En muchos países el capitalismo deja en herencia a la nueva formación el atraso cultural y económico de algunos pueblos y una vieja enemistad nacional. Por eso, la tarea primordial de la clase obrera triunfante, en cuanto se refiere a las nacionalidades, es la de acabar con toda opresión o desigualdad nacional, la liberación completa y definitiva de todas las naciones y grupos étnicos. V. I. Lenin subrayaba que "de la misma manera que la humanidad sólo puede acabar con las clases a través del período de transición de dictadura de la clase oprimida, a la inevitable fusión de las naciones únicamente puede llegar a través de un período de transición, de emancipación completa de todas las naciones oprimidas, es decir, de su libertad de separarse de las otras".La emancipación de las naciones oprimidas y su equiparación en derechos con las restantes comienza inmediatamente después de la revolución socialista. La tesis principal que en cuanto al problema de las nacionalidades figura en los programas de los Partidos Comunistas es la concesión a todas las naciones del derecho a la autodeterminación, hasta llegar a la separación y a la formación de un Estado independiente. El reconocimiento de este derecho no significa, sin embargo, que se invite, y mucho menos que se empuje, a cada nación a separarse y romper los lazos políticos con la nación unida a la cual formaba antes un Estado único. Semejante interpretación del derecho a la autodeterminación haría sólo el juego al capital internacional, interesado como está en hundir su cuña entre las naciones de los países socialistas para luego entendérselas con cada una por separado. Mas no se trata solamente de esto. Los propios intereses del desarrollo de las fuerzas productivas imponen la necesidad de que las naciones socialistas estrechen sus lazos. Por eso, las tendencias separatistas pueden perjudicar sensiblemente a la causa del socialismo. Los Partidos Comunistas tienen siempre presente el peligro de dichas tendencias cuando determinan su posición ante el problema de si una nación, en el momento dado, ha de ejercer o no su derecho a la separación. Son, sin embargo, las propias naciones antes oprimidas las que han de decidir por sí mismas acerca de la conveniencia de la separación. Únicamente la emancipación completa y hasta el fin puede hacerles olvidar los viejos agravios y humillaciones y marcar un viraje absoluto en sus relaciones con la otra nación. De ahí que los comunistas den tanta importancia al principio de la libre determinación. A la vez que acaba con todos los tipos y formas de la opresión nacional, que reconoce a cada pueblo el derecho a tener su Estado, a emplear su lengua nacional y a cultivar su cultura y sus tradiciones nacionales, el régimen socialista afirma el verdadero internacionalismo, que niega y rechaza cualquiera manifestación de superioridad de una nación sobre otra.
La liberación de las naciones no significa sólo acabar simplemente con la opresión y con la desigualdad jurídica en que se encontraban. El imperialismo deja al nuevo régimen social el grave problema del atraso económico y cultural de los pueblos oprimidos. "Por eso -indicaba Lenin-, el internacionalismo de la nación opresora o «grande»... no ha de consistir solamente en observar la igualdad formal de las naciones, sino en una desigualdad por la que la nación opresora o grande compense la desigualdad a que prácticamente se ha llegado en la vida. Quien no comprende esto, no ha comprendido la posición realmente proletaria hacia el problema nacional; mantiene en esencia el punto de vista pequeñoburgués, hacia el que no puede por menos de deslizarse a cada instante."Por esta razón, los marxistas-leninistas piensan que el régimen socialista está obligado no ya a conceder a los pueblos antes oprimidos el derecho al libre desarrollo, sino también a crear las condiciones reales para que así suceda, ayudándoles a superar el atraso en que se encuentran. La economía de las repúblicas nacionales de la Unión Soviética, antes muy débil, gracias a la ayuda de las naciones socialistas avanzadas, y en primer término del pueblo ruso, crece con una media más elevada que la de la Unión en su conjunto. Así, mientras que la producción global de la industria de la U.R.S.S. en 1958 era 36 veces mayor que en 1913, en la R.S.S. de Kazajia ha crecido 44 veces, en Kirguisia 50 y en Armenia 55 veces. La política de industrialización acelerada se lleva a cabo también en las democracias populares, y ejemplo de ello es la industrialización de Eslovaquia. La distribución más regular de las fuerzas productivas, sin perder de vista las condiciones de lugar, y la intensa capacitación de especialistas contribuyen al rápido incremento de los cuadros nacionales y ayudan a superar el atraso cultural. Cualquier república soviética puede servirnos de ejemplo. Así, antes de la Revolución, en Turkmenia había solamente 58 escuelas, con una matrícula de 6.780 niños, todos ellos hijos de padres ricos, sacerdotes y funcionarios. La república dispone ahora de 1.200 escuelas en las que estudian 225.000 niños, de Universidad, de un Instituto de Medicina y otro de Agricultura y de tres Institutos de Pedagogía, así como de 32 establecimientos de enseñanza especial media. Se publican 65 periódicos y 13 revistas, la mayoría en turkmeno. Lo mismo podríamos decir de las demás naciones antes atrasadas de la U.R.S.S. y de las democracias populares.
La supresión de la opresión nacional y los éxitos económicos y culturales hacen que se conviertan en naciones muchos grupos étnicos que antes no podían alcanzar este nivel por su atraso económico, la división administrativa y otras causas. Por otra parte,ha cambiado por completo la fisonomía de las naciones formadas ya en la época burguesa. La nación burguesa, en la que la base económica es la propiedad privada capitalista y donde la burguesía tiene la preponderancia, se caracteriza por el antagonismo interno de clases. En su cultura nacional hay de hecho dos culturas en pugna: la democrática, de las masas populares, y la reaccionaria, que pertenece a los estratos explotadores de la sociedad. Una concepción típica de la nación burguesa, impuesta por las altas esferas de los explotadores, es el nacionalismo, que encuentra su base en la contradicción de intereses de la nación propia y de los pueblos restantes. El nacionalismo burgués adopta a menudo formas fanáticas de enemistad nacional y racial, que los explotadores cultivan con gran empeño. Así ocurría en la Rusia zarista. Las manifestaciones más infames del racismo eran en Alemania parte consustancial de la ideología y la política de los hitlerianos, autores de feroces persecuciones contra los judíos, los eslavos y todos los "no arios". En los Estados Unidos se halla muy extendida la discriminación racial de los negros. Fenómenos tan vergonzosos son profundamente extraños a las naciones socialistas, en las que la base de la vida económica es la propiedad social y los obreros son la clase dirigente. La nación socialista no conoce los antagonismos de clase, por lo cual es extraordinariamente homogénea. Aparece por primera vez una cultura nacional única, que expresa con la mayor plenitud el pensar y el sentir de las masas trabajadoras y las peculiaridades de su desarrollo histórico. Y como el régimen socialista determina toda la vida del pueblo, es lógico que la cultura nacional presente un contenido socialista. La cultura de todas las naciones socialistas, revestida como está de las mejores y más variadas formas nacionales, es al propio tiempo internacional, una y única por las ideas que la inspiran. Esto vigoriza las relaciones de estrecha amistad y de ayuda mutua entre los pueblos, a las que se llega en el proceso del trabajo común para edificar la sociedad nueva. La concepción típica de las naciones socialistas es el internacionalismo socialista. Ha de comprenderse que esta concepción y estas nuevas relaciones internacionalistas no se afirman por sí mismas, sino que son consecuencia de un paciente trabajo que permite superar las supervivencias del nacionalismo. Tales supervivencias son muy pertinaces, y si se interrumpe el trabajo político contra ellas, no tardan en brotar de nuevo. Por eso, los partidos marxistas-leninistas ponen tanto empeño en combatir cualquier deformación en las relaciones nacionales. La expansión de las naciones socialistas no se contradice en absoluto con la tarea de su ulterior aproximación; antes bien, la facilita.
Con el socialismo no desaparece, sino que cobra más vigor la tendencia, que apunta ya bajo el capitalismo, a romper los tabiques nacionales, a consolidar las relaciones entre una nación y otra, a aproximar las naciones en el sentido económico, político y cultural. Pero en las nuevas condiciones, ello no se realiza mediante la esclavización de unos pueblos por otros, sino por la aproximación voluntaria de naciones iguales en derechos. Esto no se refiere únicamente al desarrollo económico. Simultáneamente se opera un proceso de enriquecimiento mutuo de las culturas nacionales por el que se reducen las distancias que antes las separaban. El socialismo proporciona a los caracteres de la nación un nuevo contenido y nuevos rasgos, con lo que se hace más íntima su comunidad en la vida económica, política, ideológica y cultural.
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