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Canciones de Combate

jueves, 22 de septiembre de 2011

Crónicas de Palestina: La llave, el piano y la fe de Nora Kurtz


FUENTE: LA ALDEA,MILENIO.COM


Nora Kurtz es una hermosa palestina sexagenaria que vive en Jerusalén. Tiene dulzura en el rostro y cuando habla lo hace suave, bajito y con mucha alegría. Es palestina y es cristiana. Y cada vez que alguien visita al obispo ortodoxo de Jerusalén —Atalla Hana—, ella se da gusto mostrándoles a los visitantes la hermosa casa-museo que con tanto esmero ha construido durante años, y en donde alberga la asociación civil para la defensa de palestinos Existencia.

Todo en la casa de Nora es viejo, pero muy bien cuidado: roperos, molinos, cazos, vestidos, sedas, espejos, marcos o retratos. Y paso a paso, Nora Kurtz lo va guiando a uno por tiempos lejanos.

Esta vajilla es la que se utilizaba aquí en Palestina hace 100 años… este vestido es de las mujeres árabes de hace dos siglos… este molino es de piedra caliza con el que se molía el trigo desde hace 500 años…”

¿Y esa llave? —se le pregunta a Nora Kurtz cuando en el fondo del primer piso aparece una gran llave, opaca por los años, pero sin un solo polvo de óxido, colgando frente a un gran espejo, de marco barroco.

El silencio de Nora y su sonrisa se funden por un momento. El tiempo que tardan en juntarse sus recuerdos, la llave y sus manos.

¿Esta llave…? Mira, hace unos años asistí a una conferencia sobre economía con dos ponentes judíos y dos palestinos aquí en Jerusalén. Y cuando terminó la conferencia pedí la palabra. Creyeron que era para hacer alguna pregunta. Pero no. Subí al estrado y les dije a los presentes:

Gracias por estar aquí, en esta casa que hasta 1948 fue de mis padres. Esta casa se la arrebataron los judíos por la fuerza a mis padres. Y se la quitaron con todos los muebles que estaban aquí, incluido un hermoso piano en el que mi madre acostumbraba tocar cada tarde. Durante años mi padre les pidió a los judíos que le regresaran el piano, nada más. Pero nunca aceptaron. Pues ese piano es aquel que ustedes pueden ver ahí. Ese era el piano de mi madre. Y yo sólo vine aquí para que ustedes sepan esta historia de injusticia. Y para pedir que le devuelvan el piano a mi madre.’

“Al bajar del estrado se me acercó una señora judía y con una gran sonrisa y una mayor amabilidad me dijo:

‘No se preocupe, yo soy la dueña del piano… dígale a su madre que puede venir a tocarlo aquí las veces que quiera…dígaselo por favor’.

“No lo podía creer: en lugar de ofrecerse a regresarlo, la judía sólo invitaba a mi madre para que fuera ahí a tocar el piano. Me fui con la rabia y el dolor en el pecho. Y durante días no le dije nada a mi madre, que ya estaba vieja y enferma. Pero un día decidí contarle lo que había pasado y ella, con ese gran amor que le tenía al piano, me pidió que la llevara, aunque fuera para tocarlo por última vez.

Y sí, la lleve a pesar que tenía meses de no levantarse de la cama. Estaba ya muy enferma y yo temía que una emoción como esa terminara con su vida, pero la llevé al ver en su rostro una ilusión que durante años no le había conocido. Mejor no lo hubiera hecho. Al llegar y tocar el gran portón de la casa, lo único que me dijeron fue que la dueña se había ido a los Estados Unidos apenas unos días antes.

“—¿Y el piano…? —pregunté con desesperación, al ver que mi madre lloraba.

¿El piano? ¡Ah!, se lo ha llevado la señora con ella. Dijo que si lo dejaba aquí, algún palestino se lo podía robar.

Regresé a casa con mi madre. Ninguna dijo una sola palabra en el camino. Pero a los pocos días ella falleció. Y ya no pudo nunca volver a tocar su piano.

¿Y la llave?

¡Ah..!, bueno, esta llave es con la que se abre el gran portón de la que fue mi casa, la que los judíos le arrebataron a mis padres. Y la guardo porque estoy segura que algún día, cuando los judíos nos devuelvan a los palestinos todo lo que nos han robado, yo podré volver allá y abrir, con esta llave, el gran portón de mi hermosa casa. * * *

El caso de Nora Kurtz no es aislado. La política de ocupación judía en Palestina ha propiciado que Israel se apodere por la vía de la fuerza de miles de casas, tierras y lo más preciado para un país semidesértico: el agua de Palestina.

Y lo mismo ocurre en Jerusalén —como es el caso de Nora Kurtz—, que en ciudades del norte de Palestina como Nablus o Qualquiria; o bien hacia el sur como en Belén o la mítica Hebrón, cuna de las religiones judía, musulmana y cristiana.

Recorrer Palestina en este 2011
—como lo hizo este reportero durante 15 días—, es pisar una tierra por la que a cada paso saltan tantos retenes militares judíos —llamados checs points—, como historias de abusos, asesinatos, heridos, prisioneros, despojos y violaciones a los derechos humanos de palestinos por parte de Israel.

Una ocupación que tiene cifras: en Palestina hay actualmente 470 colonias israelitas con 520 mil colonos judíos “activos, fanatizados y recalcitrantes”, tal y como los describiera el escritor peruano y premio Nobel, Mario Vargas Llosa. Cada colonia está liderada por algún rabino y protegida por bases militares con las que Israel protege a los colonos invasores. Cálculos de la Autoridad Nacional Palestina señalan que por cada colono judío hay “por lo menos” un soldado israelita para su protección.

Hay casos extremos, como la ciudad de Hebrón, en donde para una sola colonia de 400 judíos hay 5,000 soldados encargados de dar seguridad a los invasores israelitas.

Estoy convencido que detrás del trazo de las colonias y del muro que Israel levanta en Palestina, el gobierno israelí lo que busca es dividir a Cisjordania —como se le conoce también a Palestina— en cinco reservaciones, incomunicadas una de otra de manera directa”, dice el concejal de Jerusalén, Mier Margalit, un judío argentino que encabeza una permanente lucha contra la ocupación de Israel en Palestina.

Hoy los judíos les hacemos a los palestinos lo mismo que los cristianos hacían a los judíos en la Europa Oriental en los años treintas. En nombre de una mentalidad militarista, Israel está haciendo barbaridades en Palestina. Y la única solución para que esto termine es que alguien decida darle a Israel una patada en el culo para que se salga de Palestina”, sentencia Margalit.

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