Por: Carlos Marx y Federico Engels
La
historia de todas las sociedades hasta nuestros días144 es la
historia de las luchas de clases.
Hombres
libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos,
maestros145 y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas
veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento
de las clases en pugna. En las anteriores épocas históricas
encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la
sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de
condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios,
caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales,
vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas
estas clases todavía encontramos gradaciones especiales. La moderna
sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad
feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha
sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión,
las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época
de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado
las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada
vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que
se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. De los
siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras
ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de
la burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación
de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de
actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de
América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los
medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al
comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces
desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición. La antigua
organización feudal o gremial de la industria ya no podía
satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos
mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio
industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del
trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la
división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los mercados
crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron
entonces la producción industrial. La gran industria moderna
sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial
vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos
ejércitos industriales-, los burgueses modernos. La gran industria
ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo
del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por
tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la
industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el
comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la
burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término
a todas las clases legadas por la Edad Media. La burguesía moderna,
como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo,
de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada
etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada
del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la
dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma
en la comuna146, en unos sitios República urbana independiente; en
otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante
el período de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las
monarquías estamentales o absolutas y, en general, piedra angular de
las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento
de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente
la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado
representativo moderno. El Gobierno del Estado moderno no es más que
una junta que administra los negocios comunes de toda la clase
burguesa. La burguesía ha desempeñado en la historia un papel
altamente revolucionario. Dondequiera que ha conquistado el poder, la
burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales,
idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a
sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no
dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés,
el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del
fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del
pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha
hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha
sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la
única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de
la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha
establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal. La
burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que
hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto.
Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de
ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados. La
burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que
encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples
relaciones de dinero.
La
burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la
Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento
natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en
demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado
maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos
romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy
distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas147. La
burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar
incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente,
las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones
sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por
el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases
industriales precedentes. Una revolución continúa en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una
inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de
todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas,
con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos,
quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a
osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas. Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida
a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita
anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos
en todas partes.
Mediante
la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un
carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la
industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han
sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son
suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias
que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas
venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no
sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del
globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos naapartados y de los climas más diversos. En lugar del
antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se
establece un intercambio universal, una interdependencia universal de
las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como
a la intelectual. La producción intelectual de una nación se
convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el
exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de
las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura universal. Merced al rápido perfeccionamiento de los
instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de
comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la
civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los
bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada
que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los
bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a
todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués
de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización,
es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su
imagen y semejanza. La burguesía ha sometido el campo al dominio de
la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la
población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida
rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha
subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países
civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el
Oriente al Occidente. La burguesía suprime cada vez más el
fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la
población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La
consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política.
Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por
lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras
diferentes han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo
Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola
línea aduanera. La burguesía, a lo largo de su dominio de clase,
que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas
productivas más abundantes y más grandiosas que todas las
generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química
a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el
ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el
cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la
navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si
salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar
siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del
trabajo social? Hemos visto, pues, que los medios de producción y de
cambio sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en
la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo, estos
medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad
feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la
agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las
relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las
fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en
lugar de impulsada. Se transformaron en otras tantas trabas. Era
preciso romper esas trabas, y las rompieron. En su lugar se
estableció la libre concurrencia, con una constitución social y
política adecuada a ella y con la dominación económica y política
de la clase burguesa.
Ante
nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las
relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones
burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha
hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de
cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las
potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde
hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no
es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas
modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las
relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía
y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su
retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la
cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada
crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte
considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas
fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia
social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se
extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La
sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita
barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial
la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el
comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la
sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida,
demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de
que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por
el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones,
que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden
a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad
burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas 62 C.
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para
contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis
la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa
de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados
y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo
hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y
disminuyendo los medios de prevenirlas. Las armas de que se sirvió
la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la
propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las
armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que
empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. En la
misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el
capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los
obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar
trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta
el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detall, son una
mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por
tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.
El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan
al trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con
ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple
apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto,
lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los
medios de subsistencia indispensable para vivir y para perpetuar su
linaje. Pero el precio de todo trabajo148, como el de toda mercancía,
es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más
fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún,
cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo,
más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de
la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo
dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc. La
industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro
patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de
obreros, hacinados en la fábrica, son organizados en forma militar.
Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la
vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales. No son
solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino
diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y,
sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este
despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor
es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y tuerza requiere el trabajo manual, es decir,
cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la
proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de
las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las
diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay
más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y
el sexo. Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del
fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en
víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero,
el prestamista, etc. Pequeños industriales, pequeños comerciantes y
rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las
clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado;
unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer
grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los
capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se
ve depreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte,
el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha
contra la burguesía comienza con su surgimiento. Al principio, la
lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de
una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de
la localidad contra el burgués individual que los explota
directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras
que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las
fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida
del artesano de la Edad Media.
En
esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país
y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas
compactas, esta acción no es todavía consecuencia de su propia
unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus
propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en
movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los
proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino
contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de
la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses
no industriales y los pequeños burgueses. Todo el cionales, surgen
necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de
los países más movimiento histórico se concentra, de esta suerte,
en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas
condiciones es una victoria de la burguesía. Pero la industria, en
su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino
que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y
adquieren mayor conciencia de la misma. Los intereses y las
condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más
a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y
reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo.
Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí
y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada
vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de
la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria;
las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual
adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases.
Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y
actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta
formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios
necesarios, en previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá
la lucha estalla en sublevación. A veces los obreros triunfan; pero
es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el
éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los
obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios
de comunicación creados por la gran industria y que ponen en
contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese
contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes
revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en
una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política.
Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con
sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios
modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido
político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre
los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme,
más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses
para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase
obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en
Inglaterra. En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen
de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La
burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la
aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma
burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los
progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de
todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a
apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y arrastradle así al
movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los
proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas
contra ella misma. Además, como acabamos de ver, el progreso de la
industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de
la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de
existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos
elementos de educación. Finalmente, en los períodos en que la lucha
de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de
la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter
tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase
reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en
cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la
nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la
burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los
ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica
del conjunto del movimiento histórico. De todas las clases que hoy
se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase
verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y
desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado,
en cambio, es su producto más peculiar. Los estamentos medios -el
pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la
ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues,
revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son
reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la
Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí
la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo
así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por
cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del
proletariado. El lumpemproletariado, ese producto pasivo de la
putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a
veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria;
sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más
bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
Las
condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en
las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no
tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no
tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el
trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el
mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania,
despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la
moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás
de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes
trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la
sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los
proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales,
sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto,
todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los
proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo
lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad
privada existente. Todos los movimientos han sido hasta ahora
realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento
proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho
de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad
actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar
toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado
contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural
que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su
propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo
del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o
menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente,
hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y
el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
implanta su dominación. Todas las sociedades anteriores, como hemos
visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y
oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle
unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su
existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de
servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño
burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo
del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de
elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y
más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente
todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la
burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase
dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora,
las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar,
porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni
siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a
dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de
ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su
dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la
burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad. La
condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase
burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares,
la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de
existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo
asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los
obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía,
incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su
unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de
la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases
sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía
produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la
victoria del proletariado son igualmente inevitables.
Notas
143
Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos,
que son los propietarios de los medios de producción social y
emplean trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase
de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de
producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo
para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de
1888.) 144 Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la
organización social que precedió a toda la historia escrita, la
prehistoria, era casi desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha
descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maurer ha
demostrado que ésta fue la base social de la que partieron
históricamente todas las tribus germanas, y se ha ido descubriendo
poco a poco que la comunidad rural, con la posesión colectiva de la
tierra, ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde la India
hasta Irlanda. La organización interna de esa sociedad comunista
primitiva ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico, con el
culminante descubrimiento hecho por Morgan de la verdadera naturaleza
de la gens y de su lugar en la tribu. Con la desintegración de estas
comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la sociedad en
clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar
este proceso en la obra El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888.) 145
Zunfbürger, esto es, miembros de un gremio con todos los derechos,
maestro del mismo, y no su dirigente. (Nota de F. Engels a la edición
inglesa de 1888.)
146
Comunas se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes
de arrancar a sus amos y señores feudales la autonomía local y los
derechos políticos como «tercer estado». En términos generales,
se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del desarrollo
económico de la burguesía, y a Francia como país típico de su
desarrollo político. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de
1888.) Así denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y
Francia a sus comunidades urbanas, una vez comprados o arrancados a
sus señores feudales los primeros derechos de autonomía. (Nota de
F. Engels a la edición alemana de 1890.) 147 Las Cruzadas: campañas
militares de colonización del Oriente emprendidas por los grandes
señores feudales de Europa Occidental, por los caballeros y por las
ciudades comerciales italianas en los siglos XI-XIII bajo la bandera
religiosa de la liberación de los santuarios cristianos en Jerusalén
y otros «Santos Lugares» que se hallaban en poder de los
musulmanes. Los ideólogos e inspiradores de las cruzadas eran la
Iglesia católica y el Papa, movidos por su afán de conquistar la
dominación mundial, y la fuerza militar principal eran los
caballeros. En las expediciones también tomaron parte campesinos
deseosos de emanciparse del yugo feudal. Los cruzados se dedicaban al
saqueo y la violencia tanto respecto de la población musulmana como
de los cristianos que habitaban en los países por los que pasaban.
No se planteaban sólo la conquista de los Estados musulmanes de
Siria, Palestina, Egipto y Túnez, sino también del Imperio
Bizantino ortodoxo. Las conquistas de los cruzados en el Mediterráneo
oriental eran efímeras, y sus posesiones no tardaron en volver a
manos de los musulmanes.
148
Marx y Engels ya no emplearon en sus obras posteriores los términos
de «valor del trabajo» y «precio del trabajo». En su lugar,
empleaban conceptos más exactos, propuestos por Marx: «valor de la
fuerza de trabajo» y «precio de la fuerza de trabajo» (véase la
introducción de Engels a la obra de Marx "Trabajo asalariado y
capital").
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