La lucha de clase del
proletariado adquiere formas distintas, según se desarrolle en el
terreno económico, en el político o en el ideológico. Lucha
económica. Se llama lucha económica la que los obreros mantienen
para mejorar las condiciones de su vida y trabajo: por un mayor
salario, por reducir la jornada, etc. El método más generalizado de
lucha económica es la presentación de sus reivindicaciones por los
obreros, que se declaran en huelga en el caso de no verlas
satisfechas. Los sindicatos, las cajas de ayuda mutua y otras
organizaciones son instrumentos de que la clase obrera se vale para
proteger sus intereses económicos. Cualquier obrero, por escasa que
sea su conciencia de clase, comprende la necesidad de defender sus
intereses económicos inmediatos. Por eso es la lucha económica el
primer escalón del movimiento obrero, sin que ello signifique que
tal lucha pertenezca al pasado de la lucha de clase del proletariado.
La defensa de las reivindicaciones económicas conserva todo su valor
en nuestros días, incluso en aquellos países donde existe un
movimiento obrero fuerte y organizado. Primeramente, la lucha
económica permite mejorar un tanto la situación de la clase obrera
aun dentro del capitalismo. Así lo demuestra la experiencia de
muchos países, en que los obreros obligaron a la burguesía a
hacerles importantes concesiones. Por esta razón, los comunistas
-que son los luchadores más consecuentes cuando se trata de defender
los intereses de la clase obrera y de todos los trabajadores- no
pierden en ningún momento de vista la organización de la lucha
económica del proletariado. En segundo lugar, la lucha por las
reivindicaciones económicas, siendo como es la que antes y mejor
comprenden las masas, incorpora al movimiento las más amplias capas
de obreros, a los que sirve de necesaria escuela para la lucha contra
el capitalismo y para la educación de su conciencia de clase. Quiere
decirse que de ella depende en gran parte el éxito de las formas más
elevadas del movimiento obrero.
Ahora bien, la lucha
económica presenta una limitación: no afecta a las bases del
régimen capitalista, por lo que no puede dar satisfacción al
interés económico fundamental de los obreros, que es el verse
libres de la explotación. Además, los éxitos de la lucha económica
son muy frágiles si no vienen respaldados por las conquistas
políticas. La burguesía aprovecha la menor oportunidad para retirar
sus concesiones y pasar a la ofensiva contra los intereses económicos
de la clase obrera. Por eso el marxismo-leninismo considera que el
movimiento obrero no puede alcanzar victorias importantes si la lucha
se circunscribe a la defensa de los intereses económicos inmediatos.
La verdadera lucha de
clase del proletariado empieza en el momento en que rebasa el
estrecho marco de la defensa de los intereses inmediatos de los
obreros y se convierte en lucha política. Para esto es necesario, lo
primero de todo, que los mejores hombres de la clase obrera de todo
el país comiencen la lucha "contra toda la clase capitalista y
contra el gobierno que defiende esa clase" (Lenin). Lucha
ideológica. La lucha de la clase obrera, como la de cualquiera otra,
viene impuesta por su propio interés. Este interés es producto de
las relaciones económicas de la sociedad capitalista, que condenan a
la clase obrera a la explotación, la opresión y las malas
condiciones de vida. El interés de clase no es algo que haya
inventado un teórico o partido, sino que existe objetivamente.
Pero esto no significa
que la clase obrera adquiera automáticamente, de la noche a la
mañana, conciencia de sus intereses. Cierto que las condiciones de
vida del proletariado empujan a cada obrero hacia determinada manera
de pensar, al tropezar continuamente con injusticias y con muestras
de la desigualdad económica y social en que se encuentra. Esto
origina entre los obreros un sentimiento de descontento, de
irritación y de protesta. Mas no hay que identificar ese sentimiento
con la conciencia del interés de clase. Según la define Lenin, la
conciencia de clase "es la comprensión por los obreros de que
el único medio que tienen para mejorar su situación y emanciparse
es la lucha con la clase de los capitalistas y fabricantes... La
conciencia de los obreros significa también la comprensión de que
los intereses de todos los obreros de un país son iguales y
solidarios, que ellos forman una clase distinta de todas las demás
clases de la sociedad. Finalmente, la conciencia de clase de los
obreros significa la comprensión por éstos de que para conseguir
sus fines han de lograr una influencia sobre los asuntos públicos..."
Esta conciencia no surge por generación espontánea en la cabeza de
cada obrero.
Lo primero de todo, no es
tan sencillo que el obrero se considere como elemento integrante de
una clase especial. El albañil y el maquinista de locomotora, el
tornero de primera y el peón, el minero y el cavador: todos se
diferencian entre sí por el género de trabajo y, a menudo, por el
nivel de vida. No puede asombrarnos que el movimiento obrero de
muchos países haya pasado por la fase de la organización gremial,
cuando el principio por el que se unían era el del oficio o
especialización; por ejemplo, en un mismo ferrocarril podía haber
sindicatos independientes de maquinistas, de fogoneros y de personal
de obras. Y se daba el caso de que estos sindicatos tratasen de
conseguir ventajas para "sus" afiliados a expensas de los
otros obreros. Pero eso no es todo. No siempre cada obrero advierte
de manera correcta el estado de opresión en que se encuentra en la
sociedad capitalista. Puede, por ejemplo, atribuirlo a reveses
personales. Entonces el descontento del obrero puede traducirse en el
propósito de "llegar a ser algo", aunque sea a costa de
sus compañeros. En casos muy contados lo consiguen, pero millones de
trabajadores permanecen como estaban. La protesta elemental de los
obreros puede también recaer sobre quienes en realidad no son sus
enemigos. Por ejemplo, en la época de la revolución industrial de
los siglos XVIII y XIX, entre el proletariado cundió el movimiento
de los "rompedores de máquinas" (ludditas). Los obreros
veían que el empleo de máquinas en la producción los condenaba al
hombre, pero no podían comprender que el mal suyo no estaba en las
máquinas, sino en el hecho de que estas máquinas pertenecieran a
los capitalistas, quienes las aprovechaban para incrementar la
explotación y llevar a la ruina a los trabajadores. Otro factor que
se opone a que los obreros adquieran conciencia de sus intereses de
clase es la nociva influencia de la ideología burguesa, de la
propaganda que la burguesía lleva a cabo para confundir a los
trabajadores. La formación de la conciencia de clase entre los
obreros puede verse dificultada, por ejemplo, por la propagación en
su seno de la idea de que la explotación es eterna y de que nada
podrá cambiarla, de que se pueden conseguir mejorías mediante
convenios y compromisos con la burguesía, o por las discordias
nacionales que se siembran para escindir a los trabajadores, etc.
Antes de que el proletariado adquiera conciencia de clase ha de
recorrer, pues, un complejo proceso, el cual, según sean las
condiciones concretas de cada país, puede transcurrir con rapidez
mayor o menor, con mayores o menores dificultades. En ciertos países,
el proceso se ha dilatado, y el proletariado, según la expresión de
Marx, sigue siendo hoy día una "clase en sí" y no una
"clase para sí", con conciencia como tal clase y de cuáles
son sus verdaderos intereses. La mejor escuela de conciencia de clase
para los obreros es la lucha diaria, sin exceptuar la defensa de sus
intereses inmediatos. Mas esto es poco. Para que los obreros se
eleven hasta un alto grado de conciencia de clase hace falta aún
otra forma específica de lucha, que es la ideológica. La lucha
ideológica del proletariado presupone, lo primero de todo, la
adopción de una concepción del mundo, de una teoría científica
que alumbre a la clase obrera el camino de su emancipación. La lucha
de los obreros por sus intereses inmediatos, como es la lucha
sindical, no es bastante para la aparición de ideas socialistas. La
doctrina del socialismo podía ser únicamente fruto de las más
avanzadas teorías filosóficas, económicas y políticas. Esta es la
tarea que cumplieron unos gigantes del pensamiento como Marx y
Engels, que consagraron toda su vida y su obra a la causa de la
emancipación de la clase obrera. A ellos se debe la doctrina que con
autenticidad científica revela cuál es el interés fundamental de
los obreros -la necesidad de emanciparse de la explotación-, las
vías para alcanzarlo -la destrucción por medios revolucionarios del
capitalismo y la edificación del socialismo- y las bases de la
táctica del movimiento obrero. . Pero la concepción científica del
mundo propia de la clase obrera, obra de Marx y Engels, no es un
compendio de respuestas a cuantos problemas puedan plantearse a los
trabajadores en las etapas subsiguientes de la historia, en
condiciones nuevas y en una nueva situación. Para que esta
concepción del mundo sea siempre un arma afilada en la lucha de la
clase obrera por la construcción de la sociedad socialista, hay que
darle siempre forma concreta, desarrollarla y enriquecerla con los
datos nuevos de la ciencia y con la nueva experiencia de la lucha de
clase de millones y millones de trabajadores. Esta labor de creación
teórica ha sido, es y será una importante tarea de los partidos
marxistas-leninistas de la clase obrera. Para que la concepción
científica del mundo propia de la clase obrera cumpla su papel en la
lucha de liberación, ha de prender en las masas. De ahí se
desprende la necesidad de que sea llevada al movimiento obrero desde
fuera de la lucha económica y del marco de las relaciones de los
obreros y patronos. Esta es la función que cumple el partido
marxista-leninista, el cual, tal como Lenin lo define, une las ideas
del socialismo con el movimiento de masas de los obreros.
Otra tarea de capital
importancia de la lucha ideológica es la de conservar en cualquier
circunstancia la pureza de la concepción socialista de la clase
obrera, sin permitir que los enemigos la deformen y priven así al
proletariado de tan aguzada arma. Todos sabemos que en cuanto el
marxismo-leninismo se convirtió en una potente fuerza ideológica,
los enemigos de la clase obrera centraron sobre él sus fuegos; y no
sólo de frente, sino también por la retaguardia, para lo cual
echaron mano de sus agentes en el movimiento obrero. Con el pretexto
de "perfeccionar" el marxismo, lo que hacen es deformarlo y
convertirlo en algo inofensivo para la burguesía e inútil para los
obreros. Tal es el sentido de la labor "teórica" de los
oportunistas de toda laya, de los reformistas y revisionistas, contra
la cual han de combatir todos los obreros conscientes y, en primer
término, los partidos marxistas-leninistas. La lucha ideológica del
proletariado no se reduce a la formación de la conciencia de clase
entre los obreros y a la propaganda del marxismo-leninismo. La clase
obrera no mantiene su lucha de liberación sola, sino en alianza con
todos los trabajadores, de los cuales es la vanguardia. De ahí que
otra importante faceta de la lucha ideológica de los obreros es la
tarea de apartar a las masas no proletarias -campesinos, pequeña
burguesía, intelectuales- de la influencia de las ideas burguesas y
ganarlas para el socialismo. Lucha política. La forma superior de la
lucha de clase de los obreros es la lucha política. El proletariado
advierte ya la necesidad de mantenerla cuando trata de defender
simplemente sus reivindicaciones económicas. Los capitalistas tienen
de su parte al Estado burgués, que les ayuda a hacer fracasar y
aplastar las huelgas, que pone trabas a la labor de los sindicatos y
demás organizaciones obreras, etc. La propia vida empuja, pues, a la
clase obrera a luchar no sólo contra "su" capitalista,
sino también contra el Estado burgués, que defiende los intereses
de la clase capitalista en su conjunto. De otra parte, una lucha
política amplia es posible únicamente cuando la clase obrera, o al
menos su parte avanzada, ha adquirido conciencia de clase y tiene
noción clara de sus intereses.
La lucha política de la
clase obrera abarca por completo la esfera de la vida social
relacionada con su posición frente a las otras clases y capas de la
sociedad burguesa, al Estado burgués y a la actividad de éste. "La
conciencia de la clase obrera -escribe V. I. Lenin- no puede ser
verdaderamente política si los obreros no aprenden a hacerse eco a
todos y cada uno de los casos de arbitrariedad y opresión, de
violencia y abuso, cualquiera que sea la clase a que estos casos se
refieran." Ello presupone la existencia de estrechos vínculos
entre la defensa de los intereses de la clase obrera y la lucha por
las libertades y derechos democráticos en un amplio sentido, contra
la antipopular política exterior de la burguesía y, en muchos
países, por la independencia nacional, etc.
Todas estas facetas de la
actuación política de la clase obrera son de por sí muy
importantes, sobre todo en las condiciones actuales. Pero no sería
correcto reducir a ellas las tareas de la lucha política. "No
es bastante -escribe Lenin- que la lucha de clases llegue a ser
auténtica, consecuente y desarrollada sólo cuando abarca la esfera
de la política... El marxismo admite que la lucha de clases se ha
desarrollado por completo y es «nacional» sólo cuando además de
abarcar la política toma en ésta lo que es más esencial: la
organización del poder." Eso es lo que diferencia al marxista
del liberal adocenado, que está dispuesto a admitir la lucha de
clases incluso en la esfera política, pero siempre y cuando se
prescinda de la lucha de los obreros por derribar el capitalismo y
conquistar el poder. De todo lo dicho se desprende claramente la
causa de que la teoría marxista-leninista, que ve el origen de toda
lucha de clases en sus intereses materiales, económicos, subraya a
la vez la primacía de la política frente a la economía, coloque la
forma política de la lucha de clases por encima de cualquiera otra y
considere como política toda lucha de clases. La lucha económica y
la ideológica no constituyen un fin de por sí; tanto la una como la
otra, con todo el valor que indudablemente tienen, se hallan
subordinadas a los fines políticos de los obreros, que son
superiores, y a las tareas de su lucha política, que es la única
que puede dar satisfacción al interés fundamental de la clase
obrera: emanciparse de la explotación. Los obreros ajustan su lucha
política a las circunstancias de cada caso y recurren a los
procedimientos más diversos, desde las manifestaciones, huelgas
políticas (en defensa de determinadas reivindicaciones políticas) e
intervención en las elecciones y parlamentos, hasta la insurrección
armada. Los fines y métodos de la lucha política exigen formas más
elevadas de organización de la clase obrera, y ante todo la creación
del partido político del proletariado. Según demuestra la
experiencia, la aparición de tal partido es un fenómeno regular en
la historia del movimiento obrero. La lucha política exige también
la agrupación internacional -y no sólo nacional- de la clase obrera
y de todos los trabajadores con el fin de aunar sus esfuerzos. La
revolución proletaria. El escalón superior de la lucha de clase del
proletariado es la revolución.
Los enemigos del
comunismo presentan la revolución proletaria como obra de un
reducido grupo de "conjurados". Esto es un embuste como un
templo. El marxismo-leninismo no admite la táctica de las
"revoluciones de palacio", de los golpes, de la toma del
poder por una minoría armada. Así se desprende lógicamente de la
interpretación marxista de los procesos sociales. Porque las causas
de la revolución residen en última instancia en las condiciones de
vida material de la sociedad, en el conflicto entre las fuerzas
productivas y las relaciones de producción. Este conflicto toma
cuerpo en el choque de grandes masas humanas, de clases, que se
levantan a la lucha empujadas por causas objetivas que no dependen de
la voluntad de determinados individuos o grupos y ni siquiera de
partidos. El Partido Comunista organiza las acciones de las masas,
las dirige, pero sin tratar de hacer la revolución "por ellas"
y sólo con sus propias fuerzas. La revolución socialista de la
clase obrera se diferencia de todas las revoluciones sociales
anteriores y presenta una serie de características que le son
propias. La principal es que las revoluciones anteriores se limitaban
a sustituir una forma de explotación por otra, mientras que la
revolución socialista acaba con toda explotación y, en última
instancia, conduce a la desaparición de las clases. Es la más
profunda de cuantas transformaciones conoce la historia, significa la
reorganización completa, de arriba abajo, de las relaciones
sociales. La revolución socialista pone fin a la milenaria
existencia de la sociedad de explotación y a la opresión,
cualquiera que sea la forma que ésta adopte; es el comienzo de una
época de verdadera fraternidad e igualdad entre los hombres, del
establecimiento de la paz perpetua en la tierra y del completo
saneamiento social del género humano. Ahí reside el formidable
valor humano de la revolución proletaria, que marca un
importantísimo jalón en la historia. El carácter de la revolución
socialista determina el nuevo papel del pueblo en la conmoción
revolucionaria. Las masas trabajadoras participaron también
activamente en las revoluciones de antaño, cuando se trataba de
derribar a los esclavistas y a los señores feudales. Pero entonces
eran simplemente la fuerza de choque que allanaba el camino del poder
a una nueva clase explotadora. Porque todo se reducía a sustituir
una forma de explotación por otra. Otra cosa muy distinta es la
revolución de la clase obrera. Los obreros, que constituyen una
parte importante de las masas trabajadoras (en muchos países la más
cuantiosa), no cumplen sólo el papel de fuerza de choque; ejercen
también la hegemonía, son quienes inspiran y dirigen la revolución.
Y el triunfo de la clase obrera significa la supresión completa de
la explotación del hombre por el hombre y la emancipación de los
trabajadores de la opresión que gravitaba sobre ellos en todos los
órdenes de la vida.
Quiere decirse que la
revolución proletaria es la revolución que las propias masas
trabajadoras hacen en beneficio propio. No puede, pues, extrañarnos
que los trabajadores, en el curso de la revolución socialista,
revelen un inagotable manantial de iniciativa, promuevan de su seno a
excelentes jefes y revolucionarios y encuentren nuevas formas de
poder, distintas a cuanto hasta entonces conocía la historia. Prueba
de ello son las revoluciones socialistas de Rusia, China y todas las
democracias populares. La revolución socialista comprende en
cualquier país capitalista un período bastante largo de transición
del capitalismo al socialismo. Su comienzo es la revolución
política, es decir, la conquista del poder por la clase obrera, y
sólo entonces es cuando se puede producir el paso del capitalismo al
socialismo. Históricamente, la revolución socialista significa la
supresión de la propiedad privada capitalista sobre los medios de
producción y de las relaciones capitalistas de producción entre los
hombres, que son sustituidas por la propiedad social, socialista,
sobre los medios de producción y por las relaciones de producción
socialistas. Esto es imposible conseguirlo mientras en el poder se
encuentre la burguesía. El Estado burgués es el principal obstáculo
que se levanta para la transformación del sistema capitalista. Sirve
fielmente a los explotadores y guarda su propiedad. Para desposeer a
las clases dirigentes y entregar sus propiedades a la sociedad entera
hay que desplazar del poder a los capitalistas y colocar en él al
pueblo trabajador. El Estado de la burguesía ha de ser sustituido
por el Estado de los trabajadores. Tal Estado es también necesario
porque sólo teniendo en sus manos el poder se encuentra la clase
obrera en condiciones de hacer frente a las enormes tareas de
construcción de la nueva sociedad que la revolución socialista le
plantea. Las revoluciones anteriores tenían principalmente la misión
de destruir. Así nos lo dicen claramente el ejemplo de las
revoluciones burguesas. Lo que sobre todo habían de hacer era barrer
las relaciones feudales, romper las trabas con que la vieja sociedad
se oponía al avance de la producción y limpiar el camino para el
ulterior incremento del capitalismo. A esto se reducían, en lo
fundamental, las tareas de la revolución burguesa. Las relaciones
económicas capitalistas habían aparecido mucho antes y durante
largo tiempo se habían desarrollado en el seno del régimen feudal.
Esto era posible porque la propiedad burguesa y la feudal son dos
formas de propiedad privada. Existían contradicciones entre ellas,
pero durante cierto tiempo pudieron vivir una junto a la otra. La
revolución socialista cumple también la función de destruir las
relaciones caducas, principalmente capitalistas, y en ocasiones
también feudales, que se mantenían en forma de supervivencias más
o menos vigorosas. Pero a las tareas de destrucción se suman las de
creación en el campo social y económico, muy complejas y de
extraordinario volumen, que son lo que principalmente dan contenido a
esta revolución.
Las relaciones
socialistas no pueden nacer en el seno del capitalismo. Aparecen
después de que los obreros han tomado el poder, cuando el Estado de
los trabajadores nacionaliza las fábricas, las minas, los
transportes, los bancos, etc., es decir, la propiedad de los
capitalistas sobre los medios de producción, y los convierte en
propiedad social, socialista. Es evidente que nada de esto podría
hacerse antes de que el poder pase a las manos de la clase obrera.
Pero la nacionalización de la propiedad capitalista no es sino el
comienzo de las transformaciones revolucionarias que la clase obrera
lleva a efecto. Para pasar al socialismo hay que extender las
relaciones socialistas a toda la economía, organizar sobre una base
nueva la vida económica del pueblo, crear una eficaz economía
planificada, reestructurar según los principios socialistas las
relaciones sociales y políticas y resolver complejos problemas en la
esfera de la cultura y la educación. Todo esto es un enorme trabajo
y en su realización corresponde un papel de excepcional importancia
al Estado socialista, que es el instrumento mejor de que los
trabajadores disponen para construir el socialismo, y más tarde el
comunismo. Por ello, cuando se afirma, como hacen los oportunistas,
que el socialismo se puede construir dejando el poder político en
manos de la burguesía, se incurre en un error manifiesto; esto no
significa más que engañar a la gente y sembrar en el pueblo dañosas
ilusiones. La revolución política de la clase obrera puede adoptar
formas diversas. Puede ser llevada a cabo por la insurrección
armada, como ocurrió en Rusia en octubre de 1917. En condiciones
excepcionalmente favorables, el paso del poder al pueblo puede
realizarse pacíficamente, sin insurrección armada ni guerra civil.
Pero cualquiera que sea la forma en que transcurra la revolución
política del proletariado, siempre es la culminación de la lucha de
clases. Como consecuencia de la revolución se implanta la dictadura
del proletariado, es decir, el poder de los trabajadores, dirigida
por la clase obrera. Una vez ha conquistado el poder, la clase obrera
se encuentra con el problema de la maquinaria del viejo Estado, de la
policía, los tribunales, la Administración, etc. ¿Qué hacer con
ello? En las revoluciones anteriores, cuando la clase nueva llegaba
al poder acomodaba a sus necesidades el viejo aparato estatal y
gobernaba con su ayuda. Esto era posible porque las revoluciones se
limitaban a sustituir la dominación de una clase explotadora por la
dominación de otra clase también explotadora.
La clase obrera no puede
proceder así. La policía, la gendarmería, los tribunales y demás
organismos que durante siglos enteros estuvieron al servicio de las
clases explotadoras no pueden pasar simplemente a depender de
aquellos a quienes hasta entonces oprimían. El aparato estatal no es
una máquina como otra cualquiera, que obedece por igual a quien la
maneja: podremos cambiar de maquinista, pero la locomotora seguirá
arrastrando el tren. Pero la máquina del Estado burgués es de tal
carácter que no puede servir a la clase obrera. Por los elementos
que la integran y por su misma estructura está adaptada de manera
que cumpla la función esencial de ese Estado: mantener a los obreros
sujetos, bajo la dependencia de la burguesía. De ahí la afirmación
de Marx de que todas las revoluciones anteriores se limitaron a
perfeccionar la vieja maquinaria estatal, mientras que la revolución
obrera ha de destruirla y sustituirla por un Estado propio,
proletario. Otro factor importante en cuanto a la creación del nuevo
aparato estatal es que ayuda a incorporar las grandes masas del
pueblo a la causa de la clase obrera. La gente tiene constantemente
que relacionarse con los órganos de poder. Y cuando los trabajadores
ven que las instituciones de gobierno están regidas por hombres
salidos del pueblo, cuando ven que los organismos estatales tratan de
dar satisfacción a las necesidades diarias de los que trabajan y no
de los ricos, esto, mejor que cualquier propaganda, explica a las
masas que el nuevo poder es el poder del propio pueblo. El modo como
la vieja maquinaria estatal será destruida depende de muchas
circunstancias, entre las que se cuenta, por ejemplo, si la
revolución se llevó a cabo por vía violenta o pacífica. No
obstante, cualesquiera que sean las condiciones, la destrucción del
viejo aparato de poder y la creación de otro nuevo siempre será una
tarea primordial de la revolución proletaria. La fuerza principal y
decisiva de la revolución socialista puede ser sólo la clase
obrera, sin que esto quiera decir que sea ella la que la realiza
exclusivamente. Los intereses de la clase obrera coinciden con los
intereses de todos los trabajadores, o sea de la inmensa mayoría de
la población. En virtud de ello es posible la alianza de la clase
obrera -que mantiene la hegemonía- con las más grandes masas de
trabajadores. Las masas aliadas de la clase obrera no acuden de
ordinario inmediatamente, sino que lo hacen poco a poco, en apoyo de
la consigna de la revolución socialista y del establecimiento de la
dictadura del proletariado. La experiencia histórica demuestra que
la revolución proletaria puede producirse como prolongación de la
revolución democrático-burguesa, del movimiento de liberación
nacional de los pueblos oprimidos y de la lucha de liberación contra
el fascismo o contra el imperialismo. La revolución proletaria exige
mucho de los partidos de la clase obrera. Una de las condiciones
principales para el triunfo es la dirección enérgica y acertada de
la lucha de las masas por parte de los partidos marxistas.
La época de las
revoluciones socialistas significa toda una etapa en el desarrollo de
la humanidad. Tarde o temprano, las revoluciones socialistas
abarcarán a todos los pueblos y países. Según sea el lugar en que
se produzcan, adoptan formas peculiares, en dependencia de las
condiciones históricas concretas y de las características y
tradiciones nacionales. Pero las revoluciones proletarias se
subordinan, en todos los países, a unas leyes comunes que fueron
descubiertas por la teoría marxista-leninista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario