La filosofía considera
los problemas más generales de la concepción del mundo. La
filosofía materialista parte de la afirmación de que la naturaleza
existe: existen las estrellas, el Sol, la Tierra, con sus montañas y
llanuras, con sus mares y bosques, con los animales, con el hombre
dotado de conciencia, de la capacidad de pensar. No hay ni puede
haber fenómenos o fuerzas sobrenaturales. Dentro de la gran variedad
que la naturaleza brinda, el hombre no es sino una partícula, y la
conciencia es una propiedad o capacidad del hombre. La naturaleza
existe objetivamente, esto es, fuera de la conciencia del hombre y
con independencia de ella. Hay, sin embargo, filósofos que niegan la
existencia de la naturaleza como algo independiente de la conciencia.
Según ellos afirman, lo primero que existe es la conciencia, el
pensar, el espíritu o idea, y todo el mundo físico es derivado y
depende del principio espiritual. El problema de la relación entre
la conciencia humana y el ser material es el punto básico de toda
filosofía, sin excluir la de nuestros tiempos. ¿Qué es lo primero,
la naturaleza o el pensar? Los filósofos se dividen en dos grandes
campos, según sea la respuesta que den.
Quienes consideran que lo
primero es el principio material, la naturaleza, y que el pensar, el
espíritu, es una propiedad de la materia, se sitúan en el campo del
materialismo. Quienes afirman que el pensar, el espíritu o la idea
existieron antes que la naturaleza, que ésta, de una manera o de
otra, es creada por el principio espiritual, militan en el campo del
idealismo. Esto y nada más es lo que en filosofía quieren decir
"idealismo" y "materialismo". Desde tiempos
antiguos no cesa la reñida pugna entre los adeptos del materialismo
y del idealismo. Toda la historia de la filosofía es una constante
lucha entre dos campos, entre dos partidos: el materialismo y el
idealismo. El materialismo elemental. Los hombres, en su actividad
práctica, no ponen en duda que los objetos que les rodean y los
fenómenos de la naturaleza existen con independencia de ellos y de
su conciencia. Eso significa que, de un modo elemental, se mantienen
en las posiciones del materialismo.
El materialismo elemental
"de todo hombre sano que no está en un manicomio o que en la
ciencia no comulga con los filósofos idealistas -escribe Lenin-
consiste en que las cosas, el medio, el mundo existen
independientemente de nuestra sensación, de nuestra conciencia, de
nuestro yo y del hombre en general". Es imposible vivir de
ideas, de conceptos, y alimentarse de las sensaciones propias, de los
productos de la propia imaginación. En la práctica esto lo saben
perfectamente todos, y también los filósofos dedicados a componer
doctrinas idealistas que deducen la existencia de las cosas
materiales de las sensaciones, conceptos e ideas. En repetidas
ocasiones han debido manifestar que viven a pesar de su filosofía y
que si, en efecto, en el mundo no existiesen cosas materiales, la
gente se moriría de hambre. El materialismo elemental, no
consciente, es profesado por la inmensa mayoría de los naturalistas.
Estos no penetran de ordinario en los problemas filosóficos, sino
que se dejan llevar por la lógica del material científico que ellos
manejan. A cada paso, la naturaleza les muestra el carácter material
de los fenómenos que investigan. Da lo mismo que su estudio se
refiera a los cuerpos celestes que a las moléculas y átomos, a los
fenómenos de la electricidad y el magnetismo que al mundo de las
plantas y los animales: siempre tienen ante sí procesos objetivos,
cuerpos materiales y sus propiedades, leyes de la naturaleza que son
independientes de la conciencia del hombre. Dentro de la sociedad
burguesa, con todas las condiciones que en ella imperan, sólo los
científicos más intrépidos y consecuentes se declaran partidarios
del materialismo filosófico. La mayoría de ellos se encuentran bajo
una presión tan intensa de la ideología oficial, de la doctrina de
la Iglesia y de la filosofía idealista, de todo el ambiente de la
sociedad burguesa, que no se deciden a manifestar su materialismo,
vacilan y a menudo se dicen idealistas, aunque, por el carácter
mismo de sus investigaciones, profesan en el fondo ideas
materialistas.
Así, por ejemplo, Thomas
Huxley, naturalista inglés del siglo XIX, no admitía el
materialismo. Mas en sus investigaciones sobre zoología, anatomía
comparada, antropología y teoría de la evolución defendía
concepciones materialistas, y afirmaba que el idealismo filosófico
no trae consigo nada más que confusión y oscuridad. Engels
calificaba a tales investigadores como "materialistas
vergonzantes"; según Lenin, los alegatos antimaterialistas de
Huxley no eran sino la hoja de parra que encubría su materialismo
científico elemental. Los investigadores contemporáneos llegan a
menudo a conclusiones idealistas cuando tratan de concebir el sentido
filosófico de sus descubrimientos. Pero mientras permanecen en un
terreno estrictamente científico, mientras no se salen de sus
laboratorios, de las fábricas, de los campos experimentales,
mientras no se entregan a reflexiones filosóficas y se circunscriben
al estudio de la naturaleza, obran, aun sin tener conciencia de ello,
como verdaderos materialistas. Alberto Einstein, uno de los físicos
más grandes de nuestra época, se hallaba bajo la influencia de la
filosofía idealista cuando exponía en alguno de sus trabajos
consideraciones de tipo general, sin que ello fuese obstáculo para
que la teoría de la relatividad, por él enunciada, sea de un
carácter materialista. Max Planck, otro físico famoso, autor de la
teoría de los cuantos, tampoco confesaba su materialismo. No
obstante, en sus trabajos sobre física y en sus escritos sobre
cuestiones filosóficas defendía la idea de una "visión sana
del mundo", que admitiese la existencia de la naturaleza como
algo independiente de la conciencia del hombre. Max Planck combatió
el idealismo filosófico y de hecho era materialista. Ahora bien, la
influencia del idealismo repercute a veces negativamente en la
interpretación que los investigadores dan al propio material
científico. Esto nos dice que el materialismo elemental no es una
protección eficaz contra la penetración del idealismo. Sólo la
filosofía del materialismo dialéctico, conscientemente adoptada,
previene a los hombres de ciencia contra los errores idealistas. El
materialismo como filosofía avanzada. El materialismo filosófico se
diferencia del materialismo elemental o espontáneo en que se atiene
a un criterio científico en la argumentación y exposición de las
proposiciones materialistas, que aplica consecuentemente utilizando
los datos de la ciencia avanzada y de la práctica social. La
filosofía materialista es un arma segura, que defiende al hombre de
la funesta influencia de la reacción espiritual. Le sirve de guía
en la vida y le muestra el camino acertado para aclarar cuantos
problemas le inquieten acerca de la visión del mundo.
Durante milenios enteros
la Iglesia ha imbuido al hombre el desprecio hacia la vida terrena y
el temor a Dios. Ha enseñado, principalmente a las masas oprimidas
de la humanidad, que su destino es trabajar y orar, que la felicidad
no se puede conseguir en este "valle de lágrimas" y
únicamente la alcanzarán en la "otra vida" si en ésta
son mansos. La Iglesia amenaza con el castigo de Dios y con los
tormentos del infierno a quien se atreva a levantarse contra la
dominación de los explotadores, supuestamente establecida por la
voluntad divina. La filosofía materialista tiene el gran mérito
histórico de haber ayudado al hombre a emanciparse de las
supersticiones. En tiempos antiguos combatió ya el miedo a la muerte
y el temor a los dioses y a otras fuerzas sobrenaturales. No hay que
poner las esperanzas en la vida de ultratumba; lo que hace falta es
estimar en lo que vale la vida terrena y tratar de mejorarla: eso es
lo que enseña la filosofía materialista. El materialismo fue el
primero en exaltar la dignidad y la razón humanas, en proclamar que
el hombre no es un gusano que se arrastra por el polvo, sino el ser
supremo de la naturaleza, capaz de dominar y gobernar sus fuerzas. El
materialismo tiene una fe absoluta en el poderío del saber, en la
razón del hombre, en su capacidad para descubrir los secretos del
mundo que nos rodea y crear un régimen social sensato y justo. Los
voceros del idealismo difaman a menudo al materialismo, al que
presentan como "una concepción sombría, plomiza, parecida a
una pesadilla" (W. James). En realidad, es precisamente la
filosofía idealista, sobre todo la contemporánea, la que ofrece
unos tonos sombríos. No es el materialismo, sino el idealismo el que
niega la capacidad cognoscitiva de la razón y predica la
desconfianza hacia la ciencia; no es el materialismo, sino el
idealismo el que ensalza el culto a la muerte; no es el materialismo,
sino el idealismo el que fue y es un terreno abonado para los más
repugnantes brotes del antihumanismo: la teoría racista y el
oscurantismo fascista. El idealismo filosófico se niega a aceptar la
realidad del mundo material que nos rodea, huye de él, lo califica
de impuro y, en su lugar, dibuja un mundo inmaterial imaginario. El
materialismo, por el contrario, ofrece un cuadro real y verdadero del
mundo, sin el menor aditamento de espíritus, de un Dios creador,
etc. Los materialistas no esperan ayuda alguna de las fuerzas
sobrenaturales, creen en el hombre y en su capacidad para transformar
el mundo con su propia mano y de hacerlo digno de él.
El materialismo, en su
última esencia, es una concepción optimista y clara, que afirma la
vida y niega el pesimismo y el "dolor universal". De ahí
que, ordinariamente, sea la concepción de los grupos y clases
sociales avanzados. Quienes lo profesan son hombres que miran
adelante sin miedo, que no se debaten en dudas acerca de la razón
que les asiste. Los voceros del idealismo calumniaron siempre al
materialismo, al que acusaban y acusan de desconocer los valores
morales y los ideales elevados; estas virtudes, según ellos, son
propias y exclusivas de los partidarios del idealismo filosófico. La
realidad es muy otra: el materialismo dialéctico e histórico de
Marx y Engels no niega, sino todo lo contrario, afirma y exalta las
ideas avanzadas, los principios morales y los ideales más sublimes.
La lucha por el progreso, por un régimen social avanzado, nos dice,
jamás tendrá éxito si no se inspira en grandes ideas que alienten
a los hombres en su labor de creación y les empujen a las empresas
más atrevidas. La lucha de la clase obrera, la lucha de los
comunistas refuta de plano la estúpida invención idealista de que
los materialistas son gente indiferente hacia toda clase de ideales.
Esa lucha se ve inspirada por el ideal más noble y sublime que jamás
conocieron los hombres, que es el comunismo, y por eso se forjan en
ella innumerables e intrépidos campeones fieles hasta el fin a su
elevado ideal. El materialismo dialéctico e histórico como fase
superior en el desarrollo del pensamiento filosófico. El
materialismo de nuestros días es el materialismo dialéctico e
histórico que crearon Marx y Engels. El terreno en que surgió
hallábase ya abonado. La filosofía de Marx y Engels es producto de
una larga evolución del pensamiento humano. El materialismo apareció
hace unos dos mil quinientos años en China, la India y Grecia. La
filosofía materialista guardaba en estos países estrecha relación
con la experiencia diaria de los hombres y con los gérmenes de un
conocimiento de la naturaleza. Mas en aquel tiempo la ciencia acababa
de nacer, por lo que las nociones de los antiguos filósofos
materialistas sobre el mundo, aunque encerraban geniales atisbos,
carecían de base científica y eran aún muy primitivas. Mucho más
maduro es el materialismo de los siglos XVII y XVIII. Los éxitos de
la ciencia y de la técnica hacían avanzar a la filosofía. Al mismo
tiempo, la filosofía materialista ayudaba al estudio de la
naturaleza. Así, por ejemplo, la doctrina del materialista inglés
F. Bacon (siglo XVII), que ponía en la experiencia el origen del
conocimiento, y su idea de que el conocimiento es una fuerza,
significaron un poderoso estímulo para el desarrollo de las ciencias
de la naturaleza.
En los siglos XVII y
XVIII los mayores avances correspondieron a las matemáticas y a la
mecánica de los cuerpos terrestres y celestes. Esta circunstancia
impone su sello a las concepciones filosóficas de los materialistas
de aquel entonces y a su comprensión de la materia y el movimiento.
Un papel formidable en el desarrollo de la nueva forma del
materialismo correspondió a la física del filósofo francés R.
Descartes, que era materialista en la doctrina de la naturaleza; a la
teoría mecanicista del materialista inglés T. Hobbes (siglo XVII)
y, de un modo especial, a la mecánica del sabio inglés Newton. Los
filósofos materialistas examinaban todos los fenómenos de la
naturaleza y de la vida social desde el punto de vista de la mecánica
y trataban de explicarlos con arreglo a las leyes de la mecánica.
Por eso su materialismo recibió el nombre de mecanicista. En el
siglo XVIII, entre sus representantes tenemos a J. Toland y J.
Priestley (Inglaterra) y a P. Holbach, C. Helvecio y D. Diderot
(Francia). Los estrechos vínculos del materialismo de los siglos
XVII y XVIII con las ciencias de la naturaleza eran su lado fuerte.
Adolecía, sin embargo, de algunos defectos, entre los cuales Engels
destaca tres. El primero era su mecanicismo. La mecánica, que en
aquel tiempo era para los filósofos materialistas el paradigma de
las ciencias, limitaba sus horizontes, llevándoles a reducir todos
los procesos y clases de movimiento al movimiento mecánico. Estos
filósofos no comprendían las características de la naturaleza
orgánica ni los rasgos y leyes peculiares de la vida social. La
segunda limitación de estos materialistas era su incapacidad para
comprender y explicar el desarrollo de la naturaleza, incluso cuando
advertían hechos que así lo acreditaban. Los materialistas de los
siglos XVII y XVIII estimaban la naturaleza en su conjunto como algo
inmutable, eternamente sometido a un mismo fenómeno de rotación.
Tal criterio de la naturaleza se denomina metafísico. Quiere decirse
que el materialismo mecanicista era también metafísico. Finalmente,
los materialistas de ese período, como todos los materialistas
anteriores a Marx, no sabían aplicar su doctrina a la comprensión
de la vida social. No advertían la base material de la vida social y
enseñaban que la transición a formas sociales más perfectas era
originada por el progreso de la ciencia, al cambiar las concepciones
e ideas imperantes en la sociedad. Pero tal explicación es
idealista. Fuera de ello, los materialistas anteriores a Marx no
comprendían el valor de la actuación práctica de crítica y
revolucionaria de las clases y las masas en cuanto al cambio de la
realidad, al cambio de la vida social. Mantenían la necesidad de
sustituir el régimen feudal por el burgués, pero, a la vez,
rechazaban y temían la lucha de las masas en pro del sistema por
ellos mismos defendido. Esto era una muestra de su limitación
burguesa de clase.
Un paso adelante en la
evolución de la filosofía materialista, en la primera mitad del
siglo XIX, significa la obra del filósofo alemán Ludwig Feuerbach,
y singularmente las aportaciones de los demócratas revolucionarios
rusos: A. Herzen, V. Belinski, N. Chernishevski y N. Dobroliúbov.
Feuerbach superó en cierto grado la limitación mecanicista de los
materialistas del siglo XVIII, pero no ocurrió lo mismo en cuanto a
los otros defectos señalados. Además, su filosofía se hallaba
divorciada de la práctica político-social. Un gran avance de los
materialistas rusos fue que trataron de combinar la comprensión
materialista de la naturaleza con la dialéctica. Por otra parte,
siendo estos últimos como eran ideólogos de los campesinos
revolucionarios rusos, consideraban la filosofía no sólo como la
doctrina de lo que existe, sino también de cómo lo existente puede
ser transformado en bien del pueblo. Una fase nueva y superior en el
desarrollo de las concepciones materialistas es el materialismo
dialéctico e histórico creado por Marx y Engels, los grandes
maestros y jefes de la clase más avanzada y revolucionaria de la
sociedad moderna, que es el proletariado. Su obra significa una
verdadera revolución en el campo de la filosofía. Desde las cumbres
del pensamiento social y científico de su época, Marx y Engels
toman con espíritu crítico y creador cuanto de valioso había
producido la filosofía hasta ellos y construyen un materialismo
nuevo, libre ya de los defectos de que adolecía la anterior
filosofía materialista: el materialismo dialéctico e histórico. En
la filosofía marxista, el materialismo aparece orgánicamente unido
a la dialéctica. Apóyase en un nivel de la ciencia más elevado, en
los nuevos descubrimientos de las ciencias de la naturaleza, entre
los cuales tenían singular importancia la ley de la conservación y
transformación de la energía, la teoría celular y la teoría
darvinista del origen de las especies. Los éxitos de las ciencias
naturales proporcionaron una base estrictamente científica a las
ideas del desarrollo y de la unidad y concatenación universal de los
fenómenos de la naturaleza. En vez de la unilateral concepción
mecanicista de la naturaleza y del hombre, Marx y Engels enuncian la
doctrina del desarrollo, que abarca a todas las esferas de la
realidad y que, al mismo tiempo, toma en consideración la
peculiaridad de cada una de esas esferas: la naturaleza inorgánica,
el mundo orgánico, la vida social y la conciencia de los hombres.
Marx y Engels son los primeros en aplicar el materialismo a la
comprensión de la vida social; a ellos se debe el descubrimiento de
las fuerzas motrices materiales y de las leyes del desarrollo social,
con lo que la historia de la sociedad adquiere la categoría de
ciencia. Los fundadores del marxismo, en fin, convirtieron la
doctrina filosófica materialista -antes una teoría abstracta- en
medio eficaz para la transformación de la sociedad, en arma
ideológica de la clase obrera en su lucha por el socialismo y el
comunismo. La doctrina filosófica de Marx y Engels ha prendido entre
las más grandes masas de los trabajadores de todos los países. Es
una genuina filosofía de masas.
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