Cada nueva etapa de la
crisis general del capitalismo es resultado de los cambios ocurridos
anteriormente y, a la vez, premisa de cambios nuevos, la antesala del
futuro. Una vez iniciada, la crisis general del capitalismo se
desenvuelve con creciente vigor, hasta conducir al hundimiento
definitivo de este sistema. El análisis de la situación del
capitalismo contemporáneo y de las leyes fundamentales de su
desarrollo nos lleva a la conclusión de que ninguna de las medidas
adoptadas por la burguesía monopolista para salvar al capitalismo
podrán eludir las contradicciones que lo corroen; antes al
contrario, lo único que en última instancia hacen es desorganizarlo
más. El campo imperialista es incapaz de detener el proceso que
lleva a cambiar la correlación de fuerzas en favor del campo
Socialista.
En la lucha contra los
países socialistas, el campo imperialista no desdeña recurso
alguno: desde la guerra abierta (en Corea) y el intento de organizar
una rebelión contrarrevolucionaria (en Hungría) hasta la labor de
zapa en sus formas más variadas. Mas en respuesta a los encarnizados
ataques de los imperialistas, el campo del socialismo cierra aún más
sus filas. La continuada carrera de armamentos y la preparación de
una nueva guerra por los Estados imperialistas obligan a los países
socialistas a distraer de la construcción pacífica una parte
considerable de sus energías y recursos, con el fin de asegurar su
capacidad defensiva. Eso es cierto. Pero la superioridad del modo
socialista de producción es tal, que, hasta en estas condiciones,
los países del campo socialista consiguen grandes éxitos en la
emulación económica con el sistema mundial del capitalismo, sobre
el que prevalecen claramente en todos los sentidos. Las victorias en
esta histórica emulación infunden a los pueblos de los países
socialistas nuevas energías en su trabajo, ayudan a acelerar el
ritmo de la construcción de paz y, al mismo tiempo, incrementan en
los países capitalistas la atracción que los trabajadores sienten
hacia el socialismo. No tienen tampoco éxito los intentos de los
capitalistas para restablecer sus tambaleantes imperios coloniales o
para detener al menos el proceso de desintegración del sistema
colonial. El empleo que la burguesía monopolista hace de la fuerza
bruta para robustecer y afianzar el colonialismo, agudiza aún más
las contradicciones entre las potencias imperialistas y los pueblos
de las colonias y semicolonias, y también de los países que ya se
emanciparon del yugo colonial. Y los ensayos que se emprenden para
someter económicamente a los pueblos de las antiguas colonias
empujan a éstos a la colaboración con los países del campo
socialista.
No menos infructuosos
son, en última instancia, los intentos de la burguesía monopolista
para aplastar la lucha de clase de los trabajadores en las
metrópolis. Es verdad que, según demuestra la experiencia
histórica, un terror brutal y una desenfrenada demagogia pueden
anular durante cierto tiempo las acciones abiertas de la clase obrera
y de otros sectores de trabajadores. Ejemplo de ello son los
regímenes fascistas de Alemania e Italia. Pero en las condiciones
actuales, cuando ha crecido tanto la organización y la potencia del
movimiento de todos los adversarios de la burguesía monopolista,
cada vez resulta esto más difícil de conseguir. Y si se logra en
una u otra medida, la oligarquía dominante no suprime los conflictos
de clase; no hace más que evitar su exteriorización, contribuyendo
a la vez a incrementar el odio de clase de los trabajadores. Cuanto
más se esfuerza la burguesía reaccionaria por utilizar el Estado en
interés propio, cuanto mayor es el celo en cubrirse con él -como un
escudo- para protegerse de los golpes que le preparó la historia,
mejor convence a las grandes masas trabajadoras de que sin la lucha
por el poder éstas jamás podrán defender y ver satisfechos sus
intereses. Por mucho que se afane la burguesía reaccionaria de los
principales países capitalistas, crecen y crecerán las
contradicciones en el seno del campo imperialista. El imperialismo
norteamericano, que alimenta los ambiciosos propósitos de conquistar
el dominio del mundo y de aplastar el movimiento de liberación de
los pueblos, necesita mantener su hegemonía dentro del mundo
capitalista y ganarse como aliados a todos los grandes países de ese
campo. Nadie pondrá en duda que ha conseguido ya algo en este
sentido. Pero no hay que olvidar que el imperialismo únicamente
puede adquirir aliados colocándolos bajo su dependencia. Y esto
lleva a choques continuos con los círculos dirigentes de los Estados
que se ven sujetos al carro del imperialismo norteamericano, tanto
más que, en virtud del desarrollo desigual del capitalismo, el
reparto ya hecho de las esferas de influencia deja de corresponder a
la correlación real de fuerzas dentro del campo capitalista.
De todo esto se puede
llegar a la conclusión de que las dificultades principales del
capitalismo monopolista contemporáneo no han quedado atrás, sino
que las tiene aún por delante. El carácter social de la producción
reclama cada vez más imperiosamente, y seguirá haciéndolo, la
supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción,
la sustitución del capitalismo por el socialismo. El capital
financiero quiere burlar a la historia y, en lugar de la
socialización socialista, mantener su dominación con un simple
cambio de forma, que es lo que significa el capitalismo monopolista
de Estado. Pero la maniobra está condenada al fracaso. La conversión
del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado no
significa la salvación de un sistema que agotó sus posibilidades,
sino únicamente la culminación de la preparación material del
sistema social nuevo, socialista. "... El capitalismo
monopolista de Estado -escribía Lenin- es la más completa
preparación material del socialismo, es la antesala del mismo, es un
punto de la escalera histórica que ya no tiene ningún peldaño
intermedio entre él y el punto denominado socialismo."
Así, pues, en el seno
del régimen capitalista se operan importantes procesos como
resultado de los cuales, cuando los trabajadores tomen el poder, se
verá sensiblemente facilitada la transformación socialista de la
sociedad. En los países capitalistas desarrollados la
nacionalización socialista de los monopolios convertiría en
patrimonio de todo el pueblo el 60, el 70 por ciento, y acaso más,
de la producción social. "... En una situación revolucionaria,
al producirse la revolución -subraya Lenin- el capitalismo
monopolista de Estado pasa directamente a socialismo." Por lo
que se refiere a las premisas políticas de la revolución
socialista, también siguen creciendo, tal como lo preveía Lenin en
su análisis del imperialismo. El capitalismo monopolista de Estado
no amortigua las contradicciones de clase; antes al contrario,
estimula la lucha de clase del proletariado, profundiza el
antagonismo que hay entre los grupos reaccionarios de la oligarquía
monopolista y todas las demás clases y capas de la sociedad burguesa
contemporánea y favorece el desarrollo de nuevos movimientos
democráticos, cada vez más unidos a la lucha de liberación de la
clase obrera, y la formación de un vasto frente antimonopolista y
antiimperialista.
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