LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

martes, 18 de septiembre de 2012

El último peldaño en la escalera histórica del capitalismo


Cada nueva etapa de la crisis general del capitalismo es resultado de los cambios ocurridos anteriormente y, a la vez, premisa de cambios nuevos, la antesala del futuro. Una vez iniciada, la crisis general del capitalismo se desenvuelve con creciente vigor, hasta conducir al hundimiento definitivo de este sistema. El análisis de la situación del capitalismo contemporáneo y de las leyes fundamentales de su desarrollo nos lleva a la conclusión de que ninguna de las medidas adoptadas por la burguesía monopolista para salvar al capitalismo podrán eludir las contradicciones que lo corroen; antes al contrario, lo único que en última instancia hacen es desorganizarlo más. El campo imperialista es incapaz de detener el proceso que lleva a cambiar la correlación de fuerzas en favor del campo Socialista.
En la lucha contra los países socialistas, el campo imperialista no desdeña recurso alguno: desde la guerra abierta (en Corea) y el intento de organizar una rebelión contrarrevolucionaria (en Hungría) hasta la labor de zapa en sus formas más variadas. Mas en respuesta a los encarnizados ataques de los imperialistas, el campo del socialismo cierra aún más sus filas. La continuada carrera de armamentos y la preparación de una nueva guerra por los Estados imperialistas obligan a los países socialistas a distraer de la construcción pacífica una parte considerable de sus energías y recursos, con el fin de asegurar su capacidad defensiva. Eso es cierto. Pero la superioridad del modo socialista de producción es tal, que, hasta en estas condiciones, los países del campo socialista consiguen grandes éxitos en la emulación económica con el sistema mundial del capitalismo, sobre el que prevalecen claramente en todos los sentidos. Las victorias en esta histórica emulación infunden a los pueblos de los países socialistas nuevas energías en su trabajo, ayudan a acelerar el ritmo de la construcción de paz y, al mismo tiempo, incrementan en los países capitalistas la atracción que los trabajadores sienten hacia el socialismo. No tienen tampoco éxito los intentos de los capitalistas para restablecer sus tambaleantes imperios coloniales o para detener al menos el proceso de desintegración del sistema colonial. El empleo que la burguesía monopolista hace de la fuerza bruta para robustecer y afianzar el colonialismo, agudiza aún más las contradicciones entre las potencias imperialistas y los pueblos de las colonias y semicolonias, y también de los países que ya se emanciparon del yugo colonial. Y los ensayos que se emprenden para someter económicamente a los pueblos de las antiguas colonias empujan a éstos a la colaboración con los países del campo socialista.
No menos infructuosos son, en última instancia, los intentos de la burguesía monopolista para aplastar la lucha de clase de los trabajadores en las metrópolis. Es verdad que, según demuestra la experiencia histórica, un terror brutal y una desenfrenada demagogia pueden anular durante cierto tiempo las acciones abiertas de la clase obrera y de otros sectores de trabajadores. Ejemplo de ello son los regímenes fascistas de Alemania e Italia. Pero en las condiciones actuales, cuando ha crecido tanto la organización y la potencia del movimiento de todos los adversarios de la burguesía monopolista, cada vez resulta esto más difícil de conseguir. Y si se logra en una u otra medida, la oligarquía dominante no suprime los conflictos de clase; no hace más que evitar su exteriorización, contribuyendo a la vez a incrementar el odio de clase de los trabajadores. Cuanto más se esfuerza la burguesía reaccionaria por utilizar el Estado en interés propio, cuanto mayor es el celo en cubrirse con él -como un escudo- para protegerse de los golpes que le preparó la historia, mejor convence a las grandes masas trabajadoras de que sin la lucha por el poder éstas jamás podrán defender y ver satisfechos sus intereses. Por mucho que se afane la burguesía reaccionaria de los principales países capitalistas, crecen y crecerán las contradicciones en el seno del campo imperialista. El imperialismo norteamericano, que alimenta los ambiciosos propósitos de conquistar el dominio del mundo y de aplastar el movimiento de liberación de los pueblos, necesita mantener su hegemonía dentro del mundo capitalista y ganarse como aliados a todos los grandes países de ese campo. Nadie pondrá en duda que ha conseguido ya algo en este sentido. Pero no hay que olvidar que el imperialismo únicamente puede adquirir aliados colocándolos bajo su dependencia. Y esto lleva a choques continuos con los círculos dirigentes de los Estados que se ven sujetos al carro del imperialismo norteamericano, tanto más que, en virtud del desarrollo desigual del capitalismo, el reparto ya hecho de las esferas de influencia deja de corresponder a la correlación real de fuerzas dentro del campo capitalista.
De todo esto se puede llegar a la conclusión de que las dificultades principales del capitalismo monopolista contemporáneo no han quedado atrás, sino que las tiene aún por delante. El carácter social de la producción reclama cada vez más imperiosamente, y seguirá haciéndolo, la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción, la sustitución del capitalismo por el socialismo. El capital financiero quiere burlar a la historia y, en lugar de la socialización socialista, mantener su dominación con un simple cambio de forma, que es lo que significa el capitalismo monopolista de Estado. Pero la maniobra está condenada al fracaso. La conversión del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado no significa la salvación de un sistema que agotó sus posibilidades, sino únicamente la culminación de la preparación material del sistema social nuevo, socialista. "... El capitalismo monopolista de Estado -escribía Lenin- es la más completa preparación material del socialismo, es la antesala del mismo, es un punto de la escalera histórica que ya no tiene ningún peldaño intermedio entre él y el punto denominado socialismo."
Así, pues, en el seno del régimen capitalista se operan importantes procesos como resultado de los cuales, cuando los trabajadores tomen el poder, se verá sensiblemente facilitada la transformación socialista de la sociedad. En los países capitalistas desarrollados la nacionalización socialista de los monopolios convertiría en patrimonio de todo el pueblo el 60, el 70 por ciento, y acaso más, de la producción social. "... En una situación revolucionaria, al producirse la revolución -subraya Lenin- el capitalismo monopolista de Estado pasa directamente a socialismo." Por lo que se refiere a las premisas políticas de la revolución socialista, también siguen creciendo, tal como lo preveía Lenin en su análisis del imperialismo. El capitalismo monopolista de Estado no amortigua las contradicciones de clase; antes al contrario, estimula la lucha de clase del proletariado, profundiza el antagonismo que hay entre los grupos reaccionarios de la oligarquía monopolista y todas las demás clases y capas de la sociedad burguesa contemporánea y favorece el desarrollo de nuevos movimientos democráticos, cada vez más unidos a la lucha de liberación de la clase obrera, y la formación de un vasto frente antimonopolista y antiimperialista.

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