LOS OBJETIVOS SIONISTAS
El objetivo del sionismo nunca fue meramente colonizar Palestina, al modo que se han planteado objetivos semejantes los movimientos coloniales e imperiales clásicos en los siglos XIX y XX. El colonialismo europeo en África y Asia buscaba, esencialmente, explotar a los pueblos indígenas como mano de obra barata y extraer los recursos naturales para conseguir beneficios exorbitantes.
Lo que distingue al sionismo del resto de movimientos coloniales es la relación entre los colonos y el pueblo a conquistar. El movimiento sionista tiene el objetivo declarado no sólo de explotar al pueblo palestino sino de dispersarlo y desposeerlo. El intento era sustituir a la población indígena por una nueva comunidad de colonos, erradicar a los campesinos, artesanos y población urbana de Palestina y sustituirlos por una fuerza de trabajo completamente nueva compuesta por los colonizadores.
Al negar la existencia del pueblo palestino, el sionismo pretendía crear el clima político para erradicarlo no sólo de su tierra sino también de la historia. Cuando reconocían de algún modo la existencia de los palestinos, les presentaban como un residuo semisalvaje, nómada. Falsificaban los hechos históricos, procedimiento que empezó en el último cuarto del siglo XIX pero se prolonga hoy con escritos pseudohistóricos del estilo de “Desde Tiempo Inmemorial”, de Joan Peter.
El movimiento sionista buscó diversos padrinos imperiales para su sangrienta empresa. Entre ellos el imperio otomano, el germánico, el Raj británico, el colonialismo francés y la Rusia zarista. Los planes sionistas para el pueblo palestino anticipaban la solución otomana para los armenios, que fueron exterminados en el primer genocidio continuado del siglo XX.
Los planes sionistas para el pueblo palestino
Desde el principio, el movimiento sionista buscó la “armenización” del pueblo palestino. Como los nativos americanos, los palestinos eran considerados como “un pueblo que sobra”. La lógica era eliminarlo. Tenía que dar lugar a un genocidio.
Esto vale también para el movimiento obrero sionista, que trató de dar una “pátina” socialista a la empresa colonial. Aaron David Gordon fue uno de los principales teóricos del sionismo laborista, fundador del partido sionista Ha'Poel Ha Tzair (El joven Obrero) y partidario de Poale Zion (Trabajadores de Sion).
Walter Laqueur reconoce en su “Historia del Sionismo” que “A D. Gordon y sus compañeros querían que cada árbol y cada matorral fuese plantado por expedicionarios judíos”.
Gordon acuñó la consigna “conquista del trabajo” (“Kibbush avodah”). Llamó a los capitalistas judíos, y a los directivos de la plantación de Rotschild, que habían conseguido tierra de los terratenientes turcos absentistas pasando por encima del pueblo palestino, a “contratar a judíos y sólo a judíos”. Organizó boicots a las empresas sionistas que no contrataban exclusivamente a judíos y organizó huelgas contra los colonos de Rotschild que permitían que campesinos árabes fuesen aparceros o trabajasen, incluso como mano de obra barata.
De este modo, los “sionistas obreros” utilizaron los métodos del movimiento obrero para impedir la contratación de árabes; su objetivo no era explotar, sino usurpar.
La sociedad palestina
Al final del siglo XIX había en Palestina mil pueblos o aldeas. Jerusalén, Haifa, Gaza, Yaffa, Nablús, Acre, Jericó, Ramle, Hebrón y Nazaret eran ciudades florecientes. Las colinas estaban laboriosamente abancaladas. Canales de riego surcaban todo el territorio.
Los jardines de limoneros, los olivares y los cereales de Palestina eran conocidos en todo el mundo. El comercio, el artesanado, la industria textil, la construcción y la producción agrícola eran prósperas. www.marxismo.org
Los relatos de los viajeros de los siglos XVIII y XIX están llenos de datos, al igual que los informes académicos publicados quincenalmente en el siglo XIX por el Fondo Británico para la Exploración de Palestina. www.marxismo.org
En realidad, fue precisamente la cohesión social y la estabilidad de la sociedad palestina lo que llevó a Lord Palmerston a proponer premonitoriamente en 1840, cuando Gran Bretaña estableció consulado en Jerusalén, la fundación de una colonia judía europea para “preservar los intereses más generales del Imperio Británico”
La sociedad palestina, aun padeciendo la colaboración de los terratenientes feudales (effendi) con el imperio otomano, era productiva y culturalmente diversa, con uncampesinado muy consciente de su papel social.
Los campesinos y la población urbana palestina habían establecido una distinción clara y muy asimilada entre los judíos que vivían entre ellos y los colonizadores que sobrevendrían, ya que en 1820 los 20.000 judíos de Jerusalén se integraron totalmente en la sociedad palestina y fueron aceptados.
Cuando en 1886 los colonialistas de Petah Tikvah trataron de expulsar a los campesinos de su tierra chocaron con una resistencia organizada, pero los trabajadores judíos de los pueblos y comunidades vecinos no sufrieron ninguna consecuencia. Cuando los armenios que huían del genocidio turco se establecieron en Palestina fueron bien recibidos. Ese genocidio fue ominosamente defendido por Vladimir Jabotinsky y otros sionistas en su afán por lograr el apoyo turco.
En realidad, hasta la Declaración Balfour (1917), la respuesta palestina a las colonizaciones sionistas fue imprudentemente tolerante. En Palestina no había ningún odio organizado contra los judíos, nadie organizaba masacres como las del zar o los antisemitas polacos, no surgió ninguna reacción simétrica por el lado palestino contra los colonos armados que utilizaban la fuerza siempre que podían para expulsar a los palestinos de su tierra. Ni siquiera las algaradas espontáneas que expresaban la rabia de los palestinos contra los constantes robos de su tierra iban dirigidos contra los judíos como tales.
Cortejando el favor del Imperio
En 1896 Theodor Herzl estableció su plan para inducir al imperio otomano a entregar Palestina al movimiento sionista: “Suponiendo que Su Majestad el Sultán nos entregase Palestina, podríamos a cambio ocuparnos de regularizar las finanzas de Turquía. Formaríamos allí una avanzada de la civilización frente a la barbarie.”
En 1905, el VII Congreso Sionista Mundial tuvo que reconocer que el pueblo palestino estaba organizando un movimiento político para independizarse nacionalmente del imperio otomano, lo que no sólo amenazaba la dominación turca sino también los
planes sionistas.
En ese congreso, Max Nordau, destacado líder sionista, resumió las preocupaciones sionistas: “El movimiento que se ha apoderado de gran parte del pueblo árabe puede con facilidad tomar en Palestina una dirección que resulte nociva... El gobierno turco puede verse obligado a defender su dominio en Palestina y Siria mediante la fuerza armada... en tales circunstancias cabe convencer a Turquía de que será importante para ella contar en Palestina y Siria con un grupo fuerte y bien organizado que... se oponga a cualquier ataque a la autoridad del Sultán y defienda su autoridad con todas sus fuerzas».
Cuando el Kaiser se dispuso a forjar una alianza con Turquía como parte de su enfrentamiento con Gran Bretaña y Francia por el control del Oriente Medio, el movimiento sionista hizo ofrecimientos similares a la Alemania imperial. El Kaiser mantuvo casi diez años un tira y afloja negociador con la dirección sionista para formular un plan de estado judío bajo auspicios otomanos que tuviese como tarea principal la erradicación de la resistencia palestina anticolonial y la garantía de los intereses de la
Alemania imperial en la región.
Sin embargo, en 1914, la Organización Sionista Mundial tenía muy avanzadas sus gestiones paralelas para embarcar al imperio británico en la voladura del imperio otomano con ayuda sionista. Haim Weizmann, que llegaría a ser presidente de la Organización Sionista Mundial, hizo una importante declaración pública: «Podernos decir razonablemente que si Palestina cae en la esfera de influencia británica y la Gran Bretaña alienta el establecimiento de los judíos allí, como dependencia británica, en veinte o treinta años podríamos tener allí a un millón de judíos, o quizá más; desarrollarían el país, le restituirían la civilización y formarían una guardia muy efectiva del Canal de Suez.»
La declaración Balfour
Weizmann consiguió arrancar a los británicos lo que los dirigentes sionistas habían pedido simultáneamente a los gobiernos imperiales otomano y alemán. El 2 de noviembre de 1917 se publicaba la Declaración Balfour. Entre otras cosas, decía: «El Gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará cuanto esté en su mano para facilitar la realización de ese objetivo...»
Los sionistas definían su reivindicación de Palestina con todo cinismo. Tan pronto afirmaban que Palestina era una tierra desierta visitada ocasionalmente por nómadas como proponían someter a la población palestina a la que poco antes habían tratado de hacer invisible. El propio A.D. Gordon insistió machaconamente en la necesidad de impedir que los palestinos, cuya no existencia repetía, cultivasen la tierra. Digitalizado por CelulaII
Esto se traducía en la completa expulsión de los no judíos de la “patria judía”. Una similar descripción informaba los pronunciamientos de los dirigentes británicos y sionistas en sus planes para la población palestina. En la época de la Declaración Balfour, los ejércitos imperiales británicos habían ocupado la mayor parte del imperio otomano en Oriente Medio, enrolando a líderes árabes para combatir a los turcos bajo dirección británica a cambio de garantías británicas de “autodeterminación”.
Mientras los sionistas insistían en su propaganda en que Palestina estaba despoblada, en sus tratos con los padrinos imperiales dejaban claro que había que someterla y se ofrecían como locus operandus.
Los británicos respondían de igual modo. La Declaración Balfour también contenía un pasaje destinado a engañar a los líderes feudales árabes impresionados por la traición del imperio británico al entregar a los sionistas la misma tierra a la que se había prometido la autodeterminación árabe: «debiéndose entender claramente que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina...».
Los británicos habían utilizado durante años a la dirección sionista para conseguir apoyo de los bancos y grandes capitalistas judíos de los Estados Unidos y la Gran Bretaña a su guerra contra el imperio alemán. Con Weizmann se preparaban para utilizar la colonización sionista de Palestina como instrumento para controlar políticamente a la población palestina.
La tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra era en realidad un país en ebullición contra el yugo colonial. El propio ex-premier Balfour fue brutalmente explícito en memorandums dirigidos a los funcionarios, a pesar de sus declaraciones cara a la galería sobre los “derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías (sic) de Palestina”:
«Con razón o sin ella, bueno o malo, el sionismo está arraigado en necesidades presentes y esperanzas
futuras de importancia mucho más profunda que los deseos de los más de 700.000 árabes que actualmente ocupan el antiguo país».
La conexión sudafricana
Ese conchabamiento secreto entre Balfour y la dirección sionista para traicionar las aspiraciones del pueblo palestino presenta una dimensión de interés particular. El general Jan Smuts, gran amigo de Weizmann y futuro primer ministro de Sudáfrica, como delegado de ese país en el gabinete de guerra británico durante la I Guerra Mundial contribuyó a empujar al gobierno británico a adoptar la Declaración Balfour y comprometerse a construir una colonia sionista bajo dirección británica.
La relación entre el movimiento sionista y los colonos sudafricanos se había desarrollado anteriormente a través de la amistad entre el general Smuts y Haim Weizmann. Al filo del siglo había ya en Sudáfrica una considerable colonia judía, sobre todo procedente de Lituania. El movimiento sionista consideraba a esos judíos particularmente receptivos a las ideas sionistas porque en Sudáfrica tenían ya un status de
colonos. Los dirigentes sionistas viajaban constantemente a Sudáfrica en busca de apoyo político y financiero.
N. Kirschner, ex-presidente de la Federación Sionista Sudafricana evoca con gran viveza la interacción íntima entre los dirigentes sionistas y sudafricanos, la identificación de sionistas como Weizmanny Herzl con la concepción sudafricana de una colonización basada en la discriminación racial y la importancia del pacto virtual entre ambos movimientos.
Al identificar al sionismo con la ideología de los colonos sudafricanos, Haim Weizmann no hacía sino seguir la admiración expresada anteriormente por Teheodor Herzl, el fundador del sionismo político, hacia el ideólogo de la quintaesencia colonial, SirCecil Rhodes. Herzl pretendió inspirar su propio futuro político en las conquistas de Rhodes: «Naturalmente, hay grandes diferencias entre Cecil Rhodes y mi humilde persona, con gran desventaja personal de mi parte; pero hay una gran ventaja objetiva por parte del movimiento sionista».
Herzl era partidario de que los sionistas dispersasen a los palestinos utilizando los métodos empleados por Rhodes, y urgía la formación de un equivalente judío de las sociedades comanditarias coloniales, una amalgama de explotación colonial y empresarial: «La Compañía judía se inspira en parte en los rasgos de una gran compañía de compra. Podría llamarse Sociedad Comanditaria Judía, aunque no puede ejercer un poder soberano y no tiene tareas sino puramente coloniales.”
«Ante todo irán los más pobres a cultivar la tierra. De acuerdo con un plan preestablecido, construirán carreteras, puentes, vías férreas y puestos de telégrafo, regularán los ríos y construirán sus propias viviendas; su trabajo creará comercio, el comercio creará mercados, y los mercados atraerán a nuevos colonos».
Hacia 1934, un importante grupo de inversores y grandes capitalistas sudafricanos fundaron África-Israel Investments para adquirir tierras en Palestina. Al cabo de cincuenta y cuatro años la empresa sigue existiendo con los sudafricanos como socios y con los activos en manos del Banco Leumi de Israel.
La muralla de hierro
La tensión entre la pretensión de que Palestina estaba vacía y la de someter despiadadamente a los “inexistentes” habitantes era menos aguda cuando los sionistas discutían de estrategia entre ellos. Entonces la realidad de lo que era necesario para colonizar Palestina podía más que la propaganda.
Uno de los abanderados ideológicos del sionismo, Vladimir Jabotinsky, es conocido como fundador del “Sionismo revisionista”, la corriente sionista que tenía poca paciencia con la fachada liberal y socialista utilizada por los sionistas “obreros”. (Actualmente, el sionismo revisionista lo representan Menajem Beguin e Isaac Shamir.)
En 1923, Jabotinsky escribió La Muralla de Hierro, un ensayo que puede considerarse punto de referencia para todo el movimiento sionista. Estableció descaradamente las premisas esenciales del sionismo que, en realidad, habían sido elaboradas antes, aunque con menos elocuencia, por Theodor Herzl, Haim Weizmann y otros. El razonamiento de Jabotinsky ha sido luego citado y recogido por los diversos defensores del sionismo -desde los supuestamente dé “izquierdas” hasta los llamados de “derechas”-. Escribió lo siguiente: «No cabe pensar en una reconciliación voluntaria entre nosotros y los árabes, ni ahora ni en un futuro previsible. Toda la gente inteligente, salvo los ciegos de nacimiento, comprendieron hace mucho la completa imposibilidad de llegar a acuerdos voluntarios con los árabes de Palestina para transformar Palestina de país árabe en país con una mayoría judía. Cualquiera de vosotros tiene una idea general de la historia de las colonizaciones. Buscad aunque sea un solo ejemplo de que la colonización de un país se haya producido con el acuerdo de la población nativa. Eso nunca ha ocurrido. www.marxismo.org
«Los nativos siempre lucharán obstinadamente contra los colonizadores. Da lo mismo que tengan cultura o no la tengan. Los compañeros de armas de Cortés y Pizarro se comportaron como bandidos. Los Pieles Rojas lucharon con ardor inflexible contra los colonizadores de buen y de mal corazón. Los nativos luchaban porque cualquier tipo de colonización, en cualquier parte, en cualquier época, es inadmisible para cualquier pueblo nativo.
«Cualquier pueblo nativo considera a su país como su hogar nacional, del que deben ser dueños absolutos. Nunca aceptarán voluntariamente a otro dueño. Así ocurre con los árabes. Nuestros conciliadores intenta convencernos de que los árabes son una especie de locos que se llamarán a engaño con formulaciones que oculten nuestros objetivos básicos. Me niego en redondo a aceptar esta visión de los árabes palestinos.
«Tienen exactamente la misma psicología que nosotros. Miran a Palestina con el mismo amor instintivo y el mismo auténtico fervor con que cualquier azteca miraba a su Méjico o cualquier sioux a su pradera. Cualquier pueblo luchará contra los colonizadores mientras le quede un hilo de esperanza en que puede evitar el peligro de la conquista y la colonización. Los palestinos lucharán de esta forma en tanto tengan un destello de esperanza.
«No importan las palabras con que expliquemos nuestra colonización. La colonización tiene su propio significado pleno e ineludible, comprendido por cualquier judío y por cualquier árabe. La colonización tiene un solo objetivo. Tal es la naturaleza de las cosas. No es posible cambiarla. Ha sido
necesario desarrollar la colonización contra la voluntad de los árabes palestinos y la misma situación se da hoy.
«Incluso un acuerdo con no-palestinos representa el mismo tipo de fantasía. Para que los nacionalistas árabes de Bagdad, La Meca y Damasco acepten pagar un precio tan grave tendrían que
negarse a mantener el carácter árabe de Palestina.
«No podemos dar ninguna compensación por Palestina, ni a los palestinos ni a los demás árabes.
Por tanto, es inconcebible un acuerdo voluntario. Cualquier colonización, aun la más restringida, debe desarrollarse desafiando la voluntad de la población nativa. Por lo tanto, sólo puede continuar y
desarrollarse bajo el escudo de fuerza que incluye una Muralla de Hierro impenetrable para la población local. Tal es nuestra política árabe. Formularla de cualquier otro modo sería hipocresía.
«Mediante la Declaración Balfour o mediante el Mandato, es indispensable la fuerza externa para
establecer en el país unas condiciones de dominación y defensa en que la población local, independientemente de sus deseos, se vea privada de la posibilidad de impedir nuestra colonización, administrativa físicamente.
La fuerza ha de jugar su papel, con energía y sin indulgencia. Al respecto, no hay diferencias sustanciales entre nuestros militaristas y nuestros vegetarianos. Unos prefieren una Muralla de Hierro de bayonetas judías; los otros una Muralla de Hierro de bayonetas inglesas.
«Al reproche estúpido de que este punto de vista no es ético respondo:’Totalmente falso’. Esa es nuestra ética. No hay otra ética. Mientras los árabes tengan la menor esperanza de obstaculizarnos, no venderán esas esperanzas por ninguna palabra dulce ni por ningún bocado apetitoso, porque no tenemos que -vérnoslas con una chusma sino con un pueblo, un pueblo vivo. Y ningún pueblo hace concesiones tan enormes sobre cuestiones tan decisivas salvo cuando no le queda ninguna esperanza, hasta que hayamos taponado cualquier brecha en la Muralla de Hierro.»
La metáfora del hierro
El tema y las imágenes de la coerción del hierro y el acero utilizados por Vladimir Jabotinsky iba a recogerlos el naciente movimiento nacional socialista alemán, del mismo modo que Jabotinsky se había inspirado a su vez en Benito Mussolini. La invocación mística de la voluntad de hierro en el servicio de la conquista marcial y chovinista unió a los ideólogos sionistas, colonialistas y fascistas. Buscó su legitimidad en leyendas de antiguas conquistas.
La obra de Cecil B. de Mille Sansón y Dalila fue algo más que un romance bíblico de Hollywood sobre la perfidia femenina y la virtud de la fuerza masculina. También portaba los valores autoritarios de la novela en que se inspiró: el Sansón de Vladimir Jabotinsky, que pregonaba la necesidad de la fuerza bruta para que los israelíes conquistasen a los filisteos.
“ ‘¿Debo llevar a nuestro pueblo algún mensaje vuestro?’ Sansón reflexionó unos momentos, y luego dijo lentamente: ‘La primera palabra es hierro. Tienen que conseguir hierro. Tienen que dar todo lo que tienen por hierro: su plata y su trigo, el aceite, el vino y las ovejas, hasta sus mujeres e hijas. ¡Todo por hierro!
Nada en el mundo vale más que el hierro’
Jabotinsky, la sirena de “una Muralla de Hierro impenetrable para la población local” y “la ley de hierro de cualquier movimiento colonizador... la fuerza armada” encontró eco en las décadas siguientes en las mayores incursiones sionistas contra los pueblos víctimas.
El ex Ministro de Defensa, Isaac Rabin, emprendió la guerra de 1967 como jefe de Estado Mayor con “voluntad de hierro”. Como primer ministro, en 1975 y 1976 declaró la política de Hayad Barzel, “mano de hierro”, en la Margen Occidental. Más de 300.000 palestinos tuvieron que pasar por las cárceles israelíes en condiciones de tortura constante e institucionalizada que fueron expuestas por el Sunday Times de Londres y denunciadas por Amnesty International.
Su sucesor como jefe del Estado Mayor, Raphael Eitan, impuso el “brazo de hierro” -Zro'aa Barzel- en la Margen Occidental, y añadió el asesinato al arsenal represivo. El 17 de julio de 1982, el gabinete israelí se reunió para preparar lo que el Sunday Times de Londres llamaría “esa operación militar cuidadosamente preparada para limpiar los campamentos, llamada Moah Barzel o ‘cerebro de hierro’”. Los campamentos eran Sabra y Chatila y la operación “familiar a Sharon y Beguin, parte del plan más amplio de Sharon analizado por el gabinete israelí”.
Cuando Isaac Rabin, que había apoyado al revisionista Likud en el Líbano durante la guerra, se convirtió en ministro de defensa de Simón Peres en el actual gobierno de “unidad nacional”, lanzó en el Líbano y la Margen Occidental la política de Egrouf Barzel, el “puño de hierro”. Y Rabin citó de nuevo el “puño de hierro” como base de su política de represión total y castigo colectivo durante el levantamiento palestino de 1987-1988 en la Margen Occidental y Gaza.
La doctrina de la pureza de sangre
Es interesante recordar también que Jabotinsky localizó”su impulso colonial en la doctrina de la pureza de sangre. Jabotinsky lo detalló en su Carta sobre la Autonomía: «Es imposible que alguien se asimile a gente que tiene una sangre distinta a la suya. Para asimilarse, tiene que cambiar su cuerpo, ha de convertirse en uno de ellos en la sangre. No puede haber asimilación. Nunca hemos de permitir cosas como el matrimonio mixto porque la preservación de la integridad nacional sólo es posible mediante la pureza racial y al efecto hemos de tener ese territorio en el que nuestro pueblo constituirá los habitantes racialmente puros.».
Jabotinsky desarrolló algo más el tema: «La fuente del sentimiento nacional... radica en la sangre de uno... en su tipo raciofísico, y sólo en eso... La perspectiva espiritual de un hombre viene determinada primariamente por su estructura física. Por eso no creemos en la asimilación espiritual. Es imposible, desde el punto de vista físico, que un judío nacido de una familia de sangre puramente judía pueda ser adoptado por la perspectiva espiritual de un alemán o de un francés. Puede ser totalmente imbuido por ese flujo alemán, pero el núcleo de su estructura espiritual será siempre judía.»
La adopción de las doctrinas chovinistas de la pureza racial y la lógica de la sangre no se redujo a Jabotinsky o a los revisionistas. El filósofo liberal Martín Buber situó también su sionismo en el marco de la doctrina racista europea: “Los niveles más profundos de nuestro ser los determina la sangre, que tiñe nuestros pensamientos más íntimos y nuestra voluntad.”¿Cómo se aplicaría esto?
RALPH SCHOENMAN
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