Un
profundo análisis de la economía del capitalismo llevó a Marx y
Engels a la conclusión de que en el seno de este régimen social se
encuentra el germen de su destrucción, de su sustitución por un
sistema social nuevo, que es el socialismo. Pero los fundadores del
marxismo no se limitaron a trazar la orientación general del
ulterior desarrollo; en el proletariado, en la clase obrera,
descubrieron la fuerza social encargada de llevar a cabo esta gran
transformación de la sociedad: derrocar el capitalismo y construir
el socialismo.
Este
descubrimiento quedó expuesto y sólidamente argumentado en el
Manifiesto del Partido Comunista, que vio la luz en 1848, en
Alemania. "...La burguesía -se dice en él- no sólo ha forjado
el arma que le trae la muerte; ha engendrado también a los hombres
que dirigirán contra ella esa arma, a los modernos obreros, a los
proletarios." "Con el desarrollo de la gran industria, de
los pies de la burguesía se escapa la base misma sobre la cual
produce y se apropia de los productos. Produce ante todo a sus
propios sepultureros. Su desaparición y el triunfo del proletariado
son igualmente inevitables."
Incremento
del peso y del papel político-social de la clase obrera
En
el tiempo en que Marx y Engels descubrieron la misión histórica de
la clase obrera, ésta constituía aún una capa bastante reducida de
la población incluso en los países desarrollados. Y en la mayoría
de los países restantes sus núcleos eran reducidísimos.
Era
además una clase que apenas si empezaba a tener noción de sus
intereses. Aún había de convertirse en una fuerza consciente y
organizada. Las ideas del socialismo y el comunismo científico eran
patrimonio de un reducido grupo de obreros conscientes e
intelectuales avanzados, que se habían colocado junto a la clase
obrera. El primer partido marxista -la Liga de los Comunistas, creada
por Marx y Engels en 1847- no contaba más que con unos centenares de
miembros repartidos en distintos países. Los sindicatos acababan de
nacer. Sin embargo, antes de transcurrir un siglo, lo que entonces
pudo percibir solamente la visión de dos pensadores geniales
resultaba evidente para muchos millones de hombres. La clase obrera
se ha convertido en la primera fuerza político-social de nuestros
tiempos y, en bastantes países, ha demostrado prácticamente ser
capaz de cumplir la misión que le asignaba la historia: suprimir el
capitalismo y construir el socialismo. Sus fuerzas y su capacidad de
lucha han crecido también formidablemente en los países en que los
obreros siguen siendo una clase explotada.
La
clase trabajadora más organizada y consciente.
Marx
y Engels vieron en la clase obrera una capacidad de organización
como ninguna otra poseía. El tiempo les ha dado por completo la
razón. El camino de los obreros hasta la organización de clase ha
sido complejo y difícil. ¡Qué barreras no les habrá puesto la
burguesía dominante! Prohibiciones y represiones, persecución
inhumana de los jefes del proletariado, creación de organizaciones
seudoobreras, como los sindicatos amarillos, dóciles a la voluntad
de los patronos y de la policía, estímulo de los conflictos
nacionales y del odio de raza: todo se puso en marcha con el
propósito de perpetuar la dispersión de los obreros. Pero las
fuerzas que empujaban a los proletarios a la organización -necesidad
de defender sus intereses bajo la amenaza del hambre y la miseria,
solidaridad forjada en la lucha de clases- eran lo bastante vigorosas
como para superar barreras y persecuciones de todo género. La clase
obrera comenzó de ordinario a unirse en organizaciones de ayuda
mutua, socorro de enfermedad, cooperativas, etc. En realidad se
trataba de organizaciones de ayuda, y no de lucha. Paralelamente, sin
embargo, en la primera mitad del siglo XIX aparecen ya los
sindicatos, que permitían a los obreros luchar eficazmente por sus
intereses económicos directos. Durante largo tiempo, en una misma
empresa existían sindicatos de oficio, que se mantenían
independientes entre sí. Luego, en la mayoría de los países
aparecieron los sindicatos de industria, a la vez que se formaban
federaciones nacionales e internacionales. Hoy día los sindicatos
cuentan con más de 160 millones de afiliados en todo el mundo. Pero
la organización sindical no bastaba para dirigir la lucha de la
clase obrera. Las necesidades de la lucha por los intereses
inmediatos, y sobre todo por la gran meta del movimiento obrero -el
socialismo-, requerían imperiosamente una forma superior de
organización: el partido político de la clase obrera. Esta forma
atravesó también por grandes vicisitudes en su desarrollo, yendo
desde pequeños círculos y grupos hasta los partidos de millones de
miembros unidos entre sí por los lazos de la solidaridad
internacional. Actualmente los partidos políticos de la clase obrera
cuentan con más de 43 millones de afiliados, de los cuales 33
millones pertenecen a los partidos de nuevo tipo, basados en los
principios del marxismo-leninismo, es decir, partidos que mantienen
una lucha sin cuartel en defensa de intereses de los obreros y que
son efectivamente capaces de protegerlos.
El
obrero de nuestros días ha dejado muy atrás al proletario
semianalfabeto que en la segunda mitad del siglo XIX era la figura
típica dentro de la clase obrera de la mayoría de los países
burgueses. Ha crecido incomparablemente no sólo la formación
profesional, sino también el nivel cultural de los obreros. La clase
obrera moderna es la legítima heredera de los valores culturales del
pasado y la fuerza motriz en la creación de una cultura nueva,
socialista, una cultura que ocupa posiciones dominantes en los países
del socialismo y que se abre camino allí donde aún impera el
capital. En los medios proletarios ha nacido y se desarrolla una
moral nueva, colectiva, muchos de cuyos rasgos son un anuncio de lo
que será la moral de la futura sociedad comunista. La ley del
capitalismo, según la cual el hombre es un lobo para el hombre, es
la base de la moral individualista y de la propiedad privada. La
clase obrera rechaza ese principio antihumano. Desde los primeros
pasos de su vida social y de trabajo, el proletario aprende por
propia experiencia y hace suyo el viejo principio del movimiento
obrero: "el obrero es hermano del obrero". El proletario
consciente interpreta esto en un sentido más amplio: es hermano del
obrero y de todos los oprimidos y explotados. Los hombres del
trabajo, y en primer término los obreros, han sido el único medio
social en que no pudieron echar raíces la amoralidad y la disolución
que invaden capas cada vez más amplias de la sociedad burguesa. El
humanismo, la honradez, la abnegación, la generosidad, son hoy día
rasgos característicos, más que de ninguno otro, de las gentes
sencillas, de los obreros, que tienen una elevada noción de lo que
significa el verdadero amor a los hombres. Estos avances de la clase
obrera en cuanto a su cultura y su moral han ido unidos al incremento
de su conciencia política, aunque este proceso haya seguido una
marcha desigual en los distintos países: en algunos de ellos,
incluso en países con un nivel cultural bastante alto, la burguesía
ha conseguido nublar la conciencia política de clase de una parte
importante de los obreros y someterlos a su influencia ideológica.
Los obreros han llegado a adquirir conciencia de clase, a comprender
sus intereses y la vía que puede emanciparlos, no en escuelas ni
universidades, sino en el fuego de la lucha diaria y de grandes
combates de clase, de brillantes triunfos y de amargas derrotas.
Tanto más sólida es la instrucción que han adquirido. Durante el
último siglo la clase obrera ha reunido una experiencia formidable.
Esta experiencia ha sido recogida por los geniales pensadores y
luchadores Marx, Engels y Lenin. El proletariado dispone ahora del
inapreciable tesoro de las ideas marxistas-leninistas, que significan
la suprema conquista de la ciencia y la cultura.
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