LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

Canciones de Combate

jueves, 16 de agosto de 2012

Profundización y ampliación de los antagonismos de clase


Los cambios producidos en la economía del capitalismo, provocados por el incremento de sus dificultades y contradicciones, así como por el paso a formas nuevas -monopolismo de Estado- de dominación, afectan muy de cerca a las diversas clases y grupos sociales de la sociedad burguesa. La clase obrera y el capital.
A medida que avanza la crisis general del capitalismo, la explotación de la clase obrera se acentúa inevitablemente y su situación empeora. Esto se manifiesta, ante todo, en la inusitada intensificación del trabajo, con su secuela del incremento de accidentes y enfermedades que son producto de la gran tensión a que el obrero se ve sometido. La intensificación del trabajo provoca el rápido desgaste del organismo y la reducción del período en que los obreros pueden rendir plenamente. Las riquezas que se crean a este precio son enormes. Pero son unas riquezas que van a parar a los explotadores, mientras que la parte de los obreros en la renta nacional se reduce a proporciones aún menores. Es cierto que durante las últimas décadas se ha observado casi en todos los sitios un considerable aumento del salario nominal de los obreros. Pero tal aumento se ha visto reducido casi a la nada por la desvalorización del dinero y por la elevación de los impuestos, por lo que el salario real, en la mayoría de los países capitalistas, no ha aumentado o lo ha hecho en proporciones muy escasas. Así, en la industria transformativa de los Estados Unidos, el salario real medio (descontando los impuestos y las pérdidas por desocupación) durante diez años (1945-1954) se mantuvo por debajo del nivel de 1944, y sólo en 1955-1956 lo superó entre un dos y un seis por ciento. En 1957, y particularmente en 1958, el nivel de vida de los obreros norteamericanos ha descendido de nuevo. En Francia, el salario real medio de los obreros, en la mayor parte de las categorías, sólo después de 1954 sobrepasó un tanto el nivel de 1938. En Inglaterra, hasta 1956 no se consiguió un aumento del dos al tres por ciento respecto de los salarios anteriores a la guerra. Mas las cifras escuetas de los salarios no proporcionan aún una noción completa de la situación material de la clase obrera. Hemos de tener presente el valor de la fuerza de trabajo, que viene determinado singularmente por los gastos necesarios para su conservación y reproducción. Y el valor de la fuerza de trabajo ha aumentado considerablemente en los últimos decenios. Primero, por la intensificación del trabajo. Es evidente que cuanto mayor es ésta más elevados serán los gastos necesarios para que el obrero reponga sus energías. Segundo, por el cambio de las necesidades, históricamente condicionadas, del obrero y de su familia.
Últimamente, por ejemplo, se ha producido un crecimiento vertiginoso de las ciudades. Una parte cada vez mayor de los obreros vive lejos de las empresas, por lo que los gastos de transporte se convierten en un capítulo importante en el presupuesto de esos trabajadores. Otro cambio característico de las últimas décadas es que las esposas y las madres de los obreros, que antes se dedicaban únicamente a las faenas domésticas, se han incomparado también a la fábrica. Si bien esto aumenta algo el presupuesto familiar, aparecen gastos nuevos: máquinas y aparatos que alivian el trabajo doméstico, alimentos más caros (prefabricados), etc. También han crecido los gastos de la familia obrera en asistencia médica y medicamentos. La necesidad que la industria moderna experimenta de trabajadores con buenos conocimientos generales hace más costosa la educación de los hijos. Debido a estos factores, el valor de la fuerza de trabajo es de ordinario bastante mayor que el volumen del salario real. Una noción de esta diferencia puede adquirirse comparando el salario real con el mínimo de vida, que refleja en cierta medida las necesidades del obrero y su familia. En los Estados Unidos, por ejemplo, el salario medio en la industria transformativa era menor que el mínimo de vida de una familia de cuatro personas (cálculo del Comité del profesor Heller, admitido por la ciencia oficial burguesa): en 1944 el 19 por ciento y en 1958 el 29 por ciento. En Alemania Occidental, el mínimo de vida para una familia de cuatro personas era en 1955 de 445 marcos al mes, pero el 70 por ciento aproximadamente de los obreros percibían un salario inferior a esta suma. El capitalismo contemporáneo tiene como compañero casi inseparable a la desocupación crónica. En un país como Estados Unidos, hasta en los años de elevada coyuntura, se mantiene al nivel de los tres millones de parados totales y un número todavía mayor de parados parciales. En Italia, durante todo el período que sigue a la guerra, el ejército de desocupados y semidesocupados no ha bajado de los dos millones y medio. Además, atendidas las condiciones del capitalismo contemporáneo, es más inestable que nunca la situación de los obreros y la inseguridad en que se sienten ante el futuro. No se trata sólo del miedo a las crisis y a la desocupación en masa, es también el constante temor a perder la capacidad de trabajo por accidente, enfermedad o por la excesiva tensión a que se hallan sujetos. La perspectiva de una vejez prematura y sin recursos es para los obreros una verdadera pesadilla. La inestabilidad económica de la clase obrera se acentúa también por el incremento del crédito de consumo o sistema de compra a plazos. Las deudas de estas compras a plazos han crecido en los Estados Unidos, entre 1945 y 1957, de 5.600 a 44.800 millones de dólares. Este sistema de crédito puede aliviar de momento las condiciones de vida del obrero, pues de otro modo jamás podría adquirir muchos de los objetos que usa. En cambio, hace aún más terrible la amenaza no ya de perder el trabajo, sino de toda interrupción en el mismo: si deja de pagar un plazo pierde, además de los objetos adquiridos, las sumas satisfechas anteriormente.
Por lo tanto, la tendencia característica dentro del capitalismo, por la que la clase obrera ve empeorar su
situación, sigue vigente por completo en nuestros días. Es verdad que en los últimos diez o quince años la clase obrera de algunos países capitalistas ha logrado ciertas mejoras. Pero esto no se debe en modo alguno a que dicha tendencia del capitalismo dejase de obrar. La causa principal es que después de la guerra ha habido condiciones más propicias en la lucha de la clase obrera por sus intereses económicos (gracias sobre todo a los éxitos de los países socialistas) y se ha incrementado su resistencia a los monopolios. De ahí que se deba llegar a la conclusión de que incluso allí donde la clase obrera (o algunos grupos de ella) vive algo mejor que antes, esto no es prueba de que el antagonismo entre el trabajo y el capital haya perdido virulencia. Antes al contrario, los cambios experimentados por el capitalismo en los últimos tiempos han aumentado de hecho las causas para el conflicto de clase, al incrementar las contradicciones entre la clase obrera y los capitalistas. Las amenazas a que se ven sometidas la paz, la democracia y la independencia nacional, derivadas de la dominación de los monopolios, entrañan calamidades particularmente graves para la clase obrera precisamente, con lo que la enfrentan todavía más a la burguesía monopolista. Esto no conduce siempre a un ascenso real de la lucha de clases. Los hechos nos dicen que dentro del capitalismo contemporáneo, lo mismo que antes, el movimiento obrero avanza irregularmente, y en ciertos países hay ocasiones en que se retrasa claramente de las tareas de clase ya maduras del proletariado. La causa principal de que así suceda es el robustecimiento de la opresión política de los monopolios, que se valen más y más de la máquina del Estado para la represión del movimiento obrero. Donde antes los obreros habían de tratar con uno u otro patrono, cada vez más a menudo tropiezan con toda la potencia del Estado imperialista. Apoyándose en él, los monopolios han montado un aparato enorme de represión contra los proletarios. Han establecido el control sobre la labor de los sindicatos y la regulación forzosa de las relaciones de trabajo. Cada vez son más comunes métodos de lucha contra los obreros como las "listas negras", la organización de "policía fabril", etc. En ocasiones, hasta en los países burgueses que no han acabado oficialmente con la democracia burguesa se requiere gran abnegación y heroísmo para recurrir a formas tan elementales de la lucha de clases como es una simple huelga. Sin embargo, estos métodos de la burguesía monopolista no han podido suprimir ni la causa primera de la lucha de clase de los obreros -el antagonismo entre el trabajo y el capital- ni esta misma lucha.
Hemos de tener presente que también la clase obrera se ha desarrollado vigorosamente en estos últimos tiempos; en muchos países ha ganado en organización, conciencia y combatividad. Los cambios operados en el mundo -derrota del fascismo alemán e italiano, que eran baluartes de la reacción internacional, éxitos del socialismo mundial, incremento de la lucha de liberación de los pueblos en las colonias- han creado condiciones internacionales más propicias para la lucha de los obreros de los países capitalistas. A pesar de la feroz dictadura de los monopolios establecida en Estados Unidos y otros países, la clase obrera no ha rendido las armas; en todos los sitios continúa su lucha, aunque a veces no ataque en todo el frente, aunque esquive el choque directo con movimientos de rodeo, menos costosos y que responden mejor a las circunstancias. Así, pues, la realidad de nuestros días desmiente por completo el mito de la "paz social" difundido por los socialistas de derecha y los revisionistas como algo que vino a sustituir la época de la lucha de clases. Ocurre lo contrario, como más adelante veremos; los cambios sufridos por el capitalismo acentúan las viejas contradicciones de clase y engendran otras nuevas. Además del gran conflicto de clase -entre el trabajo y el capital- crece y se agudiza el antagonismo entre el puñado de monopolistas y la totalidad del pueblo. Esto hace que la lucha de clase de los trabajadores abarque a capas cada vez más amplias de la población, penetre en las células más alejadas y "tranquilas" de la sociedad y gane en intensidad y virulencia. Qué sucede a las demás clases de la sociedad burguesa en nuestros días. Además de la clase obrera y de los capitalistas, en la sociedad burguesa hay otras clases y capas: los campesinos, la pequeña burguesía urbana (artesanos, pequeños comerciantes), los intelectuales, los empleados. Por su número y su papel en la vida social, estas "capas medias" representan una fuerza nada despreciable. ¿Qué suerte corren dentro del capitalismo contemporáneo? Los ideólogos de la burguesía reaccionaria afirman que se está produciendo un proceso de gradual ampliación de las "capas medias" a expensas de otras clases. La sociedad, dicen, se va convirtiendo en un cuerpo integrado únicamente por una "capa media" cuya situación mejora incesantemente. De este modo, prosiguen los teóricos reaccionarios, la sociedad capitalista va perdiendo los antagonismos de clase y se convierte en una sociedad de "armonía social".
Los hechos se oponen rotundamente a esta versión, expuesta sólo con fines de propaganda. Lo que nos dicen es que el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado significa la ruina para una parte importante de las "capas medias". Esto se refiere ante todo a los pequeños productores independientes (a las "capas medias" viejas, es decir, a aquellas que subsisten como algo que pudiéramos llamar supervivencias del modo precapitalista de producción y de las formas de cambio que le eran propias), como son los campesinos, los artesanos, etc. En Alemania Occidental, por ejemplo, entre 1949 y 1958 se arruinaron más de 200.000 haciendas campesinas. En Estados Unidos, el número de granjas, de 1940 a 1954, ha disminuido en 1.315.000. La historia confirma así rotundamente la conclusión marxista de que, en virtud de la ley general de acumulación del capital, el número de propietarios se reduce sin cesar, mientras que aumenta el de quienes se ven obligados a vivir del trabajo asalariado. Con el capitalismo monopolista de Estado la ruina en masa de los pequeños productores independientes no se debe ya sólo a la competencia del gran capital. Mediante toda una serie de medidas estatales (regulación de precios y créditos, etc.) los monopolios aceleran conscientemente este proceso y se orientan hacia la supresión de los pequeños productores o hacia su subordinación completa. Sabemos que cada vez es mayor el número de pequeños productores y comerciantes que sólo son "independientes" en el papel: sus medios de producción pertenecen de hecho a los acreedores, a los bancos, a las grandes compañías. Mientras que la capa de los pequeños productores se arruina y va desapareciendo, entre los intelectuales, empleados y demás elementos que integran las "capas medias" nuevas se observa el proceso contrario. El incremento de la técnica y la hipertrofia del aparato de dirección (lo mismo en la economía que en la administración pública) trae consigo el rápido aumento, en número y peso, de los empleados, ingenieros, técnicos y personal científico, personal de oficina, especialistas en el comercio y publicidad, de los trabajadores de la prensa, la enseñanza, el arte, etc. Pero la situación de estas crecientes capas sociales tiende también a empeorar, aunque sólo sea porque el trabajo de la gran mayoría de los intelectuales, al aumentar el número de éstos, es cada vez menos pagado y pierde el carácter privilegiado que antes tenía. Así nos lo demuestra singularmente el ejemplo de los empleados. En 1890 el sueldo medio de un empleado norteamericano era el doble que el salario medio del obrero. En 1920 la diferencia se había reducido al 65 por ciento. Y en 1952 el sueldo medio del empleado era, aproximadamente, el 96 por ciento del salario medio del obrero. Sueldos míseros perciben los maestros, muchos grupos de trabajadores científicos y el personal de otras especialidades. Los cambios producidos en la situación de los trabajadores intelectuales no se circunscriben, sin embargo, al aspecto económico. Un fenómeno característico es la pérdida de su independencia en la mayoría de los casos, incluso entre las profesiones liberales (abogados, médicos, hombres de la ciencia y del arte, etc.). La mayor parte de ellos pasan a trabajar por contrata, es decir, que se incorporan a quienes son explotados directamente por las corporaciones capitalistas. Esto limita la libertad profesional de los intelectuales, que se ven obligados a servir a los más bajos intereses de los grupos monopolistas, y los somete a un asfixiante control político. Toda clase de medidas reaccionarias características en la política de los monopolios -represiones, humillantes comprobaciones de "lealtad"- caen con toda su fuerza no sólo sobre la parte avanzada de la clase obrera, sino también sobre los intelectuales. Las graves repercusiones que esto trae consigo encuentran fiel reflejo en las siguientes palabras de Alberto Einstein, sabio famoso que fue testigo del desenfreno de la reacción primero en su patria, Alemania, y luego en Estados Unidos, a donde emigró para ponerse a salvo de la persecución de los fascistas: "Si de nuevo fuera joven y hubiera de escoger profesión, no trataría de ser hombre de ciencia o profesor. Preferiría ser fontanero o vendedor ambulante, con la esperanza de encontrar la modesta independencia que aún es posible en las condiciones actuales." ¡Cuál debe de ser la situación de los hombres de ciencia en la actual sociedad burguesa si hasta los más grandes sabios sueñan con la miserable "independencia" a que aún puede aspirar el fontanero o el vendedor ambulante! Al hablar de las "capas medias" hemos de tener presente que en ellas están incluidos también grupos sociales que sirven de buen grado a la burguesía reaccionaria: altos funcionarios, altos empleados de las corporaciones, capas privilegiadas de intelectuales, etc. Pero estos grupos son una minoría muy reducida y por ellos no se puede juzgar la situación de las "capas medias" en su conjunto. Si las tomamos en bloque, las contradicciones que las separan del grupo dirigente de monopolistas se hacen más agudas, hondas e irreductibles a medida que el capitalismo monopolista de Estado se desarrolla. En este sentido, la posición política de las "capas medias" y su puesto en las relaciones de clase de la sociedad burguesa cambian sustancialmente en nuestra época. Hubo un tiempo en que la mayor parte de las "capas medias" (la parte acomodada de los campesinos en los países capitalistas desarrollados, pequeños patronos y comerciantes, etc.) daba estabilidad al poder de la burguesía dominante.
Hoy, tanto las "capas medias" viejas como las nuevas, no robustecen, sino que, al contrario,debilitan las posiciones del grupo dirigente de la burguesía que son los monopolistas. Por su situación y sus intereses, estas capas -pese a todo cuanto digan los ideólogos burgueses y reformistas- se polarizan cada vez más frente a los monopolios y se convierten en aliados naturales de la clase obrera. Movidos por sus deseos de deformar el cuadro de las relaciones de clase, los teóricos reaccionarios no escatiman tampoco esfuerzos para sembrar la confusión en el problema de la clase dominante, afirmando que en la sociedad burguesa contemporánea decrecen el poder y la influencia de los capitalistas. Estos, nos dicen, han perdido, o en todo caso están perdiendo, su preponderancia; sin revolución alguna, por "vía pacífica", se retiran de la palestra social. ¿Qué es lo que mueve a estos teóricos -desde los apologistas declarados de los monopolios hasta los revisionistas- a ver tal mengua en la dominación de los capitalistas? Lo primero de todo, la supuesta desaparición de la propiedad capitalista, que es sustituida por la propiedad de un gran número de accionistas pertenecientes a las clases más diversas de la sociedad, con lo que se lleva a cabo una "revolución en los ingresos" que iguala el nivel de vida de la población. Pero en este caso, bajo la nueva etiqueta de "capitalismo popular" lo que en realidad se propugna es la vieja teoría, hace tiempo criticada por Lenin, de la "democratización" del capital mediante la emisión de pequeñas acciones. En cuanto a la "revolución en los ingresos", lo que de hecho ocurre es una mayor polarización de las riquezas; cada vez es más ancho y profundo el abismo que se abre entre el puñado de multimillonarios y la gran masa de los desposeídos. En los EE.UU., en 1956, según datos oficiales, cerca de 5,5 millones de familias, con un total de 17 a 20 millones de personas, obtuvieron un ingreso global menor que las ganancias netas de 17 grandes monopolios.
Los teóricos reaccionarios, en su afán por acumular pruebas de la "desaparición" de los capitalistas como clase, hablan constantemente también acerca de los impuestos que gravan los superbeneficios y la herencia, afirmando que ello significa la transición "pacífica" de la propiedad privada a la sociedad en su conjunto. Estos impuestos son realmente elevados, llegando a sobrepasar el 50 por ciento de los beneficios. Ahora bien, las corporaciones conocen decenas de procedimientos para eludir la tributación fiscal. Y además, las cantidades entregadas por este concepto revierten con creces a los capitalistas a través de los suculentos pedidos que les hace el gobierno y de los privilegios de toda clase que les concede, en una palabra, con ayuda del mecanismo de intervención estatal en la economía a que antes nos referíamos. Y así ocurre que ni siquiera los defensores más acérrimos de los monopolios pueden presentar un solo caso de monopolistas a quienes los impuestos les hayan causado la ruina y cuyos bienes hayan pasado a manos de la sociedad. En la propaganda burguesa de los últimos tiempos se ha aireado sin tasa la teoría de la "revolución de los gerentes", según la cual el auténtico poder en la economía (y por tanto en la política) pasa en los países burgueses a quienes "formalmente" lo ejercen, es decir, a quienes de hecho dirigen (directores, miembros de los consejos de administración y comités ejecutivos de las corporaciones, alto personal técnico, etc.). Estos hombres, según los teóricos reaccionarios, forman una nueva clase gobernante que obra en interés de toda la sociedad. El papel de los capitalistas en la producción cambia, en efecto; los propietarios pierden las últimas funciones útiles que cumplían y las transfieren a empleados asalariados. Esto es otro argumento que habla en favor de la expropiación del capital y del paso al socialismo. Pero la naturaleza explotadora del capitalismo no sufre por esto ni un ápice. Porque el poder verdadero sobre la producción sigue en manos de los propietarios, y no de quienes en su nombre dirigen el proceso tecnológico, organizan la contabilidad, el abastecimiento, la venta de los productos, etc. Los ingenieros y empleados de las compañías monopolistas no pueden desplazar a los dueños u obligarles a renunciar a parte de las ganancias en beneficio de los obreros. Los dueños, en cambio, lo mismo que hace cien años, pueden quitar y poner a sus ingenieros y empleados, a los cuales dictan su voluntad. Entre los altos empleados de los trusts los hay, se comprende, que gozan de grandes poderes: presidentes de compañías anónimas o de consejos de administración, etc. Pero en realidad se trata de los mismos capitalistas, que perciben parte de los beneficios en forma de sueldo. No existen, pues, los cambios en la situación de la clase capitalista de que tanto hablan los teóricos burgueses, reformistas y revisionistas. Esto no significa, sin embargo, que la situación de la burguesía haya permanecido invariable en los últimos decenios. Los cambios producidos son indudables. El principal de ellos es que se ha acentuado la diferenciación en el seno de esta clase. Nunca fue la burguesía un conjunto homogéneo, pero en nuestra época su diferenciación ha adquirido formas sustancialmente nuevas.
El puñado de monopolios que tiene bajo su poder a la maquinaria del Estado se eleva cada vez más no sólo sobre la sociedad, sino también sobre la clase capitalista. Resulta casi imposible hacerse un puesto entre los todopoderosos, propietarios de los grandes consorcios y trusts, no ya para el simple mortal, sino incluso para el capitalista medio, por hábil y diestro que sea. En lugar de unos cuantos grupos de la burguesía, que se suceden unos a otros, a la cabeza de la sociedad figura un puñado de monopolistas, siempre los mismos y que de hecho no tienen responsabilidad alguna, que se apoyan en un estrecho círculo de altos funcionarios de las corporaciones, directamente relacionados con ellos, y de representantes de las esferas burocráticas y del ejército. La ruina afecta como consecuencia de ello a partes cada vez mayores de los patronos pequeños y medios. El porcentaje de "mortalidad" de sus empresas es a veces tan elevado que algunos economistas burgueses lo comparan con la mortalidad infantil en las colonias. Para este patrono es un problema verdaderamente agudo el de su propia subsistencia como elemento de la clase privilegiada. Los patronos pequeños y medios se ven así en una situación paradójica. De un lado hoy, como hace medio siglo, son explotadores y obtienen beneficios a costa del trabajo asalariado de los obreros. De otro, son oprimidos y esquilmados por los todopoderosos trusts y corporaciones. Así, pues, el capitalismo monopolista de Estado, además de incrementar la diferenciación en el seno de la burguesía, siembra la escisión en sus filas: una de sus caras la compone el omnipotente grupo de los monopolistas, y la otra el conjunto de capitalistas medios y pequeños que constituyen la mayoría de esta clase. Con ello se estrecha aún más la base social en que descansa la dominación del capital monopolista.

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