El 12 de septiembre de 1913 en el núm. 2 de Pravda Trudá.
A diferencia de los anarquistas, los
marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de
la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo
como estaba, en manos de la clase dominante. Pero, a la vez, los
marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, los
cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la
actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una
manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que
seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras
aisladas, mientras subsista el dominio del capital.
Cuando la burguesía liberal concede
reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a
la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para dividirlos en
grupos, para eternizar la esclavitud asalariada de los trabajadores.
Por eso el reformismo, incluso cuando es totalmente sincero, se
transforma de hecho en un instrumento de la burguesía para corromper
a los obreros y reducirlos a la impotencia. La experiencia de todos
los países muestra que los obreros han salido burlados siempre que
se han confiado a los reformistas.
Por el contrario, si los obreros han
asimilado la doctrina de Marx, es decir, si han comprendido que es
inevitable la esclavitud asalariada mientras subsista el dominio del
capital, no se dejarán engañar por ninguna reforma burguesa.
Comprendiendo que, al mantenerse el capitalismo, las reformas no
pueden ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por obtener
mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, más tesonera, contra
la escalvitud asalariada. Los reformistas pretenden dividir y engañar
con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha
de clase. Los obreros, que han comprendido la falsedad del
reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y ampliar su lucha
de clase.
Cuanto mayor es la influencia de los
reformistas en los obreros, tanto menos fuerza tiene éstos, tanto
más dependen de la burguesía y tanto más fácil le es a esta
última anular con diversas artimañas el efecto de las reformas.
Cuanto más independiente y profundo es el movimiento obrero, cuanto
más amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de la
estrechez del reformismo y con más facilidad consiguen los obreros
afianzar y utilizar ciertas mejoras.
Reformistas hay en todos los países,
pues la burguesía trata por doquier de corromper de uno u otro modo
a los obreros y hacer de ellos esclavos satisfechos que no piensen en
destruir la escalvitud. En Rusia, los reformistas son los
liquidadores, que renuncian a nuestro pasado para adormecer a los
obreros con ilusiones en un partido nuevo, abierto y legal. No hace
mucho, obligados por Siévernaya Pravda, los liquidadores de San
Petersburgo comenzaron a defenderse de la acusación de reformismo.
Es preciso detenerse a examinar con atención sus razonamientos para
dejar bien clara uba cuestión de extraordinaria importancia.
No somos reformistas -escribían los
liquidadores pequeñosburgueses-, porque no hemos dicho que las reformas
lo sean todo y que el objetivo final no sea nada; hemos dicho:
movimiento hacia el objetivo final; hemos dicho: a través de la
lucha por las reformas, hacia la realización plena de las tareas
planteadas.
Veamos si esta defensa corresponde a la
verdad.
Hecho primero. Resumiendo las
afirmaciones de todos los liquidadores, el liquidador Sedov ha
escrito que dos de “las tres ballenas” presentadas por los
marxistas no sirven hoy para la agitación. Ha dejado la jornada de
ocho horas, que, teóricamente, es factible como reforma. Ha
suprimido o relegado precisamente lo que no cabe en el marco de las
reformas. Por consiguiente, ha incurrido en el oportunismo más
palmario, preconizando ni más ni menos que la política expresada
por la fórmula de que el objetivo final no es nada. Eso es
justamente reformismo, ya que el “objetivo final” (aunque sólo
sea con relación a la democracia) se aparta bien lejos de la
agitación.
Hecho segundo. La decantada conferencia
de agosto (del año pasado) de los liquidadores también pospone
-reservándolas para un caso especial- las reivindicaciones no
reformistas, en vez de sacarlas a primer plano y colocarlas en el
centro mismo de la agitación.
Hecho tercero. Al negar y rebajar “lo
viejo”, queriéndose desentender de ello, los liquidadores se
limitan al reformismo. En las actuales circunstancias es evidente la
conexión entre el reformismo y la renuncia a “lo viejo”.
Hecho cuarto. El movimiento económico
de los obreros provoca la ira y las alharacas de los liquidadores
(“pierden los estribos”, “no hacen más que amagar”, etc.,
etc.), toda vez que se vincula con consignas que van más allá del
reformismo.
¿Qué vemos en definitiva? De palabra,
los liquidadores rechazan el reformismo como tal, pero de hecho lo
aplican en toda la línea. Por una parte nos aseguran que para ellos
las reformas no son todo, ni mucho menos; mas, por otra, siempre que
los marxistas van en la práctica más allá del reformismo, se ganan
las invectivas o el menosprecio de los liquidadores.
Por cierto, lo que ocurre en todos los
terrenos del movimento obrero nos muestra que los marxistas, lejos de
quedarse a la zaga, van muy por delante en lo que se refiere a la
utilización práctica de las reformas y a la lucha por las reformas.
Tomemos las elecciones a la Duma por la curia obrera: los discursos
pronunciados por los diputados dentro y fuera de la Duma, la
organización de periódicos obreros, el aprovechamiento de la
reforma de los seguros, el sindicato metalúrgico, uno de los más
importantes, etc., y veremos por doquier un predominio de los obreros
marxistas sobre los liquidadores en la esfera de la labor directa,
inmediata y “diaria” de agitación, organización y lucha por las
reformas y su aprovechamiento.
Los marxistas realizan una labor
constante sin perder una sola “posibilidad” de conseguir reformas
y utilizarlas, sin censurar, antes bien apoyando y desarrollando con
solicitud cualquier actividad que vaya más allá del reformismo
tanto en la propaganda como en la agitación, en las acciones
económicas de masas, etc. Mientras tanto, los liquidadores, que han
abandonado el marxismo, no hacen con sus ataques a la existencia
misma de un marxismo monolítico, con su destrucción de la
disciplina marxista y con su prédica del reformismo y de la política
obrera liberal más que desorganizar el movimiento obrero.
Tampoco se debe olvidar que el
reformismo se manifiesta en Rusia de una forma peculiar, a saber: en
la equiparación de las condiciones fundamentales de la situación
política de la Rusia actual y de la Europa actual. Desde el punto de
vista de un liberal, esta equiparación es legítima, pues el liberal
cree y confiesa que, “gracias a Dios, tenemos Constitución”. El
liberal expresa los intereses de lo burguesía cuando defiende la
idea de que, después del 17 de octubre, toda acción de la
democracia que vaya más allá del reformismo es una locura, un
crimen, un pecado, etc.
Pero precisamente estas ideas burguesas
son las que ponen en práctica nuestros liquidadores, que
“trasplantan” sin cesar y con regularidad (en el papel) a Rusia
tanto el “partido a la vista de todos” como la “lucha por la
legalidad”, etc. Con otras palabras, los liquidadores preconizan, a
semejanza de los liberales, el trasplante de una Constitución
europea a Rusia sin reparar en el camino peculiar que condujo en
Occidente a la proclamación y afianzamiento de las constituciones
durante varias generaciones y, a veces, incluso siglos. Los
liquidadores y los liberales quieren, como suele decirse, pescar
truchas a bragas enjutas.
En Europa, el reformismo significa en
la práctica renuncia al marxismo y sustitución de esta doctrina por
la “política social” burguesa. En nuestro país, el reformismo
de los liquidadores implica, además de eso, desmoronamiento de la
organización marxista, renuncia a las tareas democráticas de la
clase obrera y sustitución de éstas con una política obrera
liberal.
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