol en la conciencia.

En su obra Bolívar, el ejército y la democracia el historiador militante Juvenal Herrera Torres nos dice con argumentación incontestable –exceptuando nosotros a Valencia Tovar, y entre otros, a distinguidos oficiales como Bermúdez Rossi y Londoño Paredes- que “los altos mandos de las Fuerzas Militares de Colombia no conocen hoy a Simón Bolívar, ni lo estudian ni mucho menos lo hacen conocer de las tropas: el Pentágono lo prohíbe en su documento Santa Fe IV; lo declara su enemigo. No es casual que el general Carlos Alberto Ospina, comandante de las Fuerzas Militares de Colombia, en entrevista que concedió a El Espectador…, declare que no es “un especialista en Bolívar”, pues “no tengo un conocimiento profundo de él”...; reconociendo, en cambio, que “me gustan las películas de guerra. Por ejemplo, Los boinas verdes con John Wayne. Es una película que muestra la nobleza de la profesión, el riesgo que se corre...” El entrevistador, Libardo Cardona Martínez, le pregunta al general Ospina: “¿Cuál es su ídolo?”, y éste le responde: “El mariscal Rommel, un hombre noble, un buen soldado, valiente. Es un hombre muy parecido a nosotros: sin recursos, enfrentaba a un adversario que tenía muchos más. Y tenía otra ventaja: mandaba con el ejemplo”. Recordemos que el mariscal Erwin Rommel, el ídolo del general Ospina –nos dice Juvenal- fue el cuadro que la Alemania nazi de Hitler envió al frente de las fuerzas acorazadas, con la orden de dominar el norte de África. Conocido como el “Zorro del Desierto”, Rommel fue altamente apreciado por Adolf Hitler, quien hizo un emotivo elogio por sus acciones contra Libia y Túnez”…

En cambio, al comandante Jacobo Arenas –a quien dedicamos, a 20 años de su desaparición física, esta nueva edición rebelde-, lo seducía irredimiblemente la pasión de Bolívar por la libertad, y como ocurría con el del Gran Héroe, su corazón insurgente también ardía en llamas por ella, fuego que llevan por dentro, en el alma, los guerrilleros de las FARC en forma de insurrección, Nueva Colombia, Patria Grande y Socialismo, este último, nombre sonoro de la emancipación definitiva.

Cuando las FARC entregaron a los pueblos de Nuestra América, como símbolo del triunfo de la justicia y la libertad, la espada de batalla del Libertador Simón Bolívar, rescatada en una catacumba colonial cerca a Santa Marta, el general Padilla de León pretendió minimizar el hecho histórico diciendo que el acero parecía más un machete que una espada. A ese oficial le decimos: el símbolo de la espada de batalla de Bolívar en manos del pueblo, es indestructible. Hasta allá no alcanza el cañoneo de sus palabras necias.

Pero volviendo al Ser guerrero del Libertador: no le vemos mucho sentido a la división o fragmentación de Bolívar, que es un ser integral, un todo revolucionario, en guerrero unos momentos, y en otros, militar. Da la impresión que el autor del libro diviniza demasiado la academia militar, el método, el sistema, la ortodoxia de las escuelas. La academia militar no es solamente ese espacio donde eruditos y científicos del arte militar enseñan estrategia y táctica sobre un tablero o en el teatro de los simulacros. La academia militar de Bolívar, de Manuel, y de todos los héroes, sin desconocer aquella, fue la misma contienda, la experiencia en medio de la pólvora, el análisis en el terreno de la maniobra enemiga y las formas de neutralizarla y derrotarla, el balance de las acciones, la sagacidad, la imaginación, la inteligencia, el cálculo, la persistencia, la pasión... Así vencieron a muchos encopetados y soberbios generales de academia militar, porque para ellos -los héroes del pueblo-, las academias de los opresores estaban cerradas.

La Campaña Admirable fue el destello del genio que precedió al relámpago político del Manifiesto de Cartagena. En Barranca no hubo una progresión de la insubordinación a la grandeza, sino una subordinación, con todos sus acentos, a la grandeza, a un sueño de patria libre, a una fijación por Caracas pensando en Colombia, a una contumacia que al fin triunfa a orillas del Orinoco cuando resuelve dirigir sus huestes amalgamadas con pueblo hacia los llanos y hacia el ande, que al plantar el estandarte de la victoria en Boyacá, desencadena los triunfos sucesivos de las armas libertarias, de la independencia, en Carabobo, Pichincha y Ayacucho. Labatud, oficial que sirvió a Miranda, celoso con el poderío del alma rebelde del coronel del manifiesto, sólo pensaba en someter a Santa Marta, mientras Bolívar, liberar un continente. Simplemente Bolívar obedecía a la grandeza, como el más subordinado a ella, como se subordina un guerrillero de las FARC al Plan Estratégico y a sus reglamentos.

En Barranca despunta la mañana radiosa, la aurora del guerrero, que por donde pasa deja siempre tremolando una proclama, como aquella de Mompox: “vamos a aprender juntos el arte de la guerra y de vencer”. En el avance hacia Caracas se desata la asombrosa sinfonía del secreto, la movilidad y la sorpresa. Todavía resuena en los callejones de Mérida el manifiesto del entonces brigadier y el paso raudo hacia todos los puntos cardinales de la División de Vanguardia de Girardot, persiguiendo realistas enemigos, y alucinan las fintas tácticas, la sagacidad, la audacia y la inteligencia del incontenible estratega, que luego de afincar en nuestro ser el sentimiento de patria y pertenencia en el decreto de Trujillo y la duda sicológica en el adversario, produce con su genio la sorprendente maniobra de revés sobre Barinas, para abrir más tarde, con la victoria de Taguanes, el camino hacia Caracas y la capitulación de Monteverde que transformó el sentimiento de derrota de Puerto Cabello que lo mortificaba, en el éxtasis de la victoria. Como uno de los monumentos a la gesta admirable, Bolívar dejó esculpidas para la posteridad las siguientes palabras: “Siempre conservé en mi memoria la gratitud que debo al gobierno de la Unión, y jamás olvidaré que los granadinos me abrieron el camino de la gloria (…) Los granadinos tuvieron la fortuna de ser los primeros invasores de la tiranía”.

La falta de pueblo, de banderas populares, siempre signó las derrotas de las primeras repúblicas. Por eso en más de una ocasión, como peregrino desastrado, casi sin rumbo, navega Bolívar por las procelosas aguas del Caribe mar. Pero allí encontró a Petión, de quien siempre recibió apoyo, aunque regresara derrotado en sus empeños, y fue quien le entregó la clave de la libertad, al colocar en sus manos la bandera social que reclamaba a gritos la revolución: la derrota de la esclavitud, que el Gran Héroe consolidó con la entrega de tierra a los soldados y posteriormente con su extraordinaria legislación a favor de los de abajo.

Y Morillo fue testigo angustiado de la bravura del pueblo en armas cuando él mismo fue herido, traspasado, por la airosa lanza llanera.

Es verdad: Bolívar emergía del abismo de la derrota, de sus cavilaciones sobre los reveses en el campo de batalla, con más energía y más poder convocante. En Casacoima, donde estuvo a punto de caer bajo el fuego enemigo, se opera la transfiguración de la subjetividad en la concreción de un proyecto. Allí se escucha la voz del profeta anunciando en 1817 el triunfo de la libertad: “No sé qué tiene dispuesto para mí la providencia, pero ella me inspira una confianza sin límite. Salí de los Cayos, sólo, en medio de algunos oficiales sin más recursos que la esperanza, prometiéndome atravesar un país enemigo y conquistarlo. Se han realizado la mitad de mis planes; nos hemos sobrepuesto a todos los obstáculos hasta llegar a Guayana; dentro de pocos días rendiremos a Angostura y entonces iremos a liberar a la Nueva Granada, y arrojando a los enemigos de Venezuela, continuaremos a Colombia. Enarbolaremos después el pabellón tricolor sobre el Chimborazo, e iremos a completar nuestra obra de libertad a la América del Sur, llevando nuestros pendones victoriosos al Potosí”. Y así ocurrió.

A los pocos días, efectivamente, todavía espantando el fantasma de la derrota que no le permitía la toma de Caracas, lo vemos, en el alargado pueblo de Angostura sobre un barranco del Orinoco, rodeado de pueblo armado con fusiles nuevos y legionarios ingleses en uniformes de grana, presidiendo el congreso, creando a Colombia antes de que fuera liberada por su espada, dándole arquitectura jurídica institucional, proclamando con los libérrimos vientos del río que la soberanía reside en el pueblo, disparando la artillería de su verbo contra la esclavitud, construyendo conciencia de patria americana...

No es congruente con la realidad rodear a Santander con prestigios militares y humanos que no tuvo. Otra cosa es que se diga que siempre fue el caudillo de la intriga y la traición, porque cuando fue despachado por Bolívar en febrero de 1819 con una División de infantería desde el cuartel general hacia Casanare, con el rango de general de Brigada por el sólo mérito de ser granadino, dotado de fusiles recién desempacados, iba sembrando la discordia entre granadinos y venezolanos. Por eso lo retuvo Páez, aunque éste fue un insubordinado todo el tiempo. El catire lo dejó seguir, vencido por los halagos y regalos del soldado de pluma, como llamaban a Santander los llaneros. No luce enmascarar en la obra de Valencia Tovar un repliegue o huida vergonzosa ante la incursión realista en Casanare con la eufemística denominación de “movimiento retrógrado en profundidad”. Bolívar no toma la decisión de seguir hacia Boyacá en aquella reunión que convocó para comprometer a sus oficiales en la empresa por encima de los escollos del invierno y las alturas gélidas, por la supuesta vehemencia de Santander. Esos son cuentos de hadas. Santander no fue un buen soldado sino un fiel cipayo del gobierno de los Estados Unidos. Intrigó contra Nariño para impedirle participar en el Congreso de Cúcuta y fusiló más tarde al coronel Leonardo Infante por haberse atrevido a sacarlo del cuello cuando se escondía debajo del puente de Boyacá, instándolo a que se ganara las charreteras, como lo estaba haciendo el general Anzoátegui, batiéndose en el campo de batalla.

Cómo cautiva en la narrativa del general Valencia Tovar, el paradigma portentoso de Bolívar explotando la victoria de Boyacá, persiguiendo al enemigo que huía en desbanda por el río Magdalena y los riscos andinos, por los desiertos de Neiva y las montañas de Antioquia, sentando las bases del nuevo gobierno, construyendo la reserva estratégica del ejército libertador, la despensa logística y política para el golpe definitivo al régimen colonial en América.

Bolívar logra, después de un despliegue de talento diplomático frente a Morillo, la presea dorada del reconocimiento de Colombia y la beligerancia del ejército libertador, en la rúbrica de los conductores militares, estampadas en los tratados de armisticio y regularización de la guerra. Paso a paso iba tejiendo la victoria.

Nos muestra luego el general la estrella del astro como estratega militar, configurando y diseñando la victoria de Carabobo con sus ardides para ganar tiempo buscando concentrar sus fuerzas que se aproximan en varias direcciones, enfiladas a la gran batalla.

Pero Bolívar no descansa, no se detiene a saborear el triunfo. Sabe que la victoria no es un espejismo. Es la pasión de la libertad en permanente campaña por la gloria de servir y ser útil. Por eso vuela a liberar la América del sur. Instruye a su más prestigioso general, Antonio José de Sucre, y lo lanza en pos de la victoria en las laderas del Pichincha. Luego hace prevalecer la República sobre las ideas monárquicas en su encuentro con San Martín en Guayaquil. Una vez más, Sucre es la avanzada de las tropas colombianas en su plan de liberación del Perú. Ni Pativilca le apaga el fuego del triunfo que arrebata su alma. Persigue a Canterac en la laguna de Junín, que huye apremiado por las lanzas y el valor de la caballería patriota. Funge, él mismo, “el hombre de las dificultades”, como jefe de logística y cerebro estratégico de la victoria, del “hombre de la guerra” y conductor de sus soldados, el gran mariscal de Ayacucho.

La obra desde luego no es un panegírico a Bolívar. Y no tenía por qué serlo. Bolívar era un ser humano y sigue siéndolo. No era un dios. Ostentaba fortalezas que lo elevaban al cenit, y flaquezas y errores que lo arrojaban a las fauces del abismo y del infortunio. Era un Perseus que perseguía el triunfo, tercamente como hombre, sin las ventajas de las deidades del Olimpo. Todos sufrimos con el Bolívar de “la ruta sombría”, el de las dudas y dificultades de la cruentísima batalla de Bomboná enfrentado al astuto Basilio García, que se acelera con la destitución de Torres para luego de una breve reflexión restituirle el mando de tropas con todos sus honores y charreteras y que luego sufre lo indecible con la caída en combate del heroico oficial. Cómo nos enseña el Bolívar de los errores tácticos del Pantano de Vargas, su desesperación explicable ante la inminencia de la derrota, y cómo nos emociona la carga bizarra de la caballería llanera capitaneada por Rondón disipando a lanzazos la niebla de la derrota. O ese Bolívar que al enterarse en Lima del triunfo arrollador de Sucre en Ayacucho estando reunido con algunos amigos disponiendo los asuntos políticos más urgentes, deja estallar su emoción hasta transportarse al éxtasis, y cuentan los testigos que saltó y bailó por todo el salón gritando "¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!".

Pero Bolívar deja su “alma pintada en el papel” cuando escribe al poeta Olmedo que canta sus hazañas: “…Usted, pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo mío, usted nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles y con la sabiduría de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y usted no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que usted había querido hacer una parodia de la Iliada con los héroes de nuestra pobre farsa”.
A propósito general, la guerra del Perú contra Colombia no la produjo la ambición de La Mar, sino la conspiración de Washington a través de su ministro Tudor en Lima, y Santander en Bogotá, contra el proyecto bolivariano. En abril de 1829 Bolívar escribe desde Quito a Mariano Montilla: “Yo principiaré por darle una buena noticia, en copiándole un rasgo de la carta escrita desde Lopa por el general Heres al general Urdaneta. Dice así: ´voy descubriendo aquí cosas muy buenas. En una mesa pública brindando La Mar por Santander añadió que venían llamados por él, que había sugerido los planes de invasión. La intención era ir hasta el Juanambú, convocar un congreso en Quito, y separar el Sur con el título de república del Ecuador. La Mar debía ser el presidente como hijo del Azuay y Gamarra del Perú, reuniéndole a Bolivia´. ¡Qué tal!”. Otra cosa, general: no llame más a los Estados Unidos con ese calificativo condescendiente de “coloso en crecimiento de desarrollo alarmante”. Ese imperio es la causa de nuestras desgracias. Lo decía el Libertador: “jamás política ha sido más infame que la de los (norte) americanos con nosotros”.

Finalmente, es raro encontrar, tal vez no se tenga noticia en la historia de la humanidad, que un presidente de la república, dirija personalmente la victoria de sus ejércitos en el campo de batalla. Así era nuestro Bolívar, el Presidente Libertador. El mismo que pregonaba: “¡…Soy invulnerable…! Yo siento que la energía de mi alma se eleva, se ensancha y se iguala siempre a la magnitud de los peligros”. Bolívar es un fantasma todavía librando batallas. Aún después de muerto hace temblar a los enemigos de la causa justiciera del continente. La muerte y la traición no lo derrotaron definitivamente. Como bien lo dice el general, a Bolívar se le podía derrotar no una sino mil veces, pero vencer, ¡jamás! Su pensamiento y su pasión por la libertad triunfarán de todas maneras. No queremos ese Bolívar que nos pinta Valencia Tovar, abriéndose camino hacia los mármoles y el bronce a tajos de espada, que es el que quieren petrificado en las estatuas los usurpadores de la libertad. Queremos al Bolívar aureolado de humanidad, vivo en la lucha de los pueblos, batiéndose con su espada de batalla, rompiendo cadenas. Bolívar casi no respiraba el presente sino el futuro. Su divisa sigue siendo ¡TRIUNFAR! ¡Victoria absoluta o nada! Bolívar vive en el pueblo colombiano y en los fusiles y en la estrategia política de las FARC.

Rememorando al Jacobo Arenas de la primera edición rebelde de El ser guerrero del Libertador, el comandante en jefe de las FARC, Alfonso Cano, nos decía a los guerrilleros:

“Nada más merecido que rendir homenaje a la vida, compromiso, pujanza física e intelectual, aporte y memoria de Jacobo a 20 años de su fallecimiento. Su enorme bagaje cultural sólidamente cimentado en el marxismo leninismo, su visión estratégica, alimentada por los aconteceres y tropeles del día a día de los que “arrancaba” literalmente las verdades de la vida, hicieron posible que de su encuentro con la guerrilla, en particular con el comandante Manuel Marulanda y en el contexto de un momento especialmente feraz, surgiera el proyecto, hoy convertido en realidad, de conformar un ejército revolucionario, popular, con una precisa concepción de poder.

Haber hecho “picar” los esténciles con el texto de Valencia Tovar, imprimir en mimeógrafo, compaginar, coser los libros, y luego distribuirlos uno a uno a las estructuras farianas en todo el país como material de estudio, transluce distintas aristas de las calidades y preocupaciones del camarada Jacobo, entre otras, su convicción de que el acervo cultural nutriente del pensamiento revolucionario de los comunistas, debe ser universal. Y que será nuestra solidez ideológica, la que decante los mejores conocimientos, valores, tradiciones y enseñanzas de la sociedad para luego procesarlos y contrastarlos sistemáticamente con nuestra propia práctica, lo que nos permitirá aproximarnos a la verdad y por ende, a la victoria.

La objetividad y el rigor de Jacobo para leer y procesar textos y aconteceres de diferentes orígenes y autorías, se plasmó en la solidez de sus escritos y orientaciones, siempre precisas, nada especulativas e impecablemente dialécticas. Decía que la lógica de la guerra era la más sencilla, la más elemental que existía y, sin duda, este relato del ser guerrero -guerrillero, leía Jacobo- del Libertador, limpio en su exposición, despertó gran interés en el Camarada”.

Imposible olvidar, como dice Alfonso Cano, a Jacobo revisando los esténciles, corrector en mano, carcajada va y carcajada viene, feliz de todo lo que esa reproducción podría significar. Esta segunda edición, bicentenaria, insurgente, va en homenaje al Jacobo Arenas bolivariano y marxista que sigue vivo en las FARC.
Para descargar el libro: http://www.bolivarsomostodos.org/pdf/elserguerrerodelibertador.pdf

2 comentarios:

  1. muchisimas gracias. hasta la victoria siempre, LOMJE!

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  2. Simo´n Boli´var fue un guerrero colosal que no necesito´ las lecciones de academia para comprender en el terreno de la guerra la ta´ctica y la estrategia correspondiente a la realidad.
    Las contradicciones que tuvo en su trato con su cadena de mando lo convirtio´ en un ser paciente y perseverante con aquel que dudaba, titubeaba o desobedeci´a una orden. El objetivo inmediato y continental era lo ma´s relevante que no se podi´a desdeñar con discusiones este´riles que poni´an en riesgo la camaderi´a, la solidaridad humana, aunque con esa conducta se perdieran triunfos momenta´neos y derrotas inevitables.

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