Los intereses inmediatos
de la clase obrera no se reducen nunca al solo mejoramiento de su
situación económica. Desde el momento mismo en que apareció, no ha
cesado de incluir en su programa de lucha un gran número de
problemas de tipo político-social. Esto le llevó, en la época de
las revoluciones burguesas, a combatir contra la reacción feudal
absolutista. El proletariado de muchos países ha luchado
intensamente por la independencia nacional, contra las guerras de
conquista, etc. Conforme la historia avanzaba, la esfera de los
intereses económicos, políticos y culturales de la clase obrera se
ha ido ensanchando y su defensa ha adquirido mayor importancia dentro
de la lucha que sostenía. Problemas, por ejemplo, como la reforma de
la enseñanza, las asignaciones presupuestarias para la ciencia y el
arte o los nuevos reglamentos parlamentarios podían interesar en
grado mínimo al movimiento obrero de principios del siglo XIX. Y hoy
día se convierten a menudo en materia de seria lucha entre la clase
obrera y la burguesía reaccionaria. Tienen también su importancia
los cambios que el capitalismo sufre. A medida que este sistema
social acentúa su carácter reaccionario y que los monopolios pasan
a la ofensiva en diversas esferas de la vida social, entre los
obreros y los trabajadores en general aparecen intereses nuevos y
adquieren más valor algunos de los viejos. El paso al imperialismo,
y luego la orientación de los monopolios hacia la implantación de
regímenes y sistemas fascistas, han convertido en un problema
candente para los trabajadores la defensa de los derechos y
libertades civiles. La creciente agresividad de la burguesía
reaccionaria y el perfeccionamiento de las armas de exterminio han
hecho más agudo que nunca el problema del desarme y de la paz.
Así, la propia marcha de
la historia ha convertido a la clase obrera en defensora de todas las
capas del pueblo. Porque la lucha por la democracia, la paz y la
soberanía significa la defensa de los intereses nacionales. La lucha
por objetivos democráticos generales, planteada actualmente en toda
su amplitud ante el movimiento obrero, refleja las necesidades
objetivas del desarrollo social. No ha sido imaginada ni impuesta
desde fuera. La clase obrera no se coloca a la cabeza de los
movimientos democráticos para "atraer" a nadie, sino
porque así lo exigen sus más vitales intereses. La circunstancia de
que el proletariado posea un partido marxista-leninista combativo,
bien organizado y provisto de una teoría científica, ha tenido
excepcional valor en cuanto a ampliar el círculo de intereses por
los que luchan los obreros y a elevar su papel político en la
sociedad. Este partido ha ayudado a la clase obrera a comprender su
papel en la vida social, la ha colocado en las primeras filas de
quienes defienden los intereses de su pueblo y ha mostrado el camino
a seguir para agrupar a todos los trabajadores contra la reacción.
Esta actividad de los partidos marxistas-leninistas es de un gran
valor histórico para los destinos del mundo, al salvar a la sociedad
del cúmulo de calamidades que el imperialismo trae consigo. La clase
obrera es la esperanza de la humanidad progresista. Sus excelentes
virtudes para la lucha convierten a la clase obrera en vanguardia de
toda la humanidad progresista. En muchos países ha derrocado a la
burguesía y se ha puesto a la cabeza de la sociedad. A diferencia de
las clases oprimidas del pasado -esclavos y siervos de la gleba-,
esta clase no desaparece de la escena histórica después de haber
cumplido el papel de fuerza de choque que derriba a los viejos
gobiernos y destroza los viejos sistemas. Le aguarda todavía la
tarea de construir la sociedad nueva, tarea que los obreros no pueden
encomendar a nadie. Para llevarla a cabo no bastan las virtudes del
combatiente. Ha de ser también capaz de un trabajo creador, de una
labor fecunda en todos los órdenes de la vida social: económico,
cultural, político y militar. La capacidad de creación de la clase
obrera ha de ser, objetivamente, superior a la de cualquiera otra
clase de la historia, pues a ninguna otra le cupo tan gran misión
histórica. El paso del capitalismo al Socialismo, por la profundidad
y amplitud de la transformación que supone, supera a cuanto se hizo
en todas las demás revoluciones sociales.
La historia demuestra que
la clase obrera posee por completo la capacidad creadora necesaria
para construir la sociedad nueva. Así nos lo dice la experiencia de
los obreros de Rusia y China, de Polonia y Checoslovaquia, de
Bulgaria y Rumania y otros países, que edifican con éxito una
sociedad basada en principios Socialistas y Comunistas. En el curso
de esta transformación de la sociedad cambia, como es lógico, la
faz de la propia clase obrera. Sin ello resultaría imposible la
construcción del socialismo. La clase obrera puede cumplir su gran
misión de emancipar a todos los trabajadores sólo en el caso de que
posea conciencia revolucionaria. A este efecto, la propia clase
obrera ha de eludir la influencia de las ideas burguesas. Marx
indicaba que la revolución proletaria se necesita no sólo para que
la clase obrera conquiste el poder político, sino también para que,
en el curso de la revolución, se depure de la basura que dejó en
ella la vieja sociedad. Esta depuración es obra de un largo proceso
histórico. La clase obrera, una vez conquistado el poder político,
ha de dominar los tesoros del saber reunidos antes por los hombres.
Para el cumplimiento de la grandiosa tarea que significa construir la
nueva sociedad, llama a los mejores científicos y técnicos, a los
intelectuales que se formaron en la sociedad vieja, y a la vez
capacita intelectuales suyos, nuevos, salidos del seno de la clase
obrera y de los campesinos trabajadores. Más aún, en la marcha de
la construcción del socialismo y del avance hacia el comunismo,
llega a ser una necesidad imperiosa la tarea de elevar su nivel hasta
que todos sus miembros posean instrucción secundaria y superior, de
dotarla de una sólida cultura y de conocimientos especiales en todas
las esferas de la producción social. La clase obrera, puesta a la
cabeza de las fuerzas del progreso, se ha ganado un gran prestigio y
el reconocimiento de todos los trabajadores y hombres honestos por lo
que lleva ya hecho en el cumplimiento de su misión histórica. Las
victorias de la clase obrera han ahorrado muchos sufrimientos y
calamidades a la humanidad y han dejado franco el camino del
bienestar y la felicidad a los pueblos de una serie de países. Sin
embargo, la lucha entre las fuerzas de la reacción y del progreso no
ha acabado, ni mucho menos. Todo lo contrario, ha entrado en su fase
decisiva. Sobre millones de seres se cierne la amenaza de su
monstruoso exterminio en una guerra atómica. Decenas de millones
gimen aún bajo el yugo de la opresión colonial. Para los
trabajadores de muchos países capitalistas se ha convertido en algo
real el creciente peligro de la reacción y del fascismo. El
imperialismo amenaza a la cultura y a la civilización. ¡Y cuántos
desheredados quedan en la tierra, cuánta miseria, calamidades e
injusticias! ¿Podrá la humanidad liberarse para siempre de estas
lacras? Sin duda alguna. Los marxistas-leninistas responden hoy día
afirmativamente, seguros de que así será, porque así lo dice no ya
la teoría, sino una gran experiencia práctica. La historia nos
autoriza por completo para manifestar ese optimismo. Por difícil que
sea el camino que lleva a la liberación, es un camino seguro. Su
realidad está en la creciente potencia del movimiento obrero, y esa
potencia es prenda de éxito en la lucha de los pueblos por la paz,
la libertad y la independencia de las naciones, por la cultura y la
civilización, por una vida en la que no haya lugar para la miseria,
la opresión y los sufrimientos. Por eso, todas las esperanzas de la
humanidad progresista se hallan puestas en la lucha de liberación de
la clase obrera.
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