En la esfera económica,
lo principal en el período de transición es la socialización de
los medios de producción, el rápido desarrollo del sector
socialista y la organización, sobre esta base, de relaciones de
producción nuevas, socialistas. El primer acto de las
transformaciones en el plano económico es la nacionalización de la
gran producción capitalista. Nacionalización de la gran industria,
transportes y bancos.
En el Manifiesto del
Partido Comunista se dice: "El proletariado utiliza su
dominación política para arrancar a la burguesía, paso a paso,
todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de
producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y aumentar, lo más rápidamente
posible, el conjunto de las fuerzas productivas." La gran
burguesía, se comprende, presenta la nacionalización socialista
como un acto ilegal y como un "robo". La realidad es que se
trata de una medida absolutamente justa, que, con toda la razón,
calificó Marx como "expropiación de los expropiadores".
La gran propiedad capitalista es fruto de la expoliación más
implacable de millones de seres, de la apropiación de las tierras de
los campesinos, de la ruina de los artesanos, del bandolerismo en las
colonias y del saqueo de las cajas del Tesoro. La riqueza de los
capitalistas aumenta siempre a expensas del trabajo de la clase
obrera y de la ruina de los pequeños productores. Por eso, la
revolución socialista no hace sino restablecer la justicia cuando
convierte en patrimonio del pueblo lo que fue creado por el trabajo
del pueblo y por derecho pertenece a los trabajadores.
El fin que la
nacionalización socialista persigue al quebrantar la potencia
económica de la burguesía y poner en manos del Estado proletario
los puestos de mando dentro de la economía nacional es crear un
nuevo modo de producción. La historia ha confirmado ya que las
formas y métodos de la nacionalización pueden ofrecer diferencias
sensibles en cada país. La nacionalización socialista de los
principales medios de producción fue llevada a cabo por primera vez
por la clase obrera de Rusia. Antes de iniciar la nacionalización,
el Poder Soviético implantó el control obrero. La industria, el
comercio y las finanzas fueron colocados bajo el control de los
obreros y empleados de cada empresa. La respuesta de la burguesía a
esta medida y a otras semejantes, encaminadas a regular la economía,
fue el sabotaje y la resistencia más desesperada. Esto obligó al
Gobierno soviético a llevar adelante la nacionalización con gran
premura. En diciembre de 1917 eran nacionalizados los bancos, y
seguidamente los ferrocarriles, las comunicaciones y los barcos de
mar y de río, así como algunas empresas industriales. En junio de
1918 se anunciaba la nacionalización de las empresas grandes en
todos los sectores de la industria y de los ferrocarriles privados.
Estas medidas se llevaron a cabo mediante confiscación, sin
indemnización alguna. En las democracias populares europeas, este
mismo proceso de formación del sistema socialista en la economía
transcurrió de manera muy distinta. Los gobiernos
democrático-populares sólo nacionalizaron en un principio las
empresas pertenecientes a los criminales de guerra, a los traidores a
la patria que habían colaborado con el fascismo alemán, y también
las empresas de los monopolios capitalistas. La nacionalización de
las otras empresas vino más tarde, como respuesta a los manejos
antisocialistas de la burguesía. Características muy acusadas
presenta la nacionalización en la República Popular China. El
Gobierno popular se limitó al comienzo a nacionalizar las empresas
de la industria pesada pertenecientes a las altas capas de la
burguesía comercial intermediaria y burocrática, tomó en sus manos
los bancos más importantes y los ferrocarriles y estableció el
control sobre el comercio exterior y las operaciones con moneda
extranjera. La nacionalización no afectó, sin embargo, a capas
importantes de la burguesía nacional china, que habían colaborado
con la clase obrera durante la guerra de liberación y la revolución
popular.
En el período
subsiguiente de transformación de la propiedad capitalista, se
recurrió en gran escala a formas diversas de capitalismo de Estado,
desde la simple regulación y el control hasta la creación de
empresas mixtas estatales-privadas. Los capitalistas que toman parte
en tales empresas perciben, en calidad de indemnización, un interés
del cinco por ciento del dinero invertido (estos pagos habrán de
cesar en 1962). Cualquiera que sea el modo como se realice la
nacionalización socialista, en todo caso sólo afecta a los
intereses de una minoría muy reducida de la sociedad, a la vez que
favorece a su inmensa mayoría. El desarrollo del capitalismo, al
concentrar la propiedad de los medios de producción en manos de un
reducido grupo de gentes, prepara por sí mismo las condiciones para
que esos grandes medios de producción sean transferidos sin
conmoción alguna a su legítimo dueño, que es el pueblo.
La nacionalización
socialista no toca en modo alguno la propiedad de los pequeños
industriales, comerciantes y artesanos. Todo lo contrario, en los
primeros tiempos el Estado de la clase obrera victoriosa les presta
ayuda en forma de materias primas, créditos y pedidos, y en la
marcha de las transformaciones posteriores se preocupa de que puedan
ocupar una posición digna en la sociedad nueva. En una carta a los
comunistas georgianos escrita en marzo de 1921, inmediatamente
después de haberse establecido el Poder Soviético en Georgia, Lenin
escribía acerca de los pequeños comerciantes: "Hay que
comprender que no trae cuenta alguna nacionalizar y que incluso hay
que hacer ciertos sacrificios para mejorar su situación y darles la
posibilidad de que sigan su pequeño comercio." En los países
de capitalismo desarrollado, al procederse a la nacionalización de
las grandes empresas capitalistas, se tendrán presentes, sin duda,
los intereses de los pequeños accionistas. Esto se refiere a los
propietarios de una pequeña renta, de pólizas de seguros, etc. Por
lo tanto, la nacionalización socialista es una de las tareas
generales y obligatoriamente necesarias de la revolución, cualquiera
que sea el país donde la clase obrera haya llegado al poder. La gran
producción capitalista únicamente puede ser convertida en
socialista mediante su nacionalización por el Estado de los
trabajadores. Así se crean los cimientos del sector socialista de la
economía, del nuevo modo de producción. Apoyándose en ese sector,
la clase obrera puede iniciar la transformación de toda la vida
económica de la sociedad. Confiscación de la gran propiedad
agraria. La clase obrera, que toma el poder en alianza con otros
trabajadores, no puede limitarse a suprimir las relaciones
capitalistas; en muchos países tropieza también con supervivencias
del feudalismo.
Esto se refiere, ante
todo, a los países subdesarrollados, y muy especialmente a las
colonias y países dependientes, donde la tierra que los campesinos
cultivan pertenece en buena parte a los grandes propietarios. Mas las
supervivencias del feudalismo se conservan, en una forma u otra, en
muchos países de capitalismo desarrollado. La propia burguesía
adquiere tierra en ellos y no se atreve a apartar del camino una
barrera tan formidable para el progreso social como es el monopolio
de la gran propiedad agraria. De ahí que en todos los países donde
esa gran propiedad exista -lo mismo si es feudal que capitalista- la
confiscación de la misma sea una tarea primordial de la clase
obrera. En Rusia, donde los terratenientes fueron hasta 1917 una de
las clases dominantes, la tarea no podía ser más perentoria. Por
eso, uno de los primeros actos del poder proletario fue la
confiscación sin indemnización de sus tierras. El Decreto de la
Tierra, aprobado por el II Congreso de los Soviets de toda Rusia el
26 de octubre (8 de noviembre) de 1917, convertía todo el suelo en
patrimonio del pueblo. Esto, además de poner fin a la clase de los
terratenientes, significaba un rudo golpe para el poderío económico
de la burguesía. Al propio tiempo se robustecía la alianza de la
clase obrera con los campesinos, y las grandes masas de trabajadores
de la aldea ligaban estrechamente su suerte a la del Poder Soviético.
En Rusia quedó abolida la propiedad privada sobre toda la tierra,
circunstancia ésta que venía dictada por las condiciones históricas
concretas. Las tradiciones de la propiedad privada de la tierra eran
en Rusia más débiles que en el resto de Europa. Durante largo
tiempo en la aldea rusa había imperado la propiedad comunal, con
repartos periódicos de los lotes campesinos. En la conciencia de los
campesinos estaba arraigada la idea de que "la tierra no es de
nadie, es de Dios", y de que sus frutos habían de pertenecer a
quien la trabajaba. Por eso la mayoría de los campesinos apoyó la
reivindicación de suprimir la propiedad privada sobre la tierra. La
situación era distinta en las democracias populares europeas. La
propiedad privada de la tierra tenía allí unas tradiciones muy
arraigadas y los campesinos miraban con recelo la consigna de la
nacionalización. Esta medida no habría hecho más que dificultar
las relaciones entre la clase obrera y los campesinos. Por eso el
Estado popular se limitó a nacionalizar únicamente las grandes
propiedades.
La mayor parte de la
tierra confiscada se entregó a los braceros, a los campesinos
pobres, y, en ocasiones, a los campesinos medios, a precios muy
asequibles que habían de satisfacer a plazos, en el transcurso de
diez a veinte años, aunque fue mucha la que se cedió a título
gratuito. La tierra pasaba a ser propiedad personal, mas con ciertas
limitaciones: prohibíase la venta de la misma, salvo casos
excepcionales, la entrega en arriendo, el reparto y la donación, es
decir, todo cuanto puede servir para convertir la tierra en medio de
explotación y de lucro especulativo. Los lotes se calculaban de tal
forma que pudiesen ser cultivados directamente por el dueño y su
familia. De ordinario se trataba de campos que no sobrepasaban de
cinco Ha, y sólo en algunos casos llegaban a 10 y 15 Ha. La
confiscación de la propiedad de los grandes terratenientes, tanto en
Rusia como en las democracias populares, tuvo importancia inmensa en
cuanto a la consolidación política del nuevo poder. La historia nos
dice que la gran propiedad agraria ha sido siempre un apoyo de la
reacción y que los terratenientes son el espinazo de las
contrarrevoluciones. La confiscación de la gran propiedad agraria no
es de por sí una medida socialista, por cuanto no afecta a las bases
de las relaciones capitalistas. En bastantes países esta
confiscación se llevó ya a cabo en el curso de las revoluciones
burguesas de los siglos XVIII y XIX, y la única consecuencia fue la
de propiciar un desarrollo más rápido del capitalismo en la
agricultura. Pero cuando en el poder se encuentran los trabajadores,
la confiscación de la gran propiedad del suelo se convierte en una
importante premisa de las posteriores transformaciones socialistas.
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