LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

lunes, 28 de enero de 2013

La clase obrera como fuerza motriz de todos los movimientos democráticos.


Los intereses inmediatos de la clase obrera no se reducen nunca al solo mejoramiento de su situación económica. Desde el momento mismo en que apareció, no ha cesado de incluir en su programa de lucha un gran número de problemas de tipo político-social. Esto le llevó, en la época de las revoluciones burguesas, a combatir contra la reacción feudal absolutista. El proletariado de muchos países ha luchado intensamente por la independencia nacional, contra las guerras de conquista, etc. Conforme la historia avanzaba, la esfera de los intereses económicos, políticos y culturales de la clase obrera se ha ido ensanchando y su defensa ha adquirido mayor importancia dentro de la lucha que sostenía. Problemas, por ejemplo, como la reforma de la enseñanza, las asignaciones presupuestarias para la ciencia y el arte o los nuevos reglamentos parlamentarios podían interesar en grado mínimo al movimiento obrero de principios del siglo XIX. Y hoy día se convierten a menudo en materia de seria lucha entre la clase obrera y la burguesía reaccionaria. Tienen también su importancia los cambios que el capitalismo sufre. A medida que este sistema social acentúa su carácter reaccionario y que los monopolios pasan a la ofensiva en diversas esferas de la vida social, entre los obreros y los trabajadores en general aparecen intereses nuevos y adquieren más valor algunos de los viejos. El paso al imperialismo, y luego la orientación de los monopolios hacia la implantación de regímenes y sistemas fascistas, han convertido en un problema candente para los trabajadores la defensa de los derechos y libertades civiles. La creciente agresividad de la burguesía reaccionaria y el perfeccionamiento de las armas de exterminio han hecho más agudo que nunca el problema del desarme y de la paz.

Así, la propia marcha de la historia ha convertido a la clase obrera en defensora de todas las capas del pueblo. Porque la lucha por la democracia, la paz y la soberanía significa la defensa de los intereses nacionales. La lucha por objetivos democráticos generales, planteada actualmente en toda su amplitud ante el movimiento obrero, refleja las necesidades objetivas del desarrollo social. No ha sido imaginada ni impuesta desde fuera. La clase obrera no se coloca a la cabeza de los movimientos democráticos para "atraer" a nadie, sino porque así lo exigen sus más vitales intereses. La circunstancia de que el proletariado posea un partido marxista-leninista combativo, bien organizado y provisto de una teoría científica, ha tenido excepcional valor en cuanto a ampliar el círculo de intereses por los que luchan los obreros y a elevar su papel político en la sociedad. Este partido ha ayudado a la clase obrera a comprender su papel en la vida social, la ha colocado en las primeras filas de quienes defienden los intereses de su pueblo y ha mostrado el camino a seguir para agrupar a todos los trabajadores contra la reacción. Esta actividad de los partidos marxistas-leninistas es de un gran valor histórico para los destinos del mundo, al salvar a la sociedad del cúmulo de calamidades que el imperialismo trae consigo. La clase obrera es la esperanza de la humanidad progresista. Sus excelentes virtudes para la lucha convierten a la clase obrera en vanguardia de toda la humanidad progresista. En muchos países ha derrocado a la burguesía y se ha puesto a la cabeza de la sociedad. A diferencia de las clases oprimidas del pasado -esclavos y siervos de la gleba-, esta clase no desaparece de la escena histórica después de haber cumplido el papel de fuerza de choque que derriba a los viejos gobiernos y destroza los viejos sistemas. Le aguarda todavía la tarea de construir la sociedad nueva, tarea que los obreros no pueden encomendar a nadie. Para llevarla a cabo no bastan las virtudes del combatiente. Ha de ser también capaz de un trabajo creador, de una labor fecunda en todos los órdenes de la vida social: económico, cultural, político y militar. La capacidad de creación de la clase obrera ha de ser, objetivamente, superior a la de cualquiera otra clase de la historia, pues a ninguna otra le cupo tan gran misión histórica. El paso del capitalismo al Socialismo, por la profundidad y amplitud de la transformación que supone, supera a cuanto se hizo en todas las demás revoluciones sociales.
La historia demuestra que la clase obrera posee por completo la capacidad creadora necesaria para construir la sociedad nueva. Así nos lo dice la experiencia de los obreros de Rusia y China, de Polonia y Checoslovaquia, de Bulgaria y Rumania y otros países, que edifican con éxito una sociedad basada en principios Socialistas y Comunistas. En el curso de esta transformación de la sociedad cambia, como es lógico, la faz de la propia clase obrera. Sin ello resultaría imposible la construcción del socialismo. La clase obrera puede cumplir su gran misión de emancipar a todos los trabajadores sólo en el caso de que posea conciencia revolucionaria. A este efecto, la propia clase obrera ha de eludir la influencia de las ideas burguesas. Marx indicaba que la revolución proletaria se necesita no sólo para que la clase obrera conquiste el poder político, sino también para que, en el curso de la revolución, se depure de la basura que dejó en ella la vieja sociedad. Esta depuración es obra de un largo proceso histórico. La clase obrera, una vez conquistado el poder político, ha de dominar los tesoros del saber reunidos antes por los hombres. Para el cumplimiento de la grandiosa tarea que significa construir la nueva sociedad, llama a los mejores científicos y técnicos, a los intelectuales que se formaron en la sociedad vieja, y a la vez capacita intelectuales suyos, nuevos, salidos del seno de la clase obrera y de los campesinos trabajadores. Más aún, en la marcha de la construcción del socialismo y del avance hacia el comunismo, llega a ser una necesidad imperiosa la tarea de elevar su nivel hasta que todos sus miembros posean instrucción secundaria y superior, de dotarla de una sólida cultura y de conocimientos especiales en todas las esferas de la producción social. La clase obrera, puesta a la cabeza de las fuerzas del progreso, se ha ganado un gran prestigio y el reconocimiento de todos los trabajadores y hombres honestos por lo que lleva ya hecho en el cumplimiento de su misión histórica. Las victorias de la clase obrera han ahorrado muchos sufrimientos y calamidades a la humanidad y han dejado franco el camino del bienestar y la felicidad a los pueblos de una serie de países. Sin embargo, la lucha entre las fuerzas de la reacción y del progreso no ha acabado, ni mucho menos. Todo lo contrario, ha entrado en su fase decisiva. Sobre millones de seres se cierne la amenaza de su monstruoso exterminio en una guerra atómica. Decenas de millones gimen aún bajo el yugo de la opresión colonial. Para los trabajadores de muchos países capitalistas se ha convertido en algo real el creciente peligro de la reacción y del fascismo. El imperialismo amenaza a la cultura y a la civilización. ¡Y cuántos desheredados quedan en la tierra, cuánta miseria, calamidades e injusticias! ¿Podrá la humanidad liberarse para siempre de estas lacras? Sin duda alguna. Los marxistas-leninistas responden hoy día afirmativamente, seguros de que así será, porque así lo dice no ya la teoría, sino una gran experiencia práctica. La historia nos autoriza por completo para manifestar ese optimismo. Por difícil que sea el camino que lleva a la liberación, es un camino seguro. Su realidad está en la creciente potencia del movimiento obrero, y esa potencia es prenda de éxito en la lucha de los pueblos por la paz, la libertad y la independencia de las naciones, por la cultura y la civilización, por una vida en la que no haya lugar para la miseria, la opresión y los sufrimientos. Por eso, todas las esperanzas de la humanidad progresista se hallan puestas en la lucha de liberación de la clase obrera.

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