La teoría
marxista-leninista de las clases y de la lucha de clases proporciona
la clave para la comprensión del Estado, que es uno de los fenómenos
más complejos en la vida de la sociedad humana, explica
científicamente su esencia, origen y desarrollo, la sustitución de
unos Estados por otros y su inevitable desaparición. Origen y
esencia del Estado. La historia demuestra que la existencia del
Estado se halla vinculada a las clases. En las fases primeras de
desarrollo de la humanidad, bajo el régimen de la comunidad
primitiva, no había clases y tampoco se conocía el Estado. La
dirección de los asuntos públicos corría a cargo de la sociedad
misma.
Luego aparece la
propiedad privada y con ella la desigualdad económica; la sociedad
se escinde en clases antagónicas y la dirección de los asuntos
públicos experimenta un cambio radical. Era ya imposible decidir
esos asuntos por el acuerdo unánime de toda la sociedad o de su
mayoría. Las clases explotadoras se apoderan de los puestos de
mando. Pero siendo como eran una reducida minoría, estas clases sólo
podían mantener el sistema que les favorecía recurriendo a la
coerción directa, a la fuerza, que venía en ayuda de su poderío
económico. Para esto hacía falta un aparato especial: grupos
armados (ejército, policía), tribunales, cárceles, etc. A la
cabeza de este aparato de coerción se colocan gentes que interpretan
los intereses de la minoría explotadora, y no de la sociedad en su
conjunto. Así se forma el Estado, que es una máquina para mantener
la dominación de una clase sobre otras. Poniendo en juego esa
máquina, la clase económica dominante consolida el régimen social
que le conviene y mantiene por la fuerza, dentro de un determinado
modo de producción, a sus enemigos de clase. De ahí que en la
sociedad basada en la explotación el Estado sea siempre en esencia
la dictadura de la clase o clases de los explotadores. Con relación
a toda la sociedad en su conjunto, el Estado es un instrumento de
dirección y gobierno de la clase dominante; con relación a los
enemigos de esta clase (en la sociedad de explotación se trata de la
mayoría), es un instrumento de represión y de violencia.
El Estado es, pues, un
producto de las irreductibles contradicciones de clase. "Aparece
donde, cuando y en la medida en que las contradicciones de clase no
pueden ser, objetivamente, conciliadas." El poder político de
la clase económicamente dominante: tal es la esencia del Estado, la
naturaleza de sus relaciones con la sociedad, aunque también
presenta otras características. Únicamente podemos hablar de Estado
cuando el poder político de una u otra clase se extiende a un
determinado territorio y afecta a la población que en él vive:
ciudadanos o súbditos. La extensión del territorio y la cuantía y
composición de la población pueden influir, ciertamente, en el
poderío del Estado y, en algunos casos, en la forma que el mismo
adopta. Pero no es esto lo que determina su esencia, sino su
naturaleza de clase. Tipos y formas del Estado. Los Estados, lo mismo
los que existieron en otros tiempos como los actuales, ofrecen por
sus tipos y formas un cuadro que no puede ser más diverso: tenemos
los imperios despóticos de Asiria, Babilonia y Egipto, las
repúblicas griegas, el Imperio Romano, los principados de la Rus de
Kiev, las monarquías del Medievo, las repúblicas parlamentarias de
nuestros tiempos y, en fin, la república socialista.
El tipo de Estado viene
definido por la clase a la cual sirve, es decir, en última
instancia, por la base económica de la sociedad. De ahí que el tipo
de Estado corresponda a una formación económico-social. La historia
conoce tres grandes tipos de Estado basado en la explotación:
esclavista, feudal y burgués. Todos ellos tienen de común y
característico el dominio de los explotadores, es decir, de una
pequeña parte de la sociedad, sobre los explotados, que son la
inmensa mayoría. Un Estado nuevo y completamente distinto es el
socialista, en el que el poder pertenece a la clase obrera y a todos
los trabajadores, que integran la mayoría o la totalidad del cuerpo
social. El tipo de Estado expresa, pues, su esencia de clase. La
forma, en cambio, nos habla de la organización de los órganos de
poder y gobierno, de su régimen político. Atendiendo a este
criterio tenemos la monarquía, al frente de la cual se halla una
persona que no es elegida por la población (rey, emperador), y la
república, donde el poder es electivo. Hay también Estados en los
que se combinan rasgos de ambas formas, por ejemplo, la monarquía
constitucional, en la que el poder del rey o del emperador se ve
restringido por la ley -Constitución- y las funciones de gobierno
corren a cargo de órganos electivos. La forma del Estado es
inseparable del régimen político establecido por la clase
dominante. Este régimen puede ser distinto en Estados de un mismo
tipo. Así, el Estado burgués no adopta sólo la forma de república
democrática, sino también la del régimen terrorista del fascismo.
La aparición de unas u otras formas de Estado, su desarrollo y
prosperidad, lo mismo que su decadencia y su sustitución por otras
formas distintas, no obedecen al azar. La variedad de formas en los
Estados de un mismo tipo depende, ante todo, de las modificaciones
experimentadas por el régimen económico y por la correlación de
las fuerzas de clase y de los distintos grupos en el seno de las
clases dominantes. Al período de la dispersión feudal, en el que
cada hacienda representaba en realidad una economía independiente y
los vínculos económicos entre ellas eran muy débiles, corresponde
un Estado descentralizado, con un poder central débil y una gran
independencia política de los señores. En el período de
desintegración del feudalismo, cuando se incrementan las relaciones
mercantiles monetarias, los vínculos económicos entre las distintas
comarcas y entre los Estados, en que se robustece el papel económico
de la burguesía, surge el Estado centralizado con la forma de la
monarquía absoluta. Pero hay también otros factores que influyen
sobre la forma del Estado: las tradiciones nacionales, la continuidad
en la evolución de las instituciones políticas, la conciencia
política del pueblo, las relaciones con otros países (por ejemplo,
el peligro de una agresión), etc.
La ciencia
marxista-leninista atribuye gran importancia a la forma del Estado.
Así, bajo la dominación de la burguesía, una forma más
democrática brinda condiciones más propicias para el progreso
social, para los avances de la cultura y la ciencia y para la lucha
de las masas trabajadoras contra el yugo y la explotación. Pero
ninguna forma, ni la más democrática, está en condiciones de
cambiar la esencia del Estado de explotación como instrumento de
dominación de una clase sobre otras. El Estado esclavista tuvo en
Egipto la forma oriental de monarquía despótica gobernada por los
faraones; en Atenas, la forma de democracia; en Roma, la de república
aristocrática y más tarde de imperio, etc. A pesar de tan gran
variedad de formas, la esencia de todos estos Estados era la
dominación de clase de los esclavistas sobre los esclavos. El Estado
burgués. También el Estado burgués puede adquirir formas
distintas: república democrática, monarquía constitucional,
dictadura descarada de tipo fascista. Pero cualquiera que sea su
forma, siempre es un instrumento de la burguesía, es decir, un arma
que la burguesía emplea para mantener sometidas a las masas
trabajadoras. El Estado democrático-burgués era un gran paso
adelante en comparación con los tipos anteriores. La revolución
burguesa puso fin al régimen de la monarquía absoluta, que se había
hecho odiosa al pueblo. Estableció el sistema representativo, el
tribunal de jurados y otras instituciones democráticas, y, bajo la
presión de las masas revolucionarías, sus Constituciones
proclamaron muchos principios de la democracia. Sin embargo, de la
misma manera que el régimen económico del capitalismo no había
suprimido la explotación de las masas trabajadoras, limitándose a
cambiar su forma, la democracia burguesa no alteró la naturaleza
antipopular del poder político de los explotadores. Las
instituciones democráticas de la burguesía son democráticas en el
papel, no aseguran a los trabajadores la posibilidad real de ejercer
los derechos que se proclaman. Y no podía ser de otro modo, pues el
régimen económico del capitalismo es incompatible con la igualdad
real y la libertad de hecho. Incluso el Estado burgués más
democrático tiene por misión la defensa y justificación del
sistema capitalista y de la propiedad privada, con las consiguientes
medidas represivas contra los trabajadores, que quieren poner fin a
ese estado de cosas. Así podemos verlo muy especialmente en nuestra
época, en que la burguesía imperialista renuncia a las
instituciones y formas democráticas conquistadas por el pueblo y
mantiene su ofensiva contra los derechos y libertades individuales.
La mejor confirmación de que esto es así es el Estado fascista -la
dictadura de la parte más reaccionaria y agresiva de la burguesía
monopolista-, que existió en Italia (1922-1943) y en Alemania
(1933-1945) y que todavía perdura en España. Esa tendencia de la
burguesía a abandonar la democracia tropieza con la resistencia de
las fuerzas democráticas y socialistas, cada vez más poderosa y
organizada, al frente de las cuales se encuentra la clase obrera con
sus partidos marxistas. Tales son algunas de las tesis fundamentales
del materialismo histórico por lo que al Estado se refiere. La
doctrina marxista-leninista sobre el Estado no se reduce, se
comprende, a lo que acabamos de exponer. Son muchos los elementos
nuevos y peculiares que a esta doctrina aporta la experiencia de la
época moderna, sobre todo la experiencia de los trabajadores que
crearon un Estado de nuevo tipo, como es el socialista.
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