El problema cardinal de
toda revolución es el problema del poder. El problema de las
revoluciones burguesas del pasado era la transmisión del poder,
detentado por los señores feudales, a la burguesía, que entonces
era una clase en ascenso. La tarea de la revolución proletaria
consiste en privar del poder a la burguesía reaccionaria y a sus
mandatarios políticos y entregarlo a la clase obrera y sus aliados.
Esta revolución priva a las clases explotadoras de su dominación
política y destruye las bases de su poderío económico; significa
el paso a un nuevo período histórico: el de transición del
capitalismo al socialismo. El hecho de que la revolución socialista
se plantee en todos los países y en todas las condiciones un mismo
fin no significa que siempre haya de llevarse a cabo con arreglo a
unas mismas formas. No. El imperio de la burguesía reaccionaria
puede ser suprimido de diversos modos. El marxismo-leninismo rechaza
los modos y formas de conquista del poder político dados de una vez
para siempre y aplicables en todos los tiempos y pueblos. Esos modos
y formas cambian en consonancia con las condiciones generales de la
época, con la situación concreta de cada país y con sus
características nacionales, con la virulencia de la situación
revolucionaria, la correlación de las fuerzas de clase y el grado de
organización de la clase obrera y de sus adversarios. Cada partido
de la clase obrera, cuando orienta a las masas hacia la revolución
proletaria, ha de determinar, ante todo, el carácter -pacífico o no
pacífico- de la misma. Esto depende, ante todo, de las condiciones
objetivas: de la situación dentro del propio país, sin excluir el
nivel de desarrollo de la lucha de clases, la tensión a que ésta ha
llegado y la fuerza de resistencia de las clases dominantes, y
también de la situación internacional. Hay que tener presente que
en toda revolución no depende sólo de uno de los bandos la elección
de las formas de lucha. En la revolución socialista, no depende
únicamente de la clase obrera, que se lanza al asalto del
capitalismo, sino también de la burguesía y de quienes están a
sueldo de ella para defender las resquebrajadas murallas del régimen
de explotación.
La clase obrera no tiene
especial interés en resolver los problemas sociales por la
violencia. Lenin señaló siempre que "la clase obrera
preferiría,como es lógico, tomar pacíficamente el poder... "
La burguesía no quiere tenerlo para nada en cuenta y, si puede,
impone a los obreros revolucionarios los métodos y formas de lucha
más violentos. Posibilidad de resolver el problema del poder por vía
no pacífica. Las enseñanzas de la historia nos dicen que las clases
dominantes no se retiran nunca voluntariamente de la palestra social
y no entregan el poder por sí mismas. Apoyándose en toda la
maquinaria de su Estado, aplastan por la fuerza la más pequeña
acción revolucionaria y cualquier intento de desposeerlas de sus
privilegios de clase. A eso se debe que, desde tiempos antiguos, la
forma clásica de la revolución política sea la insurrección
armada de la clase revolucionaria contra las viejas clases que se
encuentran en el poder. Por lo demás, nadie sabe esto mejor que la
propia burguesía, cuyos representantes se atreven ahora a acusar a
los obreros revolucionarios de sentir "inclinación" por la
violencia. En el período en que la burguesía aspiraba al poder, no
tenía inconveniente alguno en recurrir a las armas contra los
enemigos de clase que trataban de cerrarle el camino. Más aún, en
aquel tiempo la burguesía mostraba la suficiente decisión histórica
como para proclamar abiertamente el derecho de las masas a la
violencia en la lucha por el triunfo de un régimen social nuevo y
más progresivo. Un documento tan importante de la revolución
norteamericana, burguesa, como la Declaración de Independencia
(1776) sostiene sin rodeos no sólo el derecho, sino hasta el deber
de cada ciudadano de cambiar e incluso de destruir la vieja forma de
gobierno cuando ésta va contra los intereses del pueblo. La
burguesía no llegó al "principio" de negar la violencia
dirigida contra su poder "legítimo" más que cuando su
propia dominación, degenerada en dictadura de una reducida
oligarquía financiera, cuando su forma de gobierno, caduca y que ha
dejado de estar al servicio de los intereses sociales, se ha visto
amenazada de muerte. Los enemigos del socialismo llevan muchos años
tratando de desfigurar la posición del marxismo-leninismo en cuanto
a la insurrección armada y al lugar que ésta ocupa en la revolución
socialista. No cesan los viejos intentos de presentar a los
comunistas como conspiradores que, a espaldas de las masas, tratan de
adueñarse del poder. Tales afirmaciones no contienen ni un ápice de
verdad.
Cuando Lenin exponía la
posición del marxismo hacia la insurrección armada, siempre subrayó
la gravedad y responsabilidad que encierra esta forma de lucha,
poniendo en guardia a los obreros contra todo aventurerismo, contra
el juego a la conspiración para "apoderarse" del poder.
Siempre concibió la insurrección como una vasta acción de las
masas trabajadoras dirigidas por la parte consciente de la clase
obrera. Cinco meses antes de la Revolución de Octubre, en mayo de
1917, decía: "Nosotros no queremos «apoderarnos» del poder,
puesto que toda la experiencia revolucionaria enseña que únicamente
es estable el poder que se apoya en la mayoría de la población."
Ese poder estable y firme es el que se creó como fruto de la
revolución socialista de octubre de 1917 en Rusia. En los trabajos
de Lenin podemos encontrar un análisis completo de la "forma
especial de la lucha política" que, según él, es la
insurrección armada. Lenin daba los consejos siguientes a los
revolucionarios: "1) No jugar nunca con la insurrección, y si
se comienza, hay que saber firmemente que es preciso ir hasta el fin.
"2) Es necesario reunir una gran superioridad de fuerzas en el
lugar decisivo y en el momento decisivo, pues de otra manera el
enemigo, mejor preparado y organizado, destruirá a los insurrectos.
"3) Una vez la insurrección ha sido empezada, hay que obrar con
la mayor decisión y obligatoriamente, forzosamente, pasar a la
ofensiva. «La defensa es la muerte de la insurrección armada.» "4)
Hay que tratar de coger de sorpresa al enemigo, aprovechar el momento
en que sus tropas se hallan dispersas.
"5) Hay que
conseguir éxitos, aunque sean pequeños, diariamente (podríamos
decir que cada hora si se trata de una sola ciudad), manteniendo la
«superioridad moral» a toda costa." La acertada aplicación de
estas indicaciones de Lenin fue una de las condiciones que aseguraron
el éxito de la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, que fue
casi la más incruenta de cuantas revoluciones registra la historia.
En el asalto del Palacio de Invierno, que significaba la caída del
gobierno provisional y el paso del poder a los Soviets, no pasaron de
unas decenas los muertos por ambas partes. Nadie afirma, se
comprende, que la revolución proletaria ha de ostentar forzosamente
en otros países el mismo carácter que en Rusia. Explicando el
cruento carácter que los combates revolucionarios tomaron
posteriormente en Rusia, Lenin señalaba dos circunstancias.
Primeramente, los
explotadores habían sido derrotados sólo en un país;
inmediatamente después del golpe revolucionario poseían aún una
serie de ventajas frente a la clase obrera, y por eso ofrecieron una
larga y desesperada resistencia, sin perder hasta el último momento
sus esperanzas en la restauración.
En segundo lugar, la
revolución era fruto "de la gran matanza imperialista", se
había producido en unas condiciones de inusitado incremento del
militarismo. Una revolución así no podía seguir adelante "sin
complots y atentados contrarrevolucionarios de decenas y cientos de
miles de oficiales que pertenecían a la clase de los terratenientes
y capitalistas... " Y esto no podía por menos de provocar
medidas de respuesta del pueblo que había empuñado las armas. Otros
países, indicaba Lenin, irán al socialismo por una vía más fácil.
Posibilidades de la revolución por vía pacífica. Es, sin duda,
preferible el paso al socialismo por vía pacífica. Ello permite
conseguir la transformación completa de la vida social con el mínimo
de víctimas entre los trabajadores y con un mínimo de destrucciones
de las fuerzas productivas de la sociedad y de interrupción del
proceso de producción. La clase obrera toma en este caso de las
manos de los monopolios capitalistas el aparato de producción casi
intacto y, una vez realizada la reorganización necesaria, lo pone en
marcha para, en un plazo corto, hacer que todas las capas de la
población vean las ventajas que el nuevo modo de producción y
distribución ha traído consigo. La toma pacífica del poder
responde más que ninguna otra a todo el modo de pensar de la clase
obrera. Sus grandes ideales humanos se oponen al empleo de la
violencia por la violencia, tanto más que la fuerza de la verdad
histórica, de que ella es portavoz, es tal que puede contar
perfectamente con el apoyo de la inmensa mayoría de la población.
Todo el problema estriba, pues, no en si los marxistas y los obreros
revolucionarios quieren o dejan de querer la revolución pacífica,
sino en si existen para ello premisas objetivas.
Marx y Lenin estimaban
que, en determinadas condiciones, tales premisas pueden darse. Por
ejemplo, en los años 70 del siglo pasado Marx admitía esa
posibilidad para Inglaterra y Norteamérica. Tenían presente que en
aquellos años -los del máximo esplendor del capitalismo
premonopolista- esos dos países tenían menos ejército y burocracia
que cualquiera otro; por consiguiente, la revolución podía no
provocar un intenso empleo de la violencia de parte de la burguesía,
por lo que tampoco serían necesarias las acciones de respuesta del
proletariado. La clase obrera predominaba ya entre la población
inglesa y se distinguía por su gran organización y por una cultura
relativamente elevada, mientras que la burguesía mostraba siempre la
tendencia a resolver las cuestiones litigiosas por vía de
compromiso. En estas condiciones, Marx consideraba posible el triunfo
pacífico del socialismo; por ejemplo,adquiriendo los obreros los
medios de producción que la burguesía detentaba.
Lenin escribió
posteriormente acerca de esto: "Marx no se ataba las manos -ni
se las ataba a los futuros líderes de la revolución socialista-
acerca de las formas, procedimientos y modos de la revolución, pues
comprendía perfectamente el cúmulo de problemas nuevos que entonces
se presentarán, cómo cambiará toda la situación en el curso de la
acción revolucionaria, con qué frecuencia e intensidad cambiará
todo en la marcha de la revolución." Los auténticos marxistas
se han distinguido siempre por la flexibilidad con que emplearon las
distintas formas de la revolución. Los marxistas-leninistas rusos se
preparaban para la insurrección armada, pero sin dejar escapar por
ello la más pequeña posibilidad de conseguir la transformación
política por medios pacíficos. Cuando en el transcurso de la
revolución rusa, de abril a junio de 1917, se esbozó la perspectiva
del paso pacífico a la etapa socialista de la revolución, Lenin
propuso utilizarla sin dilación alguna. En el primer tiempo que
siguió a la revolución de febrero, no había otro país más libre
que Rusia: el pueblo había conquistado unos derechos como no
existían en los Estados más democráticos. De ahí que en sus
famosas Tesis de Abril plantease Lenin la consigna de la revolución
pacífica. Sólo después de los acontecimientos de julio de 1917,
cuando el Gobierno provisional hizo ametrallar en las calles de
Petrogrado una manifestación de obreros y soldados, se retiró esa
consigna. A la violencia del poder burgués había que responder con
la insurrección armada. Los bolcheviques no tuvieron la culpa de que
en Rusia no fuera posible el paso pacífico a la etapa socialista de
la revolución. Después de ser establecido el poder de los Soviets,
como todos sabemos, los obreros y los campesinos hubieron de derramar
abundantemente su sangre en los frentes de la guerra civil. Los
bolcheviques hicieron cuanto estaba a su alcance para evitar esa
guerra. Lenin, en nombre del poder soviético, propuso un acuerdo con
los capitalistas rusos y extranjeros, a los que se otorgarían
concesiones, creando empresas capitalistas de Estado. Pero los
capitalistas no aceptaron la propuesta y, con el apoyo del
imperialismo internacional, desencadenaron en el país una sangrienta
lucha intestina.
En el período
comprendido entre las dos guerras mundiales la burguesía
reaccionaria de muchos países de Europa, que ampliaba y
perfeccionaba sin cesar su maquinaria policíaca-burocrática,
persiguió con saña los movimientos de masas de los trabajadores,
cerrando el camino para la vía pacífica de la revolución
socialista. La posibilidad de que ésta pueda desarrollarse así se
ha esbozado únicamente en los últimos años, a consecuencia de los
grandes cambios históricos producidos después de la segunda guerra
mundial. Estos cambios, que imponen su huella en la vida de todos los
pueblos y clases de la sociedad, así como la experiencia de la lucha
de los Partidos hermanos. Esto se ha visto luego confirmado en la
Declaración de la Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros,
pasando a convertirse en patrimonio de todo el movimiento comunista
mundial. La vía pacífica de la revolución se ha hecho posible en
virtud de la aparición de una serie de factores nuevos.
Primeramente, ha cambiado la correlación de fuerzas entre el
capitalismo y el comunismo en escala mundial. Los imperialistas no
son ya dueños y señores absolutos del mundo. Frente a ellos tienen
al poderoso campo de los Estados socialistas, al robustecido
movimiento obrero internacional y a las fuerzas democráticas de todo
el mundo. Esto significa que la revolución cuenta con una situación
exterior más propicia. En segundo lugar, crece sin cesar la fuerza
de atracción de las ideas del socialismo y en todo el mundo aumenta
rápidamente el número de sus partidarios. Cuanto mayores son los
éxitos que los países socialistas consiguen en el campo de la
economía, la cultura y la democracia socialista, tanto más
vigorosamente se acercan al socialismo los trabajadores de los países
capitalistas y de las colonias, tanto más amplio es el frente de las
fuerzas que aspiran a pasar al nuevo régimen social. En tercero,
después de la guerra ha adquirido realidad en muchos países
capitalistas la perspectiva de que la mayoría de la población se
agrupe alrededor de la bandera antimonopolista y democrática, con lo
que se conseguirá una superioridad decisiva de fuerzas sobre los
grupos dirigentes de la burguesía. Así, pues, la revolución
pacífica se ha hecho posible no porque las clases dirigentes hayan
cambiado de naturaleza y se muestren inclinadas a renunciar
voluntariamente a su poder. No; es posible porque en bastantes países
se puede llegar a conseguir una superioridad tal sobre la reacción,
que las clases afectadas, comprendiendo la inutilidad de la
resistencia, no tengan otro recurso que capitular ante el pueblo
revolucionario. Por consiguiente, también en este caso la suerte de
la revolución viene determinada por la correlación real de fuerzas.
El hecho de que los
marxistas-leninistas acepten la posibilidad de la revolución
pacífica no quiere decir en modo alguno que se hayan pasado a las
posiciones del reformismo. Los reformistas propugnan la vía pacífica
porque niegan en general la lucha de clases y la revolución. Según
los socialdemócratas de derecha, la sociedad de "justicia
social" no es producto de las acciones revolucionarias de los
trabajadores, sino que viene como consecuencia de la evolución
elemental de la propia sociedad capitalista. Los marxistas-leninistas
niegan que eso sea así: no lo confirman ni la ciencia de la sociedad
ni la experiencia de la vida. Saben que toda revolución -pacífica o
no pacífica- es resultado de la lucha de clases. Y tanto más la
revolución socialista -pacífica o no pacífica-, que siempre es
revolución, pues viene a resolver el problema del paso del poder que
detentaban las clases reaccionarias a las manos del pueblo. Además,
los reformistas ven la vía pacífica como el único camino que
conduce al socialismo. Los marxistas-leninistas, aun señalando la
posibilidad de una revolución pacífica, ven algo más: ven como
algo inevitable, en una serie de casos, una gran agudización de la
lucha de clases. Donde el aparato policíaco-militar de la burguesía
reaccionaria es fuerte, la clase obrera tropezará con una
desesperada resistencia. No hay duda de que el derrocamiento de la
dictadura burguesa por la lucha armada de las clases será inevitable
en algunos países capitalistas. Lenin advertía ya que la reacción
puede lanzarse a probar todas sus posibilidades en una batalla última
y definitiva. No tenerlo presente y no prepararse a darle respuesta
firme sería el mayor de los errores.
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