LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

viernes, 11 de octubre de 2013

La táctica reformista y la táctica revolucionaria.

J. V. Stalin

¿En que se distingue la táctica revolucionaria de la táctica reformista?

Algunos creen que el leninismo está, en general, en contra de las reformas, de los compromisos y de los acuerdos. Eso es completamente falso. Los bolcheviques saben tan bien como cualquiera que, en cierto sentido, «del lobo, un pelo»; es decir, que en ciertas condiciones las reformas, en general, y los compromisosy acuerdos en particular, son necesarios y útiles.
«Hacer la guerra -dice Lenin- para derrocar a la burguesía internacional, una guerra cien veces más difícil,prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a explotar los antagonismos de intereses (aunque sólo sean temporales) que dividen a nuestros enemigos, renunciar a acuerdos y compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿ no es, acaso, algo indeciblemente ridículo? ¿No viene a ser eso como si, en la difícil ascensión a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto la planta todavía, se renunciase de antemano a hacer a veces zigzags, a desandar a veces lo andado, a abandonar la dirección elegida al principio para probar otras direcciones?» No se trata, evidentemente, de las reformas o de los compromisos y acuerdos en sí, sino del uso que se hace de ellos.
Para el reformista, las reformas son todo, y la labor revolucionaría cosa sin importancia, de la que se puede hablar para echar tierra a los ojos. Por eso, con la táctica reformista, bajo el Poder burgués, las reformas se convierten inevitablemente en instrumento de consolidación de este Poder, en instrumento de descomposición de la revolución.
Para el revolucionario, en cambio, lo principal es la labor revolucionaria, y no las reformas; para él, las
reformas son un producto accesorio de la revolución. Por eso, con la táctica revolucionaria, bajo el Poder burgués, las reformas se convierten, naturalmente, en un instrumento para descomponer este Poder, en un instrumento para vigorizar la revolución, en un punto de apoyo para seguir desarrollando el movimiento revolucionario.
El revolucionario acepta las reformas para utilizarlas como una ayuda para combinar la labor legal con la clandestina, para aprovecharlas como una pantalla que permita intensificar la labor clandestina de preparación revolucionaria de las masas con vistas a derrocar a la burguesía.
En eso consiste la esencia de la utilización revolucionaria de las reformas y los acuerdos en las condiciones del imperialismo.

El reformista, por el contrario, acepta las reformas para renunciar a toda labor clandestina, para minar la preparación de las masas con vistas a la revolución y echarse a dormir a la sombra de las reformas «otorgadas» desde arriba.
En eso consiste la esencia de la táctica reformista.
Así está planteada la cuestión de las reformas y los acuerdos bajo el imperialismo.
Sin embargo, una vez derrocado el imperialismo, bajo la dictadura del proletariado, la cosa cambia un tanto. En ciertas condiciones, en cierta situación, el Poder proletario puede verse obligado a apartarse temporalmente del camino de la reconstrucción revolucionaria del orden de cosas existente, para seguir el camino de su transformación gradual, «el camino reformista», como dice Lenin en su conocido artículo «Acerca de la significación del oro», el camino de los rodeos, el camino de las reformas y las concesiones a las clases no proletarias, a fin de descomponer a estas clases, dar una tregua a la revolución, acumular fuerzas y preparar las condiciones para una nueva ofensiva. No se puede negar que, en cierto sentido, este camino es un camino «reformista». Ahora bien, hay que tener presente que aquí se da una particularidad fundamental, y es que, en este caso, la reforma parte del Poder proletario, lo consolida, le da la tregua necesaria y no está llamada a descomponer a la revolución, sino a las clases no proletarias.
En estas condiciones, las reformas se convierten, como vemos, en su antítesis.
Si el Poder proletario puede llevar acabo esta política, es, exclusivamente, porque en el período anterior la revolución ha sido lo suficientemente amplia y ha avanzado, por tanto, lo bastante para tener a dónde retirarse, sustituyendo la táctica de la ofensiva por la del repliegue temporal, por la táctica de los movimientos de flanco.
Así, pues, si antes, bajo el Poder burgués, las reformas eran un producto accesorio de la revolución, ahora bajo la dictadura del proletariado las reformas tienen por origen las conquistas revolucionarias del proletariado, las reservas acumuladas en manos del proletariado y compuestas por dichas conquistas.
«Sólo el marxismo -dice Lenin- ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas y la revolución si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto, a saber; en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del proletariado, aunque sea en un solo país. En tales condiciones, la base de una relación acertada era ésta: las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de clase del proletariado...

Después del triunfo del proletariado, aunque sólo sea en un país, aparece algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio, el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía al de la política del marxismo... Después del triunfo, ellas (es decir, las reformas. ) (aunque en escala internacional sigan siendo el mismo «producto accesorio») constituyen además, para el país en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición. El triunfo proporciona tal «reserva de fuerzas», que hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como del moral, aún en el caso de una retirada forzosa»

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