«¡Ese es Trotski! Siempre fiel a sí mismo; se revuelve, estafa, posa a la izquierda y ayuda a la derecha! Lenin
del libro de Michael Sayers y Albert E. Kahn: La gran conspiración contra Rusia, Ediciones Nuestro Pueblo, París, 1948, pgs. 189 a 206
El 13 de febrero de 1929 León Trotsky llegó a Constantinopla (*). No lo hizo como un emigrado político en descrédito, sino como un magnate visitante; grandes titulares de la prensa mundial dieron cuenta de su llegada y los corresponsales extranjeros se dispusieron a esperar la lancha privada que lo traería al muelle. Apartándolos de su camino, León Trotsky subió al automóvil que se le había preparado y el cual guiaba uno de sus pistoleros, y fue conducido al alojamiento que previamente se le había destinado en la ciudad.
En Turquía se desató una verdadera tormenta política. Los voceros soviéticos solicitaron su expulsión, mientras que los antisoviéticos le dieron la bienvenida como enemigo del régimen odiado. En tanto, el gobierno turco parecía indeciso; corrían rumores acerca de cierta presión diplomática para que Trotsky continuara en Turquía, en los mismos límites de la Rusia soviética, hasta que finalmente se llegó a un acuerdo: Trotsky seguiría en Turquía y a la vez no, pues al desterrado Napoleón rojo se le daría por asilo la isla turca de Prinkipo, a donde se trasladó pocas semanas después en compañía de su esposa, su hijo y unos cuantos guardianes...
El nido de la intriga
En Prinkipo, la pintoresca isla del Mar Negro, en la que Woodrow Wilson soñara convocar una conferencia de paz entre los aliados y los soviéticos, el emigrado Trotsky levantó sus nuevas oficinas políticas en unión de su hijo León Sedov, como primer ayudante suyo y segundo en el mando. Más tarde escribió: Mientras tanto, en Prinkipo se había ido formando con éxito un grupo de jóvenes adeptos de diferentes nacionalidades en colaboración íntima con mi hijo.
Un extraño y agitado ambiente de misterio y de intrigas rodeaba la pequeña casa en que vivía Trotsky, custodiada en el exterior por perros policías y pistoleros, y en cuyo interior pululaban aventureros radicales procedentes de Rusia, Alemania, España y otros países, quienes se le habían reunido en el lugar del destierro. Trotsky los llamaba sus secretarios, pero en realidad constituían su nueva guardia. Había una ola constante de visitas a la casa: propagandistas, políticos y periodistas antisoviéticos, individuos que adoraban al emigrado como a un héroe que habría de revolucionar al mundo. Sus custodios permanecían frente a la puerta de la biblioteca, mientras el cabecilla sostenía conferencias privadas con los renegados de las movimientos internacionales comunistas o socialistas. En algunas ocasiones estos visitantes se ocultaban en la mayor reserva: se trataba de agentes de los servicios de inteligencia y de otros personajes misteriosos que deseaban entrevistarse con Trotsky.
En los primeros tiempos el jefe de los guardias armados de que disponía Trotsky en Prinkipo era Blumkin, social-revolucionario y asesino que le había seguido con fidelidad canina desde 1920, y a quien, al final de 1930, su ídolo había enviado en misión especial a la Rusia soviética, siendo atrapado por la policía y fusilado después de un interrogatorio en el que fue declarado culpable de pasar armas y hacer propaganda antisoviética en la U.R.S.S. Lo sustituyeron un francés, Raymond Molinier y un americano, Sheldon Harte.
Trotsky puso sumo cuidado en mantener su reputación de gran revolucionario en destierro temporal. Andaba por los cincuenta y su figura rechoncha y algo encorvada se volvía rolliza y fofa; encanecían sus famosas greñas, su pelo negro y escaso y la barba puntiaguda. Pero todavía sus movimientos eran rápidos e impacientes, y los ojos oscuros detrás da las inveteradas gafas que brillaban sobre la afilada nariz, daban a sus rasgos sombríos y movibles una expresión de peculiar malevolencia. Muchos de los que le observaban se sentían repelidos por su fisonomía mefistofélica, aunque otros encontraban en su voz y en sus ojos una fascinación casi hipnótica.
Para mantener esta reputación fuera de la Rusia soviética, Trotsky no dejó nada al azar. Le agradaba citar las palabrás del anarquista francés Proudhon: Me río del destino, y en cuanto a los hombres, son demasiado ignorantes, demasiado esclavizados para sentirme molesto por ellos. Pero antes de conceder entrevistas a los visitantes de importancia ensayaba cuidadosamente su papel e incluso se aprendía los gestos apropiados delante de un espejo de su dormitorio. Los periodistas que le visitaban en Prinkipo tenían que someterle sus artículos para que, antes de su publicación, fueran corregidos por Trotsky. En la conversación, éste dejaba escapar una serie interminable de afirmaciones y de invectivas antisoviéticas, acentuando cada frase y cada gesto con la intensidad teatral de un orador de multitudes.
Emil Ludwig, el escritor alemán de ideas liberales, entrevistó al líder poco después de haberse establecido en Prinkipo. Lo halló muy optimista. Según sus frases, Rusia se hallaba frente a una crisis; el plan quinquenal era un rotundo fracaso: sobrevendría el desempleo y el desastre industrial y económico: el programa de la colectivización, agrícola estaba perdido; Stalin estaba llevando a la nación a una catástrofe; la oposición aumentaba...
— ¿Cuántos son sus adeptos dentro de Rusia? — interrogó, Ludwig.
Trotsky se volvió súbitamente cauteloso. Hizo ondular una mano gordezuela, blanca, bien arreglada. Es difícil calcularlo. Sus adeptos estaban esparcidos -explicó-; laboraban ilegalmente, bajo cuerda.
— ¿Cuándo espera usted salir a la superficie de nuevo?
A esto, tras una breve consideración, el interpelado, contestó lo siguiente:
— Cuando se presente una oportunidad del exterior, quizás una guerra o una nueva intervención europea, cuando, la debilidad del gobierno actúe como estímulo.
Winston Churchill, que todavía por entonces estaba vivamente interesado en cada fase de la campaña mundial antisoviética, realizó un estudio especial del desterrado en Prinkipo. Nunca me gustó Trotsky, declaró en 1944, si bien la audacia de este último para conspirar, sus facultades oratorias y su energía demoniaca atrajeron a su temperamento aventurero, por lo que resumiendo la totalidad del propósito de la conspiración internacional de Trotsky desde el momento en que abandonara el suelo soviético, escribió en Great Contemporaries: Trotsky... trató de unificar el bajo mundo europeo para derrocar al ejército ruso.
También por esta época, John Gunther, el corresponsal extranjero de nacionalidad americana, visitó sus oficinas generales de Prinkipo; habló con Trotsky y con varios asociados suyos rusos y europeos, y para sorpresa del periodista, aquél no se mostró como un emigrado vencido, sino como un monarca o un dictador en el poder. Le recordó a Napoleón en Elba exactamente antes del dramático retorno de los Cien Días. Gunther escribió: Por toda Europa ha ido tomando cuerpo un movimiento trotskista. En cada país existe un núcleo de agitadores de esta clase que reciben órdenes directas desde Prinkipo. Dichos grupos poseen un medio de comunicación directa, con publicaciones y manifiestos, pero sobre todo mediante la correspondencia privada. Los distintos comités nacionales están enlazados con las oficinas principales en Berlín.
Gunther hizo todo lo posible para que Trotsky le hablase de la Cuarta Internacional, acerca de sus fines y de sus resultados, pero su entrevistado estuvo hermético con respecto a este tema. En un momento de expansión, sin embargo, le enseñó al corresponsal americano algunos libros huecos en donde se ocultaban y se transportaban documentos secretos; ensalzó las actividades de Andrés Nin (1) en España y se refirió igualmente a sus adeptos y simpatizadores influyentes de los Estados Unidos, a las células trotskistas que ya se habían organizado en Francia, Noruega y Checoslovaquia. Sus actividades, confió a Gunther, eran semisecretas.
Éste declaró que Trotsky había perdido Rusia, al menos momentáneamente. Nadie sabe si podrá recuperarla o no dentro de diez o veinte años. El designio fundamental del líder ruso era sostenerse para aguardar el derrumbe de Stalin en Rusia, y en el intermedio dedicar cada partícula de energía a la perfección incesante de su organización anticomunista en el extranjero.
Solamente una cosa -concluyó Gunther- pudiera reponerlo inmediatamente en Rusia. Esa cosa era la muerte de Stalin.
Las nuevas tácticas de intoxicación
De 1930 a 1931 Trotsky lanzó desde Prinkipo una extraordinaria campaña de propaganda antisoviética, que muy pronto penetró en los distintos países. Era de una índole nueva, infinitamente más sutil y desconcertante que todas las propagandas inventadas anteriormente por los cruzados antibolcheviques.
Los tiempos habían cambiado. Después de la gran crisis, el mundo se había puesto de acuerdo para pensar, de un modo revolucionario, que no quería regresar a los procedimientos de un pasado que sólo había traído tanta miseria y sufrimiento. La primera contrarrevolución del fascismo en Italia había sido eficazmente fomentada por su fundador, el ex socialista Benito Mussolini, como la revolución italiana. En Alemania, los nazis habían obtenido el apoyo de las masas no sólo por atraerse a la reacción antibolchevique sino igualmente por aparecer ante los obreros y campesinos alemanes como nacionalsocialistas. En fecha tan remota como 1903 Trotsky había dominado ese instrumento de propaganda que Lenin denominó consignas ultrarrevolucionarias que nada le costaban.
Y en efecto, procede entonces a desarrollar en gran escala aquella misma técnica de propaganda que había empleado originalmente contra Lenin y el Partido bolchevique: en innumerables artículos, libros, panfletos y discursos ultra-izquierdistas de violenta resonancia radical, Trotsky comenzó a atacar el régimen soviético y a clamar por su violenta derrota no porque fuese revolucionario, sino -como afirmaba él- por ser contrarrevolucionario y reaccionario.
De la noche a la mañana, muchos de los antiguos cruzados antibolcheviques abandonaron su línea primitiva de propaganda pro zarista, abiertamente contrarrevolucionaria, y adoptaron la nueva, dieron forma al procedimiento de Trotsky para atacar la revolución rusa desde la izquierda. En esos años fue un hecho corriente que lord Rothermere o William Randolph Hearts acusaran a José Stalin de traicionar a la revolución.
El primer paso de esta gran propaganda de Trotsky para introducir la nueva línea antisoviética en la contrarrevolución internacional, fue su melodramática y semificticia autobiografía titulada Mi Vida. Antes se publicaron en los periódicos europeos y americanos una serie de artículos antisoviéticos, cuyo propósito consistía en difamar a Stalin y a la Unión Soviética, aumentar el prestigio de la tendencia trotskista y reforzar el mito del revolucionario mundial, ya que Trotsky se describió en Mi Vida como el verdadero inspirador y organizador de la Revolución rusa, desplazado de su justo lugar como líder ruso por sus astutos, mediocres y asiáticos contrarios.
Los publicistas y agentes antisoviéticos inmediatamente dieron bombo a esta obra de su jefe, haciendo que se vendiese por todo el mundo y afirmando que contaba la historia interna de la Revolución rusa.
Adolf Hitler la leyó tan pronto como fue publicada. Konrad Heiden, su biógrafo, nos relata en Der Fuehrer de qué manera el líder nazi sorprendió a un grupo de amigos, en 1930, rompiendo en entusiastas alabanzas al libro de Trotsky. ¡Brillante! -exclamó Hitler enarbolando Mi Vida ante sus fieles partidarios-. Mucho he aprendido en él, tanto como pueden aprender ustedes también.
La obra se convirtió rápidamente en el libro de texto de los servicios secretos antisoviéticos; se adoptó como guía básica de propaganda contra ese régimen. La policía secreta del Japón lo hizo lectura obligada para los comunistas chinos y japoneses que caían presos, en un esfuerzo por quebrantar su moral y convencerlos de que la Rusia soviética había traicionado a la Revolución china y a la propia causa por la cual ellos estaban luchando. La Gestapo lo utilizó para un propósito similar.
Mi Vida fue solamente el golpe inicial de la campaña antisoviética desarrollada por Trotsky. A ese libro siguieron La Revolución traicionada, La economía soviética en peligro, El fracaso del plan quinquenal, Stalin y la Revolución china, La escuela stalinista de falsificaciones, e innumerables libros, panfletos y artículos de la misma índole, muchos de los cuales aparecieron primero bajo llamativos titulares en periódicos reaccionarios de Europa y América. El bureau de Trotsky suministró a la prensa antisoviética mundial una corriente continua de revelaciones, exposiciones y relatos de dentro referentes a Rusia.
Para la asimilación dentro de la Unión Soviética, Trotsky publicó su Boletín oficial de oposición, que se imprimió fuera, en Turquía, Alemania, Francia, Noruega y otras naciones sucesivamente, pasando luego por vía secreta a Rusia, a través de los mensajeros del famoso líder. Dicho Boletín no pretendía llegar hasta las masas soviéticas, sino a los diplomáticos, funcionarios del Estado, militares e intelectuales que alguna vez habían seguido a Trotsky o a los que se suponía susceptibles de ser influenciados por él. También contenía instrucciones acerca de la labor de propaganda de los trotskistas, tanto dentro de Rusia como en el extranjero. Este Boletín no se cansaba de pintar con rasgos espeluznantes el desastre inminente del régimen soviético, de predecir la crisis industrial, la guerra civil renovada y el desplome del Ejército Rojo al primer ataque extraño. Asimismo ponía en juego muy hábilmente todas aquellas dudas y ansiedades que la tensión extrema y las penalidades del periodo de construcción habían despertado en los ánimos de los elementos inestables, confundidos y descontentos. A estos últimos se dirigió el Boletín, sin ningún miramiento, para minar y llevar a cabo actos de violencia contra el Gobierno soviético.
He aquí algunos ejemplos típicos de esa propaganda, de las exhortaciones que para la caída del régimen soviético lanzó Trotsky por todo el universo durante los años que siguieron a su expulsión de la U.R.S.S.:
La política del gobierno actual, del reducido grupo de Stalin, está conduciendo velozmente a la nación a crisis y colapsos muy peligrosos (Carta a los miembros del Partido comunista de la Unión Soviética, marzo de 1930).
La crisis que amenaza la economía del Soviet será inevitable, y en un futuro no lejano hará trizas la melosa leyenda de que el socialismo pueda ser implantado en un sólo país; no cabe duda de que ocasionará muchas muertes... La economía del Soviet funciona sin reservas materiales y sin cálculos... la burocracia descontrolada ha comprometido su prestigio con la sucesiva acumulación de errores... es inminente una crisis en la Unión Soviética con su secuela de hechos tales como el cierre forzoso de empresas y el inmediato desempleo (La economía soviética en peligro, 1932).
Los trabajadores hambrientos (en la Unión Soviética) no están satisfechos con la política del Partido. El Partido está descontento de sus jefes, y el campesinado está descontento de la industrialización, de la colectivización, de la ciudad (Artículo publicado en el Militant, U.S.A., 4 de febrero de 1933).
El primer choque social, externo o interno, puede impulsar a la atomizada sociedad soviética a una guerra civil (La Unión Soviética y la Cuarta internacional, 1938).
Resulta infantil creer que la burocracia de Stalin pueda ser suprimida por medio de un Partido o por medio del Congreso soviético. No existen procedimientos normales, constitucionales, para eliminar a la camarilla gubernamental... Únicamente por la fuerza pueden ser esos individuos obligados a dejar el poder a la vanguardia proletaria (Boletín de la oposición, octubre de 1933).
La crisis política converge hacia la crisis general que se avecina (El asesinato de Kirov, 1935). Dentro del Partido, Stalin se ha colocado por encima de toda crítica y por encima del Estado, y es imposible desplazarlo a menos que se le asesine. Cada oposicionista se convierte, ipso facto, en terrorista (Declaración hecha durante la entrevista con William Randolph Hearts, del New York Evening Journal, 8 de enero de 1937).
¿Es posible esperar que la Unión Soviética salga invicta de la guerra que se aproxima? A esta pregunta francamente expuesta, nosotros contestaremos también francamente: si la guerra se mantiene solamente como tal, la derrota de la Unión Soviética será inevitable, pues desde el punto de vista técnico, económico y militar, el imperialismo es incomparablemente más fuerte. Si la revolución en el occidente no lo contiene, el imperialismo barrerá con el presente régimen (Artículo en American Mercury, marzo de 1937).
La derrota de la Unión Soviética es inevitable en caso de que la nueva guerra no provoque una nueva revolución. Si admitimos teóricamente una guerra sin revolución, en ese caso la derrota de aquella nación es inevitable (Declaración hecha en las audiencias verificadas en México, abril de 1937).
Cita en Berlín
Desde el instante en que Trotsky abandonó la tierra soviética, los agentes de los Servicios secretos extranjeros estaban ansiosos de ponerse en contacto con él y hacer uso de su organización internacional antisoviética. La Defensiva polaca, la OVRA fascista en Italia, el Servicio secreto militar finlandés, los emigrados rusos blancos, que dirigían los servicios secretos antisoviéticos en Rumania, Yugoslavia y Hungría, así como los elementos reaccionarios del Servicio de Inteligencia británico y del Deuxième Bureau francés, todos estaban dispuestos a tratar para su propio provecho con el enemigo público número uno de Rusia.
Fondos monetarios, servicio de mensajeros y una red completa de espionaje, todo ello estuvo a disposición de Trotsky para el sostenimiento y desarrollo de sus actividades de propaganda internacional antisoviética y para apoyar y reorganizar la maquinaria de conspiración dentro de la U.R.S.S.
El hecho más relevante fue la creciente intimidad del líder con el Servicio secreto militar alemán (Sección II B), que ya desde entonces, bajo la dirección del coronel Walter Nicolai, colaboraba con Heinrich Himmler en la flamante Gestapo.
Allá por 1930, Krestinski, agente de Trotsky, había recibido aproximadamente 2.000.000 de marcos oro de la Reichswehr (***) para costear las actividades trotskistas en la Rusia soviética, a cambio de los datos obtenidos por el espionaje trotskista y trasladados al Servicio secreto militar alemán. Krestinski reveló más tarde lo siguiente:
De 1923 a 1930 nosotros recibíamos anualmente alrededor de 250.000 marcos alemanes en oro, es decir, unos 2.000.000 de marcos. Al final de 1927 la estipulación de este acuerdo se llevaba a cabo principalmente en Moscú. Después, desde fines de 1927 hasta fines de 1928, en el transcurso de diez meses, hubo una interrupción en el dinero debido a que el trotskismo había sido aplastado, dispersado; no se sabía nada de los planes de Trotsky ni llegaban hasta nosotros informes o indicaciones de su parte... Esto continuó hasta octubre de 1928 en que me llegó una carta suya -entonces se hallaba desterrado en Alma Ata- que contenía sus instrucciones, según las cuales yo tenía que recibir de los alemanes un dinero que él se proponía entregar a Maslow o a sus amigos franceses: Roemer, Madeline Paz y otros. Me puse en contacto con el general Seeckt (**), que por entonces había renunciado a su puesto y no ocupaba ningún otro, que se ofreció para hablarle a Hammerstein y conseguir ese dinero, como efectivamente lo hizo. Hammerstein a la sazón era jefe del estado mayor de la Reichswehr (***), siendo ascendido en 1930 a general en jefe de la misma.
En 1930, Krestinski fue designado comisario auxiliar de Asuntos exteriores y trasladado de Berlín a Moscú. Su ausencia de Alemania, unida a la crisis interna que se estaba produciendo dentro de la Reichswehr (***) como resultado del creciente poder del nazismo, detuvo de nuevo temporalmente la salida de dinero alemán destinado a Trotsky, si bien éste último se hallaba muy cerca de llegar a un nuevo y más amplio acuerdo con el Servicio secreto militar en Alemania.
En febrero de 1931, su hijo León Sedov, alquiló una vivienda en Berlín. Según su pasaporte, Sedov estaba allí como estudiante; ostensiblemente había venido a Berlín para asistir a un instituto científico alemán, aunque existían razones más perentorias para su presencia en esa capital por aquel año...
Pocos meses antes su padre había escrito un panfleto titulado Alemania: clave de la situación internacional. Habían sido elegidos 107 diputados nazis al Reichstag. El partido nazi había obtenido 6.400.000 votos. Cuando Sedov llegó a Berlín, en la capital alemana predominaba una especie de tensión, de expectación febril. Por las calles desfilaban tropas escogidas con camisas pardas y cantando el Horst Weesel, que destrozaban las tiendas de los judíos e irrumpían en los hogares y asociaciones de los obreros liberales. Los nazis se sentían confiados. Jamás en mi vida he estado tan bien dispuesto, tan íntimamente contento como en estos días, anotaba Adolf Hitler en las páginas de Volkischer Beobachter.
Oficialmente, Alemania todavía era una democracia. El comercio entre Alemania y la Rusia soviética estaba en su apogeo. El Gobierno soviético compraba maquinaria a las firmas alemanas, y los técnicos de este país conseguían puestos magníficos en las empresas de minas y de electricidad de la U.R.S.S. Los ingenieros soviéticos visitaban Alemania, y los representantes del comercio de aquella nación, compradores y agentes comerciales, estaban viajando constantemente entre Moscú y Berlín, con asignaciones relacionadas con el plan quinquenal. Algunos de estos ciudadanos del Soviet eran seguidores o antiguos partidarios de Trotsky.
Sedov se hallaba en Berlín como representante de su padre, para gestiones de conspiración.
León estaba siempre al acecho -escribió Trotsky posteriormente en su panfleto León Sedov: Hijo, amigo, combatiente- escudriñando ávidamente para apoderarse de los hilos que conectasen con Rusia, cazando a los turistas que regresaban, a los estudiantes soviéticos enviados al extranjero o a los funcionarios afines del cuerpo diplomático. Su principal misión en Berlín consistía en relacionarse con los antiguos miembros de la oposición, transmitirles las instrucciones que Trotsky deseaba darles o recoger mensajes importantes de esos individuos para su padre. Con el fin de no comprometer a su informante y de evadir a los espías de la O.G.P.U., continúa Trotsky, su hijo los perseguía durante horas por las calles de Berlín.
La entrevista de Sedov con Smirnov
Un número de trotskistas de nota se las habían arreglado para conseguir puestos en la comisión de comercio exterior del Soviet. Entre ellos figuraba Iván N. Smirnov, ex oficial del Ejército Rojo y antiguo miembro dirigente de la guardia de Trotsky que tras un corto periodo en el destierro, había seguido la estratagema de otros compañeros, es decir, había denunciado a su antiguo jefe y pedido que lo admitiesen de nuevo en el Partido bolchevique. Como ingeniero de profesión, pronto obtuvo un puesto secundario en la industria del transporte, y a principios de 1931 fue designado ingeniero consultor en una misión comercial que se dirigía a Berlín.
A poco de su llegada se puso en comunicación con León Sedov. Durante reuniones clandestinas en la vivienda de este último y en cervecerías y cafetuchos apartados de los suburbios, Smirnov se enteró de los planes de Trotsky para la reorganización de la oposición secreta en colaboración con los agentes del Servicio secreto militar alemán.
De ahora en adelante, le dijo Sedov, la lucha contra el régimen soviético debe asumir los caracteres de una ofensiva conjunta. Deben olvidarse las viejas rivalidades y diferencias políticas entre los trotskistas, los bujarinistas, los zinovievistas, los mencheviques, los socialrevolucionarios y demás grupos y fracciones antisoviéticas, para formar una oposición completamente unida. En segundo lugar, continuó, de ahora en adelante la lucha debe asumir también un carácter militante, debiendo iniciarse por toda la nación una vasta campaña de terrorismo y sabotaje contra el sistema odiado. Es preciso cuidar cada detalle, y mediante golpes en perfecto sincronismo y de extensa repercusión, la oposición debe prepararse para lanzar al gobierno de Stalin en un estado de desmoralización y de desconcierto irremediables. Entonces podrá apoderarse del poder.
La tarea inmediata encomendada a Smirnov era transmitir las instrucciones de Trotsky con respecto a la reorganización del trabajo secreto y a la preparación del terrorismo y el sabotaje a los miembros de más confianza de la oposición en Moscú. También tenía que tomar medidas para mandar a Berlín datos generales de información, los cuales serían entregados por los mensajeros trotskistas a Sedov, quien a su vez los pasaría a su padre. La contraseña que servía de identificación a los mensajeros era la frase: He traido saludos de Galia.
A Smirnov le pidieron algo más: que mientras aún estuviese en esta ciudad tratara de ponerse en contacto con el jefe de una misión comercial soviética que había llegado a Berlín e informar a tal personaje que Sedov también se hallaba allí y deseaba verlo para un asunto de extrema importancia.
La entrevista de Sedov con Piatakov
El jefe de esta misión comercial que había venido de Rusia era T. Yuri Leonodovich Piatakov, antiguo adepto y admirador de Trotsky. Alto, delgado, bien vestido, con alta frente inclinada, tez pálida y perilla rojiza y bien recortada, este individuo parecia un profesor y no el conspirador veterano que realmente era. En 1927, después del proyectado putsch, Piatakov había sido el primer cabecilla trotskista que rompiera con su jefe y solicitara la readmisión en el Partido bolchevique. Hombre de reconocida habilidad para la organización y manejo de los negocios, logró conseguir varios empleos excelentes en las industrias soviéticas que se expandían rápidamente, inclusive cuando aún se hallaba deportado en Siberia. A fines de 1929 fue readmitido a prueba, luego ocupó sucesivas presidencias de juntas directivas para los proyectos de planes de industrias químicas y de transporte, y en 1931 ganó un escaño en el Supremo consejo económico, la principal institución soviética de planificación, siendo ese mismo año enviado a Berlín como jefe de una misión comercial especial para la compra de equipos industriales alemanes destinados al gobierno de su país.
De acuerdo con las indicaciones de Sedov, Iván Smirnov localizó a Piatakov en su oficina de la capital alemana, comunicándole que el primero también estaba en Berlín y tenía para él un mensaje particular de su padre. Días más tarde se reunieron los dos individuos, y he aquí cómo Piatakov relata el encuentro:
No lejos del jardin zoológico de la plaza, hay un café que llaman Am Zoo. Me dirigí allí y vi a León Sedov sentado delante de una pequeña mesa; nos habíamos conocido muy bien en el pasado. Dijo que no me hablaba en nombre suyo sino en el de su padre, y que éste, sabiendo que yo me encontraba en Berlín, le había dado órdenes categóricas de buscarme, verme y hablar conmigo personalmente. Afirmó que Trotsky no había desechado por un momento la idea de reanudar la lucha contra el mando de Stalin, que si bien reinaba una calma temporal, era debido en parte a los repetidos viajes del líder de un pais a otro, pero que ya las hostilidades habían comenzado, lo cual quería hacerme saber éste por mediación de Sedov... Después me preguntó lisa y llanamente: Mi padre quiere saber si usted, Piatakov, intenta tomar parte en esta lucha. ¿Qué decide? Di mi consentimiento.
Sedov pasó entonces a instruirle sobre las líneas que Trotsky se proponía seguir para reorganizar la oposición:
Pasó a bosquejar la índole de los nuevos métodos de lucha; no podía pensarse ni por un instante en desarrollar una lucha de masas, cualquiera que ésta fuese, en organizar ningún movimiento de masas, pues si así lo hacíamos lo íbamos a lamentar inmediatamente. Trotsky se pronunciaba firmemente por el derrocamiento forzoso del régimen de Stalin a través de procedimientos de terrorismo y sabotaje. Más adelante añadió que el jefe llamaba la atención sobre el hecho de que una lucha confinada en una sola nación resultaría absurda, y que no había posibilidad de evadir la cuestión internacional. Que en esta lucha debíamos preparar también la solución necesaria al problema internacional, o mejor dicho, de los problemas entre los Estados. Cualquiera que relegue a lugar secundario estas cuestiones, concluyó Sedov repitiendo las mismas palabras de su padre, firma su propio certificado de indigencia.
Pronto tuvo lugar una segunda entrevista entre ambos, y esta vez declaró Sedov: Tiene que comprender, Yuri Leodonovich, que a pesar de que la lucha ya haya sido reanudada, se necesita dinero, y usted es el que puede proporcionar los fondos necesarios. Después aclaró cómo podía hacerse semejante cosa. En su condición oficial de representante comercial del Gobierno soviético en Alemania, Piatakov podía situar tantas órdenes de compra como fuese posible a las dos firmas alemanas Borsig y Demag. No tenía que ser particularmente exacto en cuanto a los precios al tratar estos asuntos, y además Trotsky ya tenía hecho un trato con Borsig y Demag. Usted les pagará a ellos los precios más elevados, explicó Sedov, pero ese dinero servirá para nuestra labor (2).
En 1931 también había otros dos oposicionistas secretos en Berlín a los que Sedov puso a trabajar en el nuevo aparato trotskista. Eran Alexei Shestov, ingeniero de la misión comercial que encabezaba Piatakov y Serguei Bessonov, miembro de la representación comercial de la U.R.S.S. en esa ciudad.
Bessonov, antiguo social-revolucionario, era un individuo rechoncho, de apariencia suave y trigueña, en la plenitud de los cuarenta. La representación comercial en Berlín, de la cual formaba parte, era la agencia comercial soviética más centralizada en Europa, ya que mantenía negociaciones de esta clase con diez naciones diferentes. Bessonov mismo se hallaba establecido permanentemente en la capital alemana, por lo que resultaba la persona indicada para servir de punto de enlace entre los trotskistas rusos y su desterrado líder. Se dispuso, que las comunicaciones secretas de aquéllos desde Rusia serían enviadas a Bessonov a Berlín, y que éste, a su vez las trasladaría a Sedov o a Trotsky.
La entrevista de Sedov con Shestov
Alexei Shestov tenía una personalidad diferente, y el trabajo que le fue encomendado se avenía idealmente a su temperamento. Estaba llamado a ser uno de los principales organizadores de las células de espionaje y sabotaje alemán trotskista en Siberia, donde era miembro de la junta directiva del Trust del carbón oriental y siberiano. Apenas había cumplido los treinta años. En 1923, siendo alumno en el instituto de minas de Moscú, se había sumado a la oposición trotskista, y en 1927 había dirigido una de las imprentas secretas de esa misma ciudad. Era delgado, de ojos claros y de disposición intensa y violenta, no obstante su juventud. Había seguido a Trotsky con verdadero fanatismo, y le agradaba jactarse de haberse encontrado con él personalmente en varias oportunidades. Lo consideraba el líder, y en esta forma era como invariablemente se refería a Trotsky.
No vale la pena ponerse a esperar tiempos mejores, le dijo Sedov al encontrarlo en Berlín. Tenemos que actuar con todas nuestras fuerzas, emplear todos los procedimientos de que disponemos, en una política activa para desacreditar el gobierno y la política de Stalin. Trotsky sostenía que la única vía correcta, difícil pero segura, era eliminar por la fuerza, o sea, por el terrorismo, a Stalin, y a sus jefes del gobierno.
Verdaderamente nos hemos metido en un callejón sin salida, convino Shetov enseguida. ¡Hay que deponer las armas o planear un nuevo camino de lucha!
Sedov le preguntó si conocía a un industrial alemán llamado H. Dehlmann, contestando Shestov que sí lo conocía de referencias. Se trataba de uno de los directores de la casa Frolich-Klüpfel- Dehlmann, y muchos de los ingenieros de la firma estaban empleados en las minas del oeste de Siberia, donde el propio Shestov trabajaba. Continuó informándole que debía ponerse en contacto con Dehlmann antes de regresar a la Rusia soviética. La empresa Dehlmann, explicó Sedov, pudiera ser de gran utilidad a la organización trotskista para su propósito de minar la economía del Soviet en Siberia. Delhmann ya estaba ayudando a pasar la propaganda y los agentes trotskistas a la U.R.S.S. En cambio, Shestov podía proporcionarle determinados informes referentes a las nuevas minas e industrias siberianas en las cuales estaba especialmente interesado el director alemán.
— ¿Me está usted aconsejando tratar con la empresa?— preguntó Shestov.
— ¿Y qué hay de terrible en ello? -repuso el otro- Si ellos nos hacen un favor, ¿por qué no habríamos nosotros de hacérsela a ellos suministrándoles dichos informes?
— ¡Usted me está proponiendo sencillamente que me convierta en espía! - exclamó Shestov. Su interlocutor se encogió de hombros.
— Es absurdo emplear esas palabras— replicó. En una lucha como ésta no es razonable tener tantos escrúpulos. Si acepta el terrorismo, si acepta el sabotaje en la industria, no puedo comprender en absoluto por qué usted no puede estar de acuerdo con ésta que le propongo.
Transcurridos pocos días Shestov habló con Smirnov y le contó la conversación que había tenido con el hijo de Trotsky.
— Me ordenó entablar relaciones con la firma Frolich-Klüpfel-Dehlmann -le dijo-. Abiertamente me propuso entrar en relaciones con una empresa dedicada al espionaje y también al sabotaje en el Kuzbas, en cuyo caso yo tendría que convertirme en un espía y un saboteador.
— No siga lanzando palabras tan gruesas como esas de espía y saboteador -exclamó Smirnov-. El tiempo vuela y es necesario actuar... ¿Qué es lo que le sorprende en esa posibilidad, tenida en cuenta por nosotros, de derribar el gobierno de Stalin movilizando todas las fuerzas contrarrevolucionarias en el Kuzbas? ¿Qué halla de terrible en reclutar agentes alemanes para este trabajo? No hay otro camino, y tenemos que aceptarlo.
Shestov quedó en silencio hasta que su interlocutor le preguntó:
— Bueno, ¿cuál es su parecer?
— No tengo parecer personal -contestó-. Hago lo que nuestro líder nos ha señalado, prestar atención y esperar órdenes.
Antes de abandonar Berlín, Shestov se entrevistó con Dehlmann, director de la casa alemana que financiaba a Trotsky, y fue enganchado en el Servicio secreto militar alemán con el seudónimo de Aloysha. A propósito de esto, escribió: Me entrevisté con el director de esta firma, Dehlmann, y con su ayudante Koch, y cuanto conversamos allí se puede resumir como sigue: en primer lugar, había que continuar suministrándoles informes secretos por medio de los representantes de la firma Frolich-Klüpfel-Dehlmann que trabajaban en la presa de Kuznetsk, los cuales colaborarían junto con los trotskistas en la organización de diversas labores de destrucción. También se habló de que la empresa a su vez nos ayudaría y nos enviaría más gente para las necesidades de nuestro movimiento... nos ayudarían en todos sentidos, a llevar a los partidarios de Trotsky al poder (3).
Al volver a la Rusia soviética Shestov trajo una misiva que Sedov le había dado para Piatakov, quien había ya regresado a Moscú. Shestov la había escondido en la suela de uno de sus zapatos, y la entregó al interesado en la comisaría de Industrias pesadas. Era del propio Trotsky, escrita desde Prinkipo, y delineaba las tareas inmediatas que debía realizar la oposición en la Unión Soviética.
La primera de esas tareas consistía en utilizar todos los medios posibles para hacer caer a Stalin y sus asociados. Quería decir terrorismo.
La segunda consistía en unificar todas las fuerzas anti-stalinistas. Quería decir colaboración con el Servicio secreto militar alemán y con cualquier otra fuerza antisoviética capaz de trabajar con la oposición.
La tercera tarea era contrarrestar todas las medidas que tomaran el Gobierno soviético y el Partido, especialmente en el terreno económico. Quería decir sabotaje.
Piatakov sería el primer lugarteniente de Trotsky, encargado de toda la maquinaria conspirativa dentro de la Rusia soviética.
Las tres capas
A través de todo el año 1932 la futura quinta columna rusa comenzó a tomar forma concreta en los bajos fondos de la oposición. En pequeñas reuniones secretas y en conferencias furtivas, los miembros de esta conspiración se dieron por enterados de la nueva línea, y se instruyeron en las nuevas tareas a realizar. Una red de células terroristas, de células de sabotaje y de sistemas de mensajeros se desarrolló por toda la Rusia soviética. En Moscú y en Leningrado, en el Cáucaso y en Siberia, en el Donbas y en los Urales, los organizadores trotskistas efectuaron distintas asambleas secretas de los enemigos mortales del Soviet: social-revolucionarios, mencheviques, izquierdistas, derechistas, nacionalistas, anarquistas y fascistas y monárquicos rusos blancos. El mensaje de Trotsky se propagó por el agitado mundo subterráneo de las oposicionistas, espías y agentes secretos; se maquinaba una nueva ofensiva contra el régimen soviético.
Su enfática demanda sobre la preparación de actos terroristas, alarmó al principio a algunos de los intelectuales trotskistas de más edad. El periodista Karl Radek dio señales de pánico cuando Piatakov le puso en conocimiento de la nueva línea. Por eso, en febrero de 1932, recibió una carta personal de Trotsky la cual llegó a sus manos, como todos los mensajes trotskistas de carácter confidencial, por intermedio de un correo secreto. Debe tener presente, decía su irresoluto partidario, la experiencia de la época precedente, darse cuenta de que para usted no puede haber ya un retorno al pasado, que la lucha ha entrado en una nueva fase cuyo dilema es: permitir que nos destruyan junto con la Unión Soviética o poner en el tapete la cuestión de eliminar a su Gobierno.
Esta carta de Trotsky y la insistencia de Piatakov, finalmente persuadieron a Radek, quien convino en aceptar la nueva línea: terrorismo, sabotaje y colaboración con las potencias extranjeras.
Entre los más activos organizadores de las células terroristas que recientemente habían sido creadas en la Unión Soviética, estaban Iván Smirnov y sus antiguos compañeros en la guardia de Trotsky: Serge Mrachkosvky y Ephraim Dreitzer.
Bajo la dirección de Smirnov, estos últimos empezaron a formar grupos reducidos de bandidos profesionales y viejos asociados trotskistas procedentes de los días de la guerra civil, todos los cuales estaban listos a emplear los procedimientos más violentos. Deben considerarse perdidas las esperanzas puestas en el colapso de la política del Partido, decía Mrachkovsky en 1932 a uno de estos grupos terroristas de Moscú. Los métodos de lucha utilizados hasta ahora no han producido ningún resultado positivo. Sólo nos queda un camino, que es suprimir la dirección del Partido por medio de la violencia. Stalin y los otros jefes deben ser eliminados. ¡Esa es la tarea principal!
Entretanto, Piatakov se entregó a la faena de requisar conspiradores en los trabajos industriales básicos, sobre todo en las industrias de guerra y transporte, para alistarlos en la campaña total de sabotaje que Trotsky se proponía lanzar contra la economía soviética. En el verano de 1932, Piatakov, lugarteniente de Trotsky en Rusia, y Bujarin, jefe de la oposición derechista, discutieron el proyecto de suspender rivalidades y diferencias pasadas para trabajar todos unidos bajo el mando supremo de Trotsky. El grupo más pequeño, encabezado por los oposicionistas veteranos Zinoviev y Kamenev, acordó subordinar también sus actividades a la autoridad de aquel. Al describir las turbulentas negociaciones que tenían lugar entre los conspiradores de esta época, Bujarin declararía más tarde: Sostuve conversaciones con Piatakov, Tomski y Rikov. Éste deliberó con Kamenev, y Zinoviev con Piatakov. En el verano de 1932 volví a conversar con este último, en la comisaría del pueblo para la Industria pesada, lo que en esa fecha me resultaba muy sencillo, puesto que yo estaba trabajando con el propio Piatakov que entonces era mi jefe. Por obligación tenía que visitarlo en su oficina privada de negocios de modo que podía hacerlo sin despertar sospechas. Cuando hablamos esta vez, me refirió sus recientes entrevistas con León Sedov concernientes a la política terrorista de Trotsky... Decidimos que pronto hallaríamos un lenguaje común, y que nuestras diferencias serían superadas en esta lucha contra el poder soviético.
Las negociaciones finales concluyeron en el otoño de ese mismo año con una reunión secreta que tuvo lugar en una dacha (casa de verano) abandonada, en los arrabales de Moscú. Los conspiradores colocaron centinelas alrededor de la casa y a lo largo de todas las rutas que conducían a ella, para prevenirse contra posibles sorpresas y asegurar la reserva más absoluta. En esta reunión se formó una especie de alto mando de las fuerzas combinadas de la oposición para dirigir la próxima campaña de terror y sabotaje por toda la Unión Soviética, y se le dió el nombre de Bloque de derechistas y trotskistas. Estaba compuesto de tres grupos o capas diferentes, de manera que si uno de ellos fallaba los otros pudieran seguir adelante.
La primera capa era el Centro terrorista trotskista-zinovievista, dirigido por Zinoviev: era responsable de la organización y dirección del terrorismo.
La segunda capa, el Centro paralelo trotskista, dirigido por Piatakov: era responsable de la organización y dirección del sabotaje. La tercera y más importante, el verdadero Bloque de derechistas y trotskistas, dirigido por Bujarin y Krestinski, incluía a la mayoría de los jefes y miembros más destacados de las fuerzas combinadas de la oposición.
La maquinaria total estaba formada por varios miles de miembros y una veintena o treintena de jefes que ocupaban puestos de importancia en el ejército, Asuntos exteriores, Servicio secreto, la industria, los sindicatos obreros, oficinas del Partido y del Gobierno.
El Bloque de derechistas y trotskistas estuvo integrado y dirigido desde un principio por agentes pagados de los Servicios secretos extranjeros, especialmente del alemán.
Notas:
(1) Para las posteriores conexiones de Nin con la quinta columna fascista de España véase nota I, pág. 246.
(2) Las firmas Borsig y Demag eran del Servicio secreto militar alemán. Si trataba con ellas, Piatakov podía situar a la disposición de Trotsky sumas considerables. Un testigo imparcial, el ingeniero americano John D. Littlepage, observó personalmente estas negociaciones con las empresas alemanas, pues estaba empleado por el Gobierno soviético en calidad de experto en industrias mineras de oro y cobre. En una serie de artículos referentes a sus experiencias en la Rusia soviética publicados en el Saturday Evening Post de enero de 1936, Littlepage escribió:
Fui a Berlín en la primavera de 1931 en una importante comisión de compra encabezada por Piatakov: mi trabajo consistía en ofrecer consejos técnicos con respecto a la adquisición de maquinaria de minas...
Entre otras cosas, había que comprar docenas de elevadores de minas que fluctuaban entre 100 y 1.000 caballos de fuerza... La comisión pidió una cotización a base de pfennigs por kilogramo, y después de breve debate las casas alemanas (Borsig y Demag) redujeron sus precios entre 5 y 6 pfennigs por kilogramo. Cuando estudié esas proposiciones encontré que las firmas habían sustituido las bases de acero ligero estipuladas en las especificaciones por bases de hierro fundido que pesaban varias toneladas, lo cual reducía el costo de la producción por kilogramo, pero aumentaba el peso, y por consiguiente el costo al comprador.
Desde luego que me alegré de haber hecho semejante descubrimiento, el cual comuniqué a los miembros de la comisión con una sensación de triunfo. El asunto estaba arreglado en tal forma que Piatakov podía haber regresado a Moscú con el éxito manifiesto de haber obtenido una reducción en los precios, aunque al mismo tiempo habría pagado dinero por un montón de hierro fundido sin valor alguno y habría permitido a los alemanes proporcionarles descuentos muy sustanciales... Hizo lo mismo con otras minas, a pesar de que yo obstaculicé ésta...
Posteriormente Littlepage presenció varios casos de sabotaje industrial en los Urales, donde debido a la labor de un ingeniero trotskista llamado Kabakov la producción de determinadas minas se mantuvo deliberadamente baja. En 1937, anota el ingeniero americano, Kabakov fue arrestado bajo la acusación de sabotaje industrial... cuando lo supe, no me sorprendí. En 1937, Littlepage volvió a hallar nuevas evidencias de sabotaje en la industria soviética que dirigía personalmente Piatakov. El primero había reorganizado algunas minas valiosas en el sur de Kazakstan, dejando instrucciones detalladas para que las siguiesen los obreros del Soviet y aseguraran el máximo de producción. Pues bien -continúa Littlepage- uno de mis últimos trabajos en Rusia, en 1937, fue acudir a una llamada rápida de estas mismas minas... Miles de toneladas del rico mineral se habían perdido ya irremisiblemente, y si no se hubiesen tomado tomado medidas al respecto, en pocas semanas se habría perdido la reserva total. Averigué que... de las oficinas generales de Piatakov llegó una comisión. Mis indicaciones habían sido echadas al cesto, y en cambio introdujeron por todas las minas un sistema de explotación de las mismas que con, toda seguridad, iba a ocasionar en pocos meses la pérdida del mineral. Littlepage encontró ejemplos flagrantes de sabotaje deliberado. Antes de partir de Rusia, y tras de haber presentado a las autoridades del Soviet un informe acerca de sus hallazgos, fueron atrapados muchos miembros de la camarilla trostkista de sabotaje. El ingeniero americano pudo darse cuenta de que los saboteadores habían utilizado sus indicaciones como base para la destrucción deliberada de la planta, haciendo exactamente lo contrario de lo que él había recomendado. Ellos admitieron, afirma Littlepage en el Saturday Evening Post, haber sido arrastrados por los comunistas oposicionistas a conspirar contra el régimen de Stalin, ya que les habían convencido de que eran lo suficientemente fuertes como para derrocar ese gobierno junto con sus adeptos, y apoderarse del poder para ellos mismos.
(3) Los alemanes estaban particularmente interesados en la nueva base industrial que Stalin estaba construyendo en el lejano oeste de Siberia y en los Urales. Esta base se hallaba fuera de la esfera de los aviones de bombardeo, y en caso de guerra podía constituir un factor decisivo en lo que concierne al Soviet. Los alemanes deseaban penetrar en ella por medio de espías y saboteadores. Borsig-Demag y Filich-Klüpfel, que tenían contratos con el Gobierno soviético y por lo tanto proporcionaban maquinaria y ayuda técnica con destino al plan quinquenal, fueron utilizados como tapaderas por el Servicio secreto militar alemán. Los espías y saboteadores alemanes fueron enviados a Rusia en calidad de ingenieros y especialistas.
El Servicio secreto militar alemán también reclutó agentes entre los ingenieros soviéticos que fueron susceptibles de chantaje y de soborno en Alemania. Uno de ellos, Mikhail Stroilov, que en diciembre de 1930 se había alistado en Berlín como espía alemán y que por consiguiente había sido agregado a la organización trotskista en Siberia, cuando en 1933, fue detenido declaró al tribunal soviético:
El asunto comenzó poco a poco, después de mi encuentro con von Berg (el espía alemán)... Este hablaba perfectamente el ruso, ya que había vivido en San Petersburgo quince o veinte años antes de la Revolución. Visitó el bureau técnico en diferentes ocasiones y habló conmigo sobre cuestiones de negocios, especialmente acerca de las aleaciones resistentes fabricadas por la empresa de Walram... Me recomendó que leyese Mi Vida de Trotsky... Estando en Novosibirsk los especialistas alemanes empezaron a acercarse a mí con la contraseña acordada, y a fines de 1934 habían llegado seis: Sommeregger, Wurm, Baumgarten, Mass, Hauer y Flessa (ingenieros empleados por la firma alemana Frolich-Klüpfel-Dehlmann)... Mi primer informe, hecho en enero de 1932 por medio del ingeniero Flessa, donde yo relataba el vasto plan de desarrollo de la represa Kuznetsk, era, en efecto, espionaje... Recibí instrucciones... acerca de que debía proceder a decisivos actos demoledores y destructores... Se impulsó un plan de labor destructiva y demoledora... mediante la organización trotskista de la Siberia occidental.
(*) Constantinopla es la actual Estambul y la isla de Prinkipo no está en el Mar Negro, como dicen los autores, sino en el Mar Blanco, que es el nombre que dan los turcos al Mediterráneo.
(**) El general Hans von Seekt participó luego junto al Kuomintang en la quinta campaña de cerco y aniquilamiento contra el Ejército Rojo en China.
(***) Reichswehr era el nombre del ejército alemán en la poca de la República de Weimar, es decir, antes de la llegada de Hitler al poder en 1933, cuando pasó a llamarse Wehrmacht.
¿Quién tiene miedo a la historia?
Aprovechando el 70 aniversario del golpe de Estado de Barcelona, la burguesía fascista y sus corifeos han vuelto a la carga para repetirnos otra vez una historia de la guerra civil que parece condensarse en mayo de 1937, el POUM y la ejecución de Andrés Nin. Parece que la guerra civil no fue más que ese momento o que ese momento fue lo más importante de la guerra civil. Tenemos POUM, Nin y mayo de 1937 para rato: todo el rato que la burguesía logre retener sus medios de engaño y manipulación.
Desde un principio es fácil observar que, así expuestos, los hechos aparecen distorsionados, con una dimensión de la que carecen. El POUM es un partido con más libros que militantes; es insólito que una organización de esas características acapare tanta atención. Además, a juzgar también por el número de libros que se han difundido, Nin es el muerto más importante de la guerra civil; debió ser un personaje de mucho relieve durante la República porque algunos le rinden un culto que ya lo quisiera Buda para sí. Lo de Nin fue un magnicidio. Inflando los hechos de esa manera es como si el crimen fuera aún más horroroso: no sólo los pérfidos stalinistas mataron a un opositor político, sino que este opositor político era algo así como un lenin hispánico, un revolucionario de gran valía, un teórico, etc. Al aumentar el tamaño de la víctima aumentan el tamaño del crimen.
Pero eso no les parece suficiente. Para hacer más horrendo el crimen la muerte no basta: hay que decir que fue torturado antes de matarlo. Pero si el cadáver no ha aparecido, ¿cómo saben que fue torturado? Lo saben porque un renegado como Jesús Hernández así lo dijo en sus desmemorias, a pesar de que no fue testigo de ello. De ese modo presenta los hechos la intoxicación disfrazada de historia objetiva e imparcial.
A diferencia de la historia, la propaganda lo que tiene que movilizar no es la razón (en el doble sentido de esta palabra) sino la emoción porque la tortura se digiere peor que el asesinato, sobre todo en un contexto como la guerra en el que cada día mueren millares de personas. La narración de unas inexistentes torturas no es ningún descuido sino algo bien meditado por los expertos imperialistas en intoxicación. La tortura de Nin es el punto a partir del cual ya todo es de color negro. Por tanto, es también el punto en el cual un lector cuidadoso de los textos identifica a un mercenario que escribe al dictado.
La diarrea intelectual
La diarrea del intelecto es una marca comercial patentada por los trotskistas: no paran de escribir porque es la mejor manera de que luego se escriba sobre ellos, generando así un volumen de letras que no tiene nada que ver con la realidad. El caso de su maestro imprimió su sello a toda la pocilga: Trotski no sólo escribió su autobiografía, lo que ya es insólito dentro de la historia del movimiento obrero, sino que además escribió la de su adversario, Stalin. Así no dejaba ningún cabo suelto.
En un modo de producción que hace mucho tiempo tiene establecida la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, la sobredosis de trabajo intelectual expone la penuria de trabajo manual. Quien tanto escribe no tiene callos, ni roña en la uñas. Esa perversa escisión provoca que unos sean el motor de la historia mientras los otros van por detrás escribiéndola a su manera. Los que cayeron en las trincheras heroicamente, haciendo, no pudieron escribir, no nos llegan sus voces, pero los que escriben (porque tienen tiempo para ello) es seguro que no hacen y no hacen porque no están; escriben sobre lo que se imaginan, sobre lo que les dicen. Los historiadores son intelectuales, normalmente burgueses que, por tanto, valoran a los de su misma clase y condición. Por ejemplo, ven con buenos ojos a escritores como Maurín, Nin, Gorkin, Victor Alba, Ignacio Iglesias, Juan Andrade, es decir, a toda la canalla trotskista, a los que califican como brillantes, mientras que los revolucionarios son grises, mediocres y burócratas. Realmente repulsivo.
A Maurín, en una época como la republicana, donde las masas lucieron con orgullo por la calle su mono azul de trabajo, le gustaba presentarse con su traje a medida y que le trataran de usted. Por su profesión de maestro, quizá estaba acostumbrado a pasearse por la palestra 30 centímetros por encima de sus alumnos, enseñar al dictado y que todos se levantaran de sus pupitres cuando él entraba en el aula. Quizá siempre pensó que las masas obreras eran como escolares suyos. No vestía boina sino sombrero canotier de señorito porque él no se consideraba el camarada de ningún ser inferior, de nadie que no fuera capaz de competir con su amplia cultura académica. Maurín no era maestro: era El Maestro en el sentido feudal de la palabra y así le llamaban sus colegas de partido. Él era brillante, o por lo menos eso pensaba de sí mismo. Por eso su biógrafa Anabel Bonsón Aventín le califica como el más aristocrático de todos los líderes obreros, porque a los obreros, como a todo rebaño, siempre les gustó ser dirigidos por la aristocracia. La historia le trató injustamente. Maurín no pudo llegar a ser el jefe del PCE, que es lo que se merecía; sólo pudo llegar a serlo en el POUM, una versión menor, entre otras razones porque le redujo a un ámbito político provinciano. Su sueño estaba en Madrid.
Juan Andrade es otro buen ejemplo de gacetillero trotskista de aquel momento. El elenco de libros que ha escrito no se podría contar con los dedos, por no hablar de sus artículos, que suman centenares. Pero si aparte de sus escritos alguien tiene la curiosidad de interesarse por saber si hizo algo más, se encontraría con dudas. ¿Hizo algo más (aparte de escribir)? Hay un detalle en su vida que lo dice todo. En 1936, cuando los fascistas se aprestaban a tomar Madrid al asalto, cuando ahí se jugaba el destino del proletariado mundial, cuando Durruti lo entendió claramente y se trasladó desde Barcelona con los suyos, Juan Andrade hizo el trayecto contrario: se largó de Madrid a Barcelona con el rabo entre las piernas. Lo suyo era escribir, no combatir.
Los extraños compañeros de cama
Es también sencillo comprobar que si en mayo de 1937 se produjo una complicidad entre trotskistas y anarquistas (éstos de manera parcial), por un lado, y fascistas por el otro, actualmente esa complicidad prosigue y lo mismo que dicen trotskistas y anarquistas (esta vez volcados todos ellos en cuerpo y alma) siguen diciendo los fascistas hoy. El ejemplo más claro ha sido el último libro de Zavala (subdirector de la revista Capital) sobre el tema, mencionado elogiosamente por César Vidal, Jiménez Losantos, La Razón, la COPE y demás consortes. Nadie debería dejar de leerlo para vacunarse para siempre contra el tifus revolucionario; es como el Libro Negro del Comunismo pero en versión española, sin subtítulos.
La historia tiene muy poco recorrido, la propaganda no acaba nunca; ambos son términos inversamente proporcionales: donde hay mucha propaganda hay poca (o ninguna) historia. La intoxicación lo que demuestra es el miedo a la historia: si algo de lo que cuentan tuviera una mínima sombra de verosimilitud, no sería necesario tanto aparato; los hechos resplandecerían con su propia luz.
Sobre el golpe de Barcelona de 1937 nosotros ya publicamos en líneas generales cómo sucedieron los hechos, aunque dejamos de lado las biografías personales de algunos de los participantes, que también tienen cierto interés histórico. Sobre el poumista Gorkin ya expusimos su posterior vinculación con las campañas sicológicas de la CIA durante la guerra fría. Que esa deriva no era algo personal sino muy característico del trotskismo lo demuestra que otros poumistas también se pusieron al servicio del imperialismo en su época más negra y siniestra. Es el caso de Víctor Alba o Ignacio Iglesias. La propaganda del imperialismo y la del trotskismo no eran dos cosas diferentes sino que formaban parte de lo mismo. En España la Editorial Janés formaba parte de ese tinglado, y no es ninguna casualidad que le diera trabajo a Maurín en 1946 cuando salió de la cárcel. Las campañas de intoxicación de esa editorial llegan hasta nuestros días.
Venimos llamando la atención sobre el hecho de que en la guerra civil, como caso obvio de quintacolumnismo, se organizaron tres traiciones y los tres personajes claves relacionados con ellas fueron puestos en libertad al finalizar la guerra casi al mismo tiempo sin resultar fusilados por los fascistas. Nos referimos a Ajuriaguerra (PNV), Maurín (POUM) y Mera (CNT). Ni siquiera cumplieron largas condenas de cárcel a pesar de que no eran unos personajes anónimos sino bien conocidos; no eran miembros de línea sino altos dirigentes, y en el caso de Mera, además, coronel del Ejército. En unas fechas donde aún se fusilaba en masa a los antifascistas de base, el hecho de que tres dirigentes reconocidos fueran indultados y salieran en libertad, tiene un extraordinario significado: el fascismo no fusilaba de manera indiscriminada sino que apuntaba muy bien y sabía recompensar los servicios prestados.
Maurín: una biografía truncada
También lo hemos expuesto alguna vez: si el POUM y los poumistas, a diferencia del PCE, que era reformista y burgués, fueron los revolucionarios de verdad, los auténticos, no nos vale que su biografía se acabe tristemente en 1939. Justamente entonces es cuando debió comenzar. Nosotros estaríamos dispuestos a reconocer con mucho gusto que el POUM y los anarquistas tenían razón cuando se alzaron contra la República burguesa, pero entonces se hubieran debido alzar aún con más ímpetu contra el fascismo a partir de 1939, que es justamente cuando desaparecieron del escenario de la historia.
Pero ¿por qué desaparecen? Es evidente: ya habían cumplido con su función, la de combatir a la República burguesa en nombre de la revolución. Pero cuidado: para ellos no se trataba de impulsar la revolución sino de hundir a la República en nombre de la revolución. Son dos cosas distintas. En sus bocas la revolución es sólo una coartada para conseguir lo otro.
Pasemos a las biografías. Nosotros ya hemos expuesto en otro artículo el paralelismo entre Maurín y su cuñado Souvarin, otro personaje con una turbia biografía, que se inicia en París en los años veinte y circula por Nueva York durante la II Guerra Mundial. Existe un aspecto clave tanto en la biografía personal de Maurín como en la historia del BOC y del POUM que los historiadores académicos no saben explotar: Maurín es el Cambó del Frente Popular y sus instrumentos políticos BOC-POUM son uno de los largos brazos sobre los que se sostiene la burguesía catalana. Ese es el secreto de su separatismo y de su iberismo. Lo denunciaron en su momento los anarquistas, lo denunció Trotski y lo denunció el PCE que le expulsó -entre otras razones- por nacionalista, un calificativo que también le lanzó Nin. Cuando algún historiador serio se detenga a analizar este fenómeno encontrará muchas de las claves políticas de Catalunya en aquella época, entre ellas el golpe de Estado de mayo de 1937.
Maurín nació en 1896 y murió en Nueva York en 1973; vivió, pues, 77 años y su biografía política se inicia a los 17 años cuando funda el periódico El Talión. Son 60 años de madurez de los cuales sólo 20 atraen el interés de los historiadores; el resto no interesa para nada. La conclusión es simple: no es posible comprender la biografía de una persona contando sólo con un tercio de su vida, como si el resto hubiera sido un zombi. La lucha de Maurín se acaba en 1946 cuando los fascistas le gratifican con un indulto y le dejan en libertad. Si era tan revolucionario como dicen que había sido antes, ¿qué sucedió entre 1946 y 1973? ¿dónde está la lucha de Maurín? En plena guerra fría, Nueva York, donde vivió Maurín, no era precisamente el centro de la revolución mundial (sino todo lo contrario). Por ejemplo, los historiadores no nos cuentan detalles interesantes de aquel periodo como los siguientes:
— en 1959 Maurín se declaró enemigo a la revolución cubana
— dos años después Estados Unidos le recompensa otorgándole la nacionalidad yanqui.
Si la historia no se cuenta entera no es historia. La de Maurín es toda una metáfora de un momento histórico. No es su biografía: todo el POUM se acaba en 1939 y eso, que no puede extrañar de los trotskistas porque ya habían cumplido el papel que los fascistas les tenían asignado, sí extraña en cierto modo en el caso de los anarquistas que, a partir de entonces, dejaron de ser lo que habían sido. La mayor parte de ellos lo achacan al franquismo, a la represión, etc., pero si meditaran un poco acerca de ello obtendrían conclusiones muy interesantes, sobre todo para ellos mismos.
Con un pie en el estribo
Nin era muy diferente de Maurín: vacilante y sinuoso como un camaleón sin personalidad política de ninguna clase, siempre en busca de su propio acomodo intelectual, siempre con un pie en el estribo. El BOC de Maurín le acusó de ser un político voluble (1) y García Oliver dice de él que no fue un tránsfuga sino un fugitivo (2) porque, en una carrera breve pero trepidante, había recorrido casi todas las organizaciones políticas de izquierda existentes en Catalunya en el primer tercio del siglo XX.
Empezó en el nacionalismo burgués, luego se pasó al PSOE, luego a la CNT anarquista, luego al PCE stalinista, luego creó la OCE trotskista, luego tampoco estuvo a gusto a las órdenes de Trotski, las desobedeció y su minúscula organización se fusionó con el BOC para crear el POUM (que no se sabe lo que era, si chicha o limoná).
No hubo más recorrido porque había agotado todas las posibilidades del espectro político catalán. Posiblemente, como buen individualista, Nin sólo se encontraba a gusto consigo mismo, pero viajando de posada en posada, haciendo entrismo en todas y cada una de las habitaciones de aquel hotel de la política.
Su travestismo no fue sólo ideológico sino un estilo de hacer política. Por eso, aunque disimulen, en voz baja Nin no gusta a nadie. Utilizan su memoria para combatir al comunismo, que es lo que les interesa, y nada más. Lo único que les une a todos ellos es esa lucha común y ante nosotros aparecen como si formaran un frente. Por eso vemos a los anarquistas publicar libros trotskistas, tan alejados de sus postulados. Ni unos ni otros tienen principios; no se guían por ese tipo de cosas tan dogmáticas. Los anarquistas no soportan a Nin porque éste llevó a la CNT a la Internacional Sindical Roja, según ellos violando los acuerdos confederales. Pero a Nin ni siquiera le soportan los propios trotskistas; los del BOC con los que se fusionó siempre desconfiaron de él y cuando Maurín fue detenido no le dieron el cargo de secretario general del POUM: cambiaron el cargo de nombre. Sus colegas siempre dijeron que Nin había aceptado entrar de consejero de la Generalitat sin consultarles antes, es decir, que hizo con ellos lo mismo que antes había hecho con los anarquistas, es decir, que también entonces actuaba por su cuenta, sin contar más que consigo mismo.
Pocos días después de que el POUM firmara el pacto del Frente Popular, Trotski difundió un comunicado titulado La traición del Partido Obrero de Unificación Marxista. Los historiadores de pacotilla deberán tener en cuenta, por tanto, que nosotros los comunistas no somos los únicos que acusamos a Nin de traición; es más, lo que preguntamos es qué organización no le acusó en algún momento de traición. Nosotros seguimos diciendo bien alto lo que todos gritaron siempre: traición y Nin significan lo mismo.
Lo que sucede es que de traición sólo pueden hablar quienes tienen principios, no los pragmáticos, ni los tránsfugas, ni los entristas. Es lógico que se enfaden cuando se les llama traidores porque para ellos la traición es lo normal, la práctica habitual, la esencia misma de su forma de entender la lucha política. Su microclima son las facciones, tendencias, corrientes, escisiones, subdivisiones y demás métodos de pesca submarina. Nin firmó (dos veces) el pacto del Frente Popular y se levantó contra el Frente Popular; Nin fue consejero del gobierno de la República y se levantó contra la República. Los acuerdos y los juramentos están para incumplirlos: así actúan los que carecen de principios.
Nin se levantó contra la República porque ésta era burguesa y reaccionaria, pero unas semanas antes, cuando era consejero de la Generalitat, no debía ser tan burguesa ni tan reaccionaria. ¿Había dejado de ser lo que era? Nin y los suyos, como buenos camaleones, jugaban a todas las barajas. Que nadie busque aquí ni una pizca de eso que algunos valoran tanto en la lucha política y que se llama coherencia.
Nin en el PSOE
Nin es un caso único en la historia: en 1913 ingresó en el PSOE pero no por ello abandonó las filas del nacionalismo burgués: siguió en su cargo de redactor de El Poble Català. Con la mano derecha escribía en ese periódico para la burguesía y con la izquierda escribía para los obreros en La Justicia Social. Lo suyo era eso, escribir, no importa qué ni para quién. Por la mañana era autonomista e incluso federalista; por la tarde era el clásico jacobino centralista del PSOE.
En las filas del PSOE Nin vivió dos acontecimientos históricos de aquel siglo. El primero fue la I Guerra Mundial que, sin género de dudas, puso a prueba el carácter internacionalista del movimiento obrero. Como es bien sabido, la posición de la dirección del PSOE entonces se mostró partidaria del imperialismo aliado anglo-francés y Nin (lo mismo que Maurín) expresamente estuvo de acuerdo con el alineamiento oficial de su Partido. Ambos eran patrioteros; nada que ver con Lenin y los bolcheviques, ni con los internacionalistas.
Nin también vivió en el PSOE la Revolución socialista de 1917. Como también es bien sabido, a causa de ello las Juventudes Socialistas, a las que Nin pertenecía, se separaron para formar el Partido Comunista e incluso había una fuerte corriente tercerista dentro del propio PSOE. No fue ese el camino de Nin, que se pasó entonces... a la CNT.
Por tanto, a pesar de todo lo que digan sus secuaces, Nin era totalmente ajeno al bolchevismo y al internacionalismo.
Luego, desde la CNT, Nin tuvo una segunda oportunidad de demostrar su oposición a la Revolución de Octubre cuando en 1919 la CNT se planteó el ingreso en la III Internacional. Nin asistió en Madrid al Congreso de la CNT del Teatro de la Comedia donde, al contrario que la mayoría anarquista, que mostró sus simpatías por la revolución bolchevique, él no sólo no la defendió sino que expresó su acuerdo con Quintanilla, que es quien más se había opuesto a ella.
Con un poco de retraso
Nin llegó tarde a todas las citas, cuando sobre el mantel no había más que desperdicios. Al llegar a Moscú a finales de 1921 tenía el carnet de la CNT en el bolsillo; lo tiró a la papelera; se hizo stalinista, y decimos stalinista porque al poco de llegar él, en 1923, comienzan las intrigas de Trotski, pero Nin tampoco se presentó a tiempo a esa cita. Durante toda la batalla contra los trotskistas, Nin es stalinista. Por tanto:
miente Bullejos en sus desmemorias cuando dice: Desde los comienzos de la crisis interior del Partido soviético sus simpatías [las de Nin] estaban al lado de Trotski (3).
miente el historiador Joan Estruch cuando asegura que al ser designado Bullejos como Secretario General del PCE en 1925, Nin (mucho más capacitado que Bullejos) fue excluido del cargo a causa de sus relaciones con la Oposición trotskista (4).
miente la historiadora Anabel Bonsón Aventín cuando nos asegura que desde 1921 (¡nada más llegar a Moscú!), antes de aprender a hablar el ruso, Nin ya estaba próximo a Trotski (¿eran vecinos?) y, por tanto, ya estaba perseguido por Stalin (le persiguió por Moscú pero no le encontró hasta varios años más tarde).
miente también Victor Serge en sus desmemorias...
La respuesta es bien simple y lo reconoció con claridad el propio Nin en abril de 1925: estaba contra Trotski (5).
La batalla contra el trotskismo acabó en noviembre de 1927. Cuando la oposición trotskista ya había sido depurada de sus cargos, cuando Trotski ya estaba desterrado en Alma Ata, Nin seguía en la dirección de la Internacional Sindical Roja, participó en su IV Congreso (marzo de 1928) y luego en el VI Congreso de la Internacional Comunista (julio-septiembre de 1928).
Su nueva vuelta de tuerca, como todas las demás, tardó algunos años. Nin se convirtió al trotskismo cuando el trotskismo ya había sido derrotado. En 1930 ya le vemos en los flamantes tinglados internacionales de su jefe Trotski que en España utilizaban las siglas OCE, es decir, Oposición Comunista de España. ¿Por cuánto tiempo? No mucho. Hacia 1932 Nin ya estaba en contra del entrismo en el PCE que preconizaba Trotski. Pero tampoco está con Maurín y su BOC recién formado. Mejor dicho, está y no está; está pero rompe. Está en tierra de nadie o está consigo mismo. Crea un tinglado llamado Izquierda Comunista para deshacerlo y volver en 1935 al punto de partida: ICE de Nin más BOC de Maurín igual a POUM.
Por eso preguntamos: ¿qué era Nin?, también preguntamos: ¿quién era Nin?, y también: ¿por qué interesa tanto Nin?, y finalmente ¿a quién le interesa tanto Nin?
Notas:
(1) La Batalla, 17 de setiembre de 1931.
(2) El eco de los pasos, Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978, pg.432.
(3) La Comintern en España. Recuerdos de mi vida, México, 1972, pg.60.
(4) Historia del PCE. 1920-1939, El Viejo Topo, Barcelona, 1978, tomo I, pg.50.
(5) «Chacun a sa place!», en La Correspondence International, núm. 48, 6 de mayo de 1925; la carta está traducida en Francesc Bonamusa: El Bloc Obrer i Camperol, Curial, Barcelona, 1974, pgs.353-
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