LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

lunes, 5 de diciembre de 2011

LAS CLASES Y LA LUCHA DE CLASES


Causas de la división de la sociedad en clases. Definición de las clases.



Toda la historia de la humanidad, después de la desintegración del régimen de la comunidad primitiva, es la historia de la lucha de clases. Al cambiar el régimen de producción cambia la naturaleza de clase de la sociedad; sin embargo, en medio de todos estos cambios, la sociedad ha permanecido dividida en clases dominantes y dominadas, en clases explotadoras y explotadas. Sólo el triunfo del socialismo pone fin a la división de la sociedad en clases, abriendo una nueva era en la historia de la humanidad.



La existencia de las clases y la lucha entre ellas ya eran conocidas antes de que apareciera el marxismo. Los economistas ingleses de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX (Adam Smith, David Ricardo y otros) habían tratado de descubrir las bases económicas de la división de la sociedad en clases; los historiadores franceses de comienzos del siglo XIX (Thierry, Mignet, Guizot, etc.) habían mostrado, por su parte, cómo la lucha de clases se manifestaba en las revoluciones inglesa y francesa de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, la limitación burguesa de horizontes de aquellos economistas e historiadores no les permitía llegar a comprender los verdaderos fundamentos sobre que descansaba la división de la sociedad en clases ni extraer las conclusiones teóricas y prácticas derivadas del reconocimiento del hecho de la lucha de clases. Fueron Marx y Engels quienes, sacando las conclusiones generales de todo el desarrollo de la historia de la humanidad y partiendo de las posiciones del proletariado revolucionario, descubrieron las causas de la división de la sociedad en clases, crearon una teoría científica, armónica y consecuente de las clases y de la lucha dé clases, a la vez que señalaban el camino para llegar a la abolición de las clases.



"... Por lo que a mí se refiere —escribía Marx a J. Weydemeyer el 5 de marzo de 1852

  • no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. . . Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas formas históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases... "

  • Sólo después de poner de manifiesto que la existencia de las clases csiá vinculada a determinadas formas históricas del desarrollo de la producción, el marxismo estuvo en condiciones de explicar científicamente el origen de las clases, así como la naturaleza de ellas.



La división de la sociedad en clases aparece, por vez primera, a consecuencia de la desintegración del régimen de la comunidad primitiva. En la sociedad primitiva estaban poco desarrolladas las fuerzas productivas y la productividad del trabajo era baja; no existía la propiedad privada sobre los medios de producción ni tampoco la explotación del hombre por el hombre. Mientras la productividad del trabajo no alcanzara determinado nivel no era posible que hubiese trabajo adicional, ni que se diera la explotación del hombre por el hombre; tampoco podía existir la división de la sociedad en clases.



Las clases sociales y la explotación de una clase por otra sólo pudieron surgir cuando el aumento de la productividad del trabajo condujo a la aparición del producto adicional y a la disolución de la sociedad gentilicia en familias, cuando la división del trabajo hizo que apareciera y se desarrollara el intercambio, a la par que la propiedad comunal era sustituida por la propiedad privada. La propiedad privada acarreó, forzosamente, la desigualdad en la posesión de bienes dentro de la comunidad: en tanto que unas tribus y familias se enriquecían, otras se empobrecían y caían en una situación de dependencia económica.



De entre la masa de miembros de la tribu se destacó la aristocracia gentilicia: los eupátridas en Grecia, la nobleza de los antiguos germanos, etc. Los patriarcas, los jefes militares, los sacerdotes y cuantos ocupaban puestos públicos en la sociedad gentilicia, aprovechaban su posición para enriquecerse personalmente o apoderarse de una parte de la propiedad de la comunidad.



Los conflictos bélicos entre las comunidades apresuraron el proceso de diferenciación de la comunidad en clases. A consecuencia del aumento de la productividad del trabajo, surgió la posibilidad de la explotación y se hizo necesaria la mano de obra suplementaria. Ya no resultaba ventajoso matar a los prisioneros, sino convertirlos en esclavos. El botín de guerra contribuía también a que la aristocracia gentilicia fuera enriqueciéndose más aprisa.



La primera forma de esclavitud surgió en el seno mismo de la sociedad patriarcal gentilicia. Se trataba de una esclavitud de carácter doméstico o patriarcal, en la cual los esclavos eran utilizados como trabajadores domésticos y como mano de obra auxiliar, ya que el trabajo productivo básico lo realizaban, como antes, los miembros libres de la "gens"..



A consecuencia del desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, de la propiedad privada y del intercambio, una nueva forma de esclavitud sucedió a la esclavitud patriarcal, que aun coexistía con las relaciones gentilicias. Los trabajos básicos comenzaron a ser realizados por los esclavos, sobre los que pesaba toda la carga del trabajo productivo. Cobró vigoroso impulso la trata de esclavos, y éstos empezaron a ser considerados como bestias de labor.



De este modo, el desarrollo de la producción y la aparición de la propiedad privada, la división del trabajo junto con la ampliación del comercio y el aumento de la población, acabaron por destruir el régimen gentilicio. Con la división del trabajo y la aparición de los oficios, surgieron las ciudades como centros del trabajo artesanal y del comercio. Sobre las ruinas del régimen de la comunidad primitiva nació la sociedad esclavista, dividida en clases, con contradicciones antagónicas entre los esclavistas y los esclavos. La propiedad privada sobre los medios de producción engendró la explotación de unos miembros de la sociedad por otros y dio vida a las relaciones económicas de dominación y subordinación.



La aparición de la propiedad privada, de las clases y de la explotación de una clase por otra, sólo puede explicarse por causas económicas. No es posible derivar todo esto del influjo de factores no económicos, como los de la violencia política, las conquistas militares y el sojuzgamiento de unos pueblos por otros, como sostienen los partidarios de la teoría pseudo-científica de la violencia. Engels ha señalado en su Anti-Dühring que la propiedad privada apareció antes de que los explotadores pudieran apropiarse de bienes ajenos y que "la violencia podrá, indudablemente, transformar el estado posesorio, pero nunca engendrar la institución de la propiedad" como tal. La violencia nunca ha determinado el carácter de la apropiación de bienes ajenos. El uso que se haga de los bienes capturados en la guerra y la determinación de quién sea el que se apropie de ellos, dependerá de las relaciones de producción imperantes y, en modo alguno, del hecho mismo de la violencia. Según el testimonio del historiador y etnógrafo ruso M. Kovalevski, el botín de guerra que capturaban los osetas, es decir, el ganado, los esclavos, se convertía originalmente en objeto de apropiación común; los prisioneros de guerra se transformaban en esclavos de toda la comunidad y los productos de su trabajo ingresaban en el fondo común. Con la aparición de la propiedad privada, el botín de guerra se convirtió en medio de enriquecimiento personal, ahondándose más, así, la desigualdad en la posesión de bienes. De todo esto se infiere que la violencia no pudo ser la causa de la aparición de la propiedad privada, de la división de la sociedad en clases ni de la explotación de una clase por otra, si bien es cierto que contribuyó a intensificar y consolidar todo este proceso.



La división de la sociedad en clases se caracteriza, ante todo, por las relaciones mutuas, que éstas contraen al efectuar la producción de los bienes materiales. Las diferencias entre las clases están condicionadas por la posición que ocupan en determinado sistema hisrico de producción social. Esto quiere decir que cada clase está vinculada a un determinado modo histórico de producción y que todo modo antagónico de producción lleva aparejada una determinada división de la sociedad en clases. Así, al modo esclavista de producción corresponde la división en esclavistas y esclavos; al feudal, la división en señores feudales y siervos; al capitalista, la división entre capitalistas y obreros asalariados. En la sociedad dividida en clases antagónicas, las relaciones de producción tienen el carácter de relaciones de dominación y subordinación. La posición de las clases, dentro de semejante sistema de producción social, está presidida por una abierta contradicción: una es la clase dominante y otra es la clase oprimida.



La distinta posición que ocupen las clases dentro del modo de producción social, depende del distinto tipo de relaciones entre las clases y los medios de producción. La clase dominante monopoliza los medios de producción, es decir, posee todos los medios de producción o, por lo menos, los más importantes, en tanto que la clase oprimida se ve privada de ellos, encontrándose en una situación de dependencia económica. Esto permite también que las clases dominantes se apropien del trabajo de las clases oprimidas y las exploten. Dondequiera que una parte de la sociedad monopoliza los medios de producción, el trabajador tiene que dedicar, además de la parte de la jornada necesaria para su propio sostenimiento, otra parte de la jornada para mantener al propietario de los medios de producción.



Del tipo de relación que las clases mantienen con los medios de producción —que es lo que constituye el rasgo esencial y decisivo de las clases— dependen todos los demás rasgos, entre ellos el de la función que cumplen las clases en la organización social del trabajo. Las clases dominantes, explotadoras; que representan una minoría de la población, concentran en sus manos la dirección de la producción y de los asuntos políticos y convierten el trabajo intelectual en monopolio suyo, mientras la enorme mayoría de la población, a la que pertenecen las clases oprimidas y explotadas, se ve condenada a un duro y extenuante trabajo físico.



La clase que posee los medios de producción es también, por regla general, la clase que dirige la producción. Como ha señalado Marx en El Capital, "el capitalista no es tal capitalista por ser director industrial, sino al revés; es director industrial por ser capitalista. El alto mando sobre la industria se convierte en atributo del capital, como en la época feudal eran atributo de la propiedad territorial el alto mando en la guerra y el poder judicial".



Cuando envejecen y caducan las relaciones de producción existentes, de las que es portadora la clase dominante, y se convierten en grave obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, cambia también la función que cumple esa clase en la organización social del trabajo. Aunque siga conservando la propiedad sóbrelos medios de producción, degenera hasta convertirse en una excrecencia parasitaria en el cuerpo social. Lo mismo que ocurrió, en otros tiempos, con la aristocracia terrateniente, sucede hoy con la burguesía, de la cual se destaca una extensa capa de rentistas, que vive de los ingresos que le proporcionan los papeles-valores, "el corte de cupones". El parasitismo creciente de la burguesía prueba que se ha convertido ya en una clase caduca y que no sólo es superflua para la producción, sino que impide abiertamente su desarrollo y que, en consecuencia, debe ser suprimida.

El distinto tipo de relación que cada clase mantiene con los medios de producción condiciona también las diferencias en cuanto al modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen las clases. El capitalista, por ejemplo, recibe sus ingresos en forma de ganancia sobre el capital que ha invertido en la empresa, mediante la apropiación de la plusvalía producida por el obrero asalariado. Este, por el contrario, obtiene sus ingresos en forma de salario, que apenas sí cubre el valor de su fuerza de trabajo. Las clases explotadoras, que constituyen una insignificante minoría de la población, se apropian, por regla general, la mayor parte de la renta nacional.



Todos estos rasgos, característicos de la división de la sociedad en clases, han sido sintetizados genialmente por Lenin en la siguiente definición: "Las clases son grandes grupos de hombres, que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en determinado sistema histórico de producción social, por las relaciones que mantienen con los medios de producción (relaciones en gran parte establecidas y formalizadas en leyes), por la función que cumplen en la organización social del trabajo, y, en consecuencia, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro gracias al lugar diferente que ocupa en determinado régimen económico-social".



Rasgo común a todas las formaciones sociales basadas en clases antagónicas es la dominación de la propiedad privada sobre los medios de producción; a ello hay que agregar que a toda formación social es inherente una forma particular de propiedad privada y, en consecuencia, un régimen particular de explotación. La esclavitud, la servidumbre y el trabajo asalariado constituyen tres modos de explotación, que se han sucedido unos a otros; es decir, tres fases del desarrollo de la sociedad dividida en clases antagónicas.



En la sociedad esclavista y en la sociedad feudal, los productores directos de bienes materiales, es decir, los esclavos y los campesinos siervos, no gozaban de los mismos derechos y dependían personalmente del poseedor de los medios de producción. En estas sociedades, las diferencias de clase se afianzaban con ayuda del poder político, al dividirse la población en estamentos. A cada estamento se le asignaba jurídicamente determinada posición dentro del Estado, así como ciertos derechos y obligaciones. Por ello, en las sociedades esclavista y feudal, las clases formaban, al mismo tiempo, estamentos especiales. El modo capitalista de producción simplificó la división de la sociedad en clases, despojándola de la envoltura de los estamentos. En el régimen capitalista, los productores directos —los obreros y campesinos— son libres, desde el punto de vista jurídico, pero se hallan en una situación de dependencia económica respecto a los poseedores de los medios de producción.



Todo modo antagónico de producción engendra dos clases fundamentales. Esclavistas y esclavos, señores feudales y campesinos siervos, burgueses y proletarios: tales son las clases fundamentales de las sociedades correspondientes. La existencia de estas clases depende directamente del modo de producción en que se basa la formación económico-social de que se trata. Las relaciones mutuas y las luchas entre estas clases expresan la contradicción fundamental del modo de producción correspondiente. Sin embargo, en las formaciones de clase sobreviven, junto al modo de producción que domina, restos de modos anteriores en forma de regímenes económicos especiales. Por ello, junto a las clases fundamentales suelen existir otras clases secundarias, es decir, clases de transición. Por ejemplo, en loa países capitalistas con fuertes vestigios feudales existen los terratenientes que no constituyen una clase fundamental. En la mayoría de los países capitalistas hay numerosas capas de la pequeña burguesía (pequeños campesinos, artesanos), que han sobrevivido desde los tiempos del feudalismo. La burguesía explota no sólo a los proletarios, sino también a todos los demás trabajadores, particularmente a los campesinos. El capitalismo eleva la riqueza de una minoría, a la par que aumenta la pobreza de la mayoría, todo lo cual conduce inevitablemente a una agudización de las contradicciones entre las clases.



La explicación de las bases materiales de la división de la sociedad en clases pone al descubierto la oposición existente entre los intereses vitales de las clases antagónicas, así como su carácter irreconciliable. No es de extrañar, por ello, que los sociólogos burgueses, tratando de velar, a expensas de la verdad, la oposición entre las clases, intenten embrollar, por todos los medios, el problema del origen y naturaleza de la división de la sociedad en clases. Gran parte de los representantes de la sociología burguesa reaccionaria niegan, en general, la existencia de las clases. Tal es la idea que difunden, particularmente, muchos políticos, sociólogos y periodistas de los EE. UU., al exaltar el "modo de vida norteamericano". En la Sesión del Consejo Económico y Social de la Organización de las Naciones Unidas, celebrada en 1948, el representante norteamericano Thorpe expresó la peregrina idea de que en los Estados Unidos los trabajadores son patronos y los patronos trabajadores. La realidad capitalista desmiente a cada paso estas fábulas destinadas a engañar a los incautos. Lo que significan todas estas chacharas acerca de la ausencia de clases en los Estados Unidos, podemos comprenderlo si tenemos en cuenta que el 1 por 100 de la población de ese país —la cima del capitalismo— posee el 59 por 100 de toda la riqueza nacional y el 12 por 100 es poseedora del 33 por 100 de dicha riqueza, en tanto que el 87 por 100 restante de la población —obreros y granjeros— sólo dispone del 8 por 100 de los bienes de la nación.



Muchos sociólogos burgueses, ante la evidencia de los hechos, no se atreven a negar abiertamente la existencia de clases, pero tratan de ocultar la base material, económica, de la división de la sociedad en clases. Representantes de la corriente psicológica en sociología, como Ross, Bogardus, Bemard y otros, definen las clases como grupos de hombres dotados de la misma psicología, las mismas emociones, la misma manera de percibir el mundo exterior, etc. Sociólogos partidarios de la tendencia biológica como Brown, Helleberg, etc., sostienen que la división de la sociedad en clases está basada en diferencias biológicas entre los hombres, en la "desigualdad racial". Los representantes del oscurantismo religioso, como los neotonristas Harrington, Kennedy y otros, consideran que Dios ha establecido la existencia de las clases. Los reaccionarios Warner, Lant y otros afirman que el fundamento de las diferencias de clase no hay que buscarlo en la posición que los hombres ocupan en el sistema económico de la sociedad, sino en su rango social, el cual depende, a su vez, de su educación, de sus relaciones sociales, etc. Todas estas teorías, en las que se hace caso omiso de los fundamentos materiales de la división de la sociedad en clases, aspiran ya a esfumar, a velar las diferencias entre las clases, ya a considerar esas diferencias como algo eterno, natural e indestructible. En ambos casos, la lucha de clases del proletariado es considerada, por tanto, como algo carente de sentido.



Los líderes socialistas de derecha, con su servil actitud ante la burguesía, preconizan el carácter absurdo de la lucha de clases, así como la necesidad de la "colaboración" entre ellas. Con este fin, se recurre, no pocas veces, a las teorías "organizativas" y "distributivas" de las clases. Conforme a la teoría de la "organización", uno de cuyos autores es A. Bogdanov, las clases han aparecido en virtud de la división de los hombres en "organizadores" y "ejecutores". Esta teoría hace caso omiso del rasgo fundamental de las clases: la relación que mantienen con los medios de producción y de la cual depende, enteramente, su función en la organización del trabajo social. Los partidarios de esta teoría sostienen que las clases, al cumplir funciones distintas en el proceso de la producción, se complementan entre sí. Basándose en la teoría de la "organización", K. Renner —redomado adversario del socialismo— afirmaba en su folleto El mundo nuevo y el socialismo, publicado en 1946, que el capitalista ya "ha desaparecido de la conciencia de la mayoría de los hombres", puesto que sus funciones organizadoras en el proceso de producción han pasado a manos de los gerentes y técnicos. Tratando de salvar a los capitalistas de la revolución, Renner pretendía convencer a los obreros de que ya no tenían contra quién luchar.



El mismo propósito de salvar al capitalismo cumple la llamada teoría "distributiva", que busca el origen de las diferencias de clase en las fuentes y cuantía de sus ingresos, corriendo un velo sobre el radical antagonismo entre ellas, basado en la distinta relación que guardan con los medios de producción. En otros tiempos, preconizaban está teoría Carlos Kautsky y E. Bernstein; en la actualidad, la propagan algunos líderes socialistas de derecha y burócratas sindicales como D. Dubinski en los EE. UU.



La teoría "distributiva" inculca en los obreros la idea de que la lucha de clase del proletariado no debe ir encaminada a transformar el modo de producción, sino solamente a modificar el régimen de distribución, es decir, no a transformar revolucionariamente la sociedad, sino a lograr simplemente algunas reformas. En esto se asienta la falsa idea acerca de la posibilidad de una "conciliación" de las clases bajo el capitalismo a base de una redistribución más "justa" de los ingresos; con ello, se justifica la política reformista, tan grata a la burguesía.

La teoría marxista-leninista de las clases es, por el contrario, una teoría rigurosamente científica y lleva a la conclusión de que la meta de la lucha de clases es transformar el modo de producción, derrocar el régimen que ha caducado e instaurar otro nuevo, es decir, llevar a cabo una radical transformación revolucionaria de todo el régimen social. La lucha entre las clases antagónicas es, por tanto, una lucha irreconciliable, a muerte. La teoría marxista-leninista de las clases sirve, de este modo, de fundamento a la política de lucha irreconciliable de clase del proletariado contra sus explotadores. Esta teoría señala al proletariado cuáles son los caminos efectivos y cuáles sus medios de liberación y de lucha por el socialismo. Como ha escrito J. V. Stalin, "la base táctica del socialismo científico es la doctrina de la lucha intransigente de clases, pues ella es la mejor arma en manos del proletariado. La lucha de clase del proletariado es el arma por medio de la cual éste conquistará el Poder político y expropiará después a la burguesía para instaurar el socialismo".




2. La lucha de clases, fuerza motriz en la historia de las sociedades antagónicas.



La teoría marxista de la lucha de clases vino a poner fin a las concepciones anticientíficas que consideraban la historia como un caos de acontecimientos, en el que los individuos actúan independientemente los unos de los otros. El marxismo proporcionó el hilo de engarce que ha permitido descubrir las leyes que rigen en medio del complejo entrelazamiento de acontecimientos históricos, en una sociedad dividida en clases; aportó la teoría de la lucha de clases. Marx y Engels demostraron que la lucha de clases es una ley que rige en todas las sociedades formadas por clases antagónicas. La lucha de clases informa toda la historia de la sociedad de clases y constituye la fuerza motriz de su desarrollo.



En consonancia con esta ley, el desarrollo de todas las sociedades divididas en clases antagónicas está condicionado por los cambios que se operan en las relaciones mutuas entre las clases en el campo de la producción de bienes materiales; está condicionado, asimismo, por la lucha que las clases mantienen entre sí en relación con la función que desempeñan y el lugar que ocupan en la esfera de la producción y distribución de los bienes materiales y, finalmente, por la lucha que sostienen en torno a la radical transformación de la sociedad.



La lucha de clases se libra en todos los órdenes de la vida social. Las clases mantienen una lucha económica entre sí por su función y lugar en la producción y distribución de los bienes materiales. Sostienen también una lucha política por el Poder político, por la transformación de las formas del Estado, de las formas del régimen político. La política expresa la relación entre las clases; en forma más concentrada y generalizada, refleja la economía de la sociedad dividida en clases; refleja, igualmente, los intereses de determinada clase, la lucha de clases. La lucha de clases se sostiene también en el campo ideológico, bajo la forma de una lucha entre las ideas y teorías que sirven los intereses de las clases revolucionarias y las que sirven los intereses de las clases caducas.

Movidos por el temor a los pueblos oprimidos, por el temor a la revolución, los ideólogos burgueses niegan la existencia de la lucha de clases o repiten sus cantilenas acerca del carácter nefasto de esta lucha para la sociedad. Afirman que la lucha de clases hace retroceder a la sociedad y amenaza llevarla a su desintegración. Pero la verdad es otra: la lucha revolucionaria de clases impulsa a la sociedad en un sentido ascendente, ya que constituye un medio para destruir todo lo caduco, todo lo podrido, es decir, el único medio para abolir el viejo régimen, que se opone al desarrollo ulterior de la sociedad.



La sustitución de un régimen social por otro, más elevado, está condicionada, como ya se ha dicho en el capítulo III, por el conflicto entre las nuevas fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción. En las sociedades antagónicas, este conflicto se manifiesta en la lucha de clases y se resuelve mediante la revolución, que constituye la forma más aguda del choque entre las clases.



La lucha de clases tiene caracteres peculiares en cada formación económico-social. Bajo el régimen de la esclavitud, la historia de la sociedad está llena de luchas de los esclavos contra sus opresores, los esclavistas. Grandes levantamientos de pobres y esclavos se produjeron en Egipto, en la época de la esclavitud. Durante uno de estos levantamientos, según nos informa el papiro Instrucciones de Ipuver (siglo XVIII antes de nuestra era), "los pobres expulsan al rey". En la antigua Grecia, se produjeron sublevaciones de esclavos en Argos, Esparta, etc. Los esclavos sublevados se unían, a veces, con los indigentes libres, y juntos se enfrentaban a sus opresores. La historia de la antigua Roma nos habla también de numerosas rebeliones de esclavos, como las que se produjeron en Sicilia en los años 138-132 antes de nuestra era, bajo la dirección de Euno y Cleón, el levantamiento de esclavos y hombres libres encabezado por Aristónico en el Asia Menor, y, finalmente, la grandiosa sublevación de los esclavos que aclamó por jefe a Espartaco y que duró cerca de tres años, del 74 al 71 antes de nuestra era. En este levantamiento, tomaron parte más de 100.000 esclavos.



Los movimientos revolucionarios de los esclavos fueron minando el régimen de la esclavitud; pero, aunque desempeñaron un importante papel histórico en la abolición de dicho régimen, no fueron coronados —no podían serlo— con el triunfo. Esto se explica por el hecho de que la clase de los esclavos no representaba a un nuevo régimen de producción, más avanzado. Los esclavos soñaban con liberarse de la esclavitud, pero no estaban en condiciones de crear una nueva sociedad.



En la sociedad feudal, que sucedió al régimen de esclavitud, la lucha de clases de los explotados contra sus explotadores se elevó a un nivel más alto. Los esclavos constituían, por regla general, una abigarrada masa de hombres procedentes de diversas tribus y que hablaban distintas lenguas; los campesinos siervos, a diferencia de ellos, formaban una masa más homogénea, desde el punto de vista etnográfico, lo que les facilitaba la realización de acciones conjuntas. Los campesinos medievales eran miembros de una comunidad rural, que ofrecía una tenaz resistencia —pasiva o activa— a los terratenientes.



En la época feudal, los campesinos oprimidos luchaban en todos los países por la tierra, propiedad de los señores feudales, y luchaban también por liberarse de la servidumbre de la gleba. Esta lucha se manifestó en una serie de levantamientos, los más importantes de los cuales fueron los siguientes: en Inglaterra, el levantamiento campesino encabezado por Wat Tyler, en 1381; en Francia, el de la Jacquerie, en

1358; en Italia, el acaudillado por Dolcino, en los años de 1303 a 1307, y en Alemania, la guerra campesina de 1524 a 1525. En Rusia, cobraron enorme fuerza las insurrecciones campesinas encabezadas por Iván Bolotnikov (1606-1607), Stepán Razin (1666-1671), Kondrat Bulavin (1707-1708) y Emelián Pugachov (1773-1775).



Estos levantamientos expresaban la indignación natural de los campesinos oprimidos contra el yugo feudal. Un cronista escribía acerca del levantamiento de Bolotnikov: "los bandidos quieren aplastar al zar y a los boyardos". En China, donde el régimen feudal existió durante cerca de tres milenios, hubo más de 300 grandes levantamientos campesinos. "En la sociedad feudal china, sólo la lucha de los campesinos, sólo los levantamientos y guerras campesinas fueron las verdaderas fuerzas motrices del desarrollo histórico", ha escrito Mao Zedong. Los más grandes levantamientos fueron la guerra campesina de 1628 a 1644, durante la cual el ejército campesino revolucionario ocupó Pekín, y la guerra campesina de 1851 a 1864, el llamado movimiento de los "taipings".



Las insurrecciones campesinas, pese a los éxitos temporales de algunas de ellas, fueron aplastadas, en último resultado, por los señores feudales. La debilidad de las sublevaciones campesinas estribaba en su carácter espontáneo y en su falta de organización, lo qué puede explicarse por el distinto nivel económico de los campesinos. Sólo bajo la dirección de la clase urbana, unida y revolucionaria, podían los campesinos obtener la victoria sobre los señores feudales. Esa clase urbana se iba gestando en las entrañas de la sociedad feudal a medida que se desarrollaba el nuevo régimen de producción capitalista. Con el desarrollo del trabajo artesanal, de la manufactura y el comercio, creció la burguesía y se elevó el número de oficiales proletarios. Las acciones más resueltas de los campesinos oprimidos estaban vinculadas con los movimientos de los plebeyos, que constituían la capa más baja de la población urbana, los indigentes de la ciudad. Pero esta capa de la pobreza urbana era demasiado débil y carecía de organización; era además ignorante, por todo lo cual no podía convertirse en jefe de los campesinos. La clase que había de encabezar la lucha de loa campesinos contra el feudalismo, en las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, en Occidente, era la burguesía. Pero, desde el momento en que se formó el proletariado y pasó a sostener uña lucha independiente, la burguesía se convirtió en una clase contrarrevolucionaria; el proletariado revolucionario pasó a ser el jefe de los campesinos, primero en Rusia, y más tarde en otros países.



Con la victoria de las revoluciones burguesas, el régimen capitalista ocupó el lugar del régimen feudal; bajo el capitalismo, adquirió gran intensidad la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía.



La lucha del proletariado contra la burguesía comenzó con el desarrollo de la gran industria; las primeras acciones independientes del proletariado, en la palestra de la lucha política, tuvieron lugar ya en las décadas del treinta al cuarenta del siglo xix. En estos años, se producen el levantamiento de los tejedores de Lyon (Francia), en 1831 y 1834; el movimiento cartista de Inglaterra, de 1836 a 1848, y el levantamiento de los tejedores de Silesia (Alemania), en 1844. El proletariado, que ya se había plasmado como clase, se convirtió en una grandiosa fuerza revolucionaria. Su lucha contra la burguesía fué coronada, en 1917, por una victoria decisiva en Rusia, donde, bajo la dirección del Partido Comunista, se llevó a cabo y triunfó la Gran Revolución Socialista de Octubre, que abre una nueva era en la historia de la humanidad, la era del comunismo.



A diferencia de las clases explotadas que le han precedido, el proletariado actúa como portador del nuevo modo de producción, del régimen socialista, que habrá de suceder en todos los países al viejo régimen capitalista. La lucha de clase del proletariado no desemboca, por ello, en la sustitución de una forma de explotación por otra, sino en la abolición de todas las formas de explotación del hombre por el hombre. Esta lucha conduce, necesariamente, al comunismo, actuando, de este modo, como la fuerza motriz del desarrollo histórico de la sociedad contemporánea.




3. El papel histórico del proletariado. El proletariado, jefe y dirigente de las masas trabajadoras y explotadas.



El mayor mérito de Marx y Engeis reside en haber descubierto el papel histórico universal del proletariado como clase revolucionaria llamada a derrocar el capitalismo y a conducir la sociedad al comunismo.



El proletariado no es la clase más revolucionaria porque sea la más pobre y la más sufrida. El capitalismo condena a la miseria y al sufrimiento no sólo a los proletarios, sino también a millones de pequeños campesinos e indigentes de la ciudad, a muchos miles de "lumpen proletarios" (gentes al margen de toda clase, sumidas en los "bajos fondos"), etc.; estas capas y grupos de la población no son, sin embargo, los más revolucionarios. El carácter del proletariado, consecuentemente revolucionario, viene determinado por el lugar que ocupa dentro del sistema capitalista de producción. El proletariado es la fuerza básica en la producción de los bienes materiales, necesarios para la existencia de la sociedad. A diferencia de los campesinos, vinculados a la forma más atrasada de la economía, a la pequeña producción, y que se van disgregando como clase a medida que se desarrolla el capitalismo, el proletariado crece continuamente con el desarrollo del régimen capitalista. Está vinculado a la gran producción industrial y es portador del régimen de producción más progresivo, el socialista.

Como clase explotada, el proletariado no tiene propiedad alguna sobre los medios de producción. Como han dicho Marx y Engeis en el Manifiesto del Partido Comunista, los proletarios no tienen nada que perder en la revolución, salvosus cadenas; tienen, en cambio, un mundo que ganar.



El proletariado sólo puede liberarse de la explotación aboliendo la propiedad privada sobre los medios de producción; es decir, suprimiendo toda forma de explotación del hombre por el hombre. Por ello, al liberarse a sí mismo, el proletariado libra del yugo de clase a todos los trabajadores. El proletariado va uniéndose y habituándose a la disciplina y a la organización, por las condiciones mismas de su trabajo en la gran industria; ello le capacita más que a cualquier otra de las clases trabajadoras para llevar a cabo acciones unidas, conscientes y organizadas.



El proletariado no lucha sólo contra el capitalismo, sino que tiene aliados que debe atraer a su lado. Por ser la única clase revolucionaria consecuente de la sociedad capitalista, está llamado a ganar la hegemonía, es decir, a ser el dirigente, el jefe del movimiento revolucionario de todas las masas trabajadoras y explotadas. Lenin, desarrollando la idea de Marx y Engels acerca do la misión histórica del proletariado, elaboró en fornía completa la tesis de la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario, de su misión como dirigente revolucionario de todas las masas trabajadoras explotadas y oprimidas. Lenin vio en la conciencia de su hegemonía y en el cumplimiento de ésta una de las condiciones más importantes de su misión revolucionaria.



En la sociedad capitalista, existen extensas masas de trabajadores que no son proletarios, las llamadas capas medias de la población, los campesinos, artesanos, etc., vinculadas a la pequeña industria y que ocupan un lugar intermedio entre el proletariado y la burguesía. Son afines al proletariado en cuanto trabajadores oprimidos por los terratenientes y capitalistas; están cerca de la burguesía en tanto que propietarios privados y productores de mercancías. A medida que se desarrolla el capitalismo, las capas medias se van disolviendo, se disgregan y desintegran; una aplastante mayoría de los pequeños campesinos y artesanos se arruina, se empobrece, se ve privada de su propiedad y pasa a engrosar las filas del proletariado; una pequeña minoría se enriquece y se incorpora a las filas de la burguesía.



Sin embargo, este proceso de disgregación de los campesinos no ha conducido, en ningún país capitalista, salvo en Inglaterra, a la desaparición de los campesinos como clase. Los campesinos continúan existiendo, bajo el régimen capitalista, como clase de pequeños productores de mercancías, diseminados por todo el país. Los campesinos y artesanos trabajan aislados en sus pequeñas haciendas y modestos talleres, aplicando una técnica atrasada, esclavizados por la propiedad privada, explotados por los terratenientes, comerciantes y usureros. Las capas medias, en las cuales figuran, en primer lugar, los pequeños campesinos, constituyen, en la mayoría de los países capitalistas, del 30 al 45 por 100 de la población, y en los menos

desarrollados, incluso el 60 y el 70 por 100. Estas capas representan importantes reservas de la revolución proletaria, y el proletariado lucha contra la burguesía por atraérselas.



La victoria del proletariado sobre el capital depende del grado en que tenga éxito en su lucha por la conquista de las capas medias y, muy especialmente, de los campesinos. El proletariado no puede tomar el Poder si no logra, al menos, neutralizar a estas capas medias; si no consigue aislarlas de la burguesía; si, a pesar de todo, forman, en su gran masa, un ejército del capital.



Las acciones revolucionarias del proletariado francés en 1848 y 1871 condujeron a una derrota porque la clase obrera no había encontrado apoyo entre los campesinos, chocando con su resistencia. Las revoluciones de febrero y octubre de 1917 en Rusia terminaron victoriosamente porque el proletariado ruso supo atraerse y conducir a la mayoría de los campesinos. La experiencia de la lucha revolucionaria del proletariado ruso vino a demostrar, prácticamente, que existía la posibilidad efectiva de convertir a los campesinos, a su mayoría explotada, de reserva de la burguesía, como había sido en las revoluciones de Occidente, en reserva del proletariado, en aliado de éste.



En la actualidad, el proletariado de todos los países capitalistas, siguiendo el ejemplo trazado por la clase obrera rusa, lucha por atraer a su lado a los campesinos trabajadores. En los últimos años, se ha extendido considerablemente, en Francia e Italia, la influencia de los partidos comunistas sobre los campesinos. La agravación de la crisis agraria, el reforzamiento de la explotación del campo por el capital monopolista, han demostrado a los campesinos pobres y medios, con evidencia cada vez mayor, que el capitalismo sólo representa para ellos la ruina y la muerte. Los comunistas de Francia e Italia, al igual que los de otros países capitalistas, hacen ver a los campesinos que la clase obrera se propone, con la revolución, entregar la tierra a los campesinos privados de ella, a los que poseen poca tierra y a los jornaleros del campo, y liberarlos a todos ellos de cualquier clase de yugo. La lucha consecuente que la clase obrera sostiene por la paz, la democracia y la independencia nacional contra la reacción imperialista atrae también a su lado a los campesinos trabajadores y a otras capas de la población.



Próximos a las capas medias, a quienes el proletariado gana para su causa, se encuentran los intelectuales, que representan una capa social intermedia. Los intelectuales no han constituido nunca ni pueden constituir una clase especial, pero tampoco están por encima de las clases. Representan una capa especial de hombres consagrados al trabajo intelectual, que sirven a una u otra clase; existen por ello intelectuales burgueses, pequeño-burgueses y proletarios.



En la sociedad capitalista, los intelectuales sirven, en lo fundamental, los intereses de la clase dominante y explotadora, de la burguesía. Como, bajo el capitalismo, se hace en extremo difícil para los hijos de los trabajadores el acceso a la instrucción, los intelectuales se recluían, preferentemente, entre las capas poseedoras: burguesía,nobleza, funcionarios, en parte entre los campesinos acomodados y sólo en grado muy insignificante entre los obreros.



Los intelectuales no pueden tener una política propia; sus actividades están condicionadas por las clases a que sirven, y sólo pueden representar una fuerza cuando se unen a la clase obrera.



El proletariado, por ser una clase explotada, sin acceso a la instrucción y a la cultura, no se encuentra en condiciones favorables, bajo el capitalismo, para formar sus propios intelectuales; sólo puede crearlos en masa después de conquistar el Poder político. La formación de una intelectualidad proletaria comienza, sin embargo, ya bajo el capitalismo, pues en el curso de la lucha revolucionaria del proletariado se destacan del seno de éste cuadros de revolucionarios profesionales. Por otra parte, se pasan al lado del proletariado los representantes más decididos y honrados de la intelectualidad burguesa. "Como cualquier otra clase de la sociedad actual —ha señalado Lenin—, el proletariado no sólo crea sus propios intelectuales, sino que también conquista partidarios entre todos los hombres cultos.



En el pasado, sólo un puñado de intelectuales, los más resueltos y revolucionarios, abrazaban la causa de la clase obrera. En nuestra época, en que el régimen capitalista encierra a la sociedad en un callejón sin salida, en que condena a los trabajadores a las calamidades de la guerra, al paro forzoso y a la miseria, y en que amenaza con destruir todos los valores culturales y se hace más evidente el marasmo espiritual de la burguesía, miles y miles tic intelectuales avanzados, honestos, capaces de pensar por su cuenta, se deciden por la causa del comunismo. La lucha de la clase obrera por la paz, contra los instigadores de la guerra, contra la reacción imperialista, conduce a capas cada vez más considerables de la intelectualidad de los países capitalistas al lado del socialismo.




4. Las formas fundamentales de la lucha de clase del proletariado.



La lucha de clase del proletariado adopta las tres siguientes formas: la económica, la política y la ideológica.



La lucha económica persigue como objetivo defender, principalmente, los intereses profesionales de los obreros; es decir, la elevación del salario, la reducción de la jornada de trabajo, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, etc. Las huelgas, parciales y generales, constituyen el arma más importante en la lucha económica del proletariado.



Históricamente, la lucha económica representa la primera forma de la lucha de clase del proletariado. En todos los países, los obreros comienzan a luchar defendiendo sus intereses económicos. Y en esta batalla, surgen las primeras organizaciones del proletariado, los sindicatos, que han sido para la clase obrera la escuela de la lucha de clases.



Bajo el capitalismo de nuestros días, la lucha económica por las reivindicaciones diarias de los obreros, por la elevación del salario y el mejoramiento de sus condiciones de trabajo, reviste una gran importancia para la clase obrera. Esta lucha, sin embargo, no puede hacer que la clase obrera se libre de la miseria.



Bajo el capitalismo, es inevitable la depauperación relativa y absoluta de la clase obrera y de todos los trabajadores. La depauperación relativa de la clase obrera se manifiesta en que desciende la participación de la clase obrera en la renta nacional, en tanto que aumenta, por el contrario, la de los capitalistas. Junto a la depauperación relativa, se opera la depauperación absoluta de la clase obrera. Como ha dicho Lenin, bajo el capitalismo "el obrero se empobrece de un modo absoluto, es decir, va haciéndose más pobre que antes, se ve obligado a vivir peor, a alimentarse más pobremente y a comer menos, a vivir estrechamente en sótanos y buhardillas".



En la época del imperialismo, se intensifican tanto la depauperación absoluta como la depauperación relativa de la clase obrera y de todas las masas trabajadoras; ello es consecuencia de la ley económica fundamental del capitalismo moderno. El capitalismo monopolista ya no se contenta con una ganancia media, sino que exige la ganancia máxima.



En la época de la crisis general del capitalismo, se ha vuelto crónico el paro forzoso en masa, lo que permite a los monopolios reducir el salario de los obreros que trabajan. Poniendo en práctica un "sistema para exprimir el sudor" de los trabajadores, los capitalistas intensifican el rendimiento de los obreros, haciéndoles "sudar conforme a todas las reglas de la ciencia". La norma de explotación del trabajo se eleva considerablemente, a consecuencia de ello. Según los cálculos de los economistas, el obrero norteamericano trabajaba para sí, en 1950, poco más del 20 por 100 de su jornada de trabajo; cerca del 15 por 100 de la jornada lo invertía en sostener a los empleados a sueldo del capitalismo y el 65 por 100 restante de la jornada trabajaba para el capitalista. La dominación de los monopolios permite al capitalista fijar altos precios y expoliar a los trabajadores no sólo en tanto que productores de mercancías, sino también como consumidores de éstas. Los capitalistas recurren, asimismo, a la inflación y a los impuestos para desvalijar a los trabajadores. Las concesiones parciales, que los proletarios arrancan a los capitalistas en épocas de prosperidad o auge de la vida económica, suelen verse revocadas por los mismos capitalistas al cambiar las circunstancias, o reducidas a cero con el aumento de los impuestos y la inflación.



Pero del carácter inevitable de la depauperación relativa y absoluta de los trabajadores, bajo el capitalismo, no se deduce, en modo alguno, que la lucha económica del proletariado sea infructuosa. Los obreros, al luchar contra los atentados rapaces del capital, no sólo defienden su existencia misma, sino que contribuyen al desarrollo progresista de la sociedad. Al pelear por la reducción de la jornada de trabajo y por el alza de los salarios, el proletariado impide a los capitalistas que multipliquen sus beneficios elevando la plusvalía absoluta, es decir, prolongando la jornada de trabajo; los capitalistas se ven obligados a recurrir a la elevación de la plusvalía relativa, a lo que se llega reduciendo el tiempo de trabajo necesario mediante la intensificación del trabajo y el empleo de una técnica más perfeccionada. La clase obrera, de este modo, fuerza a los capitalistas a renovar la técnica, a la par que, con la lucha económica, se organiza para abordar las históricas tareas revolucionarias que tiene planteadas. Si los obreros no lucharan contra las aspiraciones rapaces del capital, acabarían convirtiéndose, como ha dicho Marx, en una masa amorfa y pasiva de hombres extenuados, condenados a la suerte desastrosa de los indigentes. "Si los obreros se rindieran cobardemente en sus colisiones diarias con el capital, acabarían por perder, sin duda alguna, la capacidad de iniciar movimientos de mayor envergadura".



Los proletarios, librando sus batallas económicas contra el capital, organizándose en sindicatos y con una certera y firme dirección de clase, pueden oponer resistencia a los embates de los patronos contra su nivel de vida y mejorar, en cierta medida, las condiciones en que tienen que vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. Ahora bien, para que el proletariado se libere de la explotación, tiene que luchar por abolir las relaciones económicas mismas, que le obligan a vender su fuerza de trabajo.



La lucha económica no constituye la forma fundamental y decisiva de la lucha del proletariado.



La experiencia histórica demuestra que el proletariado sólo puede lograr un mejoramiento radical en su situación económica, destruyendo el sistema capitalista de economía. Hace más de siglo y medio que el proletariado lucha, en Inglaterra, por la elevación de los salarios y por el mejoramiento de sus condiciones de trabajo. Y no obstante, cabe preguntarse: ¿ha conducido esta lucha a la liberación de la clase obrera inglesa? Es evidente que no. Al seguir a los líderes sindicales reformistas y limitarse a la lucha económica, el proletariado inglés se ha visto forzado a seguir bajo el yugo de la explotación capitalista.



En Rusia, el proletariado, dirigido por el Partido Comunista, desplegó, a la par que la lucha económica, una lucha política encaminada, a derrocar el Poder de la burguesía y establecer su propio Poder político. El resultado de ello está a la vista: es la plena liberación económica de la clase obrera y de todos los trabajadores. Los trabajadores del país del socialismo, libres ya de la explotación capitalista, mejoran continuamente, año tras año, su situación material y elevan su nivel cultural.



Por tanto, con la lucha económica exclusivamente no es posible abolir la explotación capitalista; para ello, se requiere la lucha política del proletariado, dirigida a la conquista del Poder político, y, una vez conquistado, a conservarlo y consolidarlo. La lucha política expresa los intereses vitales del proletariado; es, por tanto, la forma superior de la lucha de clases.

Cuando la lucha económica se libra al margen de la lucha política, se crea en los obreros una conciencia sindicalista; es decir, la conciencia de sus intereses económicos, exclusivamente. Cuando la clase obrera lucha políticamente, bajo la dirección del Partido marxista, se forja en ella una verdadera conciencia proletaria, de clase, basada en la comprensión de sus intereses vitales, comunes a la clase en su conjunto. Por eso Lenin y, siguiendo sus enseñanzas, los comunistas, se oponen a los intentos oportunistas de limitar la actividad del Partido proletario al campo de las relaciones económicas entre los obreros y los patronos. Lenin ha enseñado al Partido del proletariado a ir a todas las capas de la sociedad, a hacerse eco de todas las manifestaciones de opresión y arbitrariedad, violencia y abuso, procedentes de los explotadores, y a crear una conciencia política, no sólo en los obreros, sino en todos los oprimidos. Lenin hace hincapié en que el ideal del dirigente activo del Partido proletario no debe ser el secretario tradeunionista que se limita a defender los intereses económicos de los obreros, sino el tribuno popular, que sabe infundir a los obreros la conciencia de la misión histórica universal del proletariado, jefe de todos los trabajadores y explotados.



La lucha de clases del proletariado sólo es una lucha auténtica y consecuente, llevada a sus verdaderos términos, cuando abarca el campo de la política, y cuando, por otra parte, la lucha política no se circunscribe a simples reformas dentro de los marcos del capitalismo. Poniendo al desnudo la diferencia radical que media entre la concepción marxista de la lucha de clases y la concepción liberal, que tiende a reducir, a empequeñecer esta lucha, limitándola a la lucha por reformas aisladas, Lenin ha escrito: "El marxismo considera que la lucha de clases se desarrolla en su plenitud, que de verdad es una lucha "nacional", solamente cuando, siendo una lucha política, destaca en la política lo más esencial de todo: la estructura del Poder estatal" . Sólo quien hace extensivo su reconocimiento de la lucha de clases a la aceptación de la dictadura del proletariado puede considerarse marxista.



La dictadura del proletariado no puede llegar a conquistarse sin llevar a cabo una lucha ideológica. En la sociedad capitalista, la clase dominante pugna tenazmente por imponer su ideología burguesa a los obreros. La ideología burguesa dominante se difunde a través de la escuela, la iglesia, la prensa y el arte, inoculándose en los obreros por todas sus condiciones ae vida en la sociedad capitalista. El Partido del proletariado debe luchar por liberar a los obreros de las ideas y prejuicios burgueses, por inculcar la ideología socialista en las masas proletarias.



Para que la lucha espontánea de clases se transforme en una lucha consciente es condición indispensable que el Partido marxista infunda la ideología socialista al movimiento obrero, que los obreros tengan clara conciencia de su misión histórica de enterradores del capitalismo y creadores del comunismo. El desarrollo de la gran industria capitalista conduce, necesariamente, a la concentración de la clase obrera y contribuye a su unión y organización. Pero, para que el proletariado sea capaz de derrocar al capitalismo, no sólo debe constituirse como clase, sino que debe, además,tener conciencia de sus intereses de clase cardinales. Debe transformarse, según la expresión de Marx y Engels, de clase en sí en clase para sí, y ello sólo puede lograrse mediante la fusión de la teoría del socialismo científico con el movimiento obrero.



Sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario. La teoría socialista marxista constituye una guía revolucionaria para el movimiento obrero. Mientras éste no se guíe por la teoría revolucionaria; mientras gran parte del proletariado se halle bajo la influencia de la ideología burguesa y pequeñoburguesa, no podrá sacudirse el yugo del capital.



Por ejemplo, la fundamental debilidad del movimiento obrero de los Estados Unidos reside en que la mayoría de los obreros norteamericanos no han logrado liberarse de la influencia ideológica y política de la burguesía. William Z. Foster, presidente del Partido Comunista de los Estados Unidos, ha escrito: "La desgracia de los obreros norteamericanos está en que no han comprendido aún, ideológicamente, la lucha de clase que ellos mismos sostienen. Esta incomprensión de los obreros respecto de la posición que su clase ocupa en la sociedad capitalista norteamericana constituye una de las más grandes ventajas de los patronos".



Las clases explotadoras y sus agentes en el seno del movimiento obrero, los dirigentes de los socialistas de derecha, están muy interesados en oscurecer la conciencia de clase del proletariado, en desviarlo ideológicamente de sus metas, en minar su fe en sus propias fuerzas, en la posibilidad de que el socialismo triunfe en todos los países. En nuestra época, en que el capitalismo se acerca a su fin y entra en la fase de su hundimiento, en que cobra auge la lucha revolucionaria del proletariado en los países capitalistas y se fortalece el movimiento de liberación nacional en las colonias, la burguesía reaccionaria, con ayuda de los dirigentes de los socialistas de derecha y de los dirigentes reaccionarios de los sindicatos reformistas, se esfuerza por inocular en el espíritu de la clase obrera la ponzoña de la duda, de la desconfianza en sus propias fuerzas, calumnia sistemáticamente a los comunistas, a los países del campo socialista, y entona loas al capitalismo. La lucha del Partido revolucionario del proletariado contra la ideología burguesa adquiere, en estas condiciones, una importancia extraordinaria.



Sólo a base de la ideología revolucionaria del marxismo-leninismo, puede llegar a superarse la escisión ideológica existente entre los obreros y asegurar la unidad de la dase obrera. Y la unidad revolucionaria de la clase. obrera constituye la condición indispensable para que ésta pueda alcanzar la victoria sobre todos los explotadores.



La fuerza de la lucha de clase del proletariado estriba en su capacidad para saber combinar todas las formas de dicha lucha: la económica, la política y la ideológica.



5. Clases y partido


La lucha de clases encuentra su más acabada expresión en la lucha entre los partidos políticos, que expresan, a su vez, los intereses de determinadas clases y dirigen la lucha de éstas. Los partidos representan, por su composición, un sector de la clase a que pertenecen, precisamente el más activo desde el punto de vista político.



No todos los partidos políticos, sin embargo, se presentan abiertamente como defensores de los intereses de tal o cual clase. Es cierto que el partido revolucionario del proletariado actúa claramente, sin necesidad de ocultar los intereses de clase que defiende, pero los partidos reaccionarios, que sirven a las clases explotadoras, se enmascaran cuidadosamente, ocultando su faz de clase. Los enemigos del socialismo se disfrazan, a cada paso, de socialistas; los mercenarios vendidos al capital proclaman su defensa desinteresada de los trabajadores, y los partidos que traicionan los intereses de la nación se llaman a sí mismos partidos nacionales.



Lenin ha enseñado a los trabajadores a no dejarse embaucar por tales falaces declaraciones; los ha enseñado a descubrir el verdadero rostro de clase de los partidos burgueses y pequeñoburgueses y a juzgar a los partidos, no por sus rótulos, por sus palabras, por sus consignas o declaraciones, sino por sus actos.



"Los hombres —ha escrito Lenin— han sido siempre víctimas necias del engaño y de la quimera, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir cuáles son los intereses de clase, que se ocultan detrás de las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales".



La burguesía se vale del abigarrado cuadro de agrupaciones políticas, desplegado en los países capitalistas, para confundir a los trabajadores y ocultar el antagonismo de clases entre explotadores y explotados. Y a este mismo fin sirve la aparente lucha entre los partidos burgueses, como la que libran en los Estados Unidos demócratas y republicanos. Ambos partidos sirven los intereses del capitalismo monopolista norteamericano, y la diferencia que entre ellos media es insignificante. Luchan entre sí, en realidad, por problemas de poca monta, y cuando más, por el reparto de los jugosos puestecillos del aparato oficial. Sostienen entre sí un duelo verbal, pero carente de contenido, y engañan, de esta manera, a los trabajadores, apartándolos así de la necesaria lucha de clase por sus intereses vitales.



Las clases explotadoras no sólo ejercen su dominación por medio de la violencia, sino que recurren en amplia escala al engaño de los trabajadores. Junto a los partidos abiertamente reaccionario-fascistas, que emplean de un modo descarado los métodos de terror para aplastar a los trabajadores, hay también, en los países capitalistas, partidos liberales que tratan de alejar a los obreros de la lucha revolucionaria, prometiéndoles pequeñas reformas y concesiones. Los dirigentes socialistas de derecha cumplen, en nuestros días, su función de embaucadores de la clase obrera.



Estos recaderos del imperialismo se valen del atraso de los obreros para servir los intereses del capital, y son los encargados de inculcar en su espíritu la ideología

burguesa, de dividir a la clase obrera y apartarla de la lucha revolucionaria. Los partidos oportunistas de los socialistas de derecha constituyen el más importante punto social de apoyo del imperialismo en el seno del movimiento obrero.



A cuenta de las enormes ganancias que la burguesía imperialista obtiene del saqueo de las colonias y países económicamente dependientes, de los altos precios monopolistas, etc., puede permitirse sobornar y corromper a ciertos dirigentes del proletariado, creando la llamada aristocracia obrera, de la que se nutre el oportunismo en el seno del movimiento obrero. "Esta capa de obreros aburguesados —ha dicho Lenin—, esta aristocracia obrera formada por hombres perfectamente filisteos en su manera de vivir, por la cuantía de sus salarios y por toda su concepción del mundo representa el puntal más importante de la Segunda Internacional, y es, en nuestros días, el principal punto de apoyo social (no militar) de la burguesía. Son éstos verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, ordenanzas obreros de la clase capitalista.. ,"



La burguesía inglesa, especialmente, corrompió a los jerarcas de la clase obrera, desde mediados del siglo pasado, aprovechándose para ello de la situación monopolista que ocupaba en el mercado mundial y de sus inmensas colonias. En la actualidad, son los capitalistas norteamericanos quienes marchan a la cabeza en esta política de sobornar a los dirigentes de la clase obrera, pues disponen para ello de las máximas ganancias que obtienen al esquilmar al proletariado de su propio país y a los pueblos de otros países, arruinados por la segunda guerra mundial.



Los dirigentes oportunistas, corrompidos por las mercedes y las limosnas de la burguesía, defienden descaradamente al capitalismo. Después de la Gran Revolución Socialista de Octubre, los partidos socialdemócratas ayudaron a la burguesía de sus respectivos países a llevar a cabo la intervención armada contra la Unión Soviética; salvaron al capitalismo de la revolución proletaria; organizaron sangrientas represiones contra los obreros y despejaron el camino al fascismo. Actualmente, los dirigentes socialistas de derecha apoyan las aventureras ambiciones del imperialismo norteamericano en torno a la dominación mundial y le ayudan a preparar una guerra rapaz contra la U.R.S.S. y los países de democracia popular. Los jerarcas socialistas de derecha, en su política reformista, van mucho más lejos que sus predecesores de la Segunda Internacional, los Scheidemann. Kautsky, Hilferding, Macdonald y Renaudel. La socialdemocracia de derecha actual, llevando adelante su vieja misión de servidora de su burguesía nacional, se ha convertido en una agencia del imperialismo norteamericano y cumple los más sucios cometidos en la empresa de preparar una nueva guerra y en la lucha contra sus propios pueblos.



Los dirigentes socialistas de derecha hermanan su apoyo a la política exterior, a la política imperialista de los Estados Unidos, con las prédicas en favor de la "colaboración de clases" dentro de sus propios países. Estos tránsfugas del marxismo declaran que el socialismo es una "causa común" de todas las clases. El renegado de la clase obrera León Blum trataba de convencer a los obreros franceses de que el

socialismo no puede llegar a realizarse, según él, como resultado de la lucha de clases, sino en virtud del "perfeccionamiento moral del individuo". Para León Blum, la conciencia del proletariado y su lucha de clase constituían el "principal obstáculo" en el camino hacia el socialismo. Los dirigentes laboristas británicos siguen también la política de "colaboración de clases" con la que sirven al capitalismo. Morgan Philips, secretario general del Partido Laborista inglés, ha afirmado lo siguiente: "Los socialistas británicos rechazan, íntegramente, el marxismo, al igual que la teoría de la lucha de clases, bajo todas sus formas y manifestaciones. Tanto su política interior como exterior se basan en los principios democráticos cristianos, que nos legaron nuestros grandes reformadores religiosos, mucho antes de que naciera Marx".



Morgan Philips y otros dirigentes socialistas de derecha de la misma calaña no renuncian a participar en la lucha de clases, aunque se manifiesten en contra de la teoría marxista de esta lucha. Lo que ocurre es que participan en ella al lado de la burguesía y en contra del proletariado, sin que les sirva querer envolver esta actitud con frases acerca de los "principios democráticos cristianos". Para comprender cuál es la verdadera función que los dirigentes socialistas de derecha están llamados a desempeñar, basta fijarse en los hechos que ocurren en los países capitalistas, cuando la policía, la gendarmería y las tropas del ejército, obedeciendo órdenes de ministros "socialistas", desencadenan la represión sobre los obreros huelguistas e incluso abren fuego contra ellos. Los dirigentes socialistas de derecha son un instrumento en manos de la burguesía imperialista para luchar contra la clase obrera. Y no menos reaccionario es el papel que desempeñan en el movimiento obrero los dirigentes de la Federación Americana del Trabajo (A. F. O. L.) y de la Confederación de Sindicatos Industriales (C. I. O.), quienes tratan de hacer ver a los obreros que sus intereses coinciden con los de los "businessmen".



La labor de Green como presidente de la A. F. O. L. fue tan provechosa para los capitalistas que éstos le premiaron con una medalla de oro en la que figuraba esta inscripción: "Por haber colaborado con éxito con los industriales."



La vieja y anticuada teoría reformista de la "armonía de clases" se ve reforzada, ahora, con falaces consideraciones acerca de la "desaparición de las clases" y con la afirmación de que las fronteras de clase van borrándose en el seno del capitalismo. Los dirigentes socialistas de derecha, siguiendo a los sociólogos y economistas burgueses, sostienen que la ampliación de las sociedades anónimas representa una “democratización del capital". Tratan de ocultar, con ello, la realidad de que el verdadero dueño y señor sigue siendo el puñado de grandes accionistas, que se vale de la emisión de pequeñas acciones para ampliar el saqueo de la población.



Antes, los dirigentes reformistas, movidos por su afán de apartar al proletariado de la lucha por la conquista del Poder, restringían el horizonte de la lucha de clases, reduciéndola a una lucha por alcanzar insignificantes mejoras en cuanto a las condiciones de trabajo; en la actualidad, renuncian pura y simplemente a la lucha de clases. Bajo la bandera de la "colaboración de clases", hacen fracasar las huelgas, organizan el esquirolaje y dividen a los sindicatos; y todo ello, con el fin de reducir a la impotencia a la clase obrera.



Los partidos de los socialistas de derecha, aunque agrupen a obreros no son, en realidad de verdad, partidos proletarios, sino partidos burgueses en el seno de la clase obrera. Mediante su influencia sobre las capas más atrasadas de los obreros, dividen al proletariado con el designio de debilitar sus fuerzas e impedir que pueda derrocar al régimen capitalista, Es inevitable, por ello, que en el seno de esos partidos se entable una lucha entre los obreros sencillos, que por su posición de clase gravitan hacia la lucha revolucionaria, y los dirigentes socialistas de derecha que apoyan al capitalismo.



Los verdaderos partidos proletarios, es decir, los que expresan los intereses de la clase obrera, son los partidos comunistas, creados sobre la base ideológica del marxismo-leninismo. Estos partidos son defensores consecuentes y decididos de los intereses del proletariado y de todos los trabajadores, a los cuales unen y elevan a la lucha contra toda forma de opresión, a la lucha por el comunismo.



El marxismo-leninismo nos enseña que el partido es la forma superior de organización de clase del proletariado. Siendo la lucha política la forma fundamental de la lucha de clase del proletariado, es lógico que el partido político represente, a su vez, la forma superior de su organización de clase. Todas las demás organizaciones del proletariado (sindicatos, cooperativas, organizaciones culturales, etc.) representan importantes puntos de apoyo en la lucha de clases, pero sólo el partido político proletario puede unificar la labor de todas las organizaciones proletarias y darles una dirección única en la lucha por liberarse plenamente de toda suerte de opresión. Sin la existencia de un partido revolucionario marxista, templado y capaz, el proletariado no podría alcanzar la victoria sobre sus enemigos de clase, derrocar el Poder de éstos y establecer su propio Poder político y, una vez que haya triunfado la revolución, conservar y consolidar el Poder conquistado y marchar por el camino de la edificación del socialismo.



Para que el partido del proletariado pueda cumplir su misión de jefe, de dirigente de la lucha de clases, se requiere: a) que sea el destacamento de vanguardia, consciente, marxista, de la clase, obrera, pertrechado con el conocimiento de las leyes por las que se rigen la sociedad y la lucha de clases; b) que sea un destacamento organizado de la clase obrera, soldado por la unidad de programa, estrategia y táctica, por la unidad de acción y por una disciplina única; c) que se mantenga la unidad del partido como la condición fundamental de su propia fuerza y vitalidad; d) que en sus filas se observe una disciplina rrea; e) que el partido sostenga una lucha intransigente contra el oportunismo y depure sus filas de los elementos oportunistas, recordando que no es posible combatir al imperialismo si sus agentes se hallan enquistados en el estado mayor de la clase obrera; f) que reconozca y corrija, valientemente, sus defectos y errores por medio de la crítica y la autocrítica; g) que estreche sus vínculos con las masas, de lo que depende la fuerza del partido; h) que aplique el principio leninista de la dirección colectiva en todos los escalones del partido, desde los más bajos hasta los más altos.



Lenin y sus compañeros de lucha crearon, paso a paso, el Partido Comunista, en las durísimas condiciones de la Rusia zarista, mientras se replicaba a los numerosos golpes asestados por el zarismo, y se luchaba contra la burguesía y sus agentes en el seno del movimiento obrero, contra los "economistas", los mencheviques, los trotskistas. socialrevolucio-narios, anarquistas, nacionalistas, etc. En la creación del Partido Comunista de la U.R.S.S., desempeñaron un papel importantísimo las históricas obras de Lenin, ¿Q hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática y Materialismo y empiriocriticismo, que sentaron los fundamentos ideológicos, orgánicos, tácticos y teóricos del partido de nuevo tipo, "Durante veinticinco años, Lenin cuidó y educó a nuestro partido, como el partido obrero más fuerte y templado del mundo", dijo Stalin al pie de la tumba de Lenin.



Inspirándose en el Partido Comunista de la Unión Soviética, partido proletario de nuevo tipo, se crearon, en otros países, partidos comunistas hermanos. Después de la Revolución socialista de Octubre, que condujo a la destrucción del yugo de los capitalistas y terratenientes, los representantes de los partidos hermanos, llevados de su admiración por el temple y los éxitos del Partido Comunista de la Unión Soviética, le honraron con el título de la "brigada de choque" del movimiento obrero y revolucionario mundial.



Ningún partido ha sufrido ni sufre persecuciones tan duras como las que los partidos comunistas de los países capitalistas tienen que afrontar por parte de la reacción. Decenas de miles de hijos del Partido Comunista francés ofrendaron su vida en aras de la liberación de la patria, durante los años de la ocupación nazi; por ello, dicho partido se hizo acreedor, en aquellos años, al honroso título del "Partido de los fusilados". Pero la influencia de los comunistas, pese a las persecuciones, crece en todos los países capitalistas. El número de comunistas en todo el mundo, antes de la segunda guerra mundial, no pasaba de 5 millones, mientras que en 1952 era ya superior a 25 millones. Entre los Partidos comunistas extranjeros hay verdaderos partidos de masas. como el italiano, que ha pasado de 58.000 miembros antes de la guerra a más de 2 millones en 1953; el francés, cuyos efectivos han ascendido de 340.000 a 506.000 miembros, etc. Los Partidos Comunistas de Italia y Francia se han ganado a la mayoría de la clase obrera de sus países, desplegando una lucha heroica en favor de los intereses de los trabajadores. Y el hecho de que la influencia de los comunistas vaya en aumento es absolutamente lógico. Los partidos comunistas van ganando una autoridad cada vez mayor entre las masas, porque defienden valerosa y abnegadamente los intereses de los trabajadores. En los años en que el fascismo dominaba en Europa, los comunistas fueron los combatientes más firmes, más audaces y abnegados en la lucha contra el yugo fascista, en la lucha por la libertad y la independencia nacional de los pueblos. Y, en nuestros días, siguen siendo los combatientes más esforzados en la defensa de los intereses de los trabajadores, en la

lucha por la libertad y la independencia de sus pueblos amenazadas por el imperialismo norteamericano, el nuevo pretendiente a la dominación mundial.



Nikos Beloyannis, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Grecia, fusilado en 1952 por órdenes de los imperialistas yanquis, dijo, en sus últimas palabras ante el tribunal que lo condenó: "El Partido Comunista de Grecia no tiene por qué pedir a nadie diplomas de patriotismo. Los ha recibido ya del pueblo y se los ha ganado con su sangre ... Las raíces del Partido Comunista griego, regadas con la sangre de los patriotas, se hunden profundamente en las entrañas mismas del pueblo, y no podrán arrancárselas ni los tribunales militares, ni las condenas a muerte".



La fuente de la fuerza inagotable y de la vitalidad de los partidos comunistas radica en su íntima vinculación con el pueblo, cuyos intereses defienden.




6. Agudización de la lucha de clases en los países capitalistas en la etapa actual.



En el período transcurrido desde la terminación de la segunda guerra mundial, se han agudizado intensamente las contradicciones de clase y se ha intensificado también la lucha de clases del proletariado contra la burguesía en los países capitalistas más importantes. Esta lucha confirma una vez más la justeza de la ley, descubierta por el marxismo-leninismo, según la cual es inevitable la agudización de la lucha de clases en la sociedad capitalista, así como la revolución socialista. Las ideas burguesas acerca de una "conciliación" o "colaboración" entre las clases revelan. con mayor evidencia aún, su falta de fundamento.



Todos los cambios operados en la disposición de las fuerzas de clases, tanto en la situación internacional, como en el seno de cada país capilista, conducen, necesariamente, a una agudización de la lucha de clases en la sociedad capitalista.



La derrota sufrida por el bloque hitleriano y la victoria de la Unión Soviética, durante la segunda guerra mundial, cambiaron la correlación de fuerzas entre los dos sistemas el socialista y el capitalista— en favor del socialismo. Los cálculos de los círculos imperialistas de Estados Unidos e Inglaterra de que la guerra debilitaría a la Unión Soviética y fortalecería al capitalismo, resultaron fallidos. La Unión Soviética se fortaleció aún más, y del sistema capitalista se desgajaron, en Europa y Asia, una serie de países en los que se instauró el régimen de democracia popular. La histórica victoria de la revolución democrático-popular en China asestó un durísimo golpe al imperialismo. Todoa los países de democracia popular, junto con la Unión Soviética, forman un único y poderoso campo socialista enfrentado al campo del capitalismo.



Una de las consecuencias más importantes de la existencia de los dos campos opuestos es el desdoblamiento del mercado mundial único y omnímodo en dos mercados mundiales paralelos: el mercado del campo democrático, socialista, y e1 mercado de los países del campo imperialista. La contracción del mercado capitalista mundial agrava el fenómeno crónico de las empresas que no trabajan a pleno rendimiento y el paro forzoso crónico en los países capitalistas, a la par que agudiza la crisis general del capitalismo, con todas las contradicciones que lleva aparejadas.



Los capitalistas tratan de encontrar una solución a sus problemas, intensificando la explotación de los trabajadores, preparando una nueva guerra y sometiendo la economía a sus objetivos bélicos. Pero la militarización de la economía y la intensificación de la carrera de armamentos no pueden resolver las contradicciones inherentes al capitalismo, sino que, por el contrario, vienen a agudizarlas y ahondarlas aún más. La supeditación de la economía a los fines de guerra agrava las dificultades económicas y empeora la situación material de los trabajadores. Los gastos de guerra absorben casi las tres cuartas partes del presupuesto nacional de los Estados Unidos, el 42 por 100 del de Inglaterra y el 33 por 100 del de Francia. Para cubrir estos gastos, se recurre a la expoliación de los trabajadores, mediante el alza de los impuestos, el aumento de la inflación, etc. Los impuestos que pesan sobre la población en los Estados Unidos se elevaron más de 12 veces en 1952, en comparación con los años 1937 y 1938, tomando en cuenta incluso la depreciación de la moneda. Toda la carga de los impuestos, por otra parte, recae sobre los trabajadores. A comienzos de 1952, el obrero norteamericano entregaba al recaudador de impuestos 32 centavos de cada dólar de su salario.



El encauzamiento de la economía por los carriles de la guerra va acompañado, en la industria civil, por una reducción de la producción, lo que viene a agravar aún más el paro forzoso, que ya sin esto tiene carácter crónico. Solamente en los Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Italia y Alemania Occidental, el número de obreros parados total o parcialmente se elevaba a 32 millones.



La inflación, que ha subido vertiginosamente con la carrera de armamentos, el alza de precios y de los impuestos conducen a un descenso sistemático del salario real y a la expoliación de los trabajadores en beneficio de la burguesía.



Según datos del Sindicato de Electricistas, el costo de la vida en los Estados Unidos en 1952 subió casi tres veces en comparación con 1939. El "modo de vida norteamericano", tan cacareado por la prensa burguesa, ha conducido a que dos terceras partes de las familias norteamericanas carezcan del mínimo vital. Pero aún es más grave la situación de la clase obrera en los países capitalistas que dependen de los Estados Unidos y a los que los imperialistas norteamericanos quieren transferir la carga fundamental de la preparación de una nueva guerra.



Todo ello conduce a una agudización de la lucha de clases. En todos los países capitalistas crece el movimiento huelguístico. En efecto, de 1946 a 1950, el número de huelguistas en 16 países capitalistas, incluyendo los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón, Italia, se elevó a 50 millones, lo que representa el triple del período de 1935 a 1939. En los Estados Unidos, durante los cinco años anteriores a la segunda guerra mundial, se habían declarado en huelga 5.600.000 obreros; en cambio, en los primeros cinco años de la posguerra el número se elevó a más de 14 millones. En los años siguientes, el número de huelguistas ha continuado aumentando. Según datos proporcionados por el Ministerio de Trabajo de los Estados Unidos, en 1950 se declararon en huelga en el país 2.400.000 obreros; en 1951, 2.200.000; y en 1952, el número de huelguistas fue de 3.500.000.



El movimiento huelguístico reviste formas más agudas en los países esclavizados por el imperialismo norteamericano, en los cuales es especialmente bajo el nivel de vida de los trabajadores. Durante la huelga de los mineros franceses, de septiembre y octubre de 1948, se libraron verdaderos combates, en el curso de los cuales la policía y las tropas ocuparon por la fuerza de las armas las minas y barriadas obreras, empleando contra los huelguistas las bombas de gases lacrimógenos, los tanques y la artillería. En 1950, el número de huelguistas, en Francia, fue de más de millón y medio y en agosto de 1953 se extendió una ola de huelgas por el país que abarcó a cuatro millones de obreros.



El imperialismo norteamericano estrangula y condena a la ruina a muchas ramas de la industria nacional de otros países capitalistas, provocando con ello nuevas formas de lucha de clase del proletariado. En 1950, los obreros italianos, negándose a abandonar las fábricas y plantas industriales clasuradas, trabajaron sin patronos durante un período de 80 a 90 días. Los obreros de la fábrica "Redjano" de Redjo-nel-Emilia, habiendo recibido órdenes de la dirección para cerrar temporalmente la fábrica, con objeto de adaptarla a la producción de guerra, ocuparon los talleres y durante más de un año, hasta octubre de 1951, continuaron trabajando dedicados a la producción civil. La dirección de la fábrica trató de expulsarlos de los talleres, recurriendo a la fuerza o a diversas artimañas, pero acudieron en defensa de los obreros, en todo momento, los trabajadores de la ciudad y de toda la región.



En la situación actual, la lucha económica del proletariado se halla muy estrechamente vinculada a la lucha política. La defensa de los intereses económicos de los trabajadores depende en una medida muy considerable de los éxitos que logren en su lucha contra una nueva guerra mundial y contra la carrera de armamentos. Los obreros, al declararse en huelga, no sólo luchan por salarios más altos y por mejorar las condiciones de trabajo, sino también contra los planes belicistas. El incremento del movimiento huelguístico revela la fragilidad de la retaguardia de los instigadores imperialistas de guerras.



La preparación de una nueva guerra imperialista va acompañada de un proceso de fascistización de los Estados burgueses, como lo demuestran una serie de hechos, entre ellos la revisión de las Constituciones y leyes electorales vigentes, con el fin de restringir los derechos de los trabajadores; la persecución solapada y la violencia abierta contra los dirigentes del movimiento progresista y, en particular, contra los comunistas; la promulgación de leyes antiobreras, dirigidas contra los derechos sindicales, como la ley Taft-Hartley, aprobada en 1947 en Estados Unidos y que coarta el derecho de huelga de los obreros, concediendo a las autoridades la facultad de prohibir las acciones huelguísticas, a la par que reduce el campo de acción de los sindicatos y da facilidades a los patronos para contratar esquiroles. Y aún tiene un carácter fascista más descarado la ley MacCarran, promulgada en 1950, y que permite a las autoridades, si se presenta una "situación extraordinaria", detener y recluir, en campos de concentración, sin orden judicial, a los elementos progresistas.



La fascistización de los regímenes políticos en los países capitalistas, la abolición de los derechos democráticos más elementales provocan la resistencia que oponen las masas trabajadoras, encabezadas por la clase obrera. Con frecuencia, estallan huelgas como protesta contra las medidas reaccionarias adoptadas por los gobiernos burgueses, en solidaridad con otros obreros o por otros motivos.



El hecho de que la burguesía renuncie a las libertades democráticas burguesas y a la defensa de los intereses nacionales es un indicio revelador de su propia debilidad. Al volverse todavía más reaccionaria y convertirse en enemigo principal del movimiento de liberación, rompe todos sus nexos con el pueblo y, con ello, se debilita más aún.



El proletariado es, en la actualidad, la única clase que puede aglutinar en torno suyo a todas las fuerzas democráticas y patrióticas y tomar en sus manos la bandera de la defensa de la democracia y de la soberanía nacional. Todo esto contribuye a fortalecer al proletariado y a debilitar a la burguesía y crea condiciones favorables para que los partidos comunistas y democráticos agrupen, en torno suyo, a la mayoría del pueblo, para que se conviertan en la fuerza dirigente de la nación; y ello, a su vez, viene a suministrarles toda clase de fundamentos para vencer en todos los países capitalistas.



En las condiciones actuales, la lucha por los intereses de clase está vinculada, indisolublemente, a la lucha por los intereses generales democráticos y nacionales, a la lucha por la democracia, por la independencia nacional de los países avasallados por el imperialismo norteamericano.



La lucha por la paz y contra la amenaza de una nueva guerra tiene también este carácter democrático general. El movimiento de los partidarios de la paz no puede considerarse como un movimiento exclusivamente proletario, ni por su composición ni por sus objetivos. No persigue la meta de destruir al capitalismo y de instaurar el socialismo, sino que se circunscribe a los objetivos democráticos de la lucha por mantener la paz, por impedir una nueva guerra. Ahora bien, aunque dicho movimiento se haya limitado a estos objetivos democráticos, sólo ha podido convertirse en una poderosa fuerza gracias a la dirección del proletariado. Y la tarea central de los partidos comunistas y obreros, en las actuales circunstancias, no puede ser otra que lograr una paz firme y duradera, organizar y unir a las fuerzas de la paz contra las fuerzas de la guerra.



Las masas populares oponen una creciente resistencia a los preparativos de guerra del imperialismo norteamericano. Los comunistas franceses e italianos y los de otros, países europeos han declarado solemnemente, en nombre de las masas de sus países,que sus pueblos no empuñarán jamás las armas contra la Unión Soviética. Las masas populares de todos los países apoyan lá política exterior, la política de paz de la Unión Soviética, encaminada al aflojamiento de la tirantez internacional, a la prohibición de las armas atómicas y demás medios de exterminio en masa de la población, a la reducción de loa armamentos y al alivio de la carga de los impuestos.



La actuación del Consejo Mundial de la Paz y la labor de los Congresos mundiales en defensa de la paz, convocados por él, han contribuido valiosamente a la causa de la paz. En diversos países, la lucha por la paz ha revestido la forma de acciones directas, prácticas, contra los promotores de una nueva guerra; así, por ejemplo, los obreros se niegan a cargar y descargar el material bélico norteamericano, a cumplir los pedidos de guerra de los Estados agresivos, etc.



Los fundadores del marxismo-leninismo han enseñado a los proletarios a apoyar todo movimiento democrático en contra de la reacción y aglutinar, en torno suyo, a las masas populares. El proletariado sólo puede defender sus intereses de clase y garantizar la victoria del socialismo siempre que no actúe solo, aisladamente, es decir, que luce como jefe, como dirigente de la lucha democrática general. El proletariado está llamado a ser el jefe de esta lucha contra la reacción imperialista, que amenaza la seguridad y la independencia nacional de los pueblos.



La idea de la hegemonía del proletariado se halla presente en los programas de los Partidos Comunistas de la Gran Bretaña, la India y el Japón, elaborados en el período de la posguerra. Desarrollando en forma creadora el marxismo y aplicándolo a las condiciones peculiares del desarrollo de sus países, los partidos comunistas inscriben en sus programas la idea de que las masas populares deben agruparse en tomo al proletariado.



El programa del Partido Comunista de Gran Bretaña señala el camino de este país hacia el socialismo, planteando la necesidad de la instauración del Poder popular. El programa señala también que una condición importantísima de esta tarea es la creación de una amplia coalición popular formada por todas las capas trabajadoras. "Esta amplia alianza entre todas las capas del pueblo británico, que acabará decididamente con el poder despótico de los ricos sobre el porvenir de Gran Bretaña, sólo puede ser creada asentándose sobre la unidad de la clase obrera, como la fuerza decisiva y dirigente de dicha alianza, como la clase más interesada en luchar por una nueva sociedad."



Mientras que el programa del Partido Comunista de Gran Bretaña es un programa de transformaciones revolucionarias socialistas, los programas de los Partidos Comunistas de la India y el Japón establecen las reivindicaciones de estos partidos con vistas a una revolución democrática, que es, por su esencia, antifeudal y antiimperialista. Los Partidos Comunistas de la India y el Japón fijan como condición indispensable para esta revolución la creación del frente único democrático, en el cual se aglutinen, en torno al proletariado, los campesinos, los intelectuales y otras capas medias, así como la burguesía nacional, interesada en librar al país del yugo de los señores feudales y de los imperialistas extranjeros.



Pero una condición importantísima para que las amplias masas populares se alineen al lado del proletariado, en la lucha por realizar tanto la revolución democrática como la revolución socialista, es la unión revolucionaria, la unidad revolucionaria del proletariado mismo. La experiencia histórica demuestra que la reacción imperialista ha podido derrotar al proletariado allí donde éste se hallaba dividido a consecuencia de la política capituladora de los dirigentes socialistas de derecha.



La política escisionista de la clase obrera es una de las armas más importantes utilizadas por los imperialistas para aplastar las fuerzas de la democracia y del socialismo, para hacer descender el nivel de vida de los trabajadores y desencadenar la guerra. La unidad de la clase obrera sólo puede lograrse luchando, al mismo tiempo, contra la política escisionista de los dirigentes socialistas de derecha, que llevan al movimiento obrero la influencia de la burguesía' e introducen la división en sus filas. Factor importantísimo en la lucha por la unidad del movimiento obrero es la táctica del frente único, la unidad de acción de los obreros establecida desde abajo, pese a la oposición de los dirigentes socialistas de derecha, en torno a las reivindicaciones políticas y económicas que interesan a todos los obreros.



La unidad de la clase obrera constituye la piedra angular de la victoria decisiva sobre el capitalismo. Si la clase obrera actúa unida, será invencible y no habrá fuerza social capaz de hacerle frente. He ahí por qué los partidos comunistas se plantean la tarea de llegar a la unidad de acción de la clase obrera, de ganar a su lado a las amplias capas de campesinos trabajadores, de organizar una firme alianza entre el proletariado y los campesinos y de aglutinar a los obreros y campesinos en un poderosa y coherente ejército, capaz de resistir a los ataques de la reacción y de derrocar el capitalismo. Este ejército se forja en la lucha ,de clases, que avanza, incontenible, en los países capitalistas.



La lucha de clases discurre, en esos países, de manera desigual. La debilidad relativa del movimiento obrero en países como Estados Unidos e Inglaterra puede explicarse, entre otras causas, por el hecho de que la burguesía todavía dispone en ellos de la posibilidad de sobornar a los dirigentes de la clase obrera, merced a los beneficios que obtiene explotando a los pueblos de los países coloniales y dependientes. Ahora bien, la agravación de la crisis general del capitalismo, y el ascenso del movimiento de liberación nacional en las colonias y países dependientes, reducen esas posibilidades, minan la retaguardia del imperialismo, contribuyen a que la clase obrera se eleve a un plano más revolucionario en el seno mismo de las ciudadelas fundamentales del imperialismo y crean condiciones favorables para la unidad y la victoria de todas las fuerzas revolucionarias.




7. La dictadura del proletariado como continuación de la lucha de clases, bajo nuevas formas. Las clases y la lucha de clases, en él período de transición del capitalismo al socialismo.



La experiencia de la Unión Soviética y de los países de democracia popular ha venido a confirmar la tesis de los clásicos del marxismo-leninismo de que la conquista del Poder político por la clase obrera, la instauración de la dictadura del proletariado, constituye el factor decisivo en la supresión de las clases explotadoras, primero, y más tarde, de todas las clases en general.



La desaparición de las clases supone, ante todo, la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción, para dejar paso a la propiedad social. El primer paso, decisivo, para la solución de esta tarea es la expropiación de los medios de producción pertenecientes a la clases explotadoras, es decir, a los terratenientes y capitalistas.



En Rusia, donde la revolución socialista al mismo tiempo que resolvía sus tareas cardinales debía dar cima también a las tareas no resueltas por la revolución democrática burguesa, el Poder soviético expidió, el primer día de su existencia, el decreto sobre la tierra. Por él se abolía para siempre la propiedad privada sobre la tierra y se confiscaban sin indemnización las tierras de los terratenientes, de la corona y de las comunidades religiosas, entregándose en usufructo gratuito a los campesinos trabajadores. La aplicación de este decreto permitió que los campesinos recibieran más de 150 millones de desiatínas de tierras de latifundios y que desapareciera la agricultura latifundista. Ello hizo posible, a su vez, no sólo que se acabara con las más pavorosas supervivencias del régimen de la servidumbre feudal, sino también que el proletariado ganara para su causa, para la revolución socialista, a las amplísimas capas campesinas, que habían sufrido todo el rigor del yugo de los terratenientes.



Para minar los cimientos económicos del capitalismo y sentar las bases de la economía socialista, el proletariado victorioso nacionalizó, en el curso de unos meses de fines de 1917 a mediados de 1918— la gran industria, los bancos, los ferrocarriles, la marina mercante, el comercio exterior, etc.



La nacionalización de la industria y los bancos, es decir, la abolición de la propiedad privada sobre las fábricas, plantas industriales, bancos y otras empresas, así como su transformación en bienes de todo el pueblo, dio los siguientes resultados: a) expropiación de la gran burguesía, y más tarde de la burguesía media, a consecuencia de lo cual la gran burguesía fué destruida por la fuerza; b) eliminación de la dependencia financiera y de otra índole con respecto al capital internacional; c) liberación de la mayoría de la clase obrera (todos los obreros de las industrias nacionalizadas) de la explotación y, por consiguiente, transformación de la clase obrera de clase explotada, privada de medios de producción, en clase liberada de la explotación, dueña con todo el pueblo de las fábricas, plantas industriales, etc.; d) creación de un régimen económico socialista, que fué ocupando las posiciones dominantes de la economía nacional y adquiriendo, paulatinamente, una función rectora en el desarrollo de toda la economía.



La economía del período de transición del capitalismo al socialismo se caracteriza por la coexistencia de varios tipos económicos. En los primeros años de la revolución, existían en la Rusia soviética elementos pertenecientes a cinco tipos económicos distintos, entre los cuales se destacaban por su mayor importancia tres formas fundamentales; el tipo socialista, el capitalista privado y el tipo de la pequeña producción áe mercancías. A estos tres tipos económicos distintos correspondían, a su vez, tres clases: la clase obrera, los campesinos trabajadores, que no explotaban trabajo ajeno, y los elementos capitalistas (los restos de la burguesía urbana y los kulaks, en el campo), relegados a un plano secundario, de clase no fundamental.



Los mismos tipos de economía y, consiguientemente, las mismas clases existen actualmente en los países de democracia popular del Centro y Sudeste de Europa, que basándose en la experiencia de la Unión Soviética, y contando con su apoyo, llevan a cabo el paso del capitalismo al socialismo. Estos países resolvieron las tareas de la revolución democrático-burguesa en el primer período que siguió a su liberación y llevaron a cabo en los años de 1945 a 1946, especialmente, las transformaciones agrarias revolucionarias, siguiendo el ejemplo del país soviético. Sin embargo, en ellos, a diferencia de lo que se hizo en la Unión Soviética, la tierra no fué nacionalizada, sino entregada a los campesinos como propiedad particular. Los partidos comunistas y obreros han tenido presente que el nuevo Poder, en la mayoría de los países capitalistas, no puede abolir la propiedad privada sobre la tierra inmediatamente después del derrocamiento del viejo régimen, porque la pequeña propiedad privada existe en ellos hace ya muchos decenios y los campesinos creen que su abolición constituye una expropiación injusta. Repartiendo los grandes latifundios feudales y entregándolos en propiedad a los campesinos, el Poder democrático-popular ha acabado con la clase de los terratenientes y logrado que los campesinos trabajadores hagan causa común con el proletariado. A la par que se realizaban estas transformaciones democráticas revolucionarias, ya en la primera etapa de la revolución de los países de democracia popular, se llevaban a cabo también algunas transformaciones socialistas. Al pasar a la segunda etapa, es decir, a la de las transformaciones socialistas, se dio cima a la nacionalización de la gran industria capitalista, de los bancos, los transportes, etc. Con el cumplimiento de estas tareas, que en la mayoría de los países de democracia popular fueron abordadas en los años 1947 y 1948, se aseguró la desaparición de la gran burguesía.



En el período de transición del capitalismo al socialismo, es inevitable que haya diversos tipos de economía, ya que las premisas necesarias para la transformación socialista de la economía nacional no maduran por igual en sus diversas ramas. En Rusia, como en la mayoría de los países capitalistas, el capitalismo había alcanzado tal grado de concentración de los medios de producción que fué posible expropiárselos a la burguesía inmediatamente después del triunfo de la revolución proletaria, convirtiéndolos en bienes de toda la sociedad. En la agricultura, los medios de producción seguían hallándose divididos entre millones de pequeños propietarios, pese al crecimiento del capitalismo. Ello hizo que fuera inevitable la existencia de la pequeña producción mercantil, incluso después de haber triunfado la revolución socialista. Con el reparto de las tierras de los terratenientes, aumentó más en la Rusia soviética el número de pequeñas haciendas, lo que, unido a la expropiación parcial de los kulaks llevada a cabo por los comités de campesinos pobres en la segunda mitad de 1918, condujo a que se elevara el peso específico de los campesinos medios; y, como consecuencia de todo ello, el campesino medio se convirtió en la figura central de la agricultura del período de transición.



Si la abolición de la propiedad privada de las clases explotadoras constituye el primer paso para la desaparición de las clases, el segundo lo representa la colectivización de los medios de producción de los pequeños productores de mercancías. La pequeña producción mercantil constituye la raíz económica más profunda del capitalismo. Como dice Lenin, bajo las condiciones del período de transición del capitalismo al socialismo, la pequeña producción engendra el capitalismo y la burguesía constantemente, cada día, cada hora, por un proceso espontáneo y en masa.



Ahora bien, para acabar con la pequeña propiedad privada de los trabajadores no se puede seguir el mismo camino que para abolir la gran propiedad privada de los explotadores; es decir, el camino de la expropiación. Este camino, al que querían empujar al Partido los enemigos del leninismo, los trotskistas, habría sido fatal para la dictadura del proletariado, ya que la clase obrera sólo puede mantenerse en el Poder con el apoyo de los campesinos trabajadores y aliada a ellos.



El objetivo del proletariado socialista, con respecto a los explotadores, consiste en aplastar, implacablemente, su resistencia y expropiar sus medios de producción. Pero el objetivo de la dictadura del proletariado, por lo que toca a las masas del campo y a los trabajadores en general, es absolutamente distinto: no se trata de aplastarlos, sino de prestarles toda clase de ayuda, incorporándolos a la edificación del socialismo.



Como demuestra la experiencia de la Unión Soviética, el destino del socialismo depende de que se establezca y consolide la alianza entre el proletariado y los campesinos trabajadores, particularmente los campesinos medios. Durante los años de guerra civil, la alianza entre los obreros y los campesinos del país soviético tenía un carácter político y militar, y se mantenía porque la clase obrera y los campesinos trabajadores estaban unidos por el interés de derrotar a los intervencionistas y a las guardias blancas. En los años de la edificación pacífica, el Partido Comunista fortaleció la alianza entre la clase obrera y los campesinos trabajadores sobre nuevas bases, sobre bases económicas. Tanto la clase obrera como los campesinos trabajadores estaban interesados ahora en restaurar la economía devastada por la guerra y en hacer que el desarrollo de la agricultura se encarrilara por cauces socialistas. El desarrollo por la vía capitalista sólo podía traer la ruina a la mayoría de los campesinos. Esto es lo que determina la comunidad de intereses entre los campesinos trabajadores y la clase obrera.

Al mismo tiempo, era inevitable que dentro de la propia alianza entre la clase obrera y los campesinos surgieran contradicciones en relación con problemas especiales, con problemas cotidianos. La clase obrera y los campesinos individuales no sólo son clases diferentes por su situación económica, sino también por las tendencias económicas distintas que una y otra siguen. La tendencia socialista es característica del proletariado; la tendencia mercantil-capitalista lo es de los campesinos, como clase de propietarios privados. Aunque los campesinos no son socialistas por su situación de clase, sí son trabajadores y, por consiguiente, pueden y deben ser incorporados al camino de la edificación del socialismo.



El marxismo-leninismo, al subrayar la necesidad de la alianza entre la clase obrera y los campesinos, nos enseña que la victoria del socialismo exige no una alianza cualquiera, sino precisamente una alianza en la que el papel dirigente corresponda a la clase obrera y que tenga como meta la consolidación de la dictadura del proletariado y la edificación del socialismo.



Lenin señala científicamente cuáles son los caminos para incorporar a los campesinos trabajadores a la edificación del socialismo, en los artículos y discursos sobre la nueva política económica, y muy especialmente en sus últimos artículos de enero y marzo de 1923, titulados Sobre la cooperación, Cómo podemos reorganizar la Rabkrín [Inspección obrera y campesina] y Mes vale menos, pero mejor, Lenin señalaba que después que el proletariado ha conquistado el Poder y expropiado á los terratenientes y capitalistas, es necesario desarrollar, por todos los medios, la industria socialista, equipar adecuadamente la agricultura, transformarla sobre una nueva base técnica; que es necesario, asimismo, que los pequeños campesinos y los campesinos medios se agrupen, poco a poco, en cooperativas de producción, y que se establezca una alianza económica entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura, por medio del intercambio de productos, desarrollando por todos los medios el comercio de Estado y el cooperativo y desplazando a los elementos capitalistas de la circulación de mercancías. Las tesis programáticas de Lenin han servido de base a la política de industrialización del país y a la política de colectivización de las haciendas campesinas, elaboradas posteriormente, bajo todos sus aspectos y a base de una íundamentación científica, en los trabajos de J. V. Stálin, así como en las resoluciones del Partido Comunista y del Gobierno soviético.



La industrialización socialista se tradujo en un aumento del peso específico del régimen socialista de economía y en la eliminación de los elementos capitalistas privados de la industria y del comercio. El desarrollo de la industria socialista significó también un aumento de la fuerza y la influencia de la clase obrera en el país.



La industrialización socialista sentó las premisas materiales para la transformación socialista de la agricultura; por otra parte, la ayuda de la clase obrera a los campesinos trabajadores, en el terreno de la producción, fortaleció la alianza entre ellos. De este modo, se crearon las condiciones para que los campesinos ingresaran en masa en los koljoses, a la par que, sobre la base de una colectivización total, se hizo posible la liquidación de la última clase explotadora, que era también, a su vez, la más numerosa: la clase de los kulaks.



La liquidación de esta clase explotadora, que durante largo tiempo había conservado importantes posiciones en la agricultura, sólo podía llevarse a cabo mediante la expropiación violenta. En e1 XI Congreso del Partido Comunista (bolchevique), celebrado en 1922, Lenin predecía que la clase obrera y los campesinos trabajadores tendrían que librar una última batalla, decisiva, contra el capitalismo engendrado por la pequeña hacienda campesina. El Partido Comunista y el Poder soviético pusieron en pie, para librar esta batalla, a las masas de campesinos pobres y medios, y a fines de 1929 se produjo el histórico viraje de la política de desplazamiento y restricción de los elementos capitalistas del campo hacia la nueva política de liquidación de los kulaks como clase. Las consecuencias de la colectivización total de las haciendas campesinas y la expropiación de los kulaks fueron las siguientes: a) fue liquidada la clase de los kulaks, la última y a su vez la más numerosa clase explotadora; b) la clase de los campesinos, la más numerosa entre las clases trabajadoras, abrazó el camino del socialismo; c) se creó la base socialista en la rama de la economía nacional de la U.R.S.S. más amplia y de vital necesidad, pero, al mismo tiempo, más atrasada en el pasado, es decir, en la agricultura.



Al analizar cuáles son los caminos que llevan a la desaparición de las clases, Lenin abordaba el problema de las nuevas formas que adopta la lucha de clases en la época de la dictadura del proletariado. Con la instauración de la dictadura del proletariado, no desaparece la lucha de clases; cambia simplemente de forma y, en muchos aspectos, se vuelve más aguda, más encarnizada. El cambio fundamental que se opera en la lucha de clases, después de la revolución socialista, consiste en que la clase obrera libra ahora esa lucha como clase dominante, empleando contra sus enemigos todas las armas de que dispone el Poder estatal. Las formas anteriores de la lucha de clase del proletariado pierden su valor. Las huelgas, el boicot, la insurrección y otras formas semejantes dejan de ser armas de la clase obrera para convertirse, por el contrario, en instrumentos de lucha de las clases enemigas. Lenin, en el esbozo del folleto Sobre la dictadura del proletariado, señala cinco nuevas formas y tareas de la lucha de clases del proletariado en el período de transición del capitalismo al socialismo.



En primer lugar, como forma nueva de la lucha de clases del proletariado, aparece el aplastamiento de la resistencia de los explotadores. Esta resistencia de los explotadores se agudiza, particularmente, cuando, después de haber sido derrotados, se lanzan encarnizadamente a la lucha por la reconquista del Poder y de la riqueza perdidos.



En segundo lugar, si la dictadura del proletariado ha sido instaurada en un solo país, sujeto al cerco capitalista, la resistencia de los países capitalistas se convierte, inevitablemente, en guerra civil, que es, por otra parte, la forma más aguda de la lucha de clase del proletariado. A causa de las variadas relaciones internacionales entre los capitalistas, los obreros y campesinos soviéticos tuvieron que librar de 1918 a 1920 no sólo una guerra civil contra los terratenientes y capitalistas derrocados por la revolución, sino que se vieron obligados, al mismo tiempo, a rechazar la invasión de los intervencionistas armados extranjeros.



Una nueva forma de la lucha de clases es, en tercer lugar, la dirección por el Estado de la pequeña burguesía y, en particular, de los campesinos. Las capas pequeñoburguesas de los trabajadores ocupan una posición intermedia, pues, además de trabajadores, son pequeños propietarios de medios de producción; por ello, adoptan una actitud vacilante entre el proletariado y la burguesía. El Poder estatal constituye un medio importantísimo para que la clase obrera logre atraer a su lado a estos aliados inestables, vacilantes. La dictadura del proletariado, según nos enseña Lenin, representa la dirección de todos los trabajadores por una sola clase, el proletariado.



Una cuarta forma de lucha de clases la tenemos en la influencia que la clase obrera ejerce sobre todas las capas de la intelectualidad burguesa con el fin de emplear a los especialistas burgueses en la edificación de la nueva sociedad. El proletariado, al tomar el Poder, no dispone todavía de la experiencia ni de los conocimientos necesarios para dirigir y administrar la economía del país. De ahí la necesidad de tomar a su servicio a los especialistas burgueses, aprovechando su experiencia y conocimientos, a la par que los reeduca. La utilización de los especialistas burgueses se convierte en una forma de la lucha de clases, en virtud de que el proletariado victorioso tiene que superar su resistencia, reprimir por la fuerza sus intentos de sabotaje, etc.



Una nueva forma de la lucha dé clases es, en quinto lugar, la tarea de educar a toda la población trabajadora en la necesidad de acatar una nueva disciplina, la disciplina del trabajo, la disciplina social, y la del Estado. El proletariado no sólo tiene que vencer la resistencia del enemigo de clase, sino también la resistencia de grupos y capas atrasados de trabajadores, contaminados por los hábitos y tradiciones burgueses. "Tal vez la lucha de clases vaya también dirigida en el período de transición del capitalismo al socialismo —escribe Lenin— a defender los intereses de la clase obrera frente al puñado de obreros, grupos o capas de trabajadores que se aferran tenazmente a las tradiciones (y hábitos) del capitalismo y que continúan viendo al Estado soviético como se veía al Estado antes: trabajar para él lo menos y lo peor posible y sacarle todo el dinero que se pueda".



La educación de los trabajadores en un nuevo espíritu de disciplina se lleva a cabo, principalmente, por medio del convencimiento, sin que esto quiera decir que se descarte la aplicación de métodos coactivos, si bien éstos deben ir dirigidos contra los holgazanes, los parásitos, los aprovechados, los picaros, etc. La coacción se ejerce por el Estado proletario sujetándose a las leyes que él mismo establece, por medio de sus normas e instituciones jurídicas.

Así, pues, el Poder estatal se convierte en el arma principal de la lucha del proletariado contra las fuerzas y tradiciones del capitalismo, no sólo en el campo de la política y la economía, sino también en el de la educación ideológica. He ahí por qué Lenin caracterizaba a la dictadura del proletariado, en su trabajo El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, como una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad.



La lucha de clases, lejos de amortiguarse en el período de transición del capitalismo al socialismo, se agudiza. El leninismo ha puesto al desnudo la "teoría" revisionista burguesa acerca de la atenuación y la extinción de la lucha de clases, que predicaban los bujarinistas, defensores de los kulaks. "En la historia, no se ha dado jamás el caso de que las clases moribundas se retiren voluntariamente de la escena —ha dicho J. V. Stalin—. No se ha dado jamás en la 'historia el caso de que la burguesía agonizante no apelase a sus últimas fuerzas para defender su existencia". Los elementos capitalistas, que se ven desplazados por los avances del socialismo y que sienten que la tierra se va hundiendo bajo sus pies, no cejan por ello en su resistencia, sino que recurren, por el contrario, a medios y formas de lucha aún más agudos.



El mundo capitalista, llevado de su hostilidad hacia el Poder soviético, ha apoyado con todas sus fuerzas a los restos de las clases explotadoras dentro del país. Como resultado de la conjunción de dos fuerzas antisoviéticas, la de los imperialistas extranjeros, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y el Japón, de una parte, y la de la contrarrevolución de la burguesía y los terratenientes de Rusia, de otra, se llevó a cabo una intervención armada contra el Poder soviético en los años de 1918 a 1920.



Pero, al ser derrotada la intervención armada y al desarrollarse la edificación pacífica por los obreros y campesinos, los enemigos del Poder soviético trataron de hacer fracasar esta obra de edificación organizando el sabotaje dentro del país. El sabotaje era una forma de intervención económica y, como la intervención armada, producto de la conjunción de dos fuerzas antisoviéticas: el capital internacional y los grupos de especialistas burgueses, enemigos del Poder soviético.



Entre las fuerzas enemigas de que se valía la burguesía internacional para tratar de minar al país del socialismo, ocupaban un lugar especial los restos de los partidos, grupos y tendencias antileninistas, que habían sido derrotados por el Partido Comunista, y entre los que se contaban los mencheviques, socialrevolucionarios, trotskistas, zinovietistas, bujarinistas, nacionalistas, etc. La actividad de todos estos grupos enemigos del socialismo reflejaba la resistencia que ofrecían las clases explotadoras derrotadas.



Por eso el Partido Comunista educa a los trabajadores en el espíritu de la vigilancia revolucionaria. La propia experiencia de los países de democracia popular viene a confirmar también el carácter inevitable de la lucha de clases, en el período de transición del capitalismo al socialismo. La existencia de la Unión Soviética determina la presencia de ciertas formas peculiares en la lucha de clases de estos países. Mientras que en la Unión Soviética los obreros y campesinos victoriosos se vieron obligados a librar una guerra civil frente a la contrarrevolución interior y a defender su país de la intervención militar extranjera, en los países de democracia popular del Centro y Sudeste de Europa, que cuentan con el apoyo de la Unión Soviética, las fuerzas enemigas no han podido desatar la guerra civil. Los imperialistas no han podido desencadenar, por las mismas razones, contra esos países la intervención armada, que llegaron a organizar, sin embargo, en Grecia.



Esto no quiere decir, no obstante, que los países de democracia popular puedan avanzar hacia el socialismo por la vía pacífica, sin lucha de clases y sin que ésta se agudice, como afirmaban los oportunistas de derecha y los nacionalistas infiltrados en las filas de los partidos comunistas y obreros.



El campo imperialista no se resigna, en modo alguno, a que los pueblos del Centro y Sudeste de Europa se hayan sacudido el yugo del imperialismo. Movida por su anhelo de restaurar el orden capitalista, de hacer fracasar la edificación socialista en esos países, volviéndolos contra la Unión Soviética, la reacción imperialista recurre a los medios más infames y pérfidos, organizando la provocación y el espionaje, complots, actos de sabotaje, incendios premeditados, asesinatos, y preparando la intervención.



La experiencia de la lucha de clases enseña a todos los trabajadores la necesidad de ejercer una vigilancia revolucionaria y de ser intransigentes con los enemigos del pueblo.




8. La victoria del socialismo en la U.R.S.S. y los cambios operados en la estructura de clases de la sociedad soviética.



La victoria del socialismo en la U.R.S.S. produjo un cambio radical en la economía de la sociedad soviética y, consecuentemente, en su estructura de clases. Los trabajadores soviéticos, después de haber consolidado la propiedad socialista sobre los medios de producción en todas las ramas de la economía nacional, acabaron con la explotación del hombre por el hombre y con todas las clases explotadoras. Desaparecieron los capitalistas en la industria, los terratenientes y kulaks en la agricultura y los comerciantes y especuladores en la esfera de la circulación de mercancías.



La composición social de la población de la U.R.S.S., según los datos del censo de 1939, es la siguiente: obreros de la ciudad y del campo, 34,2 por 100; empleados, 17,5 por 100; campesinos koljosianos y artesanos de cooperativas, 46,9 por 100; campesinos individuales y artesanos no cooperativistas, 2,6 por 100; personas que no trabajan, 0,04. por 100 de la población.

La sociedad socialista, por consiguiente, está formada por dos clases: los obreros y los campesinos, y por una capa intermedia: los intelectuales. Todos estos grupos sociales han experimentado en el curso de la edificación del socialismo cambios muy profundos.



Ha cambiado la clase obrera de la U.R.S.S. De ella no forman parte ya obreros que trabajen en empresas capitalistas privadas, pues semejantes empresas ya no existen en la U.R.S.S.; tampoco forman parte de ella los obreros agrícolas, es decir, los jornaleros, explotados por los kulaks. Todos los obreros soviéticos trabajan ahora en empresas socialistas; la clase obrera se ha liberado totalmente de la explotación. Ya no puede llamarse proletariado a la clase obrera de la Unión Soviética, que es, ahora, una clase obrera de nuevo tipo, la clase obrera de una sociedad en que se ha consolidado la propiedad socialista sobre los instrumentos y medios de producción; una clase nueva, que dirige a la sociedad socialista por el camino hacia el comunismo.



Ha cambiado también la clase de los campesinos en la U.R.S.S., ya que el Poder soviético la ha liberado no sólo de los terratenientes, sino también de la explotación de los kulaks. Los campesinos ya no constituyen una clase de pequeños propietarios privados, sino que son, en su inmensa mayoría, koljosianos. Los koljosianos trabajan conjuntamente en grandes haciendas colectivas, en las que se hallan colectivizados los medios fundamentales de producción y en las que se aplica la técnica agrícola más avanzada.



También se han operado cambios profundos entre los trabajadores intelectuales de la U.R.S.S. Ha cambiado, ante todo, su propia composición: mientras que, antes de la revolución, la mayor parte de ellos procedía de la nobleza, de la burguesía, del clero, etc., en 1936 el 80 al 90 por 100 de los intelectuales soviéticos procedían de la clase obrera, de los campesinos y demás capas de trabajadores. Y ha cambiado, así, también el mismo carácter del trabajo intelectual: en tanto que antes de la revolución los intelectuales estaban al servicio de las clases poseedoras, los intelectuales soviéticos se hallan al servicio del pueblo. Por consiguiente, en los años de la edificación socialista se ha creado en la U.R.S.S. una intelectualidad de nuevo tipo, soviética, vinculada estrechamente a su pueblo, a la clase obrera y a los campesinos.



Fruto de todos este cambios en la estructura de clases de la sociedad soviética es su unidad moral y política. En la sociedad socialista no existen ya clases antagónicas enemigas, puesto que las clases explotadoras han sido liquidadas y los obreros, campesinos e intelectuales viven y trabajan en una atmósfera de fraternal colaboración. Bajo el socialismo, ya no hay grupos sociales que puedan apropiarse el trabajo ajeno valiéndose de la posición que ocupan en el sistema de producción.



Esto no quiere decir, sin embargo, que hayan desaparecido todas las diferencias de clase. Para llegar a la desaparición total de las clases no basta que hayan sido destruidas todas las clases explotadoras, ni basta tampoco abolir toda clase de propiedad privada sobre los medios de producción; se requiere también que desaparezca la diferencia esencial entre la ciudad y el campo, así como la que media entre el trabajo físico y el intelectual. Bajo el socialismo, que constituye la primera fase del comunismo, no existe ya contraposición entre la ciudad y el campo, entre el trabajo físico y el intelectual, puesto que no hay explotación del hombre por el hombre; sin embargo, media todavía una diferencia esencial entre ellos. Lo que tiene su explicación en el hecho de que, en la sociedad soviética, existen aún diferencias entre la clase obrera y los campesinos y también entre estas clases y los intelectuales.



La diferencia más esencial que media entre la ciudad y el campo radica, bajo las condiciones del socialismo, en la existencia de dos formas de propiedad socialista: la propiedad estatal y la cooperativa-koljosiana. La propiedad estatal, que sirve de base a la clase obrera, constituye la forma más alta de colectivización de los medios de producción, que se convierten así en bienes de todo el pueblo; la propiedad koljosiana es la propiedad de los koljoses por separado, y si bien es socialista, social, no es la propiedad de todo el pueblo, sino de un grupo. De estas diferencias entre las dos formas socialistas de propiedad se deriva la diferente posición económica que ocupan los obreros y campesinos en el sistema de la producción socialista. Los obreros y campesinos se diferencian, además, por la relación especial que mantienen con los medios de producción, por su papel específico dentro de la organización social del trabajo, por la distinta manera de percibir sus ingresos; por todo ello, siguen siendo todavía dos clases distintas.



Por consiguiente, la estructura de clases de la sociedad socialista, como las de las sociedades anteriores, está condicionada por las formas de propiedad sobre los medios de producción que en ella imperan.



Las diferencias existentes entre la clase obrera y los campesinos reflejan el carácter peculiar de las vías que siguen una y otra clase en su marcha hacia el comunismo. Pero, a diferencia del período de transición, en que la clase obrera y los campesinos se apoyaban en tipos económicos distintos (el socialista en la industria y el de la pequeña producción de mercancías en la agricultura), estas dos clases descansan, ahora, sobre una base económica común: el sistema socialista de economía, que se ha consolidado tanto en la ciudad como en el campo. Gracias a la colectivización de las haciendas, los campesinos se han ido aproximando a la clase obrera, y los intereses de unos y otros discurren actualmente por el mismo camino, por el camino del fortalecimiento del socialismo y la construcción del comunismo.



La alianza entre la clase obrera y los campesinos koljosianos constituye la base, la médula de la unidad moral y política de la sociedad soviética. La meta de esta alianza es la construcción de la sociedad comunista, en la que desaparecerán definitivamente las diferencias entre la clase obrera y los campesinos y la que media entre estas clases y los trabajadores intelectuales. Esta meta sólo puede ser alcanzada con el fortalecimiento continuo de la alianza entre la clase obrera y los campesinos.

Premisa indispensable de este fortalecimiento es el establecimiento de las debidas proporciones entre el ritmo de desarrollo de la industria y el de la agricultura. Ya en su XII Congreso había subrayado el Partido que "la interdependencia existente entre la clase obrera y los campesinos se apoya, en última instancia, en la interdependencia entre la industria y la agricultura". Los Plenos del Comité Central del Partido Comunista de la U. R. S. S. de septiembre de 1953 y de febrero y marzo de 1954 plantearon la tarea de seguir impulsando, por todos los medios, en el futuro, la industria pesada, de garantizar el auge vertical de la agricultura y de superar, de esa manera, la discontinuidad que ha ido formándose entre el ritmo de desarrollo de la industria y el de la agricultura. El cumplimiento de esta tarea asegurará una elevación mucho más rápida del bienestar material del pueblo soviético y representará una contribución importante al fortalecimiento ulterior de la alianza entre la clase obrera y los campesinos.



La alianza entre la clase obrera y los campesinos koljosianos se fortalece sobre la base del desarrollo ulterior de las relaciones socialistas de producción. Se fortalece, igualmente, la alianza entre la ciudad y el campo; la ciudad presta una enorme ayuda al campo, en el terreno de la producción, proporcionando a los koljoses por medio de las estaciones de máquinas y tractores una técnica de primera clase. El desarrollo de las estaciones de máquinas y tractores refuerza la dirección del Estado en los koljoses. El Partido Comunista y el Estado socialista fortalecen por todos los medios la alianza entre la ciudad y el campo bajo la forma mercantil, considerando el comercio soviético como un eslabón de importancia vital en el sistema general de las relaciones económicas de producción entre la industria de Estado y la agricultura koljosiana. Al continuo fortalecimiento de la alianza entre la clase obrera y los campesinos contribuye también el mejoramiento de las formas de distribución de los productos, así como las medidas adoptadas por el Partido y el Gobierno para elevar el interés económico de los koljoses y koljosianos en el aumento de la producción agrícola.



El Partido Comunista y el Estado socialista no sólo fortalecen los nexos económicos entre la clase obrera y los campesinos koljosianos, sino también los vínculos políticos y culturales. Bajo las condiciones del socialismo, la clase obrera sigue siendo la clase más avanzada; es la clase que ejerce la dirección del Estado en la sociedad y la que lleva tras sí a los campesinos, superando las supervivencias de la psicología de pequeños propietarios que aún subsisten entre ellos. El ascenso paulatino del nivel cultural hasta ponerse al nivel de la ciudad representa una enorme aportación cultural de la ciudad a los campesinos.



Las fronteras entre las clases se van borrando en la U.R.S.S., gracias al fortalecimiento de las relaciones económicas, políticas y culturales entre la ciudad y el campo.



Estas fronteras entre la clase obrera, los campesinos y los intelectuales vanborrándose en el proceso de transición del socialismo al comunismo en forma gradual, sin que este fenómeno vaya acompañado de conflictos de clase. En las formaciones sociales antagónicas, la fuerza motriz del desarrollo histórico ha sido siempre y sigue siendo la lucha de clases; la sociedad socialista, por el contrario, se desarrolla sobre la base de la colaboración fraternal entre todos los grupos sociales que la integran.



La sociedad socialista no conoce los conflictos de clases; las relaciones entre las clases que la forman son relaciones de colaboración fraternal. Ahora bien, esto no quiere decir, en modo alguno, que haya desaparecido en la U. R. S. S. todo terreno propicio para la lucha de clases. La ley de la lucha de clases sigue rigiendo en las relaciones entre la U. R. S. S. y el mundo capitalista, en las relaciones entre la manera socialista de vivir y las supervivencias del capitalismo dentro del propio país.



En los años de la edificación socialista, se han producido profundos cambios en todas las capas de la sociedad soviética, por lo que toca a sus ideas, gustos, costumbres, y se ha elevado la conciencia socialista. Pero los vestigios del capitalismo no han desaparecido todavía de la conciencia de los hombres. Estos vestigios se mantienen, en primer lugar, porque la conciencia humana marcha a la zaga de su existencia; en segundo lugar, porque existe aún el mundo capitalista, empeñado en avivar y mantener dichos vestigios.



Con la derrota y destrucción de los restos de las clases explotadoras en la U. R. S. S., la burguesía ha perdido toda suerte de apoyos de clase dentro de la propia Unión Soviética. Por ello mismo pugna, con tenacidad aún mayor, por aprovechar en su beneficio las supervivencias capitalistas subsistentes en la conciencia de los hombres soviéticos: la psicología de pequeño propietario, la supervivencia de la moral burguesa, la sumisión servil de algunas gentes aisladas ante la cultura de Occidente, las manifestaciones de cosmopolitismo, nacionalismo, etc. Los servicios de inteligencia del imperialismo no se limitan a enviar sus agentes al país socialista desde el exterior, sino que tratan de reclutar, dentro del país, a gentes contaminadas de los hábitos pequeñoburgueses, llenas de prejuicios nacionalistas, a los arribistas y degenerados. En el informe del Comité Central al XIX Congreso del Partido Comunista de la U.R.S.S. se decía que la sociedad soviética no está libre de la penetración de ideas extrañas, tanto desde fuera —por parte de los Estados capitalistas— como desde dentro, por parte de los restos aún no liquidados, en el seno del Partido, de los grupos enemigos del Poder soviético. Después de liquidar las clases explotadoras en la U.R.S.S. siguieron existiendo todavía enemigos encubiertos del pueblo, portadores de las ideas y de la moral burguesas. Prueba de esto es el desenmascaramiento del enemigo del pueblo, Beria. Estos enemigos disimulados, con el apoyo del campo imperialista, tratan de impedir que la sociedad soviética avance hacia el comunismo. He ahí por qué el Partido Comunista advierte a los ciudadanos soviéticos de la necesidad de ejerce; una atenta vigilancia política y de luchar contra la complacencia y la candidez, que constituyen terreno propicio para toda actividad nociva.

La lucha de clases que libran los trabajadores soviéticos constructores del comunismo, se ha desplazado ahora con mayor fuerza del exterior contra las fuerzas imperialistas enemigas. El pueblo soviético ha resuelto con éxito, dentro del país, el problema de "quién vencerá a quién", pero este problema se plantea, con mayor fuerza aún, en las relaciones entre la U.R.S.S. y los Estados imperialistas. "Puesto que en la U.R.S.S. han sido liquidadas las clases antagónicas y se ha alcanzado la unidad moral y política de la sociedad soviética, toda la agudeza de la lucha de clases se ha trasladado ahora, para la U.R.S.S., a la palestra internacional", ha dicho Malenkov.



La lucha entre los dos sistemas —el socialista y el capitalista— es, por su esencia, una forma peculiar de la lucha de clases. Es la lucha del campo del socialismo contra el campo de la reacción imperialista. La lucha entre estos dos campos determina actualmente el curso de la historia universal y constituye el eje en torno al cual gira la lucha de clases de nuestros días.



La debilidad del campo capitalista radica en sus insolubles contradicciones internas, que lo llevarán, inevitablemente, a su hundimiento. Los intentos de los imperialistas de eludir este hundimiento lanzándose a aventuras guerreras y desencadenando una nueva guerra mundial no harán más que acelerar la bancarrota de todo el sistema del capitalismo. La fuerza del campo socialista reside en su unidad interna, en la cohesión de los pueblos que lo forman, después de haberse librado del yugo del imperialismo. La Unión Soviética es el primer país del mundo en que se han suprimido las clases explotadoras, en que no existen antagonismos de clase y en que se ha logrado una cohesión y unidad monolíticas de toda lá sociedad. Y en ello se contiene uno de los fundamentos más importantes de la superioridad de la sociedad socialista sobre la capitalista.




RESUMEN



La teoría marxista-lemnista de las clases y de la lucha de clases parte del hecho de que la división de la sociedad en clases se halla condicionada por un determinado modo de producción de los bienes materiales. La lucha de clases constituye una ley importantísima y lá fuerza motriz de la historia de las sociedades de tipo antagónico.



El marxismo-leninismo demuestra que la división de la sociedad en clases es un fenómeno hisrico; que, por la misma fuerza de la necesidad que ha hecho surgir las clases al llegar a una determinada fase de desarrollo de la sociedad, las clases tendrán que ser destruidas, cuando la sociedad alcance otra etapa de desarrollo. La destrucción de las clases es condición importantísima para la marcha ulterior del progreso social. La lucha de clase del proletariado conduce necesariamente a la instauración de la dictadura del proletariado, que es, a su vez, el instrumento, el medio para acabar con la división de la sociedad en clases y para crear la sociedad sin clases, la sociedad comunista.



La teoría marxista-leninista de las clases y de la lucha de clases pertrecha a los partidos comunistas y a los trabajadores de todos los países con la concepción histórica del carácter inevitable de la lucha de clases del proletariado y con la concepción de ésta como un fenómeno sujeto a leyes. Sirve de fundamento a la política proletaria revolucionaria y pone al desnudo, inexorablemente, la política reformista y capituladora, que tratra de "armonizar los intereses" del proletariado y la burguesía. La teoría marxista- leninista de la lucha de clases enseña al partido del proletariado a no amortiguar esa lucha, a llevarla hasta su final victorioso, hasta el derrocamiento del capitalismo y el triunfo del comunismo.

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