LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

lunes, 19 de noviembre de 2012

El estado como instrumento de la dominación de clase


La teoría marxista-leninista de las clases y de la lucha de clases proporciona la clave para la comprensión del Estado, que es uno de los fenómenos más complejos en la vida de la sociedad humana, explica científicamente su esencia, origen y desarrollo, la sustitución de unos Estados por otros y su inevitable desaparición. Origen y esencia del Estado. La historia demuestra que la existencia del Estado se halla vinculada a las clases. En las fases primeras de desarrollo de la humanidad, bajo el régimen de la comunidad primitiva, no había clases y tampoco se conocía el Estado. La dirección de los asuntos públicos corría a cargo de la sociedad misma.
Luego aparece la propiedad privada y con ella la desigualdad económica; la sociedad se escinde en clases antagónicas y la dirección de los asuntos públicos experimenta un cambio radical. Era ya imposible decidir esos asuntos por el acuerdo unánime de toda la sociedad o de su mayoría. Las clases explotadoras se apoderan de los puestos de mando. Pero siendo como eran una reducida minoría, estas clases sólo podían mantener el sistema que les favorecía recurriendo a la coerción directa, a la fuerza, que venía en ayuda de su poderío económico. Para esto hacía falta un aparato especial: grupos armados (ejército, policía), tribunales, cárceles, etc. A la cabeza de este aparato de coerción se colocan gentes que interpretan los intereses de la minoría explotadora, y no de la sociedad en su conjunto. Así se forma el Estado, que es una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otras. Poniendo en juego esa máquina, la clase económica dominante consolida el régimen social que le conviene y mantiene por la fuerza, dentro de un determinado modo de producción, a sus enemigos de clase. De ahí que en la sociedad basada en la explotación el Estado sea siempre en esencia la dictadura de la clase o clases de los explotadores. Con relación a toda la sociedad en su conjunto, el Estado es un instrumento de dirección y gobierno de la clase dominante; con relación a los enemigos de esta clase (en la sociedad de explotación se trata de la mayoría), es un instrumento de represión y de violencia.
El Estado es, pues, un producto de las irreductibles contradicciones de clase. "Aparece donde, cuando y en la medida en que las contradicciones de clase no pueden ser, objetivamente, conciliadas." El poder político de la clase económicamente dominante: tal es la esencia del Estado, la naturaleza de sus relaciones con la sociedad, aunque también presenta otras características. Únicamente podemos hablar de Estado cuando el poder político de una u otra clase se extiende a un determinado territorio y afecta a la población que en él vive: ciudadanos o súbditos. La extensión del territorio y la cuantía y composición de la población pueden influir, ciertamente, en el poderío del Estado y, en algunos casos, en la forma que el mismo adopta. Pero no es esto lo que determina su esencia, sino su naturaleza de clase. Tipos y formas del Estado. Los Estados, lo mismo los que existieron en otros tiempos como los actuales, ofrecen por sus tipos y formas un cuadro que no puede ser más diverso: tenemos los imperios despóticos de Asiria, Babilonia y Egipto, las repúblicas griegas, el Imperio Romano, los principados de la Rus de Kiev, las monarquías del Medievo, las repúblicas parlamentarias de nuestros tiempos y, en fin, la república socialista.
El tipo de Estado viene definido por la clase a la cual sirve, es decir, en última instancia, por la base económica de la sociedad. De ahí que el tipo de Estado corresponda a una formación económico-social. La historia conoce tres grandes tipos de Estado basado en la explotación: esclavista, feudal y burgués. Todos ellos tienen de común y característico el dominio de los explotadores, es decir, de una pequeña parte de la sociedad, sobre los explotados, que son la inmensa mayoría. Un Estado nuevo y completamente distinto es el socialista, en el que el poder pertenece a la clase obrera y a todos los trabajadores, que integran la mayoría o la totalidad del cuerpo social. El tipo de Estado expresa, pues, su esencia de clase. La forma, en cambio, nos habla de la organización de los órganos de poder y gobierno, de su régimen político. Atendiendo a este criterio tenemos la monarquía, al frente de la cual se halla una persona que no es elegida por la población (rey, emperador), y la república, donde el poder es electivo. Hay también Estados en los que se combinan rasgos de ambas formas, por ejemplo, la monarquía constitucional, en la que el poder del rey o del emperador se ve restringido por la ley -Constitución- y las funciones de gobierno corren a cargo de órganos electivos. La forma del Estado es inseparable del régimen político establecido por la clase dominante. Este régimen puede ser distinto en Estados de un mismo tipo. Así, el Estado burgués no adopta sólo la forma de república democrática, sino también la del régimen terrorista del fascismo. La aparición de unas u otras formas de Estado, su desarrollo y prosperidad, lo mismo que su decadencia y su sustitución por otras formas distintas, no obedecen al azar. La variedad de formas en los Estados de un mismo tipo depende, ante todo, de las modificaciones experimentadas por el régimen económico y por la correlación de las fuerzas de clase y de los distintos grupos en el seno de las clases dominantes. Al período de la dispersión feudal, en el que cada hacienda representaba en realidad una economía independiente y los vínculos económicos entre ellas eran muy débiles, corresponde un Estado descentralizado, con un poder central débil y una gran independencia política de los señores. En el período de desintegración del feudalismo, cuando se incrementan las relaciones mercantiles monetarias, los vínculos económicos entre las distintas comarcas y entre los Estados, en que se robustece el papel económico de la burguesía, surge el Estado centralizado con la forma de la monarquía absoluta. Pero hay también otros factores que influyen sobre la forma del Estado: las tradiciones nacionales, la continuidad en la evolución de las instituciones políticas, la conciencia política del pueblo, las relaciones con otros países (por ejemplo, el peligro de una agresión), etc.
La ciencia marxista-leninista atribuye gran importancia a la forma del Estado. Así, bajo la dominación de la burguesía, una forma más democrática brinda condiciones más propicias para el progreso social, para los avances de la cultura y la ciencia y para la lucha de las masas trabajadoras contra el yugo y la explotación. Pero ninguna forma, ni la más democrática, está en condiciones de cambiar la esencia del Estado de explotación como instrumento de dominación de una clase sobre otras. El Estado esclavista tuvo en Egipto la forma oriental de monarquía despótica gobernada por los faraones; en Atenas, la forma de democracia; en Roma, la de república aristocrática y más tarde de imperio, etc. A pesar de tan gran variedad de formas, la esencia de todos estos Estados era la dominación de clase de los esclavistas sobre los esclavos. El Estado burgués. También el Estado burgués puede adquirir formas distintas: república democrática, monarquía constitucional, dictadura descarada de tipo fascista. Pero cualquiera que sea su forma, siempre es un instrumento de la burguesía, es decir, un arma que la burguesía emplea para mantener sometidas a las masas trabajadoras. El Estado democrático-burgués era un gran paso adelante en comparación con los tipos anteriores. La revolución burguesa puso fin al régimen de la monarquía absoluta, que se había hecho odiosa al pueblo. Estableció el sistema representativo, el tribunal de jurados y otras instituciones democráticas, y, bajo la presión de las masas revolucionarías, sus Constituciones proclamaron muchos principios de la democracia. Sin embargo, de la misma manera que el régimen económico del capitalismo no había suprimido la explotación de las masas trabajadoras, limitándose a cambiar su forma, la democracia burguesa no alteró la naturaleza antipopular del poder político de los explotadores. Las instituciones democráticas de la burguesía son democráticas en el papel, no aseguran a los trabajadores la posibilidad real de ejercer los derechos que se proclaman. Y no podía ser de otro modo, pues el régimen económico del capitalismo es incompatible con la igualdad real y la libertad de hecho. Incluso el Estado burgués más democrático tiene por misión la defensa y justificación del sistema capitalista y de la propiedad privada, con las consiguientes medidas represivas contra los trabajadores, que quieren poner fin a ese estado de cosas. Así podemos verlo muy especialmente en nuestra época, en que la burguesía imperialista renuncia a las instituciones y formas democráticas conquistadas por el pueblo y mantiene su ofensiva contra los derechos y libertades individuales. La mejor confirmación de que esto es así es el Estado fascista -la dictadura de la parte más reaccionaria y agresiva de la burguesía monopolista-, que existió en Italia (1922-1943) y en Alemania (1933-1945) y que todavía perdura en España. Esa tendencia de la burguesía a abandonar la democracia tropieza con la resistencia de las fuerzas democráticas y socialistas, cada vez más poderosa y organizada, al frente de las cuales se encuentra la clase obrera con sus partidos marxistas. Tales son algunas de las tesis fundamentales del materialismo histórico por lo que al Estado se refiere. La doctrina marxista-leninista sobre el Estado no se reduce, se comprende, a lo que acabamos de exponer. Son muchos los elementos nuevos y peculiares que a esta doctrina aporta la experiencia de la época moderna, sobre todo la experiencia de los trabajadores que crearon un Estado de nuevo tipo, como es el socialista.

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