LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

lunes, 17 de octubre de 2011

JRUSCHOV ENTRE EN REVISIONISMO Y LA TRAICIÓN


"Qué requisitos han de llenar los continuadores de la causa revolucionaria del proletariado? Deben ser verdaderos marxistas-leninistas, y no, como Jruschov, revisionistas disfrazados de marxista-leninistas. Deben ser revolucionarios que sirven de todo corazón a la inmensa mayoría de las masas populares de China y del mundo, y no individuos como Jruschov, que sirve a los intereses de una exigua capa social burguesa privilegiada en su país, y a los intereses del imperialismo y la reacción en el plano internacional". Mao Tse-tung


Escrito por Enver Hoxha

LA ESTRATEGIA Y LA TACTICA DE JRUSCHOV A NIVEL INTERNO DE LA UNION SOVIETICA

Las raíces de la tragedia de la Unión Soviética. Las etapas que atravesó Jruschov para usurpar el poder político e ideológico. La casta jruschovista enmoheció la espada de la revolución. ¿Qué se ocultaba detrás de la "dirección colectiva" de Jruschov? Jruschov y Mikoyan, cabezas del complot contrarrevolucionario. El viento del liberalismo sopla en la Unión Soviética. Jruschov y Vorochilov se expresan abiertamente contra Stalin.

Jruschov erige su propio culto. Los enemigos de la revolución son proclamados «héroes»y «víctimas».

Una de las orientaciones principales de la estrategia y de la táctica de Jruschov a nivel interno de la Unión Soviética, consistía en tomar totalmente en sus manos el poder político e ideológico y poner a su servicio el ejército soviético y la seguridad del Estado.

Para realizar este objetivo el grupo de Jruschov debía actuar por etapas. En un principio no atacaría frontalmente el marxismo-leninismo, la edificación del socialismo en la Unión Soviética y a Stalin. Por el contrario, este grupo se apoyaría en las realizaciones alcanzadas, incluso las exaltaría lo más posible, para sentar el crédito y Suscitar una situación de euforia, con el fin de poder más tarde llegar a minar la base y la superestructura socialistas.

En primer lugar, este grupo renegado tenía que apoderarse del partido, a fin de aniquilar la posible resistencia de aquellos cuadros que no habían perdido la vigilancia revolucionaria de clase, neutralizar a los vacilantes y atraerlos a sus filas por medio de la convicción o de las amenazas y al mismo tiempo promover a los puestos clave de dirección a los elementos nocivos, antimarxistas, arribistas, oportunistas, elementos que, naturalmente, no faltaban en el Partido Comunista de la Unión Soviética y en los aparatos del Estado soviético.

En el Partido Comunista de la Unión Soviética, al salir de la Gran Guerra Patria aparecieron ciertos fenómenos negativos. La situación económica difícil, las devastaciones, las destrucciones, las grandes pérdidas humanas que tuvieron lugar en la Unión Soviética, exigían una movilización total de los cuadros y las masas para asegurar la consolidación y el progreso del país. Pero en lugar de esto se vio un envilecimiento del carácter y de la moralidad de muchos cuadros. Por otra parte, con su presunción ostentosa por las gloriosas batallas ganadas, con sus condecoraciones y privilegios y muchos otros vicios y concepciones erróneas, los elementos megalómanos despojaban al partido de su vigilancia, lo carcomían desde dentro. En el ejército se creó la casta que extendió su dominación brutal y arrogante también al partido, desnaturalizando su carácter proletario. La casta enmoheció la espada de la revolución que debería ser el partido. Pienso que en el Partido Comunista de la Unión Soviética, ya antes de la guerra, pero de modo particular después de ésta, se debieron observar signos de una apatía condenable. Este partido gozaba de gran renombre, había logrado también grandes éxitos en su camino, pero al mismo tiempo había comenzado a perder su espíritu revolucionario, y el burocratismo y la rutina lo estaban contaminando. Las normas leninistas, las enseñanzas de Lenin y de Stalin habían sido convertidas por los aparatchiks en fórmulas y slogans resobados y sin valor para la acción. Gran país era la Unión Soviética, el pueblo trabajaba, producía, creaba. Se decía que la industria se desarrollaba con los ritmos requeridos, que la agricultura socialista progresaba, pero este desarrollo no era del nivel deseado.

No era la línea “errónea” de Stalin la que frenaba el progreso, al contrario, esta línea era correcta, marxistaleninista, pero a menudo era mal aplicada, incluso deformada y saboteada por elementos hostiles. La justa línea de Stalin era deformada también por los enemigos camuflado s en las filas del Partido y en los organismos del Estado, por los oportunistas, liberales, trotskistas, revisionistas, como eran, y salieron abiertamente más tarde, los Jruschov, los Mikoyan, los Suslov, los Kosiguin, etc.

Jruschov y sus íntimos colaboradores en el putsch, ya con anterioridad a la muerte de Stalin, se contaban entre los más altos dirigentes que actuaban bajo cuerda preparando y esperando el momento propicio para una acción abierta y a. gran escala. De hecho, todos estos traidores eran conspiradores avezados en la experiencia de los diversos contrarrevolucionarios rusos, en la experiencia de los anarquistas, trotskistas, bujarinistaso Conocían también la experiencia de la revolución y del Partido Bolchevique, mas de la revolución nada de bueno habían aprendido, sólo aprendieron aquello que necesitaban para minada y minar el socialismo, escapando a los golpes de la revolución y la dictadura del proletariado.

En una palabra, eran contrarrevolucionarios y elementos de doble cara en sus acciones. Por un lado dedicaban alabanzas al socialismo, a la revolución, al Partido Comunis.ta Bolchevique, a Lenin y Stalin y, por el otro, preparaban la contrarrevolución.

Toda esta zupia acumulada saboteaba, pues, valiéndose de los métodos más sutiles, los cuales enmascaraba con elogios a Stalin y al régimen socialista. Estos elementos desorganizaban la revolución organizando la contrarrevolución, se mostraban“severos” contra los enemigos internos para difundir el miedo y el terror en el partido, en el Poder y en el pueblo. Eran siempre ellos los que rendían cuentas a Stalin de una situación de euforia que creaban artificialmente, mas en realidad socavaban la base del partido, la base del Estado, degeneraban los espíritus y elevaban por las nubes el culto a Stalin, a fin de poder derrocarlo más fácilmente mañana.

Esta era toda una actividad hostil y diabólica que había agarrado por el cuello a la Unión Soviética, al Partido Comunista de la Unión Soviética y a Stalin, que, tal como vendrían a mostrar los hechos históricos, estaba rodeado de enemigos. Casi ninguno de los miembros del Presidium y del Comité Central levantó su voz en defensa del socialismo y de Stalin.

Si se procede a un minucioso análisis de las directrices políticas, ideológicas y organizativas de Stalin en la dirección y la organizacion del partido, de la lucha y del trabajo, no se encontrará en general ningún error de principios, mas si tenemos en cuenta cómo estas directrices eran deformadas por los enemigos, y cómo eran puestas en práctica, veremos las funestas consecuencias de estas deformaciones y aparecerá por qué el partido comenzó a burocratizarse, a dejarse invadir por un trabajo de rutina, por un formalismo nefasto que lo paralizaban, que sofocaban su espíritu y su ímpetu revolucionario. El partido se iba cubriendo de un espeso moho, caía en la apatía política, pensando erróneamente que sólo la cabeza, la dirección, actúa y resuelve todo.

Una concepción semejante creó una situación en que por todas partes y ante cualquier problema se decía “esto concierne a la dirección”, “el Comité Central es infalible”, “esto lo ha dicho Stalin y se acabó”, etc. Puede ser que muchas cosas que Stalin no dijera, eran encubiertas con su nombre. Los aparatos y los funcionarios se hicieron “todopoderosos”, “infalibles”, actuaban en la vía burocrática bajo las fórmulas del centralismo democrático, de la crítica y la autocrítica bolcheviques, que en realidad ya no eran bolcheviques. Así, pues, no hay duda de que el Partido Bolchevique había perdido su vitalidad de antaño. Este partido vivía con fórmulas correctas, pero sólo eran fórmulas; aplicaba, pero había perdido toda iniciativa; los métodos y las formas de trabajo que se utilizaban en la dirección del partido arrojaban un balance opuesto a los resultados esperados.

En estas condiciones, las medidas administrativas burocráticas empezaron a predominar sobre las medidas revolucionarias. La vigilancia ya no era operante, porque tampoco era ya revolucionaria, a pesar de que a son de trompeta se la declarase como tal. De una vigilancia de partido y de masas, se convertía en una vigilancia de los aparatos burocráticos y se transformaba de hecho, aunque no enteramente desde el punto de vista de las formas, en una vigilancia de la seguridad del Estado, de los tribunales.

Es comprensible que en este orden de cosas existente en el Partido Comunista de la Unión Soviética, echaran raíces y empezaran a cultivarse sentimientos y puntos de vista no proletarios, ajenos a la clase, en, las filas de los comunistas y en la conciencia de muchos de ellos. Poca a poco comenzó a extenderse el arribismo, el servilismo, la charlatanería, el nepotismo mórbido, la moral anti-proletaria, etc. Todo esto corroía el partido desde dentro, sofocaba el espíritu de lucha de clases y del sacrificio y empujaba a la búsqueda de una vida “agradable”, tranquila, de privilegios, de ventajas personales, de menor trabajo y esfuerzos. Así creó la mentalidad burguesa y pequeño-burguesa que se observaba o se expresaba a través de fórmulas y de juicios tales como: “Nosotros hemos trabajado, combatido y vencido par este Estado socialista, ahora gocemos y aprovechemos. Nosotros somos invulnerables, el pasado nos cubre todo». El mal peor era que esta mentalidad estaba tomando cuerpo también en los viejos cuadros del partido, con un buen pasado y de origen proletario, e igualmente en los miembros del Presidium del Comité Central, los cuales debían ser un ejemplo de pureza para los demás. Muchos de estos cuadros se encontraban en la dirección, en los aparatos y utilizaban bellamente las palabras, las frases revolucionarias, las fórmulas teóricas de Lenin y Stalin, cosechaban los laureles del trabajo ajeno y estimulaban el mal ejemplo.

Así, en el Partido Comunista de la Unión Soviética se iba creando una aristocracia obrera de cuadros burócratas.

Este proceso de degeneración se desarrollaba, desgraciadamente, bajo las consignas «alegres» y «prometedoras» de «todo marcha bien, normalmente, de acuerdo a las normas y leyes del partido», que de hecho eran violadas, «la lucha de clases sigue desarrollándose», «el centralismo democrático es preservado», «la crítica y la autocrítica continúan como antes», «existe la férrea unidad en el partido», «ya no hay elementos fraccionalistas y anti-partido», «pasó el tiempo de los grupos trotskistas, bujarinistas»., etc., etc. Este deformado concepto de la situación, que es donde reside la esencia del drama y del error fatal, era considerado en general, incluso por los elementos revolucionarios, como una realidad normal, por eso se pensaba que no existía ningún motivo de alarma, que los enemigos, los ladrones, los que infringían la moral eran condenados por los tribunales, que los miembros indignos del partido eran expulsados como de costumbre y, como de costumbre, se admitían otros nuevos, que los planes se realizaban, aunque en algunos casos no lo fueran, que la gente era criticada, condenada, elogiada, etc. De este modo, la vida, según ellos, seguía normalmente su curso y así se le informaba a Stalin de que“todo marcha normalmente”. Estamos convencidos de que si Stalin, como gran revolucionario que era, hubiera conocido la situación real en el partido, habría asestado un golpe demoledor a este espíritu malsano y el partido y el pueblo soviético se habrían levantado, porque, con razón, ellos tenían gran confianza en Stalin.

Los aparatos no sólo no informaban correctamente a Stalin y deformaban burocráticamente sus justas directrices, sino que habían creado una tal situación en el partido y en el pueblo, que cuando el mismo Stalin, en la medida en que le permitían su edad y su salud, se reunía con las masas del partido y del pueblo, éstas no le informaban de las deficiencias y los errores que sucedían, ya que los aparatos habían inculcado a los comunistas y a las masas la idea de que“no debemos inquietar a Stalin”.

El gran ruido que levantaron los jruschovistas sobre el pretendido culto a Stalin era en realidad un bluf. Este culto no había sido cultivado por Stalin, que era un hombre sencillo, sino por toda la bazofia revisionista acumulada a la cabeza del Partido y del Estado, que, entre otras cosas se valía del gran cariño que los pueblos soviéticos mostraban por Stalin, particularmente después de la victoria sobre el fascismo. Si se lee los discursos de Jruschov, Mikoyan y de todos los otros miembros del Presidium, se verá los elogios desenfrenados e hipócritas que estos enemigos prodigaban a Stalin mientras éste estuvo en vida. Esta lectura provoca nauseas cuando piensas que detrás de estos elogios, dichos elementos ocultaban su trabajo hostil a los ojos de los comunistas y de las masas, los cuales estaban engañados al pensar que tenían ante sí dirigentes fieles al marxismo-leninismo y camaradas leales a Stalin.

Incluso después de la muerte de Stalin los “nuevos” dirigentes soviéticos y sobre todo Jruschov se abstuvieron todavía por un tiempo de hablar mal de Stalin, hasta lo valoraban y lo trataban de “gran hombre”, de “líder con una autoridad indiscutible”, etc. Jruschov tenía que hablar así para ganar crédito dentro y fuera de la Unión Soviética, para hacer creer que era “fiel” al socialismo y a la revolución, “continuador” de la obra de Lenin y de Stalin. Jruschov y Mikoyan eran los más encarnizados enemigos del marxismo-leninismo y de Stalin. Uno y otro eran la cabeza del complot y del putsch, que habían preparado desde hacía tiempo con arribistas y antimarxistas del Comité Central, del ejército y dirigentes de la base. Estos putschistas no descubrieron su juego inmediatamente después de la muerte de Stalin, sino, cuando debían, y a medida que les era necesario continuaban vertiendo su veneno, mezclándolo con alabanzas a Stalin. Debo decir que Mikoyan en particular, en los numerosos encuentros que me ha tocado tener con él, jamás ha pronunciado un elogio a Stalin, por más que en discursos y peroratas, viniera y no viniera a cuento, los putschistasentonaran ditirambos y glorias a Stalin.

Alimentaban el culto a Stalin a fin de aislarIo lo más posible de las masas, y, enmascarándose tras este culto, preparaban la catástrofe.

Jruschov y Mikoyan actuaron de acuerdo a un plan preestablecido y, con la muerte de Stalin, encontraron libre campo de acción, debido asimismo a que los otros, desde Ma1enkov a Vorochilov, pasando por Beria y Bulganin, se mostraron no sólo ciegos, sino también ambiciosos y cada uno pugnaba por el Poder.

Estos y otros, viejos revolucionarios y comunistas honrados, se habían convertido ya en representantes típicos de esa rutina burocrática, de esa “legalidad” burocrática que había sido instituida y, cuando tímidamente quisieron recurrir a esta “legalidad” contra el complot manifiesto de los jruschovistas, la acción había sido consumada desde hacía tiempo.

Jruschov y Mikoyan, en perfecta unidad, supieron maniobrar entre aquéllos, oponer unos a otros. En pocas palabras, pusieron en acción la táctica siguiente: crear rencillas y escindir el Presidium, organizar las fuerzas putschistas fuera de éste, continuar hablando bien de Stalin para tener las masas de decenas de millones consigo y aproximar así el día de la toma del Poder, liquidar a los adversarios y toda una época gloriosa de la construcción del socialismo, las victorias de la Guerra Patria, etc. Toda esta actividad febril (y esto nosotros lo notábamos) tendía a crear la popularidad de Jruschov dentro y fuera de la Unión Soviética.Jruschov, bajo el paraguas de las victorias que la Unión Soviética y el Partido Comunista de la Unión Soviética habían logrado con Lenin y Stalin a su cabeza, hacía todo lo posible por que los pueblos y los comunistas soviéticos pensaran que nada había cambiado, que un gran dirigente había muerto, pero que un dirigente «todavía más grande» subía, y ¡qué dirigente!, «¡todo igual de fiel a los principios y leninista, e incluso más que su predecesor, pero liberal, popular, sonriente, lleno de humor y jovialidad!».

Mientras tanto, la víbora revisionista, que iba tomando sus impulsos, empezó a verter su veneno sobre la figura y la obra de Stalin, al comienzo no atacando a Stalin por su nombre, sino lanzándole golpes indirectos.

En uno de los encuentros que tuve con Jruschov, en junio de 1954, en un plano supuestmente de principios y teórico empezó a explicarme la gran importancia de la «dirección colectiva», los grandes daños que entrañaba la substitución de aquélla por el culto a una persona, me llegó a mencionar también unos pasajes aislados de Marx y de Lenin para darme a entender que sus afirmaciones tenían un «fondo marxista-leninista».

De Stalin no dijo nada malo, en cambio descargó todas sus baterías contra Beria, acusándolo de faltas reales e imaginarias. Lo cierto es que en esta etapa inicial de su ofensiva revisionista, Jruschov no tenía mejor carta que Beria si quería poner en práctica sus planes secretos. Como he escrito más arriba, Jruschov presentó a Beria como el responsable de muchos de los males; éste habría subestimado el papel del primer secretario, habría perjudicado la «dirección colectiva», habría intentado poner el Partido bajo la dirección de La Seguridad del Estado. Bajo la máscara de la lucha contra los daños causados por Beria, Jruschov, por una parte, se afianzaba en la dirección del Partido y del Estado y echaba mano del Ministerio del Interior, Y por otra parte, preparaba a la opinión para el ataque abierto que poco más tarde emprendería contra José Visarionovich Stalin, contra la verdadera obra del Partido Comunista Bolchevique de Lenin y Stalin.

Muchas de estas acciones y cambios inopinados nos causaban impresión, pero era demasiado pronto para que pudiéramos captar las verdaderas proporciones del complot que estaba siendo puesto en práctica. Sin embargo, desde entonces, no podíamos dejar de observar la naturaleza contradictoria de los actos y las ideas de este “nuevo dirigente” que tomaba las riendas de la Unión Soviética. Este mismo Jruschov que ahora se presentaba como un adepto de la “dirección colectiva”, algunos días antes, en un encuentro que habíamos tenido con él, se nos presentó, al hablarnos del papel del primer secretario del partido y del primer ministro, como un ardiente partidario del “papel del individuo”, y de la“mano dura”.

Después de la muerte de Stalin, se tuvo la impresión de que estas “personas de principios” habían establecido una dirección colectiva. Esto era propagado con gran bombo para señalar que“Stalin había violado el principio de la dirección colectiva”, que “había bastardeado esta importante norma de dirección leninista” y que “la dirección del partido y del Estado, de colegiada que era se había convertido en una dirección personal”. Esto era una gran mentira y los jruschovistas la difundían para preparar su propio terreno. Si la colegialidad había sido violada, la falta debía buscarse no en las correctas ideas formuladas por Stalin en lo que se refiere a diversos problemas, sino en las adulaciones rastreras de estos otros y en sus decisiones arbitrarias que tomaban deformando la línea en los diversos sectores que dirigían. Y ¡¿,cómo se podían controlar los actos de estos elementos anti-partido que habían rodeado a Stalin, en un momento en que ellos mismos propagaban la idea de que el“CC (el Comité Central) lo sabe todo”, “Ce-Ka znayet vsio” ?! (En ruso en el original). Actuando de este modo, estos individuos querían convencer al partido y al pueblo de que“Stalin sabe todo lo que pasa” y “él

aprueba todo”. En otros términos, en nombre de Stalin y por medio de los aparatchiks reprimían la crítica y buscaban convertir el Partido Bolchevique en un partido sin espíritu, en un organismo desprovisto de voluntad y energía, que vegetara de día en día, aprobando todo lo que decidía, urdía y deformaba la burocracia.

En la campaña por la pretendida instauración de una dirección colectiva, Jruschov trató de maniobrar hábilmente, levantando un ruido ensordecedor sobre la lucha en contra del culto a la personalidad. Ya no habría fotos de Jruschov en la prensa diaria, no habría grandes titulares colmándole de elogios, ahora se recurría a otra táctica, resobada: todos los periódicos estaban plagados de declaraciones públicas, de discursos de Jruschov, todo eran noticias que daban a conocer sus encuentros con embajadores extranjeros, su presencia cada noche en las recepciones de los diplomáticos, sus entrevistas con delegaciones de partidos comunistas, sus encuentros con periodistas, hombres de negocios, senadores norteamericanos y millonarios occidentales, amigos suyos. Toda esta táctica pretendía contraponerse al método del «trabajo cerrado de Stalin», a «su labor sectaria», que, según los jruschovistas, había sido muy nefasta para la apertura de la Unión Soviética al mundo exterior.

Esta propaganda jruschovista tenía por objeto mostrar al pueblo soviético que ya había encontrado a su

auténtico dirigente leninista, que sabe todo, que todo lo resuelve correctamente, que posee una vitalidad extraordinaria, que da la debida respuesta a quienquiera que sea”, y cuya actividad desbordante “hace que en la Unión Soviética se corrija todo, se borren los crímenes del pasado y se vaya adelante”... Me encontraba en Moscú, con motivo de una reunión de los partidos de todos los países socialistas. Fue en enero de 1956 si mal no recuerdo, cuando tuvo lugar una reunión consultiva sobre los problemas del desarrollo económico de los países miembros del COMECON. Era el tiempo en que Jruschov y los jruschovistas llevaban adelante su actividad hostil. Nos encontrábamos con Jruschov y Vorochilov en una villa a las afueras de Moscú, donde habían sido invitados a un almuerzo todos los representantes de los partidos hermanos. Los otros todavía no habían llegado. Nunca había escuchado de boca de los dirigentes soviéticos hablar abiertamente mal de Stalin, y yo, por mi parte, continuaba hablando con cariño y mucho respeto del gran Stalin. Al parecer, mis palabras no sonaban bien en los oídos de Jruschov. Mientras se esperaba la llegada de las atros camaradas, Jruschov y Vorochilov me dijeran:

-¿Podríamos ir fuera a dar un paseo?-

Salimos y nos adentramos en el parque. Jruschov le dice a Klim Vorochilav:

-Hable, háblele un poco a Enver de los errores de Stalin.

Puse mis oídos bien atentos, a pesar de tener desde hace tiempo mis sospechas acerca de sus fechorías. Y Varochilov empezó a hablarme de que “Stalin se ha equivocada en la línea del partida, que ha sido brutal, violenta de tal manera que era imposible discutir con él”.

- “Stalin -cantinuó Varochilav- ha permitido crímenes, cuya responsabilidad es totalmente suya. Se ha equivocado igualmente en el terreno del desarrallo de la economía, por consiguiente el epíteto de arquitecto de la ‘construcción del socialismo’ con el cual se le ha calificado, es injustificado. Con los demás partidos, Stalin no ha mantenido relaciones correctas...”

Vorochilav permaneció un largo tiempo, lanzando toda una sarta de cosas de este género en contra de Stalin.

Algunas las captaba, otras se me escapaban, pues como he dicho antes no dominaba bien el ruso, mas con todo logré comprender la esencia de la plática y el objetivo que estos dos perseguían, y me sentí indignado. Jruschov caminaba delante de nosotros y con su bastón iba tocando las coles que habían plantado en el parque. (Jruschov había hecho plantar legumbres hasta en los parques, para hacerse pasar también como un gran maestro en agricultura.)

Cuando Vorochilov acabó con sus habladurías y calumnias, le dije:

-¿Cómo es posible que Stalin haya cometido tales errores?

Jruschov, contrariado, se volvió y me respondió:

-Es posible, es posible, camarada Enver, Stalin ha hecho todas esas cosas.

-Ustedes habían observado todo esto cuando Stalin estaba en vida. Entonces, ¿cómo no le ayudaron a evitar esos errores que, según dicen, habría cometido? -pregunté a Jrusohov.

-Es natural, camarada Enver, que nos hagas esta pregunta, ahora ¿ves esta capusta*? Stalin te cortaba la cabeza con tanta facilidad como el jardinero puede cortar esto, y Jruschov golpeó una col con el bastón.

-¡Todo está claro! -, le dije a Jruschov y ya no volví a hablar.

Entramos en la casa. Los demás camaradas habían llegado. Yo hervía de ira. Aquella noche se nos serviría sonrisas y promesas para un «mayor» y más «impetuoso desarrollo» del socialismo, de «más ayuda» y «más amplia colaboración en todos los terrenos». Era el momento en que se preparaba el tristemente célebre XX Congreso, el tiempo en que Jruschov estaba caminando más rápidamente hacia la toma del Poder. Se estaba creando una imagen de dirigente mujik, «popular», que abría las cárceles y los campos de concentración, que no sólo no temía a los reaccionarios y los enemigos condenados y encarcelados de la Unión Soviética, sino que, al ponerlos en libertad, quería mostrar que entre éstos habían también « inocentes » .

Ya se sabe lo trotskistas, complotadores, contrarrevolucionarios que eran Zinóviev y Kámenev, Rikov y

Piatakov, lo traidores que eran Tukachevski y demás generales agentes del Intelligence Service o de los

alemanes. Pero para Jruschov y Mikoyan todos ellos eran buena gente y poco tiempo después, en febrero de 1956, serían presentados como víctimas inocentes del «terror stalinista». Esta ola se iba moviendo poco a poco, se iba preparando cuidadosamente a la opinión. Los «nuevos» dirigentes que no eran otros que los viejos, a excepción de Stalin, se hacían pasar por liberales queriendo decir al pueblo: «Respira libremente, eres libre, estás en la verdadera democracia, porque el tirano y la tiranía han sido liquidados. Ahora todo anda por el camino de Lenin, está surgiendo la abundancia, los mercados van a llenarse, no vamos a saber qué hacer con tantos productos».

Jruschov, este repugnante charlatán, encubría sus supercherías y astucias con pamplina s y palabrerías. Sin embargo, recurriendo a estas prácticas creó una situación favorable a su grupo. No pasaba día en que Jruschov no desplegara una desenfrenada demagogia en cuanto al desarrollo de la agricultura, no cambiara hombres y métodos de trabajo para convertirse él en único «patrón competente» de la agricultura, que emprendía tales «reformas» personales.

Jruschov «había inaugurado» su escalada al puesto del Primer Secretario del Comité Central del Partido

Comunista de la Unión Soviética con un largo informe sobre los problemas de la agricultura que presentó en el curso de un pleno del Comité Central, en septiembre de 1953. Este informe, que fue calificado de «muy importante», contenía aquellas ideas y reformas jruschovistas que en realidad ocasionaron a la agricultura soviética tan graves perjuicios que aún hoy se dejan sentir sus catastróficos efectos. El bullicio y el ruido montados sobre las «nuevas tierras» eran un bluf. La Unión Soviética ha comprado y sigue comprando millones de toneladas de cereales de los Estados Unidos de América.

En cuanto a la «dirección colectiva» y a la desaparición de las fotos de Jruschov de los periódicos, serían fenómenos de corta duración. El culto a Jruschov comenzaba a ser movido por los intrigantes los liberales, los arribistas, los 1ameplatos y los aduladores. La gran autoridad de Stalin, fundada sobre su obra imborrable, fue saboteada dentro y fuera de la Unión Soviética. Su autoridad cedió el lugar a la de un charlatán, de un payaso, de un chantajista.


-La obra de Enver Hoxha, "Los Jruschovistas", está escrita en 1976, y pertenece a su serie de memorias.

Contiene los recuerdos y las impresiones personales del autor sobre sus encuentros directos y contactos de todo tipo con dirigentes del PCUS y de otros partidos comunistas y obreros durante los años 1953 a 1961.

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