LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

jueves, 22 de julio de 2010

El Colonialismo Yanqui contra el ideario del Libertador. (la trágica herencia de la Doctrina Monroe).


Jesús Santrich, integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Desde su surgimiento como nación independiente, Estados Unidos ha tenido sus miras colonialistas puestas sobre Nuestra América.

Antipatía causaba a los países anglosajones, en especial a los Estados Unidos, la política de emancipación y unificación de las ex colonias hispanoamericanas, propulsada por Bolívar; por lo que el interés fue constante, entonces, en cuanto a coadyuvar con cualquier iniciativa que apuntara a la balcanización de las mismas, procurando que se mantuvieran fragmentadas y en mutua hostilidad, de manera tal que les fuera más fácil a los nuevos imperios, la ocupación o control del espacio dejado por España. A esta pretensión le sumaron sin dilaciones la sumisión apátrida de los aristócratas criollos que desde temprano mostraron animadversión al proyecto anfictiónico del Libertador al margen de la que ya se vislumbraba como poderosa nación del norte.

En su afán de dominación y de hacer de la América meridional su sirvienta, los gobernantes estadounidenses no desperdiciaron esfuerzos, así fue que hacia 1823 John Quincy Adams, diligente diplomático yanqui, sugirió al presidente Monroe rechazar la propuesta que Inglaterra les había hecho en cuanto a pronunciarse conjuntamente contra la Santa Alianza, “a favor” de Hispanoamérica. Era evidente que la intención de los ingleses apuntaba a garantizarse espacio en los recién liberados dominios hispanos del “Nuevo Mundo”. Pero no; lo que ocurrió fue que Adams respondió con el mensaje que el presidente Monroe leyó al Congreso de la Unión el dos de diciembre de 1823, en el que se acuñaban los principios de la primera doctrina norteamericana en materia de relaciones exteriores

Adams había logrado que Monroe hiciera una declaración sin compromisos con los ingleses, quienes al mismo tiempo buscaban contener a los norteamericanos, más que para proteger a los países hispanoamericanos, para garantizar sus propias ventajas comerciales.

La Doctrina Monroe aparece así, con el pretexto de detener algunas incursiones rusas por el norte del Pacífico: “la nación norteamericana -dice- está consagrada a la defensa de nuestro sistema, formado a costa de tanta sangre y tanto dinero, y madurado por la sabiduría de sus más sabios ciudadanos, sistema bajo el cual hemos alcanzado una felicidad sin ejemplo. La sinceridad y relaciones amistosas que existen entre los Estados Unidos y aquellas potencias, nos obligan a declarar que consideraríamos peligroso para nuestra paz y seguridad cualquier tentativa de parte de ellas que tenga por objeto extender su sistema a una porción de este Hemisferio, sea la que fuere”. (Citado en Santa Fe IV; “Latinoamérica Hoy”. LUCIER, James P. Directos del Staff del Comité de Relaciones Extranjeras del senado de los estados Unidos. Pág. 2. Fotocopia sin referencia editorial).

El historiador argentino Rafael San Martín, en un documentado estudio sobre la historia de los Estados Unidos sintetiza los postulados de la Doctrina, de la siguiente manera: 1. No intervención de las potencias europeas en América; 2. No implantación de sistemas políticos europeos en el continente; 3. No colonización de parte alguna de éste por los países del viejo mundo, y 4. No intervención de la Unión en los asaltos de Europa. Todo declarado “como principios en los que están comprometidos los derechos e intereses de los Estados Unidos”. (SAN MARTÍN, Rafael. Biografía del tío Sam. Pág. 158. Tomo I. Editorial de Ciencias Sociales, La habana, 2006).

Y agrega que: Hubo un aspecto en que el departamento de Estado fue completamente verás desde el primer momento (le iba en ello su mayor convencimiento): no dejar la menor duda sobre la índole absolutamente unilateral del estandarte que alzaba. En la fórmula elaborada por Adams, no había el reconocimiento implícito del derecho de las naciones hemisféricas para declararse independientes de sus metrópolis, ni para reclamar una parte proporcional en la defensa solidaria contra la amenaza de cualquier fuerza continental. (Ibídem. Pág. 158).

Así como Inglaterra planeaba tutelar sus intereses, Estados Unidos también; y es ese el significado cierto de su declaración, a la cual en principio George Canning como ministro británico de Asuntos Exteriores y Presidente de la Cámara de los Comunes se negó a otorgar valor jurídico, atormentado porque Adams le había tomado ventaja en el “juego” geoestratégico. Así, una vez Downing Street (residencia oficial del primer ministro británico) reconoció la independencia de las repúblicas hispanoamericanas (1825), escribió con júbilo: “La América española es libre, y si no cometemos alguna lamentable torpeza al manejar nuestros asuntos, es inglesa” (ibídem. Pág. 158).

Estaba claro que ninguna de las dos poderosas naciones tenía motivaciones altruistas respecto a la América meridional. Y para el caso de los Estados Unidos, con su Doctrina Monroe lo que se postulaba era la decisión no de protección sino de intervencionismo, mediante una declaración unilateral que pronto se hizo más clara en cuanto a que la actuación del país del norte sólo se daría en los lugares en los que tuviera un interés específico. Al respecto, el Secretario de Estado de John Quincy Adams, el señor Henry Clay, expresó en nota remitida al Ministro norteamericano en México Joel Poinsett, que: “los Estados Unidos no han contraído ningún compromiso ni han hecho ninguna promesa a los gobiernos de México o Suramérica o a algunos de ellos, garantizándoles que el gobierno de los Estados Unidos no permitirá que una potencia extranjera atente contra la independencia o la forma de gobierno de esas naciones, ni se han dado instrucciones aprobando tal compromiso o garantía” (29 de marzo de 1826).

En el mismo sentido, el mismo Monroe, algunos meses después de su mensaje al Congreso, contestando a una consulta de Colombia que se refería a preocupaciones por una posible agresión extranjera, escribió: “el empleo de fuerzas españolas en América no constituye un caso que Estados Unidos considere justificado para salir de su neutralidad que ha observado hasta ahora”. (San Martín, Rafael. Óp. Cit. Pág. 159).

En respuesta a la solicitud de ayuda que Colombia hiciera, para defenderse de las amenazas de la Santa Alianza, Adamas por su parte respondió que Estados Unidos “no podría oponerse a ellas (las potencias de la Santa Alianza) por la fuerza de las armas sin ponerse previamente de acuerdo con las potencias europeas cuyos intereses y principios permitían obtener una cooperación activa y eficaz en la causa”. (MEDINA CASTRO, Manuel: “Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX”. Casa de Las Américas. La Habana, Cuba, 1968. P. 64.).

De tal suerte que durante los años de lucha por la independencia no solamente no se contó con el auxilio o la solidaridad de Estados Unidos sino que además, como una constante estuvo la intervención a favor de España (incluso vendiéndole armas), o la obstrucción a cualquier gestión que los patriotas meridionales realizaran en procura de recursos para la gesta emancipadora. Con la evidencia frente a si de que la guerra de independencia tendría resultados desfavorables para España, Estados Unidos anhelaba y trabajaba por la postergación del desenlace, dando espera a tener la fortalece que le permitiera imponer su predominio.

En contraste con la colaboración brindada a los peninsulares, prisión y multas era lo que se estipulaba para quienes ayudaran a la causa independentista de Sudamérica. Con razón Bolívar, entonces, cuestiona la falsa neutralidad de Estados Unidos en una extensa polémica que se desató con las autoridades norteñas por la captura que el gobierno independentista hizo de las goletas Tigre y Libertad en aguas del Orinoco, al sorprenderlas transportando armas con destino a las fuerzas españolas.

Bolívar, introduce sus juicios con la siguiente reflexión: “Los ciudadanos de los Estados Unidos, dueños de las goletas Tigre y Libertad, recibirán las indemnizaciones, que por el órgano de V.S. piden por el daño que recibieron en sus intereses, siempre que V.S. no quede plenamente convencido de la justicia, hemos apresado los dos buques en cuestión (...) con los ciudadanos (norte) americanos que olvidando lo que se debe a la fraternidad, a la amistad y a los principios liberales que seguimos, han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura, para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana, ¡la sangre de sus propios hermanos!” . (BOLIVAR, Simón. Al señor Agente de los Estados Unidos de la América del Norte, Bautista Irving. Angostura, 29 de julio de 1818).

Luego en el miso escrito Bolívar le manifiesta a Irving, quien aduciendo la neutralidad de estados Unidos respecto al conflicto armado en Sudamérica, hablaba exigiendo respeto a los derechos de los propietarios de las embarcaciones capturadas: “en cuanto al daño de los neutrales, que V.S. menciona en su nota, yo no consigo que puedan allegarse en favor de los dueños del Tigre y la Libertad los derechos, que el derecho de gentes concede a los verdaderos neutrales. No son neutrales los que prestan armas municiones de boca y guerra a unas plazas sitiadas y legalmente bloqueadas” (Ibídem). En su contundente y sesuda argumentación Bolívar precisa: “Desde el momento en que este buque (se refiere al Tigre) introdujo elementos militares a nuestros enemigos para hacernos la guerra, violó la neutralidad y pasó de este estado al beligerante: tomó parte de nuestra contienda a favor de nuestros enemigos, y del mismo modo que, si a algunos ciudadanos de los Estados Unidos tomasen servicio con los españoles, estarían sujetos a las leyes que practicamos contra éstos, los buques que protegen, auxilian o sirven su causa deben estarlo y lo están” (ibídem).

Pero aun habiendo el Libertador expuesto con el mayor detalle y cuidad los argumentos que a la luz de las normativas internacionales de la época condenaban la conducta de la tripulación de las embarcaciones, el señor James Monroe por entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, acentuaba su desprecio y hostilidades contra los países de América del Sur difundiendo sus opinión de que lo que había en nuestros territorios no era más que una guerra civil entre partidos y bandos “cuyas fuerzas están equilibradas y que son mirados sin preferencia por los poderes neutrales”. (Citado por PIVIDAL PADRÓN, Francisco: “Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo”. La

Habana, Cuba, 1977. Pág. 59). Monroe, en mensaje al Congreso del 2 de diciembre de 1817, manifestó: “A los dos bandos se les ha negado auxilios en hombres, dinero, barcos y municiones” (ibídem. Pág. 60). Con el argumento del “equilibrio de fuerzas”, mediante acta de abril 20 de 1818 se procedió a prohibir, además, que los suramericanos realizar en el territorio de Estados Unidos actos tendientes a prestarle auxilio material a la revolución.

Bolívar no pasó por alto el trasfondo de doblez de esta “neutralidad”, por lo que en la misma correspondencia a Irving, refutó diciendo que: “¿no sería muy sensible que la leyes las practicase el débil y los abusos los practicase el fuerte? Tal sería nuestro destino si nosotros solos respetásemos los principios y nuestros enemigos nos destruyesen violándolos”. Y en otra correspondencia del 20 de agosto de 1818, dirigida al mismo personaje, le dice: “Hablo de la conducta de los Estados Unidos del norte con respecto a los independientes del sur, y de la rigurosa leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiéramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes (norte) americanas se ha visto imponer una pena de 10 años de prisión y 10.000 pesos de multa, que equivale a la muerte contra los virtuosos ciudadanos que quisiesen proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de la América”.

“Si es libre el comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer la guerra, ¿por qué se prohíbe en el norte?; ¿por qué a la prohibición se añade la severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la República del Norte? ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite exigir? La prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los únicos que necesitábamos protección. Los españoles tenían cuanto necesitaban o podían proveerse en otras partes. Nosotros solos estábamos obligados a ocurrir al Norte así por ser nuestros vecinos y hermanos, como porque nos faltaban los medios y relaciones para dirigirnos a otras potencias. Mr. Cobett ha demostrado plenamente en su semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en nuestra contienda. Negar a una parte los elementos que no tiene y sin los cuales no puede sostener su pretensión cuando la contraria abunda en ellos es lo mismo que condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es destinarnos al suplicio, mandarnos exterminar.”

Pero finalmente, esta conferencia en la que se debatían asuntos del derecho internacional y de gentes fue rebajada por Irving a lenguaje burlesco que pretendía ridiculizar a los pequeños pero valerosos cuerpos armados que operaban en las corrientes fluviales de Venezuela, haciendo resistencia a las tropas españolas, lo cual provocó una reacción indignada del Libertador, quien mediante correspondencia del 7 de octubre de 1818 cerró el asunto expresando: “Parece que el intento de V.S. es forzarme a que reciproque los insultos: no lo haré; pero sí protesto a V.S. que no permitiré que se ultraje ni desprecia al gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población, y el resto que quedan sería por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela, combatir contra España que combatir contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.

Así venían las cosas desde antes de la proclamación de la Monroe Doctrine, y una vez surgida esta de las contradicciones anglo-norteamericanas por el control de la América meridional, la formula “América para los americanos”, no fue más que la premonición de los desafueros expansionistas y hegemonistas que vendrían. Ella pone expresa su rechazo a la intervención de potencias europeas en Hispanoamérica, pero deja a salvo su propio “derecho de intervención”, apoyándose en la truculenta afirmación de John Quincy Adams en cuanto a que “fue la voz del destino manifiesto” la que les puso en tal sendero; es decir, una especie de decreto divino expreso a lo largo de los tiempos en políticas como la del “interés superior”, la “diplomacia del dólar”, la “política del gran garrote”, la “protección ilimitada”, etc.

1. Monroísmo y Santanderismo, antítesis del Bolivarismo.

Pero Estados Unidos no despliega su voracidad en solitaria; desde siempre contaría con los cipayos criollos de cada país en el que ha intervenido. Desde el principio estos elementos generalmente surgidos del seno de las aristocracias, asumieron con beneplácito el mensaje de la Doctrina Monroe, casi que implorando vasallaje. Así ocurrió en el caso de Colombia, donde Francisco de Paula Santander, sin importarle las afrentas propinadas por Estados Unidos a Colombia, la acogió con jolgorio, contrariando los lineamientos patrióticos y anfictiónicos del Libertador, quien de manera tajante se oponía a cualquier trato con ese país.
ander, abriéndole las puertas a la sumisión, escribe:

El 2 de diciembre de 1825, Santander, abriéndole las puertas a la sumisión, escribe:
“Con los Estados Unidos mantenemos las más cordiales relaciones (...). Colombia va a tener el laudable orgullo de ser el primer Estado de la antigua América española que presenta al mundo unido por medio de tratados públicos con la nación más favorecida del genio de la libertad.” (DE PAULA SANTANDER, Francisco. Memorias. 2 de enero de 1825. Citado por HERRERA, Juvenal EN Bolívar el hombre de América, Presencia y camino. Tomo II. Pág. 274. Edición digital de la Agencia Bolivariana de Prensa, ABP). En el mismo contexto exhortó a reconocernos como “hermanos menores” y “dignos discípulos” de los Estados Unidos, diciendo que había que dar gracias a la Providencia por “haber encontrado el sitio de nuestra dicha en el mismo continente americano”.

Como expresa el proyecto de Manifiesto del Movimiento Continental Bolivariano, refiriéndose a la intromisión yanqui en los asuntos internos de los países de Nuestra América, “Se nos fueron metiendo poco a poco agazapados en la intriga y la conspiración. Nada hubiesen logrado sin el concurso de los apátridas traidores… Sembraron la cizaña de la división y desmembraron el ejército libertador, garantía de independencia y libertad. Luego asesinaron a Bolívar en la hacienda Santa Cruz de Papare, cerca a Santa Marta, y mataron a COLOMBIA, categoría hermanadora y de unidad de pueblos.

Cuánta razón tenía el Libertador al vaticinar que “Los Estados Unidos como el amo del reino más poblado de América, sería muy pronto señor de toda la tierra; por fortuna,-decía- se ha visto con frecuencia un puñado de hombres libres vencer a imperios poderosos. Si no me creen, hagan grabar estas palabras en una pirámide de bronce, para que sea leída por las nuevas generaciones, ya que el futuro me dará la razón”.

Al poco tiempo se adueñaron de más de la mitad del territorio de México. Encadenada colocaron en su bandera la estrella de Puerto Rico. Invadieron repúblicas, derrocaron gobiernos insumisos, impusieron dictadores y presidentes títeres, pero por donde quiera haya metido las narices su codicia, ha encontrado la resistencia del decoro. Aunque ese sigue siendo su propósito, nunca pudo engullirse al verde caimán de Cuba, y en su avance neocolonial siempre chocaron con sandinos y caamaños y con la resistencia de un pueblo, que por ahora es un gigante encadenado. Ya veremos cuando rompa los grilletes”. (Tomado del Proyecto de Manifiesto del Movimiento Continental Bolivariano. Septiembre de 2009).

Como vemos, Simón Bolívar, El Libertador, percibió tempranamente la mezquindad de las pretensiones tanto de ingleses como de yanquis, y alertó sobre las mismas, dejando suficiente constancia para la historia. Bastante conocida es su advertencia plasmada en su carta dirigida desde Guayaquil, el 5 de agosto de 1829, a Patricio Campbell: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.

Desde Entonces (s. XIX) EE. UU ha escrito con sangre una historia de intervencionismo criminal en contra de de la independencia de Indoamérica.

Si algo les convenía de los procesos de emancipación de los territorios meridionales respecto a España, era el desangre, la desarticulación y debilitamiento que les permitiera luego maniobrar para que finalmente cayéramos en sus garras.

Bolívar, consciente de tales peligros, a toda costa tomaba previsiones que generalmente eran saboteadas por los apátridas que, desafortunadamente, con gran poder actuaban internamente a favor de los intereses de Estados Unidos y en contra del prospecto unificador del Libertador.

Es claro que Bolívar actuó como precursor del antiimperialismo y el internacionalismo revolucionario reivindicando los intereses de las masas explotadas y bregando por la construcción de una gran república en la que se unificaran las ex colonias de lo que es Nuestra América. Así, al tiempo que propulsaba la realización del Congreso Anfictiónico de Panamá, dando pasos ciertos hacia la concreción de su ideal, incluía en sus principios de creación unificadora, fundamentales aspectos de justicia social como “La abolición del tráfico de esclavos de África”, lo cual sin duda indisponía a los Estados Unidos como primera potencia esclavista del mundo que era.

A sabiendas de ello, y conocedor como era de las pretensiones de Santander de invitar a Estados unidos al certamen, Bolívar le escribe el 8 de mayo de 1825: “...repetiré nuevamente que la federación con Buenos Aires y los Estados Unidos me parece muy peligrosa...”. “Desde luego los señores (norte) americanos serán sus mayores opositores (se refiere a la Confederación y alianza con Inglaterra), a título de la independencia y libertad; pero el verdadero título es por egoísmo” (HERRERA TORRES, Juvenal. Op. Cit., pág. 170). Luego, el 21 de octubre del mismo año reitera a Santander: “Nunca me he atrevido a decir a usted lo que pensaba de sus mensajes, que yo conozco muy bien que son perfectos, pero que no me gustan porque se parecen a los del Presidente de los regatones (norte) americanos. Aborrezco a ese canalla de tal modo, que no quisiera que se dijera que un Colombiano hacía nada como ellos” (Ibídem. Pág. 171).

Con este convencimiento observaba el Libertador al Imperio del norte, guardando además recelos por su conducta agraviante. Pues, el incidente de las goletas Tigre y Libertad no fue el único de ese tipo; entre otros casos en los que se observó que Estados Unidos, aún después de reconocer a la República de Colombia, siguió introduciendo armas para apoyar la contrarrevolución española, está el de la embarcación norteamericana Chappel, que desembarcó mil escopetas y otros pertrechos por Chagres (en Panamá). Sobre ello Bolívar le había escrito a Santander el 13 de junio de 1826, diciéndole: “… recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos (norte) americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a Colombia por un real...". (Ibídem. Pág. 171). Poco tiempo después escribe: “Los Estados Unidos son los peores y son los más fuertes al mismo tiempo” (en carta a Estanislao Vergara). (También citado por HERRERA TORRES en la obra referenciada).

Siendo Bolívar un militante de la libertad y de la justicia, no podía un país con pretensiones imperiales como Estrados Unidos mirarlo sino como enemigo. Sin profundizar en el asunto, sustentemos esta afirmación mencionando la manera pertinaz como conspiraron para impedir la unificación; recordemos el papel, por ejemplo, de William Tudor desde la legación yanqui en el Perú hacia 1827, época en que los Estados Unidos habían avanzado bastante en su papel intervencionista. De sus correos se colige su activa participación en la conspiración del coronel José Bustamante, quien sobornado por la aristocracia criolla peruana y el gobierno de Estados Unidos, al frente de 2.700 soldados sublevó la Tercera División Colombiana y redujo a prisión a los jefes y oficiales venezolanos al tiempo que anunció que desconocía la autoridad colombiana. Consecutivamente se desató una campaña de difamación contra “el tirano Bolívar”, a fin de liquidar su obra política en Perú y en todo el sur.

En la correspondencia que Tudor envía en 1827 al Departamento de Estado se puede observar que el funcionario yanqui maneja información interna sobre los planes políticos de Colombia, que sólo habría podido ser entregada por Santander. De hecho, es manifiesta la animadversión de Tudor contra Bolívar y Sucre y la intención abierta de beneficiar a Santander. Ambos personajes, el norteamericano y el traicionero “colombiano”, actúan evidentemente como espías y manipuladores, pretendiendo definir los destinos de Lima y Bogotá en contra de los ideales del Libertador.

En uno de sus informes de febrero de 1827, manifiesta Tudor: "La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto es no solo motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición (se refiere a Bolívar) que habrían consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro…si hubiera triunfado estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad...".

"...su fe principal (la del Libertador) para redimirse ante el partido liberal del mundo la tiene depositada en el odio a la esclavitud y el deseo de abolirlos. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indescriptible Constitución; tómense en consideración las pérdidas y destrucción consiguientes a la emancipación y que el régimen no podrá ser jamás restablecido en estos países; téngase presente que sus soldados y muchos de sus oficiales son de mezcla africana y que ellos y otros de esa clase tendrán después un natural resentimiento contra todo el que tome eso de argumento pare su degradación; contémplese al Haití de hoy y a Cuba poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses; calculase el censo de nuestros esclavos…; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el “loco” de Colombia podría habernos molestado. ¡Ah, señor, este es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él...!”. (HERRERA TORRES, Juvenal. Óp. Cit., Tomo II. Pág. 232).

Está claro en este informe por qué no les gustaba “el loco de Colombia”, por qué era incómodo el Libertador para quienes deseaban desmembrar a Colombia e instalar el régimen de sumisión que aún controlan con tanta saña en contra del pueblo, sobre todo desde el momento en que Andrew Jackson (como presidente de Estados Unidos), contando con la gran traición del santanderismo a los sueños de emancipación, ordenó la conspiración que concluyó con el asesinato de Bolívar.

Para Estados Unidos de América, mantener el continente como su “patio trasero”, y campo de tiro para sus diversas políticas filibusteras, para sus cañoneras…, ha implicado fomentar la división política y sostener los gobiernos lacayos cuya máxima aspiración no pasa de ser la de recibir para las oligarquías las migajas que le deje caer el imperio.

No obstante, no siendo dóciles los pueblos a los que pretenden sumisos, su política hegemónica incluye como factor principal la existencia de un aparato militar ingente que garantice su supremacía a toda costa.

1. Santa Fe IV y la pelea táctica en Colombia.

Esa lógica mezquina del país que consume quizás más del 25 % de la producción mundial de petróleo, pero que apenas representa el 9 % de su generación, es la que deriva en la vieja y nociva Doctrina de la Seguridad Nacional, con sus modalidades renovadas.

De esa política guerrerista y la filosofía del “enemigo interno”, se desprende la militarización y la actuación criminal que el Imperio y las oligarquías sumisas despliegan en nuestro continente.

Hoy por hoy, el escenario Colombia-Venezuela presenta, contra el hegemonismo yanqui, una férrea resistencia de profundo contenido bolivariano expresado, por un lado en una guerrilla convertida en obstáculo principal al avance de las trasnacionales, y por otro lado en la presencia de la revolución venezolana con toda la carga de su ejemplo en la construcción social alternativa, motivando un polo de poder emancipador que encarna la materialización del pensamiento paradigmático del Libertador, ahora en un escenario latinoamericano y caribeño caracterizado por la irrupción de una ola de anhelos de definitiva independencia.

Pero de ninguna manera el Imperio está dispuesto a perder su dominio geopolítico, menos aún en tiempos de crisis energética, de crisis en el dominio de recursos naturales suficientes para saciar su voracidad…, crisis sistémica del capitalismo en general.

Por ello, tomar Colombia para desde ahí garantizar el control del continente, es una prioridad que se debe entender como la determinación de buscar el dominio del eje Bogotá, Caracas, Quito, para impedir el avance del espectro gran-colombiano de unidad en post de la Patria Grande que haga de la América Nuestra el contra-imperio desde donde, como lo soñó Bolívar, mane luz emancipadora.

Dentro de este propósito marcha Washington, actuando simultáneamente en todo el continente, pero centrando esfuerzos en el aplastamiento de la resistencia armada colombiana y en la desestabilización de Venezuela, en manera tal que en un plazo corto pueda tener el control político, militar y económico de este escenario, para ellos problemático, en primera instancia.

Estados Unidos, en su instructivo de guerra Santa Fe IV, ha sentado como factores principales de peligro, entre muchos otros, la existencia de la insurgencia en Colombia, a la que etiqueta y demoniza con el concepto de narco-terrorista; le preocupa el surgimiento de gobiernos autónomos, nacionalistas, anticapitalistas o que no le caminen a la unipolaridad yanqui, y sobre manera le altera el re-surgimiento y fortalecimiento del pensamiento bolivariano que impele a la lucha anticolonial, unificante y anti-hegemónica, fusionada como proyecto de Patria Grande a los ideales del socialismo. Plantea este problema considerando que en los países andinos está surgiendo un “militarismo izquierdista” con un bolivarismo que se ha convertido en “un grito de ataque de los comunistas y socialistas”. (Santa Fe IV).

A este tipo de preocupaciones obedece, en gran medida, el despliegue de las Bases militares; a este propósito entre otros, obedece, digamos por caso, la enorme inversión militar a favor del régimen fascista de Álvaro Uribe Vélez, desde donde surgen, además, las conspiraciones principales contra Venezuela y Ecuador.

Implantar Bases militares en territorio latinoamericano y caribeño, es desarrollar la estrategia de recolonización yanqui. Santa Fe IV (denominación que deriva del topónimo de la capital del Estado de Nuevo México, cuyo territorio fue arrebatado por EE.UU a México en 1846. Allí se elaboraron los documentos así nombrados y que recogen los juicios y directrices recolonizadoras concebidas por lo llamados Halcones del Parido Republicano gringo como bitácora militarista de intervención), es uno de los más conservadores instructivos guerreristas que describe la determinación expansionista del imperio del norte, en especial sobre la región Andino-amazónica.

Desde un poco antes que George Bush asumiera la Presidencia de los Estados Unidos, los Halcones republicanos habías concebido y presentado el prospecto al vaquero yanqui.

De los lineamientos de tal documento se derivarán muchas de las medidas de impacto geoestratégico para el continente, las cuales toman mayor ímpetu tras la excusa que se genera después de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York. George Bush inaugura su “lucha global y continuada contra el terrorismo a escala mundial”, para lo que despliega una rigurosa campaña para estructurar una coalición mundial de tipo militar contra esos etéreos “terroristas” que en principio ubica en Afganistán, en el nombre de Osama bin Laden (supuesto líder de la organización Al-Qaeda que estaría refugiado en el país asiático) y los Talibanes. Su despliegue político-militar llevará el nombre de Operación Libertad Duradera, y fundamentándose en su tramposa doctrina desatará guerras como las que aún mantiene Obama contra Afganistán bajo cualquier excusa espuria: la persecución de Osama bin Laden o de los Talibanes, la búsqueda de armas de destrucción masiva, o cualquier otro cuento de camino.

La militarización de la economía y la política yanquis, el despliegue de su “diplomacia” armada, de alcance extraterritorial, supranacional…, planetario, de profundo acento unilateral, inequívocamente imperial, se ha complementado con acciones como la denuncia del Protocolo de Kyoto referido al recalentamiento global (febrero de 2001) y la retirada del Tratado de Misiles Antibalísticos (o Tratado ABM, anunciado en diciembre 13 de 2001), justificado con el argumento de la defensa nacional frente a las amenazas del terrorismo internacional.

Antes de las elecciones para renovar la cámara y parte del Senado, espacios donde el partido Republicano logra firme posicionamiento, el gobierno de George Bush aprueba su Estrategia de Seguridad Nacional (septiembre de 2002), esgrimiendo ante el mundo que “los Estados unidos poseen una fuerza e influencia sin precedentes, y sin igual, en el mundo. Nuestras fuerzas tendrán el poder suficiente para disuadir a los adversarios en potencia de iniciar una escalada militar con la esperanza de superar o igualar el poderío de Estados Unidos” (The National Security Strategy of the United State of America).

En noviembre de 2002 Bush promueve la estructuración del Departamento de Seguridad Interior, en el que integra alrededor de 20 agencias federales, al parecer para centralizar inteligencia, la cual se proyecta que comience a funcionar a plenitud en 2004). Se integra también una comisión para investigar los atentados del 11 de septiembre. No obstante, de antemano las disposiciones de guerra contra los objetivos definidos sin que medie investigación, se ponen en marcha. El criterio de selección es, sencillamente, el interés económico, fundamentalmente el interés energético.

Se trata del despliegue, a toda máquina, de una desbocada política armamentista diseñada para crear incendios en uno y otro lado del orbe en busca de riquezas ajenas.

Pero insistamos en que no son los ataques contra el World Trade Center, ni los miles de muertos allí causados, ni el ataque casi simultaneo contra el Pentágono las causas de la llamada “lucha antiterrorista” definida por Washington. No yéndonos lejos en el tiempo, recordemos, por ejemplo, que el 27 de marzo de 2001, es decir antes de llamado “11-S”; o sea, cuando aún no había tal excusa, en General Peter Pace, Comandante del Coman do Sur de los Estados Unidos (US. SOUTHCOM), presentó ante el Comité de Servicios de las Fuerzas Armadas del Senado de los EE. UU., argumentos que apuntaban a justificar una estrategia para el incremento del poder militar en el área de América Latina y el Caribe. Uno de los tantos aspectos de tipo económico era que “América Latina y el Caribe suministran más petróleo a los Estados Unidos que todos los países del Medio Oriente”. (Citado por PETRAS, James, en Construcción del Imperio de América Latina: La Estrategia Militar de los estados Unidos. Página digital de La Haine).

La preocupación por el control de biodiversidad y acceso a materias primas de orden estratégico, como fuentes energéticas e hídricas baratas, está como constante en el discurso de los altos jerarcas de Estados Unidos, al lado de la inquietud por los beneficios económicos, por la expansión de mercados en los que puedan realizar sus mercancías, servicios, tecnología, etc. sin obstáculos ni restricciones en toda la extensión de “su patio trasero”

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